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Lecciones para impulsar la inversión pública

Lecciones para impulsar la inversión pública

La inversión pública se ha tornado un componente importante en los planes de reactivación de los gobiernos para paliar los efectos de la pandemia.  Sin embargo, a diferencia de otros componentes del gasto como el consumo o la inversión privada, la inversión pública cuenta con varias particularidades que hacen que su impulso a veces no logre los cometidos deseados, redundando por ejemplo en infraestructuras de uso público no necesaria dadas las brechas y potencialidades del país, ineficiencia reflejada en excesivos sobrecostos o corrupción. Todo ello, sin considerar la lenta ejecución en todos los niveles de gobierno que en nuestro país supone un problema histórico y estructural que atrasa su cierre de brechas sociales y de infraestructura.

En un reciente artículo de The Economist que compartimos líneas abajo, el popular medio británico recomienda, a la luz de las buenas prácticas internacionales, un par de políticas que permitirían reducir estos errores en la implementación de la inversión pública.

SI bien recientemente, el Perú ha cumplido nominalmente con una de ellas, que es la selección de una cartera de inversiones de alto impacto en la productividad y competitividad en el corto plazo, que además toma en cuenta las externalidades positivas y potencialidades en las regiones que interviene – el Plan Nacional de Infraestructura para la Competitividad – la ejecución de esta cartera ha sido mínima – sería del 3.3%, desde que se estipuló en el 2019, según el Consejo Privado de Competitividad. Si bien la pandemia ralentizó sobremanera los procesos de adjudicación de por lo menos 21 obras (de un total de 52), sí hay razones para pensar que el gobierno no está poniendo el suficiente impulso al respecto pues varios megaproyectos en ejecución de esta cartera se encuentran paralizados.  Tal es el caso de Chavimochic III y Majes Siguas II, por ejemplo, ambas APP que se encuentran trabadas desde hace más de 4 años y cuya contribución sobrepasa los S/. 3,000 millones, para no mencionar los múltiples casos de retrasos mayúsculos y sobrecostos de la mayoría de obras previas al anuncio del último plan.

Y ello está atado a la segunda recomendación de The Economist, que creemos que el Estado peruano no logra entender todavía, que es la de aprovechar la participación del sector empresarial e impulsar las APP y otro modelos de cofinanciamiento privado, que al ser mejor administrados y de mayor envergadura, tienen mejores prospectos en el logro de los objetivos de cierre de brechas y generación de empleo.

Saludamos que en esta coyuntura económica tan difícil en nuestro país la inversión pública pareciera que por fin ha cambiado su tendencia y ha empezado a reportar tasas de crecimiento positivas interanuales en los meses de octubre (6.6%), noviembre (28.4%) y diciembre (36.8%), después de estar en rojo casi todo el año. Sin embargo, si el gobierno de transición quiere realmente generar el mayor crecimiento en el menor tiempo posible, debe concentrar sus esfuerzos en destrabar los grandes megaproyectos de infraestructuras como los anteriormente mencionados y también los mineros como Tía María y Conga, pues su mismo alcance y articulación con otros sectores productivos podrían generar un quiebre positivo en la economía peruana que es lo que necesitamos a gritos este año, tras todo lo perdido en el 2020. Lampadia

Inversión pública
Cómo conseguir la infraestructura adecuada

Todos los países quieren construir más puentes, carreteras y redes de energía renovable. No será fácil

The Economist
2 de enero, 2021
Traducida y comentada por Lampadia

En 1916, Cincinnati decidió construir un nuevo y magnífico sistema de metro. Después de décadas de errores, fue abandonado en 1948, y hoy hay dos millas de túneles debajo de la ciudad que nunca se han utilizado. Ese cuento con moraleja sigue siendo relevante. Los políticos de todo el mundo están pidiendo más gasto en infraestructura. Sin embargo, pocas industrias tienen un historial peor de llegar a tiempo y dentro del presupuesto. Para que el auge incipiente produzca mejores resultados, los gobiernos y las empresas deben aprender a adoptar las mejores prácticas de todo el mundo.

La mayoría de los países han promulgado planes de estímulo a corto plazo para hacer frente a la pandemia. El 27 de diciembre, el presidente Donald Trump firmó un proyecto de ley de gastos de 900,000 millones de dólares. Pero también hay ganas de darse un atracón de infraestructura. Joe Biden quiere gastar US$ 2 trillones en carreteras, redes eléctricas y ferrocarriles, y espera obtener el apoyo de ambos partidos para sus planes. La Unión Europea acaba de aprobar un presupuesto de 1.8 trillones de euros (2.2 trillones de dólares), una parte del cual es para inversiones digitales y energéticas.

El enamoramiento de la nueva infraestructura es comprensible. La inversión pública y privada se han estancado en un 3-4% del PBI en todo el mundo. Eso es muy poco para mantener activos viejos en los países desarrollados (un tercio de los puentes estadounidenses están chirriantes) o para proporcionar suficiente agua limpia y electricidad en el mundo emergente. Las bajas tasas de interés significan que el financiamiento es barato y muchos economistas piensan que la recuperación de la inversión en infraestructura es atractiva. Mientras tanto, el cambio climático y la digitalización de la economía están creando una gran demanda de conectividad y sistemas de energía renovable, incluidas las redes 5G.

En la práctica, sin embargo, el historial de la infraestructura está tan lleno de baches como una autopista de Mumbai. Los sobrecostos a menudo superan el 25%. Dos tercios de los casos de soborno extranjero involucran acuerdos de infraestructura. China gasta más que nadie, pero quizás la mitad de sus inversiones han destruido el valor económico. India tuvo un auge en la década de 2000 que terminó en un fango de deudas. Incluso Alemania lucha por hacerlo bien. Todo esto refleja algunos problemas subyacentes profundos. La mayoría de los proyectos tienen un horizonte temporal más allá del de los políticos y los votantes. A menudo son únicos en su clase: China solo tiene Tres Gargantas para represar, no seis. Y los beneficios económicos completos creados por una carretera, por ejemplo, no son capturados por la organización que la paga.

Sin embargo, la amarga experiencia sugiere al menos dos lecciones universales. En primer lugar, los gobiernos deben seleccionar proyectos de manera sistemática creando una lista única y eligiendo aquellos con mayor rentabilidad. Esta evaluación debe tener en cuenta las externalidades, incluido el impacto en las emisiones de carbono, y los retrasos, que son una gran fuente de sobrecostos. Y debe ser realizado por organismos que sean independientes de aquellos que construyen y administran activos. A menudo, los proyectos seleccionados no serán los nuevos y relucientes templos en los que a los políticos les gustan sus nombres, sino humildes reparaciones y mantenimiento.

La segunda lección es aprovechar el sector privado. No solo es una fuente de capital —los fondos de infraestructura global tienen más de US$ 200,000 millones esperando ser desplegados— sino que los proyectos con inversionistas privados también tienden a administrarse mejor. Eso significa desarrollar contratos estandarizados y reguladores independientes que protejan a los contribuyentes, pero también brinden a los inversionistas una certeza razonable de un rendimiento adecuado.

Ambas lecciones pueden parecer obvias. Algunos lugares, como Chile y Noruega, tienen la infraestructura adecuada. Pero más de la mitad de los países encuestados por el FMI no mantienen una cartera nacional de proyectos. Y en la mayoría de los casos, el registro es asombrosamente errático. EEUU está derrochando 5G pero tiene aeropuertos miserables y muy poca energía renovable. Europa tiene aeropuertos y parques eólicos brillantes, pero está en la edad de piedra con el 5G. La infraestructura es una de las últimas industrias locales que quedan donde todavía se pueden obtener ganancias fáciles copiando a otras en todo el mundo. Si compara la inversión pública en más de 100 países, la adopción de las mejores prácticas podría hacer que el gasto sea un 33% más eficiente. El premio es enorme. No espere un metro en Cincinnati. Lampadia