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Combatiendo la desinformación

Combatiendo la desinformación

La explosión de las redes sociales, que vino acompañada del uso casi universal de los smarthphones, supuso el acceso de millones de usuarios en  el mundo emergente a portales de noticias con relevancia nacional e internacional. Este es un fenómeno que era casi impensable hace un par de décadas atrás, cuando el internet concentraba su uso en unos pocos usuarios del primer mundo, como porcentaje de la población global.

Sin embargo, si bien este proceso de descentralización del acceso a la información resultó útil para mejorar la toma de decisiones de personas y empresas en un contexto político y económico cambiante, también conllevo consigo sus propios peligros si los medios encargados de dicha difusión, sesgados o mandados por ciertos gobiernos, inducían a la desinformación y a la calumnia.

Este es el caso, por ejemplo, de Letonia, Lituania y Estonia, países ex integrantes de la Unión Soviética, que hasta el día de hoy siguen siendo acosados por la autocracia rusa a través de diversas plataformas digitales con noticias falsas, con el objetivo de generales antipatía hacia el proyecto de la UE, al cual pertenecen y a Occidente, en general.

Afortundamante, y como explica The Economist en un reciente artículo que compartimos líneas abajo, diversos organismos de la sociedad civil lituana se han organizado para diseñar un sistema informático que, basado en diversos algoritmos bien diseñados, detecte y censure toda información sospechosa procedente de medios rusos en las redes.

Creemos que este tipo de iniciativas son sumamente interesantes y podrían aplicarse en países como el Perú para vigilar los contenidos de una prensa, que, además de estar altamente concentrada, tiene entre sus principales fuentes de ingresos al Estado.

No es coincidencia pues que constantemente adjudique los grandes males del país – como la mala salud, la mala educación, la desbordante inseguridad, entre otras – que comete la administración de turno, a otros poderes del Estado, como el ahora disuelto Congreso de la República, cuyas funciones no compete tales tareas. Lampadia

Desinformación
Los lituanos están utilizando software para luchar contra las noticias falsas

El país está asediado por la propaganda rusa

The Economist
26 de octubre, 2019
Traducido y glosado por Lampadia

“Paciente cero” es un término médico que comenzó como un malentendido. Una de las primeras víctimas norteamericanas de SIDA fue anonimizada en algunos documentos como “Paciente O”. Se pensaba que el individuo en cuestión, Gaëtan Dugas, una azafata canadiense, había sido el punto de origen de la epidemia de sida de América del Norte. La lectura errónea de O (para “Fuera de California”) como 0 (es decir, cero), aunque accidental al principio, parecía propicio. De hecho, Dugas no fue el único punto del origen de esa epidemia. Pero el término se quedó y se ha extendido. De hecho, se ha extendido más allá de la medicina para abarcar otro tipo de plaga: la desinformación.

Demaskuok, que significa “desacreditar” en lituano, es un software que busca los ceros de las noticias falsas. Fue desarrollado por Delfi, un grupo de medios con sede en la capital de Lituania, Vilna, en conjunto con Google, una gran empresa estadounidense de tecnología de la información. Funciona analizando montones de verborrea en línea en lituano, ruso e inglés, anotando elementos por la probabilidad de que sean desinformación. Luego, al rastrear el historial en línea de informes que parecen sospechosos, intenta precisar el punto de origen de una campaña de desinformación: su paciente cero.

Jugando al ping-pong con el Kremlin

Demaskuok identifica a sus sospechosos de muchas maneras. Una es buscar una redacción que recuerde los temas que los propagandistas suelen explotar. Estos incluyen pobreza, violación, degradación ambiental, deficiencias militares, juegos de guerra, grietas sociales, virus y otros problemas de salud, errores políticos, mala gobernanza e, irónicamente, el descubrimiento del engaño. Y debido a que la desinformación efectiva despierta las emociones, el software mide la capacidad de un texto para hacer eso también. Los elementos con términos como “déficit de cuenta corriente” tienen menos probabilidades de ser falsos que los que mencionan niños, inmigrantes, sexo, etnias, animales, héroes nacionales e injusticias. El chisme y el escándalo son avisos adicionales. Es menos probable que la palabrería sobre los deportes y el clima provoque indignación, por lo que el software califica los elementos sobre esos temas como menos sospechosos.

Otra pista es que la desinformación está diseñada para ser compartida. Por lo tanto, Demaskuok mide la “viralidad”: la cantidad de veces que los lectores comparten o escriben sobre un artículo. La reputación de los sitios web que alojan un elemento o proporcionan un enlace a este proporciona información adicional. El software incluso considera el momento de la aparición de una historia. Las noticias falsas se publican desproporcionadamente los viernes por la noche cuando muchas personas, incluidos los desacreditadores, salen a tomar algo.

Los desinformadores también pueden ser descuidados. Por lo tanto, Demaskuok recuerda los nombres de las personas citadas en noticias falsas, ya que a veces surgen de nuevo. También ejecuta búsquedas de imágenes para encontrar otros lugares donde se ha publicado una imagen. Resulta que algunos aparecieron por primera vez antes de los eventos que supuestamente documentan. Otros también aparecen en sitios web con reputación de desinformación, como RT y Sputnik, ambos medios de comunicación respaldados por el gobierno de Rusia.

Este tipo de desinformación patrocinada por Rusia es una pesadilla en todas partes, pero es particularmente frecuente en Estonia, Letonia y Lituania, los tres países que, en 1990, fueron los primeros en declarar su independencia de la Unión Soviética, catalizando la desintegración de esa unión. Los estados bálticos, como a menudo se los conoce colectivamente, exacerbaron su ofensiva al unirse a la OTAN y la Unión Europea. Rusia, el titiritero de la Unión Soviética, no ha perdonado ni olvidado. Una consecuencia es que los estados bálticos son objetivos particulares de falsedades destinadas a confundir y desestabilizar.

Demaskuok es parte de la lucha. Ha mejorado desde que los periodistas de Delfi comenzaron a usarlo hace un año. Ahora puede marcar no solo fabricaciones totales, sino también trucos más astutos que funcionan por exageración u omisión. Viktoras Dauksas, que dirige Debunk Eu, una organización benéfica en Vilnius que se creó en junio para desarrollar aún más la tecnología, dice que ahora a veces incluso puede detectar “espejos rotos”. Este es su término para desinformación en la que los hechos son técnicamente precisos, pero se presentan selectivamente para engañar. La desinformación rusa, dice, se ha vuelto cada vez más traicionera, con elementos veraces “retorcidos en una forma de socavar la democracia”.

Demaskuok es bastante bueno. Aproximadamente la mitad de los elementos que marca demuestran, bajo el escrutinio humano, ser desinformación. Sin embargo, ese escrutinio es una parte importante del proceso.

Parte de ella proviene de los usuarios de Demaskuok. Además de Delfi, estos incluyen el Ministerio de Relaciones Exteriores de Lituania y una gran cantidad de medios de comunicación, centros de estudios, universidades y otras organizaciones. Después de estudiar un elemento que el software considera desinformación, las personas de estas organizaciones le dicen al sistema si estaba dentro o fuera de la marca. Eso mejora el rendimiento futuro.

Las autoridades dicen que la desacreditación abundante ha cultivado un escepticismo saludable en la mayoría de los Balts. Pero Eitvydas Bajarunas, del Ministerio de Relaciones Exteriores de Lituania, se preocupa por los efectos de la desinformación en los países más al oeste, donde menos personas temen la agresión rusa. Señala un informe falso el 25 de septiembre que afirmaba falsamente que 22 soldados alemanes habían profanado un cementerio judío en Kaunas, una ciudad a 100 km al oeste de Vilna. El descuido de cortar tal podredumbre de raíz, dice, y el apoyo político en Alemania para mantener tropas en Lituania podría fallar.

Además, a algunos les preocupa que incluso el éxito de Demaskuok pueda jugar en manos de Rusia. Rob Procter, profesor de informática social en la Universidad de Warwick, en Gran Bretaña, ofrece un pensamiento aleccionador. El objetivo del Kremlin, sugiere, no es tanto convencer a los occidentales de que ciertas falsedades son la verdad. Más bien, quiere que sus adversarios duden de que se pueda confiar en algo como verdadero. Si este es el objetivo, el software que aumenta el número de informes de noticias que se desacreditan puede, paradójicamente, tener el efecto contrario al previsto. Lampadia




La construcción de la Pos–Verdad

En su libro, 21 lecciones para el siglo xxi, Yuval Noah Harari, nos da unos ejemplos de construcción de la pos-verdad. Si bien Harari explica que el homo sapiens es la especie pos-verdad:

“De hecho, los humanos siempre han vivido en la era de la pos-verdad. El Homo sapiens es una especie pos-verdad, cuyo poder depende de la creación y la creencia en ficciones”.

Es especialmente llamativa, una construcción muy reciente, que se ha hecho delante de nuestros ojos, y se ha dejado pasar sin mayor escándalo, la invasión y apropiación de Crimea (2014) por parte de la Rusia de Putin, organizada con asombrosas mentiras desde hace solo cuatro años.

Seguramente, la verdad es la que explica Harari, la pos-verdad es consustancial a la naturaleza del ser humano, sin embargo, lo reciente o lo nuevo, puede ser la velocidad con la que se puede construir una pos-verdad, como en el caso de Crimea.

En el Perú también tenemos un par de casos recientes de pos-verdad:

  • La devaluación de la imagen de Claudio Pizarro
  • La destrucción de la imagen de Keiko Fujimori, quién más allá de sus errores de acción y omisión, ha sido convertida, sin haber sido gobierno, sin manejar recursos públicos, en el personaje más corrupto del país.

Algo que no resiste el menor análisis, pero fue labrado a pulso, en poco tiempo entre los medios y las redes sociales.

Por todo esto, es tan necesario reclamar la presencia de líderes nacionales que puedan discernir e iluminar nuestro criterio. ¡Queremos una mejor clase dirigente! Lampadia  

Algunas Noticias Falsas duran para siempre

Yuval Noah Harari
Contribuido al Globe and mail
7 de setiembre, 2018
Traducido y glosado por Lampadia

FOTO DE EVAN ANNETT/THE GLOBE AND MAIL (SOURCE: REUTERS)

Yuval Noah Harari es el autor de Sapiens: Una breve historia de la humanidad, Homo Deus: Una breve historia de mañana, y 21 Lecciones para el Siglo XXI, del cual sale el siguiente ensayo.

En estos días se nos dice repetidamente que estamos viviendo en una nueva y aterradora era de “pos-verdad”, y que las mentiras y la ficción están todas a nuestro alrededor. Los ejemplos no son difíciles de mostrar.

El caso de la invasión de Crimea en Ucrania

A finales de febrero de 2014, las unidades especiales rusas que no llevaban insignias del ejército invadieron Ucrania y ocuparon instalaciones clave en Crimea. El gobierno ruso y el presidente Vladimir Putin negaron reiteradamente que se tratara de tropas rusas, los describían en su lugar como “grupos de autodefensa” espontáneos que podían haber adquirido equipos de aspecto ruso de las tiendas locales. Al expresar esta afirmación bastante absurda, Putin y sus colaboradores sabían perfectamente que estaban mintiendo.

Los nacionalistas rusos pueden excusar esta mentira argumentando que sirvió una verdad más alta. Rusia estaba comprometida en una guerra justa, y si está bien matar por una causa justa, seguramente también está bien mentir.

La causa más elevada que supuestamente justificó la invasión de Ucrania fue la preservación de la ‘sagrada nación rusa’. De acuerdo con sus mitos nacionales, Rusia es una entidad sagrada que ha aguantado durante 1,000 años los repetidos intentos por parte de enemigos viciosos de invadirlo y desmembrarlo. Siguiendo a los mongoles, los polacos, los suecos, el gran ejército de Napoleón Bonaparte y la Wehrmacht de Adolf Hitler. En la década de 1990 fue la OTAN, los Estados Unidos y la Unión Europea quienes intentaron destruir a Rusia desvinculando partes de su cuerpo y formándolos como “falsos países” como Ucrania. Para muchos nacionalistas rusos, la idea de que Ucrania es un país separado de Rusia constituye una mentira mucho más grande que cualquier cosa pronunciada por Putin durante su santa misión de reintegrar a la nación rusa.

Los ciudadanos ucranianos. los observadores externos y los historiadores profesionales bien pueden estar indignados por esta explicación y considerarlo como una especie de “mentira del tamaño de una bomba atómica” en el arsenal ruso de engaño. Afirmar que Ucrania no existe como nación y como país independiente ignora una larga lista de hechos históricos – por ejemplo: que, durante los 1,000 años de la supuesta unidad rusa, Kiev y Moscú formaron parte del mismo país sólo por unos 300 años. También viola numerosas leyes y tratados internacionales que Rusia ha aceptado y que garantizan la soberanía y las fronteras de la Ucrania independiente. Lo más importante es que ignora lo que millones de ucranianos piensan de sí mismos. ¿No tienen una opinión sobre quiénes son?

Los nacionalistas ucranianos ciertamente coincidirían con los nacionalistas rusos en que hay algunos países falsos alrededor. Pero Ucrania no es uno de ellos. Más bien, estos países falsos son la República Popular de Luhansk y la República Popular de Donetsk, que Rusia ha creado para enmascarar su invasión no provocada de Ucrania.

Más allá del lado que apoyes, parece que de hecho estamos viviendo en una aterradora era de la pos-verdad, cuando no sólo incidentes militares particulares, sino historias y naciones enteras pueden ser falsificadas. Pero si esta es la era de la pos-verdad, ¿cuándo, exactamente, fue la era de la verdad? ¿En los años 80? ¿Los años 50? ¿Los años 30? Y ¿Qué ha desencadenado nuestra transición a la era de la pos-verdad? ¿Internet? ¿Los medios sociales? ¿El ascenso de Putin y de Donald Trump?

FOTO DE EVAN ANNETT/THE GLOBE AND MAIL (SOURCE: REUTERS)

Una mirada curiosa de la historia revela que la propaganda y la desinformación no son nada nuevo, e que incluso el hábito de negar naciones enteras y crear países falsos tiene un largo Pedigrí. En 1931, el ejército japonés escenificaba simulacros de ataques sobre sí mismo para justificar su invasión de China, y luego creó el falso país de Manchuria para legitimar sus conquistas. La propia China ha negado por mucho tiempo que el Tíbet haya existido como un país independiente. El establecimiento británico en Australia fue justificado por la doctrina legal de ‘terra nullius’ (tierra de nadie en latín), que borró con eficacia 50,000 años de la historia aborigen.

A principios del siglo XX, un eslogan favorito del sionismo hablaba del regreso de “un pueblo sin tierra [los judíos] a una tierra sin pueblo [Palestina]”. La existencia de la población árabe local fue convenientemente ignorada. En 1969, la primera ministra israelí Golda Meir dijo que no hay un pueblo palestino y que nunca lo hubo. Tales puntos de vista son todavía muy comunes en Israel, incluso hoy en día, a pesar de décadas de conflictos armados contra algo que no existe. Por ejemplo, en febrero de 2016, la miembro del Knesset, Anat Berko, pronunció un discurso ante sus compañeros parlamentarios en el que dudaba de la realidad del pueblo palestino. ¿Su prueba? La letra P ni siquiera existe en árabe, entonces, ¿cómo puede haber un pueblo palestino? (En árabe, F significa lo que en otros idiomas se pronuncia P, y el nombre árabe para Palestina es Falastin).

De hecho, los humanos siempre han vivido en la era de la pos-verdad. El Homo sapiens es una especie pos-verdad, cuyo poder depende de la creación y la creencia en ficciones. Desde la Edad de Piedra, los mitos que se refuerzan a sí mismos han servido para unir a los colectivos humanos. El Homo sapiens conquistó este planeta gracias, sobre todo, a la capacidad humana singular para crear y difundir ficciones. Lampadia

Ver también de Harari: ¿Qué permitió que los humanos controlemos el mundo?




Los peligros de la concentración de información en pocas manos

Los peligros de la concentración de información en pocas manos

Cada día hay más sensación de incertidumbre sobre la situación dominante de algunas empresas en referencia a la información de los ciudadanos. Este desarrollo se ha dado sobre la base de internet y ha sido potenciando por Big Data y los algoritmos. Actualmente, ya se empiezan a manifestar algunos análisis muy alarmantes al respecto de la concentración de información en pocas manos, pero creemos que hay que tener mucho cuidado sobre las posibles medidas que, eventualmente, puedan tomar los Estados.

Las redes sociales son el canal que ofrece la posibilidad de enviar y recibir mucha información. Y, también, le estamos dando a las redes sociales mucha información sobre nosotros al utilizarla, información que luego puede ser usada en nuestra contra o para manipularnos.

Entre los casos más conocidos de manipulación están los fake news, la desinformación y propaganda malintencionada. Los mensajes de, principalmente, las agencias gubernamentales y partidos políticos se han convertido en una auténtica amenaza para la vida pública. Un caso muy claro es la manipulación de las elecciones de EEUU. Las tácticas de manipulación y desinformación en línea desempeñaron un rol importante en las elecciones de Estados Unidos, lo que dañó la capacidad de los ciudadanos de elegir sus líderes sobre la base de noticias objetivas y debates auténticos.

Y, a pesar que los gobiernos de muchos países democráticos han introducido cambios en la legislación diseñados especialmente para combatir las noticias falsas en Internet, no consiguen frenar el problema. Las cuentas automáticas de robots, además, siguen siendo una táctica muy utilizada. Las cuentas falsas y los ‘opinólogos’ online acostumbran a difundir mensajes a favor de partidos determinados y también son usados de forma estratégica para compartir contenido de manera estratégica o publicar palabras clave para alterar los algoritmos y generar tendencias.

Una manera para democratizar la información es mediante la trasparencia de la información usando blockchain o código abierto, donde muchas personas pueden participar en su creación de contenido y así evitar cualquier manipulación. Esto ha sido tremendamente útil, dándonos Wikipedia y Twitter.

Una opción, como dice Guy Verhofstadt, ex primer ministro belga, en el artículo líneas abajo, es “debemos comenzar a imaginar un tipo de Internet completamente nuevo. El objetivo debe ser construir un sistema descentralizado que no esté basado en servidores que sean propiedad de y controladas por monopolios basados en California, sino en los millones de computadoras y dispositivos actualmente en uso en la actualidad.”

Entre las opciones que plantea el artículo están:

  1. Usar blockchain para que la tecnología se encargue de restaurar la confianza en las transacciones e información en línea.
  2. Actualizar leyes electorales para la era digital.
  3. Responsabilizar a las empresas de medios sociales por el contenido político publicado en sus plataformas
  4. Lanzar campañas para educar al público sobre el uso de configuraciones de privacidad, bloqueadores de anuncios y otras salvaguardas digitales

Líneas abajo, compartimos el artículo del ex primer ministro belga, Guy Verhofstadt, que con su visión muy europea, plantea una ruptura drástica del sistema actual de internet.

Nosotros en Lampadia, tenemos dudas de si se requieren acciones como las planteadas por Verhofstadt, que implican diseños estatales, que muchas veces son remedios peores que las enfermedades. En todo caso, hay una importante preocupación por la concentración de datos de los ciudadanos en pocas manos, tema que seguiremos monitoriando en el futuro.

Domando al Monstruo de la Tecnología

Project Syndicate
17 de agosto de 2018
Guy Verhofstadt, ex primer ministro belga, presidente de la Alianza de los Demócratas y Liberales por Europa (ALDE) en el Parlamento Europeo y autor de ‘La última oportunidad de Europa: por qué los Estados europeos deben formar una unión más perfecta’.
Traducido y glosado por Lampadia

El control monopolístico sobre la información personal de millones de personas y sobre el flujo de noticias e información en línea, presenta un claro peligro para el futuro de la democracia. Como dejan en claro las brechas de datos, hackeos y sabotaje electoral en los últimos años, el Occidente necesita desarrollar urgentemente un nuevo modelo de gobierno digital.

Cuando el CEO de Facebook, Mark Zuckerberg, se presentó ante el Parlamento Europeo, se jactó de que su compañía paga a decenas de miles de moderadores para analizar, revisar y, si es necesario, eliminar publicaciones abusivas de Facebook. Aparentemente, estos llamados limpiadores, provistos por la tercerización de servicios en la India y en otros lugares, son el poder oculto que decide qué puede y qué no puede aparecer en la plataforma.

Zuckerberg ofreció esta información con la esperanza de tranquilizarnos, pero su testimonio tuvo el efecto opuesto. La idea de que ahora las compañías multinacionales como Facebook son quienes determinan lo que las personas ven en línea es absurda y peligrosa. Tal privatización de nuestras libertades civiles no tiene precedentes. La Iglesia Católica pudo haber ejercido un poder casi absoluto sobre la disponibilidad de información durante la Edad Media, pero al menos sus seguidores lo reconocían como una autoridad moral. Zuckerberg no es nada de eso.

Debido a Facebook, y en general a las redes sociales, la velocidad con la que circulan las noticias ha crecido cada vez más y, sin embargo, el acceso libre e imparcial a ella se ha atenuado cada vez más. Si caminas hasta un quiosco de noticias, encontrarás revistas satíricas de “izquierda” como Private Eye y Charlie Hebdo junto a publicaciones “capitalistas” como el Wall Street Journal y el Financial Times. Pero si miras el feed de noticias de Facebook, verás casi solo historias que refuerzan tus propios puntos de vista políticos.

Por supuesto, Zuckerberg afirma que Facebook tiene “inspectores de hechos” que identifican “noticias que probablemente sean falsas” y que pueden “tergiversar algo en la noticia y mostrarle a la gente más contenido (similar) (de otras fuentes de noticias)”. Pero uno se queda preguntándose quiénes son estos verificadores de hechos, qué criterios usan para determinar la veracidad de una historia y qué algoritmos usan para seleccionar fuentes de noticias alternativas.

DISTOPIA CODIFICADA

El mundo que Zuckerberg ha creado está empezando a parecerse a una combinación de George Orwell de 1984 y Aldous Huxley’s Brave New World. En 1984, una autoridad central controla el discurso público dentro de un sistema totalizado; en el mundo digital de hoy, está controlado por una compañía con un casi monopolio sobre la distribución de noticias en línea. Para estar seguro, Zuckerberg diría que hay alternativas, como Google y Twitter; pero eso es como un monopolio de fabricante de autos que nos dice que, si no nos gusta su producto, siempre podemos usar el autobús o ir a pie.

Del mismo modo, en Un mundo feliz, la ciencia y la tecnología determinan los pensamientos y el comportamiento humano, en lugar de que los humanos decidan sobre la dirección de la ciencia y la tecnología. Y, como muestra Jamie Bartlett de Demos en The People Vs Tech, la cuantificación digital de nuestras vidas cotidianas está directamente en desacuerdo con el funcionamiento de la democracia. En un mundo donde los algoritmos determinan todos los resultados, la política ya no existe.

Pero este problema va más allá de Facebook. Todas las firmas importantes de Silicon Valley, incluidas Alphabet Inc. (compañía matriz de Google), Apple y Amazon, han adoptado modelos comerciales con el potencial de socavar la democracia y la privacidad junto con ella. El acaparamiento de datos personales con el fin de vender anuncios publicitarios dirigidos está haciendo que los electores democráticos sean cada vez más vulnerables a la manipulación populista y demagógica.

Robber Barons, entonces y ahora

La única manera de detener esta alarmante tendencia es revolucionar el Internet, devolviéndolo a los usuarios comunes, es decir, a los ciudadanos. Una opción, señala el periodista Nick Davies, es nacionalizar gigantes como Google y Facebook. Pero esa cura sería peor que la enfermedad. En países como China y Turquía, donde las redes sociales están estrechamente controladas por el estado, hay incluso más desinformación y censura que bajo monopolios privados. Además, lo último que necesitamos es un gran gigante público (estatal) de redes sociales. Por el contrario, necesitamos mucha más competencia, para que los ciudadanos tengan más opciones sobre dónde almacenar sus datos y bajo qué condiciones.

Históricamente, asegurar una competencia sana y justa siempre ha sido una buena receta para resolver problemas en una economía de mercado. Hacia 1900, el Standard Oil de John D. Rockefeller se había convertido en el guardián del mercado de la energía en los Estados Unidos, lo que era malo para los consumidores y la industria por igual. Entonces, en 1911, el gobierno de los Estados Unidos obligó a la compañía a dividirse en 34 “Baby Standards”. Algunas de sus compañías sucesoras, como Chevron y ExxonMobil, aún existen.

La separación de Standard Oil preparó el escenario para acciones antimonopolio similares contra IBM, Kodak, Microsoft, Alcoa y otros monopolios a lo largo del siglo XX. En 1982, AT&T se vio obligada a ceder su control sobre Bell System, empresa de operadores telefónicos locales en EEUU y Canadá, y el propio Bell System se dividió en numerosas “Baby Bells”. Es a ese acto de regulación gubernamental que debe mucha de la revolución tecnológica de hoy [¿?].

En otras palabras, no hay ninguna razón histórica para pensar que la ruptura de los gigantes digitales sería perjudicial para la economía. En todo caso, podría impulsar una nueva ola de innovación. Entonces, ¿por qué no vemos un impulso hacia el tipo de acción proporcional del gobierno que vimos en los mercados de petróleo y telecomunicaciones?

Repensando las leyes de Antimonopolio

Para los estadounidenses, parece haber poco interés en crear una disrupción en una industria nacional enormemente exitosa; y para los europeos, no hay instrumentos para hacerlo. Además, se crearon leyes de competencia estadounidenses y europeas para las industrias análogas del siglo XX, no para la economía digital del siglo XXI. En EEUU, las políticas antimonopolio imperantes fueron moldeadas en las décadas de 1970 y 1980 por figuras como el jurista conservador Robert Bork y el economista Aaron Director de la Universidad de Chicago. Bork y Director argumentaron que la eficiencia económica, no el tamaño de una empresa o su posición en el mercado, debería ser el objetivo primordial de la ley antimonopolio. Según su razonamiento, las acciones antimonopolio no están justificadas si un monopolio o casi monopolio no extorsiona a los consumidores con precios más altos.

Este principio ahora proporciona cobertura para Facebook, Google y Amazon, cada uno de los cuales brinda tremendos beneficios a los consumidores. El problema es que debido a que la “actividad principal” de estos gigantes tecnológicos tiende a tratar a los usuarios como el producto, no como el cliente, también han adquirido enormes cantidades de datos personales. Por lo tanto, sin importar cualquiera que sea el tipo de servicios que ofrecen estas empresas, el verdadero problema sigue siendo el mismo: la concentración de control sobre la información personal.

Por ejemplo, el problema con las adquisiciones de Facebook sobre Instagram y WhatsApp no ​​es que estas firmas estuvieran entre sus principales competidores. Es que, al comprarlos, Facebook fue capaz de acumular aún más datos personales y, por lo tanto, percepciones propias sobre las vidas, las preferencias, las pasiones y los deseos de millones de personas. Como resultado, Facebook ahora ofrece una plataforma inigualable para los anunciantes y otros que esperan obtener ganancias a través de la manipulación psicológica. Su servicio es perfecto para políticos populistas e iliberales que buscan ganar el poder a través del miedo y la calumnia, en lugar de hacerlo por el mérito de sus ideas.

El poder que los gigantes tecnológicos derivan de nuestros datos personales no es diferente al poder que Standard Oil y AT&T alguna vez ejercieron a través del control monopólico de los suministros de petróleo y las líneas telefónicas. Si EEUU no toma medidas contra los monopolistas de datos personales, o si su actual marco antimonopolio lo impide, entonces es tanto más importante que la Unión Europea intensifique sus esfuerzos.

Si bien la UE ya ha dado pasos firmes en esta dirección mediante la adopción del Reglamento General de Protección de Datos (GDPR), todavía no estamos preparados para el mundo digital del mañana, porque no tenemos un mercado único digital. Hoy, si los jóvenes desarrolladores de software quieren lanzar aplicaciones en toda la UE, tienen que obtener la aprobación de 28 reguladores nacionales independientes, al tiempo que aseguran contratos con más de 100 operadores de telecomunicaciones. No es de extrañar que las cinco firmas tecnológicas más importantes, Alphabet, Amazon, Apple, Facebook y Microsoft, sean todas estadounidenses y que ninguna de las 20 firmas tecnológicas más grandes del mundo sea europea.

Hasta que amplíe su mercado único de chocolate, cerveza y automóviles a bienes y servicios digitales, Europa seguirá quedándose atrás y Silicon Valley no tendrá que preocuparse por la competencia de la UE. Pero para ampliar el mercado único, los europeos deben estar listos para reemplazar a sus reguladores nacionales con una única agencia a nivel de la UE a la par de la Comisión Federal de Comunicaciones (FCC).

La Promesa de la Descentralización

En términos más generales, debemos comenzar a imaginar un tipo de Internet completamente nuevo. El objetivo debe ser construir un sistema descentralizado que no esté basado en servidores que sean propiedad de y controladas por monopolios basados ​​en California, sino en los millones de computadoras y dispositivos actualmente en uso en la actualidad.

Un modelo para la descentralización es blockchain, un registro (ledger) digital distribuido que registra públicamente las transacciones en muchas computadoras y que requiere un consenso para que se agregue cualquier información nueva. En otras palabras, blockchain verifica y protege los datos sin la necesidad de un gran intermediario central, como un banco, registro o gobierno.

Muchas de las ventajas de blockchain son obvias. La tecnología restaura la confianza en el intercambio de datos y hace que la piratería y la manipulación sean extremadamente difíciles. Debido a que elude a los intermediarios tradicionales, tiene el potencial de eliminar los costos de transacción de la documentación o ejecución de contratos, transacciones financieras, títulos de propiedad, derechos sobre la tierra, etc.

Una Internet descentralizada también permitiría a las personas controlar e incluso monetizar sus datos, junto con otros productos creativos digitales como fotografías, videos, arte y música. Al ser los únicos titulares de derechos de autor de sus creaciones, los usuarios estarían en condiciones de realizar transacciones directamente con otros, en lugar de ceder parte de sus ganancias a una plataforma tradicional.

Por supuesto, hay mucho escepticismo sobre blockchain, y particularmente sobre las criptomonedas que trabajan con blockchain como Bitcoin. Pero la pregunta se reduce a en quién deberías confiar. Por un lado, están las grandes instituciones establecidas, como los bancos que precipitaron la crisis financiera de 2008; por el otro, un sistema descentralizado en el que innumerables socios se controlan mutuamente. En este último caso, no hay necesidad de que Big Brother o Facebook contraten a “limpiadores” como esclavos en algún lugar de la India. En cambio, un colectivo orgánico de usuarios ejercería el control, al igual que ya funciona Wikipedia.

¿Una Internet radicalmente descentralizada eliminará automáticamente el lado oscuro del mundo digital y pondrá fin al lavado de dinero y otras operaciones delictivas que usan criptomonedas? Por supuesto no. Pero vale la pena recordar que el efectivo también se usa en todo tipo de transacciones ilícitas y no culpamos a los bancos centrales por eso. Dado el statu quo, blockchain podría mejorar las cosas considerablemente, especialmente si se complementa con computadoras cuánticas que facultan a las autoridades públicas y las agencias encargadas de hacer cumplir la ley para rastrear los abusos de encriptación y actividades ilegales.

El Desafío de Europa

No hay tiempo que perder. El mundo necesita una nueva Internet y Europa, en particular, necesita una nueva estrategia digital, una que no esté simplemente copiada del modelo estadounidense.

Una opción podría ser hacer de blockchain el nuevo estándar para todas las actividades digitales dentro de la UE. Idealmente, las agencias gubernamentales y las empresas reemplazarían los viejos libros burocráticos y las prácticas con tecnologías descentralizadas seguras, y surgiría una nueva generación de negocios digitales y mercados competitivos en datos personales. Para permitir que esto suceda, la UE necesita lanzar dos programas de inversión más en el nivel del Sistema mundial de navegación por satélite de Galileo: uno para avanzar en el desarrollo de la inteligencia artificial y otro para la informática cuántica.

Dado el tiempo que le llevará a estas inversiones dar sus frutos, la UE también debe abordar los desafíos inmediatos de la vieja era de Internet. De manera muy urgente, debemos proteger nuestras elecciones de la intromisión cibernética extranjera. Eso comienza con la identificación de los agentes extranjeros que están activos en las plataformas de redes sociales europeas, así como los políticos extremistas con quienes se están confabulando.

En los Estados Unidos, donde el Diputado Procurador General Rod Rosenstein designó a Robert Mueller como asesor especial para investigar la injerencia rusa en las elecciones presidenciales de 2016, ya se han dictado docenas de acusaciones. Europa necesita ponerse al día, sobre todo estableciendo su propio fiscal especial para investigar y detener las campañas de desinformación rusas y otros ataques contra nuestras democracias.

En segundo lugar, debemos actualizar nuestras leyes electorales para la era digital. La mayoría se escribieron en un momento en que las campañas políticas se basaban en folletos en papel y publicidades en vallas publicitarias. Hoy, la batalla por el apoyo de los votantes se lleva a cabo en Internet, y ahora es más fácil que nunca que los actores malvados manipulen el proceso.

En tercer lugar, debemos responsabilizar a las empresas de medios sociales por el contenido político publicado en sus plataformas. Toda publicidad política debe tener una “huella” digital que revele claramente quién pagó por ella. Y las plataformas que no cumplen deben enfrentar multas mucho más grandes que las que han tenido en los últimos años.

Pero las agencias de protección de datos también necesitan llevar a cabo un escrutinio más intensivo sobre los distribuidores de noticias falsas, bots y trolls, así como sobre los algoritmos que les permiten llegar a un público más amplio. Con ese fin, las agencias pertinentes deben designar a “funcionarios de rendición de cuentas” encargados de vigilar las principales plataformas de redes sociales, particularmente antes y durante las elecciones.

Finalmente, debemos lanzar campañas para educar al público sobre el uso de configuraciones de privacidad, bloqueadores de anuncios y otras salvaguardas digitales. Esa fue una de las recomendaciones de las audiencias de la Cámara de los Comunes Británicos a principios de este año, sobre Cambridge Analytica. Es lógico que, si queremos volver a poner el Internet en las manos de las personas, necesitarán la alfabetización digital para gestionarlo. Simplemente saber cómo crear una cuenta de Facebook ya no es suficiente. Los ciudadanos en el siglo XXI también necesitan al menos una comprensión básica de cómo funciona el Internet.

En general, la estrategia digital esbozada aquí requerirá una transferencia de poder de los gobiernos nacionales de Europa a las instituciones de la UE. Esa es siempre una proposición difícil en la política europea. Pero los europeos deben aceptar el hecho de que, en la era digital, los Estados-nación ya no pueden hacerlo solos.

Después de todo, las tecnologías digitales no conocen fronteras políticas. Por el contrario, su propio poder se deriva de su capacidad de trascender fronteras y colapsar el espacio y el tiempo. Solo una Europa unificada puede igualar ese poder y ayudarnos a superar nuestra era actual de disfunción digital y hacia un nuevo modelo. La verdadera pregunta es si estamos a la altura del desafío. Lampadia