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La política en bancarrota

La política en bancarrota

Sylvia Eyzaguirre T.
Centro de Estudios Públicos – Chile

Foto: William Rojas

La analista Sylvia Eyzaguirre, afirma que en Chile, la crisis actual trasciende lo sanitario, económico y social, para expresarse más como una crisis política en medio de la pandemia. Algo absurdo en un momento tan grave con impactos profundos de corto, mediano y largo plazo.

Publicamos esta nota, porque en el Perú nos sucede lo mismo. Cuando más apertura, colaboración y confianza mutua debiéramos tener, adolecemos de brechas de confianza y enfrentamientos de carácter suicida.

El presidente Vizcarra ha caracterizado su gobierno por propiciar enfrentamientos políticos en aras de conseguir mayor popularidad, no ha sido capaz de construir puentes entre los distintos estamentos de la sociedad y más bien a bombardeado todas las estructuras institucionales.

Esperamos que el nuevo Primer Ministro, Pedro Cateriano, enmiende estos errores, como ha sugerido en sus últimas presentaciones, pero no hay tiempo que perder; se tiene que pasar del discurso a la acción.

Por ello es menester mantener la presión sobre el gobierno y estar a la expectativa sobre sus desarrollos. Hay que abrir la cancha y compartir la lucha contra el virus y la recuperación de la economía, con el sector privado y cuidar la calidad de los proyectos congresales.

En la línea de corregir los errores que han llevado al país a tener resultados catastróficos, tanto en lo sanitario, como en lo social y económico, llama la atención el anuncio del presidente Vizcarra de mantener en su entorno a los grandes responsables del desastre que nos afecta, Zeballos y Zamora. Ya no hay sitio para seguir con la misma agenda. ¡Basta!

¿Por qué se ha deteriorado tanto nuestra política?

Es lo que debiéramos reflexionar, pues en la respuesta a esta pregunta se encuentran las claves para la salida.

La mayor crisis que sufre el país no es sanitaria, económica ni social, – sino política. Por cierto, eso no significa minimizar la pandemia ni la crisis economía ni el malestar social. Cada uno de estos problemas presenta enormes desafíos para el país, pero podríamos hacerles frente con esperanza si nuestra clase política estuviera a la altura de las circunstancias.

Es ella la llamada a entregar las respuestas en aras del bien común, sin embargo, en sus respuestas prima el optimismo, la figuración personal y el cortoplacismo. ¿Cómo se puede entender entonces que el Congreso esté a favor de que el Estado regale a los más ricos cerca de 1,5 millones de pesos a través de exenciones tributarias con el retiro del 10%, mientras que no lo entrega a un peso a la clase media? No sorprende los senadores descolgados en la derecha, la demagogia hace rato que no tiene domicilio político, pero llama la atención que no haya ningún senador en la oposición capaz de resistir los cantos de sirena.

Pero el problema es más de fondo y muy anterior a esta crisis. La clase policía ha postergado una y otra vez las necesidades de las personas por su incapacidad de llegar a acuerdos. La discusión por los instrumentos los ha enceguecido al punto de que han olvidado de los objetivos. ¿Cómo se puede entender que el proyecto que extiende el acceso a sala cuna a los hijos de madres trabajadoras no se haya todavía aprobado si fue presentado por primera vez en 2012?, ¿Cómo se explica que duerma en el Congreso desde 2013 el proyecto que garantiza acceso universal a la educación parvularia a partir de los dos años?, ¿por qué todavía no hemos mejorado nuestro sistema de pensiones o lo seguros de salud? Por la misma razón que se encuentra parado el proyecto sobre el agua, a saber, porque para nuestros políticos la ideología es mucho más importante que las personas. Les importa mucho más la calidad de estatal o privado del ente que administrará el fondo de ahorros previsionales que mejorar las bajas pensiones de los jubilados, les importa más que los jardines infantiles sean estatales o privados que la necesidad de cientos de miles de mujeres y niños de acceder a la educación parvularia. La discusión política sobre los instrumentos es legítima, pero se frivoliza cuando pesa más que las necesidades de las personas.

Esta traición de la clase política a las urgencias ciudadanas me parece que está en el fondo de la desconfianza ciudadana a las instituciones políticas. Ella también explica la baja participación electoral y la alternancia de proyectos políticos opuestos. No somos bipolares, más bien la alternancia responde a la necesidad de apostar por lo opuesto ante el fracaso de lo elegido; pero la clase política no acusa recibo.

¿Por qué se ha deteriorado tanto nuestra política? Es lo que debiéramos reflexionar, pues en la respuesta a esta pregunta se encuentran las claves para la salida. Uno de los factores que ha contribuido al deterioro político tiene relación con el diseño del sistema político. Las ultimas reformas no han contribuido a darle mayor gobernabilidad al país ni tampoco legitimidad. Un régimen ultrapresidencialista con un Congreso proporcional no es coherente. El aumento de la representatividad en el Congreso no cumplió la promesa de hacer más atractivas las elecciones y tampoco aumentó la confianza de la ciudadanía; en cambio en conjunto con el voto voluntario incentivan el individualismo, la política clientelar, debilitan a los partidos políticos y aumentan la fragmentación, dificultando los acuerdos y afectando la gobernabilidad. Esta situación se agravará aún más con la elección popular de los gobernadores regionales.

El proceso constituyente nos ofrece la oportunidad de discutir un nuevo sistema político, que sea coherente, goce de legitimidad democrática y asegure gobernabilidad. Sin embargo, éste no nos asegura amistad cívica ni respeto a las reglas, dos aspectos esenciales para una democracia que nuestra clase política rompió.