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El legado de Shinzo Abe

El legado de Shinzo Abe

Recientemente Japón perdió a quien probablemente fuera su mejor gobernante y reformador en varias décadas, Shinzo Abe, tras el anuncio de su dimisión del cargo de primer ministro el pasado 28 de agosto.

Y mejor gobernante porque, después de sus 4 mandatos comprendidos entre 2012-2020, tuvo resultados no solo en el ámbito económico – mantuvo a flote y en positivo a una economía que presentaba un estancamiento y deflación persistente desde los 90 – sino también en el social y político-institucional. En estos ámbitos, reformó el mercado laboral, favoreciendo la entrada de mujeres y de población extranjera, apuntalando la productividad y aplacó pugnas políticas, reduciendo la volatilidad en el cambio de las carteras ministeriales, algo de lo cual nuestro país puede y debe aprender.

Un reciente artículo de The Economist que compartimos líneas abajo relata todos estos logros a detalle y elogia además el buen desempeño de Abe en la política exterior, en un contexto en el que los nacionalismos han empezado a estar de moda en buena parte del mundo occidental, y cuyas implicancias se han visto en la discontinuidad de una vorágine de tratados multilaterales que involucran a EEUU, como el TPP en el cual Japón tomó la batuta.

 

A la luz de estas reflexiones, podemos decir que necesitamos un Shinzo Abe en el Perú, un presidente que sepa relanzar nuestro país en medio de estos turbulentos vientos de la desglobalización y que además pueda identificar oportunidades para emprender reformas a partir de problemas como la presente pandemia y la guerra comercial EEUU-China, que seguirá escalando si Trump permanece en el poder. De esa manera podremos sentar las bases para alcanzar el nivel de desarrollo que nuestro país necesita. Shinzo Abe probó que esto es posible. Lampadia

Un reformador se despide
El legado de Shinzo Abe es más impresionante de lo que sugiere su silenciosa salida

No solo reformó la economía y las relaciones exteriores, sino que también allanó el camino para futuras reformas

The Economist
3 de setiembre, 2020
Traducida y comentada por Lampadia

El récord se batió a finales de agosto. Luego, solo cuatro días después, el batidor de récords dijo que él también lo estaba. Después de cumplir el período continuo más largo de cualquier primer ministro japonés (así como el período más largo en el cargo en general), Shinzo Abe anunció su renuncia el 28 de agosto.

Abe culpó de la abrupta decisión, más de un año antes de que las reglas de su Partido Liberal Democrático (PDL) lo hubieran obligado a dimitir, a una vieja dolencia digestiva. Pero muchos han considerado su partida como una admisión de derrota. La economía, en la que ha trabajado duro para revivir después de décadas de apatía, se está desmayando nuevamente debido al covid-19. Su campaña para revisar la constitución pacifista de Japón para dar a las fuerzas armadas un fundamento legal adecuado no ha ido a ninguna parte. Su canto del cisne planeado, los Juegos Olímpicos de Tokio que se suponía que iban a tener lugar este verano, puede que nunca suceda. Su índice de aprobación es terrible.

Es un momento sombrío. Con las depredaciones del coronavirus, la creciente pugnacidad de China y la población cada vez más reducida y envejecida de Japón, el sucesor de Abe, que será elegido el 14 de septiembre por los diputados del PDL, tendrá que trabajar muy duro. Pero todos estos problemas se han hecho más manejables gracias a los ocho años de Abe en el cargo. El primer ministro saliente ha hecho un trabajo mucho mejor de lo que comúnmente se reconoce. Antes de que golpeara el covid-19, Abenomics estaba logrando, aunque lentamente, resucitar la economía. Japón, algo así como un alhelí en los asuntos globales desde la Segunda Guerra Mundial, estaba desempeñando un papel inusualmente destacado y constructivo en Asia y en todo el mundo. Y Abe estaba impulsando reformas difíciles que los primeros ministros de corta duración y menos hábiles habían evitado durante décadas. Deja un legado mucho más impresionante de lo que sugiere su salida silenciosa.

Se suponía que Abenomics acabaría con la deflación y estimularía el crecimiento mediante un gasto generoso, una política monetaria radical y reformas estructurales. Abe nunca alcanzó su propio y ambicioso objetivo de aumentar la inflación al 2% anual, pero al menos la hizo positiva. Antes de que asumiera el cargo, los precios habían estado cayendo durante cuatro años seguidos; han aumentado en todos menos uno de los siete años transcurridos desde entonces. Durante su mandato, la economía disfrutó de una recuperación de 71 meses, apenas dos meses antes del récord de posguerra. Y la productividad ha aumentado más rápidamente en Japón que en EEUU.

Para poner la economía en movimiento, Abe adoptó políticas que antes se consideraban política o culturalmente imposibles. Como parte de la Asociación Transpacífica (TPP), un gran acuerdo comercial regional, acordó recortar los aranceles y aumentar las cuotas de importación de productos agrícolas, a pesar de que los agricultores mimados son algunos de los partidarios más leales del PDL. Las mujeres japonesas ingresaron a la fuerza laboral en masa, ayudadas por la guardería gratuita y otros subsidios para el cuidado infantil. Ahora tienen más probabilidades de trabajar que sus homólogos estadounidenses. Y hay más del doble de trabajadores extranjeros en Japón que cuando Abe asumió el cargo, a pesar de una supuesta fobia nacional a la inmigración.

El gobierno corporativo también ha mejorado dramáticamente. Casi todas las grandes empresas que cotizan en bolsa tienen al menos un director independiente, en comparación con menos del 40% en 2012. Eso, a su vez, ha ampliado el atractivo de Japón para los inversores extranjeros. Esta misma semana, Warren Buffett se amontonó en los conglomerados japoneses. El principal índice bursátil se ha más que duplicado bajo la dirección de Abe, habiendo apenas cambiado durante la década anterior.

También ha habido errores, por supuesto, sobre todo en la decisión de aumentar el impuesto a las ventas dos veces, lo que en ambas ocasiones ha llevado a la economía a una breve recesión. Pero las sombrías advertencias de los expertos – que la escala del endeudamiento del gobierno provocaría aumentos inasequibles en la tasa de interés que tenía que pagar o, por el contrario, que la adopción por parte del banco central de tasas de interés negativas dañaría fatalmente a los grandes bancos – fueron simplemente erróneas.

Abe confundió aún más las expectativas con su diplomacia vigorosa y hábil. Como nieto de uno de los arquitectos de la maquinaria de guerra imperial de Japón y un nacionalista declarado él mismo, se esperaba que desencadenara peligrosas disputas con China al tiempo que alejaba a los aliados de Japón. Es cierto que se ha encerrado en una disputa histórica sin sentido con Corea del Sur. En su mayor parte, sin embargo, ha logrado reunir a gobiernos de ideas afines en la región para contrarrestar el poderío militar y económico de China sin provocar indebidamente la ira de China. Cuando EEUU se retiró del TPP, fue Abe quien mantuvo vivo el proyecto. También fortaleció la cooperación militar con otras democracias como Australia e India. Se ha mantenido amistoso con el presidente Donald Trump, pero también, notablemente, se mantiene en buenos términos con Xi Jinping, el presidente de China, que tenía previsto visitar Japón en abril hasta que intervino el covid-19.

La constitución puede permanecer sin cambios, pero Abe, no obstante, ha hecho de Japón una fuerza más creíble en el escenario mundial. Ha aumentado el gasto en las fuerzas armadas y ha impulsado cambios legales que les permiten participar en pactos de defensa conjunta y misiones de mantenimiento de la paz. A pesar de la constante insistencia de China, se ha mantenido firme en una disputa territorial sobre algunas islas diminutas en el Mar de China Oriental.

Abe deja muchos problemas urgentes a su sucesor. La disminución de la población de Japón hace que sea aún más importante incorporar a la fuerza laboral al mayor número posible de personas y aumentar su productividad. Aunque hay más mujeres trabajando, la cultura corporativa sigue siendo demasiado sexista para aprovechar al máximo sus habilidades: la mayoría tiene trabajos sin futuro. La rígida división entre trabajadores asalariados y trabajadores a tiempo parcial también hace que el mercado laboral sea ineficiente. Muy poco, especialmente del trabajo del gobierno, es digital. Y Japón ha avanzado poco en la ecologización de su combinación energética.

Aunque Abe deja muchos asuntos pendientes, también deja a su sucesor las herramientas para completar el trabajo. Quizás su logro más importante y menos reconocido es haber hecho que Japón sea más gobernable. Se las arregló para sofocar, al menos por ahora, la maniobra de facciones dentro del PDL, que condenó a los primeros ministros anteriores a períodos breves y turbulentos en el cargo. Y trajo a la burocracia, que solía dirigir el espectáculo mientras los políticos rotaban, más firmemente bajo el control de sus jefes electos. La economía de Japón, en particular, todavía necesita mucha ayuda. Pero si el próximo primer ministro se las arregla para hacer algo, será gracias en gran parte al trabajo preliminar establecido por Abe. Lampadia




Huawei – El símbolo de la guerra comercial

Huawei – El símbolo de la guerra comercial

El veto de Huawei amenaza con extenderse hacia la UE, ahora que Gran Bretaña se alineó recientemente con la decisión de EEUU de prohibir la venta de sus equipos de la mencionada multinacional china en su territorio. Ello supone un nuevo episodio en la escalada del conflicto comercial EEUU-China que, si bien aparentemente tendría un efecto marginal en Europa por la presencia de otros productores del rubro como Nokia y Ericsson, sus efectos en los encadenamientos tecnológicos a nivel global son aún inciertos teniendo en cuenta que China puede tomar represalias como ya ha venido aconteciendo con otras industrias.

En todo caso, como publico recientemente The Economist en un artículo que compartimos líneas abajo, este hecho debe llamar la atención a los policy makers a enfocarse en cómo deben reformarse los marcos institucionales que rigen el comercio (OMC), de manera que se puedan generar consensos sobre qué sectores pueden eximirse de estas luchas geopolíticas y sobre los cuales el libre intercambio podría desarrollarse de manera plena. En un escenario de desglobalización y de consecuente contracción del comercio, agudizada por la presente crisis por el covid, esto se vuelve un imperativo en el plazo inmediato y tiene fuertes implicancias para una economía abierta y pequeña como el Perú.

Veamos pues la propuesta de The Economist sobre cómo podríamos paliar este persistente escalamiento de la guerra comercial y cómo occidente podría trabajar colaborativamente con China, aún cuando su reciente actuación en el plano político (con Hong Kong) suscita más animosidad que empatía. Lampadia

China vs EEUU

Haciendo negocios con China

The Economist
18 de julio, 2020
Traducida y comentada por Lampadia

Hace diecinueve años, una compañía china desconocida estableció sus primeras oficinas de ventas europeas, en un suburbio de Frankfurt y una ciudad de cercanías inglesa, y comenzó a ofertar para construir redes de telecomunicaciones. Hoy, Huawei simboliza el aumento desalentador de China Inc., y un sistema de comercio global en el que la confianza se ha derrumbado. Con ventas de US$ 123,000 millones, es conocido por sus precios bien definidos y su dedicación a los objetivos industriales de los gobernantes de China. Desde 2018, EEUU lo ha sometido a un asalto legal, convirtiéndolo en un punto crítico en la guerra comercial. Ahora Gran Bretaña ha dicho que bloqueará a Huawei de sus redes 5G. Otros países europeos pueden seguir. Pero lejos de mostrar la determinación de Occidente, la saga revela su falta de una estrategia coherente. Si las sociedades abiertas y la China autoritaria quieren mantener sus vínculos económicos y evitar un descenso a la anarquía, se necesita una nueva arquitectura comercial.

Los jefes de seguridad de EEUU siempre se han preocupado de que el equipo de Huawei esté diseñado para ayudar a espiar y hacer que sus clientes dependan de la tecnología china subsidiada. Pero más de 170 países decidieron que los riesgos eran manejables. Gran Bretaña, que trabaja en estrecha colaboración con EEUU en inteligencia, creó una “célula” de ciber-expertos para monitorear el equipo de Huawei en 2010 y, luego, lo confinó a partes menos sensibles de la red. Otros países reflejaron este enfoque. Ofreció un punto medio entre un abrazo ingenuo del capitalismo de estado chino y una guerra fría.

Un juicio tan finamente equilibrado ha demostrado ser insostenible. La administración Trump ha instado al mundo a deshacerse de Huawei y ha impuesto un embargo unilateral a sus proveedores, evitando la venta de algunos componentes y chips fabricados en el extranjero utilizando herramientas estadounidenses. Obligado a elegir entre un aliado y un proveedor, Gran Bretaña se sintió inevitablemente atraída por la decisión de esta semana. Se ha vuelto más riesgoso para cualquiera hacer negocios con una empresa que el Tío Sam quiere paralizar. Huawei, por su parte, no ha podido tranquilizar a los expertos cibernéticos de Gran Bretaña, que se han quejado de que su software defectuoso se está volviendo más difícil de monitorear o de reformar su opaco gobierno y propiedad. Cualquier ilusión remanente de que los líderes de China respetan el estado de derecho cuando realmente importa ha sido destruida por los acontecimientos en Hong Kong.

El costo directo de sacar a Huawei de las redes europeas es tolerable: agregar menos del 1% a las facturas telefónicas de los europeos si se amortiza en 20 años. Ericsson y Nokia, dos proveedores occidentales, pueden aumentar la producción y puede surgir una nueva competencia a medida que las redes dependen más del software y los estándares abiertos.

La verdadera carga no tiene nada que ver con las antenas, sino que se deriva de la decadencia del sistema de comercio mundial. Quizás una docena de países podrían terminar prohibiendo Huawei: Alemania está sentada en el filo. Pero aún se usará en gran parte del mundo emergente, acelerando la fragmentación de la industria tecnológica. El comercio se basa en reglas comunes, pero la decisión de Gran Bretaña se ha tomado en medio de un torbellino de cabildeo y amenazas. Es difícil obtener un principio detrás de él que pueda aplicarse de manera más amplia. Si el problema es el equipo hecho en China, entonces Ericsson y Nokia también lo hacen. Si se trata de empresas chinas que construyen sistemas que conectan dispositivos (en el caso del 5G, robots y máquinas), se podría aplicar una lógica similar en una economía mundial de digitalización. Los automóviles alemanes y los teléfonos Apple vendidos en China están repletos de software, datos y sensores. ¿China también tiene derecho a prohibirlos?

Esto alimenta una sensación espiral de ilegalidad. El arancel promedio para el comercio chino-estadounidense es del 20%. Los flujos de inversión directa de China a Europa han caído un 69% desde el pico en 2016, según Rhodium, una firma de investigación. Otras empresas quedan atrapadas en el fuego cruzado. TikTok enfrenta una prohibición en India y, tal vez, en EEUU. China planea imponer sanciones a Lockheed Martin por vender armas a Taiwán. Ahora que el presidente Donald Trump ha terminado con el estatus especial de Hong Kong, HSBC, un banco con grandes intereses allí, podría estar sujeto a castigo tanto por parte de China como de EEUU. Algunos prestamistas chinos pueden tener prohibido comerciar en dólares.

La lógica de la prohibición de Huawei es la de desconexión y contención. Pero esto no funcionará si se aplica en toda la relación económica. El último gran rival autoritario de Occidente, la Unión Soviética, era un pececillo comercial. China representa el 13% de las exportaciones mundiales y el 18% de la capitalización del mercado mundial, y es la fuerza económica dominante en Asia.

En cambio, se necesita un nuevo régimen comercial que reconozca la naturaleza de China. Eso no es fácil. La Organización Mundial del Comercio (OMC), cuyo objetivo es establecer reglas universales, no ha evolucionado con la economía digital. Tampoco estaba preparada para el impulso del presidente Xi Jinping para aumentar la influencia del estado y del Partido Comunista sobre las empresas privadas chinas y aquellas, como Huawei, que dicen que son propiedad de los trabajadores. Desilusionados con la OMC, los negociadores de la administración Trump intentaron unilateralmente luchar contra China para liberalizar su economía y reducir los subsidios, utilizando la amenaza de aranceles y embargos. Eso ha sido un fiasco.

Entonces, ¿cómo debería funcionar la arquitectura comercial en una era de desconfianza? El objetivo debe ser maximizar el comercio consistente con la seguridad estratégica de ambas partes. Eso significa evitar puntos críticos, como la tecnología, que generan mucha tensión, pero una minoría en el comercio: quizás un tercio de las ventas de las empresas occidentales a China basadas en nuestro análisis de los datos de Morgan Stanley, por ejemplo. Estos sectores requerirán escrutinio y certificación de seguridad internacional del tipo que Gran Bretaña intentó con Huawei. Puede que no funcione. Pero al menos el comercio en otras áreas puede florecer.

También se debe exigir a las empresas chinas que acepten un gobierno abierto de sus grandes filiales en Occidente, incluidos accionistas locales, directores y gerentes extranjeros con autonomía real, y divulgaciones que ayuden a crear un grado de independencia del estado. Esto no es difícil: las multinacionales como Unilever lo han estado haciendo durante décadas. TikTok podría ser un pionero.

El último efecto de red

Las sociedades abiertas son más fuertes cuando actúan al unísono. Europa puede verse tentada a ir sola, poniendo fin a décadas de cooperación transatlántica. Sin embargo, en algún momento, pronto, si Trump no logra ganar un segundo mandato, EEUU revitalizará sus alianzas porque ha sido menos efectivo sin ellas. Occidente no puede cambiar fundamentalmente a China ni ignorarla. Pero al actuar juntos, puede encontrar una manera de hacer negocios con un estado autoritario en el que desconfía. Huawei marcó un fracaso para hacer esto. Hora de comenzar de nuevo. Lampadia




Productividad desacelerada en el mundo emergente

Productividad desacelerada en el mundo emergente

Un reciente e interesante artículo publicado por The Economist, que compartimos líneas abajo, explica la situación de desaceleración que se encuentra experimentando la productividad laboral tanto en el mundo desarrollado como el emergente en la década pasada, a la vez que sugiere posibles hipótesis para explicar este comportamiento.

Como se podría conjeturar, en los países desarrollados el rol tecnológico habría jugado un papel importante en esta desaceleración en tanto puede que las innovaciones del 2010 no significaron en su momento un notorio avance en relación a otros inventos que gatillaron la producción en la década de los 2000. A esto se sumaría también la guerra comercial EEUU China que ha lanzado a los países a imponer proteccionismos en sus industrias, desplomando el comercio internacional.

Sin embargo, como también enfatiza el popular medio británico, el meollo del asunto en el caso de los países emergentes estaría explicado fundamentalmente por una desacumulación de capital, lo cual estaría haciendo menos productivos a los trabajadores en relación a los años 2000. La década de los 2000 a diferencia de la de los 2010 estuvo caracterizada por un boom de commodities impulsado por China, lo cual generaba grandes retornos con consecuentes altos niveles de inversión extranjera en los países exportadores de materias primas como el Perú.

Si bien esto explica gran parte del estancamiento experimentado en América Latina (ver Lampadia: ¿Una década perdida en América Latina?), creemos que existe una suerte de responsabilidad compartida puesto que a la par del factor externo, la coexistencia de populismos de izquierda como el acaecido en Brasil, Argentina, Venezuela, y en menor medida en Perú, comprometieron fuertemente los volúmenes de atracción de inversión privada tanto nacional como extranjera, en tanto se lapidaban los incentivos de acumulación de capital. Los escándalos de corrupción de Odebrecht también jugaron un rol como hemos escrito en anteriores oportunidades.

En ese sentido, consideramos que para retomar el gran crecimiento de la productividad que caracterizó la década de los 2000 en el mundo emergente, se debe atraer más inversión y más comercio, de forma que la brecha que aún nos lastra en nuestros niveles de vida frente a los países ricos pueda ser acortada con mayor premura. Lampadia

No solo un problema del primer mundo
Las economías emergentes están experimentando una desaceleración prolongada de la productividad

Parecen condenados a quedarse atrás de los países ricos por más tiempo de lo esperado

The Economist
18 de enero, 2020
Traducido y comentado por Lampadia

¿Cómo se comparan las innovaciones modernas con las del pasado? Algunos economistas, como Robert Gordon, de la Universidad Northwestern, argumentan que los autos sin conductor, las impresoras 3D, etc., se vuelven insignificantes en comparación con los frutos de revoluciones industriales anteriores, como la producción en masa. Eso, piensan, explica una prolongada desaceleración de la productividad en EEUU y otras economías ricas que la crisis financiera profundizó.

¿Pero qué hay de otros lados? Los países en desarrollo están, por definición, a cierta distancia de la frontera tecnológica. Un consuelo de su posición es la vasta acumulación de innovaciones pasadas que les queda para explotar más plenamente. Su crecimiento depende más de la imitación que de la innovación. Un país donde la mayoría de las personas todavía andan en scooter no tiene que preocuparse si el próximo Tesla no llega a tiempo.

Y, sin embargo, ellos también han sufrido una disminución de la productividad. Según un nuevo informe del Banco Mundial, la desaceleración es la “más pronunciada, más larga y más amplia hasta la fecha”, según los datos que se remontan a cuatro décadas. El PBI por trabajador de las economías en desarrollo es casi un 14% más bajo que si la productividad no hubiera perdido impulso.

El Instituto de Finanzas Internacionales, un grupo de expertos, cree que los mercados emergentes ahora sufren una variante del “estancamiento secular” que atormenta al mundo rico. Oxford Economics, una consultora, argumenta que los mercados emergentes han perdido volatilidad y vigor, consignándolos a una “estabilidad de rejilla”. Capital Economics, otra consultora, predice que en la próxima década, “el crecimiento generalizado de los mercados emergentes de las últimas dos décadas llegará a su fin”. En la mayoría de los mercados emergentes que rastrea, el PBI por persona creció menos rápidamente el año pasado que en EEUU. Se supone que la imitación es más fácil que la innovación. Pero a pesar de que a las economías líderes les resulta más difícil abrir un camino, muchos de sus seguidores se han perdido por completo.

¿Cómo pasó esto? Cuando miran al mundo rico, a algunos economistas les preocupa que las grandes empresas la tengan demasiado fácil. Sin una fuerte competencia, tienen pocos incentivos para innovar o invertir. Pero cuando miran al mundo pobre, a algunos les preocupa que las grandes empresas ahora la tengan demasiado difícil. En una encuesta a más de 15,000 compañías, el Banco Mundial muestra que las grandes empresas en los países pobres tienden a ser más productivas y más propensas a exportar que sus rivales más pequeños. En el pasado, estas empresas han sido conductos importantes para mejorar el conocimiento y las tecnologías adquiridas de socios y rivales en el extranjero y transmitidas a proveedores e imitadores en casa. Pero las “rutas hacia la transferencia de tecnología se están reduciendo”, señala el banco, gracias al creciente proteccionismo y el alto en la expansión de las cadenas de valor mundiales.

Sin embargo, la falta de transferencia de tecnología es solo una parte del problema. La mitad de la desaceleración en el crecimiento de la productividad laboral en los últimos años refleja no un fracaso para imitar, sino un fracaso para acumular: la débil inversión ha dejado al trabajo con muy poco capital para trabajar. Este déficit en la inversión explica toda la desaceleración de la productividad en el sur de Asia, el Medio Oriente y el norte de África, y dos tercios de eso en Europa y Asia Central. Ese es un problema grave, pero también tranquilizador convencional. En la medida en que el bajo gasto de capital proviene de la falta de crédito o confianza, es bastante fácil imaginar una reversión una vez que las heridas financieras sanan y el espíritu animal revive.

La renuencia a movilizar capital ha sido igualada por la lentitud de los trabajadores en la mudanza. En cualquier país, algunas partes de la economía (como la manufactura) son más productivas que otras (como la agricultura). Pero esta brecha es inusualmente grande en los países en desarrollo, donde lo moderno y lo medieval a menudo coexisten. En principio, por lo tanto, las economías emergentes tienen mucho que ganar al trasladar trabajadores entre sectores, incluso si la productividad dentro de cada sector no mejora. En el típico país en desarrollo, este movimiento contribuyó con aproximadamente 1.1 puntos porcentuales al crecimiento en los años previos a la crisis financiera mundial. Esa contribución se ha reducido a solo 0.5 puntos en los últimos años (ver gráfico líneas abajo). En América Latina y el Medio Oriente, la contribución fue negativa: los trabajadores se mudaron por el camino equivocado, a donde eran menos productivos.

Quizás la explicación más simple para la caída de la productividad radica en el auge que la precedió. Durante cinco años extraordinarios, marcados por la crisis financiera mundial, China experimentó un crecimiento excepcional que atrajo a los exportadores de productos básicos. Ese mismo éxito dejó al gigante asiático con menos espacio para un mayor crecimiento de recuperación, lo que contribuyó a su inevitable desaceleración. Su crecimiento también se ha vuelto más autónomo y menos intensivo en productos básicos.

El ritmo y el patrón cambiantes del crecimiento de China resultaron ser un desastre para muchas economías en desarrollo que exportan productos, especialmente en América Latina y Oriente Medio. Su crecimiento de la productividad se ha derrumbado. Pero en otras economías en desarrollo, las afirmaciones de estancamiento secular y el fin del crecimiento de recuperación parecen exageradas. Su crecimiento de la productividad está cerca de su promedio de 25 años y todavía está cómodamente por encima del mundo rico. Es lento solo en comparación con unos pocos años antes y después de la crisis financiera mundial.

En una publicación del Banco Mundial hace 25 años, Lant Pritchett, ahora en la Universidad de Oxford, enfatizó que el crecimiento por imitación fue históricamente bastante raro. Sí, la imitación debería ser más fácil que la innovación (y los rendimientos de la inversión deberían ser altos cuando el capital es escaso). Pero a menudo se interponen otros factores. Después de todo, si los países pobres crecieran de manera confiable más rápido que los ricos, no habría tantos países pobres todavía alrededor. El “rasgo dominante” de la historia económica moderna no era la convergencia entre países ricos y pobres, escribió Pritchett, sino “divergencia, a lo grande”.

La última década, a pesar de todas sus decepciones, ha resistido esa tendencia histórica, aunque menos impresionante que la década anterior. Para las economías emergentes, los años 2010 fueron decepcionantes. Pero seguían siendo la segunda mejor década de los últimos 50 años. Lampadia




10 años del TLC Perú EEUU

10 años del TLC Perú EEUU

Pablo Bustamante Pardo
Director de Lampadia

La semana pasada, el Ministerio de Relaciones Exteriores y el Americas Society & Council of the Americas (AS/COA), organizaron la conferencia: 10 Años del TLC Perú-EEUU: Impacto y perspectivas, en la que participé como ex miembro del Comité Internacional de AMCHAM.  

Comparto algunas de las ideas que presenté:

Un país chico como el Perú solo puede generar riqueza trayéndola del exterior, y eso solo puede suceder vía el aumento del comercio internacional y la inversión extranjera.

El TLC con Estados Unidos permitió ambos procesos y además permitió que nuestras relaciones comerciales se multiplicaran con otros países.

Ese proceso fue muy importante para la recuperación de la economía peruana. Marcó un hito muy importante. Por ello hay que agradecer a los funcionarios públicos que participaron en esta importante gesta, así como a los ciudadanos del mundo civil que lo hicieron.

Esta gesta conllevó tres grandes batallas, la negociación misma del acuerdo, la batalla política en EEUU, y la batalla política en el Perú. Las tres requirieron y lograron superar grandes dificultades. Por ejemplo, en pleno proceso en EEUU se produjo un cambio de administración, de los republicanos a los demócratas, que eran manifiestamente anti TLC. En la negociación se cayó la participación de Colombia, que era, originalmente, el tren del que nos colgamos para ser parte de la negociación. En la batalla política local, el establishment político y mediático eran completamente adversos al acuerdo, sin embargo, hacia el final de la negociación, el 75% de la población llegó a manifestar su aprobación del TLC.

El TLC Perú – Estados Unidos se firmó justo a tiempo para que el Perú pudiera aprovechar el súper ciclo de los commodities, el aumento de los flujos de inversión internacional y la reducción de las tasas de interés, que permitieron que redujéramos la pobreza, la desigualdad y mejoraremos todos los indicadores sociales. Fenómeno que duró hasta inicios de la segunda década del nuevo siglo.

Durante el proceso, el gobierno peruano dejó consentir que el sector agrícola era el sector perdedor del acuerdo. En ese contexto, a mí me tocó desarrollar la tesis contraria:

Ver: https://www.lampadia.com/assets/uploads_documentos/03d0b-estudio-del-impacto-del-tlc-en-el-sector-agri-cola-peruano-jul-07.pdf

La realidad ha demostrado que justamente el sector agrícola, con las agro-exportaciones, ha sido el gran ganador del acuerdo, multiplicando nuestras exportaciones y generando empleo formal en el sector rural.

Lamentablemente, hoy día hay una guerra comercial entre EEUU y China, que nos ha afectado dramáticamente al haber bajado el crecimiento de China y el precio del cobre.

Además, se está deshaciendo la Organización Mundial del Comercio (OMC), que se va a quedar aparentemente sin capacidad de arbitraje de las disputas. Ver en Lampadia: ¿Es el fin de la OMC?.

Este ambiente tan negativo del comercio internacional es muy perjudicial para el Perú. Por ello, debemos ser muy proactivos en promover la recuperación del comercio internacional, aprovechar todos los espacios, foros, instituciones, etc., para unir esfuerzos con otros países pequeños que tienen nuestras mismas necesidades.

El TLC fue liderado por MINCETUR y acompañado por la Cancillería. Ahora les toca a ambas instancias un rol muy proactivo de promoción de nuestra participación en el comercio internacional. Lampadia




Cómo la guerra comercial Sino-Estadounidense está afectando los mercados de productos básicos

Cómo la guerra comercial Sino-Estadounidense está afectando los mercados de productos básicos

Sus efectos se extienden más allá de las dos superpotencias.

The Economist
2 de diciembre de 2019
Traducido y glosado por Lampadia

Los precios de los productos básicos han estado en una montaña rusa en los últimos años. Impulsados por la demanda china, alcanzaron un pico vertiginoso en 2011. El exceso de oferta y los temores de una desaceleración de los mercados emergentes llevaron a una larga caída hasta 2016. Luego, los precios comenzaron a recuperarse, hasta que el presidente Donald Trump comenzó a aumentar los aranceles de importación estadounidenses en 2018, provocando represalias de China. Se avecinaba una desaceleración mundial, exacerbada por la guerra comercial. Pero en octubre, Trump suspendió algunos aumentos de tarifas. Las esperanzas de una mini tregua estaban en el aire, pero la semana pasada el presidente estadounidense enfureció a China al firmar un proyecto de ley que apoya a los manifestantes en favor de la democracia en Hong Kong. Esto puede haber estancado un trato. Los precios de los productos básicos han seguido estos giros y vueltas.

Considera el algodón. China es el mayor consumidor mundial de fibra y Estados Unidos el mayor exportador. Los precios han caído una cuarta parte desde mediados de 2018. Eso refleja en parte la desaceleración de la demanda de ropa, ya que la economía de China se ha desacelerado. Pero el aumento arancelario de China del 25% sobre las importaciones estadounidenses también ha amortiguado la demanda, haciendo que los precios caigan. Los fondos de cobertura se han vuelto bajistas y se pronostica que los inventarios estadounidenses serán los más altos en una década.

China también ha golpeado a otros productos agrícolas estadounidenses con aranceles. Como resultado, China está tomando una proporción menor de las exportaciones estadounidenses de granos, soja y pieles este año que en 2017. (Una demanda clave de la administración Trump en las conversaciones comerciales es que China compre más de su producto. Aunque China está comprando más soja) Como resultado, su participación en las exportaciones estadounidenses aún no se ha recuperado por completo.) Las exportaciones de madera estadounidense a China han caído en un 40%, y los madereros han hecho recortes y despidos.

Los efectos de la guerra comercial se extienden más allá de América y China. China representa las tres cuartas partes de las exportaciones de lana de Australia. Temiendo los aranceles estadounidenses sobre la ropa hecha en China, ha reducido las compras. Los precios de la lana han bajado un cuarto desde su máximo histórico de septiembre de 2018.

Mientras tanto, los metales están cada vez más expuestos a la guerra comercial. Ante los inminentes aranceles, los mercados pronostican una demanda mundial más débil y los precios han caído. La última ronda de aranceles de Trump anunciada en agosto afectó los precios de los metales más que los anuncios anteriores. Los metales también están más estrechamente relacionados con el ciclo económico que los productos agrícolas. El cobre, por ejemplo, se considera un referente porque se usa en viviendas y construcción. En septiembre alcanzó un mínimo de dos años.

En contraste, el oro ha estado brillando en medio de la incertidumbre. Las preocupaciones sobre las tensiones geopolíticas y el crecimiento económico han impulsado la demanda. El precio del oro ha aumentado un 15% desde el comienzo del año, a alrededor de $ 1,500 la onza. En septiembre alcanzó su nivel más alto desde la primavera de 2013. Pero a medida que aumentaron las esperanzas de una tregua comercial, el precio perdió parte de su brillo y el cobre recuperó un poco de brillo.

El índice de precios de los productos básicos de The Economist fue modificado en octubre de 2019. Nuestros nuevos pesos se pueden encontrar en el siguiente cuadro:

 




China enfrenta su propia crisis

China enfrenta su propia crisis

China parece estar enfrentando un alto en su proceso de desarrollo.

China creció 10% anual durante 30 años. Desde la crisis del 2008 tuvo que reorientar su economía de una impulsada por exportaciones e inversiones, a una impulsada por el crecimiento del consumo interno. Esto se hizo con bastante éxito, a costa de bajar el ritmo de crecimiento a alrededor de 7%.

Últimamente, con la guerra comercial impulsada por los EEUU de Trump, sus estructuras se están resintiendo y se prevé una cierta debilidad adicional de su crecimiento. Algo, además, exacerbado por su alto nivel de endeudamiento

Para contrarrestar esto, Xi Jinping desarrolló su programa de infraestructuras globales del ‘One road, one belt’. Pero de todas maneras el cambio de ritmo de crecimiento empieza a generar tensiones internas, haciendo prever algunos riesgos dentro del sistema político de partido único, el del Partido Comunista Chino (PCCH).

El siguiente artículo de Project Syndicate, analiza este desarrollo de manera muy interesante.

La crisis próxima del régimen de partido único de China

Project Syndicate
20 de setiembre de 2019
MINXIN PEI

En 2012, el presidente chino, Xi Jinping, prometió que el Partido Comunista alcanzaría grandes éxitos antes de los dos próximos centenarios, en 2021 y 2049. Pero ninguna postura nacionalista puede cambiar el hecho de que la caída del PCCh parece estar más cerca que en cualquier otro momento desde el final de la era de Mao.

El 1 de octubre, con motivo del 70 aniversario de la República Popular, el presidente chino, Xi Jinping, pronunciará un discurso que celebra sin reservas el récord del Partido Comunista de China desde 1949. Pero, a pesar de la aparente confianza y optimismo de Xi, los miembros de la base del PCCh están cada vez más preocupados por las perspectivas futuras del régimen, con buenas razones.

En 2012, cuando Xi tomó las riendas del PCCh, prometió que el Partido se esforzaría por lograr grandes éxitos antes de los dos próximos centenarios, marcando la fundación del PCCh en 1921 y la República Popular. Pero una desaceleración económica persistente y las crecientes tensiones con Estados Unidos probablemente agriarán el ánimo del PCCh durante las celebraciones de 2021. Y el régimen de un solo partido puede que ni siquiera sobreviva hasta 2049.

Si bien técnicamente no hay un límite de tiempo para la dictadura, el PCCh se acerca a la frontera de la longevidad para los regímenes de un solo partido. El Partido Revolucionario Institucional de México retuvo el poder durante 71 años (1929-2000); el Partido Comunista de la Unión Soviética gobernó durante 74 años (1917-1991); y el Kuomintang de Taiwán se mantuvo durante 73 años (de 1927 a 1949 en el continente y de 1949 a 2000 en Taiwán). El régimen norcoreano, una dinastía familiar estalinista que ha gobernado durante 71 años, es la única competencia contemporánea de China.

Pero los patrones históricos no son la única razón por la que el PCCh tiene que preocuparse. Las condiciones que permitieron al régimen recuperarse de los desastres autoinfligidos del maoísmo y prosperar en las últimas cuatro décadas han sido reemplazadas en gran medida por un entorno menos favorable, y en algunos sentidos más hostil.

La mayor amenaza para la supervivencia a largo plazo del partido radica en la guerra fría que se desarrolla con los Estados Unidos. Durante la mayor parte de la era posterior a Mao, los líderes de China mantuvieron un perfil bajo en el escenario internacional, evitando minuciosamente los conflictos mientras fortalecían su hogar. Pero para 2010, China se había convertido en una potencia económica, siguiendo una política exterior cada vez más musculosa. Esto provocó la ira de los Estados Unidos, que comenzó a cambiar gradualmente de una política de compromiso hacia el enfoque de confrontación evidente hoy en día.

Con sus capacidades militares superiores, tecnología, eficiencia económica y redes de alianzas (que siguen siendo sólidas, a pesar del liderazgo destructivo del presidente Donald Trump), es mucho más probable que EEUU prevalezca en la guerra fría sino-estadounidense que China. Aunque una victoria estadounidense podría ser pírrica, lo más probable es que selle el destino del PCCh.

El PCCh también enfrenta fuertes vientos en contra económicos. El llamado milagro chino fue impulsado por una fuerza laboral grande y juvenil, una rápida urbanización, inversión en infraestructura a gran escala, liberalización del mercado y globalización, todos factores que han disminuido o desaparecido.

Las reformas radicales, en particular la privatización de las empresas estatales ineficientes y el fin de las prácticas comerciales neo-mercantilistas, podrían sostener el crecimiento. Pero, a pesar de prestar atención a las reformas del mercado, el PCCh se ha mostrado reacio a implementarlas, en lugar de aferrarse a las políticas que favorecen a las empresas estatales a expensas de los empresarios privados. Debido a que el sector estatal forma la base económica del gobierno de un solo partido, la posibilidad de que los líderes del PCCh adopten repentinamente una reforma económica radical es escasa.

Las tendencias políticas internas son igualmente preocupantes. Bajo Xi, el PCCh ha abandonado el pragmatismo, la flexibilidad ideológica y el liderazgo colectivo que tan bien le sirvió en el pasado. Con el giro neomaoísta del Partido, que incluye una estricta conformidad ideológica, una rígida disciplina organizacional y un gobierno fuerte basado en el miedo, aumentan los riesgos de errores catastróficos en las políticas.

Para estar seguros, el PCCh no caerá sin una pelea. A medida que su control sobre el poder se debilite, probablemente intentará avivar el nacionalismo entre sus partidarios, mientras intensifica la represión de sus oponentes.

Pero esta estrategia no puede salvar el régimen de partido único de China. Si bien el nacionalismo puede aumentar el apoyo al PCCh a corto plazo, su energía eventualmente se disipará, especialmente si el Partido no logra mejorar continuamente el nivel de vida. Y un régimen que depende de la coerción y la violencia pagará caro en forma de actividad económica deprimida, aumento de la resistencia popular, aumento de los costos de seguridad y aislamiento internacional.

Esta no es la imagen edificante que Xi presentará al pueblo chino el 1 de octubre. Sin embargo, ninguna postura nacionalista puede cambiar el hecho de que la pérdica de control del PCCh parece estar más cerca que en cualquier otro momento desde el final de la era de Mao. Lampadia

Minxin Pei es profesor de gobierno en el Claremont McKenna College y miembro senior no residente del German Marshall Fund de los Estados Unidos.




La transición del Orden Global

La transición del Orden Global

La última cumbre del G7 (Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón, Reino Unido y Estados Unidos), solo ha terminado por confirmar que el orden global está en transición hacia un ambiente desestructurado con menor globalización.

El G7, a pesar de ser poco representativo del mundo global, pues excluye a China, India y Rusia, entre otros, como si lo hace el G20, ha venido marcando un cierto bloque convergente que hoy está prácticamente diluido. Con Trump en plena guerra comercial, que va más allá de China, y Boris Johnson empujando un Brexit agresivo, el bloque no guarda mayor significancia.

Más allá del G7, es claro que la humanidad está en un período de transición hacia la desglobalización. No solo hablamos de temas de comercio, también se trata de temas tecnológicos y geopolíticos.

Esto es muy malo para países como el Perú, que solo pueden traer riqueza del exterior. Un ambiente internacional más restrictivo dificulta el crecimiento de nuestras exportaciones y los flujos de inversión y el crecimiento económico. Ver en Lampadia: Estrategia para la creación de empleo y generación de riqueza en el Perú durante los próximos 20 años. Lampadia

El crepúsculo del orden global

Project Syndicate
2 de setiembre de 2019
ANA PALACIO

La reciente cumbre del G7 en Biarritz marcó un cambio más amplio en la gobernanza internacional, alejándose de la cooperación constructiva y hacia discusiones vagas y soluciones ad hoc. La conclusión de la cumbre podría ser un marcador del futuro del orden mundial, que no termina con una explosión, sino con un gemido.

MADRID – Vivimos en una era de hipérboles, en la que los relatos apasionantes de triunfos monumentales y desastres devastadores tienen prioridad sobre las discusiones realistas sobre el progreso gradual y la erosión gradual. Pero en las relaciones internacionales, como en todo, las crisis y los avances son solo una parte de la historia; Si no nos damos cuenta de las tendencias menos sensacionales, es posible que nos encontremos en serios problemas, posiblemente después de que sea demasiado tarde para escapar.

La reciente Cumbre del G7 en Biarritz, Francia, es un buen ejemplo. A pesar de algunos acontecimientos positivos, el presidente francés, Emmanuel Macron, por ejemplo, fue elogiado por mantener a su homólogo estadounidense, Donald Trump, bajo control; poco se logró. Y, más allá de la cuestión de los resultados sustantivos, la estructura de la cumbre presagia una erosión progresiva de la cooperación internacional, un lento y constante desprendimiento del orden global.

Es algo irónico que el G7 presagie el futuro, porque en muchos sentidos es una reliquia del pasado. Formado en la década de 1970, en el apogeo de la Guerra Fría, se suponía que serviría como foro para las principales economías desarrolladas: Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón, Reino Unido y Estados Unidos.

Después de la caída de la Unión Soviética, el G7 continuó dando forma a la gobernanza global en temas que van desde el alivio de la deuda hasta las operaciones de paz y la salud global. En 1997, el G7 se convirtió en el G8, con la incorporación de Rusia. Aún así, el cuerpo personificó una era de preeminencia occidental en un orden mundial liberal institucionalizado en plena floración.

Esa era se fue hace mucho tiempo. La crisis financiera de 2008 perjudicó a los miembros principales del organismo, lo que, junto con el auge de las economías emergentes, especialmente China, significaba que el grupo ya no poseía la masa crítica necesaria para guiar los asuntos mundiales.

El G20 más grande y diverso, formado en 1999, superó gradualmente al G8, reemplazando formalmente a este último como el foro económico internacional permanente del mundo una década más tarde. En un entorno global cada vez más complejo y dividido, el estilo flexible de formulación de políticas del G20, incluida la preferencia por compromisos no vinculantes, se consideró más viable que los métodos de leyes duras de las instituciones multilaterales más antiguas.

El G8 se desplazó como un mero caucus. Cuando se suspendió la membresía del G8 de Rusia en 2014, una respuesta a su invasión de Ucrania y anexión de Crimea, se hizo aún menos importante, aunque más cohesivo, y sus miembros compartieron una visión del mundo más coherente. (Algunos, incluido Trump, ahora piden la reintroducción de Rusia en el grupo).

Pero incluso esa ligera ventaja fue demolida con la elección de Trump en 2016. Su administración comenzó a atacar a los aliados y rechazó las reglas, normas y valores compartidos. La situación llegó a su punto más bajo en la Cumbre del G7 de 2018 en Quebec, donde un petulante Trump criticó a su anfitrión, el primer ministro canadiense Justin Trudeau, y rechazó públicamente el comunicado final de la cumbre tan pronto como se emitió.

En ese contexto, la cumbre de este año en Biarritz provocó una gran inquietud. Con pocas esperanzas de consenso sobre cualquier tema consecuente, los anfitriones franceses de la reunión se centraron en mantener las apariencias, eligiendo la conveniencia sobre el impacto. Los objetivos se mantuvieron vagos. De hecho, Macron anunció antes del evento que no habría una declaración final, declarando que “nadie lee los comunicados”.

Pero esa decisión representó una pérdida importante. Los comunicados finales son documentos de política, que proporcionan señales importantes sobre compromisos importantes para la comunidad internacional. La declaración de 2018, que Trump rechazó, tenía 4.000 palabras, identificando un conjunto de prioridades compartidas y enfoques comunes para abordarlas.

La cumbre de Biarritz, por el contrario, terminó con una declaración de 250 palabras que era tan vaga y anodina que carecía de sentido. En Irán, por ejemplo, los líderes del G7 solo podrían estar de acuerdo en que “comparten completamente dos objetivos: garantizar que Irán nunca adquiera armas nucleares y fomentar la paz y la estabilidad en la región”. En Hong Kong, reafirmaron “la existencia y la importancia de la Declaración Conjunta sino-británica de 1984 sobre Hong Kong “y pidió huecamente” para evitar la violencia “. En Ucrania, Francia y Alemania prometieron organizar una cumbre” para lograr resultados tangibles “.

Sin duda, se tomaron algunas medidas positivas en Biarritz. La aparición sorpresa del ministro iraní de Asuntos Exteriores, Mohammad Javad Zarif, creó una posible apertura para futuras conversaciones entre Estados Unidos e Irán. Se presionó a Brasil para que respondiera a los incendios que diezman el Amazonas. Y Estados Unidos y Francia rompieron un punto muerto sobre un impuesto francés sobre los gigantes tecnológicos. Pero cualquier reunión internacional de alto nivel produce este tipo de acciones limitadas, simplemente al facilitar la interacción entre los líderes mundiales.

Muchos han reconocido las deficiencias de la última cumbre del G7. Pero, atraídos por la calamidad como a menudo lo hacemos, las evaluaciones a menudo se centran en el posible colapso del cuerpo el próximo año, cuando Trump celebrará la cumbre del G7 en los EEUU, Que no se acercará a la medida en que Macron fue a celebrar el último uno juntos (Por el contrario, el interés de Trump en la cumbre parece girar en torno a su deseo de celebrarlo en su complejo de golf en Doral, Florida).

Pero esta perspectiva no reconoce todas las implicaciones de la cumbre de Biarritz: señala un cambio más amplio en la gobernanza internacional lejos de la cooperación política concreta hacia declaraciones vagas y soluciones ad hoc. Hasta cierto punto, el G20 fue pionero en este enfoque, pero al menos tenía visión y una dirección establecida. Eso ya no se puede esperar.

A menos que los líderes evalúen la tendencia actual, la conclusión de la cumbre de Biarritz será un marcador del futuro del orden mundial, que no terminará con una explosión, sino con un gemido. Lampadia

Ana Palacio es ex ministra de Asuntos Exteriores de España y ex vicepresidenta sénior y asesora general del Grupo del Banco Mundial. Es profesora visitante en la Universidad de Georgetown.




El error teórico de Trump en el conflicto EEUU-China

El error teórico de Trump en el conflicto EEUU-China

El conflicto comercial EEUU-China se asemeja a un partido de tenis, en el cual los contrincantes buscan acometer, ante el movimiento de su adversario, respuestas más violentas con tal de sacar ventaja y no verse doblegados en su puntuación durante el juego. Así, cada subida de aranceles sobre una cierta gama de productos viene acompañada de una represalia más implacable tanto en tasas como en valor imponible.

Ello sucedió con la imposición de aranceles por parte del gobierno chino de hasta el 25% sobre las importaciones de vehículos estadounidenses por un monto de US$ 75,000 millones, la cual se hizo efectiva el 1 de setiembre. Como respuesta, Trump arremetió con aranceles del 30% a las importaciones de bienes de consumo chinos por US$ 300,000 millones a partir de la misma fecha. Si nos vamos a meses pasados esta misma rueda de estrategias se repite una y otra vez, hasta llegar al meollo del inicio del conflicto, allá por marzo del 2018, iniciado por EEUU.

Si bien pueden existir argumentos a favor de las políticas proteccionistas de Trump como la manipulación discrecional que ha tenido y tiene el gobierno chino sobre el yuan – que ha traído como consecuencia, entre otras cosas, un persistente déficit de balanza comercial en la economía de EEUU – ya no es tan cierto que EEUU es insensible a esta guerra comercial. Su crecimiento empieza a perder fuerza lentamente, que, en un contexto de desaceleración global, ha volcado al pesimismo a los economistas, quienes empiezan a hablar de una posible recesión global al 2020 (ver Lampadia: ¿Recesión global en 2020?). Y como es costumbre en los políticos, Trump ha creado sus propios enemigos para culparlos sobre sus errores de gestión; en este caso, al mismo presidente Powell de la FED o a las mismas empresas que, según él, no son lo suficientemente productivas para enfrentar estas nuevas condiciones del mercado internacional.

Sin embargo, y más allá de las motivaciones geopolíticas que pudiera haber detrás de este conflicto, vale la pena analizar las motivaciones teóricas, de haberse, de manera que pueda rebatirse o justificarse tales políticas proteccionistas, a la luz de la ciencia económica.

Dicho análisis ha sido realizado por el profesor de la Universidad de Stanford y prestigioso economista Robert J. Barro, y ha sido presentado a modo de artículo en la revista Project Syndicate (ver artículo líneas abajo). Como se puede desprender de su diagnóstico, el enfoque adoptado por Trump es consecuencia de una completa incomprensión de las teorías de comercio internacional tanto clásicas como modernas, y que además arrastra el lastre de ideas mercantilistas desfasadas y peligrosas. Considerar a las importaciones como un simple componente negativo en la ecuación del gasto agregado del PBI, como plantea dicho enfoque, no considera los potenciales beneficios arraigados del comercio, como el incremento de las oportunidades de los negocios que se especializan en determinadas actividades económicas, con el único fin de proveer bienes de calidad ya no solo a sus prójimos nacionales, sino también extranjeros. Pero lo más lamentable es que el impacto de estos perniciosos aranceles impuestos, a la larga, irá en desmedro de los mismos consumidores estadounidenses, a través del alza de los precios, producto de los shocks de suministros negativos (ver Lampadia: ¿Cadenas de suministro globales dañadas?) y el traslado de la producción de los bienes chinos a industrias estadounidenses menos especializadas.

Este es sin duda un rico análisis que debe ser difundido no solo entre economistas sino entre lectores de otras disciplinas por su fácil comprensión. Porque la teoría debe ser rebatida con teoría, inclusive cuando son promovidas por políticos que ostentan tener el conocimiento suficiente para proveer de bienestar a sus países en el campo de la economía. Lampadia

El desorden mercantilista de Trump

Robert J. Barro
Project Syndicate
5 de setiembre, 2019
Traducido y glosado por Lampadia

Cuando el presidente de los EEUU, Donald Trump, se jactó de que las guerras comerciales son “fáciles de ganar” en marzo de 2018, fue conveniente descartar el comentario como una floración retórica. Sin embargo, ahora está claro que Trump lo decía en serio, porque realmente cree en las extrañas y anacrónicas teorías macroeconómicas que subyacen a su enfoque.

La razón por la que los países participan en el comercio internacional es para obtener importaciones (bienes de consumo, bienes intermedios utilizados en la producción y equipamiento de capital) a cambio de exportaciones. Enmarcado de esta manera, las exportaciones son simplemente los bienes de los que los estadounidenses están dispuestos a desprenderse para adquirir algo que desean o necesitan.

Pero el comercio internacional también aumenta, en términos netos, el tamaño del pastel económico general, porque significa que los países pueden concentrarse en hacer lo que mejor hacen, produciendo bienes en áreas donde son relativamente más productivos. Según la teoría de la ventaja comparativa de David Ricardo, las fortalezas relativas de los países se derivan de las diferencias en las dotaciones de factores. Y, como lo demostraron los economistas Paul Krugman y Elhanan Helpman en la década de 1980, las fortalezas relativas de los países también están relacionadas con sus inversiones en diversas áreas de especialización.

Al adoptar un modelo mercantilista primitivo en el que las exportaciones son “buenas” y las importaciones son “malas”, Trump ha revertido esta lógica económica impecable. En un modelo mercantilista, un exceso de exportaciones sobre importaciones contribuye a la riqueza nacional a través de la acumulación de reclamos en papel (anteriormente oro). Esto parece ser lo que Trump tiene en mente cuando se queja de que China está drenando US$ 500,000 millones por año de la economía de EEUU, principalmente mediante el intercambio de productos chinos por bonos del Tesoro de EEUU. No es necesario decir que es difícil ver cómo recibir una gran cantidad de productos de alta calidad a bajo costo equivale a “perder”.

Trump parece confiar en una teoría desarrollada por su asesor comercial Peter Navarro, quien ha notado que las importaciones aparecen con un signo menos en la relación de identidad satisfecha por el PBI. (Es decir, el PBI es igual al consumo más la inversión interna más las exportaciones menos las importaciones). Llegó a la conclusión de que una reducción de las importaciones inducida por aranceles conducirá mágicamente a un aumento de la producción interna (PBI), que satisface la demanda previamente atendida por importaciones. No importa que la certeza de las represalias conduzca a una contracción en el comercio internacional general y el PBI estadounidense. (Como comentario aparte, espero que Navarro no haya aprendido macroeconomía internacional mientras obtenía un doctorado en la Universidad de Harvard a principios de la década de 1980 con Richard Caves, quien tenía ideas muy diferentes).

Ahora, es cierto que China restringe el comercio internacional e impone altos costos a la inversión extranjera, a menudo obligando a las empresas extranjeras a transferir tecnología a sus socios chinos. El robo directo de tecnología por parte de las entidades chinas también es un tema importante. Sería mejor para el mundo, y casi seguramente también para China, si se redujeran estas prácticas restrictivas. Sin embargo, si el objetivo de EEUU es reducir las barreras comerciales, imponer aranceles a las importaciones chinas es una forma extraña de hacerlo.

Sin duda, hace unos meses hubo un momento en que China parecía dispuesta a adoptar reformas significativas como parte de un acuerdo para evitar aranceles en represalia. Pero incluso entonces, había algo extraño en el acuerdo propuesto: la administración Trump quería una lista cuantitativa de exportaciones estadounidenses específicas que China importaría en mayor volumen.

Los chinos, por supuesto, estaban contentos de proceder de esta manera, porque está en consonancia con una forma de gobierno económico de mando y control. Pero se supone que el enfoque estadounidense es diferente. Reconociendo que no sabemos si las compras chinas adicionales deben tomar la forma de productos agrícolas, camionetas Ford o aviones Boeing (que solían considerarse confiables), EEUU debería abogar por una reducción general de los aranceles y otras restricciones comerciales para que el mercado pueda decidir qué bienes se deben producir e intercambiar.

En cualquier caso, ahora parece probable que EEUU se quede con una guerra comercial duradera, lo que implica costos a largo plazo para los consumidores y las empresas estadounidenses. A pesar de los efectos aún favorables de la reforma tributaria de 2017 y los recortes de la administración a las regulaciones dañinas, el crecimiento se está debilitando, y Trump ha intentado, inútilmente, culpar a la Reserva Federal de los EEUU y a las compañías estadounidenses improductivas. El verdadero problema es el enfoque de Trump sobre la política comercial, que es mucho peor que el de su predecesor, y bien podría empujar a la economía estadounidense a la recesión.

El problema, en términos más generales, es que el establecimiento político de los EEUU ha alcanzado un consenso de que se debe hacer algo para frenar las prácticas comerciales restrictivas de China. Sin embargo, a veces es mejor vivir con una situación que no alcanza el ideal.

En cuanto a Trump, parece que realmente ama los aranceles, ya que impiden las importaciones “malas” y aumentan los ingresos. A diferencia de muchos otros argumentos económicos que ha presentado, su defensa de los aranceles es aparentemente sincera, y su compromiso con la política es irrevocable. Pero eso hace que sea difícil ver cómo EEUU puede lograr un acuerdo comercial satisfactorio con China. Peor aún, Trump puede ampliar aún más su uso de aranceles como herramientas de negociación con respecto a muchos otros países.

En total, no diría que Trump tiene el “coeficiente intelectual de economía” más bajo entre los presidentes recientes. Pero claramente hay una gran brecha entre lo que sabe y lo que cree que sabe. Debido a que esto es lo último lo que determina la política comercial. EEUU tiene un grave problema en sus manos. Lampadia

Robert J. Barro es profesor de economía en la Universidad de Harvard y profesor visitante en el American Enterprise Institute. Es coautor (con Rachel M. McCleary) de The Wealth of Religions: The Political Economy of Believing and Belonging.




¿Recesión global en 2020?

¿Recesión global en 2020?

La posibilidad de una recesión global hacia el 2020, gatillada por la guerra comercial EEUU-China, el enfrentamiento tecnológico o por el corte de suministros de petróleo, se ha tornado un tema recurrente en la prensa internacional y entre los economistas más versados. De este grupo, hemos seguido muy de cerca las reflexiones del profesor Nouriel Roubini, ex funcionario del FMI y ex asesor económico de la Casa Blanca, por sus acertados diagnósticos y predicciones respecto del devenir de la coyuntura económica y financiera en el corto mediano plazo (ver Lampadia: Consecuencias del conflicto EEUU – China).

Más allá de la discusión de si se producirá tal recesión o no, vale la pena analizar las fuerzas que la estarían motivando y la forma en que desembocaría finalmente en los mercados de bienes y servicios así como en el financiero. Y Roubini le da justo al gatillo en este respecto.

En un reciente artículo titulado “Anatomía de la recesión que viene” publicado en la revista Project Syndicate (ver artículo líneas abajo), el renombrado economista caracteriza a la próxima recesión como estanflación – inflación con estancamiento del PBI – un fenómeno que tuvo lugar también en la crisis del petróleo, originada en los países de la OPEP durante la década de los 70.

Pero lo realmente grave y que haría única a dicha crisis – y que además hemos venido advirtiendo en anteriores publicaciones (ver Lampadia: ¿Cadenas de suministro globales dañadas?, La globalización va a paso lento) – es el proceso de desglobalización que irradia y el impacto que ya se encuentran generando en las grandes potencias, restringiendo los suministros de una gran gama de productos manufacturados.

Como señala la teoría económica ortodoxa, las políticas monetarias y fiscales contracíclicas son útiles para estimular la economía en escenarios con choques negativos de demanda, pero ante la presencia de choques negativos de oferta como son estas restricciones en los suministros, la mejor manera de actuar es en verdad no actuar. Ello porque cualquier intervención en la economía, si bien podría amortiguar el golpe de menor oferta en el corto plazo, en el mediano y largo plazo los efectos en los precios pueden ser devastadores, a través de la inflación. En ese sentido, como bien señala Roubini, las herramientas de política contracíclicas no ayudarían a lidiar con esta crisis en el tiempo. Los gobiernos de los países no tendrían mejor remedio que amoldarse a ella.

Nos parece importante compartir este tipo de análisis para que nuestras autoridades tanto monetarias como fiscales puedan advertir las consecuencias de sus acciones en el momento que el Perú tenga que enfrentar la posible recesión. Lampadia

Anatomía de la recesión que viene

Nouriel Roubini
Project Syndicate
22 de agosto, 2019
Traducido y glosado por Lampadia

A diferencia de la crisis financiera mundial de 2008, que en su mayoría fue un gran choque negativo de demanda agregada, la próxima recesión probablemente sea causada por choques de oferta negativos permanentes de la guerra comercial y tecnológica sino-estadounidense. Y tratar de deshacer el daño mediante un estímulo monetario y fiscal interminable no será una opción.

NEW YORK – Hay tres choques negativos de oferta que podrían desencadenar una recesión mundial para 2020. Todos ellos reflejan factores políticos que afectan las relaciones internacionales, dos involucran a China, y EEUU está en el centro de cada uno. Además, ninguno de ellos es susceptible a las herramientas tradicionales de la política macroeconómica anticíclica.

El primer choque potencial proviene de la guerra comercial y monetaria sino-estadounidense, que se intensificó a principios de este mes cuando la administración del presidente estadounidense Donald Trump amenazó con aranceles adicionales a las exportaciones chinas y calificó formalmente a China de manipulador de divisas. El segundo se refiere a la guerra fría entre EEUU y China por la tecnología. En una rivalidad que tiene todas las características de una “trampa de Tucídides”, China y EEUU compiten por el dominio sobre las industrias del futuro: inteligencia artificial (IA), robótica, 5G, etc. EEUU ha colocado al gigante chino de las telecomunicaciones Huawei en una “lista de entidades” reservada para compañías extranjeras consideradas como una amenaza para la seguridad nacional. Y aunque Huawei ha recibido exenciones temporales que le permiten continuar usando componentes de EEUU, la administración de Trump anunció esta semana que estaba agregando 46 afiliados adicionales de Huawei a la lista.

El tercer riesgo importante se refiere a los suministros de petróleo. Aunque los precios del petróleo han caído en las últimas semanas, y una recesión provocada por una guerra comercial, monetaria y tecnológica deprimiría la demanda de energía y reduciría los precios, la confrontación de EEUU con Irán podría tener el efecto contrario. En caso de que ese conflicto se convierta en un conflicto militar, los precios mundiales del petróleo podrían aumentar y provocar una recesión, como sucedió durante las conflagraciones anteriores de Medio Oriente en 1973, 1979 y 1990.

Estos tres posibles choques tendrían un efecto de estanflación, al aumentar el precio de los bienes de consumo importados, los insumos intermedios, los componentes tecnológicos y la energía, al tiempo que se reduce la producción al interrumpir las cadenas de suministro mundiales. Peor aún, el conflicto sino-estadounidense ya está alimentando un proceso más amplio de desglobalización, porque los países y las empresas ya no pueden contar con la estabilidad a largo plazo de estas cadenas de valor integradas. A medida que el comercio de bienes, servicios, capital, trabajo, información, datos y tecnología se vuelva cada vez más balcanizado, los costos de producción global aumentarán en todas las industrias.

Además, la guerra comercial y monetaria y la competencia por la tecnología se amplificarán mutuamente. Considere el caso de Huawei, que actualmente es un líder mundial en equipos 5G. Esta tecnología pronto será la forma estándar de conectividad para la infraestructura civil y militar más crítica, sin mencionar los bienes de consumo básicos que estarán conectados a través del emergente Internet de las Cosas (IOT). La presencia de un chip 5G implica que cualquier cosa, desde una tostadora hasta una cafetera, podría convertirse en un dispositivo de escucha. Esto significa que, si Huawei es ampliamente percibido como una amenaza a la seguridad nacional, también lo harían miles de exportaciones chinas de bienes de consumo.

Es fácil imaginar cómo la situación actual podría conducir a una implosión a gran escala del sistema de comercio global abierto. La pregunta, entonces, es si los formuladores de políticas monetarias y fiscales están preparados para un choque de oferta negativo sostenido, o incluso permanente.

Luego de los choques estanflacionarios de la década de 1970, los responsables de la política monetaria respondieron endureciendo la política monetaria. Hoy, sin embargo, los principales bancos centrales, como la Reserva Federal de EEUU ya están buscando la flexibilización de la política monetaria, porque la inflación y las expectativas de inflación siguen siendo bajas. Los bancos centrales percibirán cualquier presión inflacionaria derivada de un choque petrolero como un simple efecto en el nivel de precios, más que como un aumento persistente de la inflación.

Con el tiempo, los choques negativos de oferta también tienden a convertirse en choques temporales de demanda que reducen tanto el crecimiento como la inflación, al deprimir el consumo y los gastos de capital. De hecho, en las condiciones actuales, el gasto de capital corporativo estadounidense y global está severamente deprimido, debido a las incertidumbres sobre la probabilidad, la gravedad y la persistencia de los tres posibles choques.

De hecho, con empresas en los EEUU, Europa, China y otras partes de Asia que han frenado los gastos de capital, el sector tecnológico, manufacturero e industrial tecnológico mundial ya está en recesión. La única razón por la que eso aún no se ha traducido en una depresión mundial es que el consumo privado se ha mantenido fuerte. Si el precio de los bienes importados aumentara aún más como resultado de cualquiera de estos choques negativos de oferta, el crecimiento real de los ingresos familiares disponibles (ajustados a la inflación) se vería afectado, al igual que la confianza del consumidor, lo que probablemente provocaría una recesión en la economía mundial.

Dado el potencial de un choque negativo de la demanda agregada a corto plazo, los bancos centrales tienen razón al relajar las tasas de interés. Pero los formuladores de políticas fiscales también deberían estar preparando una respuesta similar a corto plazo. Una fuerte disminución en el crecimiento y la demanda agregada requeriría una flexibilización fiscal anticíclica para evitar que la recesión se vuelva demasiado severa.

Sin embargo, en el mediano plazo, la respuesta óptima no sería acomodar los choques negativos de oferta, sino más bien ajustarse a ellos sin mayor alivio. Después de todo, los choques negativos de oferta de una guerra comercial y tecnológica serían más o menos permanentes, al igual que la reducción del crecimiento potencial. Lo mismo se aplica al Brexit: abandonar la UE ensillará al Reino Unido con un choque de oferta negativo permanente y, por lo tanto, disminuirá permanentemente el potencial de crecimiento.

Tales choques no pueden revertirse mediante la formulación de políticas monetarias o fiscales. Aunque se pueden gestionar a corto plazo, los intentos de acomodarlos de forma permanente conducirán a que la inflación y las expectativas de inflación aumenten por encima de los objetivos de los bancos centrales. En la década de 1970, los bancos centrales acomodaron dos grandes choques petroleros. El resultado fue un aumento persistente de la inflación y las expectativas de inflación, déficit fiscales insostenibles y acumulación de deuda pública.

Finalmente, existe una diferencia importante entre la crisis financiera mundial de 2008 y los choques de oferta negativos que podrían afectar a la economía mundial actual. Debido a que el primero fue principalmente un gran impacto negativo de la demanda agregada que deprimió el crecimiento y la inflación, fue recibido adecuadamente con estímulos monetarios y fiscales. Pero esta vez, el mundo enfrentaría choques sostenidos de oferta negativa que requerirían un tipo muy diferente de respuesta política a mediano plazo. Intentar deshacer el daño a través de un estímulo monetario y fiscal interminable no será una opción sensata. Lampadia

Nouriel Roubini, profesor de la Escuela de Negocios Stern de NYU y CEO de Roubini Macro Associates, fue Economista Principal para Asuntos Internacionales en el Consejo de Asesores Económicos de la Casa Blanca durante la Administración Clinton. Ha trabajado para el Fondo Monetario Internacional, la Reserva Federal de los EEUU y el Banco Mundial.




Es necesario activar la inversión pública y privada

El primer semestre del 2019 no trajo consigo cifras auspiciosas para la economía peruana. Basta con revisar las cifras de crecimiento del primer trimestre (2.34%), las del segundo (1.08%) y las del primer semestre (1.72%). Tomando esto en cuenta, uno se pone a pensar en la última vez que se tuvo un escenario tan poco alentador: el año 2009.

En dicho año, la economía más grande del mundo, Estados Unidos, había caído y su mejor competidora, China, todavía no se volvía la figura hegemónica que es hoy en día. Sin embargo, el Perú no fue afectado en gran medida por tal evento, esto dado que tanto el Ministerio de Economía y Finanzas como el Banco Central iniciaron a tiempo las políticas fiscales contra-cíclicas y las políticas expansivas en cuanto al manejo de la tasa de referencia, respectivamente. Estas tuvieron como enfoque mantener el dinamismo en la economía, bajo el soporte del gasto privado y público.

El escenario que se vive hoy en día es sumamente diferente, tanto en el ámbito nacional como en el internacional. En este sentido, a continuación, se presentan algunos puntos interesantes de la situación actual:

  • El nivel de ejecución de obras públicas es mínimo, alcanzando solo un 30% a finales de julio. En especial, se puede ver que el bloque de Gobiernos Regionales es el que menos marca en cuanto a porcentaje de ejecución. Esta situación, también, es la principal razón por la cual las políticas contra-cíclicas no pueden ostentar la misma efectividad que tenía en el 2009.
  • En cuanto al nivel de adjudicaciones de APP’s de ProInvesión, también se tiene una caída considerable, en comparación al año pasado. En el 2018, este nivel marcaba US$2739 millones, durante todo el año; sin embargo, durante todo el primer semestre del 2019, tan solo se ha llegado a US$255 millones.
  • El nivel de inversión privada redujo su crecimiento, marcando un 3.1%, en comparación con el 7.3% que se vio en los últimos periodos. Esto a causa del conflicto comercial entre Estados Unidos y China.
  • Específicamente, las amenazas arancelarias de Estados Unidos hacia China no auguran un buen escenario para esta última. De tal manera, se estima que China pueda experimentar su peor desaceleración en los últimos 10 años.
  • También se reportó una contracción del PBI de Alemania en el segundo trimestre del 2019.
  • Estos últimos eventos se han traducido a una caída en algunos indicadores clave. Por ejemplo, durante el primer semestre del 2018, las exportaciones peruanas crecieron un 4.1%; mientras que, en el primer semestre del 2019, estas decrecieron un 1%. Asimismo, los precios de las exportaciones cayeron un 6.2% hacia junio del 2019; en comparación con el aumento del 15.2% en el mismo periodo durante 2018.

Estos factores son los que marcan la diferencia en comparación con el escenario del 2009. Y son estos mismos factores son los que hacen que la economía peruana demande un impulso que la haga más dinámica y asegure la creación del empleo a futuro. En este sentido, un buen primer paso sería concentrarse más en la inversión privada y, en base a ello, generar un impulso a corto plazo. Otra opción es establecer un programa de reformas estructurales que nos permita elevar la tasa de crecimiento del PBI potencial. En este sentido, lo que se debe buscar con más celeridad es una mayor productividad en el mercado laboral peruano, pues esta es la mejor manera de aprovechar los beneficios del crecimiento económico en distintos contextos del país.

Finalmente, es bueno recalcar que el Perú ostenta fundamentals sólidos para su crecimiento; sin embargo, el ruido político y el accidentado diálogo entre las instituciones y la población juegan en contra del crecimiento. Prueba de esto último es lo sucedido en Tía María. No obstante, las futuras inversiones en el Perú deben tener siempre como consigna asegurar un mejor aprovechamiento de los recursos que gana el Perú cuando su economía crece, tanto para las personas que habitamos este país como las empresas que se desarrollan en él. Lampadia




¿Cuáles son las verdaderas repercusiones de la guerra comercial entre EEUU y China?

¿Cuáles son las verdaderas repercusiones de la guerra comercial entre EEUU y China?

The Economist presenta algunas reflexiones sobre el conflictivo escenario que se vive entre Estados Unidos y China. Lo que al principio no tuvo las repercusiones esperadas – estas fueron menores a las estimadas – ahora se ha convertido en un tira y afloja que amenaza con afectar la integridad económica de ambos países por igual.

El caso de Estados Unidos es el que más llama la atención, pues una recesión parece estar en ciernes, a la vez que los mercados financieros expresan una caída histórica, tanto en el mercado de renta variable (precios de acciones y el S&P 500) como en mercados de renta fija (bonos privados y del tesoro). Es entonces que se hace palpable un cambio de estrategia por parte del equipo de Donald Trump.

La crisis se agravó hace poco más de una semana cuanto se anunciaron una serie de aumentos de tarifas por parte de EEUU, que se traducían a US$300 mil millones. La respuesta china fue ordenar a sus empresas no adquirir más bienes agropecuarios americanos.

Este es solo el outcome que se esperaba tras tanta tensión. Lo que pasa es que EEUU ya había señalado a China como un competidor desleal que mantenía una moneda de valor artificialmente bajo para reforzar sus exportaciones. Esto, no bien visto en los ojos de los americanos., fue el principal aliciente para que este acuse a China de “manipulador de su moneda”.

En cuanto al escenario de Estados Unidos en los últimos años, se puede apreciar una floreciente economía que ha basado su solidez en las políticas de Trump, un dólar relativamente barato y accesible y protegido por tarifas al comercio internacional. ¿El resultado? Un crecimiento claro de la economía estadounidense, en comparación a sus privilegiados pares, pero no necesariamente sostenible en el tiempo.

En este sentido, las verdaderas repercusiones de esta guerra comercial serán las afectaciones al panorama económico de los próximos años, tanto para ambos países como para los que dependen de estos. Esto dado que una serie de políticas que trastocan tanto la fluidez del comercio internacional tendrá como un escenario de incertidumbre y; por ende, de desconfianza. Esto, al término, significará un obstáculo para el crecimiento de la economía americana y una inyección desmedida de liquidez en el caso de China. La solución al conflicto puede, también, venir por parte del compromiso de las instituciones americanas – como la Reserva Federal – para brindar solidez a la economía y salvaguardar la confianza de quienes apuestan por ella. Esperemos que, para setiembre, en cuanto se retome el diálogo entre ambos países, se pueda llegar a un acuerdo que haga justicia a ambas partes. Lampadia

Comercio entre China y Estados Unidos
Peligrosos cálculos erróneos

Estados Unidos no puede tener una economía fuerte, una guerra comercial y un dólar débil al mismo tiempo.

The Economist
08 de agosto del 2019
Traducido y glosado por Lampadia

Desde que comenzó la guerra comercial en 2018, el daño causado a la economía mundial ha sido sorprendentemente leve. Estados Unidos ha crecido de manera saludable y el resto del mundo se ha complicado. Pero esta semana la imagen se oscureció a medida que se intensificó la confrontación entre Estados Unidos y China, con más aranceles amenazados y una amarga disputa sobre el tipo de cambio de China. Los inversores temen que la disputa desencadene una recesión, y hay signos ominosos en los mercados: los precios de las acciones cayeron y los rendimientos de los bonos del gobierno cayeron a mínimos casi récord. Para evitar una recesión, ambas partes deben comprometerse. Pero para que eso suceda, el presidente Donald Trump y sus asesores deben repensar su estrategia. Si aún no se ha dado cuenta, pronto debería: Estados Unidos no puede tener una moneda barata, un conflicto comercial y una economía próspera.

El último aumento de las tensiones comenzó el 1 de agosto, cuando la Casa Blanca amenazó con imponer una nueva ronda de aranceles sobre las exportaciones chinas de $ 300 mil millones a principios de septiembre. China respondió cuatro días después diciéndole a sus compañías estatales que dejaran de comprar productos agrícolas estadounidenses. El mismo día permitió que su moneda fuertemente administrada pasara una tasa de siete frente al dólar, un umbral que puede parecer arbitrario, pero es simbólicamente importante.

Eso encendió un fusible debajo de la Oficina Oval. Trump ha afirmado durante mucho tiempo que otros países, incluida China, mantienen sus monedas artificialmente baratas para impulsar sus exportaciones, perjudicando a Estados Unidos. Se ha estado agarrando sobre el dólar fuerte durante meses. En junio acusó a Mario Draghi, el jefe del Banco Central Europeo, de debilitar injustamente el euro al insinuar recortes de tasas. Horas después de la caída del yuan, el Tesoro de Estados Unidos designó a China como un “manipulador de divisas” y prometió eliminar su “ventaja competitiva injusta”. A medida que aumentaron las hostilidades, los mercados se desvanecieron, con un rendimiento de los bonos a diez años en Estados Unidos que alcanzó el 1,71%, ya que los inversores consideraron que la Reserva Federal recortará las tasas de interés para tratar de mantener viva la expansión.

No se puede negar que China ha manipulado su tipo de cambio en el pasado. Pero hoy se está desarrollando una dinámica diferente en todo el mundo. Trump quiere una economía en auge, protegida por aranceles e impulsada por un dólar barato, y cuando no los consigue, arremete. Pero la realidad económica hace que estos tres objetivos sean difíciles de conciliar. Los aranceles perjudican a los exportadores extranjeros y frenan el crecimiento más allá de las fronteras de Estados Unidos. Un crecimiento más débil a su vez conduce a monedas más débiles, a medida que las empresas se vuelven cautelosas y los bancos centrales facilitan la política de respuesta. El efecto es particularmente pronunciado cuando Estados Unidos está creciendo más rápido que otros países ricos, como lo ha hecho recientemente. La fortaleza duradera del dólar es el resultado, en parte, de las políticas de Trump, no de una conspiración global.

A menos que este hecho llegue pronto, se hará un daño real a la economía global. Ante la incertidumbre creada por una pelea de superpotencias viciosas, las empresas en Estados Unidos y en otros lugares están reduciendo la inversión, perjudicando aún más el crecimiento. Las tasas de interés más bajas están haciendo que los bancos desvencijados de Europa sean aún más frágiles. China podría enfrentar una inundación desestabilizadora de dinero tratando de abandonar sus fronteras, como sucedió en 2015. Y es posible una mayor escalada a medida que ambas partes buscan armas económicas que se consideraban impensables hace unos años. Estados Unidos podría intervenir para debilitar el dólar, socavando su reputación de mercados de capital sin restricciones. China o Estados Unidos podrían imponer sanciones a más empresas multinacionales, de la misma manera que Estados Unidos ha incluido en la lista negra a Huawei, o suspender las licencias de los bancos que operan en ambos países, causando estragos.

Mientras persigue una confrontación comercial cada vez más imprudente, la Casa Blanca puede imaginar que la Reserva Federal puede ir al rescate recortando las tasas nuevamente. Pero eso malinterpreta la profundidad de la inquietud que ahora se siente en las fábricas, salas de juntas y pisos comerciales en todo el mundo. En septiembre se reanudarán las conversaciones entre Estados Unidos y China. Es hora de un acuerdo. La economía mundial no puede soportar mucho más de esto. Lampadia




Tensiones tempranas del siglo asiático

Michael Auslin, en su reciente artículo para Foreign Policy nos deja ver que los recientes eventos que se suscitan en las fronteras de muchos países asiáticos cuentan la verdad del delicado estado que ostentan estas naciones, su estructura política y su sostenibilidad económica. Los principales eventos que desencadenan estas sospechas son las pretensiones de China por mantener su propio orden dentro de Hong Kong y el creciente conflicto – denominado como una pseudo-nueva Guerra Fría, por el autor – entre Japón y Corea del Sur. De este modo, países como Japón o China se preparan para un posible conflicto, y dejan de lado algunas otras prioridades que serían muchos más urgentes.

Y este no es un tema nuevo, en lo absoluto, lo que sucede es que esta clase de disyuntivas no han sido tomadas con la consideración debida dado que se tenía – y hasta cierto punto, hoy se sigue teniendo – fe en que la región, principalmente, el binomio China-Japón, liderarían el desarrollo mundial en el corto plazo. Se creía que los valores asiáticos predominarían en la época de constantes que cambios que vivimos hoy en día. Sin embargo, los datos dicen que China todavía no ha llegado al nivel de Estados Unidos dentro de la hegemonía mundial.

Tras la conmoción que trajo la elección de Trump como presidente de los Estados Unidos, empezó una guerra comercial contra China y algunos de sus aliados regionales. El primer golpe frontal del conflicto vino por parte de EEUU, que presentó un aumento del 25% de las tarifas a las importaciones chinas. Los pronósticos de crecimiento para la economía china señalan un posible crecimiento de 6.2%; sin embargo, las falencias generales y las ineficiencias de un sistema como el del Partido Comunista Chino son los mayores desafíos a vencer si es que se desea superar a los pares en el ámbito de la hegemonía mundial.

De la misma forma, el sector privado también ha expresado su beligerancia en la guerra comercial, pues muchas de las más grandes empresas del mundo, dentro de las cuales resalta Google, han optado por no ceñirse a los vaivenes del sistema chino. Por esta razón, estas empresas eligieron disminuir su presencia en el gigante asiático y en algunos otros países de la región, por preocupación ante las represalias que se pueden tomar en otros puertos.

A la sazón, se tiene una serie de conflictos que se traducen a preocupaciones en torno a la región. No está de más mencionar el caso de Corea del Norte, que se jacta de un poder militar considerable y del desarrollo de armas nucleares. También es importante considerar el frágil estado que ostentan las libertades individuales en Asia. Algunas de estas incluyen sistemas intrincados de control por parte del Estado y mayores niveles de vigilancia con tecnología – nada barata, ojo – de punta. Esto no hace más que minar la confianza que se tenía por relaciones con otros países asiáticos y reforzar una idea de mayor intrusión por parte del Estado en temas que no son prioritarios y que, muchas veces, atentan contra una idea de libertad y progreso.

Inclusive, la confianza de parte del consumidor ha disminuido; en gran parte, debido a las sospechas que se tienen al momento de brindar información privada a empresas chinas poderosas, como Huawei. Tanto es así, que el FBI alertó de las posibles consecuencias ante tales actos. Este problema podría ser una de las razones que desencadenan el desfavorable panorama que pintan los policymakers americanos, y que Auslin anota en su artículo.

En resumen, tanto China como sus pares asiáticos han de replantear su accionar para con su población, su empresariado y otros países a fin de cimentar la imagen de opulencia y potencial que quieren creer que creamos.

Se acabó el Siglo de Asia
Acosado por conflictos, economías estancadas y problemas políticos, la región ya no parece estar preparada para gobernar el mundo.

Foreign Policy
Michael Auslin
31 de Julio, 2019
Traducido y glosado por 
Lampadia

Las banderas chinas se exhiben en el parque Chaoyang en Beijing el 30 de septiembre de 2006. CHINA PHOTOS/GETTY IMAGES

La semana pasada, las fuerzas aéreas de cuatro de las principales potencias de Asia casi llegaron a los cielos sobre el Mar de Japón o el Mar del Este. Mientras Rusia y China realizaban su primera patrulla aérea conjunta, los combatientes surcoreanos dispararon más de 300 disparos de advertencia a un avión de mando y control ruso que cruzó la zona de identificación de defensa aérea de Corea del Sur. Mientras tanto, los combatientes japoneses maniobraron en caso de que territorio japonés fuera atacado.

El encuentro sin precedentes fue solo un recordatorio más de los riesgos que amenazan la paz en el Indo-Pacífico, y que el “siglo asiático”, alguna vez destacado por escritores como Kishore Mahbubani y Martin Jacques, está terminando mucho más rápido de lo que cualquiera podría haber predicho. Desde una economía china que se desacelera dramáticamente hasta enfrentamientos por la democracia en Hong Kong y una nueva guerra fría entre Japón y Corea del Sur, el dinamismo que se suponía que impulsaría a la región hacia un futuro glorioso parece estar desmoronándose.

La turbulencia geopolítica de Asia lleva mucho tiempo en desarrollo. De hecho, las debilidades de la región fueron ignoradas durante décadas por aquellos seguros de que China dominaría el mundo, que la región comenzaría a manifestar un sentido compartido de “valores asiáticos”, que la influencia de los Estados Unidos estaba disminuyendo, y que el El futuro global se determinaría más en Beijing y Nueva Delhi que en Washington. Pero debajo de las nuevas y brillantes ciudades de la región, las bases de su ascenso ya estaban empezando a resquebrajarse.

Entra un terremoto. La guerra comercial del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, con Beijing, que incluye aranceles del 25 por ciento sobre casi la mitad de las exportaciones de China a los Estados Unidos, aceleró el declive económico de China. La tasa de crecimiento del país en el último trimestre fue la más lenta en casi tres décadas, desde que su economía despegó a principios de la década de 1990. Incluso si se puede confiar en la cifra de crecimiento del 6,2 por ciento, revela no solo el efecto de las acciones comerciales de Trump, sino también la debilidad general de una economía en la que una reforma significativa se ha estancado y las ineficiencias son tan frecuentes como siempre.

Las exportaciones chinas a Estados Unidos se han derrumbado. Sus exportaciones al resto del mundo también se han reducido. Mientras tanto, docenas de compañías importantes, desde Google hasta Dell, están reduciendo o eliminando su producción en China, exacerbando la desaceleración y remodelando las cadenas de suministro globales. Peor para el futuro económico de China, tal vez, es un informe reciente de que la deuda total del país, de corporaciones, hogares y el gobierno, ahora supera el 300 por ciento del PIB, y gran parte está atrapada en transacciones opacas y complicadas que podrían convertirse en una bomba de tiempo.

No es solo China la que enfrenta dificultades económicas.

En las naciones desarrolladas, como Corea del Sur y Japón, la lentitud continúa a pesar de años de reforma, mientras que el crecimiento al rojo vivo de la India se ha reducido a la mitad en los últimos años, lo que plantea dudas sobre cuánto más puede desarrollar una clase media. Tales temores también prevalecen en todo el sudeste asiático.

La economía es solo parte del problema. Los continuos intentos de China de exprimir a las democracias de Hong Kong y Taiwán revelan cuán débil es realmente la débil estabilidad política en la región. En Hong Kong, siete semanas de protestas contra China y por la democracia se acercan peligrosamente a obligar a Beijing a decidir si interviene o no. Si despliega tropas para restablecer el orden, podría provocar los enfrentamientos más sangrientos desde la Plaza de Tiananmen hace 30 años.

Incluso las democracias en Asia navegan en aguas peligrosas. Japón y Corea del Sur están peligrosamente cerca de una ruptura completa de relaciones, gracias a la continua presión de Seúl por los reclamos de la Segunda Guerra Mundial a través de sus tribunales. Tokio ha respondido cortando el suministro de productos químicos críticos para la industria electrónica de Corea. A fines de 2018, Japón afirmó que un barco naval de Corea del Sur activó su radar de control de incendios en un avión de patrulla japonés, casi precipitando una crisis militar. Mientras tanto, Vietnam se enfrenta a China por la exploración de petróleo en el Mar del Sur de China, con buques marítimos que se ensombrecen e intimidan mutuamente.

Los conflictos en la región también amenazan la seguridad en todo el mundo. A pesar de tres rondas de cumbres presidenciales, Corea del Norte sigue siendo un estado con capacidad nuclear que también participa en ofensivas en línea en todo el mundo. La batalla global por las libertades civiles también se inclina hacia un mayor control estatal, en parte a través de la perfección de los sistemas de vigilancia de alta tecnología de China que está ansioso por exportar, incluso a las democracias occidentales. Muchos creen que Huawei, entre otras compañías chinas, es un riesgo de seguridad para cualquier nación que adopte su tecnología. Y el FBI advirtió que China es la mayor amenaza de espionaje para Estados Unidos, en los campus, en Washington y en las grandes corporaciones.

Los encargados de la formulación de políticas de EEUU apostaron que la modernización económica y el ascenso pacífico de China conducirán a una era de prosperidad y cooperación global, vinculando las economías avanzadas de Asia con los consumidores de Estados Unidos, Europa y otros lugares. Eso estuvo mal. Del mismo modo, años de intentos de acercar a los aliados de Estados Unidos, Japón y Corea del Sur, han fracasado. Es hora de una reconsideración del futuro de Asia. Lampadia