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Una globalización reajustada

Una globalización reajustada

La crisis de la pandemia ha generado todo tipo de especulaciones sobre el futuro del mundo global. Quién sabe si es muy pronto para definir un nuevo escenario global, pues aún estamos en el vórtice de la crisis.

Hoy se ven como permanentes, la distancia física entre las personas, algo imposible de mantener por siempre; la relocalización de los medios de producción hacia redes productivas localistas, algo ineficiente y costoso; y una nueva filosofía de vida, más conservadora y más solidaria.

Nos parece difícil que estos cambios devengan en permanentes. Lo que sí debemos afrontar es construir mejores capacidades de los sistemas de salud en todo el mundo y mecanismos de prevención de epidemias, como recomendó hace un quinquenio Bill Gates. Hay que evitar que se experimente con armas bacteriológicas y estar listos a reaccionar ante el menor síntoma de brotes epidémicos, no como se hizo en esta ocasión en China y el resto del mundo.

Líneas abajo compartimos un artículo de la Fundación para el Progreso de Chile, sobre posibles cambios en el mundo global.

El fin de la globalización tal como la hemos conocido hasta ahora

Fundación para el Progreso
Mauricio Rojas
Publicado en El Libero
14.04.2020

El impacto de la pandemia

La coyuntura global ha estado dominada por la expansión del coronavirus y sus efectos, entre ellos un severo impacto económico, una creciente conciencia de la vulnerabilidad como factor clave del mundo actual y respuestas que apuntan hacia una fase de desglobalización parcial y reorganización de la economía mundial.

En la actualidad, el número de diagnosticados con Covid-19 se acerca a 2 millones y el de fallecidos a 130 mil. Ello implica una dramática expansión global de la pandemia durante el mes recién pasado, multiplicándose por 12 el número de diagnosticados y por 20 el de fallecidos. Su epicentro se ha desplazado de China a Europa y luego a Estados Unidos, y su rápida difusión en países menos desarrollados, como los de América Latina, el sur de Asia y África, nos pone ante un desarrollo aún más dramático que el experimentado hasta hoy.

Las medidas adoptadas para contener la difusión de la pandemia ̶ que por regla general han implicado un aislamiento masivo entre y en los países, así como una disrupción mayor de las actividades productivas y los transportes ̶ han desencadenado una recesión a escala mundial y una fuerte caída del comercio internacional. La Organización Mundial del Comercio (OMC) estimó el 8 de abril que el volumen del comercio de mercancías podría caer un 13% en 2020, pero su director general, Roberto Azevêdo, advirtió que la cifra podría llegar hasta 32% si la pandemia no es controlada y los gobiernos fracasan en la coordinación de sus respuestas políticas. Esto, en un escenario de fuerte recesión de la economía mundial, que podría ir, según los cálculos de la OMC, desde de -2,5% del PIB global hasta -8,8%, con América Latina y el Caribe sufriendo el impacto más duro con un descenso del PIB entre -4,3 y -11%.

Por su parte, el Fondo Monetario Internacional (FMI), como expuso su directora gerente Kristalina Georgieva el 9 de abril, esperaba un crecimiento del ingreso per cápita para 2020 en más de 160 de sus 189 países miembros antes del brote pandémico. Hoy, por el contrario, se estima que 170 países experimentarán una caída del ingreso per cápita en lo que el Fondo caracteriza como la peor crisis económica desde 1929.

Estos pronósticos son muy inciertos, especialmente por no conocerse el comportamiento futuro del virus y la posibilidad de una segunda ola de contagios como la de la “gripe española” de 1918. Aún más inciertos son los pronósticos para 2021, aunque la tendencia predominante es suponer una cierta normalización sanitaria y un rebote económico significativo para ese año. Sin embargo, esta perspectiva optimista de una especie de “V”, con una fuerte caída abrupta y luego una pujante y rápida recuperación, es considerada ilusoria por muchos analistas como el destacado historiador Niall Ferguson, quien hace poco escribió lo siguiente en The Sunday Times: “Se ha hablado en esferas bancarias de una recuperación con forma de ‘V’. Esa predicción fue errónea después de 2009 y será aún más errónea en 2020. La forma que tenemos en mente es algo parecido a una raíz cuadrada invertida o a la espalda de una tortuga. Por cierto, la velocidad de la recuperación se asemejará más a la de una tortuga que a la de una liebre.”

Más allá de esta incertidumbre, lo que sí parece indiscutible es que debemos prepararnos para experimentar trastornos sociales y políticos de gran envergadura, en particular en las regiones más vulnerables del planeta, así como un avance generalizado del gasto, la intervención y los controles estatales, así como de las restricciones a la libertad individual y las tendencias autoritarias. Todo esto ya está en marcha, pero se acentuará dramáticamente en los meses venideros.

Por su parte, América Latina vivirá lo que podemos definir como su hora más difícil. La pandemia golpeará con fuerza inmisericorde a un conjunto de países que, en su gran mayoría, se caracterizan por tener economías altamente vulnerables, instituciones débiles, democracias frágiles, élites profundamente deslegitimadas, sistemas de salud insuficientes, importantes situaciones de pobreza y clases medias precarias.

En este contexto, la lucha por la hegemonía mundial entre Estados Unidos y China se agudizará y el proceso de globalización experimentará importantes cambios. El gigante asiático tendrá una serie de ventajas estratégicas a partir de su capacidad de contener la pandemia en su territorio y transformarse en un gran proveedor mundial de material y personal sanitario, así como su enorme peso industrial, tecnológico y financiero. El “modelo chino” de capitalismo autoritario verá crecer su reputación, especialmente en los países en desarrollo, más allá de su responsabilidad por la difusión inicial del virus. Con toda probabilidad, veremos un fenómeno similar al ocurrido después de la Segunda Guerra Mundial con relación a la Unión Soviética y las supuestas bondades de la economía planificada.

Sin embargo, otros factores frenarán el avance de China. Los cambios más significativos a escala mundial tendrán que ver con la centralidad del concepto de vulnerabilidad, que se transformará en el eje de las preocupaciones económicas y políticas a nivel internacional. La pandemia, con su disrupción de las cadenas productivas y comerciales, ha puesto en evidencia la fragilidad del orden mundial vigente y los riesgos de su gran dependencia de la potencia industrial y tecnológica de China, especialmente en lo referente a bienes intermedios de importancia clave en los campos de la computación, la electrónica en general, los productos farmacéuticos y el transporte. Esta vulnerabilidad global y la dependencia de China han sido aún más evidentes para los productores de insumos industriales, como combustibles, metales y minerales.

La nueva conciencia sobre los riesgos de la vulnerabilidad y dependencia actuales derivará en una doble reorientación a escala mundial que impulsará una tendencia desglobalizadora en diferentes planos, recordando de alguna manera la evolución internacional iniciada con la Primera Guerra Mundial.

Por una parte, tendremos una búsqueda de mayor autonomía nacional en todo sentido, con el consiguiente reforzamiento de las atribuciones y la soberanía de los Estados nacionales en cuanto arena privilegiada de movilización de recursos, solidaridad social y protección de los ciudadanos. Por otra parte, se verá un reforzamiento de las alianzas y la cooperación regionales dentro de los “círculos de confianza” de cada nación para poder compensar las pérdidas de eficiencia y otros problemas asociados a la “renacionalización” de una serie de industrias estratégicas.

Ambas cosas quedaron claramente reflejadas en las palabras expresadas por el presidente de Francia, Emmanuel Macron, el 31 de marzo recién pasado: “esta crisis nos enseña que debemos tener una soberanía europea sobre ciertos bienes, ciertos productos, ciertos materiales, que se impone por su carácter estratégico (…) Nuestra prioridad es producir más en Francia y producir más en Europa  (…) Debemos reconstruir nuestra soberanía nacional y europea (…) nos hace falta recuperar la fuerza moral y la voluntad para producir más en Francia y recobrar esa independencia. Es lo que estamos empezando a hacer con fuerza y lo que seguiremos haciendo después.” Y resumió su mensaje con las palabras: “Soberanía, soberanía y solidaridad”.

El ministro de Economía francés, Bruno Le Maire, había enunciado con anterioridad esta idea, apuntado directamente a la necesidad de reducir la dependencia de China. En una entrevista del 9 de marzo en France Inter afirmó que “habrá un antes y un después del coronavirus en la historia de la economía mundial”, lo que, a su vez, llevará a repensar la globalización. Y desarrollando esta idea acotó: “Pienso que es necesario sacar todas las consecuencias de largo plazo de esta epidemia sobre la organización de la globalización. Es necesario reducir nuestra dependencia respecto de ciertas grandes potencias como China. No se puede tener, como hoy, un 80% de los componentes activos de un medicamento producidos en el exterior.”

Tendremos una búsqueda de mayor autonomía nacional en todo sentido, con el consiguiente reforzamiento de las atribuciones y la soberanía de los Estados nacionales en cuanto arena privilegiada de movilización de recursos, solidaridad social y protección de los ciudadanos.

Un análisis reciente de la consultora McKinsey subraya las consecuencias de estas tendencias para la firmas y la economía globales, especialmente respecto de la necesaria reestructuración de las cadenas de producción y abastecimiento, pronosticando una masiva reorganización de las mismas y su reubicación más cerca de los consumidores finales tendiendo, en lo posible, a privilegiar el entorno local o regional.

Esta orientación hacia una renacionalización de diversas actividades económicas no es nueva y ha constituido una demanda central de nuevas corrientes políticas, con Donald Trump como exponente paradigmático, que han vuelto a enarbolar la vieja bandera del nacionalismo económico con todo su arsenal de medidas proteccionistas. Los argumentos usados para proponer cierto “desenganche” de la globalización han apuntado, fundamentalmente, a la protección del empleo y la subsistencia de comunidades y regiones amenazadas por la “desindustrialización”, pero también el tema de la seguridad nacional ha tenido importancia, como en el caso de la disputa entre Estados Unidos y China en torno a la quinta generación de tecnologías de telefonía móvil o 5G.

El impacto de estos nuevos vientos, con sus guerras comerciales y nuevas regulaciones, ya se había notado en el esfuerzo de diversas firmas de disminuir su “chinodependencia”, pero todo ello se potenciará ahora de una manera dramática y contará, a partir del trauma del Covid-19, con un apoyo popular incomparablemente mayor que en el pasado, llegando incluso a constituir la base de un nuevo gran consenso político en el mundo occidental.

Esta tendencia que propende a la renacionalización de industrias estratégicas y la regionalización del proceso de internacionalización les abre grandes posibilidades a conglomerados de países como la Unión Europea y también puede posibilitar el renacimiento de la alianza atlántica entre Estados Unidos y Europa Occidental. Otras potencias regionales, como Rusia o India, también encontrarán un espacio para crear sus esferas de interés y estrecha colaboración, mientras que China tratará de amarrar la mayor cantidad de países, especialmente en desarrollo, a su potente carro mediante una intensificación de la Iniciativa de la Franja y la Ruta y su gran peso en los mercados de materias primas y alimentos.

En resumen, todo indica que estamos ante el fin de la globalización tal como la hemos conocido hasta ahora.

Lampadia




La arquitectura constitucional liberal

La arquitectura constitucional liberal

Es muy importante aprovechar el debate constitucional de Chile para revisar conceptos fundamentales de la esencia de una buena Constitución.

A la fecha, ya hemos publicado varias notas al respecto, todas de la Fundación para el Progreso, el importante centro de difusión de ideas de Chile.

En esta ocasión recogemos un análisis de la arquitectura de una Constitución liberal.

Esteban Montoya
Fundación para el Progreso – Chile
Publicado el 29.01.2020

1. ¿Por qué una Constitución?

¿Preferimos ser gobernados por reglas o por personas? La historia nos ha mostrado que es preferible ser gobernados por reglas, evitando así los posibles excesos y arbitrariedades de las personas que nos gobiernan. De este modo, la Constitución tiene como fin primordial establecer límites al poder político a través de un conjunto de normas que definen los marcos básicos de nuestro Estado de Derecho. Ninguna autoridad, persona o grupo de personas, pueden atribuirse, ni siquiera en situaciones extraordinarias, autoridad o derechos que no se les hayan otorgado por medio de la Constitución, o las leyes que deben ajustarse a ella.

Debido a lo anterior, más que la imposición ideológica de un sector político sobre otro o una varita mágica que resolverá todos nuestros problemas sociales, las Constituciones son, y deben ser, un acuerdo mínimo de reglas básicas de convivencia que rigen a todos por igual. Este consenso común, no sólo debe ser pensado para quienes en un momento determinado acordaron dichos mínimos, sino que también debe tener las flexibilidades suficientes para regir a generaciones futuras.

 1.1 Bases de la Institucionalidad

Como consecuencia de su supremacía jerárquica en nuestro ordenamiento jurídico, las Constituciones definen los principios básicos que inspiran el resto de normas e instituciones de nuestro Estado de Derecho:

  • Primacía del individuo

La persona es la piedra angular y la base fundamental de la sociedad. Este reconocimiento normativo de la dignidad humana implica que los individuos tienen una prioridad ontológica frente al Estado, siendo consideradas un fin en sí mismo y nunca un medio para lograr otros objetivos.

De esta forma, las personas nacen libres para definir sus propios proyectos de vida bajo reglas del juego que rijan a todos por igual. Esta igualdad ante la ley permite el libre despliegue de los talentos individuales, sin que dicha libertad implique atropellar proyectos de vida ajenos.

  • El rol del Estado

El Estado tiene ciertas funciones connaturales que derivan directamente del monopolio de la fuerza que le ha otorgado la Constitución y las leyes dictadas conforme a ella. Así,ejercer el poder punitivo, defender la soberanía y el orden público de la nación, cobrar impuestos, entre otras, son funciones que solo el Estado puede realizar. Al contrario, en aquellas funciones que no tengan un principio de coacción, deben ser los particulares lo que actúen como regla general en la vida social.

Debido a lo anterior, el Estado reconoce a la familia como el núcleo fundamental de la sociedad y ampara a las organizaciones que, siendo intermedias a la familia y al Estado, se han generado voluntariamente para satisfacer necesidades del individuo.

De esta forma, el Estado debe actuar en la medida que las personas y los órganos sociales que ellas conforman no puedan o no quieran actuar en la satisfacción de una necesidad particular. Esto evita que el Estado monopolice actividades que los particulares quieran realizar libre y espontáneamente.

Lo anterior, no significa que el Estado debe ser necesariamente pequeño, sino que este debe colaborar con los particulares cuando estos no sean capaces de proveer las condiciones para desarrollar sus propios proyectos de vida.

  • Principio de Servicialidad y Bien Común

Este principio dice que la persona no está al servicio del Estado ni de sus fines, y tampoco al servicio de sus funcionarios o sus líderes. Por el contrario, es el Estado el que está al servicio de la persona humana y su finalidad es promover el Bien Común, para la cual debe generar las condiciones (no resultados) que les permitan a todos y cada uno de los miembros de la comunidad nacional alcanzar su mayor realización material y espiritual posible.

Las Constituciones que han dado estabilidad a las sociedades son las que han orientado su actuar político a generar las condiciones para una sociedad dinámica, donde sean las personas las protagonistas de la vida en sociedad. Es por esto que un sistema constitucional liberal no puede estar orientado a dar resultados concretos, sino que debe generar las condiciones para que cada persona pueda desplegar sus talentos libremente de acuerdo a sus propios planes de vida. El pretender que una Constitución genere resultados de vida concretos sería entenderla como un garante de deseos y no como el acuerdo básico de normas de convivencia social.  La Constituciones son consensos mínimos que generan condiciones y no resultados, permitiéndonos desarrollar nuestra vida en la forma que estimemos conveniente, siempre respetando los derechos y libertades de aquél que está al lado.

2. ¿Qué derechos y qué libertades busca proteger una Constitución?

.En una sociedad donde existe Estado de Derecho, las autoridades, gobernantes o legisladores no pueden actuar arbitrariamente, sino que deben someter su actuar a las leyes bajo el principio de primacía Constitucional. Así, las leyes rigen para todos por igual sin importar nuestra raza, religión, ideología, condición económica, ocupación, cargo político, posición social, etc. Por lo tanto, no debe existir ningún privilegio o discriminación legal que sea arbitraria.

2.1 ¿Qué defender siempre? Vida, libertad y propiedad

  • La vida

También conocido como el derecho a la integridad personal, el derecho a la vida encuentra su justificación en el principio de primacía de la persona como fin en sí mismo (dignidad). Se entiende que la vida, al tener un valor intrínseco a la persona humana, es la primera y más básica de las condiciones que un Estado debe asegurar para que los individuos sean capaces de ejercer y gozar libremente todo el resto de los derechos que la Constitución formula.

  • Las libertades

La libertad de enseñanza: es más que la mera aspiración de una persona para elegir el proyecto educativo que estime conveniente para su formación futura, ya que es también una vindicación a la importancia de la familia como órgano social anterior al Estado. Es el individuo (cuando tiene la capacidad de hacerlo) y la familia (cuando el individuo aún no puede elegir por sí mismo), quien sabe mejor que el burócrata estatal el tipo de educación con la cual pretende formarse.

Libertad de expresión: que cada individuo pueda expresar o silenciar, mediante el mecanismo que considere correcto, su sentir, opinión o incluso recibir la información que lo rodea. Es parte esencial de la construcción democrática, de la deliberación, y de la sana y pacífica convivencia en una comunidad

Libertad de asociación: son las organizaciones e interacciones que los individuos, de forma libre y voluntaria, generan para un determinado fin o interés lícito. La libertad de asociación no se debe entender sólo en su forma activa, es decir, de la formación de organizaciones, sino también en su sentido negativo: así como existe la libertad de asociarse, debe ser igual de accesible el retirarse de estas organizaciones o el elegir asociarse a ninguna de ellas.

Libre iniciativa en materia económica: el Estado deberá garantizar y reconocer toda actividad económica de la persona -sea individual o asociada- para la realización y concreción del proyecto de vida particular o para el propósito que estas estimen conveniente, sin vulnerar las disposiciones que el sistema legal y la propia Constitución han estipulado, como por ejemplo, orden público o afectación a terceros.[1]

  • Propiedad

Una democracia liberal debe ser respetuosa del derecho de propiedad, que consiste en el reconocimiento legal de uso, goce y disposición de bienes jurídicos determinados. Resulta indispensable proteger la propiedad al momento de procurar estabilidad y crecimiento de un país, el cual solo podrá desarrollarse bajo la certeza jurídica de que aquello que es propio, no será enajenado injusta y arbitrariamente.

3. ¿Qué instituciones adoptaremos?

3.1 Separación de poderes y Autonomía Institucional

Como se ha mencionado anteriormente, la Constitución nace para limitar el poder estatal, establecer derechos y libertades, pero también para establecer un marco de reglas básicas que permitan convivir y lograr acuerdos en la comunidad democrática. Para que estos objetivos se puedan cumplir, son necesarias las instituciones que orienten este fin, garanticen la existencia de un Estado de derecho y generen la estabilidad necesaria para mantener a una nación en prosperidad y paz.

El primer principio de limitación al poder que realiza una constitución es la separación del Estado en 3 poderes independientes: Ejecutivo, Legislativo y Judicial. Estos poderes se fiscalizan entre sí generando controles cruzados que impiden potenciales abusos.  De esta manera, se evita que el poder del Estado (quien tiene el monopolio de la fuerza) se concentre en desmedro de la libertad de las personas.

Siguiendo esta misma lógica, la Constitución también reconoce una serie de organismos dotados de “autonomía constitucional”, es decir, que cuya administración sea de carácter independiente y no dependan de los gobiernos de turno, para así evitar arbitrariedades o abusos. Ejemplos de éstas son el Ministerio Público (Fiscalía), la Contraloría General de la República, el Banco Central y el Tribunal Constitucional. 

3.2 Regímenes de Gobierno

La adopción de un régimen en particular de gobierno (presidencialista, semi presidencialista o parlamentario) obedece a la pregunta de cómo organizamos y estructuramos la división del poder político entre los tres poderes del Estado mencionados anteriormente.

En concreto, la discusión entre un régimen presidencialista o parlamentario se centra en el sistema de pesos y contrapesos entre el poder ejecutivo y el legislativo. En el régimen parlamentario, el poder ejecutivo se compone de un jefe de estado -quien representa al Estado ante el mundo- y, por separado, de un jefe de gobierno (primer ministro), quien es responsable de las labores administrativas del gobierno. Es designado por el parlamento, por lo que la elección popular del primer ministro no es directa, sino es elegido por el mismo parlamento.

Por otro lado, el presidencialismo, en cambio, el jefe de estado y gobierno son la misma persona, por lo tanto, tiene la representación nacional en el exterior y también la administración del gobierno en el interior. El presidente es electo popularmente de forma separada al parlamento, a diferencia del primer ministro.

3.3 ¿Estado unitario o federal?

Dentro las formas de organización del poder también existen variantes en cuanto al grado de concentración de este a nivel territorial. Desde este prisma, podemos hablar de un Estado unitario, donde se centraliza el poder político en un gobierno nacional que extiende su acción a todo el territorio a través de autoridades locales. Por otro lado, un Estado federal está formado por Estados o “provincias federadas” que poseen cierta autonomía del gobierno, legislando independientemente del gobierno central, de manera que exista una mayor descentralización política y administrativa por cada provincia. Sin embargo, estas autonomías varían en su grado entre diferentes regímenes e, igualmente, están subordinadas a ciertos principios jurídicos que existen en una Constitución.

[1] Las Constituciones también garantizan otras libertades, como lo es el libre culto o conciencia, la libertad personal y seguridad individual, la libertad de tránsito, la libertad de adquirir bienes sin vulnerar la legislación vigente, la libertad de trabajo, la libertad de reunión y la libertad de creación y difusión de las artes (aparejada con la propiedad intelectual).




Más sobre el progreso

Más sobre el progreso

Continuamos nuestro análisis sobre el progreso y por qué se tiende a desconocer los avances de la humanidad.

Ver en Lampadia: ¿Hemos progresado o seguimos igual?, Cuidado con entender las cosas al revés.    

Fundación para el Progreso (FPP), Junio 2019
Rafael Rincón-Urdaneta Z.

¿Por qué las personas tienen tan distintos diagnósticos y opiniones sobre el estado del mundo y el progreso de la humanidad? ¿Qué conceptos, criterios e ideas pueden ayudar a lograr una evaluación más precisa y una reflexión más inteligente sobre nuestro porvenir, apartando los prejuicios y combatiendo la ignorancia para aproximarnos más racionalmente a la realidad? Esta serie de Rafael Rincón-Urdaneta Z., Director de Estrategia y Asuntos Globales de FPP, ha sido elaborada con vocación de sentido común y pensamiento crítico. Y propone algunas claves útiles para estudiantes, profesores, analistas y líderes, entre otros. En esta segunda entrega veremos algunos criterios esenciales para evaluar el estado y el progreso del mundo.

Lo más importante: el big picture

«Hay que ver el big picture, no las cosas pequeñas», «Lo importante es el big picture para entender el conjunto», «¡Enfócate en el big picture, no en los detalles!». Se trata de un concepto muy común en la jerga del mundo de la estrategia y se le escucha bastante en los ámbitos de la política, la economía o los negocios. Ver el big picture es ver la totalidad de una situación para apreciar más claramente su forma, su estado y ciertas tendencias. Es usar una perspectiva global para comprender un asunto en su amplitud. No se puede apreciar un bosque viendo individualmente un árbol o un grupo limitado de ellos. No percibiremos la belleza y contenido de un mosaico con la vista fija en una de sus pequeñísimas piezas o en esos minúsculos detalles que podrían parecernos «imperfecciones». No podemos evaluar correctamente el estado general de una casa si nos enfocamos en una ventana rota o en un enchufe que no funciona bien. Asimismo, no lograremos un balance del progreso del mundo si vemos hechos o momentos aislados, sin contextualizar, conectar, ampliar el foco.

Volvamos a Rosling por un instante. Uno de sus más conocidos y populares trabajos es un video publicado en 2010 por BBC y titulado Hans Rosling’s 200 Countries, 200 Years, 4 Minutes – The Joy of Stats. Hoy, con casi nueve millones de visualizaciones, sigue siendo muy bueno para mostrar, con estadísticas y datos de expectativa de vida e ingreso, el increíble y rápido progreso de la humanidad en tan solo 200 años. El colorido despliegue de círculos de tamaños variables, cada uno representativo de un país, refleja avances, contratiempos e incluso tragedias humanas tan graves como las dos mortíferas guerras mundiales del siglo XX. Estas aparecen en pantalla como dos golpes que ocasionan caídas seguidas de recuperaciones. Si viéramos solo eso, la distancia entre países prósperos y pobres y la existencia aún de naciones atrasadas, quizás podríamos decir que el mundo es un espanto. Sin embargo, el big picture —para comenzar, la totalidad de los 200 años abarcados— nos indicaría que hay una clarísima tendencia positiva y que el progreso de la humanidad es tremendo, sobre todo comparado con los siglos anteriores. Una línea ascendente con algunos descensos que no afectan la orientación positiva general de la tendencia sigue siendo, en el big picture, una línea esencialmente ascendente (para ahondar en esto, y en la lectura de estadísticas y datos, recomiendo leer en detalle el ya citado Factfulness).

Otro ejemplo: Tomemos un país bien evaluado en el Índice de Desarrollo Humano como Singapur, que ocupa el lugar noveno de la lista. Un dato o la nota de un año no nos dice nada de su progreso, pero si vemos el cuadro que recoge los puntajes desde 1990 —el big picture o panorama del periodo— nos daremos cuenta de que ha venido subiendo aceleradamente, de poco más de 0,7 puntos hasta 0,932 (el máximo es 1). Si vemos el cuadro correspondiente a Venezuela, 0,761 puntos no nos dicen mucho, pero si miramos la historia completa notaremos que el país venía ascendiendo desde 1990, para luego entrar, más o menos desde 2011, en una línea plana que acusa estancamiento. Luego hay descenso muy acentuado desde 2014. Su posición en el lugar 78 del mundo puede ser inquietante, pero su caída lo es aún más. El éxodo desesperado y masivo de venezolanos en todas direcciones hace que los datos cobren aún más sentido.

Ver el big picture no solo nos permite apreciar, como en el caso anterior, tendencias, sino también la importancia relativa de algunos elementos o factores con respecto a otros. O, mejor dicho, con respecto al conjunto total. Si revisamos para cada país el reporte Doing Business del Banco Mundial, encontraremos una gran gama de indicadores específicos. Los países son evaluados en cada uno de ellos y las notas pueden ser dispares, cualquiera sea el resultado final. Que un indicador aparezca bajo el nivel ideal o perfecto, o más bajo que otros, no significa que, en la totalidad, Nueva Zelanda, Singapur o Georgia no sean excelentes lugares para hacer negocios, inmensamente superiores a Yemen, Venezuela y Somalia, ubicados en el foso del ranking. Al revés también funciona: un indicador alto aislado, sin acompañamiento visual del resto, no necesariamente significa un éxito absoluto. Y, por cierto, el solo reporte Doing Businessel PIB per cápita, la tasa de alfabetismo y la tasa de crecimiento, por sí solos, desconectados del panorama, no nos dicen todo lo necesario de un país o del mundo.

La perspectiva del big picture es aplicable a infinitas situaciones o asuntos: el estado de una empresa, las proyecciones de una industria, la estrategia de largo plazo de un partido político o corporación, las instituciones de un país, los grandes cambios, los fenómenos globales, la historia, los avances. Lo más importante es, como se dijo antes, que los momentos, detalles o puntos específicos no nos distraigan ni nos impidan ver el cuadro completo… el panorama. Lampadia




Cuidado con entender las cosas al revés

Cuidado con entender las cosas al revés

En esta entrega, seguimos con el análisis sobre el progreso de Rafael Rincón-Urdaneta de la Fundación para el Progreso (FPP) – Chile. (Ver en Lampadia: ¿Hemos progresado o seguimos igual?).

Centraremos el tema en los prejuicios o ideas preconcebidas, que crean un falso sentido común.

Rincón-Urdaneta se pregunta porqué las personas opinan sobre la realidad de manera tan diversa y hasta opuesta, siendo que muchas veces existen evidencias de una realidad concreta. Al respecto, como cita el autor del análisis, el campeón en promover lecturas correctas de la realidad, basadas en datos concretos, fue Hans Rosling.

Ver en Lampadia:

En eso de sembrar noticias falsas o distorsionar la realidad, el ejemplo más claro es el mito de que cada día los ricos se hacen más ricos y los pobres más pobres. Pero la realidad dice otra cosa. Ver el siguiente gráfico de Hans Rosling:

En el gráfico podemos ver que cuando la población mundial era de 4,000 millones de personas, los pobres eran 2,000 millones, el 50%. Pero ahora, en el siglo XXI, la población supera los 7,000 millones de personas y los pobres son el 12%. (El 9.6% según otras fuentes).

En el caso del Perú, se escucha frecuentemente decir que, con todo el crecimiento económico de los últimos años no se ven mejoras de los ciudadanos comunes. Para contradecir este mito, basta preguntarse que ha sucedido para que la pobreza descienda de casi 60% a 20%. ¿No ha sido consecuencia del crecimiento?

Esta suerte de síndrome cognitivo enturbia varios procesos, pero especialmente la política y la percepción de las políticas públicas. Por ello seguiremos presentando las siguientes entregas.

Progreso: cuestión de criterios y razón
Fundación para el Progreso (FPP) – Chile
Junio 2019
Rafael Rincón-Urdaneta Z.
Glosado por Lampadia

¿Por qué las personas tienen tan distintos diagnósticos y opiniones sobre el estado del mundo y el progreso de la humanidad? ¿Qué conceptos, criterios e ideas pueden ayudar a lograr una evaluación más precisa y una reflexión más inteligente sobre nuestro porvenir, apartando los prejuicios y combatiendo la ignorancia para aproximarnos más racionalmente a la realidad? Esta serie de Rafael Rincón-Urdaneta Z., Director de Estrategia y Asuntos Globales de FPP, ha sido elaborada con vocación de sentido común y pensamiento crítico. Y propone algunas claves útiles para estudiantes, profesores, analistas y líderes, entre otros. En esta segunda entrega veremos algunos criterios esenciales para evaluar el estado y el progreso del mundo.

Imaginen esta escena: Una paciente sin nombre se encuentra en el hospital en un estado gravísimo. Delira y tiene espasmos. Está fría y pálida. Urge adoptar medidas para salvarle la vida. Han llegado los resultados de los exámenes —análisis de sangre, radiografías, ecografías y tal— y se reúne el equipo de atención para decidir sobre los pasos a seguir. Pero hay un problema: solo un profesional de la medicina, el Dr. Rosling, es parte del grupo. El resto está conformado por personas de una diversidad absurda, o cuando menos disfuncional para el caso. Hay un sacerdote especialista en exorcismos, para quien la pobre mujer, como Linda Blair encarnando a Regan en la película El Exorcista, está poseída por Lucifer. ¡Vade retro Satanás! También hay un santero, coincidente en lo de la posesión, pero convencido de que el bicho es otro, un espíritu maligno de poca monta. Así que propone invocaciones diferentes para expulsar al indeseable inquilino. El otro miembro del tragicómico conjunto es una activista anti-vacunas y rabiosa opositora a la medicina científica. Su advertencia: tendrá que pasar sobre su cadáver quien intente acercarle una jeringa o algún fármaco a la desdichada paciente, que a estas alturas convulsiona mientras el exorcista la mira esperando que levante vuelo o tuerza el cuello. Los últimos miembros son un homeópata, un aprendiz de naturista con un manojo de hierbas bajo el brazo y un joven chofer de la funeraria que se equivocó de puerta y no tiene la menor idea de qué hace allí.

La discusión es de película y nadie está de acuerdo en el diagnóstico, menos aún en el tratamiento. Todos hablan jergas de oficio diferentes —el de la funeraria solo pregunta repetidamente a quién tiene que llevarse— y ni siquiera los exámenes con las pistas necesarias han ayudado a consensuar un curso de acción. Cada cual tiene una interpretación distinta de la realidad. El Dr. Rosling, desesperado, impotente y a punto de un ataque, agita los exámenes en el aire y llama a seguridad. ¿Creen que la dama en angustioso sufrimiento salga de esta? Si pudieran, ¿a quién le confiarían la autoridad para hacerse cargo?

Si Ud., como yo, le ha dado el mando al Dr. Rosling es porque valora el conocimiento, la ciencia y la razón. Y sabe que la primera información que tiene a mano es el cuadro visible —y penoso— de la mujer agonizante, los exámenes médicos y años de estudio y experiencia. Añada Google, inteligencia artificial y lo que quiera, pero lo primero es la vocación crítica y científica frente al problema.

El nombre de nuestro galeno no es casual. Es un homenaje a Hans Rosling (1948-2017), sueco, médico, fundador de Gapminder y autor del libro Factfulness[1], publicado en 2018 después de su temprano fallecimiento en pleno auge de su fama. Y viene a cuento en esta entrega porque uno de sus grandes aportes en vida fue combatir la ignorancia con una visión del mundo basada en hechos, en evidencia. Para esta serie sobre el progreso, de esta historia, del legado de Hans Rosling y de lo que he visto en las salas de clase como profesor universitario, quisiera rescatar justamente esa forma de ver y abordar las cosas. Y proponer, entre otros posibles, unos cinco hábitos y criterios de análisis que nos evitarán exabruptos, vergüenzas y situaciones no muy lejanas de nuestra caricaturesca y absurda escena hospitalaria.

[Líneas abajo compartimos el primer criterio de análisis]

Cuidado con las ideas preconcebidas

¿Cuántas veces no ignoramos planteamientos contrarios a nuestras creencias, o descartamos una prueba que atenta contra una idea preconcebida, fija en nuestras cabezas? Hace un tiempo atrás en Malmö, Suecia, en una conversación con Johan Norberg, el autor de Progreso: 10 razones para mirar al futuro con optimismo, surgió este tema. «Es increíble la cantidad de gente que realmente cree que los ricos son cada vez más ricos y los pobres son cada vez más pobres», dijo. «La verdad es que la primera parte de esa afirmación es cierta, pero la segunda está completamente equivocada», completó enfáticamente. Y así explicó cómo el mundo se ha enriquecido, y cómo particularmente la población más necesitada lo ha hecho a gran velocidad. Y es que, si en 1820 más o menos 94% del mundo vivía en extrema pobreza y en 1990 la proporción era de 34%, para luego llegar a un 9.6% en 2015, pues no hay manera de sostener que los pobres son cada vez más pobres.

Más aún, un estudio de Brookings Institution titulado A global tipping point: Half the world is now middle class or wealthier, a cargo de Homi Kharas y Kristofer Hamel, dice que para septiembre de 2018, según sus cálculos, más de 50% de la población mundial —unos 3,8 mil millones de personas— vivía en hogares con gastos discrecionales suficientes como para ser considerados de «clase media» o «ricos».[2]

Así, el rezo de que los ricos son cada vez más ricos y que los pobres van de mal en peor es simplemente una idea preconcebida, una de esas que se graban en la mente con la misma facilidad que se graban —y repiten— los eslóganes.

Hay algunas ideas preconcebidas que caen con «trampas» diseñadas para confrontar a las personas consigo mismas y hasta con el sentido común. En una universidad chilena, en las clases de una asignatura sobre política e instituciones que yo dirigía como profesor, solíamos discutir sobre los mejores y peores sistemas políticos y económicos, y sobre los países más prósperos y prometedores para vivir. Había en el ambiente un cierto sentimiento —muy de estos tiempos— anticapitalista, receloso del libre mercado y antiliberal. O «anti-neoliberal», para usar el término popular. Así que les planteaba «maliciosamente» un ejercicio, una situación ficticia en la que los estudiantes debían listar unas 5 o 10 alternativas de países a donde emigrarían en caso de que tuvieran que hacerlo, como hoy lo hacen los venezolanos huyendo de la hecatombe chavista. Los resultados eran perfectamente predecibles: Estados Unidos, Canadá, Reino Unido, Australia, Japón, Nueva Zelanda, Suiza, Dinamarca, Noruega, Alemania, Estonia, Suecia, los Países Bajos… y así. Era como leer los primeros lugares de los índices de libertad económica de Fraser Institute o Heritage Foundation. La «trampa» es efectiva y los resultados demoledores. El desconcierto era general.

Esto de las ideas preconcebidas podemos extenderlo a muchas situaciones y temas. A veces las personas creen y repiten irreflexivamente lo que escuchan o leen, o están predispuestas a pensar que las cosas están o estarán peor de lo que demuestra la realidad, sea por generalizaciones, por proyecciones de sus experiencias o por sesgos ideológicos. O acaso por pura y simple deshonestidad intelectual. Así, abrir la mente a la posibilidad de que los hechos vayan contra lo que pensamos, o a que nos veamos descubiertos actuando en dirección opuesta a lo que profesamos, es el primer hábito útil para analizar el mundo con claridad. Algo parecido sugiere el Prof. Steven Pinker, citado en la primera entrega de esta serie, en el capítulo sobre la «progresofobia» de su libro En defensa de la ilustración. Lampadia

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Bibliografía:

[1] El título completo del libro es Factfulness: Diez razones por las que estamos equivocados sobre el mundo. Y por qué las cosas están mejor de lo que piensas.

[2] Kharas, H. y Hamel K. (2018). A global tipping point: Half the world is now middle class or wealthier. Brookings Institution. Recuperado el 29 de julio de 2019. Disponible en: https://www.brookings.edu/blog/future-development/2018/09/27/a-global-tipping-point-half-the-world-is-now-middle-class-or-wealthier/