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La encrucijada del comercio internacional

El 2016 se caracterizó por algunas derrotas del libre comercio y una mayor tendencia anti globalización. Este año será clave para el orden económico mundial ya que el impulso hacia una mayor integración económica se ha estancado y en algunos aspectos se ha revertido. Esto es importante porque, como afirma Christine Lagarde, “el péndulo de las políticas públicas podría inclinarse en contra de la apertura económica, y si no se adoptan medidas de política contundentes, el mundo podría registrar tasas de crecimiento decepcionantes por mucho tiempo”.

Líneas abajo compartimos un ensayo colectivo de los colaboradores de Project Syndicate editado por Rohinton P. Medhora, presidente del Centro para la Innovación de la Gobernanza Internacional (CIGI). Este informe reúne los análisis de los líderes de opinión sobre la globalización y el comercio.

Como afirma Project Syndicate, “aquellos que defienden el libre comercio han perdido credibilidad con la gente que esperan persuadir”. Y esta falta de liderazgo está afectando el futuro del libre comercio, la más clara expresión de la globalización económica de las últimas décadas, que produjo los grandes avances de la humanidad en términos de reducción de la pobreza y de la desigualdad global, la mortalidad infantil, el aumento de la esperanza de vida, la emergencia de una clase media global y el crecimiento de la población mundial al doble de lo que fue hace pocas décadas, con mejor calidad de vida, salud e ingresos.

Hoy solo falta que menos de mil millones de personas salgan de la pobreza, lo que se estima pueda suceder para el 2030, de mantenerse las políticas de integración comercial. Sin embargo, si se llega a producir un retroceso de la apertura comercial por parte de los países más ricos, sus efectos en los países emergentes serían dramáticos. Como afirma Martin Wolf (Ver en Lampadia: ¿El fin de la globalización?), “Si se llega a producir un retroceso de la apertura comercial por parte de los países más ricos, sus efectos en los países emergentes serían dramáticos. Esta situación es casi el peor evento económico posible que se puede imaginar y golpearía muy duramente a los países y poblaciones más pobres del mundo.”

En el ensayo de Proyect Syndicate, se destaca la importancia de actualizar las reglas actuales de la globalización. Dani Rodrik de Harvard considera que puede ser el momento de “considerar el cambio de las reglas de la globalización en sí misma”, agregó, “para compensar a los perdedores de la globalización”, Para asegurar la paridad y la equidad entre países y sectores. Según Project Syndicate, “Ese principio es aún más importante hoy en día, cuando los avances en la automatización y las nuevas tecnologías digitales amenazan cada vez más los empleos individuales en muchos sectores.”

Project Syndicate concluye que “las conversaciones futuras sobre el comercio tendrán que dar cuenta de estos cambios que se vienen y de la transformación conceptual en curso del propio comercio”. Según Tyson y Susan Lund del McKinsey Global Institute, los “flujos digitales transfronterizos ya tienen un impacto más grande en el crecimiento económico global que los flujos tradicionales de bienes comercializados”. Esto significa que el comercio del futuro estará en ideas, es decir en propiedad intelectual; y esto distinguirá el comercio de como tradicionalmente se ha entendido.

El mundo está cambiando y, de la misma manera tenemos que adaptarnos a él. Para esto, debemos actualizar las reglas del comercio internacional y, ante todo, mantenernos integrados y predispuestos a un mundo más globalizado y más unido que nunca. Solo así podremos sacarle el provecho a las ventajas que trae el futuro. Lampadia

El Futuro Del Comercio

El resurgimiento populista del año pasado ha puesto en relieve los actuales debates sobre el comercio y las preocupaciones del público sobre el internacionalismo. ¿Pueden rescatarse los mecanismos de globalización que dieron forma a la economía mundial del siglo XX para seguir produciendo prosperidad en las próximas décadas?

Rohinton P. Medhora
Project Syndicate
30 de junio, 2017
Traducido y glosado por
Lampadia

trade agreements

Con el estímulo del presidente estadounidense Donald Trump y otros demagogos populistas, la angustia pública por la globalización se ha convertido en uno de los temas que definen nuestra época. De hecho, de todas las manifestaciones en contra de la globalización, los populistas han dirigido una especial cantidad de críticas a los acuerdos de comercio internacional. Según  Trump, los “horribles” acuerdos comerciales son la culpa de casi todo lo que está mal en el mundo de hoy.

Es cierto que el nacionalismo populista parece haber sufrido un retroceso en los últimos meses, perdiendo en las elecciones nacionales de este año en Holanda, Francia y el Reino Unido [aunque Theresa May se ha acercado bastante]. Pero la globalización no está fuera de peligro. Las preocupaciones delaopinión pública sobre el impacto de la integración económica internacional se han estado acumulando durante años y no se disiparán simplemente como resultado de unas pocas elecciones o referendos.

Los debates sobre la globalización se han centrado en los acuerdos individuales de libre comercio y en los acuerdos comerciales bilaterales, como los que existen entre Estados Unidos y China. Pero también han abordado cuestiones más abstractas, como lo que puede ser el futuro de la globalización y, específicamente, si se puede forjar un nuevo consenso mundial basado en normas para el siglo XXI.

Los comentaristas de Project Syndicate han sido los principales participantes en estos debates; y, aunque tienden a apoyar la apertura política y económica en general, y el libre comercio en particular, sus opiniones no son monolíticas. En conjunto, sus diferentes perspectivas proporcionan un pronóstico matizado no sólo para el comercio internacional, sino también para el propio internacionalismo.

Acuerdos problemáticos

Una indicación crucial de a dónde se dirige el comercio mundial fue cuando Trump asumió el cargo y retiró inmediatamente a Estados Unidos de la Asociación Transpacífica (TTP) de 12 países. Pero otra indicación vendrá más tarde este verano, señala Christopher Smart, de Harvard, ex asistente especial del presidente estadounidense Barack Obama para la economía, el comercio y las inversiones internacionales, cuando la estrategia y los objetivos de la administración Trump entren en la renegociar del Tratado de Libre Comercio de Norteamérica (TLCAN)”.

Durante su campaña electoral, Trump calificó al TLCAN como el “peor acuerdo de comercio” jamás firmado por Estados Unidos. Pero vale la pena recordar que cuando el tratado entró en vigor en 1994, fue mucho más allá de las normas y prácticas de comercio internacional vigentes en ese momento, y avanzó significativamente los objetivos del liberalismo económico. Esto fue especialmente importante para México, que señaló su intención de convertirse en una economía moderna y desarrollada. Como señala Laura Tyson, de la Universidad de California en Berkeley, “Después del paso del TLCAN en 1994, el comercio entre los Estados Unidos y México creció rápidamente”, de tal manera que hoy, “Estados Unidos y México no se limitan a intercambiar bienes entre sí; ellos están produciendo bienes entre sí”.

No es evidente que la Administración Trump entienda este hecho, sobre todo porque las cifras comerciales tienden a ocultar el impacto total de las cadenas de valor transfronterizas. Según una estimación que Tyson cita, “el 40% del valor agregado a los bienes finales que las importaciones estadounidenses de México vienen de Estados Unidos; México aporta el 30-40% de ese valor; el resto es proporcionado por proveedores extranjeros”. Cuando se considera esta dinámica de la cadena de valor, el déficit comercial de Estados Unidos con México cae a la mitad.

Y eso ni siquiera representa los millones de empleos estadounidenses que están directamente relacionados con las importaciones, señala Anne Krueger, ex economista jefe del Banco Mundial. Después de todo, “los automóviles extranjeros”, señala Krueger, “no serían vendidos [en Estados Unidos] si las piezas y los mecánicos no estuvieran disponibles”.

Si Trump impusiera un arancel más alto a las importaciones mexicanas, como ha amenazado repetidamente, las exportaciones estadounidenses de bienes intermedios a México y las exportaciones mexicanas a Estados Unidos disminuirían. El resultado, sugiere Daniel Gros, del Centro de Estudios Políticos Europeos en Bruselas, sería un mercado más pequeño para las exportaciones estadounidenses a México, insumos mexicanos más costosos en la producción estadounidense y mayores precios para los consumidores estadounidenses.

Según Frankel, estas medidas proteccionistas le han costado a los consumidores estadounidenses “unos 3,000 millones de dólares al año”, y al mismo tiempo alimentan la degradación ambiental y las pérdidas de empleos en otros sectores de la economía estadounidense.

Como señala Frankel, el acuerdo comercial (que tiene varias décadas de antigüedad) podría ser actualizado. Por ejemplo, el TLCAN no cubre actualmente el “comercio electrónico y localización de datos”, y podría hacer más por proteger el medio ambiente y los trabajadores. Además, Estados Unidos en particular se beneficiaría de los ajustes del actual sistema de resolución de disputas inversionista-estado y de una mayor protección de la propiedad intelectual (PI).

Asimismo, Smart argumenta que si Trump hubiera mantenido al TPP en el buen camino, podría haber mejorado no sólo la posición de Estados Unidos en Asia, sino también su propia posición en la renegociación del TLCAN.

Ten cuidado con lo que deseas

Esto señala las muchas consecuencias no deseadas que podrían derivarse del enfoque de Trump hacia el comercio en todo el mundo. Como advierte Stephen Roach de Yale, las apuestas son especialmente altas en el caso de China. Estados Unidos y China han tenido durante mucho tiempo lo que él llama “una relación altamente reactiva” de la codependencia económica, por lo que un movimiento equivocado podría desencadenar una destructiva espiral descendente. Keyu Jin, de la London School of Economics, ofrece un ejemplo: Si Trump actúa sobre las amenazas hechas en su campaña contra China, dice: “China podría dejar de comprar aviones estadounidenses, imponer un embargo a los productos de soya estadounidenses y descargar los títulos del Tesoro estadounidense y otros activos financieros”.

Hasta el momento, una guerra comercial entre Estados Unidos y China parece haber sido evitada, debido a la sesión del presidente chino Xi Jinping con Trump en Mar-a-Lago en abril. Pero eso no significa que los dos países no tengan fricciones en el futuro. Por otra parte, incluso sin una guerra comercial total, China podría frustrar la administración de Trump dejando que su moneda se deprecie.

Las autoridades chinas tienen todo el incentivo para hacer precisamente eso. Desde junio de 2014, señala Eswar Prasad, de la Universidad de Cornell, China ha gastado casi mil millones de dólares en apoyar el renminbi. Si Trump le da una razón para abandonar la intervención del mercado, el valor del renminbi caerá, la competitividad comercial de China aumentará y el déficit comercial de Estados Unidos con respecto a China crecerá aún más. Y, como Jin nota con ironía, nada enfurece más a Trump que el hecho de que “China exporta más a Estados Unidos que las exportaciones estadounidenses a China”.

Pero una China que ha sido innecesariamente provocada podría hacer mucho más que herir el orgullo de Trump. Kenneth Rogoff, de Harvard, por ejemplo, se preocupa de que “enormes franjas de Asia”, incluidos aliados y socios estadounidenses como Taiwán e India, ya sean “vulnerables a la agresión china”. Y, como señala Kaushik Basu de Cornell, la política exterior aislacionista de Trump alientan a China, así como a otros países emergentes como México y la India, a ser más nacionalistas y firmes.

Eso es lo último que necesita un mundo ya desordenado y multipolar. Nouriel Roubini, de la Universidad de Nueva York, nos recuerda que “ayudó a sembrar las semillas de la Segunda Guerra Mundial”. Hoy en día, una política similar podría alentar a China a intensificar sus reivindicaciones territoriales en Asia y el Sur China Sea, o precipitar una carrera de armas nucleares entre Irán, Arabia Saudita, Turquía y Egipto. A pesar de una crisis geopolítica, señala el economista Joseph Stiglitz, premio Nobel, la presidencia de Trump ya ha introducido una incertidumbre que “desalentará la inversión, especialmente la inversión transfronteriza”, y hará que los negocios – muchos de los cuales emplean a estadounidenses – lo piensen dos veces”.

Sin embargo, una visión un poco más optimista sostiene que la presidencia de Trump impulsará al resto del mundo a forjar nuevos lazos. Por ejemplo, Joakim Reiter y Guillermo Valles de la UNCTAD ven una oportunidad para que “la Unión Europea y otras economías emergentes” formen una “alianza Norte-Sur de países dispuestos a defender y promover el comercio global”. De la misma manera, Andrés Velasco, Ex ministro de Hacienda de Chile, ha propuesto revivir un Plan George HW de la era Bush para un bloque de libre comercio en las Américas, que no necesita incluir a los Estados Unidos. Y al este, escribe Richard Haass, presidente del Consejo de Relaciones Exteriores, “China promoverá diversos mecanismos comerciales, de infraestructuras y de seguridad en Asia”, y “los 11 miembros restantes de la Asociación Transpacífica pueden iniciar su TPP sin Estados Unidos”.

Una confederación de burlas económicas

A pesar de la Sinophobia de Trump, muchos comentaristas de Project Syndicate ven en su política comercial una receta que involuntariamente haría a China grande y dejaría a América mucho peor. Esto se debe en gran medida al aparente analfabetismo económico de Trump y sus principales asesores. Jeffrey Sachs de la Universidad de Columbia y Pascal Salin, ex presidente de la Sociedad Mont Pèlerin, tienen puntos de vista muy diferentes sobre la formulación de políticas económicas. Pero ambos identifican el mismo defecto en la retórica proteccionista de Trump; un malentendido de lo que realmente significan los déficits comerciales. Como señalan Salin y Sachs, Trump y sus asesores rutinariamente atribuyen erróneamente el desequilibrio de cuenta corriente de Estados Unidos a “malos” acuerdos comerciales, cuando es realmente un resultado natural de la baja tasa de ahorro de los Estados Unidos.

Debido a que Trump está siguiendo los “sentimientos intestinales” en vez de una “teoría económica válida”, Salin se preocupa de que podría llevar a cabo políticas que harán “más difícil para los importadores comprar lo que necesitan de los exportadores” y como Barry Eichengreen de la Universidad de California, Berkeley, argumentó el año pasado, incluso si los políticos querían poner “presión al alza sobre los precios de EE.UU.” para empujar hacia atrás la deflación y la inminente trampa de liquidez, habría maneras mucho mejores de hacerlo. “La alternativa obvia a los aranceles de importación”, escribe Eichengreen, “es la simple política fiscal de reducciones de impuestos y aumentos en el gasto público”.

Además, Trump no tiene ninguna posibilidad realde cambiar el balance de cuenta corriente de los Estados Unidos. “No hay una razón en particular”, nos recuerda Sachs, para creer que “un aumento de las barreras comerciales de Estados Unidos tendría efectos de primer orden sobre las tasas de ahorro e inversión de Estados Unidos y, por lo tanto, sobre el saldo en cuenta corriente de Estados Unidos”. Puede ser lo mejor. Si los ex presidentes estadounidenses hubieran actuado con el mismo impulso para salvar “empleos de baja calificación”, la economía estadounidense de hoy “podría tener un sector manufacturero más grande y un uso intensivo de mano de obra”, señala Basu. “Pero también se parecería mucho más a una economía en desarrollo”.

Y Salin, por su parte, advierte que eliminar el déficit comercial de Estados Unidos significaría sacrificar “el nivel de vida que innumerables estadounidenses han llegado a disfrutar”. De hecho, según Martin Feldstein de Harvard, los estadounidenses podrían esperar ver sus ingresos reales “disminuir en cerca del 5%”.

Dado que Trump y sus asesores han aceptado lo que Sachs llama “una falacia económica que los estudiantes de primer año de economía aprenden a evitar”, no es sorprendente que también hayan propuesto políticas económicas equivocadas más allá del ámbito del comercio. Por ejemplo, Roubini predice que las “restricciones migratorias de Trump probablemente reducirán el crecimiento, erosionando la oferta de mano de obra”. Del mismo modo, J. Bradford Delong, también de la Universidad de California en Berkeley, argumenta que el impulso de Trump por estímulo fiscal y recortes de impuestos socavaría su propia agenda para el fortalecimiento del dólar, por lo que es más difícil para los fabricantes estadounidenses competir en el extranjero. Y, como lo demuestran Emmanuel Farhi y Gita Gopinath de Harvard y Oleg Itskhoki de Princeton, tales políticas “erosionarán la posición neta de activos externos de Estados Unidos” y darán como resultado una pérdida neta de capital.

Lamentablemente, el analfabetismo económico actual no se limita a Estados Unidos. Jim O’Neill, ex presidente de Goldman Sachs Asset Management, cree que los Brexiteers en el Reino Unido creen en muchas de las mismas falacias que la administración de Trump. Para empezar, O’Neill observa que “muchos políticos británicos -y todos los miembros de la campaña “Brexit” están ignorando los costos probables de salir del mercado único de la UE”, que establecerán barreras comerciales entre el Reino Unido y la UE.

Para empeorar las cosas, la actual estrategia del gobierno del Reino Unido después del Brexit se ha fijado en el despliegue de acuerdos comerciales “patrióticos” con países anglófonos como Australia, Canadá y Nueva Zelanda, cuando debería centrarse en llegar a acuerdos con China, India, y Nigeria. Al igual que Trump y su obsesión por el saldo de la cuenta corriente, la campaña Brexit parece creer que puede resolver todos los problemas británicos simplemente “retomando el control” del comercio y la inmigración. Pero como señala O’Neill, el Reino Unido, con o sin Brexit, seguiría teniendo “un crecimiento de la productividad persistentemente bajo, una educación y programas de capacitación de habilidades débiles y desigualdades geográficas”.

Salvando el internacionalismo

A pesar de sus obvios defectos, Trump y los argumentos económicos de los Brexiteers se han vuelto populares con mucha gente de Norteamérica y Europa. Para rechazar la narrativa peligrosamente engañosa de los populistas, los políticos que aún reconocen los beneficios del libre intercambio mundial tendrán que encontrar un nuevo camino.

En primer lugar, los líderes políticos, empresariales y de la sociedad civil deben reconocer que, como dice Ngaire Woods de la Universidad de Oxford, “aquellos que defienden el libre comercio han perdido credibilidad con la gente que esperan persuadir”. Para Gros, las élites políticas han sobrevendido durante años los beneficios del comercio y han creado “expectativas imposibles para la liberalización del comercio”. Su mayor error, sostiene, era ignorar el papel de los altos precios de las materias primas como un motor “del extraordinario crecimiento del comercio en las últimas décadas”. Cuando los precios de las materias primas cayeron finalmente, el comercio mundial se debilitó.

Sin embargo, tales afirmaciones de los defensores del libre comercio no son nada nuevo. En un próximo documento, examino las declaraciones de los líderes políticos sobre los acuerdos comerciales que se remontan al Tratado de Roma de 1957, y descubro que la sobreexcitación parece ser la norma. Rara vez los líderes reconocen los posibles efectos perturbadores de la apertura económica, o implementan políticas para mitigarlos. Pero, como sostiene Woods, evitar las verdades difíciles ya no es una opción. Las élites tendrán que ser mucho más directas sobre las consecuencias de la integración económica global, mientras que “también se ocupan de las preocupaciones más profundas de la gente”, como la pérdida de dignidad que viene con el desplazamiento económico. Si los líderes razonables no dicen la verdad, no deben sorprenderse cuando los demagogos nativistas presentan sus propios “hechos alternos”.

Además, los encargados de formular políticas deben respaldar la verdad con medidas concretas. Como lo demostró el Subdirector General de las Naciones Unidas, Jomo Kwame Sundaram y Vladimir Popov, de la Academia de Ciencias de Rusia, los países que más se beneficiaron del comercio lo hicieron “proporcionando una compensación de desempleo y capacitación adecuada y promoviendo oportunidades para empleos más remunerados”.

Con respecto a Estados Unidos en particular, Rogoff propone un impuesto al consumo progresivo para reducir la desigualdad, así como reformas para liberar la innovación tecnológica y la difusión. Del mismo modo, Salin recomienda menos impuestos y menos regulaciones, para impulsar la actividad económica y el crecimiento. En cualquier caso, una regla para las políticas sociales del siglo XXI, sugiere Richard Baldwin, del Instituto de Estudios Internacionales y de Desarrollo de Ginebra, es que deben adherirse al principio de “proteger a los trabajadores individuales, no a los empleos individuales”.

La globalización en el siglo XXI

Ese principio es aún más importante hoy en día, cuando los avances en la automatización y las nuevas tecnologías digitales amenazan cada vez más los empleos individuales en muchos sectores. Tampoco es un problema sólo para los países desarrollados. Brahima Coulibaly de la Brookings Institution advierte que “la caída de los costos de la tecnología” podría descarrilar la industrialización en gran parte de África antes de que incluso se inicie. Y así como las tecnologías de reemplazo de mano de obra no son estrictamente una preocupación para los países desarrollados, no pueden separarse de la globalización. Como muestra una reciente investigación del economista de Oxford, Adrian Wood, la lógica de la globalización económica activamente ayuda a la automatización.

Al igual que con los acuerdos comerciales, los gobiernos tienen la responsabilidad de abordar los efectos de las nuevas tecnologías. Tendrán que fomentar conversaciones honestas y desapasionadas sobre los riesgos y recompensas de un mundo hiperdigitado, para determinar cómo las nuevas tecnologías podrían ser reguladas y diseñadas para producir el mayor bien público. Más allá del diseño de las tecnologías individuales, observa Tyson, mucho dependerá también “del diseño de las políticas que las rodean”.

Dani Rodrik de Harvard es más escéptico. Con o sin medidas a nivel nacional para mitigar la interrupción del comercio y la tecnología, puede ser el momento de “considerar el cambio de las reglas de la globalización en sí misma”, agregó, “para compensar a los perdedores de la globalización”. Para asegurar la paridad y la equidad entre países y sectores. En opinión de Rodrik, la cooperación económica global ha sido desequilibrada, porque las finanzas y el capital pueden moverse mucho más rápidamente a través de las fronteras que los bienes, los servicios y especialmente la mano de obra. Y, por supuesto, las medidas reguladoras nacionales y supranacionales se mueven más lentamente.

Abordar estos problemas requerirá un sistema creíble para combatir la delincuencia financiera y los paraísos fiscales; un régimen fiscal global de ajuste de fronteras para las emisiones de carbono; un pacto internacional sobre los refugiados; y un acuerdo modernizado sobre los aspectos de los derechos de propiedad intelectual relacionados con el comercio. Para ello, Oonagh Fitzgerald y Hector R. Torresof del Fondo Monetario Internacional del Centro para la Innovación en Gobernanza Internacional llaman a la formación de una coalición de países, liderados por potencias medias, para reformar las instituciones de la globalización en 2018, cuando Canadá y Argentina liderarán el G7 y el G20, respectivamente.

Demostrar el valor de la cooperación multilateral será crucial para salvar políticamente la globalización. Un posible revestimiento de la decisión de Trump de retirar a los Estados Unidos del acuerdo climático de París de 2015 es que ha llevado a muchos otros países a reafirmar su compromiso de luchar contra el calentamiento global. Pero, como ya he dicho, la comunidad internacional también debe mantener el apoyo a acuerdos como el Acuerdo sobre Tecnología de la Información de la Organización Mundial del Comercio, mientras explora otras oportunidades similares de cooperación macroeconómica.

Al mismo tiempo, se debe recordar al público en cada oportunidad que no hay soluciones rápidas en los asuntos internacionales. Del mismo modo que la reacción contra la globalización tardó una década en estallar en la política nacional, tomará tiempo para que el péndulo vuelva hacia atrás. Como sostiene Basu, la “crisis económica en cámara lenta” de hoy ciertamente parece sombría; pero finalmente dará paso a una “Revolución Digital que promete elevar el crecimiento a nuevas alturas”.

Las conversaciones futuras sobre el comercio tendrán que dar cuenta de estos cambios que se vienen y de la transformación conceptual en curso del propio comercio. Según Tyson y Susan Lund del McKinsey Global Institute, los “flujos digitales transfronterizos” ya “tienen un impacto más grande en el crecimiento económico global que los flujos tradicionales de bienes comercializados”. Esto significa que el comercio del futuro estará en ideas,es decir en propiedad intelectual; y esto distinguirá el comercio de como tradicionalmente se ha entendido.

La propiedad intelectual se caracteriza por altos costos iniciales y bajos costos de reproducción. Y dado que eso implica una gran ventaja, el logro de la primacía nacional podría convertirse en el “Gran Juego” del siglo XXI. Desafortunadamente para los EEUU y el Reino Unido, Trump y Brexit difícilmente pondrán a cualquiera de sus países en la capacidad para ganarlo.Lampadia