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Felonías en la historia

Fausto Salinas Lovón
Desde Cusco
Exclusivo para Lampadia

La historia de la humanidad está llena de felones.

En la tradición católica, Judas Iscariote es el traidor por antonomasia. Antes de cometer felonía como apóstol de Jesús y conducir a los guardias para que lo aprendan y señalarlo con un beso, ya había cometido delito y se había apropiado de dinero. Judas entregó a su Maestro y mentor por una recompensa.

En la España del Siglo XIX, a Fernando VII, el Rey Felón, lo calificaron como tal por sus “ansias de poder, su cobardía y su incompetencia”, que lo llevaron a entregar España en manos de Napoleón y a conspirar contra la Constitución de Cádiz en 1812, la cual derogó para instaurar el absolutismo y el culto a su persona.

En la historia republicana del Perú del Siglo XIX, Mariano Ignacio Prado Ochoa debe ser considerado el mayor felón, por haber abandonado el cargo para el que fuera elegido en 1876, apenas a tres años de haberlo asumido ante su incapacidad para enfrentar las consecuencias de las derrotas navales de nuestro país en manos del enemigo chileno y, según dice García Belaunde en el Expediente Prado, porque “defender al país le resultaba contraproducente a sus intereses personales”.

En la política reciente, para Pablo Casado, líder del Partido Popular de España, el “mayor felón de la historia democrática de ese país es Pablo Sánchez, su actual presidente”, entre otras razones por sus concesiones y pactos con las autoridades regionales catalanas que conspiran contra la unidad del reino ibérico.

Ahora bien, la felonía no es tal para todos. Siempre habrá quienes creerán que muchas cosas que razonablemente no nos parecen una felonía, lo son.  O, aquellos para los cuales la conducta de tremendos felones, no lo es. Para los maoístas, por ejemplo, Deng Xiaoping, el inspirador de la China moderna y de su actual hegemonía, no es el reformador lúcido que salvo ese país de la miseria de la revolución cultural de Mao, sino un “traidor, un maldito revisionista”. En el plano local, para algunos, Morales Bermúdez no fue quien salvó al país del desvarío velasquista y restableció la democracia, sino un felón a la revolución izquierdista de Velasco, auspiciada desde la Habana y Moscú.

Sin embargo, más allá de las apreciaciones personales que cada uno tenga acerca de las felonías y traiciones, la historia tiene siempre algunas constantes y la felonía tiene algunas características muy obvias:

El felón no duda en entregar a su mentor, a su maestro o a su jefe. No espera sucederlo naturalmente, sino que precipita su caída.

El felón tiene ansias de poder, aunque las disimula con gestos de renuncia.

El felón es incompetente, ya que el éxito disiparía su afán de deslealtad. Es, como lo muestra la historia, cobarde, incapaz de enfrentar los retos y desafíos, huye de ellos y por ello está dispuesto a abandonar su tarea en medio camino.

El felón desarrolla el culto hacia su persona.

El felón conspira, pacta con el enemigo, se reúne con él, aunque ciertamente minimiza su conducta y afirma haberlo hecho por el bien de todos.

 El felón no respeta las reglas que le fueron dadas, así estén en la Constitución.

Usted, que sigue la política peruana de estos días, que ha visto vacancias y pactos secretos, que ve las encuestas que se mandan realizar para sustentar las decisiones políticas, que ve los pobres resultados de la economía y el gobierno, que ve discursos y audios de reuniones ilícitas, ¿no habrá visto algo parecido en la escena política presente?

¿O tal vez debemos seguir creyendo que todo parecido con la realidad peruana del 2019 es pura coincidencia?

Suele suceder que la felonía en política sólo se apoya en Macchiavello, para quien ésta es parte fundamental de la política. La felonía no suele acercarse a Dante, para quien el felón, por ser el pecador más grande (ya que primero se gana la confianza y el afecto de la víctima antes de traicionarla), tiene reservado el último círculo del infierno. Lampadia




“En un solo día me convencí de relevar a Velasco”

“En un solo día me convencí de relevar a Velasco”

Por: Alberto Rincón.

Entrevista a Francisco Morales Bermúdez

(El Comercio, 8 de febrero de 2014)

Francisco Morales Bermúdez

Ex presidente del Perú (1975-1980)

Tengo 92 años. No sé qué lugar tengo en la historia. Algunos no me reconocen y otros, de mayor edad, sí lo hacen y me saludan. Yo diría que pese a las grandes dificultades que afronté para la salida a la transición democrática, más que un reconocimiento no he tenido. Podría haber más justicia. Pero tengo mi conciencia tranquila porque sé lo que hice. ¿Una virtud? La honradez y la  honestidad. ¿Un defecto? No supe elegir bien a mis enemigos políticos.

Alumno de La Inmaculada, bisnieto de Remigio Morales Bermúdez –que fue presidente de la República entre 1890 y 1894–, pasó a la historia por gobernar el Perú luego de derrocar al general Juan Velasco Alvarado.

“Yo no estuve de acuerdo con el golpe de Estado del general Velasco. Pero lo acaté porque yo era un militar”, dice Morales Bermúdez.

—Y el golpe de Estado al general Velasco desde Tacna…

Yo no lo llamo golpe de Estado. Un golpe de Estado es cuando un ente equis quiebra un gobierno constitucional. Yo desplacé un mando militar apoyado por la institución de quien yo dependía. Lo relevé porque sentí una responsabilidad como primer ministro y general más antiguo.

—¿Usted estuvo esperando la oportunidad para este relevo?

Yo estaba esperando la oportunidad, la coyuntura, para comenzar una transición democrática en el país pero nunca tuve una ansiedad. El general Velasco en dos oportunidades me manifestó que la única persona que podía relevarlo era yo. Y yo le dije que no tenía ninguna ambición, pero si lo creía conveniente, lo aceptaba. Luego, al parecer, cambió de decisión y mi sentido de responsabilidad me obligó a actuar.

—¿La decisión fue casi inmediata?

En un solo día me convencí de realizar este relevo. Fue una decisión que duró 24 horas en tomarse pero que ya había meditado tiempo atrás. La única meta que yo me tracé en mi carrera fue comandar mi ejército y lo logré. Nunca aspiré a ser presidente ni tuve una vocación de político. 

—¿Por qué en sus cinco años de gobierno no devolvió los periódicos a sus dueños?

Porque no era el gobierno de Morales Bermúdez, sino de las FF.AA. Mi intención siempre fue devolver los diarios. En el año 77 yo dispuse que un grupo de asesores preparara un proyecto de devolución de los diarios. Cuando lo sometí a consideración de la Junta Revolucionaria, lo rechazaron porque temían que hubiese muchos ataques. Como yo tenía la meta de continuar con el gobierno de transición, pensé que si me imponía podía terminar sacrificando la meta principal: el retorno a la democracia. En este caso, el ? n justificó los medios.

—Reconocerá que durante su gobierno cerró revistas, censuró otras y deportó periodistas…

A eso le podemos llamar las paradojas que me ocurrieron en el poder. No considero que haya sido algo correcto ni ligado a mi personalidad, pero muchas veces tuve que actuar presionado por los mandos militares. Recuerdo que en una conferencia de prensa que di en Palacio me encontré con Ricardo Letts [a quien deportó] y le ofrecí disculpas.

—Y al país, ¿le ofrecería disculpas por esas circunstancias?

Por supuesto que sí. Y considero que no debió ser. Pudo haber otros medios para evitar esas circunstancias que incomodaban al gobierno. No tuve, quizás, el valor de frenar esas acciones que me recomendaban.

—¿Cuán cerca estuvimos de un conflicto con Chile?

Cuando fui jefe del Estado Mayor del Ejército, le aseguro que nunca vi un plan ofensivo. Lo que nos ? jamos –incluido el general Velasco– fue que no podíamos llegar al año 79 en las mismas condiciones que cuando perdimos la guerra. Además, no se había hecho la paz con Ecuador, así que teníamos dos frentes difíciles. Debíamos tener una fuerza disuasiva tanto en el norte como en el sur.

—¿Fueron entonces especulaciones de algunos militares?

Sí. En esas épocas había coroneles muy belicistas y muchas veces publicaron las hipótesis de guerra con Chile que realizaba la Escuela de Guerra. No era un plan de Estado, sino de estudio.

—Hace unos años un juez argentino y un fiscal italiano pidieron su extradición por el llamado Plan Cóndor…

A comienzos de 1980, a veinte días de dejar el poder, ingresaron al país un grupo de montoneros argentinos. El general Richter tomó la decisión, sin consultarme, de aplicar la ley de extranjería y los sacó por la frontera con Bolivia. Esta entrega está documentada, pero lo que ocurrió luego con ellos no fue una decisión mía. Yo solo fui informado cuando habían ocurrido los hechos.

 —¿Existió un Plan Cóndor?

No lo sé. Lo que sí  es que los gobiernos de Argentina, Chile, Brasil, Paraguay y Uruguay eran gobiernos de facto que lucharon por permanecer en el poder. Acá no pasaba eso. Este era un gobierno militar que estaba yéndose. Si existió el Plan Cóndor, no ocurrió en el Perú.

—¿Por qué el Perú condecora al dictador argentino Jorge Videla?

Por lo que tenemos en Huarangal, la instalación de una fuente atómica, que se la debemos a Argentina.

—¿Qué le pareció la visita de Videla a los camerinos de la selección peruana en el Mundial Argentina 78?

Yo he tratado de investigar esto. No quiero mencionar nombres ni cosas así, pero ahí ha habido muchas cosas subalternas. No santas. Que dieron lugar a eso. No fue estrictamente futbolístico. Videla los amedrentó. Algo pasó y parece que corrió un poco de dinero. Todo hace pensar que fue así. En esas cosas no hay forma de investigar pero hay casi la convicción de lo que le digo aunque no llega uno a probarlo, a encontrar el sustento. Pero de que fue anómalo, fue totalmente anómalo.

—¿Cómo quisiera ser recordado?

 Como un soldado con corazón de civil. Debe haber siempre una conjunción entre civiles y militares. Como escuché una vez, “El civil debe ver en el militar al defensor de su propia vida y el militar en el civil a un compañero en la vida de la patria”.

Publicado en El Comercio, 8 de febrero de 2014.