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Greenpeace: sobre como destiñó sus banderas

Greenpeace: sobre como destiñó sus banderas

La renuncia de Patrick Moore, fundador de Greenpeace, ha conmovido la opinión pública internacional. En su renuncia, que compartimos (en video y transcripción) más abajo apreciamos como hasta las más nobles de las causas puede ser corrompidas por agendas políticas, manipulando información por medio del sensacionalismo y la desinformación.

Por ejemplo, en el caso del Perú, recordemos cómo a fines del año pasado Greenpeace, asociación ambientalista internacional, cometió un grave delito contra uno de los patrimonios de la humanidad: nuestras Líneas de Nazca. Invadieron la reserva cultural y arqueológica para perpetrar un show mediático que no está a la altura de una supuesta ejemplificadora institución internacional.

El Gobierno de Perú inició acciones legales contra la organización ambientalista Greenpeace por los daños causados. También fue denunciado el argentino Rodrigo Miguel Abad, fotógrafo de The Associated Press, por quien la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) pidió al poder judicial peruano que reconsidere la acusación penal ya que se encontraba en el lugar realizando su actividad laboral y que “las limitaciones al libre ejercicio profesional y la movilización de los periodistas se oponen a la libertad de prensa”. En Lampadia hemos rechazado este abusivo pedido, ver: Associated Press (AP) pretende exculparse de atentado de Greenpeace.

Lo más lamentable es que una institución de gran renombre como Greenpeace se vea envuelta en un escándalo como este, que realizó con alevosía e irresponsabilidad. Este es un claro ejemplo de cómo la corrupción se infiltra en todas partes para manipular sus agendas políticas. Lampadia

Ver video:

 

Transcripción del video:

Por qué me fui de Greenpeace:

Patrick Moore, fundador de Greenpeace

En 1971, ayudé a fundar un grupo ambientalista en el sótano de la Iglesia Unitaria en Vancouver Canadá. Quince años más tarde, se había convertido en una potencia internacional. Llegábamos a los titulares todos los meses. Me volví famoso y salí inmediatamente por la puerta. La misión, una vez noble, se había corrompido. Las agendas políticas y el alarmismo vencieron a la ciencia y la verdad.

Así es cómo sucedió:

Cuando estaba estudiando para mi doctorado en ecología en la Universidad de British Columbia, me uní a un pequeño grupo de activistas llamado “Don’t Make a Wave Committee” (Comité: No hagas olas). Estábamos en el apogeo de la Guerra Fría y en medio de la guerra de Vietnam. Me radicalicé por estas realidades y por la emergente conciencia sobre el medio ambiente. La misión de la “Don’t Make a Wave Committee” era lanzar una campaña en alta mar en contra de las pruebas de bombas de hidrógeno en Alaska, un símbolo de nuestra oposición a la guerra nuclear. Durante una de nuestras primeras reuniones, alguien dijo “paz”. Una respuesta fue: “¿por qué no la hacemos una paz verde?” y nació un nuevo movimiento. Green (o verde, en español) fue por el medio ambiente y también para el pueblo. Nombramos a nuestro barco “The Greenpeace” y me uní a la tripulación de 12 personas para un viaje de protesta. No pudimos detener esa prueba de la bomba de hidrógeno, pero fue la última que los EEUU detonaron. Tuvimos una gran victoria.

En 1975, Greenpeace dio un gran giro lejos de nuestros esfuerzos anti-nucleares y se dispuso a salvar a las ballenas, navegando en alta mar para hacer frente a los balleneros rusos y japoneses. Las imágenes que mostramos, jóvenes manifestantes situados entre los arpones y las ballenas que huían, fueron publicadas en la televisión de todo el mundo. Las donaciones públicas llegaban a chorros.

A principios de los años 80 ya estaban haciendo campañas en contra de los desechos tóxicos, la contaminación del aire, las competencias de cacería y la captura de orcas vivas. Pero empecé a sentirme incómodo con el curso que estaban tomando mis colegas directores.

Terminé siendo el único de los seis directores internacionales con un estudio formal en ciencias. Ahora estábamos abordando temas que involucraban asuntos complejos de toxicología, química y salud humana. No necesitas un doctorado en biología marina para saber que debemos salvar a las ballenas de la extinción. Pero cuando se analiza qué productos químicos deben ser prohibidos, se necesita saber algo de ciencia. Y la primera lección de la ecología es que todos estamos interconectados.

Los seres humanos son parte de la naturaleza, no ajenos a ella. Muchas otras especies, agentes patógenos y sus portadores, por ejemplo, son nuestros enemigos y tenemos la obligación moral de proteger a los seres humanos de estos enemigos. La biodiversidad no es siempre nuestro amigo.

Además me di cuenta de otra cosa: a medida que nos convertíamos en una organización internacional con más de 100 millones de dólares al año en donaciones, se había producido un gran cambio en la actitud. Se había desvanecido la “paz” en Greenpeace. Ahora sólo parecía importar la parte “verde”.

Los seres humanos, para usar el lenguaje de Greenpeace, se han convertido en “los enemigos de la Tierra”. Los temas cotidianos del movimiento se convirtieron en: acabar con el crecimiento industrial e intentar prohibir muchas tecnologías y productos químicos útiles. La ciencia y la lógica ya no dominaban. El sensacionalismo, la desinformación y el miedo eran lo que utilizamos para promover nuestras campañas.

El colmo fue cuando mis colegas directores decidieron que teníamos que trabajar para prohibir el elemento cloro en todo el mundo. Nombraron al cloro como el “elemento del diablo”, como si fuera malo, pero era absurdo. La adición de cloro al agua potable es uno de los mayores avances en la historia de la salud pública y cualquier persona con un conocimiento básico de la química sabía que muchos de nuestros productos farmacéuticos más eficaces tenían un componente de cloro. No sólo eso, si esta campaña anti-cloro fuese exitosa, los que más sufrirían no serían nuestros donantes millonarios. Los individuos y los países ricos siempre encuentran una forma de evitar estas locuras. Los que sufren son los países en desarrollo, la gente a quienes presumiblemente estamos tratando de ayudar.

Por ejemplo: Greenpeace se ha opuesto a la adopción del arroz dorado, una variedad modificada genéticamente de arroz que contiene beta caroteno. El arroz dorado tiene el potencial de prevenir la muerte de 2 millones de niños pobres en el mundo cada año, pero eso no le importa a la multitud Greenpeace. Los OMG (organismos modificados genéticamente) son malos, por lo que el arroz dorado debe ser malo. Al parecer, que mueran millones de niños no lo es. Este tipo de pensamiento rígido y retrógradosuele atribuirse a los no-iluminados y anti-científicos, pero he descubierto, desde adentro, que puede infectar a cualquier organización, incluso a las que tienen nombres tan nobles como Greenpeace.

Soy Patrick Moore, de la Universidad de Prager.

 




Lampadia: Associated Press (AP) pretende exculparse de atentado de Greenpeace

Lampadia: Associated Press (AP) pretende exculparse de atentado de Greenpeace

En distintos medios se ha publicado  la solicitud de AP para que el Perú no procese a su fotógrafo Rodrigo Abad, quien participó en el atentado de Greenpeace en las líneas de Nazca. Incluso ayer fueron entrevistados por Raul Vargas en RPP, presentando su absurdo caso.

Como es obvio, Greenpeace hizo su patético show con el único propósito de que se publicaran y difundieran las imágenes de su atentado. Sin imágenes no había show. Por lo tanto, los fotógrafos, que irrumpieron en una zona reservada para documentar el atropello, son parte inseparable del mismo.

El Perú debe rechazar el pedido de Associated Press y debe además hacer una protesta muy firme a esta prestigiosa organización. El que AP sea parte de la élite mundial del periodismo, no les da patente de corso para cometer atropellos y menos para excluirse.