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ENTRE VISIONARIOS Y ESTÚPIDOS

ENTRE VISIONARIOS Y ESTÚPIDOS

Pablo Bustamante Pardo
Director de Lampadia

En occidente estamos cayendo en el lamentable proceso de reescribir la historia desde la perspectiva actual. Una manipulación cultural que busca entronizar ideologías autoritarias que mediante la trampa de ‘lo políticamente correcto’ pretende cerrar los espacios de libertad.

En ese proceso se destruyen héroes históricos y se crean nuevos mitos.

El artículo de Fernando Rospigliosi que comentamos líneas abajo, ejemplifica este vicio con las figuras de Churchill y Chamberlain. Rospigliosi denuncia que se pretende desvalorizar la acción de líderes visionarios y proactivos, maquillando a líderes estúpidos: “En suma, una nueva y peligrosa falsificación -estilo caviar- de la historia, que intenta presentar como una verdad justamente lo que es una reconocida falsedad, y convertir en héroe a quien fue, por su ingenuidad y pusilanimidad, uno de los grandes responsables de la mayor conflagración en la historia de la humanidad”.

Ningún ser humano es 100% perfecto, ni su vida un dechado absoluto de virtudes. Pareto diría que, si alguien da 80%, sería magnífico, pero hay momentos en la historia en los que ciertos hombres marcaron una diferencia que no debemos relativizar por consideraciones periféricas.

Hay hombres, como Winston Churchill, que tienen ‘acumen’, una combinación de sagacidad, perspicacia y agudeza. Esa capacidad fue la que justamente, le permitió juzgar oportunamente a Hitler y luchar contra el establishment europeo y británico, así como luchar contra el monarca del Reino Unido y vencer al premier británico Neville Chamberlain.

Cuando Chamberlain bajó del avión que lo traía de Münich después de haber pactado con Hitler la deshonrosa partición de Checoeslovaquia y de haberle dado espacio para continuar sus planes bélicos, mostrando un papelito vergonzoso, Churchill le dijo:

“Entre la guerra y el deshonor,
  habéis elegido el deshonor,
  y tendréis la guerra”.

Hoy sabemos perfectamente quién era Hitler, quienes eran sus compinches del lumpen alemán, no nos dejemos confundir con reinterpretaciones antojadizas de la historia. Como decían las abuelas: ‘más vale un momento colorado, que cien amarillos.

Gracias al tesón de Churchill, pudimos vivir en libertad desde mediados del siglo XX hasta nuestros días. Más que relativizar la figura de Churchill, debemos ensalzarla y agradecerle su regalo de libertad. Me sorprende que en Lima no haya un gran monumento a este extraordinario ser humano, que con todos sus defectos y virtudes, supo asumir, solo, el reto de derrotar la maldad. Lampadia

La película “Múnich en vísperas de una guerra”

Falsificación histórica

Fernando Rospigliosi
Huevos de esturión
sábado, 29 de enero de 2022

Una popular película en Netflix recién estrenada, concluye con una burda falsificación histórica, pretendiendo vender una idea nefasta, acorde con la corrección política actualmente dominante en Occidente:

El apaciguamiento es la política adecuada para enfrentar a los tiranos totalitarios –o a los aspirantes a dictadores, o los fanáticos terroristas-.

El film “Múnich en vísperas de una guerra”, recoge la verdad histórica cuando describe la situación en Alemania previa al acuerdo de Múnich. Adolfo Hitler se disponía a invadir Checoeslovaquia y el alto mando militar, consciente que eso llevaría a una guerra que su país perdería de todas maneras, estaba dispuesto a derrocar al tirano. Cuando Hitler ordenara la movilización, darían el golpe.

Pero las cosas salieron de otra manera. El premier británico Neville Chamberlain indujo a Benito Mussolini (aliado de Hitler que tampoco quería la guerra) a impulsar un acuerdo para desmembrar Checoeslovaquia, complacer a Hitler y, supuestamente evitar el conflicto.

Así, los jefes de gobierno de Gran Bretaña, Francia e Italia visitaron a Hitler, en Múnich y el 30 se setiembre de 1938 firmaron un vergonzoso acuerdo, sin la presencia de los checoeslovacos, mediante el cual entregaban los Sudetes, una parte del territorio de Checoeslovaquia con población alemana, a Hitler. De esa manera creyeron, estúpidamente, que podían apaciguar al monstruo.

El ex alcalde de Birmingham, un educado y más bien cándido caballero inglés, volvió a su país y cuando bajó del avión exhibió un papel -una escena famosísima que la película no destaca suficientemente- con la firma de Hitler, asegurando que había conseguido así asegurar la paz para Europa y el mundo. Un papel que para el matón inescrupuloso que lo había suscrito no valía absolutamente nada.

Pero el éxito de Hitler en Múnich –aunque él hubiera preferido arrasar con toda Checoeslovaquia de inmediato- tuvo también otra consecuencia: fracasó el plan de los militares para derrocarlo. Si no había guerra en ese momento, no había justificación para el golpe. Por el contrario, Hitler salió enormemente fortalecido por la torpe y vergonzosa decisión de Chamberlain y los franceses de ceder a sus ambiciones, lo cual le dio impulso para seguir adelante con sus siniestros planes que finalmente llevaron a la II Guerra Mundial.

Hitler inmediatamente engulló los Sudetes y, como era de esperarse, poco después, el 15 de marzo de 1939, se apoderó del resto de Checoeslovaquia, ya indefensa militarmente y abandonada por la cobardía de los aliados.

Una frase final en la película en mención, es una mentira grosera que pretende convencer al público de la virtud del apaciguamiento: “El acuerdo de Múnich les dio tiempo a Gran Bretaña y sus aliados para prepararse para la guerra y así derrotar a Alemania”.

¡La verdad histórica es exactamente la contraria! Ese tiempo le permitió a Hitler fortalecer la Wehrmacht, las fuerzas armadas alemanas, y además apoderarse de la industria checoeslovaca que tenía una de las principales fábricas de armas de Europa, la Skoda. Y pudo consolidar su poder en Alemania, que era cuestionado por conspiradores militares y civiles. (Entre los muchos estudios, ver por ejemplo uno reciente del historiador británico Tim Bouverie, “Apaciguar a Hitler: Chamberlain, Churchill y el camino a la guerra”, 2021).

Por el Tratado de Versalles (1919), Alemania solo podía tener un ejército minúsculo –máximo 100,000 efectivos-, sin tanques ni carros blindados, no podía tener una fuerza aérea y solo una marina de guerra reducida, sin submarinos, ni acorazados, ni portaviones. También se disolvió el Estado Mayor, pieza fundamental de la máquina de guerra alemana desde principios del siglo XIX.

Aunque los militares alemanes habían burlado algunas restricciones, su fuerza armada fue insignificante en términos cuantitativos hasta 1936, en que Hitler desconoció el Tratado de Versalles y empezó a rearmarse. Pero ese era un proceso que requería mucho tiempo. Tenían que diseñar y construir tanques, aviones y submarinos. Y, sobre todo, tenían que entrenar y equipar a millones de hombres.

Prácticamente todos los países europeos –salvo Gran Bretaña- tenían servicio militar obligatorio. Por tanto, contaban con millones de reservistas entrenados que podían ser llamados a filas rápidamente e incorporarse a sus fuerzas armadas. Y contaban con el equipamiento bélico necesario para abastecer esas enormes fuerzas armadas.

Por eso al único que favoreció el pacto de Múnich en setiembre de 1938 fue a Hitler, que sí necesitaba tiempo para mejorar la capacidad de la Wehrmacht.

Todos los estudios históricos coinciden que Hitler no tenía ninguna posibilidad de derrotar a los aliados cuando ocupó la zona desmilitarizada de Renania en marzo de 1936. Por el Tratado de Versalles, esa región, fronteriza con Francia, no podía contar con tropas alemanas. Hitler irrumpió con una pequeña fuerza militar y Francia no reaccionó. Consciente de su debilidad, la orden del mando alemán era que si las tropas francesas se movilizaban, ellos deberían replegarse inmediatamente. Pero eso no ocurrió.

Hitler se dio cuenta entonces que podía atemorizar a los aliados con golpes de mano. Y eso, a su vez, lo fortalecía internamente y le permitía consolidar su dominio sobre las fuerzas armadas.

El 1 de setiembre invadió Polonia, lo que desencadenó la guerra. El 10 de mayo de 1940, más de un año y medio después de Múnich, invadió Francia y la Wehrmacht derrotó en seis semanas a franceses y británicos a pesar que era inferior en número de soldados, y también tenía menos aviones, cañones y tanques que los aliados. (Ver el excelente libro del alemán Karl-Heinz Frieser, “El mito de la blitz krieg. La campaña de 1940 en el oeste”).

Y los tanques alemanes, la estrella de esa campaña, eran inferiores en blindaje y poder de fuego a los aliados. La gran diferencia es que estaban mejor comandados y su estrategia y tácticas eran superiores. (Winston Churchill reconocía en privado que los alemanes eran mejores combatientes que británicos y aliados, y que en proporción 1 a 1, ganaban los alemanes. Ver por ejemplo el libro del historiador británico Max Hastings, “Overlord. El día D y la batalla de Normandía. 1944”).

Recién cuando invadieron la Unión Soviética, en 1941, y se enfrentaron al excelente tanque mediano T 34 (al que derrotaron al principio gracias a sus tripulaciones fogueadas en combate y mejor comandadas), los alemanes empezaron a fabricar nuevos blindados capaces de enfrentarlo. Los Tiger y Panther recién empezaron a producirse en 1942 y 1943 y en ocasiones algunos modelos fueron puestos en acción antes de haberse probado para corregir los defectos, como ocurrió en la batalla de Kursk, en julio de 1943, el más grande enfrentamiento de blindados de la historia, donde muchos de los nuevos tanques alemanes quedaron fueran de servicio por fallas mecánicas.

Así pues, es absolutamente falso que Múnich y la política de apaciguamiento fueran favorables a los aliados y les permitieron mejorar su capacidad bélica. Por el contrario, todos los análisis posteriores concuerdan en que la fuerza militar alemana, por lo menos hasta 1938, era inferior a la de los aliados y que, si hubiera habido firmeza de parte de Gran Bretaña y Francia, se habría podido detener a Hitler y evitar la catástrofe de la II Guerra Mundial.

En suma, una nueva y peligrosa falsificación -estilo caviar- de la historia, que intenta presentar como una verdad justamente lo que es una reconocida falsedad, y convertir en héroe a quien fue, por su ingenuidad y pusilanimidad, uno de los grandes responsables de la mayor conflagración en la historia de la humanidad.

Por fortuna la clase política británica tuvo la sensatez de nombrar jefe de gobierno a alguien completamente diferente, Winston Churchill, precisamente el 10 de mayo de 1940, con lo cual dispusieron de un líder que pudo encabezar a su nación, resistir la ofensiva y alzarse con la victoria. Lampadia




Todo el planeta observa crisis en Corea del Norte

Desde el final de la Guerra Fría, hemos podido retroceder el reloj que indicaba el riesgo de una guerra nuclear. Luego de las continuas y desquiciadas acciones de Kim Jong-un, el dictador de Corea del Norte, para sorpresa e incredulidad de toda la humanidad, este riesgo se presenta en nuestras caras, como dice The Economist, “solo un tonto dejaría de alarmarse”.

En nuestro afán de permitir que nuestros lectores tengan una buena representación de nuestra realidad, incluyendo los desarrollos y eventos externos al país, creemos necesario compartir las alarmantes noticias alrededor de la crisis de Corea del Norte, que ha reabierto el riesgo de una confrontación nuclear.

El siguiente artículo de The Economist, plantea al respecto una perspectiva importante:

Podría ocurrir
Cómo evitar una guerra nuclear con Corea del Norte

No hay buenas opciones para frenar Kim Jong-un. Pero terminar en una guerra sería lo peor

The Economist
5 de agosto de 2017
Traducido y glosado por
Lampadia

Es absurdo que Corea del Norte cause tantos problemas. No es exactamente una superpotencia. Su economía es sólo una cincuentava parte de su primo capitalista democrático, Corea del Sur. Los estadounidenses gastan en sus mascotas el doble de su PBI total. Sin embargo, la dictadura regresiva de Kim Jong-un, con su descaro nuclear, ha atraído la atención de todo el mundo, inclusive el del presidente de Estados Unidos. El 28 de julio probó un misil balístico intercontinental que podría llegar a Los Ángeles. En poco tiempo, será capaz de montar ojivas nucleares en tales misiles, como ya puede hacerlo en misiles dirigidos a Corea del Sur y Japón. Quien está a cargo de este aterrador arsenal es un hombre que fue educado como un semidiós y no se preocupa por la vida humana. En su gigantesco gulag, ha sido testigo de la muerte de inocentes golpeados con martillos. La semana pasada, su Ministerio de Asuntos Exteriores prometió que, si se amenaza la “dignidad suprema” del régimen, “aniquilará preventivamente” a los países que la amenazan con todos los medios “incluidos los nucleares”. Sólo un tonto dejaría de alarmarse.

Lo que podría suceder si hubiera otra guerra de Corea

Sin embargo, el peligro más grave no es que un lado de repente intente devastar al otro. Es que ambos lados calculen mal y que un espiral de acciones lleve a una catástrofe que nadie quiere. [Cualquier error de cálculo, o incluso una falla de los mecanismos de información; como las que se dieron durante la Guerra Fría, que pudieron ser superadas; podría llevar a EEUU y Corea del Norte a una guerra nuclear]The Economist enumera algunas de las posibles consecuencias. Estas incluyen:

  • Para Corea del Norte, la destrucción de su régimen y la muerte de cientos de miles de personas.
  • Para Corea del Sur, la destrucción de Seúl, una ciudad de 10 millones de habitantes y que se encuentra al alcance de 1,000 piezas de artillería convencionales de Corea del Norte.
  • Para Estados Unidos, la posibilidad de un ataque nuclear a una de sus guarniciones en Asia Oriental o incluso en una ciudad americana.
  • Y no olvidemos el peligro de un enfrentamiento armado entre EEUU y China, el vecino de Corea del Norte y aliado a regañadientes.
  • Los efectos económicos de otra guerra de Corea también serían horribles.

Donald Trump ha prometido que impedirá que Corea del Norte perfeccione una ojiva nuclear que pueda amenazar al continente americano, twitteando que “¡No va a suceder!”. Algunos expertos sugieren derribar futuros misiles de prueba en las plataformas de lanzamiento o, más improbablemente, en el aire. Otros sugieren usar la fuerza para derrocar el régimen o hacer ataques preventivos para destruir el arsenal nuclear de Kim antes de que tenga la oportunidad de usarlo.

Sin embargo, es precisamente esta clase de acción militar la que arriesga una escalada ruinosa. Las bombas y los lanzadores de misiles de Kim están esparcidos y bien escondidos. Las fuerzas armadas de Estados Unidos, a pesar de todo, no pueden neutralizar de manera fiable la amenaza nuclear norcoreana antes de que Kim tenga la oportunidad de tomar represalias. La tarea sería difícil incluso si el Pentágono tuviera buena inteligencia sobre Corea del Norte; no la tiene. La única justificación para un ataque preventivo sería prevenir un ataque nuclear inminente contra EEUU o contra uno de sus aliados.

¿Se puede forzar o sobornar a Kim para que renuncie a sus ambiciones nucleares? Vale la pena intentarlo, pero hay pocas posibilidades que suceda. En 1994, el presidente Bill Clinton consiguió un acuerdo con el que Kim Jong Il (el padre del actual déspota) acordó dejar de producir la materia prima para bombas nucleares a cambio de una enorme inyección de ayuda económica. Kim tomó el dinero y la ayuda técnica, pero inmediatamente comenzó a hacer trampa. En 2005 también fracasó otro acuerdo por la misma razón. El Kim más joven, como su padre, ve las armas nucleares como la única manera de garantizar la supervivencia de su régimen. Es difícil imaginar las circunstancias que puedan llevarlo a renunciar, voluntariamente, a lo que él llama su “preciosa espada de la justicia”.

Si la acción militar es imprudente y la diplomacia es insuficiente, la única opción que queda es disuadir y contener a Kim. Trump debe dejar claro (en un discurso con guion, no con un tweet o por medio de su Secretario de Estado), que Estados Unidos no está a punto de iniciar una guerra, ni nuclear ni convencional. Sin embargo, debe reafirmar que un ataque nuclear de Corea del Norte a Estados Unidos o a uno de sus aliados, será igualado inmediatamente. Kim se preocupa por él mismo. Goza de una vida como si fuera una deidad disoluta, viviendo en un palacio y con el poder de matar o acostar a cualquiera de sus súbditos. Si fuera a desatar un ataque nuclear, perdería sus lujos y su vida. Y a sus compinches también. Eso significa que puede ser disuadido.

Para contener a Kim, Estados Unidos y sus aliados deben aplicar una presión que no pueda ser mal interpretada como una declaración de guerra. Deben incrementar las sanciones económicas, no sólo contra el régimen norcoreano sino también contra las empresas chinas con las que comercian o manejan su dinero. Estados Unidos debería extender formalmente su garantía nuclear a Corea del Sur y Japón e impulsar defensas de misiles que protejan a ambos países. Esto ayudaría a garantizar que ellos no construyan armas nucleares. EEUU debe convencer a los surcoreanos que sufrirán mucho si estalla la guerra y que no actuará sin consultarles. China está harta del régimen de Kim, pero teme que, si este se derrumba, esto significaría una Corea reunificada con tropas estadounidenses en la frontera de China. La administración de Trump debe garantizar que esto no suceda y tratar de persuadir a China de que, a largo plazo, es mejor tener un vecino unido y próspero que un país pobre, violento e impredecible.

Todos mantengan la calma

Todas las opciones para tratar con Corea del Norte son malas. Aunque EEUU no debe reconocerla como una potencia nuclear legítima, debe basar su política en la realidad de que ya es ilegítima. Kim puede apostar que sus armas nucleares le dan la libertad de comportarse de manera más provocativa, tal vez patrocinando el terrorismo en el Sur. También puede vender armas a otros regímenes crueles o a grupos terroristas. El mundo debe hacer lo posible para frustrar tales complots, aunque se tengan dudas sobre la posibilidad de tener éxito.

Vale la pena recordar que EEUU ya ha estado en esta situación antes. Cuando Stalin y Mao construyeron sus primeras bombas atómicas, algunos en Occidente instaron a detenerlos con ataques preventivos. Afortunadamente, prevalecieron las cabezas más frías. Desde entonces, la lógica de la disuasión ha asegurado que estas armas terribles no se hayan usado nunca. Algún día, quizás por un golpe de estado o por un levantamiento popular, los norcoreanos se libren de su repulsivo líder y la península se reúna como una democracia, tal como logró Alemania. Hasta entonces, el mundo debe mantener la calma y contener al Kim. Lampadia




El harakiri

El harakiri

Por Mario Vargas Llosa

La Tercera de Chile, 08 de febrero de 2015

El harakiri es una noble tradición japonesa en la que militares, políticos, empresarios y a veces escritores (como Yukio Mishima), avergonzados por fracasos o acciones que, creían, los deshonraban, se despanzurraban en una ceremonia sangrienta. En estos tiempos, en que la idea del honor se ha devaluado a mínimos, los caballeros nipones ya no se suicidan. Pero el ritual de la inmolación se mantiene en el mundo y es ahora colectivo: lo practican los países que, presa de un desvarío pasajero o prolongado, deciden empobrecerse, barbarizarse, corromperse, o todas esas cosas a la vez.

América Latina abunda en semejantes ejemplos trágicos. El más notable es el de Argentina, que hace tres cuartos de siglo era un país del primer mundo, próspero, culto, abierto, con un sistema educativo modélico y que, de pronto, presa de la fiebre peronista, decidió retroceder y arruinarse, una larga agonía que, apoyada por sucesivos golpes militares y una heroica perseverancia en el error de sus electores, continúa todavía. Esperemos que algún día los dioses o el azar devuelvan la sensatez y la lucidez a la tierra de Sarmiento y de Borges.

Otro caso emblemático del harakiri político es el de Venezuela. Tenía una democracia imperfecta, cierto, pero real, con prensa libre, elecciones genuinas, partidos políticos diversos, y, mal que mal, el país progresaba. Abundaban la corrupción y el despilfarro, por desgracia, y esto llevó a una mayoría de venezolanos a descreer de la democracia y confiar su suerte a un caudillo mesiánico: el comandante Hugo Chávez. Hasta en ocho oportunidades tuvieron la posibilidad de enmendar su error y no lo hicieron, votando una y otra vez por un régimen que los llevaba al precipicio. Hoy pagan cara su ceguera. La dictadura es una realidad asfixiante, ha clausurado estaciones de televisión, radios y periódicos, llenado las cárceles de disidentes, multiplicado la corrupción a extremos vertiginosos -uno de los principales dirigentes militares del régimen dirige el narcotráfico, la única industria que florece en un país donde la economía se ha desfondado y la pobreza triplicado- y donde las instituciones, desde los jueces hasta el Consejo Nacional Electoral, son sirvientes del poder. Aunque hay una significativa mayoría de venezolanos que quiere volver a la libertad, no será fácil: el gobierno de Maduro ha demostrado que, aunque inepto para todo lo demás, a la hora de fraguar elecciones y de encarcelar, torturar y asesinar opositores no le tiembla la mano.

El harakiri no es una especialidad tercermundista, también la civilizada Europa lo practica, de tanto en tanto. Hitler y Mussolini llegaron al poder por vías legales y buen número de países centroeuropeos se echaron en brazos de Stalin sin mayores remilgos. El caso más reciente parece ser el de Grecia, que, en elecciones libres, acaba de llevar al poder -con el 36% de los votos- a Syriza, un partido demagógico y populista de extrema izquierda que se ha aliado para gobernar con una pequeña organización de derecha ultranacionalista y antieuropea. Syriza prometió a los griegos una revolución y el paraíso. En el catastrófico estado en el que se encuentra el país que fue cuna de la democracia y de la cultura occidental tal vez sea comprensible esta catarsis sombría del electorado griego. Pero, en vez de superar las plagas que los asolan, estas podrían recrudecer ahora si el nuevo gobierno se empeña en poner en práctica lo que ofreció a sus electores.

Aquellas plagas son una deuda pública vertiginosa de 317 mil millones de euros con la Unión Europea y el sistema financiero internacional que rescataron a Grecia de la quiebra y que equivale al 175% del producto interior bruto. Desde el inicio de la crisis el PIB de Grecia ha caído un 25% y la tasa de desempleo ha llegado casi al 26%. Esto significa el colapso de los servicios públicos, una caída atroz de los niveles de vida y un crecimiento canceroso de la pobreza. Si uno escucha a los dirigentes de Syriza y a su inspirado líder -el nuevo Primer ministro Alexis Tsipras- esta situación no se debe a la ineptitud y a la corrupción desenfrenada de los gobiernos griegos a lo largo de varias décadas, que, con irresponsabilidad delirante, llegaron a presentar balances e informes económicos fraguados a la Unión Europea para disimular sus entuertos, sino a las medidas de austeridad impuestas por los organismos internacionales y Europa a Grecia para rescatarla de la indefensión a que las malas políticas la habían conducido.

Syriza proponía acabar con la austeridad y con las privatizaciones, renegociar el pago de la deuda a condición de que hubiera una “quita” (o condonación) importante de ella, y reactivar la economía, el empleo y los servicios con inversiones públicas sostenidas. Un milagro equivalente al de curar a un enfermo terminal haciéndole correr maratones.

De este modo, el pueblo griego recuperaría una “soberanía” que, al parecer, Europa en general, la troika y el gobierno de la señora Merkel en particular, le habrían arrebatado.

Lo mejor que podría pasar es que estas bravatas de la campaña electoral fueran archivadas ahora que Syriza ya tiene responsabilidades de gobierno y, como hizo François Hollande en Francia, reconozca que prometió cosas mentirosas e imposibles y rectifique su programa con espíritu pragmático, lo cual, sin duda, provocará una decepción terrible entre sus ingenuos electores. Si no lo hace, Grecia se enfrenta a la bancarrota, a salir del euro y de la Unión Europea y a hundirse en el subdesarrollo. Hay síntomas contradictorios y no está claro aún si el nuevo gobierno griego dará marcha atrás. Acaba de proponer, en vez de la condonación, una fórmula picaresca y tramposa, consistente en convertir su deuda en dos clases de bonos, unos reales, que se irían pagando a medida que creciera su economía, y otros fantasmas, que se irían renovando a lo largo de la eternidad. Francia e Italia, víctimas también de graves problemas económicos, han manifestado no ver con malos ojos semejante propuesta. Ella no prosperará, sin duda, porque no todos los países europeos han perdido todavía el sentido de la realidad.

En primer lugar, y con mucha razón, varios miembros de la Unión Europea, además de Alemania, han recordado a Grecia que no aceptan “quitas”, ni explícitas ni disimuladas, y que los países deben cumplir sus compromisos. Quienes han sido más severos al respecto han sido Portugal, España e Irlanda, que, después de grandes sacrificios, están saliendo de la crisis luego de cumplir escrupulosamente con sus obligaciones.

Grecia debe a España 26 mil millones de euros. La recuperación española ha costado sangre, sudor y lágrimas. ¿Por qué tendrían los españoles que pagar de sus bolsillos las malas políticas de los gobiernos griegos, además de estar pagando ya por las de los suyos?

Alemania no es la culpable de que buen número de países de la Europa comunitaria tengan su economía hecha una ruina. Alemania ha tenido gobiernos prudentes y competentes, austeros y honrados y, por eso, mientras otros países se desbarataban, ella crecía y se fortalecía. Y no hay que olvidar que Alemania debió absorber y resucitar a un cadáver -la Alemania comunista- a costa, también, de formidables esfuerzos, sin quejarse, ni pedir ayuda a nadie, sólo mediante el empeño y estoicismo de sus ciudadanos. Por otra parte, el gobierno alemán de la señora Merkel es un europeísta decidido y la mejor prueba de ello es la manera generosa y constante en que apoya, con sus recursos y sus iniciativas, la construcción europea. Sólo la proliferación de los estereotipos y mitos ideológicos explica ese fenómeno de transferencia freudiana que lleva a Grecia (no es el único) a culpar al más eficiente país de la Unión Europea de los desastres que provocaron los políticos a los que durante tantos años el pueblo griego envió al gobierno con sus votos y que lo han dejado en la pavorosa condición en que se encuentra.




A 50 años de su partida, extrañamos a Churchill

A 50 años de su partida, extrañamos a Churchill

Este año se conmemoran 50 años de la muerte de Winston Churchill (1874-1965) y 75 de que asumiera el cargo que lo inmortalizara: el de Primer Ministro de la Gran Bretaña asediada por los Nazis (1939-1945). A pesar, de que Churchill es identificado como profundamente británico, él se definía a sí mismo como “an English-Speaking union” (una unión de anglo parlantes, pero que también puede significar un sindicato anglófono), debido a que era hijo del Lord Randolph Churchill y la millonaria norteamericana Jennie Jerome. Sus orígenes, su formación, sus experiencias vitales y su trayectoria profesional de alguna u otra manera lo fueron preparando para ser el hombre providencial que guiara a su nación (y al mundo), en uno de los momentos más excepcionales de la historia de la humanidad: la Segunda Guerra Mundial. Parafraseándolo, se podría decir que “nunca en el campo del conflicto humano, tanta gente le debió tanto a una sola persona” (la cita original es “a tan pocos” y está referida a la heroica actuación de los pilotos de la Real Fuerza Aérea en la batalla de Inglaterra). 

Como a todos los niños de su posición fue enviado a estudiar a un internado, el prestigioso colegio de Harrow, en dónde fue profundamente infeliz. Odiaba los estudios y se destacó como un rebelde, pero estupendo ensayista y el mejor esgrimista de su clase. Luego ingresó,  tras tres intentos, al Royal Military College de Sandhurst. Allí se hizo oficial de caballería y fue enviado al Virreinato de la India. Se hizo de fama como corresponsal de guerra, cubriendo la independencia cubana (1895), y las campañas británicas en la India (1897), el Sudán (1898) y Sudáfrica durante la Guerra de los Boer (1899). A los 26 años escribía para varios diarios y era autor de cinco libros dedicados a sus experiencias. Esta tarea lo ayudó a reflexionar y profundizar sobre el difícil arte de la guerra y el papel del Imperio Británico en el mundo.

Luego de escapar de los Boer en Sudáfrica, ingresó a la Cámara de los Comunes. Así empezó una carrera política que duraría 60 años. Pronto destacó como un filudo polemista, por su inteligencia y don de mando. Ocupó distintos cargos hasta que llegó a ser Lord del Almirantazgo. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial, Churchill promovió la utilización de tanques para romper la guerra en las trincheras, pero su iniciativa de abrir el frente de los Dardanelos terminó en un desastre, lo que le valió el apodo del “carnicero de Galípoli”. A manera de redención, renunció a sus cargos políticos y decidió servir en el frente como comandante del 6° Batallón de Fusileros Escoses. Llevando a la práctica una de sus frases célebres “el éxito no es definitivo, el fracaso no es fatídico. Lo que cuenta es el valor para continuar”, al poco tiempo volvióal Gobierno.

Alejado de los cargos políticos importantes en la década de los 30 fue uno de los pocos que se alarmó con el ascenso de Hitler en Alemania. Fue uno de los primeros en advertir de la carrera armamentista de los nazis y las ambiciones expansionistas de los fascistas italianos de Mussolini. Solicitó reforzar la armada y el ejército, pero nadie le hizo caso. Pronto los temores de Churchill se hicieron realidad con los desplazamientos de tropas alemanas que anexaron Austria. La poca firmeza de Francia y de Inglaterra ante este suceso, desencadenarían la guerra. Chamberlain, el primer ministro británico, viaja a conversar con y Hitler y propone la política de “appeasement” (apaciguamiento), falla de liderazgo a la que en Lampadia hemos llamado el “síndrome de Chamberlain”. Fue entonces, que Churchill reprochó a Chamberlain con su célebre premonición: “Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra… elegisteis el deshonor y tendréis la guerra”.

Meses después, Hitler invadiría Polonia y a Inglaterra y Francia no les quedaría otro remedio que declarar la guerra.  Fue entonces, en medio de la desesperación por el rápido avance de los alemanes que tomaron Noruega, Suecia, Bélgica y rompieron las líneas francesas que Chamberlain se ve obligado a renunciar.  El Rey, entonces, convoca a Churchill para que forme un nuevo gobierno. Desde entonces Churchill se erigió en el líder de una nación asediada por una de las maquinarias militares mejor preparadas de la historia y en uno de los mejores líderes de la humanidad. Su acumen, su capacidad de mando, su tesón, su fe inquebrantable en la victoria y su ejemplo salvaron al imperio y al mundo en su hora más difícil. 

El 13 de mayo de 1940, en la Casa de los Comunes, Churchill pronunció su famosa frase:

“I have nothing to offer but blood, toil, tears and sweat.” (Solo tengo para ofrecerles sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor).

Entendió que sin el concurso de la URSS y de los Estados Unidos no podrían vencer y estrechó  alianzas con ambos. Cuando la victoria final estuvo cerca, empezó a delinear el mundo de la postguerra en una serie de encuentros con Roosevelt y Stalin. Esperaba preservar el papel del imperio británico, pero solo pudo contemplar como emergían dos nuevas potencias. Rápidamente, en 1946, como lo hiciera con el nazismo, advirtió el peligro que representaba para la democracia mundial el comunismo soviético: “Desde Stettin en el Báltico hasta Trieste en el Adriático, una cortina de acero ha descendido a través del continente. Detrás de esa cortina están las capitales de la Europa Central y Oriental tales como Varsovia, Berlín, Praga, Viena, Budapest, Belgrado, Bucarest y Sofía. Todas estas ciudades y las poblaciones alrededor de ellas han caído bajo la esfera de la Unión Soviética”.

Posteriormente, en el momento cumbre de su carrera, solo meses después de la rendición de Alemania, Churchill perdió el cargo de primer ministro. El pueblo inglés en una decisión que aún se presta a múltiples análisis no lo reeligió. Entonces, al viejo bulldog, como le llamaban no le quedó otra cosa que aceptar los hechos, pero volvería a ser Primer Ministro de 1951 a 1955, tratando de evitar el desmembramiento del Imperio, pero ya estábamos en otro mundo.

En su vida recibió múltiples reconocimientos, entre los que destacan, “Ciudadano Honorario de EEUU” y el Premio Nobel de Literatura de 1953. Murió en 1965. Se organizó un gran funeral de Estado en su honor y líderes de todo el mundo llegaron a rendirle honores a uno de los hombres más brillantes de la historia. La democracia y el bienestar que hoy gozamos no serían los mismos sin Churchill.

Sobre la democracia y socialismo nos dejó unos asertos que mantienen toda su vigencia:

“La democracia es la peor forma de gobierno, excepto por todas las demás”.

“El socialismo es una filosofía del fracaso, el credo de la ignorancia, y el evangelio de la envidia, su virtud inherente es la distribución igualitaria de la miseria”.

Líderes como él son los que se necesitan en este mundo, que transita en lo que ya se ha calificado como una suerte de guerra mundial de baja intensidad. Lampadia




La Primera Guerra Mundial y la Paz en el Mundo

La Primera Guerra Mundial y la Paz en el Mundo

Esta mañana (4 de agosto de 2014), se celebraron importantes ceremonias para conmemorar el inicio de la Primera Guerra Mundial que empezó el 28 de julio de 1914 con el intento de invasión de Serbia por parte del Imperio Austro-Húngaro. El detonante del conflicto se produjo un mes antes en Sarajevo, con el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria. Un episodio particular que provocó que se desatara una guerra que involucró a casi toda Europa y luegose extendiera por todo el mundo.

La ceremonia oficial se desarrolló en Lieja, Bélgica, con la asistencia de los 28 Estados de la Unión Europea y la otra en Glasgow, Reino Unido. Después de esta última, según el Financial Times, David Cameron (Primer Ministro Británico) declaró: “Habían en juego, importantes principios. Europa no podía ser dominada por ninguna potencia, los países más pequeños tienen derecho a existir y ser independientes, y estos problemas, aún nos confrontan estos días (…)”.

El siglo XXfue una gran frustración para la humanidad, que venía de la llamada “gran paz europea”, con el inicio de esta espantosa guerra (La Gran Guerra) y no recuperamosla paz hasta la caída del Muro de Berlín y la implosión del Imperio Soviético (1989-1991). Entre tanto tuvimos la Segunda Guerra Mundial, la guerra de Corea y la de Vietnam. El mundo pasó por los genocidios de Hitler, de Stalin (purgas que habrían llegado a 40 millones de rusos), de Mao (el mayor asesino del siglo XX, que habría sido responsable de la muerte de más de 60 millones de chinos), de las perversidades de Pol Pot y, de tantos otros horribles crímenes en varios países africanos como el genocidio en Ruanda. Un siglo con el que la humanidad no se puede sentir orgullosa, notoriamente así, los europeos. Posteriormente, en la última década del siglo, en el medio de Europa, se desató la terrible guerra de los yugoeslavos.

Probablemente, el siglo fue salvado por la acción y el ejemplo de personajes que no podemos dejar de mencionar, como Rosa Parks, Martin Luther King, Alexander Dubcek, Lech Walesa, el Papa Juan Pablo II, Boris Gorbachov, Margaret Thatcher, Ronald Reagan, el ciudadano desconocido de Tiananmen y sobre todo Nelson Mandela.

Cien años después de la Gran Guerra, la humanidad no aprende.Otra vez tenemos conflictos y matanzas inaceptables en medio mundo. Entre otros, en Europa, en Ucrania, Rusia pretende imponer su expansionismo. Assad en Siria masacra a su propia población. En Sudan del Sur se matan unos a otros. En Gaza tenemos otro horrible episodio de este interminable conflicto entre Israel y Palestina.

A raíz de este último conflicto, Ricardo Lagos, ex presidente chileno, contó hace un par de días, en una entrevista en El País de España, una anécdota de una reunión internacional que se llamó “Madrid + 20”, donde, “20 años después de los acuerdos de la Organización de Seguridad [ONU], se juntaron palestinos e israelíes. (…) Un americano que estuvo en ambas reuniones dijo: ´20 años atrás no veíamos la luz al final del túnel. Hoy todos sabemos cuál es la luz al final del túnel.Dos Estados con fronteras reconocidas por los dos Estados. El único problema es que ahora no podemos encontrar donde está el túnel´”.

Lo que está pasando con Rusia, Siria, y el Medio Oriente no es broma, cualquiera de estos conflictos puede terminar en el quiebre de la paz mundial. Lamentablemente el liderazgo global deja mucho que desear (ver en Lampadia: La caída de nuestros líderes es una tragedia). Esperemos que podamos superar esta etapa y que, finalmente, podamos construir un siglo mejor que el anterior. Los seres humanos de todo el planeta, tenemos tareas mucho más importantes que afrontar.Lampadia