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Misterios de la política monetaria

Líneas abajo presentamos un interesante análisis de Robert Barro (profesor de economía de Harvard University), sobre el impacto del control del tipo de interés nominal a corto plazo, en particular la tasa de fondos federales de la FED, para controlar la inflación.

Una política iniciada en los gobiernos de Nixon y Ford, llevada al extremo con Paul Volcker (en la FED) con Reagan, que permitió controlar el aumento de inflación en EEUU, llevando la tasa de interés de la FED hasta niveles de 22% anual.

Desde entonces la inflación se ha mantenido en niveles de 1.5 a 2%.

Una lección muy importante para el Perú, que no hace mucho sufrió los embates de la hiperinflación.

Project Syndicate
Jul 4, 2019

ROBERT J. BARRO

CAMBRIDGE – Uno de los hechos notables de la historia económica de la posguerra es la domesticación de la inflación en Estados Unidos y muchos otros países lograda desde mediados de los ochenta. Antes de eso, la tasa de inflación en Estados Unidos (según el deflactor de gastos de consumo personal) fue del 6.6% anual en promedio durante los setenta, y superó el 10% en 1979‑1980.

A principios y mediados de los setenta, los presidentes Richard Nixon y Gerald Ford intentaron contener la inflación con una desacertada combinación de controles de precios y exhortaciones, sumados a una moderada restricción monetaria. Pero entonces llegó el presidente Jimmy Carter, quien tras mantener por algún tiempo esta estrategia, en agosto de 1979 designó a Paul Volcker como presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos. Con Volcker, la FED empezó poco después una política de subir el tipo de interés nominal a corto plazo a cualquier nivel que fuera necesario para bajar la inflación.

Volcker, con respaldo del presidente Ronald Reagan después de enero de 1981, se aferró a esta estrategia, pese a una intensa oposición política, y en julio de ese año la tasa de política monetaria llegó a un máximo de 22%. La política funcionó: la inflación anual se redujo marcadamente a un promedio de apenas 3.4% entre 1983 y 1989. La FED había cumplido con creces lo que más tarde se conocería como principio de Taylor (o, más correctamente, principio de Volcker), según el cual los aumentos de la tasa de política monetaria superan a los aumentos de la tasa de inflación.

Desde entonces, el principal instrumento de política monetaria de la Fed ha sido el control del tipo de interés nominal a corto plazo, en particular la tasa de fondos federales. Cuando después de la crisis financiera de 2008 el poder de la Fed sobre el tipo de interés a corto plazo se vio disminuido (porque la tasa de fondos federales se acercó al límite inferior aproximado de cero), la Fed agregó a aquel instrumento la transmisión de señales de trayectoria futura (forward guidance) y la flexibilización cuantitativa (FC).

A juzgar por la tasa de inflación en Estados Unidos durante las últimas décadas, la política monetaria de la Fed funcionó de maravillas. La inflación ha sido 1.5% anual en promedio desde 2010, ligeramente por debajo de la meta explícita de la Fed (2%), y sorprendentemente estable. Y sin embargo, la pregunta es cómo se logró. ¿Estuvo la inflación contenida porque todos pensaban que si subía muy por encima de la franja del 1.5 al 2%, la Fed respondería con una suba de tasas mucho mayor?

La influencia de variaciones de la tasa de política monetaria sobre la economía ha sido objeto de numerosas investigaciones. Por ejemplo, en un trabajo publicado en 2018 por Emi Nakamura y Jón Steinsson en el Quarterly Journal of Economics, se halló que un shock monetario contractivo (una suba imprevista de la tasa de fondos federales) aumenta los rendimientos de los títulos del Tesoro durante unos tres a cinco años, con un efecto máximo a los dos años. (Los resultados para shocks expansivos son simétricos.) La mayoría de estos efectos se aplican al tipo de interés real (ajustado por inflación), y se manifiestan tanto en los bonos indexados como en los convencionales. El efecto de un shock contractivo sobre la inflación prevista es negativo, pero de magnitud moderada, y sólo se siente después de tres a cinco años.

Si bien por convención los aumentos inesperados de la tasa de política monetaria suelen catalogarse como contractivos, Nakamura y Steinsson hallaron que la previsión de crecimiento económico para el año posterior a una suba de tasas inesperada en realidad es mayor. Es decir, un aumento de tasas pronostica más crecimiento, y una disminución, menos crecimiento. La causa probable de esta pauta es que la Fed suele aumentar las tasas cuando recibe información de que la economía está mejor de lo esperado, y las rebaja cuando sospecha que está peor de lo que se pensaba.

En el mismo trabajo también se halló que un aumento imprevisto de la tasa de política monetaria es malo para el mercado de acciones (y viceversa), lo cual se condice con ideas arraigadas de muchos comentaristas financieros, por no hablar del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. Los autores calculan que una rebaja imprevista de 50 puntos básicos a la tasa aumenta el índice bursátil S&P 500 más o menos un 5%, aun cuando la previsión de crecimiento del PIB real disminuya. La razón probable es la disminución del rendimiento real esperado de instrumentos financieros alternativos, como los bonos del Tesoro, en los 3 a 5 años siguientes. Este efecto tasa de descuento supera la incidencia negativa de la disminución prevista de las ganancias futuras reales sobre la cotización de las acciones.

Pero una vez más, el enigma es cómo puede la Fed mantener una inflación estable del orden del 1.5 al 2% anual usando una herramienta de política cuyo efecto al parecer es débil y opera con retardo. La suposición sería que si la inflación superara considerablemente la franja de 1.5 a 2%, la Fed iniciaría aumentos drásticos del tipo de interés nominal a corto plazo como los que aplicó Volcker a principios de los ochenta, y esos cambios tendrían un efecto negativo importante y acelerado sobre la inflación. Asimismo, si la inflación cayera muy por debajo de la meta, tal vez hasta territorio negativo, la Fed aplicaría una baja marcada de tasas (o, si ya hubiera llegado al límite inferior de cero, usaría políticas expansivas alternativas) y esto tendría un efecto positivo importante y acelerado sobre la inflación.

Según esta idea, la amenaza creíble de que la Fed responda con medidas extremas le habría evitado en la práctica repetir las políticas de la era Volcker, y desde entonces, la asociación entre variaciones de la tasa y la inflación fue moderada, pero la posibilidad hipotética de cambios drásticos fue más potente.

Francamente, esta explicación no me convence. Es como decir que la inflación está contenida porque sí. Y no hay duda de que un factor clave es que la inflación real y la esperada hayan sido simultáneamente bajas: son gemelas íntimamente relacionadas. Pero esto es sugerir que la política monetaria detrás del actual nivel bajo y estable de la inflación real y de la esperada seguirá funcionando hasta que, de pronto, ya no funcionará más.

Esto me deja con el deseo de tener una mejor comprensión de la relación entre política monetaria e inflación. También con el deseo de que los responsables de la política monetaria la comprendan mejor que yo. Habrá sin duda muchos lectores que digan que el segundo deseo ya fue concedido. Esperemos que tengan razón.

Traducción: Esteban Flamini

Robert J. Barro is Professor of Economics at Harvard




El búmeran económico de Trump

El búmeran económico de Trump

Según explica Robert Barro, el afamado profesor de economía de la Universidad de Harvard (ver su artículo líneas abajo), si bien la rebaja de impuestos apoyó un mayor crecimiento económico, la política comercial de Trump está haciendo lo contrario, está desacelerando el crecimiento.

Y es que como dice Barro, Trump cree que las importaciones son malas y las exportaciones buenas. Una grave falla conceptual digna de la fracasada política de la teoría de la dependencia en América Latina de los años 60, 70 y 80, que entre otras cosas nos hizo perder 30 años a los peruanos.

O sea, la trasnochada trampa de la suma cero. Otra falla tradicional latinoamericana, cuando está requete probado que el comercio es ‘suma positiva’.

Dicho sea de paso, que nuestras izquierdas de pensamiento decimonónico siguen creyendo en ambas falacias. Para contradecirlas, basta recordar el crecimiento de nuestra economía desde la apertura de la economía.

Lamentablemente, el mundo va por el mismo camino, la guerra comercial sino-estadounidense ya sumó a India luego de que Trump dejó de renovar las tarifas reducidas e India respondió con la misma especie.

El problema para el Perú es que solo un ambiente de apertura comercial nos permite crecer. Estemos vigilantes y hagamos todo lo posible por preservarlo. Lampadia

Trump está desacelerando el crecimiento económico de Estados Unidos

Project Syndicate
4 de junio de 2019 
ROBERT J. BARRO

El estado actual de la formulación de políticas macroeconómicas de EEUU en cuatro áreas clave no es un buen augurio. A pesar de que la legislación fiscal de 2017 ha cumplido con su tarea de promover un crecimiento más rápido, el aumento de las tensiones comerciales, la persistente carga regulatoria y la falta de inversión en infraestructura amenazan con limitar el potencial de la economía de los EEUU.

Durante algún tiempo, los cuatro jinetes de la formulación de políticas macroeconómicas de los Estados Unidos han sido los impuestos, la regulación, el comercio y la infraestructura. Después de haber estudiado en detalle el primero, he encontrado que los recortes de impuestos son un factor positivo para el crecimiento económico. Aunque he considerado la segunda área con menos detalle, la evidencia sugiere que la regulación es, en el mejor de los casos, solo una contribución menor al crecimiento. La tercera área es muy importante, por lo que las tensiones comerciales de hoy son tan preocupantes. La cuarta área solo existe en la retórica: un programa de infraestructura actualmente no forma parte del repertorio de políticas macroeconómicas.

En la primera área, estimo que la legislación fiscal de 2017 agregó 1.1% por año a la tasa de crecimiento del PIB de los Estados Unidos para 2018 19. De eso, 0.9 puntos porcentuales reflejaron la tasa de impuestos reducida para los individuos, mientras que 0.2 puntos derivados de la Recortes de tasas y mejores disposiciones de gasto para las empresas. Si bien no se espera que el efecto de aumento de crecimiento de los recortes de impuestos para individuos continúe más allá de 2019, el impacto de la reforma de impuestos corporativos probablemente continuará durante algún tiempo.

En cuanto al segundo jinete, hay algunos indicios de que la expansión de las regulaciones federales ha comenzado a disminuir, después de un largo período de crecimiento. A partir de 2017, RegData, que rastrea el número de palabras relacionadas con las restricciones a la actividad económica en el Registro Federal, muestra que las nuevas regulaciones se han estancado. La carga regulatoria sobre las actividades económicas y empresariales ya no está aumentando, pero tampoco está disminuyendo.

Del mismo modo, el perfil del Doing Business del Banco Mundial para los Estados Unidos, que ofrece una medida más amplia de la regulación gubernamental basada en un promedio de diez indicadores, no muestra avances recientes. Los EEUU subieron del octavo lugar en 2016 al sexto lugar en 2017 en el ranking mundial, solo para volver al octavo lugar en 2018. Y, dejando de lado el rendimiento relativo, una representación fundamental de los indicadores subyacentes no muestra prácticamente ningún cambio en el 2016-2018 período.

Como muchos otros economistas han señalado, las políticas comerciales del presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, son una preocupación importante. La agenda comercial de la administración está impulsada por la desacreditada idea mercantilista de que vender cosas (exportaciones) es bueno y comprar cosas (importaciones) es malo. La ironía es que Trump y algunos de sus principales asesores comerciales comparten esta visión equivocada con los chinos.

De hecho, la administración de Trump está en lo cierto al afirmar que los chinos han restringido durante mucho tiempo las importaciones y la inversión extranjera (mientras se involucran en el robo de tecnología, ya sea directamente o mediante transferencias obligatorias). Pero el intercambio de aranceles de importación entre Estados Unidos y China en el último año es malo para ambos países. Muchos asumen que el conflicto comercial afectará a China más que a los EEUU, Dado que China exporta mucho más a Estados Unidos que lo que Estados Unidos exporta a China. Pero la pérdida de las importaciones chinas impondrá una carga importante a la economía estadounidense.

Las opiniones de Trump sobre las tarifas me recuerdan un discurso que Ronald Reagan dio en la Institución Hoover de Stanford antes de convertirse en presidente. Reagan argumentó que los aranceles sobre el acero y otros bienes estaban justificados por razones de seguridad nacional. Su razonamiento, criticado por los miembros de la audiencia, era casi el mismo que el de Trump en la actualidad. Sin embargo, para justificar sus aranceles, Trump ha ido aún más lejos, comparando la seguridad nacional con la seguridad económica. La mejor manera de invalidar ese argumento por razones legales, entonces, es simplemente tener un economista que demuestre en el tribunal por qué las tarifas son malas para la seguridad económica.

El problema más amplio es que Trump parece tener un afecto personal por los aranceles, en parte porque cree que aumentan los ingresos, y en parte porque cree que aumentan el PIB (frenando las importaciones, que luego son reemplazadas mágicamente por la producción nacional). Este reto no admite un remedio fácil. Algunos han pedido al Congreso que reafirme su autoridad sobre los aranceles, al menos limitando el argumento de seguridad nacional. Pero esto podría tener consecuencias no intencionales a largo plazo, dado que los presidentes desde la década de 1930 tienden a apoyar mucho más el libre comercio que los miembros del Congreso, cada uno de los cuales representa los intereses de una circunscripción más reducida.

Ahora se espera que los aranceles mutuamente perjudiciales conduzcan a un acuerdo mediante el cual China liberalice sus políticas comerciales, momento en el que se eliminarán las barreras a la importación. Pero aunque esto, para agregar ironía a la ironía, beneficiaría a China más que a los EEUU, La situación es difícil, con incertidumbre sobre el resultado que alimenta la volatilidad de los mercados bursátiles mundiales. Y pase lo que pase con China, todavía debemos preocuparnos de que Trump imponga aranceles en México, Europa, Japón, etc.

En cuanto a la infraestructura, los beneficios potenciales para la productividad de los EEUU de una mayor inversión son reales. Sin embargo, nada ha sucedido. La situación se resume mejor en una reunión de abril entre Trump y los líderes del Congreso. Según los informes de los medios de comunicación, Trump comenzó proponiendo gastar $ 1 billón en infraestructura, con lo cual los demócratas respondieron sugiriendo $ 2 billones. Trump aparentemente estuvo de acuerdo con eso con poca vacilación. En general, el intercambio confirma, una vez más, que ambas partes han llegado a considerar el gasto público como un almuerzo gratuito, al menos cuando se financia con deuda o la creación de dinero nuevo. Tal vez en realidad sea lo mejor que la “Semana de la Infraestructura” nunca llegue a ninguna parte.

Dado el estado de la política macroeconómica de EEUU, no es sorprendente que el último informe GDPNow del Banco de la Reserva Federal de Atlanta prevea un crecimiento del PIB en el segundo trimestre del 1.3%, por debajo del 3.1% en el primer trimestre. La reforma fiscal de 2017 seguirá promoviendo el crecimiento económico si no fuera por la escalada de las tensiones comerciales. Lamentablemente, una tasa de crecimiento cercana al 3% para 2019 ya no parece probable. Lampadia

Robert J. Barro es profesor de economía en la Universidad de Harvard y profesor visitante en el American Enterprise Institute. Su último libro, con Rachel McCleary, es The Wealth of Religions: The Political Economy of Believing and Belonging.




Economista predice crecimiento de EEUU

Economista predice crecimiento de EEUU

Una de las constantes críticas hechas a los economistas modernos – mayormente extendida después de la crisis financiera del 2008 – es su débil capacidad para atinar con sus predicciones el desempeño futuro de una serie de variables macroeconómicas de los países tales como el crecimiento del producto, el déficit fiscal, el tipo de cambio, el crecimiento de las exportaciones, por destacar algunas de las más importantes.

La importancia de conocer los posibles escenarios del porvenir de dichos índices recae en que permite – tanto a los hacedores de política monetaria y fiscal, como a empresarios de todo sector y tamaño – una toma de decisiones ilustrada y acorde al entorno económico y financiero que enfrentarán los agentes en el corto-mediano plazo.

Robert Barro – profesor de economía de la Universidad de Harvard y reconocido académico por sus aportes a la teoría macroeconómica de la política fiscal – estaría próximo a rebatir tales críticas con unas de sus más recientes proyecciones de crecimiento para la economía de EEUU.

En uno de sus artículos – publicado en la revista Project Syndicate el pasado 29 de abril (ver artículo líneas abajo) – resume los principales hallazgos de un estudio hecho en coautoría de Jason Furman, respecto a los impactos de la reforma tributaria emprendida por Trump en el 2017 – basada en una notable reducción de impuestos a la ganancias y a la renta sobre ingresos individuales – en variables como la inversión en capital, el empleo, los salarios reales y el producto, así como sus respectivas proyecciones de crecimiento para el período 2018-2019.

Al respecto señala, “nuestro efecto incremental estimado de la ley tributaria de 2017 implicó un pronóstico de crecimiento del PBI real de 3.1% por año para 2018-19”. Curiosamente, según cifras oficiales de EEUU, no solo la cifra de crecimiento del 2018 es cercana (3.0%) a la estimada por Barro y Furman, sino que la del primer trimestre  de este año también lo es (3.2%). En un contexto en que el crecimiento promedio de los últimos años previos a la reforma, fue de apenas 2.1%, el reconocido economista concluye que este conjunto de medidas tributarias fueron las principales contribuyentes de las altas tasas de crecimiento experimentadas por la economía de EEUU, que, complementadas a las bajas cifras de desempleo – situadas en mínimos históricos desde 1969 – dejan entrever el pleno empleo en el que se encuentran los factores de producción.

¿Qué aprendizajes nos dejan estos hallazgos?

Creemos que estos resultados nos deben llevar a la reflexión. Si bien no se podría decir que EEUU es un país con poca libertad económica – se ubica en el puesto 12 de 186 países según el Índice de Libertad Económica 2019 de la Fundación Heritage – este aumento en la actividad ante la mencionada reducción de impuestos induce a pensar que aún está lejos de una tasa impositiva óptima – sobretodo la relacionada a la de las ganancias corporativas por su efecto en el largo plazo – tal que la economía pudiese operar libremente y en mejores condiciones. En esta línea, ejercicios empíricos similares podrían ser replicados en el Perú, a la luz de las reducciones impositivas hechas en los últimos años.

Y con respecto a Robert Barro, tal vez haya sido un golpe de suerte, como él mismo señala, el haberle atinado a las cifras de crecimiento, al ser las proyecciones altamente sensibles a shocks inesperados; pero ello de ninguna manera desprestigia el trabajo riguroso y técnico que, junto a Furman, siguió para obtener los resultados de sus estimaciones. Lampadia

Mi Mejor Pronóstico de Crecimiento

Robert J. Barro
Project Syndicate
29 de abril, 2019
Traducido y glosado por Lampadia

La tasa de crecimiento del PBI real de EEUU de 3.2% para el primer trimestre de este año es impresionante, al igual que el crecimiento promedio de 3% en 2018 (medido desde el cuarto trimestre de 2017 hasta el cuarto trimestre de 2018). Desde el final de la Gran Recesión – de 2011 a 2017 – la economía de los EEUU creció solo un 2.1% por año, en promedio. ¿Qué explica la reciente aceleración?

La reforma tributaria de 2017, que entró en vigencia en 2018, fue vista prospectivamente, y ahora retrospectivamente, como una contribuyente al crecimiento. Pero hubo – y sigue habiendo – una gran controversia sobre el tamaño de los efectos macroeconómicos de los cambios fiscales.

En enero de 2018, con el espíritu de resolver parte de la controversia, Brookings Institution reclutó a Jason Furman (presidente del Consejo de Asesores Económicos del Presidente Barack Obama) y a mí para que escribiéramos un documento conjunto centrado en los posibles efectos de crecimiento de los cambios fiscales. Sin duda, Brookings pensó que combinar un punto de vista liberal (de Furman) con el mío (que yo veo como pro-mercado) evitaría sesgos políticos y, por lo tanto, generaría estimaciones más cercanas a la “verdad”. Dejé a otros observadores evaluar si esto es así. El audaz intento de consenso tuvo éxito.

Gran parte de nuestro análisis enfatizó los cambios impositivos para las empresas, incluida una reducción en la tasa impositiva federal sobre las ganancias corporativas del 35% al 21% (para las corporaciones C, que incluyen las empresas más grandes) y una reducción menor en la tasa impositiva para las empresas de transferencia (sociedades, corporaciones S, y empresas individuales). Todas las empresas se beneficiaron de un cambio a gastos totales para equipos, aunque este cambio no se aplicó a las estructuras. Nuestra investigación predijo un aumento sustancial a largo plazo en la acumulación de capital, lo que generaría ganancias considerables en la productividad laboral y los salarios reales. Se pronostica que el crecimiento del PBI real será mayor en diez años en un promedio de alrededor del 0.2% por año. Por lo tanto, el efecto de crecimiento previsto fue moderado pero duradero.

El otro cambio importante en el paquete de impuestos de 2017 fue una reducción casi total en las tasas marginales de impuesto a la renta sobre los ingresos individuales. En promedio, la disminución de la tasa impositiva marginal fue de alrededor de 2.3 puntos porcentuales (ajustado a la baja de 3.2 puntos teniendo en cuenta la reducción de la deducción fiscal de los impuestos estatales sobre la renta). En comparación, el recorte promedio en las tasas impositivas marginales fue de 4.5 puntos porcentuales bajo la legislación de 1986 del presidente Ronald Reagan; 3.6 puntos bajo los recortes de impuestos del presidente John Kennedy y del presidente Lyndon B. Johnson, aprobados en 1964; y 2.1 puntos bajo la reforma de 2003 del presidente George W. Bush. Furman y yo estimamos, a partir de investigaciones anteriores, que la reducción del presidente Donald Trump impulsaría el crecimiento del PBI en un sustancial 0.9% anual para 2018-19, pero no contribuiría al crecimiento después de eso. Por lo tanto, el efecto de crecimiento previsto fue mayor que el de los recortes de impuestos para las empresas en el corto plazo, pero más pequeño a largo plazo.

Cuando calculamos el impulso general al crecimiento del PBI a corto plazo, obtuvimos una estimación del 1.1% anual para 2018-2019. Cuando se agregó a un pronóstico de crecimiento de referencia del 2% (que refleja las opiniones de consenso contemporáneas y la historia reciente), nuestro efecto incremental estimado de la ley tributaria de 2017 implicó un pronóstico de crecimiento del PBI real de 3.1% por año para 2018-19. Francamente, aunque sin duda hay un gran elemento de suerte aquí, esta es la mejor previsión de crecimiento que puedo recordar. Además, nuestra previsión a principios de 2018 de los efectos incrementales de la ley de 2017 contrasta con las predicciones de recesión de muchos economistas.

Además, tengo una apuesta con un famoso colega de Harvard que prometió comerse su proverbial sombrero si el crecimiento del 3% del PBI persiste durante un período más largo. Recuerdo que la apuesta especificó el período como los dos años completos – 2018 y 2019 – pero ahora lo recuerda como los tres años desde 2018 hasta 2020. Creo que debo tener razón, porque nunca pronostiqué un alto crecimiento económico para 2020.

Por supuesto, siempre es posible encontrar razones por las que el pronóstico de uno resultó mal. Un argumento popular de este tipo en la actualidad es que la Reserva Federal ha resultado ser mucho más expansiva de lo que uno hubiera predicho. De manera similar, las expectativas de que una guerra comercial con China y que otros países frenen el crecimiento económico – una de mis preocupaciones en particular el otoño pasado – han mejorado (aunque sigo preocupado por este aspecto).

Básicamente, una predicción como la del crecimiento del PBI del 3.1% que Furman y yo avanzamos a principios de 2018 se debe ver como un pronóstico no contingente que siempre puede estar condicionado (o explicado) por una serie de eventos no anticipados. Y, de manera más general, siempre hay mucha incertidumbre en las tasas de crecimiento del PBI anual, por lo que la precisión de nuestro pronóstico debe considerarse como un reflejo de buena suerte.

Me parece evidente que un crecimiento económico más rápido es mejor que un crecimiento económico más lento. Detrás de este sentimiento está el hecho de que millones de personas se benefician de tasas de crecimiento más altas, que suelen ir acompañadas de salarios más altos y menos desempleo, que ayudan especialmente a los más desfavorecidos. Sin embargo, hoy en día, la antipatía hacia la administración de Trump es tan intensa que muchas personas, incluidos algunos de mis colegas economistas, están alentando el menor crecimiento económico solo para negarle a Trump una victoria política.

Entiendo este punto de vista, pero sigo pensando que los beneficios directos de una mejor economía superan este tipo de cálculo político. Más concretamente, los beneficiarios, que incluyen a la mayoría de las personas y la mayoría de los votantes, deben favorecer un crecimiento más rápido que lento. Lampadia

Robert J. Barro es profesor de economía en Harvard y profesor visitante en el American Enterprise Institute. Es el coautor (con Rachel M. McCleary) de The Wealth of Religions, de Princeton University Press.