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Una impostura del siglo XXI

Alejandro Deustua
7 de junio de 2023
Para Lampadia

Entre agosto de 2000 y mayo de 2023 cuando los presidentes del Brasil convocaron a sendas cumbres presidenciales suramericanas, el sistema internacional había transitado del escenario unipolar hacia otro de multipolaridad indefinida mientras el consenso liberal sobre órdenes democrático-representativo y economías de mercado retrocedía allí donde éste se había arraigado. Esos cambios no han sido extraños a los regímenes de cooperación política y económica en Suramérica.

Salvo el incierto proceso abierto en la cumbre de Brasilia de mayo último, todos los mecanismos de cooperación regionales de ese período (la Comunidad Suramericana de Naciones, el UNASUR -que involucró un Consejo de Defensa Suramericano-) y PROSUR han fracasado.

Ello ha ocurrido a pesar de la precaria subsistencia de organismos de integración (la Comunidad Andina, el Mercosur, la Alianza del Pacífico) caracterizados por su mala performance (comercio intrarregional por debajo del 10%), mucha normativa (el caso de los dos primeros) y hasta sabotaje ejercido por sus propios miembros (México y Colombia en el caso de la Alianza).

¿A qué se debe el fracaso progresivo de la cooperación plurilateral suramericana y la reiteración en ese empeño con parámetros de probada falta de éxito?

Probablemente a que el interés nacional en ese tipo de cooperación no sea en este siglo tan intenso como se declara, a la subordinación del mismo a la tradición bilateral, a las estridencias de la diplomacia declarativa siempre predispuesta a la “gran estrategia” carente de voluntad y poder para llevarla a cabo y a características sui generis de los Estados suramericanos.

Entre estas últimas sobresalen la inconsistencia de los Estados suramericanos en la realización de intereses proclamados y a la prevalencia del interés interno sobre el externo. Y, por tanto, al predominio del capricho de gobiernos débiles y volátiles sobre los requerimientos del Estado, así como a ciertas perversidades como la irracionalidad ideológica y la corrupción.

De este último caso ha sido víctima el promisorio programa de integración física concertado en la primera cumbre suramericana del 2000: el IIRSA. A pesar del concurso del financiamiento multilateral ese programa fue absorbido por instrumentos intensivos en corrupción organizada en entidades estatales (el Bndes brasileño, p.e.) por autoridades y empresas locales que terminaron derruyendo gobiernos (el clamoroso caso del Perú). Sobre el particular es inaceptable que, mientras ex-presidentes peruanos están en la cárcel por ello, la matriz brasileña de corrupción que tuvo como jefe político al actual promotor de una nueva experiencia de cooperación regional, no haya dado siquiera las explicaciones del caso.

De otro lado, la irracionalidad ideológica y su predisposición hegemónica (el socialismo del siglo XXI) se ha mostrado en todo su esplendor en el caso de UNASUR. Establecido en 2008 a iniciativa de presidentes democráticos liberales, el UNASUR fue contundentemente absorbido por la influencia política de Chávez y potenciada por alianzas de vocación confrontacional e intervencionista al punto de promover la suspensión de la participación de Perú, Argentina, Brasil, Chile, Colombia, Paraguay en 2018 (luego se agregarían Ecuador y Uruguay en 2019 y 2020).

El retorno de Brasil y Colombia a esos fueros es hoy sólo convergente con el inaceptable intento de legitimación de Maduro por el anfitrión Lula y la increíble pretensión del presidente brasileño de alterar la realidad de la dictadura venezolana describiéndola como una falsa narrativa fabricada por terceros.

En este punto Lula se ha disociado de la evidencia. Es decir, de las acusaciones de crímenes contra la humanidad imputados por órganos de la ONU al gobierno de Maduro, del desconocimiento de las elecciones venezolanas del 2019 por la OEA y el Grupo de Lima, de la destrucción de la economía venezolana (una contracción de 75% del PBI entre 2014 y 2020) y de la emigración de 7 millones de sus ciudadanos que dan cuenta de ello.

Esa claudicación (frente a la cual la delegación del Perú guardó silencio) muestra la clamorosa carencia de valores compartidos reales dentro del UNASAUR. Y también la vigencia de intereses contradictorios: su propósito de mayor democracia y autonomía, sólo ha logrado economías de dependencia diversificada a la que China -un socio buscado y preferido- ha contribuido notablemente.

Luego de esa experiencia bufa, PROSUR, que pretendió en 2019 reemplazar al UNASUR, no fue sino un último estertor de la experiencia cooperativa regional cuya ofrenda folclórica proporción el RUNASUR.

Quebrado el consenso liberal en la región y arraigada una nueva ola populista en el área, al amparo del interés brasileño de organizar el espacio suramericano a su manera como base de su proyección externa (práctica funcional al intento de mediación en el conflicto de Ucrania y en la potenciación de los BRICS), la reciente cumbre de Brasilia ha prescindido de toda referencia a las nociones del mercado libre en economía y de representatividad en la democracia como factores aglutinantes esenciales en el área. Al respecto, no es exagerado concluir que Suramérica está retornando a la era del “pluralismo ideológico”.

Sin embargo, si en ese escenario se logra contener el afán de predominio geopolítico de la potencia subregional y el empuje ideológico colombo-venezolano (al que otros ya están sumados) y si el foro regional logra identificar problemas específicos del área y modos concretos de solucionarlos, nuestros países no estarían encaramándose necesariamente en nueva ficción de cohesión suramericana.

Ello, sin embargo, será insuficiente para revertir el manifiesto declive del peso estratégico de Suramérica en el mundo reflejado en la disminución de su participación en el mercado global (de 8.4% en 1950 a 5.4% hoy en el PBI mundial).

El proceso de recuperación de ese valor perdido depende hoy mucho más del esfuerzo de cada uno de nuestros países y quizás de los mecanismos de integración establecidos si éstos se proponen potenciarlos asumiendo con seriedad objetivos elementales de largo plazo (p.e. lograr niveles comercio intrarregional más cercanos al 40% asiático) en un contexto global innovado por una nueva era tecnológica que generará más asimetría y competencia interregional y un sistema internacional en que la multipolaridad no implica menor conflictividad. Lampadia




Un siglo con Kissinger

Fernando Rospigliosi
CONTROVERSIAS
Para Lampadia

El sábado pasado cumplió cien años Henry Kissinger, el más importante diplomático de nuestro tiempo, que es también un intelectual brillante.

Judío nacido en Alemania en 1923, huyó con su familia de la barbarie nazi y se refugió en los Estados Unidos. Siendo profesor en Harvard, se incorporó como consejero de Seguridad Nacional en el gobierno de Richard Nixon y fue luego Secretario de Estado con él y su sucesor Gerald Ford.

Dos de sus operaciones más significativas fueron establecer relaciones con China de Mao Zedong -hasta ese momento aislada y excluida de la ONU- y negociar el fin de la guerra de Vietnam, por lo cual ganó el Premio Nobel de la Paz.

Teórico notable de las relaciones internacionales, es un crítico de la política “idealista” predominante en los EEUU desde Woodrow Wilson (presidente entre 1913 y 1921), aunque siempre entendió que tenía que manejarse cuidadosamente en un ambiente influido decisivamente por esas ideas.

En su libro “La diplomacia” (1994) explica como desde la fundación de los EEUU “la política exterior [trazada por los Padres Fundadores] fue un refinado reflejo del interés nacional”, aunque el país estaba lejos de los centros de poder de la época.

Las cosas cambiaron entrado el siglo XX, cuando los EEUU se convirtieron en un actor importante en la escena internacional. Theodore Roosevelt, (presidente 1901-1909), “un agudo analista del equilibrio del poder. Insistió en que se atribuyera a los EEUU un papel internacional porque así lo exigía su interés nacional y porque, según él, un equilibrio global del poder era inconcebible sin la participación norteamericana.”

En cambio, “para Wilson, la justificación del papel internacional de los EEUU era mesiánica: el país no tenía un compromiso con el equilibrio del poder, sino la obligación de difundir los principios norteamericanos por todo el mundo.”

El fracaso de esa política se demostró en los acuerdos de Paris en 1919 y el Tratado de Versalles, que tuvieron como protagonista al propio Wilson, y en la inutilidad de la Sociedad de las Naciones, creada a instancias de Wilson y en la que los EEUU se negaron a participar, a pesar los esfuerzos de su presidente. (Ver Margaret MacMillan, “Paris, 1919”).

En “Orden mundial” (2014), Kissinger desarrolla varios conceptos básicos en la misma dirección. Allí explica su adhesión a los principios de la Paz de Westfalia (1648) que dio fin a la guerra de los treinta años:

“La Paz de Westfalia reflejó una adaptación práctica a la realidad, no una visión moral única. Se basaba en un sistema de estados independientes que se abstuvieran de interferir en los asuntos internos ajenos y controlaran mutuamente sus ambiciones a través de un equilibrio general del poder.”

Y precisa como los EEUU se mueven en una ambivalencia que muchas veces ha producido resultados negativos:

“Estados Unidos ha oscilado entre defender el sistema westfaliano o reprobar sus premisas de equilibrio de poder y no injerencia en los asuntos internos por considerarlas inmorales y obsoletas, y en ocasiones ha hecho las dos cosas a la vez. Continúa afirmando la relevancia universal de sus valores para la creación de un orden mundial pacífico y se reserva el derecho de defenderlos a nivel global.”

Es decir, esos principios westfalianos implican reconocer a los Estados y no interferir en sus asuntos internos, guiando la política internacional en función del interés nacional. Mientras que la política wilsoniana, “idealista”, pretende imponer los valores norteamericanos en todas partes, a veces con resultados que van en contra de los intereses de los EEUU.

Por ejemplo, en 1979, el gobierno de Jimmy Carter contribuyó decisivamente al derrocamiento del Sah de Irán, un firme aliado de los EEUU en el Medio Oriente, aduciendo que no era democrático y era corrupto.

La consecuencia es que se hizo del poder una pandilla de fanáticos fundamentalistas islámicos, que han sometido a su pueblo a una represión brutal y lo han hundido en la miseria, son enemigos acérrimos de los EEUU, han cometidos atentados terroristas en todo el mundo y pretenden conseguir armas atómicas con el declarado propósito de borrar de la faz de la tierra a Israel.

En “China” (2011), Kissinger relata una anécdota significativa, que muestra como el interés nacional guía las decisiones por encima de la ideología. En una reunión el 21 de febrero 1972 con Mao Zedong, Zhou Enlai, Richard Nixon y él, se produjo este diálogo:

“Cuando la reunión estaba a punto de terminar, Mao, el profeta de la revolución permanente, recalcó al presidente de las entonces vilipendiada sociedad imperialista-capitalista [Nixon] que la ideología ya no venía al caso en las relaciones entre los dos países:

    • “Mao: creo, que por regla general, las personas como yo parecemos cañones. (Carcajadas de Zhou). Es decir, algo así como ´el mundo tiene que unirse y derrotar al imperialismo, al revisionismo y a todos los reaccionarios y establecer el socialismo´.”
    • “Mao se rio a mandíbula batiente de su insinuación de que todo el mundo podía haberse tomado en serio una consigna que llevaba décadas pintada en los lugares públicos de todo el país.”

En ese momento, mientras Mao y Zhou se carcajeaban de sus propias arengas mientras negociaban con el “imperialismo” en función de sus intereses nacionales, en el Perú un grupo de desquiciados encabezados por Abimael Guzmán se preparaban para ensangrentar el país siguiendo esa ideología que solo merecía risotadas de sus creadores.

En síntesis, Kissinger no solo es un extraordinario diplomático, sino que es también uno de los grandes pensadores de nuestro tiempo. Él tuvo la habilidad -y la suerte- de participar en el gobierno de los EEUU y de contribuir a modelar la política exterior de ese país en momentos importantes. Lampadia




De Hiroshima a Chancay

Alejandro Deustua
23 de mayo de 2023
Para Lampadia

En el marco de una agenda compleja, la reciente reunión del G7 en Hiroshima concentró su atención en las prioridades de la guerra en Ucrania y la respuesta de sus integrantes al desafío chino.

Sin referir el cambio cualitativo que los nuevos armamentos llevarán al escenario bélico, el G7 ha reiterado su apoyo a Ucrania. Y teniendo en cuenta anteriores definiciones estratégicas y la nueva disposición militar del anfitrión, la referencia a China se ha planteado en dos campos.

En el global se ha reiterado la preocupación por las políticas chinas anti-mercado, de “coerción económica” y de discriminación internacional en el trato laboral y empresarial.

Y en el lado geopolítico, el escenario ha sido el regional (no global) del Indo-Pacífico concentrado en el estrecho de Taiwán y en la preocupante situación en los mares del Sur y del Este chinos.

La agenda ha incluido, por cierto, capítulos sobre defensa de principios liberales (humanitarios, democráticos, de integridad territorial, solución de controversias, defensa del régimen multilaterales de comercio) y objetivos generales (recuperación económica, desarrollo sostenible, banca multilateral, cambio climático).

Dos factores exógenos calificaron la orientación de la conferencia.

Primero, la presencia de Zelensky que materializó la prioridad mayor (y que, en apariencia, sorprendió a algunos, como a Lula, quien se negó una entrevista con él).

Y luego, la interesada invitación a selectos miembros del “sur global” (una definición antojadiza de los países en desarrollo) destinada a que éstos cedan posiciones cercanas a la neutralidad. Lo curioso es que el conjunto de sus representantes (salvo en el caso de Brasil) eran miembros del Surestes asiático, ribereños del Indo-Pacífico y miembros, en su mayoría, del G20 (Australia, Brasil, las islas Comoras, las islas Cook, la India, Indonesia, Corea del Sur y Vietnam).

Ese origen indicó que los eventuales socios del “sur global” habían sido invitados con el interés de afrontar el desafío chino de manera tanto o más intensa que la atención a la guerra en Ucrania. Tal interés corresponde a la categoría de rivalidad que presenta China para Estados Unidos (un “competidor sistémico o cuasi-paritario” según ese gobierno o una “amenaza geopolítica mayor” según la CIA), para la Unión Europea (“un rival sistémico”) o para la OTAN (“un desafío sistémico).

Si, esa apreciación es correcta, es razonable interrogarse sobre la ausencia de los países del Pacífico latinoamericano.

Sobre este punto hay tres repuestas posibles.

Primero, salvo México, ningún país latinoamericano ribereño del Pacífico pertenece al G20, agrupación que el G7 reconoce como interlocutor y socializador de políticas.

Segundo, estos países son integrantes de la cuenca del Pacífico (foro APEC, p.e.) pero no del Indo-Pacífico (muy lejos de las alianzas o alineamientos del QUAD o AUKUS, p.e.). Al respecto, nuestras instituciones no han hecho gran cosa por clarificar el punto concentradas como están en las mezquindades colombo-mexicanas de la Alianza del Pacífico que señalan cómo la fragmentación subregional erosiona el interés global de nuestro conjunto ribereño.

Tercero, América Latina ha perdido jerarquía estratégica en el sistema internacional de manera muy intensa y, por tanto, su participación es menos requerida.

Ello implica que la región no sólo no ha reemplazado ni puesto en valor cohesivo la pérdida de hegemonía norteamericana en el área. Tampoco ha logrado establecer un núcleo de poder propio cuyo vacío quiere ser llenado por terceros.

Entre éstos, China destaca ostensiblemente. Pasado el “momento unipolar” norteamericano, hoy la realidad dice que China está construyendo, con perspectiva global, varias zonas de influencia económica instrumentadas por el programa de la Franja y la Ruta. Si el desarrollo del mismo ha cubierto zonas del Asia, África, Medio Oriente y Europa, éste ya incluye a América Latina (el Perú se incorporó en 2019) aprovechando la complementación comercial y financiera sino-latinoamericana, las necesidades de estímulo del crecimiento regional y el menor dinamismo de la actividad económica occidental en el área.

Si China se ha convertido en el primer socio comercial de países como Perú, Brasil y Chile y principalísimo de otros, es claro que, en términos de generación de recursos para la región, la complementariedad comercial es positiva. Pero a costa de la persistencia de un problema estructural: una nueva relación de dependencia derivada de la exportación de materias primas y la importación de manufacturas y tecnologías sofisticadas. A China le interesa una oferta segura de minerales y de alimentos para sustentar su desarrollo industrial y tecnológico y las necesidades básicas de una población que envejece. Bajo esos patrones, el comercio con China ha crecido 17 veces desde el 2001 cuando ésta se incorporó a la OMC (Evans).

La importancia cuantitativa de ese tipo de relación se expresa en el comportamiento de la inversión china en el área que ahora representaría 19% del total (vs 3% en 2016) y que, colocando US$7/10 mil millones en 2022, compitió ese año con inversiones más sofisticadas en la Unión Europea (US$ 8.4 mil millones) y en Estados Unidos (US$4.7 mil millones) (AQ). Ese dividendo regional se deriva también de la fricción europea y norteamericana con China que produce desacoplamiento (FMI) y que el G7 dice hoy no promover.

De otro lado, si esos montos devienen en control de sectores estratégicos, el valor de la inversión cambia. Hablemos de puertos. A diferencia de su gran marina de guerra, China no tiene capacidad suficiente aún para establecer bases militares en el exterior. Pero sí para construir terminales portuarios (eventualmente de doble uso y aprovisionamiento preferencial) que extiendan su influencia global. Aquí el programa de la Franja y la Ruta (que ha crecido 18% interanual en el primer trimestre-EY-) juega un rol principal: en 2022, las empresas estatales chinas ya operaban o eran dueñas de 95 puertos en 53 países (CFR).

En América Latina el proyecto Chancay es uno de los 40 proyectos abordados en la región por empresas estatales como COSCO y Hutchinson Ports Holdings (Evans). Si ese puerto va convertirse en un “hub” en el Pacífico suramericano, ¿es realmente sensato que una de esas empresas sea dueña del 60% del proyecto?

Si la pregunta es también pertinente para los sectores tecnológico, manufacturero o de energías limpias, la conveniencia de que nuestros socios occidentales contribuyan a compensar el avance de la influencia china en la región está a la vista. Pero, como en estos predios, el G7 también puede responder con simple diplomacia declarativa. Lampadia




“El genial “DR. K” cumple 100 años”

Por: Aldo Mariátegui
Perú21, 23 de Mayo del 2023

“Ese portentoso cerebro sigue brillando: recomiendo leerlo en el último The Economist, donde advierte que la Inteligencia Artificial nos podría destruir en 10 años”.

-Ese prodigio de la diplomacia llamado Henry Kissinger cumplirá cien años este sábado 27. Y ese portentoso cerebro sigue brillando: recomiendo leerlo en el último The Economist, donde advierte que la Inteligencia Artificial nos podría destruir en 10 años, y nos da consejos para evitar una guerra EE.UU.-China o esquivar la trampa de Tucídides, donde ese sabio griego estableció que siempre la potencia mundial emergente guerreará contra la potencia mundial dominante. Ese conflicto solo no se dio en el traspaso pacífico de la hegemonía mundial de Inglaterra a EE.UU. tras 1918, posiblemente por ser ambos de la misma cultura anglo.

En cambio, Inglaterra derrotó antes a la España borbona (a comienzos del siglo XVIII) y después a la Francia napoleónica (a comienzos del siglo XIX) y la alianza anglo EE.UU./Inglaterra aplastó dos veces a la potencia emergente Alemania en el siglo XX (con la invalorable sangre rusa en la SGM), como también al Japón imperialista.

Y antes tuvimos guerras de hegemonía así entre Atenas/Esparta, Macedonia/Persia, Roma/Cartago, etcétera… Kissinger es un estadista como sus admirados Metternich y Talleyrand; siempre trató de imitar al Congreso de Viena, donde el austriaco y el francés estabilizaron, casi sin interrupciones, una Pax Europae por casi cien años. Kissinger junto a Nixon (brillante también, pero venal) diseñaron estrategias espectaculares, como la apertura a China (diplomacia del ping pong) o la tregua de la Détente con la URSS (1969-1979).

También ambos evitaron que Chile caiga en el comunismo soviético (Allende era un comunista convencido que no iba a dejar el poder así nomás y tenía contactos estrechos en la KGB. Y los que lo rodeaban eran peores que él, como Altamirano o Corvalán) y sea otra Cuba, pero en tierra firme.

-¿Por qué el torpe de PPK no reveló en el año 2017 y sí recién ahora que el mismísimo Papa lo instó a liberar a Fujimori? Le hubiera dado una legitimidad incontestable al indulto. En verdad, todos sobreestimamos demasiado a PPK.




Henry Kissinger explica cómo evitar la tercera guerra mundial

Una larga y muy importante conversación con Henry Kissinger que recomendamos leer. Casi un testamente, pues cumple 100 años en 8 días.

Estados Unidos y China deben aprender a vivir juntos. tienen menos de diez años

The Economist
17 de mayo de 2023
NUEVA YORK
Traducido y glosado por Lampadia

En Peking han llegado a la conclusión de que Estados Unidos hará cualquier cosa para mantener a raya a China.

En Washington insisten en que China está tramando suplantar a Estados Unidos como la principal potencia mundial.

Para un análisis aleccionador de este creciente antagonismo, y un plan para evitar que provoque una guerra de superpotencias, visité el piso 33 de un edificio Art Deco en el centro de Manhattan, la oficina de Henry Kissinger.

El 27 de mayo, Kissinger cumplirá 100 años. Nadie vivo tiene más experiencia en asuntos internacionales, primero como estudioso de la diplomacia del siglo XIX, luego como asesor de seguridad nacional y secretario de Estado de Estados Unidos, y durante los últimos 46 años como consultor y emisario a monarcas, presidentes y primeros ministros. Kissinger está preocupado. “Ambos bandos se han convencido a sí mismos de que el otro representa un peligro estratégico”, dice. “Estamos en el camino hacia la confrontación de las grandes potencias”.

A fines de abril, The Economist habló con Kissinger durante más de ocho horas sobre cómo evitar que la contienda entre China y Estados Unidos se convierta en una guerra. En estos días está encorvado y camina con dificultad, pero su mente es aguda como una aguja. Mientras contempla sus próximos dos libros, sobre inteligencia artificial ( ia ) y la naturaleza de las alianzas, sigue más interesado en mirar hacia adelante que en hurgar en el pasado.

Kissinger está alarmado por la competencia cada vez más intensa de China y Estados Unidos por la preeminencia tecnológica y económica. Incluso cuando Rusia cae en la órbita de China y la guerra ensombrece el flanco oriental de Europa, teme que la ia esté a punto de potenciar la rivalidad chino-estadounidense. En todo el mundo, el equilibrio de poder y la base tecnológica de la guerra están cambiando tan rápido y de tantas maneras que los países carecen de un principio establecido sobre el cual puedan establecer el orden. Si no pueden encontrar uno, pueden recurrir a la fuerza. “Estamos en la clásica situación previa a la Primera Guerra Mundial”, dice, “donde ninguna de las partes tiene mucho margen de concesión política y en la que cualquier perturbación del equilibrio puede tener consecuencias catastróficas”.

Estudia la guerra un poco más

Kissinger es vilipendiado por muchos como un belicista por su participación en la guerra de Vietnam, pero él considera que evitar los conflictos entre las grandes potencias es el centro del trabajo de su vida. Después de presenciar la carnicería causada por la Alemania nazi y sufrir el asesinato de 13 parientes cercanos en el Holocausto, se convenció de que la única forma de evitar un conflicto ruinoso es una diplomacia realista, idealmente fortalecida por valores compartidos. “Este es el problema que hay que resolver”, dice. “Y creo que he pasado mi vida tratando de lidiar con eso”. En su opinión, el destino de la humanidad depende de si Estados Unidos y China pueden llevarse bien. Él cree que el rápido progreso de la ia , en particular, les deja solo de cinco a diez años para encontrar una manera.

Kissinger tiene un consejo inicial para los aspirantes a líderes: “Identifiquen dónde se encuentran. Sin piedad. En ese espíritu, el punto de partida para evitar la guerra es analizar la creciente inquietud de China. A pesar de su reputación de ser conciliador con el gobierno de Beijing, reconoce que muchos pensadores chinos creen que Estados Unidos está en una pendiente descendente y que, “por lo tanto, como resultado de una evolución histórica, eventualmente nos suplantarán”.

Él cree que los líderes de China resienten el discurso de los políticos occidentales sobre un orden global basado en reglas, cuando lo que realmente quieren decir son las reglas de Estados Unidos y el orden de Estados Unidos. Los gobernantes de China se sienten insultados por lo que ven como un trato condescendiente ofrecido por Occidente, de otorgar privilegios a China si se comporta (seguramente piensan que los privilegios deberían ser suyos por derecho, como potencia en ascenso). De hecho, algunos en China sospechan que Estados Unidos nunca lo tratará como un igual y que es una tontería imaginar que podría hacerlo.

Sin embargo, Kissinger también advierte contra la mala interpretación de las ambiciones de China. En Washington, “Dicen que China quiere dominar el mundo… La respuesta es que ellos [en China] quieren ser poderosos”, dice. “No se dirigen a la dominación mundial en un sentido hitleriano”, dice. “Así no es como piensan o nunca han pensado en el orden mundial”.

En la Alemania nazi, la guerra era inevitable porque Adolf Hitler la necesitaba, dice Kissinger, pero China es diferente. Ha conocido a muchos líderes chinos, comenzando con Mao Zedong. No dudó de su compromiso ideológico, pero éste siempre ha estado ligado a un agudo sentido de los intereses y capacidades de su país.
Kissinger ve el sistema chino como más confuciano que marxista. Eso enseña a los líderes chinos a alcanzar la máxima fuerza de la que su país es capaz y a buscar ser respetados por sus logros. Los líderes chinos quieren ser reconocidos como los jueces finales del sistema internacional de sus propios intereses. “Si lograran una superioridad que realmente se pueda usar, ¿la llevarían al punto de imponer la cultura china?” él pide. “No sé. Mi instinto es No… [Pero] creo que está en nuestra capacidad evitar que esa situación surja mediante una combinación de diplomacia y fuerza”.

Una respuesta estadounidense natural al desafío de la ambición de China es probarlo, como una forma de identificar cómo mantener el equilibrio entre las dos potencias. Otra es establecer un diálogo permanente entre China y Estados Unidos. China “está tratando de desempeñar un papel global. Tenemos que evaluar en cada punto si las concepciones de un rol estratégico son compatibles”. Si no lo son, entonces surgirá la cuestión de la fuerza. “¿Es posible que China y Estados Unidos coexistan sin la amenaza de una guerra total entre ellos? Pensé y sigo pensando que [es]”. Pero reconoce que el éxito no está garantizado. “Puede fallar”, dice. “Y por lo tanto, tenemos que ser lo suficientemente fuertes militarmente para soportar el fracaso”.

La prueba urgente es cómo se comportan China y Estados Unidos con respecto a Taiwán. Kissinger recuerda cómo, en la primera visita de Richard Nixon a China en 1972, solo Mao tenía autoridad para negociar sobre la isla. “Cada vez que Nixon planteaba un tema concreto, Mao decía: ‘Soy un filósofo. No trato estos temas. Dejen que Zhou [Enlai] y Kissinger hablen de esto’… Pero cuando se trataba de Taiwán, fue muy explícito. Él dijo: ‘Son un montón de contrarrevolucionarios. No los necesitamos ahora. Podemos esperar 100 años. Algún día los pediremos. Pero está muy lejos’”.

Kissinger cree que el entendimiento forjado entre Nixon y Mao fue anulado después de solo 50 de esos 100 años por Donald Trump. Quería inflar su imagen dura exprimiendo concesiones de China sobre el comercio. En política, la administración Biden ha seguido el ejemplo de Trump, pero con una retórica liberal.

Kissinger no habría elegido este camino con respecto a Taiwán, porque una guerra al estilo de Ucrania destruiría la isla y devastaría la economía mundial. La guerra también podría hacer retroceder a China internamente, y el mayor temor de sus líderes sigue siendo la agitación interna.

“No es un asunto sencillo para los Estados Unidos abandonar Taiwán sin socavar su posición en otros lugares”

El miedo a la guerra crea motivos para la esperanza. El problema es que ninguna de las partes tiene mucho espacio para hacer concesiones. Todos los líderes chinos han afirmado la conexión de su país con Taiwán.

La salida de Kissinger de este callejón sin salida se basa en su experiencia en el cargo. Comenzaría bajando la temperatura y luego gradualmente construiría confianza y una relación de trabajo. En lugar de enumerar todas sus quejas, el presidente estadounidense le diría a su homólogo chino: “Señor presidente, los dos mayores peligros para la paz en este momento somos nosotros dos. En el sentido de que tenemos la capacidad de destruir a la humanidad”. China y Estados Unidos, sin anunciar nada formalmente, intentarían practicar la moderación.

Nunca fanático de las burocracias de formulación de políticas, a Kissinger le gustaría ver un pequeño grupo de asesores, con fácil acceso entre sí, trabajando juntos tácitamente. Ninguna de las partes cambiaría fundamentalmente su posición sobre Taiwán, pero Estados Unidos se preocuparía por cómo despliega sus fuerzas y trataría de no alimentar la sospecha de que apoya la independencia de la isla.

El segundo consejo del Sr. Kissinger para los aspirantes a líderes es: “Definir objetivos que puedan reclutar personas. Encuentre medios, medios descriptibles, para lograr estos objetivos”. Taiwán sería solo la primera de varias áreas donde las superpotencias podrían encontrar puntos en común y así fomentar la estabilidad global.

En cuanto a la economía, el peligro es que la agenda comercial sea secuestrada por halcones que no están dispuestos a darle a China ningún espacio para desarrollarse.

Esa actitud de todo o nada es una amenaza para la búsqueda más amplia de distensión. Si Estados Unidos quiere encontrar una manera de vivir con China, no debería apuntar a un cambio de régimen. Kissinger se basa en un tema presente en su pensamiento desde el principio. “En cualquier diplomacia de estabilidad, tiene que haber algún elemento del mundo del siglo XIX”, dice. “Y el mundo del siglo XIX se basaba en la proposición de que la existencia de los estados que lo disputaban no estaba en discusión”.

Algunos estadounidenses creen que una China derrotada se volvería democrática y pacífica. Sin embargo, por mucho que Kissinger prefiera que China sea una democracia, no ve ningún precedente para ese resultado. Lo más probable es que el colapso del régimen comunista llevaría a una guerra civil que se endureció hasta convertirse en un conflicto ideológico y solo aumentó la inestabilidad global. “No nos interesa llevar a China a la disolución”, dice.

En lugar de atrincherarse, Estados Unidos tendrá que reconocer que China tiene intereses. Un buen ejemplo es Ucrania.

El presidente de China, Xi Jinping, contactó recientemente a Volodymyr Zelensky, su homólogo ucraniano, por primera vez desde que Rusia invadió Ucrania en febrero del año pasado. Muchos observadores han desestimado el llamado de Xi como un gesto vacío diseñado para aplacar a los europeos, que se quejan de que China está demasiado cerca de Rusia. Por el contrario, Kissinger lo ve como una declaración de intenciones serias que complicará la diplomacia en torno a la guerra, pero que también puede crear precisamente el tipo de oportunidad para construir la confianza mutua de las superpotencias.

Kissinger comienza su análisis condenando al presidente de Rusia, Vladimir Putin. “Ciertamente fue un error de juicio catastrófico por parte de Putin al final”, dice. Pero Occidente no está exento de culpa. “Pensé que la decisión de… dejar abierta la membresía de Ucrania en la otan fue muy equivocada”. Eso fue desestabilizador, porque colgar la promesa de la protección de la otan sin un plan para llevarla a cabo dejó a Ucrania mal defendida incluso cuando estaba garantizado que enfurecería no solo a Putin, sino también a muchos de sus compatriotas.

La tarea ahora es poner fin a la guerra, sin preparar el escenario para la próxima ronda de conflicto. Kissinger dice que quiere que Rusia entregue la mayor cantidad posible del territorio que conquistó en 2014, pero la realidad es que en cualquier cese al fuego es probable que Rusia mantenga Sebastopol (la ciudad más grande de Crimea y la principal base naval de Rusia en el Mar Negro), como mínimo. Tal acuerdo, en el que Rusia pierde algunas ganancias pero retiene otras, podría dejar tanto a una Rusia como a una Ucrania insatisfechas.

En su opinión, esa es una receta para la confrontación futura. “Lo que los europeos están diciendo ahora es, desde mi punto de vista, tremendamente peligroso”, dice. “Porque los europeos están diciendo: ‘No los queremos en la otan , porque son demasiado arriesgados. Y, por lo tanto, los armaremos muchísimo y les daremos las armas más avanzadas’”. Su conclusión es contundente: “Ahora hemos armado a Ucrania hasta el punto en que será el país mejor armado y con menos recursos estratégicos. Liderazgo experimentado en Europa”.

Para establecer una paz duradera en Europa, Occidente debe dar dos saltos de imaginación. El primero es que Ucrania se una a la otan , como un medio para restringirla y protegerla. El segundo es que Europa diseñe un acercamiento con Rusia, como una forma de crear una frontera oriental estable.

Es comprensible que muchos países occidentales se resistan a uno u otro de esos objetivos. Con China involucrada, como aliada de Rusia y opositora de la otan , la tarea será aún más difícil. China tiene un interés primordial en que Rusia salga intacta de la guerra en Ucrania. Xi no solo tiene una asociación “sin límites” con Putin para honrar, sino que un colapso en Moscú preocuparía a China al crear un vacío de poder en Asia Central que corre el riesgo de ser llenado por una “guerra civil de tipo sirio”.

Tras la llamada de Xi a Zelensky, Kissinger cree que China puede estar posicionándose para mediar entre Rusia y Ucrania. Como uno de los arquitectos de la política que enfrentó a Estados Unidos y China contra la Unión Soviética, duda que China y Rusia puedan trabajar bien juntas. Cierto, comparten una sospecha de los Estados Unidos, pero también cree que tienen una desconfianza instintiva el uno del otro. “Nunca he conocido a un líder ruso que dijera algo bueno sobre China”, dice. “Y nunca he conocido a un líder chino que haya dicho algo bueno sobre Rusia”. No son aliados naturales.

Los chinos han entrado en la diplomacia sobre Ucrania como una expresión de su interés nacional, dice Kissinger. Aunque se niegan a tolerar la destrucción de Rusia, reconocen que Ucrania debería seguir siendo un país independiente y han advertido contra el uso de armas nucleares. Incluso pueden aceptar el deseo de Ucrania de unirse a la otan . “China hace esto, en parte, porque no quiere chocar con Estados Unidos”, dice. “Están creando su propio orden mundial, en la medida de lo posible”.

La segunda área en la que China y Estados Unidos deben hablar es la ia . “Estamos en el comienzo de una capacidad en la que las máquinas podrían imponer una pestilencia global u otras pandemias”, dice, “no solo nuclear sino cualquier campo de destrucción humana”.

Reconoce que incluso los expertos en ia no saben cuáles serán sus poderes (según la evidencia de nuestras discusiones, transcribir un acento alemán grueso y grave todavía está más allá de sus capacidades). Pero Kissinger cree que la ia se convertirá en un factor clave en la seguridad dentro de cinco años. Compara su potencial disruptivo con la invención de la imprenta, que difundió ideas que contribuyeron a causar las devastadoras guerras de los siglos XVI y XVII.

“No hay limitaciones. Cada adversario es 100% vulnerable… [Vivimos] en un mundo de destructividad sin precedentes”

“[Vivimos] en un mundo de destrucción sin precedentes”, advierte Kissinger. A pesar de la doctrina de que un humano debe estar al tanto, se pueden crear armas automáticas e imparables. “Si miras la historia militar, puedes decir que nunca ha sido posible destruir a todos tus oponentes, debido a las limitaciones geográficas y de precisión. [Ahora] no hay limitaciones. Cada adversario es 100% vulnerable”.

la ia no puede ser abolida. Por lo tanto, China y Estados Unidos necesitarán aprovechar su poder militarmente hasta cierto punto, como elemento disuasorio. Pero también pueden limitar la amenaza que plantea, de la misma manera que las conversaciones sobre el control de armas limitaron la amenaza de las armas nucleares. “Creo que tenemos que iniciar intercambios sobre el impacto de la tecnología entre nosotros”, dice. “Tenemos que dar pequeños pasos hacia el control de armas, en el que cada lado presente al otro material controlable sobre capacidades”. De hecho, él cree que las negociaciones en sí mismas podrían ayudar a generar confianza mutua y la confianza que permite a las superpotencias practicar la moderación. El secreto son líderes lo suficientemente fuertes y sabios para entender que la iano debe llevarse al límite. “Y si luego confías completamente en lo que puedes lograr a través del poder, es probable que destruyas el mundo”.

El tercer consejo de Kissinger para los aspirantes a líderes es “vincular todo esto a sus objetivos nacionales, sean cuales sean”. Para Estados Unidos, eso implica aprender a ser más pragmático, centrándose en las cualidades de liderazgo y, sobre todo, renovar la cultura política del país.

El modelo de pensamiento pragmático de Kissinger es India. Recuerda una función en la que un ex alto administrador indio explicó que la política exterior debe basarse en alianzas no permanentes orientadas a los problemas, en lugar de atar a un país en grandes estructuras multilaterales.

Tal enfoque transaccional no será algo natural en Estados Unidos. El tema que recorre la épica historia de las relaciones internacionales de Kissinger, “Diplomacia”, es que Estados Unidos insiste en describir todas sus principales intervenciones en el extranjero como expresiones de su destino manifiesto de rehacer el mundo a su propia imagen como un país libre, democrático y capitalista. sociedad.

El problema para Kissinger es el corolario, que es que los principios morales superan con demasiada frecuencia los intereses, incluso cuando no producirán el cambio deseable. Reconoce que los derechos humanos importan, pero no está de acuerdo con ponerlos en el centro de su política. La diferencia está entre imponerlas o decir que afectará las relaciones, pero la decisión es de ellos.

“Intentamos [imponerlos] en Sudán”, señala. “Mira a Sudán ahora”. De hecho, la insistencia instintiva en hacer lo correcto puede convertirse en una excusa para no pensar en las consecuencias de la política, dice. Las personas que quieren usar el poder para cambiar el mundo, argumenta Kissinger, a menudo son idealistas, aunque los realistas suelen ser vistos como dispuestos a usar la fuerza.

India es un contrapeso esencial al creciente poder de China. Sin embargo, también tiene un historial cada vez peor de intolerancia religiosa, parcialidad judicial y una prensa amordazada. Una implicación, aunque Kissinger no hizo ningún comentario directo, es que, por lo tanto, India será una prueba de si Estados Unidos puede ser pragmático. Japón será otro. Las relaciones serán tensas si, como predice Kissinger, Japón toma medidas para asegurar las armas nucleares dentro de cinco años. Con un ojo en las maniobras diplomáticas que más o menos mantuvieron la paz en el siglo XIX, mira a Gran Bretaña y Francia para ayudar a Estados Unidos a pensar estratégicamente sobre el equilibrio de poder en Asia.

Se buscan rellenos de zapatos grandes

El liderazgo también importará. Kissinger ha sido durante mucho tiempo un creyente en el poder de los individuos.

Franklin D. Roosevelt fue lo suficientemente previsor como para preparar a una América aislacionista para lo que vio como una guerra inevitable contra las potencias del Eje.

Charles de Gaulle le dio a Francia una creencia en el futuro.

John F. Kennedy inspiró a una generación.

Otto von Bismarck diseñó la unificación alemana y gobernó con destreza y moderación, solo para que su país sucumbiera a la fiebre de la guerra después de que él fuera derrocado.

Kissinger reconoce que las noticias las 24 horas y las redes sociales dificultan su estilo de diplomacia. “No creo que un presidente hoy pueda enviar un enviado con los poderes que yo tenía”, dice. Pero argumenta que angustiarse sobre si es posible un camino a seguir sería un error. “Si miras a los líderes a quienes he respetado, no hicieron esa pregunta. Preguntaron: ‘¿Es necesario?’”.

Recuerda el ejemplo de Winston Lord, miembro de su personal en la administración de Nixon. “Cuando intervinimos en Camboya, él quería renunciar. Y le dije: ‘Puedes renunciar y marchar por este lugar con una pancarta. O puede ayudarnos a resolver la guerra de Vietnam. Y decidió quedarse… Lo que necesitamos [es] personas que tomen esa decisión, que vivan en este momento y quieran hacer algo al respecto, además de sentir lástima por sí mismos”.

El liderazgo refleja la cultura política de un país. A Kissinger, como a muchos republicanos, le preocupa que la educación estadounidense se detenga en los momentos más oscuros de Estados Unidos. “Para tener una visión estratégica necesitas fe en tu país”, dice. La percepción compartida del valor de Estados Unidos se ha perdido.

También se queja de que los medios carecen de sentido de la proporción y el juicio. Cuando estaba en el cargo, la prensa era hostil, pero todavía dialogaba con ellos. “Me volvieron loco”, dice. “Pero eso era parte del juego… no fueron injustos”. Hoy, en cambio, dice que los medios no tienen ningún incentivo para ser reflexivos. “Mi tema es la necesidad de equilibrio y moderación. Institucionalizar eso. Ese es el objetivo”.

Sin embargo, lo peor de todo es la política misma. Cuando Kissinger vino a Washington, los políticos de los dos partidos solían cenar juntos. Estaba en términos amistosos con George McGovern, un candidato presidencial demócrata. Para un asesor de seguridad nacional del otro lado, eso sería poco probable hoy, cree. Gerald Ford, quien asumió el cargo después de la renuncia de Nixon, era el tipo de persona cuyos oponentes podían confiar en que actuaría decentemente. Hoy en día, cualquier medio se considera aceptable.

“Creo que Trump y ahora Biden han llevado [la animosidad] al límite”, dice Kissinger. Teme que una situación como Watergate pueda conducir a la violencia y que Estados Unidos carezca de liderazgo. “No creo que Biden pueda proporcionar la inspiración y… espero que los republicanos puedan encontrar a alguien mejor”, dice. “No es un gran momento de la historia”, lamenta, “pero la alternativa es la abdicación total”.

Estados Unidos necesita desesperadamente un pensamiento estratégico a largo plazo, cree. “Ese es nuestro gran desafío que debemos resolver. Si no lo hacemos, las predicciones de fracaso serán ciertas”.

Si el tiempo es corto y falta liderazgo, ¿dónde deja eso las perspectivas de que China y Estados Unidos encuentren una manera de vivir juntos en paz?

“Todos tenemos que admitir que estamos en un mundo nuevo”, dice Kissinger, “porque cualquier cosa que hagamos puede salir mal. Y no hay curso garantizado”. Aun así profesa sentir esperanza. “Mira, mi vida ha sido difícil, pero da lugar al optimismo. Y la dificultad, también es un desafío. No siempre debería ser un obstáculo”.

Destaca que la humanidad ha dado pasos agigantados. Es cierto que ese progreso a menudo ha ocurrido después de un conflicto terrible, después de la Guerra de los Treinta Años, las guerras napoleónicas y la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, pero la rivalidad entre China y Estados Unidos podría ser diferente. La historia sugiere que, cuando dos potencias de este tipo se encuentran, el resultado normal es un conflicto militar. “Pero esta no es una circunstancia normal”, argumenta Kissinger, “debido a la destrucción mutua asegurada y la inteligencia artificial”.

“Creo que es posible que puedas crear un orden mundial sobre la base de reglas a las que podrían unirse Europa, China e India, y eso ya es una buena parte de la humanidad. Entonces, si observa la practicidad de esto, puede terminar bien, o al menos puede terminar sin una catástrofe y podemos progresar”.

Esa es la tarea de los líderes de las superpotencias de hoy. “Immanuel Kant dijo que la paz ocurriría a través de la comprensión humana o algún desastre”, explica Kissinger. “Pensó que se produciría por la razón, pero no podía garantizarlo. Eso es más o menos lo que pienso”.

Por lo tanto, los líderes mundiales tienen una gran responsabilidad. Requieren realismo para hacer frente a los peligros que se avecinan, visión para ver que la solución pasa por lograr un equilibrio entre las fuerzas de sus países y moderación para abstenerse de utilizar al máximo sus poderes ofensivos. “Es un desafío sin precedentes y una gran oportunidad”, dice Kissinger.

El futuro de la humanidad depende de hacerlo bien. Bien entrada la cuarta hora de la conversación del día, y solo unas semanas antes de las celebraciones de su cumpleaños, Kissinger agrega con un guiño característico: “No estaré presente para verlo de ninguna manera”. Lampadia




De una guerra más peligrosa

Alejandro Deustua
17 de mayo de 2023
Para Lampadia

Frente a la inminente contraofensiva ucraniana contra el invasor ruso la comunidad internacional podría expresar mayor preocupación por las consecuencias de la guerra.

Especialmente si el multibillonario rearme ucraniano en Occidente se expresa en sofisticada y cuantiosa capacidad militar adicional, Rusia consume stocks y reservistas en dimensiones extraordinarias y las alianzas que respaldan a los beligerantes expresan clara intolerancia a aceptar derrotas definitivas de sus asociados. El escalamiento está a la vista sin otro límite que el riesgo nuclear, el agotamiento económico o político de los involucrados o los límites de un indefinido largo plazo.

Es más, frente a la inestabilidad creciente del sistema, la fragmentación evidente en diversos alineamientos y bloques económicos y con otro schock global a la vista, era de esperarse que la comunidad internacional se hubiera empeñado en atajar conflictos en que se involucran las superpotencias si las consecuencias de la invasión de febrero del año pasado aún no son superadas.

Especialmente cuando éstas exacerban tendencias reflejadas en persistentes niveles de inflación, pobreza extrema, inseguridad alimentaria, disfunción de cadenas de valor y degradación ambiental y menor crecimiento (Rogoff).

Pero he aquí que, a pesar de que 141 estados (entre ellos, el Perú) rechazaran inicialmente la invasión rusa, demandaran el retiro de sus tropas y fueran afectados seriamente por los efectos de la guerra, la propensión de no pocos estados calificados como “mercados emergentes” a no involucrarse en el atajo de la guerra se ha incrementado y hasta han desarrollado racionalizaciones para impulsar esa conducta.

Para contrariar ese impulso o para atizarlo han surgido dos bandos.

1. El primero está integrado por los miembros del G7 que se reunirán en Hiroshima en estos días. Entre otros asuntos, ellos probablemente intentarán orientar la conducta de algunos de esos países -o simplemente, cooptarlos- en relación a los dos puntos de atención bélica: Ucrania y Taiwán.

Esa no es una buena idea si la intención no toma en serio los requerimientos de una tregua con retiro de tropas y/o de un acuerdo de paz en Eurasia. Si sólo China y Brasil han iniciado intentos de intermediación siguiendo sus propios intereses o aspiraciones, por lo menos ellos muestran objetivos que los países en desarrollo (o parte de ellos) deberían proponer a los beligerantes para apurar el momento en que éstos muestren predisposición a considerar esta posibilidad.

2. El segundo convocante es un grupo de intelectuales, quizás amparados por uno o más estados del “sur global” (un neologismo que desea reemplazar al antiguo “Tercer Mundo” -y más específicamente, a la América Latina-), llamando la atención sobre su creciente participación en el comercio, la inversión y la producción globales. Pero sin diferenciar siquiera entre el no involucramiento en complicaciones estrictamente bélicas y la necesidad de tomar acción preventiva frente a los efectos de las mismas, ellos no cuentan con una propuesta apropiada para desescalar el escenario de guerra. Y ni siquiera se permiten su esbozo.

Su preocupación ronda más bien en torno a la emergencia multipolar, a una redundante agenda multilateral y a varias carencias: escasez de motivación (el anticolonialismo de mediados del siglo pasado ha desaparecido), de instituciones efectivas (el G77 subsiste a fuerza de oportunismo) y de parámetros sistémicos (no pocos miembros del NO AL ya tienen un alineamiento con China). Sin cohesión básica, que no sea la del foro o gabinete proponente, esa agrupación parece no haber tomado nota de la inexistencia de intereses comunes sistémicos entre los países en desarrollo que son partícipes también de la realidad de la fragmentación.

En épocas de guerra, esa iniciativa parece más bien un poco imaginativo artilugio diplomático-académico que juega a cierta equidistancia como si ésta fuese un valor superior a la realidad sangrienta de una invasión territorial en un escenario geopolítico crucial y a las necesidades de contener su escalamiento y mitigar sus graves consecuencias.

Entre los concretos requerimientos del caso, es claro que además de la muy posible emergencia de un Niño global, debemos prepararnos para afrontar una renovada crisis de combustibles, problemas de aprovisionamiento de insumos básicos para la agricultura, renovadas distorsiones de las cadenas de valor que afectarán el transporte, el comercio y la inversión con efectos de mediano o largo plazo.

Las consecuencias inflacionarias y eventualmente recesivas de esa crisis son graves en un contexto con poco espacio para soportar nuevos ejercicios de política monetaria, de fuerte limitación fiscal y de vulnerabilidad a los efectos de la desglobalización (que equivaldrían al 2% del PBI global si se considera sólo el impacto en la inversión, a 7% si el escenario fuera de “fragmentación intensa” y a cotas más altas si se añadiese la fragmentación tecnológica -FMI-).

Por lo demás, debe tenerse en cuenta de que, fuera del escenario de guerra, una proyección del Banco Mundial estima que los precios de los metales, luego de haber repuntado en el primer trimestre, caerían este año alrededor de 8% interanual debido a un decrecimiento de la demanda y un incremento de la oferta (BM).

Esa proyección está en línea con las proyecciones de desaceleración global (de 3.4% en 2022 a 2.8% este año con Latinoamérica cayendo de 4% % a 1.6% ese ese período) reportada en abril por el FMI.

Éstos son los problemas de corto y mediano plazo que debemos afrontar en la región que requieren de un escenario cooperativo bien distinto a la conflictiva situación actual. Y en el gran escenario externo, antes de plantear equívocas estrategias sobre el “sur global” con intereses fuertemente discrepantes, quizás la región podría expresar a los beligerantes euroasiáticos la preocupación de los latinoamericanos por una guerra agravada advirtiéndoles de sus efectos en el resto del mundo. Lampadia




“México queda como un país poco serio”

Entrevista a Hugo Palma
Perú21, 17 de Mayo del 2023

Perú21TV conversó con el embajador Hugo Palma sobre las recientes declaraciones del presidente de México Manuel López Obrador sobre el Perú.

Para el embajador (r) Hugo Palma, México no quedará bien visto ante los ojos de la comunidad internacional ante el arrebato casi “infantil” de no ceder la Presidencia Pro Tempore al Perú de la Alianza del Pacífico.

López Obrador volvió a referirse al Perú e insiste en no entregar la Presidencia Pro Tempore de la Alianza del Pacífico.

El señor López Obrador tiene una capacidad ilimitada para decir cosas que no debe. Esas palabras son absolutamente contrarias con la tradición de la política mexicana e inclusive con la política de respeto internacional establecida por la Cancillería de México en la doctrina Estrada en los años 30 y que se corresponde con el derecho internacional. La doctrina Estrada dice que México no califica, ni en el acto ni en el después, sustituir a los gobiernos (no reconociéndolos). Es un ejemplo excelente del principio de no intervenir en los asuntos internos de los demás países, respetar su independencia y soberanía. Otro ejemplo de respeto al derecho internacional es lo que dijo el gran presidente mexicano Benito Juárez, en 1867: entre los individuos y naciones, el derecho es la paz.

¿Qué consecuencias trae esta actitud?

Tengo la impresión que AMLO está decidido a escalar su lenguaje ofensivo e intervencionista; creo que el Perú no lo debe permitir. Se está cometiendo una violación del derecho internacional, pues México tiene obligaciones ineludibles en un tratado. La Alianza del Pacífico establece que la presidencia es rotativa y consecuentemente corresponde al Perú. No tiene derecho a decir que la presidencia del Perú es espuria; es una barbaridad. El daño se lo hace a su país, a nosotros nos ofende, pero a México lo perjudica porque queda como un país poco serio.

¿Qué puede hacer el Perú?

Perú debería protestar a través de la Cancillería. Siempre es conveniente la prudencia, la protesta se puede hacer directamente porque las relaciones no se han roto.




El Brexit ha fracasado

El ex líder de UKIP dice que las empresas ahora pueden estar más reguladas que cuando el Reino Unido estaba en la UE.

Evening Standard
Nicolás Cecil, redactor político

Brexit ha fallado, dice Nigel Farage.

El exlíder del UKIP hizo la admisión contundente a medida que crece la evidencia sobre el daño económico a Gran Bretaña de abandonar la Unión Europea.

Los economistas dicen que dejará a millones de trabajadores en el Reino Unido £1,300 peor que si el Reino Unido hubiera permanecido en el bloque comercial europeo.

Farage le dijo a Newsnight de la BBC: “En realidad, no nos hemos beneficiado económicamente del Brexit, lo que podríamos haber hecho.

“Lo que Brexit ha demostrado, me temo, es que nuestros políticos son tan inútiles como lo fueron los comisionados en Bruselas.

“Hemos manejado esto totalmente mal.

“Cosas simples, como adquisiciones, impuesto de sociedades, estamos alejando los negocios de nuestro país.

“Podría decirse que ahora que volvimos a tener el control, estamos regulando nuestros propios negocios incluso más de lo que lo estaban como miembros de la UE.

“El Brexit ha fracasado.

“No hemos cumplido con las fronteras, no hemos cumplido con el Brexit, los tories nos han decepcionado muy, muy mal”.

Sin embargo, todavía negó que el Reino Unido hubiera estado económicamente mejor permaneciendo en la UE.

Pocos, si es que alguno, de los principales partidarios del Brexit han aceptado alguna culpa por el daño causado a Gran Bretaña al separarse de la UE.

Rishi Sunak se niega a reconocer cualquier daño económico al Reino Unido a pesar del creciente peso de la evidencia.

El organismo de control económico del Gobierno, la Oficina de Responsabilidad Presupuestaria, ha dicho que el acuerdo comercial posterior al Brexit alcanzado con la UE reducirá la productividad a largo plazo de Gran Bretaña en un cuatro por ciento, en comparación con si el Reino Unido hubiera permanecido en el bloque.

Agregó que tanto las exportaciones como las importaciones serán alrededor de un 15 por ciento más bajas a largo plazo que si Gran Bretaña se hubiera quedado en la UE.

La economía de Gran Bretaña se está estancando y no muestra signos de un repunte significativo.

El canciller Jeremy Hunt, que hizo campaña a favor de la permanencia, ha aceptado algunos daños causados por el Brexit, pero también dice que hay oportunidades para Gran Bretaña.

El secretario de Comercio Internacional, Kemi Badenoch, elogió una serie de acuerdos comerciales con otros países, pero muchos economistas dicen que se ven eclipsados por la pérdida de negocios con la UE.

El exsecretario de Medio Ambiente, George Eustice, criticó un acuerdo comercial alcanzado con Australia por ser demasiado favorable para Australia a expensas del Reino Unido.

La afirmación de los Brexiteers de que Leaving permitiría al Reino Unido recuperar el control de sus fronteras también suena hueca, con un número récord de personas que cruzaron el Canal en “pequeños botes” y la migración legal también en espiral.

El exministro del Brexit, Jacob Rees-Mogg, también se ha negado a aceptar el daño económico causado al Reino Unido.

Pero atacó la decisión del Gobierno de reducir los planes posteriores al Brexit para eliminar las leyes de la UE como “patéticamente poco ambicioso”.

Los ministros han defendido la demora para que las leyes de la UE puedan desecharse de manera ordenada, en lugar de causar más caos.

Pero el exministro del gabinete, Rees-Mogg, criticó al primer ministro en una conferencia de la derecha en Westminster el lunes por romper su promesa de completar una “hoguera” de las leyes restantes de la era de la UE para fin de año. Lampadia




Amistades peligrosas

Por: María José guerrero
El Comercio, 3 de Mayo del 2023


“Las afinidades que comparte el régimen de Daniel Ortega con Rusia, China e Irán incluyen el autoritarismo, la supresión de los derechos políticos y civiles de su población, la eliminación de la oposición política y su desprecio a los derechos humanos”.

La última filtración de documentos secretos del Pentágono dio a conocer en abril de este año intimidades de las relaciones diplomáticas del régimen de Daniel Ortega en Nicaragua. Los reportes de inteligencia sugieren que Rusia, China e Irán han encontrado suelo fértil en el país centroamericano con la intención de ampliar su presencia en el hemisferio occidental a través de canales económicos, políticos y militares. La dictadura orteguista, cada vez más aislada y rechazada profundamente por la comunidad internacional, “expresó su voluntad de comprometerse con países de ideas afines” apuntando a “contrarrestar” la esfera de influencia de Estados Unidos, según los informes.

Desde el 2016, Rusia ha suministrado a Nicaragua equipo militar e infraestructura de monitoreo satelital y, en el 2022, ya en el contexto de la guerra con Ucrania, Ortega renovó la autorización a tropas rusas, aviones militares y buques de guerra para realizar supuestos ejercicios de entrenamiento y ayuda humanitaria en su territorio. Además, la semana pasada, la iniciativa empujada por Ortega para otorgar a dicha nación la condición de país observador del Sistema de Integración Centroamericana (SICA) fue rechazada por los países miembros. Según el politólogo Carlos Murillo, “Rusia no está en condiciones de integrarse a un mecanismo regional como el SICA, en el que los principios del derecho comunitario, el protocolo de Tegucigalpa y demás acuerdos a los que el organismo está suscrito condenan el uso de la fuerza”.

De acuerdo con el reporte de inteligencia, los Ortega ven a los rusos como sus socios de seguridad más importantes. De hecho, Nicaragua es uno de los pocos países que dio su apoyo abiertamente a la invasión de Ucrania, aunque, desde el inicio del conflicto, las relaciones parecen haberse ralentizado y Nicaragua ha volteado los ojos hacia Beijing.

China y Nicaragua restablecieron relaciones diplomáticas en diciembre del 2021. En una movida precipitada y oportunista, Ortega anunció intempestivamente que su gobierno dejaba de “tener cualquier relación o contacto oficial con Taiwán”, tras 30 años de amistad e inversiones taiwanesas en el país, para sellar, un día después, su adhesión inminente al principio de una sola China. Uno de los reportes de inteligencia al que tuvo acceso el “Miami Herald” señala que ambos países han sostenido negociaciones secretas para la construcción de un puerto de aguas profundas en la costa atlántica nicaragüense. La empresa China Harbor Engineering Company estaría en conversaciones con el régimen desde mediados del 2022 para la realización de estudios de sitio y operaciones futuras, mientras que el Gobierno Nicaragüense “probablemente consideraría ofrecer acceso naval a Beijing a cambio de inversión económica”, evalúa uno de los documentos.

Por otro lado, el ministro de Relaciones Exteriores de Irán, Hossein Amir-Abdollahian, realizó una visita diplomática a Nicaragua en febrero de este año en la que se discutieron acuerdos de cooperación económicos, comerciales y energéticos, pero también, según se filtró en los reportes de inteligencia, posibles colaboraciones militares.

Laureano Ortega Murillo, el siguiente en línea de la dinastía dictatorial de los Ortega Murillo y quien funge como asesor presidencial para inversiones, comercio y cooperación internacional, declaró esta semana que “ahora tenemos ese poderoso frente común que vienen conformando la República Popular China, la Federación de Rusia, India, los países árabes, la República Islámica de Irán y nuestra América Latina y Caribeña”.

Las afinidades que comparte el régimen de Daniel Ortega con Rusia, China e Irán incluyen el autoritarismo, la supresión de los derechos políticos y civiles de su población, la eliminación de la oposición política y su desprecio a los derechos humanos y los valores democráticos. Son, por lo tanto, un llamado a la acción a los países de la región para resistir estas alianzas autocráticas.




La Alianza del Pacífico está congelada

Por: Eduardo Ponce Vivanco
El Comercio, 28 de Abril del 2023

“México y Colombia han congelado la Alianza del Pacífico, la han politizado para defender a un golpista proscrito como Pedro Castillo”.

Cansados de ensayar frustrantes mecanismos regionales de integración, cuatro presidentes echaron una nueva mirada a esa vieja aspiración. Con ímpetu inesperado lanzaron la Alianza del Pacífico (AP) y la impulsaron personalmente. Estimulados por Alan García, sus colegas Sebastián Piñera (Chile), Felipe Calderón (México) y Juan Manuel Santos (Colombia) sumaron a sus empresarios al motor presidencial que propulsó la nave que inició su travesía en el 2011. Con ese cuarteto al timonel tuvieron 17 cumbres presidenciales en 11 años (2011-2022). Un dinamismo que impresionó a la comunidad internacional.

Pero llegó el desastre político: la elección de Pedro Castillo y la arbitraria posición adoptada por Andrés Manuel López Obrador (AMLO) sobre la sucesión constitucional en el Perú, condimentada con la insidia del presidente colombiano Gustavo Petro, paralizaron la Alianza del Pacífico, un mecanismo concebido para instrumentar lo que la diplomacia peruana vislumbró desde que Torre Tagle nos afilió a la APEC (Asia-Pacific Economic Cooperation) en 1998.

El objetivo fue lograr una aproximación del Pacífico latinoamericano a las dinámicas economías del Asia y Oceanía. Su creación entusiasmó a esas regiones y a la comunidad internacional. Más de 60 países solicitaron el estatuto de observadores y algunos, como Singapur y Corea del Sur, se hicieron miembros asociados. Todos valoraron su potencialidad para proyectarse a las lejanas fronteras del Pacífico, convertido en el epicentro económico del futuro. Una suerte de ASEAN (Asociación de Naciones del Sudeste Asiático) en nuestras costas justificaba un esfuerzo diplomático con expectativas interesantes.

Nadie esperaba, entonces, que esa feliz convergencia política se transformaría en lo contrario por la elección de mandatarios alejados en su visión y forma de encarar la proyección internacional de sus países. Menos aún, que disputaran la presidencia pro témpore de la AP e ignoraran la nitidez del artículo 7 de su tratado constitutivo: “La presidencia pro témpore será ejercida sucesivamente por cada una de las partes, en orden alfabético, por períodos anuales iniciados en enero”, sin añadir nada sobre su traspaso.

Pero a nadie se le ocurrió que el atrabiliario mandatario de uno de sus miembros, AMLO, se arrogaría la facultad de desconocer esa norma clave para el funcionamiento de la organización y vulnerara el principio de no intervención, antigua piedra angular de la política exterior mexicana.

Solo para apoyar el descarado golpe televisado de Pedro Castillo, y exhibiendo un desvergonzado machismo, AMLO calificó de “espurio” al gobierno constitucional de la presidenta Boluarte y decidió secuestrar la presidencia pro témpore de la AP. Prepotentemente, paralizó las cumbres presidenciales que fueron su principal motor. Peor aún, el mandatario colombiano Petro quiso coincidir con AMLO por afinidad política. No se escucharon las pertinentes consultas propuestas por el Perú que solo fueron delicadamente respaldadas por el canciller de Chile.

México y Colombia han congelado la Alianza del Pacífico, la han politizado para defender a un golpista proscrito como Pedro Castillo. Enhorabuena, su Consejo Empresarial (CEAP) está activo y la mantiene viva.

Felizmente los gobiernos pasan y su huella en la vida internacional suele ser efímera.




Valla vecinal

Alejandro Deustua
26 de abril de 2023
Para Lampadia

El deterioro de la relación bilateral producto de la irresponsable manipulación ideológica del trato con el Perú, de circunstancias poco propicias y del sabotaje de la Alianza del Pacífico no cesa.

Como nunca en la historia reciente, la instrumentación del reconocimiento de un gobierno legal se ha colectivizado en la agenda vecinal en base a la distorsión de los hechos. Tal instrumento de injerencia sigue siendo empleado por México y Colombia.

En camino a su encuentro con el presidente Biden, nada menos, Petro ha reincido en ello en el marco OEA. De esa posición tampoco se ha excluido Bolivia cuyo gobierno no ha corregido su afirmación de que el gobierno peruano es una dictadura.

Chile, en cambio, ha modificado su posición remitiéndose, por fin, a los hechos que establecen la legalidad del gobierno peruano mientras Brasil no parece desear más demostraciones que los deseos de buena suerte expresados al gobierno de la presidente Boluarte luego de manifestar desazón por la suerte del golpista Castillo.

Esta situación sólo agrega inestabilidad, fricción y desconfianza con un país central en el Pacífico suramericano, la cordillera andina y en la periferia amazónica. El hecho de que estos factores contribuirán, por su peso específico, a recuperar la relación vecinal no parecen ser considerados por gobernantes de gran propensión populista e indiferentes a largo plazo.

De otro lado, es lamentable la situación del presidente del Ecuador quien, habiendo sido el único Jefe de Estado vecinal que ha adoptado una posición sensata en relación al Perú, ahora se encuentra en las puertas de un juicio político. Éste puede terminar con la “muerte cruzada”, figura que en Ecuador se aplica a la capacidad presidencial de disolver el Congreso antes de ser destituido con el propósito de convocar a elecciones.

La inestabilidad política en ese vecino, nuevamente promovida por movimientos sociales como la CONAIE “indígena” y los partidarios del ex presidente Correa, complicará el progreso de la buena relación con el Ecuador y sus instituciones de cooperación bilateral.

En la relación con Chile, múltiples programas de cooperación similares pueden ser retomados con rapidez. Especialmente en asuntos de seguridad como el combate al narcotráfico y la mejor gestión de las migraciones transnacionales.

Lamentablemente, en este último caso, la gestión ha sido encargada a la Fuerza Armada de Chile cuya experiencia en la materia no es extraordinaria. Un eventual vínculo cooperativo con su par peruana acaba de encontrar un serio obstáculo en el reportado traslado de migrantes ilegales de Chile al Perú. El hecho, que está bajo investigación, señala los peligros de encargar a las fuerzas armadas a ambos lados de las fronteras tareas que no les corresponde. Pero también muestra el requerimiento de cooperar en el trato de esta materia mediante el establecimiento de reglas comunes.

Y aunque autoridades fronterizas de Perú y Bolivia (Combifron) coordinaran a finales del año pasado acciones contra el narcotráfico, el crimen organizado y el contrabando, entre otras, la conflictiva posición del gobierno boliviano en relación al Perú y visiones distintas de la naturaleza y magnitud del problema señalado no ayudan a avizorar algún avance serio en el trato de la materia.

Menos cuando el gobernó boliviano ha agregado a su serio sesgo autoritario y a la fragmentación interna que fomenta, una crisis económica derivada del agotamiento de ingresos provenientes de la exportación de hidrocarburos, subsidios desfinanciados, carencia de reservas y desconfianza en el sistema bancario. La inestabilidad social consecuente se trasladará al sur del Perú debido a los fuertes vínculos de la economía informal de esas zonas.

El gobierno colombiano plantea al Perú hoy un riesgo mucho mayor. Éste agrega a la reiteración del cuestionamiento de la legalidad de la presidenta Boluarte, el manifiesto desprecio por los métodos diplomáticos de solución de crisis (el mismo estilo boliviano) y la desatención de  ese gobernante al impacto en los vecinos de su plan de “paz total” (que, al margen de su precario avance, inducirá el “efecto globo” en las mafias que trafican en nuestro territorio) mientras el diálogo privilegiado con la dictadura de Maduro erosiona los fundamentos de la Carta Democrática que Petro desea reformar.

En efecto, ese gobernante no se ha tomado la molestia de solicitar la cooperación de los vecinos ni de advertirlos de los riesgos que implica para éstos la legalización de grupos terroristas y narcotraficantes. Y tampoco les ha solicitado opinión antes de involucrarse con una dictadura que ha producido el exilio de 7 millones de venezolanos de los cuales alrededor de un millón están arraigados en el Perú y cerca de 700 mil en Chile muchos de los cuales son causantes de problemas con nuestro país.

Al respecto, no es buena la reiteración por el presidente Biden del status estratégico que Estados Unidos confiere a Colombia sin acompañarla de una invocación a la buena relación entre países suramericanos con los que la gran potencia tiene intereses sustantivos.

Brasil presenta una problemática inversa: el reposicionamiento diplomático entre medianas y grandes potencias ha consumido los primeros 100 días del gobierno de Lula sin que éste dé mayores señas de preocupación regional. Sobre ello no es necesario un gran despliegue de imaginación. Si Lula desea recuperar su status mundial y sus programas nacionales en un marco de polarización interna, también deseará liderar al subcontinente mediante las prioridades ambiental, amazónica, conosureña y la reconstitución de arquitecturas ya fracasadas. El Perú no querrá volver a desempeñar un rol subsidiario en estas lides. Y menos cuando la relación con Brasil estará permeada por el “caso Toledo” y su perversa relación con instituciones y empresas brasileñas. 

De otro lado, si nuestra Cancillería no es transparente en estos temas sí lo es en relación al sabotaje de la Alianza del Pacífico por México y la asistencia colombiana. Este régimen es menos importante por su comercio intrarregional que por su potencial de cooperación en servicios, atracción de inversión extranjera, integración bursátil (el MILA), pymes y vinculación al mundo a través de 6 decenas de observadores. De ese potencial sobresale su dimensión geopolítica basada en fundamentos democráticos y mercados libres y en su proyección sobre el Pacífico en momentos en que el Perú acogerá la reunión de líderes de APEC en 2024 que permitiría agregar escala a esa proyección. México y Colombia están cercenando esa proyección (cuyo reemplazo por una red de TLC es insuficiente) y, por tanto, produciendo un daño regional que debe ser revertido. Lampadia




El cambio autocrático de Rusia puesto de relieve

Por: Paul Keller
El Comercio. 25 de Abril del 2023

“El caso de Kara-Murza es una prueba más de la catastrófica erosión de la democracia en Rusia que cuestiona la ética de la no intervención seguida por casi todos los países latinoamericanos”.

El encarcelamiento del galardonado activista de derechos humanos y prodemocrático Vladimir Kara-Murza es la prueba más concluyente hasta ahora del regreso de Rusia al autoritarismo estalinista de la década de 1930. Este fue uno de los capítulos más oscuros de la historia moderna de Rusia, marcado por la purga de los opositores al gobierno. Tras un juicio a puerta cerrada, Kara-Murza, un periodista ruso de 41 años, fue declarado culpable de traición por criticar a Vladimir Putin y su guerra contra Ucrania. Su enjuiciamiento por motivos políticos ha enviado una declaración enfática sobre cómo el Kremlin pretende tratar con aquellos que cuestionan sus políticas autoritarias.

La sentencia a 25 años en uno de los centros de detención más duros de Rusia fue condenada por Estados Unidos, que llama a Kara-Murza el objetivo de una “creciente campaña de represión” de Rusia. Gran Bretaña ha impuesto sanciones a los investigadores rusos detrás de su arresto. Su difícil situación también se erige como una reprimenda a los defensores de la política de neutralidad de América Latina: Rusia se está deslizando hacia el totalitarismo. Al ser condenado, Kara-Murza dijo que su único remordimiento era que no había hecho más para subrayar los hechos terribles que están pasando en Rusia.

El caso de Kara-Murza demuestra que el régimen de Vladimir Putin ha eliminado toda restricción a su ambición de aplastar la disidencia local. El propio Kara-Murza sufrió dos intoxicaciones casi fatales en el 2015 y el 2017. A pesar de conocer los peligros, regresó a Rusia el año pasado y fue arrestado. Incluso aquellos que han huido de Rusia no están a salvo. El envenenamiento por radiación de los disidentes rusos en Gran Bretaña en los últimos años lo ha dejado claro. Tales ataques, y la impunidad con la que se llevan a cabo, logran no solo aterrorizar a la oposición, sino socavar aún más el Estado de derecho y las normas democráticas en Rusia.

En segundo lugar, el hecho de que Rusia haya encarcelado a Kara-Murza, que también tiene pasaporte británico y está bien conectado en Washington, muestra lo poco que a Putin le importa hoy su relación con Occidente. Ahí está también el reciente arresto en Rusia del periodista estadounidense Evan Gershkovich, el primer corresponsal estadounidense desde la Guerra Fría en ser detenido por acusaciones de espionaje. Esto no es nada nuevo para un líder que ha ignorado la diplomacia (o el Estado de derecho) desde que llegó al poder. Putin llevó a Rusia a una sangrienta guerra en Chechenia, antes de anexarse ilegalmente Crimea, un acto por el que muchos gobiernos occidentales hicieron de la vista gorda en ese momento. El líder ruso ahora enfrenta una orden de arresto de la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra en Ucrania. Bajo su liderazgo, las fuerzas rusas han bombardeado áreas civiles específicas, como parte de su plan para castigar a Ucrania por prosperar como democracia, al tiempo que expone las deficiencias de la Rusia autocrática.

Finalmente, el destino de Kara-Murza es un recordatorio de que detrás de la postura autocrática de Putin en su país y en el extranjero se encuentra una estrategia geopolítica más grande: desafiar el orden global dominado por Occidente y establecido después de la Segunda Guerra Mundial. En efecto, esto enfrenta a un bloque autoritario liderado por China y Rusia, que han fortalecido sus lazos mutuos, contra aquellos comprometidos con la defensa de los valores democráticos. Los partidarios de la democracia en América Latina deberían estar preocupados: el caso de Vladimir Kara-Murza es una prueba más de la catastrófica erosión de la democracia en Rusia, un país con vínculos económicos con la región. Por implicación, cuestiona la ética de la no intervención seguida por casi todos los países latinoamericanos. Después de la pandemia, el impacto económico de la guerra ha perjudicado a las comunidades más pobres de países como el Perú, elevando los precios del combustible, mientras que las sanciones comerciales han reducido las importaciones urgentemente necesarias de fertilizantes rusos.

La neutralidad latinoamericana nace de la experiencia de la intervención estadounidense en la región a finales del siglo XIX y XX, solidificada por la Guerra Fría. Por lo tanto, si bien la decisión de países como Brasil o el Perú de permanecer neutrales sobre Ucrania tiene sentido históricamente, desde una perspectiva económica se trata de ‘realpolitik’ a corto plazo, simplemente un medio para no perder el acceso a los mercados rusos y, por asociación, a los de su aliado, China, un importante inversor que tiene sed de expandir su influencia en la región. En general, Rusia representa menos del 1% del comercio latinoamericano.

Esta postura pragmática es mejor ejemplificada por el presidente Lula da Silva, quien, en un reciente viaje a China, acusó a Estados Unidos de “alentar” la continuación de la guerra en Ucrania. Después de muchas críticas, Lula ha atenuado su retórica, pero el hecho es que la neutralidad de Brasil, junto con la de otros gobiernos regionales, se justifica, en parte, por una creencia ingenua –o, peor aún, falsa– de que Ucrania y Occidente tienen alguna responsabilidad por el conflicto.

Mientras Rusia desciende a la autocracia, un hecho confirmado por el encarcelamiento injusto de Vladimir Kara-Murza, América Latina enfrenta un dilema con grandes implicaciones económicas: mantenerse neutral, pero arriesgarse a alienar a Estados Unidos y la Unión Europea, sus principales socios comerciales; o tomar partido contra la guerra de Putin en Ucrania, pero perder las importaciones rusas o, lo que es más importante, la inversión china. Sin embargo, enmarcado de otra manera, la cuestión se reduce a una pregunta: ¿qué sucede cuando las democracias hacen pactos con estados que son criminales (Rusia) o motivados imperialmente (China)? Por lo menos, la historia del siglo XX muestra que hacer un trato con el diablo nunca termina bien.