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El Arzobispo de Lima nos quiere devolver a la Edad Media

Jaime de Althaus
Para Lampadia

El arzobispo de Lima, Carlos Castillo, ha resultado un anti-minero y anticapitalista mucho más radical que el pos-extractivista Marco Arana, o que el ex Patria Roja Gregorio Santos, o incluso que el InkarrIslamista y anti “colonialista” Edwar Quiroga, que ya es mucho decir. Podría formar un frente con ellos, y liderarlo.

Ha declarado la semana pasada en el Canal N que “estamos en un problema de absorción minera del país, y podríamos decir, de destartalamiento humano por obra de la ambición financiera y la combinación entre ambas”. Lo que quiere decir, aparentemente, es que, entre la minería, que se está ¿tragando? al país, y la ambición financiera (¿de los capitalistas?), se está destruyendo o descomponiendo la humanidad de los peruanos.

Su visión es apocalíptica, catastrófica. Dice: “somos un país que todos ambicionan en este momento porque tenemos casi todo el mineral del mundo…, el asunto es que vamos acabar triturados ¿no?, porque nos van a saquear de mil formas y lo peor es que saquean toda nuestra naturaleza y a todas nuestras personas”.

La minería es el mal. Es un monstruo destructor, triturador. También “saquea”, usando la clásica expresión anti colonialista o anti imperialista de los años 70. Nuestro arzobispo se ha quedado en la era colonial, cuando la Cruz acompañaba y santificaba a la espada para saquear precisamente. Estaríamos ante un arrepentimiento secular demasiado tardío y equivocado en su objeto, porque la minería actual no es la de la Colonia ni la de los años 50, ni los campesinos andinos son arrastrados a la mita minera con la Biblia por delante.

La mediana y gran minería actual es ambiental y socialmente responsable. No genera pasivos ambientales sino activos ambientales. Por ejemplo: convierte los tajos vacíos en lagunas que dan agua a la agricultura, construye reservorios, siembra bosques, devuelve la naturaleza en el cierre de minas. Necesitamos que haya mucha más minería para sembrar y cosechar agua en toda la Sierra, forestar y luchar así, con recursos, contra el cambio climático.

Incluso para prevenir los huaycos e inundaciones que arrecian cada vez más. Como escribió Carlos Gálvez, ex presidente de la Sociedad Nacional de Minería: “Paradójicamente, ya desde hace algunos años observo las discusiones sobre la disponibilidad de agua para nuestros poblados y la actitud de rechazo a la propuesta del sector minero de:

  • construir reservorios de agua en las alturas,
  • sembrar Queñuales en la ribera de los ríos para rellenar el acuífero a lo largo de estos,
  • canalizar o construir túneles que eviten que el agua de los ríos, aquella que muchas veces ha sido previamente turbinada por centrales hidroeléctricas, se vea impactada por todo el desmonte (basura, cascajo, árboles y ramas) arrojado por los pobladores ribereños antes de llegar a las plantas de tratamiento de agua como La Atarjea y Huachipa.  
  • Y, lo más importante, regular las avenidas en época de lluvia y soltarla de manera regulada y limpia en el estío, convirtiéndose en un aliado estratégico del país”.

Las minas pueden ayudar a las familias campesinas a salir de la pobreza no dándoles dinero –que no es digno- sino tecnología de riego por aspersión para aumentar su productividad. Es decir, integrándolas al mercado productivamente. Algunas lo hacen. Otras menos. Otras caen en el círculo vicioso de las donaciones para aplacar pedidos en lugar de avanzar hacia el desarrollo compartido para generar economías locales auto sostenibles más allá de la existencia de la mina. Las tecnologías de Sierra Productiva son ideales para esto. Convierten a campesinos muy pobres en empresarios vibrantes en uno o dos años. En ciudadanos del Perú.

Eso es lo que la Iglesia debería promover: una relación virtuosa y no viciosa entre minería y comunidad, en lugar de fomentar el enfrentamiento o el rechazo de las poblaciones a las operaciones mineras. Pero quizá nuestro colonial arzobispo piensa que es malo que los campesinos salgan de la pobreza, que se conviertan en empresarios pujantes. Es decir, en capitalistas. El demonio. 

Países avanzados se desarrollaron con la minería o el petróleo, y siguen siendo mineros y sus principales exportaciones siguen siendo las mineras. Estamos hablando de Australia, Canadá, Nueva Zelanda, Noruega, Chile. Ese es nuestro camino. Para eso necesitamos una institucionalidad estatal presente en el territorio, es cierto. Un alto representante del Premier en las zonas mineras que articule al Estado y lleve adelante un plan de desarrollo en esas zonas. Y prevenga así los conflictos. Y necesitamos reformar el canon para que no sea fuente de corrupción sino de desarrollo integral.

Necesitamos aprovechar el recurso que Dios nos ha dado –señor arzobispo- para redimir de la pobreza a nuestros campesinos y para tener el presupuesto necesario para mejorar sustancialmente la salud y la educación en nuestro país, y prepararnos para la cuarta revolución industrial.

Sería bueno que colabore en esta ruta al futuro en lugar de regresarnos a la Edad Media. 

Video de la entrevista al arzobispo:

Lampadia