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La nueva división política no es entre izquierda y derecha, sino abierta-o-cerrada

En una reciente publicación de The Economist, se enmarcan las nuevas tendencias de la política global: ya no es la izquierda contra la derecha, ahora son los abiertos contra los cerrados, los que quieren construir puentes versus los que quieren levantar muros.

Un grupo, llamados los que ‘levantan muros’ está en contra de los inmigrantes, a favor del cierre de las fronteras, aboga por el proteccionismo, y teme a la competencia (una fusión típica entre el colectivismo izquierda y derecha), mientras que el otro grupo, quienes ‘abren puentes’, es pro apertura de las fronteras, está a favor del libre comercio, de la competencia y en contra del proteccionismo.

Los ‘levanta muros’ abogan y alimentan el miedo – miedo a los inmigrantes y a la competencia extranjera que, según ellos, se llevan los empleos domésticos, el miedo de la globalización, y el miedo del terrorismo (llevado a cabo por, obviamente, inmigrantes). Este grupo representa a los supuestos ‘perdedores’ de la globalización, los trabajadores poco cualificados que perdieron sus puestos de trabajo, así como las clases medias cansadas ​​de una creciente desigualdad y de la disminución de la movilidad social. Perdieron su creencia en un mundo justo y meritocrático, y se han inclinado hacia un extremo.

Los ‘abre puentes’ les dan la bienvenida a los inmigrantes, abogan por la globalización y destacan sus ventajas y beneficios a largo plazo. Son apoyados por los expertos y las élites actuales.

Hasta ahora, en la mayoría de los países europeos, estos radicalismos extremos todavía están en lados opuestos del antiguo espectro político izquierda-derecha (por ejemplo, Syriza y Amanecer Dorado en Grecia, la AFD y Die Linke en Alemania, Frente Nacional y los comunistas en Francia, etc.). Sin embargo, en algunos países se están fusionando. Polonia es un buen ejemplo. Su partido Ley y Justicia sirvió de inspiración para uno de los artículos de The Economist (Constuyendo Puentes):

¿Es el gobierno de Polonia de derecha o de izquierda? Sus líderes veneran a la iglesia católica, se comprometen a proteger a los polacos del terrorismo al no aceptar ningún refugiado musulmán y fulminan contra la “ideología de género” (se refieren a la idea de que los hombres pueden convertirse en mujeres o casarse con otros hombres). Sin embargo, el partido gobernante, Ley y Justicia, también arremete contra los bancos y las empresas de propiedad extranjera, y quiere reducir la edad de jubilación a pesar de tener una población que envejece rápidamente. Ofrece folletos para mejorar el manejo del presupuesto a los padres que tienen más de un hijo. Esto será pagado en parte con un impuesto sobre los grandes supermercados, que insisten en que (de alguna manera) no aumentarán el precio de los alimentos.”

Marine Le Pen de Francia es un ejemplo parecido, como lo es Victor Orban en Hungría. El ejemplo más claro, sin embargo, es el de EEUU. Donald Trump, un multimillonario anti-sistema (una paradoja política), con un punto de vista anti-globalización y sin conocimiento elemental de la política exterior, se convirtió en un candidato de un partido que siempre se diferenció de los demócratas por su apoyo al libre comercio y una fuerte presencia global.

La lista de estos desarrollos es interminable, lo único en común es que todos representan una extraña mezcla de políticas económicas tradicionalmente de izquierda, envueltas en un nacionalismo de derecha. También se puede argumentar que el Brexit ha alineado tanto a los votantes de extrema derecha (opuestos a la inmigración) como a los votantes de extrema izquierda (que se oponen al libre mercado que se hace más necesario para Europa). 

¿Cómo podemos explicar esta explosión de tendencias pro cierre de las fronteras, anti-inmigración, anti-globalización, proteccionismo y nacionalismo? The Economist lo resume (traducido y glosado por Lampadia):

“El éxito de los ‘levanta muros’ en muchos países es impulsado por varios factores subyacentes. Los dos principales son la dislocación económica y el cambio demográfico.

La primera es económica. Alrededor de 65-70% de los hogares en los países ricos vio un declive o un estancamiento en sus ingresos reales entre los años 2005 y 2014, dice el McKinsey Global Institute, un centro de estudios. Si se incluyen los efectos de la reducción de impuestos y transferencias del gobierno, el panorama es menos severo: sólo el 20-25% de los hogares vio caer sus ingresos. No obstante, está claro que muchos de los trabajadores menos calificados en los países ricos se sienten muy presionados. Entre los votantes que respaldaron el Brexit, la proporción que piensan que la vida es peor ahora que hace 30 años fue 16% mayor que la proporción de los que piensan que es mejor. Un abrumador 69% de los estadounidenses creen que su país va por el camino equivocado, de acuerdo con RealClearPolitics; solo el 23% piensa que está en la dirección correcta.

Muchos culpan a la globalización por su situación económica. A pesar de que el comercio ha mejorado la situación económica de la mayoría de los países y personas, sus beneficios se han extendido de forma desigual. Para muchos trabajadores de cuello azul en los países ricos, los beneficios de mejores productos a un mejor precio han sido superados por la pérdida de empleos en las industrias no competitivas. La inseguridad económica hace que otros miedos luzcan más grandes. A pesar de que los buenos empleos son abundantes, algunas personas culpan a los inmigrantes por su desempleo. De ahí surge la brecha entre la gente con educación universitaria, que se sienten seguros de su capacidad para hacer frente al cambio, y los menos educados, que no lo logran.

(…)

La segunda fuerza que impulsa estas sensaciones es el cambio demográfico. Los países ricos de hoy son las sociedades menos fértiles que nunca. En 33 de los 35 países de la OCDE, nacen muy pocos bebés para mantener una población estable. A medida que la cifra de los hijos de los nativos se encoge, los inmigrantes de los lugares más pobres se mudan a cubrir los vacíos. La migración en gran escala es aceptada por algunos nativos, pero otros lo encontrarán inadecuado.

Esto no los hace racistas. Como el periodista Jonathan Haidt señala en el American Interest, una revista trimestral, los patriotas “piensan que su país y su cultura son únicos y digno de ser preservados”. Sostiene que la inmigración no tiende a provocar una discordia social si se da en una escala modesta, o si los inmigrantes se asimilan rápidamente. Pero, históricamente, cada vez que un país tiene altos niveles de inmigración de países con costumbres muy diferentes y sin un programa de asimilación fuerte y exitoso, una contra-reacción autoritaria será inevitable.

The Economist está en lo correcto. Existe una nueva división política y traerá consecuencias. Los debates tradicionales liberal-conservadores (reducir los impuestos vs. el incremento del gasto, austeridad vs. estímulo fiscal) todavía existen, pero están siendo sustituidos por debates más dominantes de inmigración y globalización. La extrema izquierda y la extrema derecha están uniendo fuerzas contra los pro mercado. Esto está sucediendo claramente en Europa y no debe tomarse a la ligera.

La conclusión del artículo es positiva. Se hace hincapié en que las generaciones más jóvenes tienen una mentalidad mucho más abierta y, por tanto, son mucho menos propensos a estar en el lado de los perdedores de la globalización, lo que significa que dentro de 10 años, cuando los votantes más jóvenes maduren y hagan pleno uso de sus oportunidades globales, el radicalismo será derrotado de nuevo. Sin embargo, mientras tanto se hará mucho daño. 

Lampadia

 

La globalización y la política

La nueva división política

Adiós, izquierda versus derecha

Lo que importa ahora es ‘abierto o cerrado’

Por The Economist

Publicado el 30 de julio de 2016

Traducido y glosado por Lampadia

Como teatro político, las convenciones de los partidos de Estados Unidos no tienen paralelo. Los activistas de derecha e izquierda convergen para elegir a sus candidatos y celebrar el conservadurismo (republicano) y el progresismo (demócrata). Pero este año fue diferente, y no sólo porque Hillary Clinton se convirtió en la primera mujer en ser nominada a la presidencia por un partido importante. Las convenciones pusieron en relieve una nueva línea divisoria de la política: no entre izquierda y derecha, sino entre abierto y cerrado. Donald Trump, el candidato republicano, resumió uno de los lados de esta brecha con su habitual concisión. “Americanismo, no globalismo, será nuestro credo“, declaró. Pero sus diatribas anti-comerciales, también fueron repetidas por el sector de Bernie Sanders en el Partido Demócrata.

EEUU no está solo. En toda Europa, los políticos de moda son los que argumentan que el mundo es un lugar desagradable, amenazante, y que las naciones sabias deben construir muros para mantenerlo fuera. Estos argumentos han ayudado a elegir a un gobierno ultranacionalista en Hungría y un polaco que ofrece una mezcla trumpiana de xenofobia con desprecio por las normas constitucionales. Los partidos populistas y autoritarios europeos de derecha o izquierda disfrutan ahora de casi el doble de apoyo del que tenían en el año 2000, y ya están en el gobierno o en una coalición de gobierno en nueve países. Hasta el momento, la decisión británica de abandonar la Unión Europea ha sido la victoria más importante de los anti-globalistas: el voto en junio sobre abandonar el club de libre comercio más exitoso del mundo fue ganado al complacer cínicamente los instintos insulares de los votantes, partiendo en dos a los principales partidos.

A diario aparecen noticias que fortalecen el mensaje de los anti-globalizadores. El aumento de la sensación de inseguridad da lugar a nuevas victorias electorales para dirigentes favorables a un mundo cerrado. Este es el riesgo más grave para el mundo libre desde el comunismo. Nada importa más que pararlo.

Muros más altos, peores niveles de vida

Empecemos por recordar lo que está en juego. El sistema multilateral de instituciones, normas y alianzas, liderado por los EEUU, impulsó la prosperidad mundial por siete décadas. Permitió la reconstrucción de la Europa en la posguerra, se deshizo el mundo cerrado del comunismo soviético y, mediante la conexión de China a la economía mundial, trajo la mayor reducción de pobreza de la historia.

Un mundo de constructores de muros sería más pobre y más peligroso. Si Europa se divide en trozos enfrentados y América se refugia en el aislacionismo, el vacío será llenado por poderes menos benignos. La afirmación de Trump de que quizá no defendería a los aliados de EEUU bálticos si fuesen amenazados por Rusia es incomprensiblemente irresponsable. América ha jurado tratar un ataque a cualquier miembro de la alianza de la OTAN como si fuera un ataque contra todos. Si Trump puede despreocupadamente deshonrar un tratado, ¿por qué un aliado de confianza confiaría  nuevamente en los EEUU? Sin ni siquiera haber sido elegido, él ha alentado a los pendencieros del mundo. No es de extrañar que Vladimir Putin lo apoye. Aún así, que Trump inste a Rusia a que siga pirateando los correos del partido Demócrata es indignante.

Los constructores de muros ya han hecho un gran daño. Gran Bretaña parece estar dirigiéndose hacia una recesión, gracias al Brexit. La Unión Europea se tambalea: si Francia eligiese a la nacionalista Marine Le Pen como presidente el próximo año y luego siguiera la senda de salida inaugurada por Gran Bretaña, la UE podría colapsar. Trump ha chupado la confianza de las instituciones globales como sus casinos chupan dinero de los bolsillos de los jugadores. Con un posible presidente de la mayor economía del mundo amenazando con bloquear nuevos acuerdos comerciales, descartar los existentes y retirarse de la Organización Mundial del Comercio si no consigue lo que busca, ninguna empresa que comercie en el extranjero puede llegar a 2017 con ecuanimidad.

En defensa de la apertura

La lucha contra los constructores de muros requerirá una retórica más fuerte, políticas más audaces y tácticas más inteligentes. En primer lugar, la retórica. Los defensores del orden mundial abierto necesitan defender su postura de forma más clara. Deben recordar a los votantes por qué la OTAN es importante para los EEUU,  por qué la Unión Europea es vital para Europa, cómo la apertura comercial y la apertura al exterior enriquecen a las sociedades, y por qué luchar contra el terrorismo con eficacia exige cooperación. Se están replegando demasiados amigos de la globalización, musitando acerca de un “nacionalismo responsable”. Sólo un puñado de políticos -Justin Trudeau en Canadá, Emmanuel Macron en Francia- son lo suficientemente valientes para defender la apertura. Los que creen en ella deben luchar para defenderla.

También deben darse cuenta, sin embargo, en dónde se necesita mejor la globalización. El comercio crea muchos perdedores, y una inmigración acelerada puede perturbar a las comunidades. Pero la mejor manera de abordar estos problemas no es creando barreras. Es idear estrategias políticas que preserven los beneficios de la apertura al mismo tiempo que alivien sus efectos secundarios. Dejemos que los bienes y las inversiones fluyan libremente, pero reforcemos la red de seguridad social para ofrecer apoyo y nuevas oportunidades a aquellos cuyos trabajos son destruidos. Para gestionar mejor los flujos inmigratorios, invirtamos en infraestructura pública, aseguremos que los inmigrantes trabajen, y permitamos la  aplicación de normas que limiten los aumentos repentinos del número de personas (al igual que las normas comerciales globales permiten a los países limitar los aumentos repentinos de importaciones). Pero no equiparemos la gestión de la globalización con el abandono de la misma.

En cuanto a las tácticas, la pregunta a los partidarios de la apertura, que se encuentran en ambos lados de la tradicional divisoria partidista de izquierda y derecha, es cómo ganar. El mejor enfoque posible es  diferente según cada país. En los Países Bajos y Suecia, los partidos de centro se han unido para bloquear a los nacionalistas. Una alianza similar derrotó a Jean-Marie Le Pen, del Frente Nacional, en la segunda vuelta por la presidencia de Francia en 2002, y puede ser necesaria para derrotar a su hija en 2017.  La Gran Bretaña sin embargo, puede que necesite a un nuevo partido de centro.

En Estados Unidos, donde lo más importante está en juego, la respuesta debe venir desde las propias estructuras partidistas. Los republicanos que están comprometidos en derrotar a los anti-globalización deben taparse la nariz y apoyar a Clinton. Y la propia señora Clinton, ahora que se ha ganado la nominación, debe convertirse en campeona de la apertura, con claridad, en lugar de titubear. Su elección de Tim Kaine, un globalista de habla española, como su compañero de fórmula, es una buena señal. Sin embargo, las encuestas todavía muestran resultados muy estrechos. El futuro del orden mundial liberal depende de que ella tenga éxito.

Lampadia