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La perniciosa influencia de los intelectuales de izquierda

La perniciosa influencia de los intelectuales de izquierda

Pablo Bustamante Pardo
Director de Lampadia

A finales de los años 90, Robert Nozick esbozó una tesis sociológica acerca de la razón por la cual los intelectuales tienden hacia la izquierda política y cuestionan el capitalismo. El filósofo de Harvard propuso que el sistema escolar los acostumbra a recibir las mayores recompensas y les enseña que son los individuos más valiosos. Ello, los lleva a desarrollar un resentimiento hacia la sociedad, que distribuye las recompensas y valora a los sujetos de acuerdo con las preferencias del mercado [más que con sus capacidades intelectuales].

Robert Nozick fue Professor de Filosofía en la Universidad de Harvard. Ver artículo: Porqué los intelectuales son de izquierda

El artículo fue originalmente publicado por Cato y luego traducido por Enrique Pasquel, actual Gerente de Asuntos Corporativos del BCP y de Creidicorp.

Lo que nos dice Nozick es que en el mundo moderno, en las economías de mercado, se reconoce y recompensa de mayor manera a los Bill Gates y Steve Jobs, a los innovadores y creadores de empresas, y se relega a un segundo escalón a los intelectuales, que más bien destacan en sociedades cerradas, donde sus ideas, ante la ausencia de la dinámica de los mercados, se acercan a las formulaciones del poder político.

Por su lado, Axel Kaiser de la Fundación para el Progreso (Chile), nos dice que “pocas cosas le han hecho más daño al país que la cantidad de personas en su élite que han realizado estudios de postgrado en humanidades, derecho y ciencias sociales, en universidades extranjeras.

Como sabemos, las universidades occidentales se encuentran capturadas por activistas de izquierda radical que refuerzan en sus estudiantes la cultura del victimismo y la ideología que ha llevado a cacerías de brujas sin límites y, en casos como Estados Unidos, a movimientos mediáticos y sociales en contra de las policías”.

En el Perú por supuesto, no hace falta hablar de los estudiantes de sociales en el exterior, puesto que esa orientación académica se sembró hace varias décadas en la PUCP con los llamados Wisconsin Boys. Hoy los académicos de izquierda han seguido capturando el pensamiento de otras universidades como recientemente la Universidad del Pacífico y la Universidad de Lima, entre otras.

En todo caso el mensaje es que un país pobre necesita crecer y para ello necesita invertir. Por ello necesitamos líderes que estén más conectados con las tuberías de la producción y del crecimiento, que con abstracciones ideológicas, que pueden ser muy buenas para países que ya superaron la pobreza y las limitaciones básicas de la humanidad.

Desde esta perspectiva es sorprendente la simetría de la situación política de Chile y del Perú. Veamos las reflexiones de Axel Kaiser:      

Caos

Fundación para el Progreso – Chile
Axel Kaiser
Publicado en El Diario Financiero
18.02.2021

Pocas cosas le han hecho más daño al país que la cantidad de personas en su élite que han realizado estudios de postgrado en humanidades, derecho y ciencias sociales, en universidades extranjeras.

Como sabemos, las universidades occidentales se encuentran capturadas por activistas de izquierda radical que refuerzan en sus estudiantes la cultura del victimismo y la ideología que ha llevado a cacerías de brujas sin límites y, en casos como Estados Unidos, a movimientos mediáticos y sociales en contra de las policías.

En Estados Unidos, sin embargo, hay un gran sector de la clase política, medios de comunicación, empresarios e intelectuales que defienden los valores del Estado de derecho y que apoyan a sus policías y fuerzas armadas.

En Chile casi nada de eso existe. Diversos empresarios financian canales de televisión y medios expertos en promover la ideología subversiva y, con pocas excepciones, no se atreven a hablar claro porque en su mayoría carece de claridad intelectual y de coraje. Es cierto que culturalmente Chile es un país en que el diálogo suele ser deshonesto y ladino, y es mal vista la gente que dice lo que piensa porque ‘molesta’, pero cuando se está en posición de liderazgo frente a un país que se cae a pedazos, lo menos que se puede esperar es que se saque la voz y se digan algunas verdades, sin las cuales es imposible sostener el orden social.

La más elemental de esas verdades es que Chile requiere un liderazgo de mano firme, es decir, dispuesto a usar la fuerza legítima del Estado con decisión, aunque implique costos desagradables. ¡Fascista!, van a exclamar muchos, pues sabemos que en Chile defender el Estado de derecho es ‘fascismo’, pero matar, destruir, quemar, traficar drogas y perseguir a las fuerzas policiales es ‘democracia’ y ‘manifestación’.

Y así, debido a la subversión de valores que ha permitido la centroderecha y ha abrazado la centroizquierda, ambas motivadas por ese freudiano impulso de ser amadas por la izquierda dura, vemos cómo el país se hunde en un caos cada vez más extendido.

Es que nuestros líderes políticos y muchos de los intelectuales que los asesoran -cuya mente bonsai ha sido podada cuidadosamente en las cafeterías de los campus de Boston, Chicago, Cambridge y otros para cumplir a la perfección su rol ornamental- creen encontrarse en una convención del Partido Demócrata, donde todos compiten por señalar qué tan virtuosos son y donde gritar ‘defund the police’ es experimentado como el máximo orgasmo de bondad, uno al cual la mayoría moralmente frígida no puede aspirar.

En Chile no hay mejor ejemplo de lo anterior que el tema constitucional, donde algunos expertos en el área se concibieron a si mismos como los James Madison locales –sin tener ni el crudo realismo ni las ideas libertarias de Madison-, abrazando el delirio refundacional bajo la idea de que este era la respuesta al problema de la violencia. Fueron engañados como niños por la izquierda radical, porque en realidad muchos actúan como niños que prefieren vivir la fantasía de que las cosas se pueden arreglar sin pagar un costo.

Y así estamos, meses después del referéndum con el caos desatado, dando cuenta de la total incompetencia de nuestra élite y con la democracia en riesgo vital.