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Solución a la guerra contra el terrorismo

“Las ideologías subyacen las estructuras que poseen los individuos para explicar el mundo que los rodea. Las ideologías contienen un elemento normativo esencial; es decir, explican tanto cómo es el mundo y cómo debiera ser. Mientras que los modelos subjetivos suelen ser una combinación de creencias, dogmas, teorías cuerdas y mitos, usualmente contienen también elementos de una estructura organizada que los hacen mecanismos económicos para recibir e interpretar información”

“Instituciones, ideología y desempeño económico” (2003)
– Douglass North, Premio Nobel de Economía 1993

Como dejan entrever las palabras del célebre economista Douglass North, las ideas son importantes no solo porque moldean las instituciones de las sociedades sino porque impulsan la movilización de las personas, grupos sociales e incluso Estados a determinadas políticas que bien pueden promover el desarrollo y el bienestar del ser humano o bien provocar su atraso e incluso autodestrucción, a través de la violencia o medios coercitivos. Ejemplos de esto último por ejemplo se dio con las ideas del comunismo marxista, cuya puesta en práctica no solo llevo al colapso político, económico y social de la Unión Soviética, sino que además se cargó con la vida de más de 100 millones de personas alrededor del mundo en el que se implementó. En nuestra región, estas ideas están tomando forma con el ‘socialismo del siglo XXI’ que desquició Venezuela.

Otro ejemplo, que será tema central del presente artículo, lo representan las ideologías jihadistas radicales islámicas que confluyen en torno al movimiento denominado “wahabismo”, promovido por Arabia Saudita, y que ha sido, en mayor y menor medida, responsable de los más grandes atentados terroristas en los últimos años, como el acontecido recientemente en Sri Lanka, los ataques del 11 de septiembre en Nueva York y Washington, DC y el asedio de Mumbai en 2008.

Curiosamente en la lucha contra el terrorismo emprendida por EEUU ni si quiera se le ha prestado la debida atención a prohibir dicho movimiento – dejando que se enquiste en varias partes del mundo – dirigiendo más bien ingentes recursos hacia la lucha armada contra Al Qaeda y el Estado Islámico, sin considerar a Arabia Saudita entre los principales impulsores del terrorismo.

A continuación, compartimos un reciente artículo publicado en la revista Foreign Policy (ver artículo líneas abajo) que ofrece propuestas de solución para lidiar con este desenfoque en el que se ha imbuido el gobierno de EEUU, en una lucha que ha demostrado no tener mucho éxito a la luz de los recientes ataques subversivos acontecidos en varias regiones del mundo. Lampadia

La guerra global contra el terrorismo ha fracasado. Aquí está cómo ganarla.

Los ataques contra los terroristas y sus redes solo tienen éxito temporal, pero la estrategia a largo plazo debe centrarse en desacreditar las ideologías que atraen a los atacantes.

Un soldado de Sri Lanka monta guardia frente al Santuario de San Antonio en Colombo el 5 de mayo, dos semanas
después de una serie de explosiones de bombas en iglesias y hoteles de lujo que mataron a 257 personas.
LAKRUWAN WANNIARACHCHI / AFP / GETTY IMAGES

Brahma Chellaney
Foreign Policy
11 de mayo, 2019
Traducido y glosado por
Lampadia

Los bombardeos jihadistas en Sri Lanka el domingo de Pascua son el último recordatorio de que el terrorismo no es impulsado por la privación o la ignorancia. Al igual que con el ataque de café de 2016 a los extranjeros en Dhaka, Bangladesh, la matanza de los feligreses y los huéspedes de hoteles en Sri Lanka fue llevada a cabo por educados islamistas de familias ricas. Dos de los ocho terroristas suicidas de Sri Lanka eran hijos de uno de los hombres de negocios más ricos del país. Varios de los atacantes tenían los medios para estudiar en el extranjero.

Una razón por la que estos ataques siguen ocurriendo es que la guerra mundial contra el terrorismo liderada por EEUU ha fracasado, y se debe a que se ha centrado en eliminar a los terroristas y sus redes, no en derrotar la ideología jihadista que inspira los ataques suicidas en todo el mundo. Los atentados con explosivos en un lugar tan poco probable como Sri Lanka, un país sin antecedentes de terrorismo islamista radical, ponen de relieve hasta dónde puede extenderse la teología militarista y por qué el mundo necesita enfrentarlo desde sus raíces.

Cuando se trata del terrorismo islamista radical, las raíces ideológicas se remontan a menudo al wahabismo, una forma extrema del Islam sunita promovido por Arabia Saudita. El wahabismo legitima el jihad violento con su llamado a una guerra contra los “infieles”. Según el erudito musulmán saudí Ali al-Ahmed, aboga por que los no creyentes sean “odiados, perseguidos, incluso asesinados”. Tal es el poder de esta ideología insidiosa que los dos hijos de un magnate de las especias de Sri Lanka, Mohammad Yusuf Ibrahim, eligieron el martirio en lugar de una vida de confort y lujo, incluida la vida en una villa palaciega y el viaje en caros autos con chofer.

No se equivoquen: la idea falsa del wahabismo de un paraíso lleno de placeres sensuales para los mártires fomenta los asesinatos suicidas. Los supuestos beneficios que propugna hacen que un posible atacante crea que le serán entregadas 72 vírgenes en el cielo. (Esta afirmación no encuentra ninguna mención en el Corán, pero se encuentra en un supuesto hadiz del siglo IX, un registro de las tradiciones o dichos del profeta Muhammad).

Fundada en el siglo XVIII por el clérigo Muhammad ibn Abd al-Wahhab, el wahabismo siguió siendo una forma marginal del Islam hasta los albores del auge de los precios del petróleo en los años setenta. Rebosante de fondos, Arabia Saudita ha gastado US$ 200,000 millones para financiar las madrassas de Wahabi (seminarios religiosos), mezquitas, clérigos y libros para promover su forma de Islam y ganar influencia geopolítica. Pero el auge de los precios del petróleo no fue el único factor que contribuyó a la rápida expansión del wahabismo. La exportación de esta ideología de fomento de la jihad también fue promovida por los EEUU y sus aliados para frenar, por ejemplo, la amenaza del comunismo soviético: la CIA, según el autor Robert F. Kennedy Jr. (el sobrino del ex presidente de EEUU John F. Kennedy), “alimentó el yihadismo violento como un arma de la Guerra Fría”.

Poco a poco, el wahabismo ha ido apagando las diversas tradiciones islámicas más liberales en los países no árabes con grandes comunidades musulmanas y ha creado un entorno tóxico en el que el extremismo puede prosperar.

Las interpretaciones pluralistas del Islam se están reprimiendo, de modo que esta tensión de línea dura se abre camino. Al promover el fundamentalismo islámico militante, Arabia Saudita y sus socios ideológicos han promovido efectivamente el terrorismo islamista moderno. El patrocinio del extremismo ha fomentado el odio, la misoginia y la violencia, y ha profundizado las diferencias entre los sunitas y los chiítas. Y esa división, a su vez, ha afectado a la geopolítica regional e incitado a los ataques anti-chiítas en países predominantemente sunitas como Arabia Saudita y Pakistán.

En este contexto, ya es hora de reorientar la guerra mundial contra el terrorismo. La política antiterrorista de los EEUU debe centrarse no solo en enemigos como el Estado Islámico y Al Qaeda, sino también en los amigos monarcas árabes que impulsan una agenda jihadista, entre otros medios, haciendo la vista gorda a las organizaciones benéficas en sus países que financian la militancia islamista en todo el mundo. A pesar de las medidas tomadas por Arabia Saudita y otros países de la región para interrumpir el financiamiento del terrorismo, las organizaciones benéficas con sede en el Golfo Pérsico, como reconocen los informes anuales sobre el terrorismo del Departamento de Estado de los EEUU, continúan desempeñando un papel en el patrocinio de grupos terroristas.

Arabia Saudita – quizás el mayor patrocinador del Islam radical y uno de los estados más represivos del mundo – ha enfrentado poca presión internacional incluso sobre los derechos humanos.

De hecho, la prohibición total a las exportaciones de petróleo iraní ordenada por el gobierno del presidente de los EEUU, Donald Trump, a partir del 3 de mayo recompensará financieramente a Arabia Saudita y a los otros países que financian la jihad. Irán, sin duda, es una fuerza regional desestabilizadora. Pero ciertamente no es “el principal patrocinador estatal del terrorismo”, como lo llama la administración Trump. Los actos más grandes de terrorismo internacional, incluidos los recientes atentados con bombas en Sri Lanka, los ataques del 11 de septiembre en Nueva York y Washington, DC y el asedio de Mumbai en 2008, fueron llevados a cabo por organizaciones sunitas brutales con conexiones al wahabismo patrocinado por Arabia Saudita, pero ninguno por Irán. De hecho, todas las principales organizaciones terroristas islamistas, a pesar de sus diferentes filosofías y objetivos jihadistas, obtienen su sustento ideológico del wahabismo, la fuente de la jihad sunita moderna.

EEUU enumera a Irán, Sudán, Siria y Corea del Norte como patrocinadores estatales del terrorismo, pero no a Arabia Saudita, a pesar de que Trump califica al país como “el mayor financiador de terrorismo del mundo”. Recientemente, la administración de Trump agregó a la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán a su Lista de organizaciones terroristas extranjeras. Pero todavía falta en esa lista una de las principales fuerzas exportadoras de terrorismo —el ejército de Pakistán— que mantiene lazos con los grupos terroristas transnacionales, incluido el proporcionar, como Trump ha reconocido, “un refugio seguro para los terroristas que cazamos en Afganistán”.

La politización de la guerra global contra el terrorismo debe terminar para que pueda comenzar un ataque internacional concertado y sostenido contra la ideología pervertida del Islam radical. Tal ofensiva es esencial porque, mientras el violento jihadismo sea percibido como una ideología creíble, los terroristas suicidas estarán motivados para llevar a cabo ataques horribles.

De hecho, la única manera de derrotar a un enemigo impulsado por una ideología perniciosa es desacreditar esa ideología. Occidente ganó la Guerra Fría no tanto por medios militares sino por difundir las ideas de la libertad y del capitalismo que ayudaron a absorber el elemento vital del llamamiento internacional del comunismo, por lo que es incapaz de satisfacer el anhelo popular generalizado por una vida mejor y más abierta. Lampadia




Es absurdo discutir si hubo o no excesos de las fuerzas del orden

Revalorar la estrategia que derrotó a Sendero

“Yo aprendí hace mucho, mucho tiempo, cuando cubría el genocidio y la limpieza étnica en Bosnia, a nunca equiparar las víctimas con los agresores, a nunca crear una falsa equivalencia moral o fáctica, porque entonces, si lo haces, particularmente en situaciones como esa, eres parte y cómplice de los crímenes y consecuencias más indescriptibles, así es que creo en ser veraz, no neutral.”

Christiane Amanpour

Jaime de Althaus
Para Lampadia

Es absurdo negar que hubo abusos y crímenes por parte de las fuerzas del orden durante la guerra contra el terrorismo, pero también es cierto que hay un relato acerca de lo que ocurrió en ese periodo que distorsiona y eventualmente falsea los hechos, al punto de dar la impresión de otorgarle una suerte de victoria moral al senderismo. No hemos salido de la estructura de los 80, en la que una izquierda marxista ambivalente frente al senderismo centró su activismo en denunciar abusos y crímenes de las fuerzas del orden, mientras éstas acusaban a aquella de pro senderista. Seguimos anclados en los 80 en lugar de ver las cosas desde la estrategia inteligente y ganadora que se aplicó a partir de los 90, a fin de capitalizarla para el país y entendernos mejor.

Comencemos analizando cómo se manifestó ese relato distorsionador en la versión de los hechos que dio la guía del Lugar de la Memoria (LUM), Gabriela Eguren, al congresista Donayre disfrazado de sordomudo. El video aparentemente fue editado de modo que tenemos que tomar en consideración que puede haber frases extraídas de su contexto. De todos modos, lo que aparece, aun descontextualizado, coincide con una manera de mirar las cosas que es bastante común.

Equivalencia ontológica

Lo primero fue la presentación de lo ocurrido como un conflicto entre dos partes, Sendero Luminoso (y el MRTA) y las Fuerzas del Orden (o el Estado Peruano). La estructura de base de esta visión de esos años de horror parte de poner a ambas partes implícitamente al mismo nivel, en pie de igualdad, como si tuvieran la misma legitimidad o el mismo nivel ontológico. Por supuesto, no lo tienen. Sendero Luminoso atacó a la sociedad y al Estado de manera criminal, guiado por la locura ideológica de la lucha armada para tomar el poder e instaurar el paraíso comunista. El Estado peruano se defendió mal durante mucho tiempo –y cometió crímenes, sí- pero al final aplicó una estrategia inteligente que permitió la victoria.

Esta falaz equivalencia se manifestó de manera flagrante cuando la guía igualó implícitamente a Fujimori con Abimael Guzmán. Dijo: “Se ha indultado a Fujimori bajo el supuesto motivo de que está enfermo. Con esa premisa el abogado de Abimael Guzmán podría pedir que lo liberen porque también está enfermo y viejo”. Y culminó diciendo “En el último juicio se le veía muy mal”, dejando ver incluso una cierta empatía con la condición del cabecilla terrorista. Cierto es que habría que escuchar todo el contexto de su explicación.

Ausencia de estrategia y Uchuraccay

La guía menciona, sí, en parte como explicación de los abusos, que “no hubo estrategia militar hasta el 89”. Y es verdad: en ausencia de una estrategia inteligente, la violencia asesina sin rostro del senderismo desató una espiral de respuestas ciegas que en ocasiones llegó al extremo del arrasamiento de poblaciones sospechosas. Por razones que vamos a explicar –que incluyen la oposición de la izquierda, como veremos- el Estado tardó mucho en aplicar una estrategia eficaz. Esta fue concebido por los militares, efectivamente, el 89, y antes por la sociedad civil –en mesas redondas organizadas por el diario Expreso y en otros foros-, pero lo que se soslaya y por lo general –no solo en este caso- nunca se menciona, es que quien aplicó dicha estrategia fue Alberto Fujimori. Y lo hizo bien. Condujo personalmente la alianza con las comunidades para darles armas y apoyo social. Y se le dio recursos a la Dincote para ubicar a la cúpula y a Abimael Guzmán. El país no ha valorado ni capitalizado, como veremos, esta estrategia. La manera como Fujimori pretendió perpetuarse en el poder lo ha impedido.

Pero hay que señalar que esta estrategia pudo haberse aplicado desde 1982, ocho años antes, pero lamentablemente el embrión de alianza de las fuerzas del orden con la población, que estaba en gestación, abortó luego del trágico malentendido de Uchuraccay. Los intentos de organización comunal para defenderse de Sendero, respaldados verbalmente por las fuerzas del orden, que derivaron en la muerte de 8 periodistas,  fueron satanizados como grupos “paramilitares” por la izquierda. ¿Qué ocurrió?  En enero del 2003 las autoridades habían informado acerca de la muerte de varios senderistas en la comunidad Iquichana de Huaychao, y que los autores serían los campesinos. Se formó entonces un grupo de periodistas para ver si eso era cierto y qué había pasado. Para muchos, vinculados a la izquierda de entonces, era inconcebible que comuneros ajusticiaran a revolucionarios.

Lo que ocurrió fue terrible: los periodistas que emprendieron la expedición para verificar los hechos fueron asesinados por los campesinos de una comunidad vecina, también Iquichana, Uchuraccay. Las comunidades iquichanas, que habían sufrido asesinatos y exacciones por parte de los senderistas, habían tomado la decisión, en dos asambleas realizadas previamente, de enfrentar y dar muerte a los terroristas que aparecieran por sus lares. Confundieron a los periodistas con terroristas, y ocurrió la espantosa matanza. Un trágico malentendido.

Por supuesto, la izquierda en ese momento no creyó la versión de que los comuneros fueran los responsables. Acusaron directamente a los militares o a un grupo paramilitar de haberlo sido. Esa sindicación ha perdurado, en esos sectores, hasta nuestros días, transformada en la versión que dio la guía del LUM: “En Uchuraccay los comuneros terminan asesinando a los periodistas por órdenes de los militares”. No fue así. Los comuneros tomaron ellos mismos la decisión en una asamblea, ante exacciones y asesinatos –repetimos- cometidos por los senderistas. La Comisión de la Verdad narra los hechos así:

“…a inicios de diciembre (de 1982) el PCP Sendero Luminoso asesinó a Alejandro Huamán, presidente de la comunidad (de Uchuraccay), así como al comunero Venancio Auccatoma. En el caso de Alejandro Huamán, … acusándolo de ser un «soplón» y «yana uma» (cabeza negra). Su nuera, Dionicia Chávez Soto, fue herida de bala en ambos muslos al intentar defenderlo, mientras algunos de los miembros del PCP SL allanaron la casa de ichu y luego la quemaron. Alejandro fue conducido a la plaza del pueblo, siendo sometido a un juicio popular y encerrado en el local comunal. En horas de la tarde, a pesar de los ruegos de su esposa, hermanos e hijos, Alejandro fue asesinado baleado en la frente… Lo mismo hicieron por esos mismos días con el presidente y teniente gobernador de la vecina comunidad de Huaychao, Eusebio Ccente y Pedro Rimachi, asesinados en plena plaza del pueblo.

(Entonces) las comunidades se organizaron para enfrentar violentamente a los miembros del PCP SL, reuniéndose en el local comunal de Uchuraccay: […] realizaron una asamblea comunal reuniéndose en esta casa comunal cada domingo, acordando por unanimidad de votos realizar los actos de legítima defensa de sus vidas y de sus integridades físicas contra los terroristas, causándoles muerte… asimismo acordaron pedir ayuda a las comunidades de Huaychau, Cunlla, Ccocha Ccocha, Ccochan, Paria… De esta forma, Uchuraccay fue asumiendo el liderazgo de lo que fue la primera rebelión multicomunal contra el PCP Sendero Luminoso…, buscando el apoyo de las fuerzas del orden, para lo cual enviaron emisarios a las ciudades de Huanta y Ayacucho solicitando garantías y protección…

El 21 de enero, …se produjo la matanza de siete miembros del PCP SL en las comunidades de Huaychao y Macabamba… Por esos mismos días, cinco miembros del PCP SL fueron asesinados en Uchuraccay.

…..

(Luego de eso), “El general Noel informó del envío de una patrulla terrestre y de un comando helitransportado para prestar protección a las comunidades, la cual llevaba consigo alimentos, así como reconocimiento del presidente Belaunde por las acciones emprendidas contra los miembros del PCP SL. Es así como ese día llega en helicóptero a Uchuraccay un comando de 15 efectivos de los Sinchis, quienes se quedaron a pernoctar en la comunidad. El mensaje que dejaron a los campesinos fue claro: continuar con ese tipo de respuestas, matando a todo extraño que llegara a la comunidad a pie…”[1]

De modo que el asunto es claro: los comuneros sufrieron ataques y muertes por parte de los senderistas, se reunieron en asamblea donde tomaron la decisión de organizarse para dar muerte a los senderistas que se acercaran, y luego de ello, cuando ya habían actuado y matado a 13 senderistas cuando menos, recibieron la visita de los Sinchis que los alentaron a continuar con sus acciones. No actuaron, entonces, por órdenes de los Sinchis, como dijo la guía.

Debe resaltarse que hubo aquí un esbozo de colaboración –aunque muy elemental y con resultados trágicos- entre las fuerzas del orden y las poblaciones campesinas, para enfrentar a Sendero. Era el embrión de una estrategia inteligente y eficaz. Sin duda, esa colaboración primaria hubiese podido evolucionar hacia una alianza más elaborada al estilo de la que finalmente se dio a comienzo de los 90, pero los esfuerzos en esa línea abortaron cuando la fuerza armada fue satanizada por formar grupos paramilitares o acusada directamente de haber ella asesinado a los periodistas. Fue la campaña de la izquierda, en buena cuenta, la que segó esa posibilidad y postergó 8 años la ejecución de la estrategia que derrotó a Sendero.

Ambigüedad de la izquierda

Aquí hay que recordar que la tesis de la lucha armada para tomar el poder e instaurar la dictadura del proletariado con el partido marxista-leninista-maoísta como vanguardia de la revolución, era compartida por toda la izquierda marxista de entonces, solo que discrepaba de la oportunidad. “Este no es el momento”, argumentaba, porque no estaban dadas las condiciones objetivas y subjetivas. Esa izquierda entonces fue ambigua, ambivalente, frente a Sendero, y tendió a jugar un partido contrario a la actuación de las fuerzas armadas. Como en este caso.

La guía del LUM formuló otras afirmaciones ya francamente falsas, que probablemente reflejan la persistencia en el tiempo de esas posiciones primigenias. Hablando del emerretista Tito, que habría sido ejecutado fuera de acción luego del operativo Chavín de Huántar en la embajada de Japón, agregó que “los otros 13 se asume que han sido ejecutados extrajudicialmente por la trayectoria de la bala, pero no hay un testigo que pueda dar fe de todo esto…”. Esa tesis es inaudita, absolutamente falsa.

Es cierto que las versiones de la guía no reflejan la exposición del LUM, que intenta recoger la historia en su complejidad. Pero reflejan una polarización en este tema que se mantiene y eventualmente se agrava con el paso del tiempo. La sobrevivencia de los prejuicios de izquierda y los juicios a los militares que no terminan nunca e incluso se reabren 36 años después –como el caso El Frontón-, lleva a algunos los sectores vinculados a las fuerzas armadas a rechazar cualquier versión de la otra parte.

El valor de la estrategia ganadora

Y esto es causa y consecuencia, a la vez, de que la polémica se centre en si hubo o no abusos y crímenes por parte de las fuerzas del orden –algo que no tiene sentido negar, y que es inevitable por la espiral de violencia ciega que se desata cuando no hay una estrategia adecuada-, en lugar de centrarse, precisamente, en la manera como fuimos capaces de derrotar a Sendero Luminoso, con una estrategia inteligente que permitió lograr un resultado que parecía imposible y que muy pocos países con movimientos subversivos tan crueles han logrado, y de la cual no hemos sido capaces hasta ahora de extraer las lecciones y enseñanzas que entraña.

Si discutiéramos a partir y en torno a eso, cambiaría el tono general y podríamos encontrar aproximaciones y entendimientos. Fue una estrategia, repetimos, inteligente, basada en una alianza con los campesinos y en inteligencia policial en las ciudades. El Perú no ha podido capitalizarla para su orgullo nacional ni para sus políticas públicas porque quien la aplicó –pese a que no la inventó- fue Fujimori. La manera lamentable como terminó su gobierno se llevó consigo buena parte de lo positivo que hizo.

El resultado ha sido, por ejemplo, que, en algunos textos escolares, lejos de resaltar la excelencia de la estrategia aplicada en un país tan precario, haya más párrafos dedicados a describir las violaciones de derechos humanos cometidos por las fuerzas armadas que los dedicados a describir la locura genocida de Sendero Luminoso originada en una ideología que creía en el asesinato como método para alcanzar el poder y establecer la dictadura del proletariado.

Sendero fue derrotado cuando el Estado y los militares entendieron que los comuneros no eran enemigos sino esencialmente amigos del Estado y que en lugar de sospechar de las comunidades había que aliarse con ellas dándoles armas y ayuda cívica. A partir de ese momento fueron los propios ronderos quienes señalaron y derrotaron a los terroristas. Fue un paso muy importante porque en la relación de las fuerzas del orden con los campesinos quechua hablantes se reproducía en alguna medida el tipo de relación criollo-indio de origen colonial, acaso el problema principal de nuestra sociedad.

Para derrotar a Sendero, entonces, fue necesario, en buena cuenta, superar la distancia étnica y saldar y soldar la fractura colonial. Esa alianza horizontal y victoriosa entre el Estado criollo y los comuneros andinos redimió, en cierto sentido, la historia, y redimió los horrores de la década anterior. Y convirtió en ciudadanos -del Estado Peruano, salvado por ellos- a los campesinos, por lo menos en ese momento, aunque lamentablemente el país no pudo consolidar esa conquista en un reconocimiento permanente, pues se optó por cultivar la imagen de los campesinos sólo como víctimas en lugar de encumbrarlos como ciudadanos-vencedores y salvadores del país. 

La misma noción de alianza denota horizontalidad. El protagonismo campesino, incluso en el diseño de estrategias, lo convirtió en ese momento en ciudadano pleno actuando en un marco que iba más allá de la defensa de su localidad. Las rondas sentían encarnar la democracia, el Estado, la defensa del país como tal.

Podríamos afirmar, inversamente, que al final Sendero Luminoso fue derrotado porque replicó en su relación con las “mesnadas” andinas una estructura de dominación feudal. Es decir, una relación patrón-siervo, en su grado extremo. Los dirigentes de Sendero no eran indígenas. Eran blancos (algunos, como Abimael Guzmán, costeños) o mistis cuyos padres, en algunos casos, habían perdido sus haciendas o fundos con la reforma agraria. Ellos, más bien, replicaron con la base campesina, de una manera perversa y asesina, el mismo tipo feudal de relación heredado de sus padres y abuelos, e instrumentaron al campesinado como carne de cañón. El Perú, en cambio, sólo pudo derrotar a Sendero precisamente cuando superó la tara colonial y consideró a los comuneros como iguales. En ese momento los campesinos, aliados horizontales de la fuerza armada y del Estado peruano, se sintieron, en efecto, ciudadanos ya no sólo de su comunidad, sino del país, y vencieron a los terroristas. Habían jugado un papel nacional, como lo habían hecho en la campaña de la Breña junto a Cáceres, contra los chilenos, la única campaña en la guerra del Pacífico en la que nuestro país obtuvo victorias y puso en jaque a los chilenos.[2]

Sin duda, el enfoque de reparación a las víctimas es necesario. Pero la mejor reparación es, a nuestro juicio, el reconocimiento por el papel que jugaron las comunidades en la derrota de Sendero y en la salvación del Estado peruano, no solo con conmemoraciones al respecto, sino difundiendo en todas las familias campesinas las tecnologías de Sierra Productiva a fin de que la ciudadanía que conquistaron en la guerra contra Sendero se transforme en una ciudadanía económica efectiva.

Estudiar y debatir la estrategia que derrotó a Sendero Luminoso ayudaría a revalorar el papel de los actores principales en este trágico episodio de nuestra historia, lo que contribuiría a dejar de lado discusiones absurdas, reducir la polarización y encontrar terrenos comunes de entendimiento. Lampadia

 

[1] Informe de la Comisión de la Verdad, pp. 129-132

[2] Ver “La Promesa de la Democracia”, Jaime de Althaus, Planeta, 2011