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Defendiendo el Orden Liberal

En Lampadia lamentamos que la tendencia populista actual esté amenazando la democracia liberal y el orden internacional liberal que han mantenido la paz y prosperidad durante las últimas siete décadas. La verdad es que las instituciones de la posguerra permitieron un cambio cualitativo en la evolución de la humanidad, generando una reducción considerable en las tasas globales de violencia y de guerras, además de los grandes avances de la humanidad en términos de reducción de la pobreza y de la desigualdad globales, la mortalidad infantil, el aumento de la esperanza de vida, la emergencia de una clase media global, con una la población mundial del doble de lo que fue hace pocas décadas, con mejor calidad de vida, salud e ingresos.

Sin embargo, en muchos países, la imagen popular y el soporte político de toda esta estructura ha entrado en profundo cuestionamiento y se está destruyendo un orden que ha sido esencialmente positivo sin plantear el diseño de una mejor estructura global. Está claro que es necesario modernizar las instituciones del Orden Liberal, en las que hay que incluir a China e India para poder representar correctamente el mundo de nuestros días. Pero no se puede destruir sin una propuesta de cambio para mejor, debidamente consensuada y valorada. No podemos dejar que los peores ejemplos de la historia del siglo XX, como la revolución bolchevique, sean el mecanismo político de renovación institucional.

En este proceso caótico en el que estamos entrando, ya nos ha regalado un mundo gobernado por tres autócratas. Trump, Putin y Xi Jinping se han validado mutuamente marcando un estilo indeseable de liderazgo. Ver en Lampadia: El ‘americano feo’ desestabiliza las relaciones económicas del mundo.

Este año, el Perú inició su mandato de dos años como miembro no permanente del Consejo de Seguridad de la ONU, con la intención de ocupar ese puesto para defender soluciones que promuevan la vocación pacífica y la política de “buscar siempre soluciones ponderadas y de enorme consenso”. Por lo tanto, tenemos que ver la mejor manera de apoyar un buen orden internacional sin destruir el orden actual, teniendo como mandato principal el mantenimiento de la paz y la seguridad en el mundo.

Líneas abajo, compartimos un poco de historia sobre el Orden Liberal:

La verdadera historia del orden liberal
Ni mito ni accidente

Michael J. Mazarr
Foreign Affairs
7 de agosto, 2018
Traducido y glosado por Lampadia

Durante 70 años, los comentaristas de EEUU, en general, han apoyado la idea de un orden internacional basado en reglas y liderado por EEUU. Sin embargo, recientemente, cada vez más académicos y expertos, incluido el científico-político Graham Allison, en el último número de Foreign Affairs, han comenzado a descartar ese orden como un “mito”.

La significancia del argumento va más allá de lo académico: dado el creciente ataque a las instituciones y a las prácticas del orden de la posguerra por parte de los políticos de todo el mundo. La idea de que el sistema es más mítico que real implica que Estados Unidos se puede manejar perfectamente sin él.

Sin embargo, estas críticas generalmente combinan tres órdenes diferentes:

  • El orden institucional de la posguerra,
  • Los componentes de ese sistema que defienden los valores liberales, y
  • El orden militar global liderado por EEUU.

Allison argumenta con razón que después de 1989, una “oleada de triunfalismo” tentó a Estados Unidos a sobrepasarse en la promosión de los valores liberales y sus ambiciones de primacía. Pero el orden fundamental de posguerra no es responsable de esa extralimitación. Permitir que ese orden se diluya sacrificaría quizás la mayor ventaja competitiva que un líder poderoso haya disfrutado alguna vez.

No es un accidente

El ensayo reflexivo de Allison presenta muchos puntos importantes, pero se equivoca en tres aspectos:

  • Malinterpreta la historia del orden de posguerra
  • Exagera sus objetivos y
  • Confunde el activismo global de EEUU con el funcionamiento del orden mismo

Comencemos con la historia. Allison argumenta que el orden fue una “consecuencia involuntaria” de la Guerra Fría, esencialmente un accidente histórico. Surgió del “miedo” y la búsqueda del equilibrio de poder, no de la intención de remodelar la política mundial. Allison implica que siempre fue una toma de poder realista vestida como una forma de difundir los valores liberales.

Eso es, en el mejor de los casos, un retrato unilateral de una historia compleja. Distintos funcionarios tuvieron diferentes puntos de vista sobre el orden mientras lo construían, pero en términos generales, Estados Unidos invirtió en la década de 1940

  • En las Naciones Unidas
  • En el régimen de comercio internacional y
  • En las instituciones globales de estabilidad económica

Para forjar un mundo más ordenado que sería menos probable que sea víctima de los desastres de la década de 1930. Estos conceptos fueron anteriores al reconocimiento por los diplomáticos de Estados Unidos de que la relación de Estados Unidos con la Unión Soviética estaba destinada a deteriorarse. Allison se equivoca al decir que las ideas para las instituciones de posguerra surgieron “solo cuando [oficiales de EEUU] percibieron un intento soviético de crear un imperio”. El presidente de EEUU, Franklin Roosevelt, estaba sumido en profundos debates con el primer ministro británico Winston Churchill y otros sobre la creación de la ONU en 1941 y las organizaciones formales de la ONU se habían establecido para 1943. La conferencia de Bretton Woods, que creó el orden monetario y financiero de la posguerra, se celebró en 1944.

El erudito Stewart Patrick, un experto en instituciones internacionales, examina esta historia en detalle en su magistral libro, The Best Laid Plans. El interés de los Estados Unidos en el multilateralismo, explica, “no solo precedió a la contención como el marco organizativo de la política exterior de EEUU, sino que también lo extendió hasta los 90s”. El objetivo, aclara, “era crear un mundo abierto”, un orden global basado en reglas en el cual los países amantes de la paz podrían cooperar para avanzar sus propósitos comunes dentro de las instituciones internacionales. Sólo cuando la esperanza de incluir a la Unión Soviética en ese orden murió, Estados Unidos se movió para “salvaguardar la independencia y la prosperidad de una comunidad más pequeña del ‘Mundo Libre’”. Dentro de esta visión, las instituciones de Bretton Woods rápidamente asumieron el carácter más elaborado. Como señala el historiador Mark Mazower en Governing the World, el orden económico de posguerra “representó una intervención concertada para gestionar el capitalismo internacional mucho más allá de lo que la Liga [de las Naciones] intentara alguna vez”.

La importancia de tales mecanismos de ordenamiento aparece en los documentos de seguridad nacional de EEUU desde muy temprano. Allison cita al NSC-68, un importante documento de política de seguridad nacional de la administración Truman escrito en 1950, pero deja de lado su poderoso respaldo a los mecanismos de ordenamiento. “Incluso si no hubiera una Unión Soviética”, argumentó el periódico, Estados Unidos todavía “enfrentaría el hecho de que en un mundo cada vez más pequeño, la falta de orden entre las naciones se está volviendo cada vez menos tolerable”.

Estados Unidos, entonces, no tenía el objetivo simplemente de jugar a la política de poder o a disuadir a la Unión Soviética después de la Segunda Guerra Mundial. Los funcionarios de EEUU esperaban establecer las bases para una política mundial más colaborativa y basada en normas. Sin embargo, como señala acertadamente Allison, Roosevelt y otros mezclaron el realpolitik con su idealismo en la forma del Consejo de Seguridad de la ONU, que pone a las grandes potencias al centro. Las instituciones y las reglas del orden se centraron en la estabilidad geopolítica y económica, no en la difusión de los valores de EEUU.

La definición del Orden

Desde una visión estrecha de los objetivos de los fundadores del orden, Allison pasa a una descripción exagerada de lo que sus defensores creen que ha logrado. Él argumenta que los proponentes del orden creen que “ha sido la causa principal de la llamada ‘larga paz’ entre las grandes potencias durante las últimas siete décadas”. No conozco a nadie que tenga una visión tan extrema de la importancia del orden. Todos los tratamientos significativos del orden reconocen que el poder y la credibilidad de EEUU han sido esenciales para el sistema de posguerra y ven las instituciones del orden como un complemento a otros factores que aseguran la paz y la prosperidad. Esta mentalidad era evidente desde el principio: Mazower explica que el gobierno de EEUU defendió la creación de la ONU ante el pueblo estadounidense al predicar “un realismo pragmático: la nueva organización internacional era una necesidad vital, incluso si no fuera capaz de resolver todos los problemas del mundo”. “

Esto nos lleva al problema de la terminología. Allison, acertadamente, se preocupa de que la idea del orden internacional no esté clara. Pero su argumento mezcla tres fenómenos diferentes: la solidez del orden de posguerra, los elementos liberales de ese orden y la postura global del poder de EEUU. Sugerir, como Allison lo hace correctamente, que la promoción de ​​los esfuerzos para mantener la primacía de EEUU deban controlarse, no implica que el orden fundamental de la posguerra sea un mito.

De hecho, el núcleo institucional y normativo del orden de posguerra reside en un conjunto grande y directo de instituciones:

  • El sistema de la ONU, no solo el Consejo de Seguridad y la Asamblea General, sino también las unidades de mantenimiento y desarrollo de la paz;
  • Las principales instituciones económicas mundiales, incluidos el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, el Banco de Pagos Internacionales, la Organización Mundial del Comercio y otras instituciones para las negociaciones comerciales;
  • Organizaciones políticas y económicas regionales, como la UE, la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático y la Unión Africana;
  • Organizaciones y procesos más informales, desde el G-7 y el G-20 hasta conferencias y diálogos recurrentes; y
  • Las reglas y convenciones asociadas con todas esas organizaciones.

El sistema formado por esas instituciones es el que los funcionarios de EEUU se propusieron conscientemente crear a mediados de la década de 1940.

  • Es el orden que ha figurado prominentemente en todas las estrategias de seguridad nacional de Estados Unidos desde la década de 1950; y
  • Es el orden que docenas de otros países han colocado en el centro de sus propias concepciones de seguridad y prosperidad.

He hablado con muchos funcionarios actuales y anteriores de países de todo el mundo durante los últimos dos años como parte de una amplia evaluación del período de posguerra realizado por RAND Corporation y está claro que hay una larga lista de países además de los Estados Unidos (Australia, Francia, Alemania, India, Japón, Nueva Zelanda, Corea del Sur, el Reino Unido y muchos más) que ven el orden internacional como algo real y temen profundamente su desaparición.

Lo que Allison ha percibido, más que una naturaleza mítica del orden de posguerra, es la dificultad creciente de conciliar tal orden con un enfoque intrusivo de EEUU en la política internacional y los esfuerzos de EEUU para obligar a otros países a adoptar valores estadounidenses. A medida que otros países crecen en poder, demandan una mayor participación en el funcionamiento del orden y plantean más objeciones a las interpretaciones unilaterales de las reglas por parte de EEUU. Pero esa tensión no significa que el orden sea un mito; solo sugiere que Estados Unidos debe moderar sus impulsos para promover los valores liberales y encontrar una forma de compartir su influencia (estos son dos de los principales hallazgos de nuestro estudio). Esa restricción debe ir de la mano con los esfuerzos para renovar y rehabilitar, no abandonar, las instituciones centrales de la orden.

No perdamos la cabeza

Con 70 años de experiencia, está claro que algunas de las esperanzas de los arquitectos del orden de posguerra se han cumplido, al menos en parte. Los procesos multilaterales que esos arquitectos crearon han ayudado a estabilizar la economía global y disuadir la agresión. Al alinear tres cuartas partes de la economía mundial en torno a un amplio conjunto de normas, crearon una poderosa atracción gravitacional hacia la estabilidad en el centro de la política mundial. Las naciones sabían que, para mantener su competitividad, no podían oponerse al orden imperante.

Al unir su propio poder a este proyecto multilateral, además, Estados Unidos ayudó a legitimar su rol en el mundo y se ganó la tolerancia en los tiempos en que no cumplía con sus propios ideales. Allison argumenta que la hipocresía destructiva del orden por la acción militar de EEUU desde 2001 “habla por sí misma”. Pero pocos comportamientos internacionales hablan por sí mismos. Son interpretados por otros países en el contexto de una comprensión más amplia del poder y el propósito. La asociación del poder de EEUU con un orden compartido ha ayudado a mitigar las reacciones ante su uso indebido.

Es posible que Estados Unidos haya llegado al final de esta tolerancia y esa es la razón por la cual el instinto de control de Allison da en el blanco. Pero la respuesta es revitalizar, no abandonar, el multilateralismo que una vez mitigó el antagonismo hacia el poder de los Estados Unidos.

Los creadores del orden de posguerra se propusieron hacer algo limitado y revolucionario. Su objetivo era trabajar dentro de las limitaciones del interés propio nacional y los equilibrios de poder internacionales para construir instituciones y procesos que pudieran dar forma al carácter de la política mundial. El sistema que hicieron ha tenido éxito de maneras importantes, aunque solo sea como uno de varios factores que han mantenido la paz y enriquecido el mundo. A medida que el mundo ingrese en una era de mayor competencia internacional, los políticos de EEUU deben tener cuidado de no subestimar la importancia del sistema de posguerra. El orden está lejos de ser un mito; es la ventaja competitiva más importante de los Estados Unidos. Lampadia




El liberalismo es la idea más exitosa de los últimos 400 años

El liberalismo es la idea más exitosa de los últimos 400 años

La filosofía política liberal es clara: derechos económicos y humanos individuales, autonomía personal, gobierno representativo, libre circulación de bienes y personas a través de las fronteras, libre desarrollo tecnológico sin trabas para promover la economía del mercado global y, bienestar y regulaciones suficientes, pero no tanto como para afectar el crecimiento económico. La mayoría de los debates políticos están dentro de este amplio marco liberal.

Sin embargo, todavía hay incertidumbre sobre el futuro del liberalismo. En Europa, la crisis de inmigración ha impulsado el nacionalismo (ya en aumento), en gran parte responsable de la campaña de Brexit. En los Estados Unidos, la política está polarizada y los comentarios de Trump no ayudan, lo cual causa que la desconfianza hacia el gobierno y otras instituciones cruciales esté aumentando. El descontento popular resultó en unas elecciones inimaginables y un ganador con una plataforma populista.

¿Estamos en un momento de crisis temporal o podemos augurar una crisis aún mayor? Y si el liberalismo está fallando, ¿se puede salvar? ¿Debería ser salvado?

Deneen, después de calificar al liberalismo ‘como la idea más exitosa de los últimos 400 años’, nos explica “Why liberalism failed?”.

El sostiene que la búsqueda de la autonomía (para ser independiente) es una de las fuerzas impulsoras del liberalismo, que ha llegado a definir la libertad como “la condición en la que uno puede actuar libremente en la esfera no restringida por la ley”. Para Deneen, el liberalismo moderno define la libertad como la ausencia de restricciones, y alcanzar tal estado sería su principal propósito. La derecha y la izquierda, “conservadores” y “progresistas”, podrían diferir sobre qué restricciones deberían disolverse, pero ambas, afirma, hacen de la promesa liberal de autonomía un objetivo central; en un caso por libertades económicas, y en otro por derechos humanos, de lo que se desprende la posibilidad de calificar al liberalismo como una doctrina de alcance universal. Ver más sobre su libro líneas abajo:

Un llamado a las armas

El liberalismo es la idea más exitosa de los últimos 400 años

Pero sus mejores años quedaron atrás, según un nuevo libro: ¿Por qué falló el liberalismo?

Por Patrick Deneen – Prensa de la Universidad de Yale
The Economist
25 de enero de 2018
Traducido y glosado por Lampadia

A lo largo de los últimos cuatro siglos, el liberalismo ha sido tan exitoso que ha expulsado a todos sus oponentes del campo de batalla. Ahora se está desintegrando, destruido por una mezcla de arrogancia y contradicciones internas, según Patrick Deneen, profesor de política en la Universidad de Notre Dame [EEUU].

El enfoque principal de Deneen es que las ruinas de los años del crepúsculo del liberalismo se pueden ver por todas partes, especialmente en Estados Unidos. Los principios fundadores de la fe han sido destrozados. La igualdad de oportunidades ha producido una nueva aristocracia meritocrática que tiene toda la distancia de la antigua aristocracia sin su sentido de ‘noblesse oblige’. La democracia ha degenerado en un teatro de lo absurdo. Y los avances tecnológicos están reduciendo cada vez más áreas de trabajo en un trabajo sin sentido. “La brecha entre las afirmaciones del liberalismo y la realidad vivida por la ciudadanía” es ahora tan amplia que “la mentira ya no puede ser aceptada”, escribe Deneen. ¿Qué mejor prueba de esto que la visión de 1,000 aviones privados que llevan a sus ocupantes a Davos para discutir la cuestión de “crear un futuro compartido en un mundo fragmentado”?

Deneen usa el término ‘liberalismo’ en su acepción filosófica, no en su sentido popular. Él está describiendo la gran tradición de la teoría política que comúnmente se remonta a Thomas Hobbes y John Locke, en lugar del conjunto de actitudes vagamente izquierdistas que los estadounidenses ahora asocian con esta palabra. La mayoría de los teóricos políticos argumentan que el liberalismo se ha dividido en dos corrientes independientes: el liberalismo clásico, que celebra el mercado libre, y el liberalismo de izquierda que celebra los derechos civiles. Para Deneen tienen una unidad subyacente. La mayoría de los observadores políticos piensan que el debate sobre el estado del liberalismo no tiene nada que ver con ellos. Deneen argumenta que el liberalismo es una filosofía dominante que dicta todo, desde las decisiones judiciales hasta el comportamiento corporativo. La teoría es práctica.

La unidad subyacente radica en la autoexpresión individual. Tanto los liberales clásicos como los izquierdistas conciben a los seres humanos como personas que llevan derechos, a quienes se les debe dar tanto espacio como sea posible para que cumplan sus sueños. El objetivo del gobierno es asegurar los derechos. La legitimidad del sistema se basa en una creencia compartida en un “contrato social” entre adultos. Pero esto produce una paradoja. Debido a que el espíritu liberal destruye mecánicamente las costumbres heredadas y las tradiciones locales, a veces en nombre de la eficiencia del mercado y algunas veces en nombre de los derechos individuales, crea más espacio para la expansión del Estado, como creador de mercado y legislador. La expresión perfecta del liberalismo moderno es proporcionada por el frontispicio del “Leviatán” de Hobbes (foto superior), con su esbozo de miles de individuos atomizados confrontados por un soberano todopoderoso.

Deneen explica bien su caso, aunque a veces confunde la repetición con la persuasión. Recuerda al lector que, antes del advenimiento del liberalismo moderno, los filósofos identificaron la libertad más con el dominio propio que con la autoexpresión, con la conquista de los deseos hedonistas en lugar de su indulgencia. Hace un trabajo impresionante al capturar el estado de ánimo actual de desilusión, haciéndose eco de las quejas de la izquierda sobre el comercialismo desenfrenado, las quejas derechistas sobre los estudiantes narcisistas y acosadores, y las preocupaciones generales sobre la atomización y el egoísmo. Pero cuando concluye que todo esto se suma a un fracaso del liberalismo, ¿es convincente su argumento?

Su libro tiene dos defectos fatales. El primero se encuentra en su definición de liberalismo. J H. Hexter, un académico estadounidense, creía que sus colegas historiadores podrían dividirse en dos bandos: “divisores” (que siempre hacían distinciones) y “lumpers” (que hacen amplias generalizaciones juntando cosas). Deneen es un lumper extremo. Él argumenta que la esencia del liberalismo consiste en liberar a los individuos de las restricciones.

De hecho, el liberalismo contiene una amplia gama de tradiciones intelectuales que brindan diferentes respuestas a la pregunta de cómo negociar con los reclamos relativos de derechos y responsabilidades, expresión individual y vínculos sociales. Incluso los liberales clásicos que eran más insistentes en eliminar las restricciones a la libertad individual agonizaban por la atomización. Los mediados de la era victoriana fueron grandes constructores de instituciones, creando todo, desde organizaciones voluntarias hasta sociedades anónimas (“pequeñas repúblicas” en la frase de Robert Lowe, un estadista británico del siglo XIX) que fueron diseñadas para llenar el espacio entre el estado y sociedad. Los liberales posteriores experimentaron con una variedad de ideas, desde la transferencia de poder del centro a la creación de sistemas educativos nacionales.

La fijación de Deneen en la esencia del liberalismo lleva al segundo gran problema de su libro: su incapacidad para reconocer la capacidad del liberalismo para reformarse y abordar sus problemas internos. A fines del siglo XIX, Estados Unidos sufrió muchos de los problemas que están reapareciendo hoy, incluida la creación de una aristocracia empresarial, el surgimiento de grandes compañías, la corrupción de la política y la sensación de que la sociedad se dividía en ganadores y perdedores. Pero una gran variedad de reformadores, trabajando desde la tradición liberal, enfrentaron estos problemas directamente. Theodore Roosevelt se hizo cargo de los fideicomisos. Los progresistas limpiaron la corrupción gubernamental. Los reformadores de la universidad modernizaron los programas académicos y crearon escaleras de oportunidades. En lugar de morir, el liberalismo se reformó a sí mismo.

Deneen tiene razón al señalar que el historial del liberalismo en los últimos años ha sido deprimente. También tiene razón al afirmar que el mundo tiene mucho que aprender de las nociones pre-modernas de la libertad como autodominio y abnegación. El mayor enemigo del liberalismo no es tanto la atomización como la codicia pasada de moda, ya que los miembros de la élite de Davos apilan cada vez más sus platos con beneficios y comparten opciones. Pero se equivoca al argumentar que la única forma de que la gente se libere de las contradicciones del liberalismo, es “liberarse del propio liberalismo”. La mejor manera de leer el libro: “Por qué fracasó el liberalismo” no es como una oración fúnebre, sino un llamado a la acción: mejora tu juego, o de lo contrario… Lampadia




Porqué el populismo le está ganando a los liberales

El analista del Financial Times, Vernon Bogdanor, del King´s College de Londres, analiza el libro de Edward Luce, ‘El Retroceso del Liberalismo Occidental’ (ver artículo glosado líneas abajo). Su mensaje principal es que los liberales perdieron contacto con los ciudadanos ‘dejados atrás’ por la economía de las últimas décadas.

Como hemos visto varias veces, en los países más ricos se ha incrementado la desigualdad en paralelo a los avances de la globalización y el libre comercio que habrían deslocalizado el trabajo hacia los países emergentes ‘como China y México –Trump dixit’. Países que, al mismo tiempo, han tenido sus mejores épocas de crecimiento y reducción de la pobreza, incluyendo al Perú.

Fuente: ABC.es

Efectivamente, en los países ricos, desde la crisis del 2008/9, se descuidó a los segmentos de población que vieron debilitada su situación económica. Esto originó que estos países importen el populismo como base del nuevo discurso político, ocultando que buena parte de los impactos en la desigualdad se debían a los impactos de la ‘Cuarta Revolución Industrial’, que ha generado una inmensa ola de automatización y debilitamiento de los empleos tradicionales.

Ahora bien, ¿cómo es que siendo nuestra realidad, contraria a esa experiencia (en el Perú crecimos con reducción de la desigualdad y hasta dinamizamos el sector rural),  nuestras izquierdas desarrollaron un lenguaje político que también acusa y asocia a la globalización y al libre comercio como responsables de lo que aún tenemos que avanzar en la mejora de la vida de todos los peruanos?

Durante los últimos largos años, siempre nos llamó la atención que, por ejemplo, los economistas ligados a la PUCP, como Javier Iguiñiz, Alan Fairlie, Félix Jiménez y Pedro Francke, entre otros adoptaran el lenguaje y el análisis que estaba alimentando la política populista de EEUU a la realidad de la política del Perú. Recordemos que estuvieron en contra con la apertura comercial, por ejemplo, durante el debate del TLC con EEUU, donde gran parte del establishment peruano estaba en contra del acuerdo, sin embargo, el 75% de la población lo aprobó. Asimismo, son crpiticos de la globalización y las inversiones de la mimnería moderna. 

Pues resulta que estos despistados economistas, que no generaban ideas propias, solo se alimentaban de los papers de algunas universidades de EEUU y extrapolaban varios de los argumentos para utilizarlos en sus prédicas en el Perú. Ellos, eventualmente llegaron a crear suficiente confusión como para viabilizar la victoria de Humala, que recogió todos sus absurdos planteamientos e interrumpió el mejor período de crecimiento e inclusión de nuestra historia, además de malograr el análisis causa-efecto de la transformación de nuestra economía, desde la de un Estado fallido a Estrella Internacional.

Ahora con Trump al mando del país que, históricamente, ha liderado la globalización y el libre comercio. Hoy, más que nunca, es muy importante que países emergentes como el Perú tomen una posición anti populismo y reafirmen su opción por un mundo más globalizado y una economía abierta, destacando la importancia del comercio internacional para nuestro desarrollo económico y para beneficio e inclusión de nuestros pobres en la economía de mercado. Lampadia

Los liberales el contacto con los ‘dejados atrás’

En su libro, “The Retreat of Western Liberalism” (El retroceso del liberalismo occidental), Edward Luce describe el camino desde la crisis financiera global a la revuelta populista
 
Fuente: © AFP

Vernon Bogdanor
Profesor de Gobierno en el King´s College, Londres
Financial Times
10 de abril de 2017
Traducido y glosado por Lampadia

En la primera mitad del siglo XX, la democracia parecía una planta frágil. Hacia 1942, solo quedaban 12 democracias en el mundo. Pero con la derrota del fascismo y, unas décadas después, el colapso del comunismo, las democracias liberales parecían como la ola del futuro. 

Esa esperanza ya no es sostenible. Freedom House, encuentra que desde 2008 son más los países que han restringido las libertades, que los que las aumentaron. En el  2016, ha habido retrocesos  en derechos políticos, libertades civiles o ambas en democracias liberales como Dinamarca, Francia, España y EEUU, así como en Hungría y Polonia. en los Estados Unidos, en los Estados Unidos y en los Estados Unidos, así como en Hungría y Polonia. La ‘primavera árabe’ se tornó en un invierno; mientras en Europa nos felicitamos cuando en Austria y Francia, los partidos de orígenes fascistas quedan segundos.

Como Edward Luce anota en su oportuno libro, las amenazas para las democracias liberales no vienen de afuera como en los años 1930s y en la guerra fría, ahora vienen de adentro. Donald Trump es el síntoma, no la causa de esa amenaza: el populismo.

Así como el nazismo fue producto del ‘crash de 1929’, Luce cree que el populismo agarra viada con la crisis financiera del 2008, que erosionó el racional de los privilegios de las élites financieras. Esa élite, que fue aclamada por sus supuestas habilidades en los análisis de riesgos, ahora está expuesta como cortoplacista, tonta y sin ética. Sin embargo los banqueros, a diferencia de sus víctimas, emergieron  ilesos, asumiendo convertidos una suerte de socialismo cuando tuvieron que depender del Estado para salvarse.

La élite política, también pareció sometida a reglas diferentes de las aplicables a la población en general. En Inglaterra, los miembros del parlamento manejaban sus gastos de maneras que para otros hubieran significado su despido. Hillary Clinton no podía entender porqué se había objetado que recibiera US$ 675,000 de Goldman Sachs por honorarios de presentaciones, mientras que en Francia, la corrupción de sus  líderes llegó a ser tomada por dada.

Todo esto alimentó el populismo, cuyo grito era que las diferencias entre la izquierda y la derecha no importaba, pues las diferencias reales estaban entre el pueblo y toda la clase política. Los populistas representaban al pueblo, así que cualquiera que se les opusiera, se estaba oponiendo al pueblo, “We are the people” (nosotros somos el pueblo).

Según Luce, los liberales no han entendido lo que está sucediendo. Se han desconectado de la gente. Los demócratas con Clinton, New Labour (el nuevo laborismo), los conservadores con David Cameron y los socialistas franceses, que buscaban ganar a los candidatos aspirantes. Se olvidaron de los perdedores de la sociedad, los miraban sobre el hombro, como cuando Hillary Clinton llamaba ‘deplorables’ a los partidarios de Trump. Los liberales aprobaban la globalización, el multiculturalismo, el la economía de mercado y formas de vida alternativas, una agenda sin mucho atractivo para los ‘dejados atrás’. El liberalismo se había convertido en la ideología de la elite meritocrática.

Barack Obama y Hillary Clinton, como Cameron y François Hollande, pertenecen a las clases de los que pasan los exámenes. Eso los incapacitaba para entender a los que formarían la base pétrea de los partidarios de Trump, mientras los compromisos de la social democracia abrieron un nuevo camino a la izquierda – Bernie Sanders, Jean-Luc Mélenchon, Jeremy Corbyn. Para oponerse a todos ellos, todo lo que la izquierda moderada tuvo para ofrecer fue el cansado vocabulario del consultor de negocios,  “McKinsey – la lengua franca de Davos”.

Luce es mejor diagnosticando que planteando los remedios. Pero está en la cierto al enfatizar la importancia de un programa radical de habilidades para los ‘dejados atrás’.

Pero, más fundamentalmente, los liberales deben volver a aprender el lenguaje del patriotismo. Para la revolución de Trump, como para el Brexit, está en la base para restablecer la autoridad de la nación. Los liberales han fallado al pensar que su tarea  era debilitar el patriotismo, en vez de fortalecerlo.Lampadia




¿Vamos hacia el fin de la preeminencia de los grupos de identidad?

Steven Pinker, el científico cognitivo de Harvard retwitteó un último artículo de Mark Lilla, profesor de humanidades de Columbia University, sobre la fijación de la sociedad estadounidense con los grupos de identidad, en el que afirma que esta tendencia estaría acercándose a su fin.

Fuente:  desnaturalizandolocotidiano.blogspot.com

Lilla indica que Hillary Clinton perdió la elección por su fijación de comunicarse con las minorías identitarias llamando explícitamente a los afroamericanos, latinos, LGBT y a las mujeres votantes. Dice que fue un error estratégico. “Si vas a mencionar grupos en EEUU, es mejor mencionarlos a todos. Si no se hace, los excluidos lo notarán y se sentirán excluidos.”.

Agrega Lilla: “Pero la fijación con la diversidad en nuestras escuelas y en la prensa ha producido una generación de liberales y progresistas narcisisticamente inconscientes de condiciones ajenas a sus grupos autodefinidos e indiferentes a la tarea de llegar a los estadounidenses en todos los ámbitos de la vida. A una edad muy temprana, nuestros niños se animan a hablar de sus identidades individuales, incluso antes de tenerlas”.

La elección de Trump, que no optó por el lenguaje políticamente correcto de comunicarse preferentemente con las minorías representativas de dichos grupos, estaría marcando el final de esta tendencia que en los últimos años sesgó el diálogo social poniendo por delante de la identidad nacional, la pertenencia a grupos minoritarios más dedicados a la exigencia de derechos al resto de la sociedad, sin la contraparte de los consiguientes deberes.

Efectivamente, todo exceso es pernicioso. En el Perú, sigue siendo muy importante consolidar nuestra identidad nacional, por ello nos parece que vale la pena leer el siguiente artículo.

El fin del liberalismo identitario

Nuestra fijación con la diversidad nos costó esta elección – y más

Mark Lilla,
The New York Times
18 de noviembre de 2016
Retwitteado ​por Steven Pinker, científico cognitivo de Harvard
Traducido y glosado por Lampadia

Fuente:  www.joannejacobs.com

Es un truismo que Estados Unidos se haya convertido en un país más diverso. También es algo hermoso de mirar. Los visitantes de otros países, especialmente aquellos que tienen problemas para incorporar a diferentes grupos étnicos y religiones, se asombran de que logremos hacerlo. No perfectamente, por supuesto, pero ciertamente mejor que cualquier nación europea o asiática. Es una extraordinaria historia de éxito.

Pero, ¿cómo es que esta diversidad debería dar forma a nuestra política? La respuesta liberal estándar durante casi una generación ha sido que debemos tomar conciencia y “celebrar” nuestras diferencias. Lo cual es un espléndido principio de pedagogía moral, pero desastroso como fundamento de política democrática en nuestra era ideológica. En los últimos años, el liberalismo estadounidense ha caído en una especie de pánico moral acerca de la identidad racial, de género y sexual que ha distorsionado el mensaje del liberalismo y le ha impedido convertirse en una fuerza unificadora capaz de gobernar.

Una de las muchas lecciones de la reciente campaña presidencial y su repugnante resultado es que se debe poner fin a la era del liberalismo identitario. Hillary Clinton estaba en su mejor momento cuando habló sobre los intereses estadounidenses en los asuntos mundiales y cómo se relacionan con nuestra comprensión de la democracia. Pero cuando se trataba de la vida en casa, ella perdía esa gran visión y se deslizaba en la retórica de la diversidad, llamando explícitamente a los afroamericanos, latinos, L.G.B.T. y a las mujeres votantes. Fue un error estratégico. Si vas a mencionar grupos en EEUU, es mejor mencionarlos a todos. Si no se hace, los excluidos lo notarán y se sentirán excluidos. Que, como muestran los datos, fue exactamente lo que sucedió con la clase obrera blanca y los que tienen fuertes convicciones religiosas. Dos tercios de los votantes blancos sin títulos universitarios votaron por Donald Trump, al igual que más del 80 por ciento de los evangélicos blancos.

La energía moral que rodea la identidad tiene, por supuesto, muchos efectos positivos. La acción afirmativa ha reformado y mejorado la vida corporativa. Black Lives Matter ha emitido una llamada de atención a cada estadounidense con conciencia. Los esfuerzos de Hollywood para normalizar la homosexualidad en nuestra cultura popular ayudaron a normalizarla en las familias americanas y en la vida pública.

Pero la fijación con la diversidad en nuestras escuelas y en la prensa ha producido una generación de liberales y progresistas narcisisticamente inconscientes de condiciones ajenas a sus grupos autodefinidos e indiferentes a la tarea de llegar a los estadounidenses en todos los ámbitos de la vida. A una edad muy temprana, nuestros niños se animan a hablar de sus identidades individuales, incluso antes de tenerlas. En el momento en que llegan a la universidad, muchos asumen que el discurso de la diversidad agota el discurso político y tienen escasamente poco que decir sobre cuestiones tan perennes como la clase, la guerra, la economía y el bien común. En gran parte esto se debe a los currículos de historia de la escuela secundaria, que anacrónicamente proyectan la política de identidad de hoy al pasado, creando una imagen distorsionada de las principales fuerzas e individuos que dieron forma a nuestro país. (Los logros de los movimientos por los derechos de las mujeres, por ejemplo, eran reales e importantes, pero no pueden comprenderlos si no comprenden primero el logro de los padres fundadores en el establecimiento de un sistema de gobierno basado en la garantía de derechos).

Cuando los jóvenes llegan a la universidad, se les anima a mantener este enfoque en sí mismos por parte de grupos de estudiantes, miembros de la facultad y también administradores cuyo trabajo a tiempo completo es tratar – y aumentar el significado de – “cuestiones de diversidad”. Los medios de comunicación hacen un gran show de burlarse de la “locura del campus” que rodea estos temas, y más a menudo que no, tienen razón. Algo que luego es utilizado por los demagogos populistas que quieren deslegitimar el aprendizaje a los ojos de aquellos que nunca han pisado un campus. ¿Cómo explicarle al votante promedio la supuesta urgencia moral de darles a los estudiantes universitarios el derecho de elegir los pronombres de género designados para ser utilizados al abordarlos? ¿Cómo no reír junto con esos votantes sobre el bromista de la Universidad de Michigan que escribió en “Su Majestad”?

Esta conciencia de diversidad en el campus se ha filtrado a través de los años en los medios liberales, y no sutilmente. La acción en nombre de las mujeres y las minorías en los diarios y los organismos de difusión de Estados Unidos ha sido un extraordinario logro social, e incluso ha cambiado, literalmente, el rostro de los medios de comunicación de derecha, ya que periodistas como Megyn Kelly y Laura Ingraham han ganado prominencia. Pero también parece haber alentado la hipótesis, especialmente entre los periodistas y editores más jóvenes, de que simplemente centrándose en la identidad hacen su trabajo.

Recientemente realicé un pequeño experimento durante un año sabático en Francia: Durante un año completo leí sólo publicaciones europeas, no americanas. Mi pensamiento era tratar de ver el mundo como lo hicieron los lectores europeos. Pero fue mucho más instructivo regresar a casa y darme cuenta de cómo el lente de la identidad ha transformado la información estadounidense en los últimos años. Cuán a menudo, por ejemplo, las historias en el periodismo americano – sobre el “primer X para hace Y” – se dice y recuenta. La fascinación con el drama de la identidad ha afectado incluso a la media extranjera. Por muy interesante que sea leer, digamos, sobre el destino de las personas transgénero en Egipto, no contribuye nada a educar a los estadounidenses sobre las poderosas corrientes políticas y religiosas que determinarán el futuro de Egipto e indirectamente el nuestro. Ningún centro de noticias importante en Europa pensaría en adoptar tal enfoque.

Pero es en el plano de la política electoral que el liberalismo de la identidad ha fracasado de manera espectacular, como acabamos de ver. La política nacional en períodos sanos no se refiere a la “diferencia”, sino en las cosas en común. Y estará dominado por quien capte mejor la imaginación de los estadounidenses acerca de nuestro destino compartido. Ronald Reagan lo hizo muy hábilmente. Así también lo hizo Bill Clinton, quien tomó una página del libro de Reagan. Se apoderó del Partido Demócrata, concentró sus energías en programas nacionales que beneficiarían a todos (como el seguro médico nacional) y definió el rol de Estados Unidos en el mundo posterior a 1989. Al permanecer en el cargo por dos mandatos, fue capaz de lograr mucho por los diferentes grupos de la coalición demócrata. La política de identidad, por el contrario, es en gran medida expresiva, no persuasiva. Es por eso que nunca gana elecciones, pero si puede perderlas.

El recién descubierto, casi antropológico, interés de los medios en el enojado hombre blanco revela tanto sobre el estado de nuestro liberalismo como sobre esta figura tan malintencionada y antes ignorada. Una interpretación liberal conveniente de la reciente elección presidencial sería que Trump ganó en gran parte porque logró transformar la desventaja económica en rabia racial – la tesis “whitelash”. Esto es conveniente porque sanciona una convicción de superioridad moral y permite a los liberales ignorar lo que muchos votantes dijeron que eran sus preocupaciones primordiales. También alienta la fantasía de que la derecha republicana está condenada a la extinción demográfica a largo plazo, lo que significa que los liberales sólo tienen que esperar. El sorprendentemente alto porcentaje del voto latino que fue para Trump debe recordarnos que mientras más tiempo pasan en este país los grupos étnicos, más políticamente diversos se vuelven.

Finalmente, la tesis del whitelash es conveniente porque absuelve a los liberales de no reconocer cómo su propia obsesión con la diversidad ha alentado a los americanos blancos, rurales y religiosos a pensar en sí mismos como un grupo desfavorecido cuya identidad está siendo amenazada o ignorada. Tales personas no están reaccionando contra la realidad de nuestra diversa América (tienden, después de todo, a vivir en áreas homogéneas del país). Pero están reaccionando contra la retórica omnipresente de la identidad, que es lo que ellos quieren decir con “políticamente correcto”. Los liberales deben tener en cuenta que el primer movimiento de identidad en la política estadounidense fue el Ku Klux Klan, el cual aún existe. Los que juegan al juego de la identidad deben estar preparados para perderlo.

Necesitamos un liberalismo post-identidad, y debe aprender de los éxitos pasados ​​del liberalismo pre-identidad. Tal liberalismo se concentraría en ampliar su base apelando a los estadounidenses como estadounidenses y enfatizando los asuntos que afectan a una gran mayoría de ellos. Hablaría a la nación como una nación de ciudadanos que están en esto juntos y deben ayudarse unos a otros. En cuanto a los temas más específicos, que están altamente cargados simbólicamente y pueden alejar a potenciales aliados, especialmente aquellos que tocan temas de sexualidad y religión, tal liberalismo funcionaría en silencio, con sensibilidad y con un sentido apropiado. (Parafraseando a Bernie Sanders, Estados Unidos está cansado de oír hablar de los malditos baños de los liberales).

Los profesores comprometidos con ese liberalismo volverían a centrar la atención en su principal responsabilidad política en una democracia: formar ciudadanos comprometidos conscientes de su sistema de gobierno y de las principales fuerzas y acontecimientos de nuestra historia. Un liberalismo post-identidad también enfatizaría que la democracia no es sólo acerca de los derechos; también confiere obligaciones, como la obligación de mantenerse informado y de votar. Una prensa liberal post-identidad comenzaría a educarse sobre partes del país que han sido ignoradas, y sobre lo que allí importa, especialmente la religión. Y tomaría en serio su responsabilidad de educar a los estadounidenses sobre las principales fuerzas que conforman la política mundial, especialmente su dimensión histórica.

Hace algunos años fui invitado a una convención sindical en Florida para hablar en un panel sobre el famoso discurso de cuatro libertades de Franklin D. Roosevelt de 1941. El salón estaba lleno de representantes de los capítulos locales: hombres, mujeres, negros, blancos y latinos. Comenzamos cantando el himno nacional, y luego nos sentamos a escuchar una grabación del discurso de Roosevelt. Cuando miré hacia la multitud y vi la variedad de diferentes caras, me sorprendió lo concentrados que estaban en lo que compartían. Y escuchando la agitada voz de Roosevelt mientras invocaba la libertad de expresión, la libertad de culto, la libertad de la deseo  y la libertad de temer – las libertades que Roosevelt exigía para “todos en el mundo” – me recordaron cuales eran los verdaderos fundamentos del liberalismo americano moderno.

Mark Lilla, profesor de humanidades en Columbia y académica en la Fundación Russell Sage, es la autora del reciente libro, “The Shipwrecked Mind: On Political Reaction”.

Lampadia




El ‘país del futuro’ tendrá que diseñar otro futuro

En Brasil está terminando una era, la de los gobiernos de las izquierdas latinoamericanas del nuevo siglo, con el liderazgo y debacle del Partido de los Trabajadores (PT). Recordemos que Lula da Silva y el PT fueron los mentores de las izquierdas de la región, organizaron el ‘Foro de Sao Paulo’ para contrastar al ‘Foro Económico Global de Davos’, sabotearon los acuerdos de libre comercio de las Américas, apadrinaron a Hugo Chávez, el propulsor del ‘socialismo del siglo XXI’, e ‘inspiraron’ a varios líderes de la izquierda tradicional peruana.

Como cayó el Muro de Berlín, bloque por bloque, los fracasados gobiernos de las izquierdas pre-modernas de Sudamérica, van cayendo, dejando una estela de frustración, desenfoque histórico y niveles ominosos de corrupción. Brasil ha seguido así a su socio del malogrado Mercosur, Argentina, y su ahijado, Venezuela, agoniza en una insoportable crisis humanitaria.

Brasil ha sido siempre visto como ‘el país del futuro’. Lamentablemente, acaba de destruir uno de esos futuros y ha perdido, probablemente, la mejor oportunidad de su historia para llegar al desarrollo. Ahora se inicia un nuevo proceso liderado en parte por nuevos miembros de la política brasileña, los jóvenes liberales del Movimiento Brasil Livre y del Movimiento Vem Pra Rua.

Desde estas páginas deseamos a Brasil la mejor de las suertes en el largo camino que tendrá que recorrer para diseñar ‘un nuevo futuro’.

Leer líneas abajo el magnífico relato del contexto histórico de este proceso, escrito por nuestro colaborador Sebastiao Mendonça Ferreira.

http://cde.3.elcomercio.pe/ima/0/1/0/7/8/1078058.jpg

Los Liberales y la Crisis Política Brasileña

Sebastiao Mendonça Ferreira

Centro Wiñaq

 

La crisis política brasileña se ha acelerado, y la ‘Era PT’ se está concluyendo con una rapidez sorprendente. Los treinta y dos años ininterrumpidos de democracia (1984-2016) están produciendo algunos buenos resultados. Un gobierno corrupto e incompetente (PT) está siendo removido del poder con el uso de mecanismos democráticos, repitiendo el caso de Collor de Mello (1992), y consolidando las instituciones de la democracia en Brasil.

El fracaso económico del populismo del PT, sin dudas, está jugando su papel detrás de la política, y la independencia de la Policía Federal, del Ministerio Público y del Poder Judicial, relativa en este último caso, ha sido indispensable para que ello ocurriera. Sin embargo, este reciente proceso no puede explicarse sin dos otros actores clave: los medios de comunicación que nutrieron el debate público y el movimiento social que están empujando a los demás actores políticos e instituciones a tomar las acciones adecuadas.

Las grandes marchas de los últimos años, especialmente la última (13 de Marzo 2016) con más de 6 millones de personas, han sido lideradas y organizadas por movimientos sociales con inclinación liberal, derrotando a la izquierda en el control de las calles y constituyendo en un hecho sin precedentes en la política de Brasil.

¿Como puede ser que, en un país con amplio predominio de ideas populistas, estatistas y con presencia masiva de marxistas en las universidades, instituciones públicas y medios de comunicación, el cambio político más importante en décadas resulte siendo liderado por liberales? Veamos algunos antecedentes para entender esa transformación.

En forma simplificada, podemos organizar la historia de las ideas liberales en Brasil en cinco grande períodos: [i]

Estos períodos no deben ser vistos como algo rígido, pues la realidad es siempre más compleja que los esquemas, y las fases de los fenómenos políticos nunca son tan definidas. Parte de lo viejo sigue existiendo en el presente, y parte del futuro ya está emergiendo hoy.[ii]

El liberalismo en un contexto pre-industrial

Durante el segundo imperio, Don Pedro II gobernaba una monarquía con alto grado de libertad, casi sin presos políticos ni periodistas procesados. Al interior de la clase política y la intelectualidad existían diversas corrientes liberales que buscaban adaptar las instituciones Francesas, Inglesas y Americanas a las condiciones de atraso de la sociedad Brasileña. Las corrientes más radicales de los liberales se enfocaban en terminar con la monarquía, acabar con la esclavitud e instalar la república. Ruy Barbosa lideraba esas corrientes radicalizadas. 

En aquel entonces los liberales, periodistas y toda la clase política eran pequeñas minorías con influencia urbana en un inmenso país agrario y políticamente desarticulado. Las disputas políticas predominantes, entre conservadores y liberales, buscaban influenciar a Don Pedro II, pues en él se concentraban todas las decisiones. En el fondo eran debates en la corte, y entre la nobleza, la diminuta élite social y los militares. La inmensa mayoría de la sociedad brasileña vivía en otra realidad, protegiéndose de la esclavitud, de la arbitrariedad de los caciques locales y de los grupos de bandoleros que azotaban pueblos y haciendas.

La Vieja República Liberal, implantada en alianza con los militares, y bajo la influencia positivista, definió una constitución liberal en 1891: eliminación de los títulos de nobleza, separación de la iglesia y el estado, respeto a las libertades públicas, introducción del Habeas Corpus, creación del sistema político presidencialista y la organización federal del Estado, están entre los puntos más saltantes. El Brasil inició su vida democrática bajo el liderazgo liberal. Lamentablemente, esa orientación se perdió y no se recupera hasta nuestros días.

El político, periodista, jurista, diplomático y pensador Ruy Barbosa (1849-1923), fue uno de los principales líderes anti-esclavista y pró-República, en el final del Imperio, y el pensador más reconocido de la Vieja República Liberal. Sus propuestas moldearon jurídicamente la institucionalidad brasileña, y sus abundantes escritos han constituido un patrimonio valioso del pensamiento liberal brasileño.[iii]

A pesar de sus méritos, la Vieja República Liberal no logró generar una estructura estatal capaz de manejar los conflictos políticos y fiscales de la naciente federación, crear los mecanismos de estabilización de la institucionalidad democrática, controlar los intereses de la casta militar, y resolver democráticamente la emergente conflictividad social. Las inestabilidades propias de un sistema político naciente en un país atrasado generaron un costo político para quienes estaban a cargo de la gestión pública, los liberales.

La Era de Getúlio Vargas

Con la revolución del 30 termina la primera república brasileña y ocurre el desplazamiento del liberalismo como su rol referencial en el pensamiento político brasileño. Getúlio Vargas, un político nacionalista y autoritario lidera un movimiento revolucionario e instaura un discurso nuevo y un orden político paternalista que va durar mucho más que los períodos de los varios gobiernos de Vargas, 1930-1954.

Al tomar el poder en 1930, el movimiento de Vargas está influenciado por el pensamiento fascista italiano, y fue bajo esa influencia que él redefinió las bases del Estado Brasileño moderno. En su concepción el Estado debería ser el motor de la economía y la sociedad, el instrumento principal para que Brasil pueda realizar su potencial como potencia del futuro. Además de la economía, el Estado debería controlar la polarización social y establecer un nuevo orden político que diera estabilidad al país.

Con esas ideas, Vargas creó grandes empresas públicas que controlaran los recursos nacionales (petróleo, electricidad, siderurgia, etc.), modernizó la legislación electoral, y creó una institucionalidad laboral inspirada en la fascista Carta del Lavoro, aunque sin incluir sus elementos totalitarios. Este nuevo Estado fue instalado en oposición a la Vieja República Liberal que no había sido capaz de manejar la crisis económica y social que padecía Brasil.

Vargas dominó la política brasileña desde 1930 hasta 1954, cuando se suicidó en medio de una crisis. La trayectoria caudillista de Vargas y su dramática muerte le dieron un aire de heroísmo que perduró décadas. Hoy, más de 60 años después de su muerte, la legislación laboral brasileña sigue siendo básicamente la misma implantada por Vargas, y muchas de sus ideas siguen siendo un sobre-entendido del discurso político nacional.

Después de la muerte de Vargas, el Brasil vivió un breve período de democracia (1954-1964) interrumpido por el golpe militar de 1964. Sin embargo, la influencia de Vargas era alta en ese período. El Presidente Joao Goulart, derrocado por los militares y su aliado Leonel Brizola eran herederos políticos de Vargas, quienes en ese entonces habían establecido una alianza con fuerzas populistas y la izquierda (Partido Comunista, Izquierda Católica, etc.).

El seguidismo al autoritarismo

En el inicio de los años 1960, los liberales brasileños estaban liderados por corrientes conservadoras y, en un contexto de guerra fría y Revolución Cubana, su temor al caos social era más fuerte que su valoración de la democracia. Los liberales entonces, agrupados principalmente en la Unión Democrática Nacional (UDN) no tuvieron problema en apoyar al gobierno militar en sus primeros años. Un destacado liberal brasileño, Roberto Campos, fue ministro de planeamiento en el gobierno del General Castelo Branco.

Los liberales, en la práctica, renunciaron al rol de opositor democrático, asumieron un rol de soporte de un gobierno autoritario, y entregaron el liderazgo del espacio político de oposición a otras fuerzas políticas.[iv] Ese alineamiento conservador de los liberales contribuyó mucho para dar una imagen ética y democrática a la izquierda, cuyas propuestas de dictadura del proletariado eran mucho más autoritarias que la dictadura de los militares que los perseguían y torturaban. El PT sacaría después, un gran provecho de esa imagen.

Al inicio de los 1960s, los seguidores de Vargas, los marxistas (comunistas y trotskistas) y la izquierda católica habían ganado la hegemonía del movimiento social, especialmente del movimiento sindical, del movimiento estudiantil y de la intelectualidad presente en los medios y universidades. Hasta muy recientemente, esta hegemonía se mantuvo indiscutida.

Durante el Gobierno Militar, los liberales pierden lo poco que tenían de presencia en el movimiento social, y pierden autoridad moral ante la sociedad en su conjunto. Los crímenes de la Dictadura, que no fueron pocos, ensuciaron a todos aquellos que le dieron algún tipo de soporte, independiente de la razón que tuviesen para brindar ese apoyo.

A pesar de su alineamiento político con una dictadura, las ideas liberales no desaparecen completamente de la escena pública. La agudeza intelectual de Roberto Campos, y del humorista Millôr Fernandes dio presencia pública a los liberales aún en los peores tiempos de su desgaste político.

Durante el Gobierno Militar, el pensamiento liberal era atributo de un reducido número de intelectuales aislados en las instituciones públicas, las universidades e incluso medios de comunicación. Al terminar el Gobierno Militar, las fuerzas de la oposición (democráticas y anti-democráticas) tenían una ventaja moral sobre todos los demás, y la influencia del marxismo se había expandido enormemente en los movimientos políticos, en los periódicos y en las universidades. Esta influencia de la ideología del resentimiento es una característica de la sociedad brasileña actual que demorará décadas superar.

Renacimiento conceptual y político

Al terminar el Gobierno Militar, 1984, la sociedad brasileña se vuelca a reconstruir su democracia y a reorganizar sus partidos políticos. La ventaja ética de las fuerzas de oposición y el amplio dominio de las ideas socialistas van a influenciar la formación de los nuevos partidos políticos. El Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), el principal partido de la oposición durante el Gobierno Militar, mantuvo su nombre original, pero en las siglas de los nuevos partidos predominaban palabras como social, socialista, social democracia, trabajadores, comunista, etc. Una de las pocas excepciones fueron los liberales: Partido del Frente Liberal (PFL). Sin embargo, el término liberal y neoliberal estaban tan mal visto que el PFL tuvo que cambiar su nombre a Partido Democrático (DEM). 

Después de aprobar una Constitución con clara influencia izquierdista, la prioridad de la sociedad brasileña pasó a ser la economía. El déficit fiscal era inmanejable y la inflación incontrolable (43% mensual, más de 7,000% anual) recesaba la economía, consumía los pocos ahorros de la clase media y encarecía la vida de todos. Fue Fernando Henrique Cardoso (FHC), quien puso en marcha el Plan Real, en 1994-95,  y logró en dos años estabilizar la economía brasileña, aunque con costos económicos y sociales notables. A pesar de su efectividad económica, y su éxito político inicial, FHC terminó su segundo gobierno con popularidad muy baja y con muchos resentimientos en los sectores medios.

Mientras el país retornaba a la democracia y estabilizaba su economía, las nacientes corrientes liberales se dedicaron difundir sus ideas en un grupo pequeño de jóvenes profesionales y empresarios, en un período que bien puede llamarse de las catacumbas políticas. Donald Stewart Jr. había creado el Instituto Liberal en 1983 y su institución se dedicó a reproducir obras liberales, especialmente de la escuela Austríaca[v].  El Instituto Mises de Brasil se dedicó a una labor similar de difusión teórica, principalmente en los estados del sur de Brasil[vi].  Esos institutos se dedicaron a formar a los jóvenes que más tarde jugarían un importante papel de liderazgo político en el país.

La victoria del PT en el 2003 dio un gran impulso a las ideas populistas. Beneficiada por la estabilidad macroeconómica lograda por FHC y por el dinamismo de la economía global, la economía brasileña creció en forma estable por casi una década, y Lula aprovechó para desarrollar un discurso falaz que atribuía el ingreso de 40 millones de brasileños a la clase media como resultado de sus programas sociales (Bolsa Familia), ocultando las causas económicas detrás del aumento de los ingresos de los sectores pobres[vii] .  

El ambiente político brasileño era de muy alta popularidad de los Gobiernos del PT. Lula con 80% y el primer gobierno de Dilma con 60%, evidenciaba que las ideas populistas tenían gran aceptación y parecían predestinadas a orientar el Brasil a lo largo del siglo XXI. Además, la ola populista era fuerte en América Latina (Venezuela, Argentina, Uruguay, Bolivia, etc.) y las voces críticas eran presentadas como expresión de intereses retrógrados y de grupos de resentidos con la presencia de los pobres en espacios sociales antes exclusivos de los ricos. 

Sin embargo, en la academia, intelectuales liberales estaban realizando una diversidad de estudios históricos y de análisis de la institucionalidad brasileña, generando una creciente producción intelectual nacional en ese campo. Diversas editoras comenzaron a publicar libros de autores liberales (UnB, Visão, Nórdica, Itatiaia, Brasiliense, Zahar, etc.) con títulos clásicos y con los aportes de los liberales nacionales[viii] .  El alcance de esa bibliografía, aunque limitada, contribuyó a crear una capa intelectual crítica a la ideas populistas y marxistas, dominantes, y desarrollaron una capacidad polémica que sorprendió a sus rivales.

En los medios (Veja, O Globo, Estado de Sao Paulo, etc.), algunos periodistas, como Reinaldo Azevedo (liberal conservador) y Rodrigo Constantino (hoy Presidente del Instituto Liberal), comenzaron a ganar reconocimiento analizando los acontecimientos desde una perspectiva de oposición al gobierno del PT. Esa presencia en medios, y la intensa producción bibliográfica de intelectuales como ellos, han contribuido mucho a la difusión de las ideas liberales y a la confianza en su utilidad para entender los acontecimiento nacionales.

En el terreno de la organización política, los Demócratas (liberales) han logrado sobrevivir a los tiempos difíciles y aumentar gradualmente su reconocimiento como oposición radical al gobierno del PT. Su influencia como partido es aún de nivel medio, tienen 28 diputados, mientras el PMDB, PSDB y PT tienen entre 50 y 60 diputados cada uno, y el PP 42. Recientemente, ha sido inscrito el Partido Novo, que nace con una identidad liberal explícita, pero que todavía no ha participado en ningún proceso electoral. Por ello no sabemos cuál es su grado de influencia.

Presente y Futuro

En Mayo de 2013, todo parecía tranquilo para el PT. Desde 2004, el país había mantenido tasas de crecimiento excepcionales para Brasil, y había soportado bien la crisis global del 2009. Nadie esperaba que el enfriamiento de la economía ocurrido el 2012 (2.8% de crecimiento del PIB) pudiera generar alguna reacción social significativa. 

Sin embargo, un aumento en los pasajes desencadenó la protesta nacional del 6 de Junio del 2013, la primera protesta contra un gobierno del PT. El precio de los pasajes urbanos en Brasil son muy altos (el doble o triple del Perú), pero su alza en Sao Paulo difícilmente explica en si misma movilizaciones a nivel nacional. La decepción con el gobierno de Dilma, siendo el alza de los pasajes un detonante, es una explicación más confiable pues la popularidad de Dilma se derrumbó literalmente después de dichas marchas (ver figura)[ix] 

Los jóvenes liberales participaron de esas primeras marchas, pero no las lideraron. Sin embargo, en las marchas siguientes bajo la consigna Fuera Dilma, fueron las dos organizaciones de liberales, Movimento Brasil Livre[x] y Movimento Vem Pra Rua,[xi] que convocaron y organizaron todo el proceso. En la marcha del 13 de Marzo del 2016, por el Impeachment de Dilma, participaron más de 6 millones de personas en todo el país. Con este evento el Impeachment se hizo literalmente imparable. Esas dos organizaciones, lideradas por jóvenes liberales, se legitimaron como los dos grupos con mayor capacidad de convocatoria de manifestaciones políticas en el Brasil.

Se puede afirmar que esos dos grupos organizaron las mayores manifestaciones de la historia política de Brasil y que esas manifestaciones multitudinarias son las razones principales para que el actual proceso del Impeachment contra Dilma Rousseff siga avanzando a pesar de todas las maniobras maquiavélicas realizadas por el PT.  

La crítica al PT (a su corrupción y a su estilo manipulador de hacer política) llevada a cabo por los líderes de esos dos movimiento, por algunos congresistas y periodistas liberales es muy reconocida. La autoridad moral e intelectual que han adquirido es destacable y está sirviendo para que ideas liberales penetren en una sociedad con profundas tradiciones populistas y fuerte presencia marxista en universidades y medios de comunicación.

Brasil es un ejemplo típico de capitalismo clientelista (Crony Capitalism),[xii] en el cual partidos políticos y empresas convienen en montar un sistema corrupto de saqueo del presupuesto nacional y de manipulación de los sectores de menores ingresos con programas sociales. Elementos de este sistema ha sido criticado por Ruy Barbosa, un siglo antes del gobierno del PT y no va desaparecer con la salida de Dilma. Transformar el marco institucional del país para evitar que los buscadores de renta (parásitos) tengan éxito en el  saqueo de los recursos públicos, como hoy ocurre bajo el liderazgo del PT, es un esfuerzo de largo plazo

La derrota política del PT, su desprestigio moral y el fracaso de su discurso populista están creando un nuevo ambiente político en Brasil. La inestabilidad política y económica de los próximos tiempos va exigir que la población, especialmente la clase media, dé atención a los temas políticos, posibilitando que los paradigmas políticos y sociales implantados en el Brasil desde la Era Vargas puedan finalmente ser cuestionadas en repetidos debates públicos. Después de muchas décadas, los liberales brasileños están moral e intelectualmente en una situación de ventaja para liderar ese debate.

La oportunidad está ahí. Si lo logran o no, nos lo dirá el tiempo.

Lampadia
 
 

[i] He armado esta periodización para ordenar la interpretación que he ido desarrollando, otros autores pueden tener otra interpretación, y por lo tanto, otras periodizaciones tan válidas cuanto, o mejores que esta.

[ii] Una fuente reconocida sobre la historia del liberalismo brasileño es el libro de Antonio Paim: “Historia do Liberalismo Brasileiro” publicado en 1998.

[iii] Existen abundante materiales sobre Ruy Barbosa. Una Fuente introductoria puede ser

https://pt.wikipedia.org/wiki/Ruy_Barbosa.

[iv] Si aplicamos el Diagrama de Nolan a los liberales brasileños de entonces, ellos estaban inclinados a la derecha del esquema, y actuaron como conservadores.

[v] http://www.institutoliberal.org.br/

[vi] http://www.mises.org.br/

[vii] Esta creencia se mantiene generalizada hasta hoy y constituye un capital político del PT.

[viii] El libro “Pare de Acreditar no Governo” de Bruno Garschagen, sobre la historia de las ideas políticas en Brasil, recientemente publicado, ha adquirido gran difusión.

[ix] http://www1.folha.uol.com.br/poder/2015/03/1604420-no-3-mes-do-novo-mandato-62-ja-desaprovam-dilma.shtml

[x] https://www.facebook.com/mblivre/

[xi] https://www.facebook.com/VemPraRuaBrasil.org/

[xii] https://en.wikipedia.org/wiki/Crony_capitalism




El Mundo en el Perú (2): Los trapitos sucios en casa

El Mundo en el Perú (2): Los trapitos sucios en casa

Ayer presentamos un primer análisis sobre la Reunión de Gobernadores del Grupo del Banco Mundial (BM) y del Fondo Monetario Internacional (FMI) (ver en Lampadia: El Mundo en el Perú (1): Felicitaciones). Hoy nos toca hacer algunas críticas, no a los organizadores, sino al establishment peruano que ha perdido la oportunidad de albergar este magno evento con mejor disposición y aprovechamiento.

Ya hemos remarcado la importancia de este singular evento en el Perú, lamentablemente, debemos reclamar que buena parte de nuestra clase dirigente, políticos, líderes empresariales, gremiales, académicos y periodísticos, no solo han pasado por alto tremenda oportunidad de nutrirnos del mundo y de dar a conocer la realidad de nuestro país, sino que inclusive se ha llegado a jugar un partido contrario a los aportes de la reunión en presencia de nuestros visitantes.

Por ejemplo, la PUCP, donde se albergan varios economistas anti-globalización, anti-TLCs y anti-minería, organizó por todo lo alto un evento para destacar la presencia y mensajes de Joseph Stiglitz, del Premio Nobel anti-globalización y anti FMI y Banco Mundial. En esta reunión el Nobel dijo que: “el petróleo y el cobre le pertenecen a los peruanos” (La República). ¿Qué será lo que implica? ¿Que los peruanos hagamos lo mismo que en el desastre ecológico de Tambogrande, donde se echó a una empresa moderna para que las hordas tomaran de cualquier manera algo de mineral?

Por otro lado, algunos personajes no especificados organizaron una reunión ‘masiva’ de los ‘indignados peruanos’ llamada: “Desmintiendo el milagro peruano” en el Hotel Bolívar, a la que asistieron 200 personas.

En esta reunión, según radioexitosa.pe, Stiglitz recomendó al Perú que “rompa de una vez el chanchito y no ajustarse en exceso”. Sobre el llamado ‘milagro económico’, dijo “simplemente que no existe”. Estuvo acompañado por de Echave, Dancourt, Dammert y Martín Guzmán. Se fotografió con Gonzalo García y Michel Azcueta.

Dado el despliegue sobre Stiglitz, es oportuno revisar una reciente publicación de Carlos Rodríguez Braun, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, “Ojo con Stiglitz”, en el que critica duramente a este activista por su libro ‘El malestar en la globalización’, que el autor del artículo tradujo. Por ejemplo, comenta que Stiglitz afirma que: Rusia es una economía de mercado. (Ya dijo antes que Venezuela era una democracia).Recela de los mercados pero no es consciente de los fallos del Estado. Plantea la vieja patraña de que los que confían en el mercado padecen “ideología” mientras que los intervencionistas son “economistas de primera fila” –los marxistas ya hablaban de ideología contra ciencia, que era la suya. Stiglitz desbarra diciendo que sólo los intervencionistas se ocupan de los pobres. Aduce que no hay relación entre salarios mínimos y desempleo, contra mucha teoría y evidencia empírica. Afirma que los liberales no prestan atención a “las instituciones civiles y las estructuras legales que hacen funcionar a las economías de mercado”. Con esta engañifa el intervencionismo cae por su propio peso: como el mercado no es perfecto, entonces el Estado debe actuar. La norma de este libro es exagerar el papel del liberalismo y sofocar el del intervencionismo. Sostiene que la liberalización comercial es resistida porque crea paro [desempleo], como si no fuera resistida por grupos de presión proteccionistas”.

En resumen, este ‘valor deteriorado’ fue para los negacionistas, el referente privilegiado para pasar el contrabando de su ideología y mitos anti desarrollo.

Por el lado de los medios fue notorio el alejamiento de los mismos de los principales personajes que nos visitaron, así como de las lecciones que estaban a nuestro alcance. Por ejemplo, ‘Cuarto Poder’ de América Televisión trató el último domingo, el día de cierre del evento en cuestión, “las esterilizaciones forzosas, de indultados a marcas y víctimas de la belleza”. RPP, en la hora principal del jueves pasado, en medio del evento, se entrevistó a Isaac Humala, que aprovechó para mentir sobre un proyecto minero y que es quien nos amenaza con las movilizaciones de los ‘reservistas’ para parar todos los proyectos de inversión.

En cuanto al mundo académico y empresarial, fue notoria la ausencia de muchos de sus representantes en el evento. Aparentemente, para varios resultó más conveniente aprovechar el feriado largo antes que nutrirse de mundo. Dejaron de empoderarse para poder ser mejores líderes de opinión. No se aprovechó el baño de internacionalización, nos quedamos con el ropaje del parroquialismo en el que vivimos.

Con respecto a las características del Perú y la apreciación de nuestra realidad, las autoridades peruanas, participantes en el evento, dejaron que se confunda la situación del Perú con la de otros países de la región. No supieron explicar nuestras singularidades, como las referidas a las reservas productivas que tenemos en muchos sectores y al potencial productivo que podemos poner en valor para recuperar el crecimiento económico, además por supuesto, de la necesidad de emprender una serie de reformas importantes. (Ver en Lampadia: Sudamérica: Crecimiento visto con lentes oscuros).

Nuestra gente necesita tener la mejor información sobre el mundo en que vivimos. Eso es responsabilidad de los líderes de opinión y de los medios. Lampadia