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El extraño temor de China a una revolución de color

El extraño temor de China a una revolución de color

Por Gideon Rachman, Columnista de Asuntos Internacionales – FINANCIAL TIMES

(El Comercio, 11 de febrero de 2015)

El ministro de educación de China acaba de emitir un edicto a las universidades del país que suena como algo de la época dorada del maoísmo. “No permitan que los libros de texto que promueven los valores occidentales entren en nuestras aulas”, tronó Yuan Guiren. “Cualquier opinión que ataque o difame la dirección del partido o el socialismo nunca debe permitirse”.

Al visitar Beijing la semana pasada, me parece que es algo tarde para acabar con la influencia occidental. La capital china luce todas las marcas occidentales imaginables, desde Lamborghini a Hooters. En los cafés cerca de los campus universitarios de Beijing, los estudiantes chinos chismosean y navegan por Internet, al igual que sus homólogos occidentales. Sin embargo, esa aparente familiaridad puede ser engañosa. Al querer navegar el Internet desde mi hotel, tuve la ingenua sorpresa de darme un encontronazo con la gran muralla cibernética de China, que bloquea el acceso a Google, Twitter y muchos otros sitios más.

En los últimos meses, la altura de esa gran muralla ha subido aun más por causa de una ofensiva contra las influencias occidentales que han afectado a las universidades, los “bloggers” y los horarios de televisión. Las personas que participan directamente en políticas liberales han sufrido mucho más directamente. Las organizaciones de derechos humanos dicen que cientos de activistas han sido detenidos durante el último año. Las organizaciones extranjeras no gubernamentales también están bajo mayores escrutinios y presiones.

Esta represión apunta a una sorprendente sensación de inseguridad en los círculos gobernantes de China. Los eventos del mundo exterior han hecho que el gobierno esté cada vez más preocupado por la amenaza de una “revolución de color” que pondría en entredicho el poderío del Partido Comunista. Eso también se conecta con la ansiedad imperante acerca de la estabilidad interna de China, en momentos en que la economía se está desacelerando y que la campaña anticorrupción del presidente Xi Jinping está creando descontento entre la élite gobernante.

La ola de revoluciones en el mundo árabe causó profundas angustias en el partido comunista chino acerca de los levantamientos populares contra gobiernos no democráticos – y el caos que pueden desencadenar. El papel que jugaron las instituciones y la tecnología occidentales en avivar estas revueltas fue debidamente notado en Beijing. El hecho de que el levantamiento de Egipto de 2011 se llamó la “revolución de Facebook” y que uno de sus más prominentes activistas era un ejecutivo de Google ayudó a sellar el destino de esas dos empresas en China.

Durante el año pasado, la paranoia oficial china con respecto a la amenaza de una revolución de color ha sido avivada por los acontecimientos en Ucrania y, sobre todo, de Hong Kong. Pareciera que China honestamente comparte la perspectiva rusa del levantamiento en Ucrania, o sea, que este fue organizado esencialmente por EE.UU., utilizando todas sus nefastas herramientas, desde el Internet hasta las ONG. En abril, meses antes de que estallaran las protestas en Hong Kong, Wang Jisi, un prominente académico chino, escribió que las principales preocupaciones de los líderes de Beijing en sus tratos con EE.UU. son “los supuestos planes de EE.UU. para subvertir el gobierno chino y penetrar política e ideológicamente en la sociedad china”.

Las protestas de Hong Kong, que estallaron en septiembre, parecieron confirmar los temores más profundos de Beijing. Desde una perspectiva china, se parecía peligrosamente a la llegada de las técnicas de la evolución de color dentro de las fronteras de China: las protestas de brazos caídos, los estudiantes, los equipos de televisión extranjeros, el uso de los medios sociales y el surgimiento de un nombre pegadizo: el “movimiento

de los paraguas”. El gobierno chino tuvo éxito en bajar el tono de las protestas en Hong Kong. Pero algunos en Beijing afirman ver un patrón siniestro de intromisión occidental, que se extiende desde el mundo árabe a Ucrania, Cuba, Venezuela y ahora Hong Kong.

Más aun, todo este desorden internacional llega en un momento de tensión política en China. La iniciativa política interna de Xi es su campaña contra la corrupción, la cual ha durado más tiempo y golpeado más profundo de lo que muchos esperaban.

Se comenta que la campaña contra la corrupción goza de mucha popularidad entre los chinos, pero amenaza los intereses poderosos. En el último par de meses, el gobierno ha acusado formalmente a Zhou Yongkang, el ex jefe de policía de seguridad interna de China y anunció una investigación de Ling Jihua, antiguo alto asesor de Hu Jintao, el predecesor de Xi.

Quizás Xi esté tan perfectamente en control del sistema político que bien pueda darse el lujo de enfrentarse a poderosos grupos de interés. Pero algunos con buenos contactos en Beijing ahora especulan abiertamente sobre la posibilidad de un intento de destituir al presidente. Algunos señalan que los anteriores brotes de disturbios populares en China, como en 1989, coincidieron con fracturas en la cúpula superior del Partido Comunista.

Sin embargo, en muchos sentidos, China nunca ha lucido tan fuerte. Hace unos meses, el Fondo Monetario Internacional anunció que China es la mayor economía del mundo, al medirse por poder adquisitivo. Los líderes extranjeros están haciendo cola para entrevistarse con Xi, con la esperanza de atraer inversión china. Visto desde el mundo exterior, la aparente ansiedad que sienten los líderes políticos de China parece excesiva, incluso paranoica. Pero, como reza el famoso dicho (occidental): “Solo los paranoicos sobreviven”.