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La progresofobia, fobia al progreso

La progresofobia, fobia al progreso

Hace varios años que en Lampadia seguimos a los pocos autores internacionales que destacan el progreso de la humanidad y, en el Perú, hemos resaltado nuestros avances económicos y sociales, brindando información y datos para sustentarlo.

Ver las siguientes publicaciones:

Un alegato en defensa del progreso – “LOS PROGRESISTAS DETESTAN EL PROGRESO”

El mundo según Hans Rosling

Perú: Camino al bienestar General – Las cifras de la prosperidad

LA PROSPERIDAD SIN PRECEDENTES DEL PERÚ

Como explica Steven Pinker en la entrevista de La Tercera de Chile, que compartimos líneas abajo, en los medios de comunicación es muy fácil destacar las malas noticias, que son sucesos puntuales, más que las buenas noticias, que más bien son procesos como la reducción de la pobreza o el aumento de la esperanza de vida.

Pero otra fuente de malas noticias o de negatividad es también la que Pinker llama la ‘progresofobia’, o la fobia al progreso, que se da en buena medida por parte de aquellos que basan sus plataformas políticas en la negación de la prosperidad, o en la creación de narrativas contestatarias para construir espacios de acción política, típicos de las izquierdas anti modernas.

El mayor daño de estas creaciones intelectualizadas, se da porque la mayor parte de la sociedad civil, especialmente en los espacios del sector productivo y empresarial, no se asume la defensa de las ideas de la creación de riqueza y prosperidad.

En el Perú se viene repitiendo que durante las últimas décadas hemos crecido, pero no hemos desarrollado, porque, entre otras cosas no se han dado servicios públicos accesibles y de calidad en educación y salud. Pero nosotros siempre nos preguntamos: ¿No es desarrollo bajar la pobreza de 60% a 20% en 15 años? ¿No es desarrollo bajar la desigualdad? ¿Aumentar los ingresos de todos los peruanos?

Y por supuesto, las izquierdas retrogradas le echan la culpa de las deficiencias de los servicios públicos, tarea del Estado, al sector privado que pretenden debilitar, matando la gallina de los huevos de oro, la principal fuente de inversión, innovación y creación de empleo y de riqueza.  

Veamos las ideas de Pinker:

“Cada democracia exitosa y próspera ha expandido su red de protección social”

Steven Pinker

Tenemos instintos muy fuertes hacia el tribalismo, hacia favorecer lo que lleve al poder y gloria de nuestra propia coalición o grupo, hacia el autoritarismo, depositando poder en algún jefe fuerte y carismático; y hacia el pensamiento mágico, en pensar que lo que decimos que es verdad, se convierte en la realidad.

La Tercera – Chile
Entrevista de Paula Escobar
11 de junio, 2021

Steven Pinker. FOTO: Julien Faure / leemage / Leemage via AFP)

El influyente psicólogo experimental, autor de “En defensa de la ilustración”, advierte que muchas de las mediciones de bienestar van a retroceder debido al Covid-19, como la longevidad o la prosperidad. “Cuando la vacunación se convierta en algo casi universal, entonces es posible que el mundo salga más fortalecido”, dice a La Tercera.

En: En defensa de la ilustración argumenta robustamente por qué estamos en el mejor momento de la historia de la humanidad, haciendo visible los signos indudables de progreso en muchas áreas, y realiza a la vez una defensa de los valores de la ilustración, la razón, la ciencia y el humanismo. Uno de los 100 personajes más influyentes del mundo según la revista Time, de los 100 mejores intelectuales públicos según Foreign Policy, es miembro de la Academia de las Artes y las Ciencias de Estados Unidos y ha recibido numerosos reconocimientos. Su nuevo libro, que aparecerá este año, será sobre la racionalidad: qué es, por qué parece escasa y por qué importa. Desde Cape Cod conversa con La Tercera vía Zoom, con un hermoso paisaje marino de fondo, que dice que es muy parecido al que tiene frente a su casa.

Tal como usted describe -y fundamenta- en su libro En defensa de la ilustración, estamos viviendo el mejor momento como especie, pero suena contraintuitivo, pues muchas personas no lo sienten de esa manera, ¿por qué?

Una razón de ello es debido a la interacción entre la naturaleza de la cognición humana y la naturaleza del periodismo. Nosotros estimamos riesgos, probabilidades y peligros de acuerdo a qué tan fácilmente podemos recordar anécdotas vívidas. Se llama el sesgo o la heurística de la disponibilidad.

¿Y qué tiene que ver el periodismo?

Con el periodismo ocurre que éste presenta una muestra muy aleatoria de las peores cosas que están ocurriendo en esta era. Así, nuestro sentido de lo que pasa en el mundo proviene de los ataques terroristas, los tiroteos de policías, las guerras, los colapsos, que pensamos son habituales. Las mejoras en la condición humana son invisibles para el periodismo. Porque o consisten en que nada está ocurriendo -como pasa en un país que está en paz, o un país que no está bajo dictadura- o, de lo contrario, consisten en cambios incrementales, que construyen puntos porcentuales al año, si los consolidamos. Max Roser, el economista que dirige el sitio web Our World in Data, dice que podríamos ver un titular del tipo “Ayer se logró que 137.000 salieran de la pobreza extrema” cada día, durante los últimos 30 años. Pero nunca han publicado ese titular, a pesar del hecho de que millones de personas han escapado de la pobreza extrema, y nadie lo sabe.

¿Cómo fue su propio camino? Ha dicho que tampoco sabía esto antes de comenzar a investigar y ver la evidencia, ¿cierto?

Eso es cierto, me impresionó la primera vez que vi un gráfico de un historiador, sobre tasas de homicidio en Inglaterra desde la Edad Media hasta el presente. Había una declinación masiva: de alrededor de 35 asesinatos por cada 100.000 personas al año, a menos de 1 asesinato por cada 100.000 personas al año. Y esto simplemente no encajaba con mi estereotipo sobre la vida siglos atrás versus hoy día. Y luego mencioné esto en un blog y me preguntaron “¿qué es lo que le parece optimista?”. Y yo dije: bueno, la esclavitud fue abolida y el Imperio Soviético colapsó con muy poca violencia, y las tasas de homicidio han bajado durante los siglos, así es que quizás algunos tipos de violencia han disminuido.

Crédito: Bhaawest/Creative Commons

¿Qué otras respuestas obtuvo?

Luego, para mi sorpresa, comencé a recibir correspondencia de académicos de distintas áreas, que no se conocían entre sí y estudiaban cosas muy distintas, diciendo que podrían agregar otras cosas a mi lista. Por ejemplo, me preguntaban si sabía que las tasas de abuso hacia menores habían disminuido, o que las tasas de muerte en guerras han bajado desde 1945. Otros me decían que las tasas de muerte por genocidio han declinado. Y me di cuenta de que había una historia que debía ser contada. Porque quizás algunas pocas personas estaban al tanto de estos datos, pero incluso era posible que estos académicos no supieran de las búsquedas de los otros. Así que sería importante hacer que las personas estuvieran en conocimiento de esto. Y como psicólogo, quería tratar de explicar no sólo por qué la gente era tan violenta en el pasado, sino cómo fue que logramos reducir la violencia hasta el presente. Ese fue mi libro Los ángeles que llevamos dentro. Después de publicarlo me di cuenta que no sólo en la violencia ha habido progreso, sino que también en el aumento de la esperanza de vida. Esta solía ser de alrededor de 30 años; hoy en países desarrollados es alrededor de 80 años, e incluso a nivel mundial es más de 72 años.

¿Qué otros indicadores vio mejorando?

La pobreza extrema solía representar al 90% de la humanidad: hoy es menos del 9%. Alrededor de un 50% de la población mundial estaba alfabetizada, ahora más del 80% lo está. Así que, medida tras medida, hay una mejora de la cual no estaba consciente.

Usted define el concepto de progresofobia, fobia al progreso, que también tiene consecuencias políticas, porque crea una idea falsa de que todo es malo. Así es como Donald Trump usó ese tipo de narrativa, ¿no?

Es así, la progresofobia, en parte, proviene del fenómeno que conversamos antes, donde nuestra impresión del mundo está determinada por narrativas, imágenes e historias, en vez de datos. También es porque entre mucha gente que escribe sobre el mundo -intelectuales, profesores, críticos, editorialistas y periodistas-, existe cierta rivalidad, y criticar el presente también es una manera de criticar a tus rivales. A los políticos, tecnólogos, líderes militares….

¿Qué más explica esto?

Bueno, la mayoría de la gente que escribe artículos, no son responsables de que corra agua limpia por las cañerías, o de que los alcantarillados se lleven los residuos, o de proporcionar electricidad a los hogares, o de financiar escuelas. Así que es muy fácil criticar a aquellos que no lo están haciendo tan bien como soñamos. Siempre existe un incentivo de criticar, en las sociedades contemporáneas, a otras élites.

La revuelta en el Capitolio, en enero de 2021. FOTO: REUTERS/Stephanie Keith

¿Qué consecuencias hay?

Creo que existen consecuencias perniciosas de no estar al tanto de nuestro progreso. Una de ellas es el fatalismo. Si todos nuestros esfuerzos en hacer que el mundo sea un mejor lugar han fallado, entonces ¿por qué molestarnos siquiera? Si todo va a seguir empeorando, independiente de lo que hagamos, entonces disfrutemos, tomemos lo que podamos… Y la otra naturaleza hacia la cual sentirse atraído es el radicalismo.

¿Cómo opera ese radicalismo?

Principalmente así: si todo el sistema está fallando y está corrupto, y no puede ser corregido, entonces simplemente destrocemos todo, porque cualquier cosa que salga de estos escombros va a ser mejor que lo que tenemos ahora. Así es como tenemos a la izquierda, llamados para desmantelar el sistema, destrozar la máquina, desfinanciar a la policía. Y a la derecha tenemos demagogos que dicen: “yo puedo arreglarlo, déjenme drenar el pantano, dénme poder”, lo que puede ser corrosivo para las instituciones y la democracia liberal, y para los intentos por identificar problemas y resolverlos.

¿Por eso, a su juicio, estamos viendo tendencias a liderazgos antidemocráticos y populistas, que están debilitando la democracia?

Es difícil saber cuáles son las tendencias, porque por supuesto que en Estados Unidos probamos con nuestro populista autoritario, y luego vimos lo que ocurrió, y vimos que estaríamos mejor sin él, y podría ocurrir lo mismo que en Brasil o India. Especialmente cuando hay una crisis que depende del conocimiento, la planificación, de la ciencia. Y si los populistas anti-intelectuales son debidamente responsabilizados por la respuesta ante los desastres, entonces quizás algo de esto podría enviar al populismo autoritario hacia el sentido contrario. Pero, en parte, es porque la gente no está consciente del progreso que se ha logrado. En parte es porque los sistemas electorales favorecen a las áreas más rurales, sobre-representan ciertas partes de la población que han sido dejadas de lado tanto por a los cambios políticos -como el empoderamiento de minorías, de las mujeres- y también por algunos de los cambios económicos que han tendido a concentrar la riqueza en ciudades -y las ideas y tecnología también-, en vez de enfocarse en sectores agrícolas, en fábricas.

“La historia no es inevitable”

También podría argumentarse que el hecho de que las cosas estén mejor no implica que todo esté bien…

Claro. El hecho de que exista progreso, no significa que no haya problemas, siempre hay nuevos problemas: la pandemia es el ejemplo más grande. Así es que siempre tiene que existir un gobierno y otras instituciones que puedan responder ante nuevas crisis, nuevas emergencias, nuevos cambios. Y a veces las instituciones no van a la par.

No proveen las soluciones…

Claro. Debido a que la automatización y la globalización han dejado a gente detrás, han surgido revueltas económicas. Y los gobiernos todavía no han descifrado cómo lidiar con el hecho inevitable de que las fábricas van a mudarse a Bangladesh, Vietnam, Indonesia y China. Y que van a tener a personas desempleadas en las Américas.

¿Piensa que el Covid está cambiando mucho el progreso del mundo sobre el cual escribió? ¿Habrá un nuevo momento?

Bueno, ciertamente el cambio (del que escribí) se refiere a un par de años atrás; porque muchas de las mediciones de bienestar van a retroceder debido al Covid. La longevidad, la prosperidad, por ejemplo. Cuando la vacunación se convierta en algo casi universal, si es que llega a ser así, entonces es posible que el mundo salga más fortalecido. No es una garantía, nada es una garantía, pero las tecnologías que desarrollaron las vacunas para el Covid, especialmente las vacunas con ARNm, es posible que se puedan aplicar para combatir una variedad de enfermedades… Quizás, un resultado de esto sea un renovado aprecio por las organizaciones internacionales y por la ciencia. A los virus no les importan las fronteras nacionales, lo que comienza en Sudáfrica podría terminar en las Américas o en India. Debido a que a las tecnologías, como las vacunas, tampoco le importan las fronteras, así que esto podría resultar en un sistema fortalecido, de organizaciones internacionales que monitoreen el potencial de futuras pandemias, que puedan distribuir vacunas y medicamentos de manera rápida para beneficio del mundo entero. Nuevamente sigo usando palabras como “podría” y “tal vez”, porque nada es inevitable en la historia. Es una oportunidad, no una inevitabilidad.

Foto: AFP

La cooperación pacífica mundial sería evidentemente lo mejor, pero el mundo no ha funcionado de esa manera…

No suficientemente bien. Existen esfuerzos para lograr la colaboración mundial, como el Acuerdo de París -que no ha sido suficiente, pero fue un hito. El compartir fármacos antirretrovirales para el VIH, que comenzó hace aproximadamente 15 años, es otro ejemplo. Incluso Naciones Unidas, que tienen una trayectoria con resultados mixtos, merecen algo de crédito por la reducción en guerras, particularmente entre países, que han seguido disminuyendo… Hay fuerzas que siempre empujan a la humanidad hacia el retroceso: las enfermedades, la contaminación y la naturaleza humana. Pero existen instituciones que intentan lograr pequeños incrementos en el progreso, en contra de estas fuerzas devastadoras. Y, como hemos visto, pueden triunfar. Nosotros sí vivimos más que nuestros padres y abuelos…

¿Qué es lo que piensa con respecto al ascenso del populismo, y las interpretaciones de que esto es causado por este mundo de “ganadores” y “perdedores”, y donde estos últimos comienzan a sentirse muy atraídos hacia este tipo de líderes definidos como “anti-elites”?

Creo que, ciertamente, esa es gran parte de la explicación con respecto al ascenso del populismo autoritario. Y lo que hemos estado viendo en EE.UU. durante los últimos meses -y lo que podíamos ver en muchos países durante la segunda mitad del siglo 20-, es que los gobiernos sabios podían calmar parte de estas molestias y descontento, al entregar beneficios a las personas. Y que los mercados y el capitalismo, que son enormemente beneficiosos, no bastan por sí solos. Porque cada democracia exitosa y próspera también ha expandido su red de protección social, su redistribución… Y estos son los países de la OCDE.

¿Cómo ha visto la situación chilena, parte de la OCDE, pero con problemas justamente de desigualdad y distribución?

Chile es interesante …Y, a la vez, es desconcertante lo que pasó ahí. El estallido social en 2019, a pesar de que -al menos para los estándares latinoamericanos-, Chile es posiblemente el país más exitoso de la región. Pero Chile está detrás de muchos países de la OCDE en monto de beneficios sociales y redistribución. Y existe un proceso, donde a medida que los países se enriquecen más, redistribuyen más. Y los países que tienen la mayor libertad de mercado y mucha prosperidad, como los Países Bajos, como Escandinavia, también tienen mucho gasto social y mucha redistribución. Y quizás cada país, para hacer a todos más ricos, necesita mercados y libertad económica y capitalismo, pero siempre hay perdedores, y los perdedores en la competencia económica, tienen que ser compensados. Tienen que existir mecanismos que (hagan que) se comparta la riqueza de las economías de mercado de una manera más amplia. Chile quizás podría estar detrás de esa curva, debajo de la media.

Por último, usted fue elegido hace un tiempo como “Humanista del Año”. ¿Cuál es la importancia del humanismo hoy?

El humanismo simplemente lo defino como un sistema moral y ético que no depende de creencias sobrenaturales (creencias en almas, espíritus y dioses), sino en éticas basadas en el sufrimiento y florecimiento humanos, que nadie puede negar. Todos sabemos que los seres humanos pueden sufrir y todos sabemos que los seres humanos pueden ser felices, pueden llorar, pueden morir, pueden estar saludables, pueden estar enfermos, eso no ha cambiado. Eso es lo que yo considero el alma del humanismo, si es que puedo usar esa expresión.

¿Qué aprendió sobre el humanismo después de haber vivido bajo el mandato de Trump?

Lo que Trump me recordó es que el humanismo no es particularmente natural, o intuitivo. Uno podría pensar que todos queremos que la mayor cantidad de personas sea tan feliz y tan saludable como sea posible, que todos estamos de acuerdo en que ese es el propósito de la moral, de la ética y también del gobierno, pero la respuesta es no. Tenemos instintos muy fuertes hacia el tribalismo, hacia favorecer lo que lleve al poder y gloria de nuestra propia coalición o grupo, hacia el autoritarismo, depositando poder en algún jefe fuerte y carismático; y hacia el pensamiento mágico, en pensar que lo que decimos que es verdad, se convierte en la realidad. Lampadia




Cuidado con entender las cosas al revés

Cuidado con entender las cosas al revés

En esta entrega, seguimos con el análisis sobre el progreso de Rafael Rincón-Urdaneta de la Fundación para el Progreso (FPP) – Chile. (Ver en Lampadia: ¿Hemos progresado o seguimos igual?).

Centraremos el tema en los prejuicios o ideas preconcebidas, que crean un falso sentido común.

Rincón-Urdaneta se pregunta porqué las personas opinan sobre la realidad de manera tan diversa y hasta opuesta, siendo que muchas veces existen evidencias de una realidad concreta. Al respecto, como cita el autor del análisis, el campeón en promover lecturas correctas de la realidad, basadas en datos concretos, fue Hans Rosling.

Ver en Lampadia:

En eso de sembrar noticias falsas o distorsionar la realidad, el ejemplo más claro es el mito de que cada día los ricos se hacen más ricos y los pobres más pobres. Pero la realidad dice otra cosa. Ver el siguiente gráfico de Hans Rosling:

En el gráfico podemos ver que cuando la población mundial era de 4,000 millones de personas, los pobres eran 2,000 millones, el 50%. Pero ahora, en el siglo XXI, la población supera los 7,000 millones de personas y los pobres son el 12%. (El 9.6% según otras fuentes).

En el caso del Perú, se escucha frecuentemente decir que, con todo el crecimiento económico de los últimos años no se ven mejoras de los ciudadanos comunes. Para contradecir este mito, basta preguntarse que ha sucedido para que la pobreza descienda de casi 60% a 20%. ¿No ha sido consecuencia del crecimiento?

Esta suerte de síndrome cognitivo enturbia varios procesos, pero especialmente la política y la percepción de las políticas públicas. Por ello seguiremos presentando las siguientes entregas.

Progreso: cuestión de criterios y razón
Fundación para el Progreso (FPP) – Chile
Junio 2019
Rafael Rincón-Urdaneta Z.
Glosado por Lampadia

¿Por qué las personas tienen tan distintos diagnósticos y opiniones sobre el estado del mundo y el progreso de la humanidad? ¿Qué conceptos, criterios e ideas pueden ayudar a lograr una evaluación más precisa y una reflexión más inteligente sobre nuestro porvenir, apartando los prejuicios y combatiendo la ignorancia para aproximarnos más racionalmente a la realidad? Esta serie de Rafael Rincón-Urdaneta Z., Director de Estrategia y Asuntos Globales de FPP, ha sido elaborada con vocación de sentido común y pensamiento crítico. Y propone algunas claves útiles para estudiantes, profesores, analistas y líderes, entre otros. En esta segunda entrega veremos algunos criterios esenciales para evaluar el estado y el progreso del mundo.

Imaginen esta escena: Una paciente sin nombre se encuentra en el hospital en un estado gravísimo. Delira y tiene espasmos. Está fría y pálida. Urge adoptar medidas para salvarle la vida. Han llegado los resultados de los exámenes —análisis de sangre, radiografías, ecografías y tal— y se reúne el equipo de atención para decidir sobre los pasos a seguir. Pero hay un problema: solo un profesional de la medicina, el Dr. Rosling, es parte del grupo. El resto está conformado por personas de una diversidad absurda, o cuando menos disfuncional para el caso. Hay un sacerdote especialista en exorcismos, para quien la pobre mujer, como Linda Blair encarnando a Regan en la película El Exorcista, está poseída por Lucifer. ¡Vade retro Satanás! También hay un santero, coincidente en lo de la posesión, pero convencido de que el bicho es otro, un espíritu maligno de poca monta. Así que propone invocaciones diferentes para expulsar al indeseable inquilino. El otro miembro del tragicómico conjunto es una activista anti-vacunas y rabiosa opositora a la medicina científica. Su advertencia: tendrá que pasar sobre su cadáver quien intente acercarle una jeringa o algún fármaco a la desdichada paciente, que a estas alturas convulsiona mientras el exorcista la mira esperando que levante vuelo o tuerza el cuello. Los últimos miembros son un homeópata, un aprendiz de naturista con un manojo de hierbas bajo el brazo y un joven chofer de la funeraria que se equivocó de puerta y no tiene la menor idea de qué hace allí.

La discusión es de película y nadie está de acuerdo en el diagnóstico, menos aún en el tratamiento. Todos hablan jergas de oficio diferentes —el de la funeraria solo pregunta repetidamente a quién tiene que llevarse— y ni siquiera los exámenes con las pistas necesarias han ayudado a consensuar un curso de acción. Cada cual tiene una interpretación distinta de la realidad. El Dr. Rosling, desesperado, impotente y a punto de un ataque, agita los exámenes en el aire y llama a seguridad. ¿Creen que la dama en angustioso sufrimiento salga de esta? Si pudieran, ¿a quién le confiarían la autoridad para hacerse cargo?

Si Ud., como yo, le ha dado el mando al Dr. Rosling es porque valora el conocimiento, la ciencia y la razón. Y sabe que la primera información que tiene a mano es el cuadro visible —y penoso— de la mujer agonizante, los exámenes médicos y años de estudio y experiencia. Añada Google, inteligencia artificial y lo que quiera, pero lo primero es la vocación crítica y científica frente al problema.

El nombre de nuestro galeno no es casual. Es un homenaje a Hans Rosling (1948-2017), sueco, médico, fundador de Gapminder y autor del libro Factfulness[1], publicado en 2018 después de su temprano fallecimiento en pleno auge de su fama. Y viene a cuento en esta entrega porque uno de sus grandes aportes en vida fue combatir la ignorancia con una visión del mundo basada en hechos, en evidencia. Para esta serie sobre el progreso, de esta historia, del legado de Hans Rosling y de lo que he visto en las salas de clase como profesor universitario, quisiera rescatar justamente esa forma de ver y abordar las cosas. Y proponer, entre otros posibles, unos cinco hábitos y criterios de análisis que nos evitarán exabruptos, vergüenzas y situaciones no muy lejanas de nuestra caricaturesca y absurda escena hospitalaria.

[Líneas abajo compartimos el primer criterio de análisis]

Cuidado con las ideas preconcebidas

¿Cuántas veces no ignoramos planteamientos contrarios a nuestras creencias, o descartamos una prueba que atenta contra una idea preconcebida, fija en nuestras cabezas? Hace un tiempo atrás en Malmö, Suecia, en una conversación con Johan Norberg, el autor de Progreso: 10 razones para mirar al futuro con optimismo, surgió este tema. «Es increíble la cantidad de gente que realmente cree que los ricos son cada vez más ricos y los pobres son cada vez más pobres», dijo. «La verdad es que la primera parte de esa afirmación es cierta, pero la segunda está completamente equivocada», completó enfáticamente. Y así explicó cómo el mundo se ha enriquecido, y cómo particularmente la población más necesitada lo ha hecho a gran velocidad. Y es que, si en 1820 más o menos 94% del mundo vivía en extrema pobreza y en 1990 la proporción era de 34%, para luego llegar a un 9.6% en 2015, pues no hay manera de sostener que los pobres son cada vez más pobres.

Más aún, un estudio de Brookings Institution titulado A global tipping point: Half the world is now middle class or wealthier, a cargo de Homi Kharas y Kristofer Hamel, dice que para septiembre de 2018, según sus cálculos, más de 50% de la población mundial —unos 3,8 mil millones de personas— vivía en hogares con gastos discrecionales suficientes como para ser considerados de «clase media» o «ricos».[2]

Así, el rezo de que los ricos son cada vez más ricos y que los pobres van de mal en peor es simplemente una idea preconcebida, una de esas que se graban en la mente con la misma facilidad que se graban —y repiten— los eslóganes.

Hay algunas ideas preconcebidas que caen con «trampas» diseñadas para confrontar a las personas consigo mismas y hasta con el sentido común. En una universidad chilena, en las clases de una asignatura sobre política e instituciones que yo dirigía como profesor, solíamos discutir sobre los mejores y peores sistemas políticos y económicos, y sobre los países más prósperos y prometedores para vivir. Había en el ambiente un cierto sentimiento —muy de estos tiempos— anticapitalista, receloso del libre mercado y antiliberal. O «anti-neoliberal», para usar el término popular. Así que les planteaba «maliciosamente» un ejercicio, una situación ficticia en la que los estudiantes debían listar unas 5 o 10 alternativas de países a donde emigrarían en caso de que tuvieran que hacerlo, como hoy lo hacen los venezolanos huyendo de la hecatombe chavista. Los resultados eran perfectamente predecibles: Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Australia, Japón, Nueva Zelanda, Suiza, Dinamarca, Noruega, Alemania, Estonia, Suecia, los Países Bajos… y así. Era como leer los primeros lugares de los índices de libertad económica de Fraser Institute o Heritage Foundation. La «trampa» es efectiva y los resultados demoledores. El desconcierto era general.

Esto de las ideas preconcebidas podemos extenderlo a muchas situaciones y temas. A veces las personas creen y repiten irreflexivamente lo que escuchan o leen, o están predispuestas a pensar que las cosas están o estarán peor de lo que demuestra la realidad, sea por generalizaciones, por proyecciones de sus experiencias o por sesgos ideológicos. O acaso por pura y simple deshonestidad intelectual. Así, abrir la mente a la posibilidad de que los hechos vayan contra lo que pensamos, o a que nos veamos descubiertos actuando en dirección opuesta a lo que profesamos, es el primer hábito útil para analizar el mundo con claridad. Algo parecido sugiere el Prof. Steven Pinker, citado en la primera entrega de esta serie, en el capítulo sobre la «progresofobia» de su libro En defensa de la ilustración. Lampadia

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Bibliografía:

[1] El título completo del libro es Factfulness: Diez razones por las que estamos equivocados sobre el mundo. Y por qué las cosas están mejor de lo que piensas.

[2] Kharas, H. y Hamel K. (2018). A global tipping point: Half the world is now middle class or wealthier. Brookings Institution. Recuperado el 29 de julio de 2019. Disponible en: https://www.brookings.edu/blog/future-development/2018/09/27/a-global-tipping-point-half-the-world-is-now-middle-class-or-wealthier/




Un mundo de abundancia

Un mundo de abundancia

Ayer, Peter Diamandis, dio una charla “Una mirada al Futuro”, organizado por Inversiones Sura, en la cual ofreció una mirada inspiradora y optimista sobre el futuro de la humanidad. Según el expositor, con la tecnología exponencial y la innovación, se resolverán los grandes desafíos de la humanidad y se creará un futuro de abundancia.

Fuente: preorderhuaweip9.com

Diamandis es presidente y co-fundador de Singularity University (SU), de Silicon Valley, junto al emprendedor futurista Ray Kurzweil. Además, preside la fundación ‘X Prize’,que busca inspirar, educar y proveer herramientas a emprendedores y empresarios. El principal objetivo de SU es: promover emprendimientos que impacten positivamente en la vida de mil millones de personas.

Un mundo de abundancia

Dimandis, citando algunos extractos de su libro ‘Abundance: The Future Is Better than You Think, (Abundancia: El futuro es mejor de lo que piensas), que escribió con el periodista Steven Kotler, asegura que a pesar de que se piense que el mundo está cada vez peor, la verdad es que el mundo está mucho mejor que nunca.

Explicó que la pobreza extrema ha disminuido más en los últimos 50 años que en los 500 anteriores. De hecho, durante los últimos 50 años, mientras que la población en la Tierra se ha duplicado, el ingreso promedio per cápita alrededor del mundo (ajustado por inflación) se ha triplicado.

No solo somos más ricos que nunca, también estamos más sanos. Durante el último siglo, la mortalidad materna ha disminuido en un 90 % y la mortalidad infantil en un 99 %, mientras que la duración media de la vida humana se ha más que duplicado.

En cuanto a las muertes violentas,  como explica Steven Pinker, desde la Edad Media, la violencia en el mundo ha estado en constante declive. Así que no solo somos más saludables, también estamos más seguros, a pesar de la sensación en contrario.

Una mirada al futuro

Diamandis considera que en los próximos 30 años nos dirigiremos a un mundo de abundancia en el que podremos satisfacer las necesidades básicas de cada hombre, mujer y niño.

A través de avances en tecnologías de crecimiento exponencial como inteligencia artificial, impresión 3D, Big Data, biología sintética y nanotecnología, se democratizará y universalizará el acceso a energía, alimentos, atención médica eficiente y efectiva y una educación que empodere las mentes de los jóvenes en todo el mundo.

Este proceso, que acelerará el incremento del bienestar producido durante los últimos 30 años (ver: Indicadores de la Historia del Bienestar), permitirá que la humanidad, con una población de 9 a 10 mil  millones de habitantes, tenga una calidad de vida que hoy todavía no imaginamos.

Una gran preocupación proviene del potencial de un nivel de desempleo tecnológico significativo. McKinsey & Co. predice que el 45% de los empleos actuales se perderán automáticamente en solo 20 años. Según Diamandis, lo que realmente preocupa es la velocidad del cambio que viene.

Diamandis busca ayudar a construir un “puente hacia la abundancia”. Para ayudar a superar los desafíos que enfrentaremos en los próximos 10-30 años. A más largo plazo, la sociedad se adaptará y los humanos se asociarán y se fusionarán con la tecnología para reorganizarse, evolucionar y convertirse en mejores trabajadores.

¿Qué tienen que hacer nuestros líderes para que estemos preparados?

Diamandis explicó que los seres humanos pensamos de forma lineal, pero el nuevo mundo q2ue nos ofrece la revolución tecnológica se basa en tecnologías exponenciales, y las mejoras que traerán se acelerarán exponencfialmente.

Los emprendedores exponenciales de hoy. Startups de Silicon Valley y de otros centros de innovación en India e Israel, entre otros, quieren cambiar el mundo y se adaptan ágilmente al cambio.

Lamentablemente, el mundo está gobernado por políticos que están lejos de tener un pensamiento exponencial, o de entenderlo, y más bien son un impedimento para que este proceso se dé de la mejor forma.

Los beneficios de las tecnologías exponenciales se irán sumando, sin que sean aparentes en el corto plazo, el espacio de vida de los políticos, especialmente, el de los políticos populistas, que están invadiendo todas las posiciones de poder.

Estas amenazas al status quohace que muchos gobiernos pongan obstáculos (el gran ejemplo es Uber).Además, cuando el gobierno no puede entender el impacto de una nueva tecnología en la sociedad, su primera reacción es detenerse y poner más trabas para intentar ralentizar la velocidad de los cambios.

Vivimos en la época más emocionante de nuestra historia. A medida que avanzamos hacia este futuro, vamos a estar alterando muchas industrias y creando más oportunidades de desarrollo. Para lograrlo, debemos generar la mayor cantidad posible de riqueza en el menor plazo posible e invertir todo lo que podamos en educación, capacitación e innovación.

Para esto, tenemos que eliminar la incompatibilidad actual que existe ente el pensamiento linear de los políticos actuales y el pensamiento exponencial de los grandes emprendedores que surgen todos los días, y así aprovechar las infinitas oportunidades que nos ayuden a lograr un crecimiento duradero, que financie la agenda social y de gobierno y, que genere buen empleo y buenos ingresos para todos los peruanos.

Cada día será más difícil remontar nuestras brechas de desarrollo. Es hora de adoptar la visión correcta, despolitizada y con un enfoque estratégico dirigido al desarrollo integral, sostenible y duradero. Lampadia




“LOS PROGRESISTAS DETESTAN EL PROGRESO”

Datos demasiado grandes para el formato del archivo




¿Vamos hacia el fin de la preeminencia de los grupos de identidad?

Steven Pinker, el científico cognitivo de Harvard retwitteó un último artículo de Mark Lilla, profesor de humanidades de Columbia University, sobre la fijación de la sociedad estadounidense con los grupos de identidad, en el que afirma que esta tendencia estaría acercándose a su fin.

Fuente:  desnaturalizandolocotidiano.blogspot.com

Lilla indica que Hillary Clinton perdió la elección por su fijación de comunicarse con las minorías identitarias llamando explícitamente a los afroamericanos, latinos, LGBT y a las mujeres votantes. Dice que fue un error estratégico. “Si vas a mencionar grupos en EEUU, es mejor mencionarlos a todos. Si no se hace, los excluidos lo notarán y se sentirán excluidos.”.

Agrega Lilla: “Pero la fijación con la diversidad en nuestras escuelas y en la prensa ha producido una generación de liberales y progresistas narcisisticamente inconscientes de condiciones ajenas a sus grupos autodefinidos e indiferentes a la tarea de llegar a los estadounidenses en todos los ámbitos de la vida. A una edad muy temprana, nuestros niños se animan a hablar de sus identidades individuales, incluso antes de tenerlas”.

La elección de Trump, que no optó por el lenguaje políticamente correcto de comunicarse preferentemente con las minorías representativas de dichos grupos, estaría marcando el final de esta tendencia que en los últimos años sesgó el diálogo social poniendo por delante de la identidad nacional, la pertenencia a grupos minoritarios más dedicados a la exigencia de derechos al resto de la sociedad, sin la contraparte de los consiguientes deberes.

Efectivamente, todo exceso es pernicioso. En el Perú, sigue siendo muy importante consolidar nuestra identidad nacional, por ello nos parece que vale la pena leer el siguiente artículo.

El fin del liberalismo identitario

Nuestra fijación con la diversidad nos costó esta elección – y más

Mark Lilla,
The New York Times
18 de noviembre de 2016
Retwitteado ​por Steven Pinker, científico cognitivo de Harvard
Traducido y glosado por Lampadia

Fuente:  www.joannejacobs.com

Es un truismo que Estados Unidos se haya convertido en un país más diverso. También es algo hermoso de mirar. Los visitantes de otros países, especialmente aquellos que tienen problemas para incorporar a diferentes grupos étnicos y religiones, se asombran de que logremos hacerlo. No perfectamente, por supuesto, pero ciertamente mejor que cualquier nación europea o asiática. Es una extraordinaria historia de éxito.

Pero, ¿cómo es que esta diversidad debería dar forma a nuestra política? La respuesta liberal estándar durante casi una generación ha sido que debemos tomar conciencia y “celebrar” nuestras diferencias. Lo cual es un espléndido principio de pedagogía moral, pero desastroso como fundamento de política democrática en nuestra era ideológica. En los últimos años, el liberalismo estadounidense ha caído en una especie de pánico moral acerca de la identidad racial, de género y sexual que ha distorsionado el mensaje del liberalismo y le ha impedido convertirse en una fuerza unificadora capaz de gobernar.

Una de las muchas lecciones de la reciente campaña presidencial y su repugnante resultado es que se debe poner fin a la era del liberalismo identitario. Hillary Clinton estaba en su mejor momento cuando habló sobre los intereses estadounidenses en los asuntos mundiales y cómo se relacionan con nuestra comprensión de la democracia. Pero cuando se trataba de la vida en casa, ella perdía esa gran visión y se deslizaba en la retórica de la diversidad, llamando explícitamente a los afroamericanos, latinos, L.G.B.T. y a las mujeres votantes. Fue un error estratégico. Si vas a mencionar grupos en EEUU, es mejor mencionarlos a todos. Si no se hace, los excluidos lo notarán y se sentirán excluidos. Que, como muestran los datos, fue exactamente lo que sucedió con la clase obrera blanca y los que tienen fuertes convicciones religiosas. Dos tercios de los votantes blancos sin títulos universitarios votaron por Donald Trump, al igual que más del 80 por ciento de los evangélicos blancos.

La energía moral que rodea la identidad tiene, por supuesto, muchos efectos positivos. La acción afirmativa ha reformado y mejorado la vida corporativa. Black Lives Matter ha emitido una llamada de atención a cada estadounidense con conciencia. Los esfuerzos de Hollywood para normalizar la homosexualidad en nuestra cultura popular ayudaron a normalizarla en las familias americanas y en la vida pública.

Pero la fijación con la diversidad en nuestras escuelas y en la prensa ha producido una generación de liberales y progresistas narcisisticamente inconscientes de condiciones ajenas a sus grupos autodefinidos e indiferentes a la tarea de llegar a los estadounidenses en todos los ámbitos de la vida. A una edad muy temprana, nuestros niños se animan a hablar de sus identidades individuales, incluso antes de tenerlas. En el momento en que llegan a la universidad, muchos asumen que el discurso de la diversidad agota el discurso político y tienen escasamente poco que decir sobre cuestiones tan perennes como la clase, la guerra, la economía y el bien común. En gran parte esto se debe a los currículos de historia de la escuela secundaria, que anacrónicamente proyectan la política de identidad de hoy al pasado, creando una imagen distorsionada de las principales fuerzas e individuos que dieron forma a nuestro país. (Los logros de los movimientos por los derechos de las mujeres, por ejemplo, eran reales e importantes, pero no pueden comprenderlos si no comprenden primero el logro de los padres fundadores en el establecimiento de un sistema de gobierno basado en la garantía de derechos).

Cuando los jóvenes llegan a la universidad, se les anima a mantener este enfoque en sí mismos por parte de grupos de estudiantes, miembros de la facultad y también administradores cuyo trabajo a tiempo completo es tratar – y aumentar el significado de – “cuestiones de diversidad”. Los medios de comunicación hacen un gran show de burlarse de la “locura del campus” que rodea estos temas, y más a menudo que no, tienen razón. Algo que luego es utilizado por los demagogos populistas que quieren deslegitimar el aprendizaje a los ojos de aquellos que nunca han pisado un campus. ¿Cómo explicarle al votante promedio la supuesta urgencia moral de darles a los estudiantes universitarios el derecho de elegir los pronombres de género designados para ser utilizados al abordarlos? ¿Cómo no reír junto con esos votantes sobre el bromista de la Universidad de Michigan que escribió en “Su Majestad”?

Esta conciencia de diversidad en el campus se ha filtrado a través de los años en los medios liberales, y no sutilmente. La acción en nombre de las mujeres y las minorías en los diarios y los organismos de difusión de Estados Unidos ha sido un extraordinario logro social, e incluso ha cambiado, literalmente, el rostro de los medios de comunicación de derecha, ya que periodistas como Megyn Kelly y Laura Ingraham han ganado prominencia. Pero también parece haber alentado la hipótesis, especialmente entre los periodistas y editores más jóvenes, de que simplemente centrándose en la identidad hacen su trabajo.

Recientemente realicé un pequeño experimento durante un año sabático en Francia: Durante un año completo leí sólo publicaciones europeas, no americanas. Mi pensamiento era tratar de ver el mundo como lo hicieron los lectores europeos. Pero fue mucho más instructivo regresar a casa y darme cuenta de cómo el lente de la identidad ha transformado la información estadounidense en los últimos años. Cuán a menudo, por ejemplo, las historias en el periodismo americano – sobre el “primer X para hace Y” – se dice y recuenta. La fascinación con el drama de la identidad ha afectado incluso a la media extranjera. Por muy interesante que sea leer, digamos, sobre el destino de las personas transgénero en Egipto, no contribuye nada a educar a los estadounidenses sobre las poderosas corrientes políticas y religiosas que determinarán el futuro de Egipto e indirectamente el nuestro. Ningún centro de noticias importante en Europa pensaría en adoptar tal enfoque.

Pero es en el plano de la política electoral que el liberalismo de la identidad ha fracasado de manera espectacular, como acabamos de ver. La política nacional en períodos sanos no se refiere a la “diferencia”, sino en las cosas en común. Y estará dominado por quien capte mejor la imaginación de los estadounidenses acerca de nuestro destino compartido. Ronald Reagan lo hizo muy hábilmente. Así también lo hizo Bill Clinton, quien tomó una página del libro de Reagan. Se apoderó del Partido Demócrata, concentró sus energías en programas nacionales que beneficiarían a todos (como el seguro médico nacional) y definió el rol de Estados Unidos en el mundo posterior a 1989. Al permanecer en el cargo por dos mandatos, fue capaz de lograr mucho por los diferentes grupos de la coalición demócrata. La política de identidad, por el contrario, es en gran medida expresiva, no persuasiva. Es por eso que nunca gana elecciones, pero si puede perderlas.

El recién descubierto, casi antropológico, interés de los medios en el enojado hombre blanco revela tanto sobre el estado de nuestro liberalismo como sobre esta figura tan malintencionada y antes ignorada. Una interpretación liberal conveniente de la reciente elección presidencial sería que Trump ganó en gran parte porque logró transformar la desventaja económica en rabia racial – la tesis “whitelash”. Esto es conveniente porque sanciona una convicción de superioridad moral y permite a los liberales ignorar lo que muchos votantes dijeron que eran sus preocupaciones primordiales. También alienta la fantasía de que la derecha republicana está condenada a la extinción demográfica a largo plazo, lo que significa que los liberales sólo tienen que esperar. El sorprendentemente alto porcentaje del voto latino que fue para Trump debe recordarnos que mientras más tiempo pasan en este país los grupos étnicos, más políticamente diversos se vuelven.

Finalmente, la tesis del whitelash es conveniente porque absuelve a los liberales de no reconocer cómo su propia obsesión con la diversidad ha alentado a los americanos blancos, rurales y religiosos a pensar en sí mismos como un grupo desfavorecido cuya identidad está siendo amenazada o ignorada. Tales personas no están reaccionando contra la realidad de nuestra diversa América (tienden, después de todo, a vivir en áreas homogéneas del país). Pero están reaccionando contra la retórica omnipresente de la identidad, que es lo que ellos quieren decir con “políticamente correcto”. Los liberales deben tener en cuenta que el primer movimiento de identidad en la política estadounidense fue el Ku Klux Klan, el cual aún existe. Los que juegan al juego de la identidad deben estar preparados para perderlo.

Necesitamos un liberalismo post-identidad, y debe aprender de los éxitos pasados ​​del liberalismo pre-identidad. Tal liberalismo se concentraría en ampliar su base apelando a los estadounidenses como estadounidenses y enfatizando los asuntos que afectan a una gran mayoría de ellos. Hablaría a la nación como una nación de ciudadanos que están en esto juntos y deben ayudarse unos a otros. En cuanto a los temas más específicos, que están altamente cargados simbólicamente y pueden alejar a potenciales aliados, especialmente aquellos que tocan temas de sexualidad y religión, tal liberalismo funcionaría en silencio, con sensibilidad y con un sentido apropiado. (Parafraseando a Bernie Sanders, Estados Unidos está cansado de oír hablar de los malditos baños de los liberales).

Los profesores comprometidos con ese liberalismo volverían a centrar la atención en su principal responsabilidad política en una democracia: formar ciudadanos comprometidos conscientes de su sistema de gobierno y de las principales fuerzas y acontecimientos de nuestra historia. Un liberalismo post-identidad también enfatizaría que la democracia no es sólo acerca de los derechos; también confiere obligaciones, como la obligación de mantenerse informado y de votar. Una prensa liberal post-identidad comenzaría a educarse sobre partes del país que han sido ignoradas, y sobre lo que allí importa, especialmente la religión. Y tomaría en serio su responsabilidad de educar a los estadounidenses sobre las principales fuerzas que conforman la política mundial, especialmente su dimensión histórica.

Hace algunos años fui invitado a una convención sindical en Florida para hablar en un panel sobre el famoso discurso de cuatro libertades de Franklin D. Roosevelt de 1941. El salón estaba lleno de representantes de los capítulos locales: hombres, mujeres, negros, blancos y latinos. Comenzamos cantando el himno nacional, y luego nos sentamos a escuchar una grabación del discurso de Roosevelt. Cuando miré hacia la multitud y vi la variedad de diferentes caras, me sorprendió lo concentrados que estaban en lo que compartían. Y escuchando la agitada voz de Roosevelt mientras invocaba la libertad de expresión, la libertad de culto, la libertad de la deseo  y la libertad de temer – las libertades que Roosevelt exigía para “todos en el mundo” – me recordaron cuales eran los verdaderos fundamentos del liberalismo americano moderno.

Mark Lilla, profesor de humanidades en Columbia y académica en la Fundación Russell Sage, es la autora del reciente libro, “The Shipwrecked Mind: On Political Reaction”.

Lampadia