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Fallece dictador que dominó Cuba por 50 años

EDITORIAL DE LAMPADIA

Si cuando se dan los hechos que marcan la historia de la humanidad no somos rigurosos, ¿que puede pasar luego, cuando los otoños los ensombrezcan?

La muerte de Fidel Castro está siendo comentada por una gran mayoría de gobernantes con la indulgencia e hipocresía de la diplomacia internacional. Resaltada por muchos medios de comunicación como la pérdida de un líder revolucionario amante de su pueblo y consecuente con sus ideales. CNN lo califica como un gobernante socialista. The Economist, nuestra admirada publicación en Lampadia, le llama “un marxista de conveniencia, un nacionalista cubano de convicción y un caudillo latinoamericano por vocación”. Dice que su gobierno fue represivo pero no especialmente sangriento (habría que preguntarle qué piensa al respecto Camilo Cien Fuegos), que les dio a los cubanos una educación y salud del primer mundo y que evitó el culto a la personalidad.

Como Castro era de izquierda, gozó del favor de muchos intelectuales y escritores. En sus inicios captó la ilusión de Mario Vargas Llosa y de Jorge Edwards, pero ambos supieron ver la realidad detrás de los telones, cosa que no supo hacer Gabriel García Márquez, que era más bien, junto con el dictador de la RDA, Erich Honecker, uno de sus favoritos en sus encerronas en sus yates y playas privadas. No nos olvidemos que muy destacados intelectuales franceses como Jean Paul Sartre, ocultaron los crímenes de Stalin en aras de la ideología marxista.

Tampoco deja de llamar la atención, el doble estándar para juzgar a dictadores de distintas orientaciones. Veamos, por ejemplo, las portadas de El País de España sobre Pinochet y Castro:

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A diferencia de Pinochet, Castro no solo es culpable de la muerte de muchos connacionales, también lleva sobre sus hombros incontables muertes allende sus fronteras, en Latinoamérica y en el África.

En los medios peruanos también se presentan calificativos idílicos sobre el sátrapa cubano, que con la disculpa de una ideología fracasada, la del comunismo, se negó a aceptar la realidad social que ésta produjo en los países que la adoptaron y especialmente en Cuba, donde las condiciones de vida de la población llegan a niveles de miseria que solo produce la esclavitud.

Lo que sí hizo Castro es acomodarse a las cambiantes condiciones políticas globales para seguir inyectando recursos de sus benefactores que nunca mejoraron la suerte de los cubanos, pero que sí le permitió a Castro, formar una monarquía con toda su parentela, que desde su debilitamiento, viene heredando el poder y, por supuesto seguir dominando casi sádicamente a su pueblo. Inicialmente se recostó en la Guerra Fría y vivió del favor del Imperio Soviético, tras su derrumbe, se las ingenió para capturar un país rico sin disparar una sola bala, Venezuela, al cual esquilmó hasta dejarlo en la ruina. Finalmente coquetea con los EEUU de Obama, que solo con el potencial del turismo podría seguir generando recursos a la satrapía, algo que podría interrumpirse con Trump.

Pero algo que el comunismo cubano nunca logró es alterar la naturaleza del pueblo cubano, seguramente uno de los pueblos más maravillosos de la tierra, cálidos, amables, alegres, entusiastas, encantadores; y todo ello a pesar de vivir sometidos a la monarquía castrista, sin libertad y sin calidad de vida.

Distinguiéndose del montón, Andrés Oppenheimer escribe: Fidel Castro fue todo menos un valiente (El Comercio, 28 de noviembre de 2016).

Oppenheimer dice: No es elegante criticar a alguien que acaba de morir, pero viendo los mensajes de jefes de Estado de todo el mundo exaltando la supuesta valentía del recién fallecido gobernante cubano Fidel Castro, hay que decir la verdad: Castro fue todo menos un valiente. Al contrario, fue un cobarde, porque  no permitió una elección libre en 57 años; porque nunca permitió un solo periódico independiente, o estación de radio o televisión no gubernamentales; porque no permitió ningún partido político independiente. Castro fue un cobarde porque nunca permitió a las instituciones financieras internacionales monitorear o verificar las alegres estadísticas económicas de su gobierno; y porque nunca permitió a organizaciones internacionales de derechos humanos llevar a cabo investigaciones in situ sobre los abusos contra los derechos humanos.

Según su hermana Juanita, su epitafio debiera decir: “He never listened” (él nunca escuchaba).

Lampadia