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Quítate el sombrero y ponte a trabajar

Quítate el sombrero y ponte a trabajar

Jaime Spak
Para Lampadia

El domingo 22 en una interesante columna en El Comercio, Jaime Bedoya escribió “cuando un sombrero se usa principalmente bajo techo, como suele ser el caso de nuestro primer mandatario, se omite por completo su función de protección climática. Dentro del Palacio de Gobierno no llueve ni truena ni arrecia el sol”.

En realidad, yo añadiría: quítate el sombrero y ponte a trabajar.

Un muy alto porcentaje de la población está de muy mal talante, y cuando digo población, me refiero al “pueblo”, palabra que utilizó Castillo en su campaña de la segunda vuelta.

El pueblo, el pequeño comerciante ambulante, la humilde ama de casa, el obrero, el pequeño agricultor, ya perdieron la paciencia de tener que soportar a esta pequeña banda de los cuatro chicha (Castillo, Cerrón, Bellido y Bermejo), que creen que pueden jugar con nuestro futuro.

Muchos de nosotros, hemos tenido mucha paciencia con los diferentes gobiernos que manejaron el Perú, en especial los que pintamos canas, hemos sido testigos de excepción del desastre de Velasco con sus siete años de “revolución” que fueron felizmente enmendados [parcialmente] por los cinco años de Morales Bermúdez, que nos devolvió la confianza y generó una vuelta al crecimiento y solidez económica.

Luego de ello se volvió a sufrir con el débil gobierno de Belaunde, el desastre del primer gobierno hiperinflacionario y de corrupción de Alan García, y que luego de la sorpresiva elección de Fujimori, aplaudimos sus primeros cinco años de gobierno, donde lucho de manera frontal contra el terrorismo, volvimos a ser un país elegible para el mundo financiero mundial, y logro firmar la paz con Ecuador. Luego criticamos el intento de perpetuarse en el poder, la corrupción de Montesinos y el copamiento de los medios de comunicación.

No seguiré con los otros gobiernos, pues no alcanzaría esta columna para seguir con las críticas.

Somos una nación trabajadora, con la gran mayoría de gente decente, pero que hemos y somos gobernados por el pequeño porcentaje de incapaces que han impedido que seamos el país que todos soñamos.

Por ello le digo a Castillo quítate el sombrero y ponte a trabajar.

No tenemos tiempo que perder, en seguir hablando sobre este gabinete Bellido, donde 12 de los 19 ministros tienen serios cuestionamientos de carácter legal, ético y moral y algunos de los siete restantes no tienen los pergaminos para dirigir ministerios.

Como alguien dijo, “la audición la deben de haber hecho en Lurigancho”.

En lugar de luchar contra la crisis económica, sanitaria, pierden valioso tiempo con tuits de Cerrón y compañía.

Qué vergüenza haber llegado a esta situación, la idea de cambiar la constitución, como que de ello dependiera el futuro de nuestro país, o de ver pasmados, como impresentables del Movadef se pasean como por su casa en el palacio de Gobierno y los diferentes ministerios.

Este gobierno elegido por una minoría y que en la segunda vuelta fue favorecido por el mensaje “Fujimori nunca más”, ha demostrado en los primeros 30 días una incapacidad suprema para gobernar.

Nos han faltado el respeto a los peruanos, al presentarse a administrar el país sin una agenda de trabajo, sin un plan de desarrollo, nada de nada.

Un gobierno requiere de un mínimo de 500 personas de nivel para ocupar los más importantes puestos públicos, desde ministros, viceministros, directores de organismos, etc.

Si vemos el gabinete Bellido, vemos que no tienen ni siquiera 19 personas que puedan ayudar en la gobernabilidad, como harán para conseguir el resto de profesionales.

Por ello vemos cada día, casos de gente incompetente asumir puestos que luego de pasar por el filtro de la prensa, son removidos o deben de renunciar, pues en verdad son gente impresentable.

Hace 30 días que los peruanos no hablamos mas que del futuro negro que nos depara un gobernante incapaz y que al no tener ni el más mínimo asomo de liderazgo es avasallado por Cerrón y compañía.

Por ello en nombre de los mas de 30 millones de peruanos, le digo al señor Castillo, quítate el sombrero y ponte a trabajar.

Y si no lo haces ten la decencia de renunciar.

No tenemos tiempo que perder, o cambia de una vez con un giro dramático y congrega a gente competente que lo ayuden a gobernar estos cinco años, o mejor se queda con el sombrero, renuncia y regresa a su natal Catabamba, donde sus alumnos de primaria lo deben de estar extrañando. Lampadia




¿El Tribunal Constitucional en retirada?

¿El Tribunal Constitucional en retirada?

Fausto Salinas Lovón
Desde Cusco
Exclusivo para Lampadia

En el Perú existen varias formas e instituciones encargadas de determinar a quién le asiste un derecho. A esas formas le llamamos jurisdicciones.

  • El Poder Judicial es el más conocido, resuelve casos civiles, penales, laborales y de otra índole a través de los jueces de paz, de primera instancia, jueces superiores y jueces supremos. Esta es la jurisdicción ordinaria.
  • El Tribunal Constitucional atiende la protección de nuestros derechos constitucionales y vigila que la Constitución no sea violada por leyes o actos de los poderes públicos o de particulares. Esta es la jurisdicción constitucional.
  • Los árbitros, de manera independiente o en tribunales arbitrales ejercen la jurisdicción arbitral y resuelven las controversias que las partes someten a su conocimiento. Normalmente son casos comerciales o están referidos a la contratación pública o a las negociaciones colectivas entre empleadores y sindicatos.
  • La jurisdicción electoral tiene a su cargo resolver las controversias derivadas del ejercicio de nuestros derechos políticos al voto, al referéndum, a la participación en los asuntos públicos o a la revocatoria. El Jurado Nacional de Elecciones a nivel local y los jurados provinciales ejercen esta jurisdicción.
  • La jurisdicción militar es ejercida por el Consejo de Justicia Militar, donde se procesan los delitos de función y faltas de militares y policías en ejercicio de sus funciones.
  • Finalmente, la Constitución, que reconoce todos estos tipos de jurisdicciones, reconoce la justicia comunal o campesina, al interior de las Comunidades Campesinas de acuerdo a sus costumbres y sin violar derechos fundamentales.

Este diseño de pluralidad de jurisdicciones no es exclusivo del Perú y plantea desde un inicio la posibilidad de conflictos entre las jurisdicciones y la disputa por la supremacía de una jurisdicción sobre las demás. Para algunos como el constitucionalista Aníbal Quiroga, estos conflictos se pueden graficar como un ¨choque de trenes¨. Otros lo hemos denominado desde hace muchos años como la ¨guerra de las jurisdicciones¨. Lo cierto es que ha habido conflicto entre las jurisdicciones y el Tribunal Constitucional, no solo a juicio de quien escribe, ganó esa batalla antes de cumplir los 15 años de su instalación, habiéndose convertido, en términos del constitucionalista Blume Fortini en el ¨supremo interprete de la Constitución en el Peru¨.

Esta victoria del Tribunal Constitucional sobre las demás jurisdicciones implica, en términos sencillos  como se escribe esta nota que no tiene afanes jurídicos sino informativos, que este tribunal a través de sus 7 magistrados, puede revisar no solamente la actuación de los poderes políticos y los particulares, sino también la actuación de los otros poderes jurisdiccionales (Poder Judicial, Justicia Militar, Árbitros, Jurado Nacional de Elecciones y justicia comunal) para revisar si están cumpliendo o no con la constitución. Esta victoria, aunque ha sido lograda por personas e ideas, es sobre todo una victoria de la Constitución y no de uno u otro magistrado. Más aún, es una victoria obtenida a lo largo de muchos años, por magistrados de diverso origen y perspectiva y, elegidos por congresos de distinta orientación ideológica. Primero permitió exigir a los jueces, tribunales, árbitros y demás instancias jurisdiccionales que cumplan con el DEBIDO PROCESO al cual tenemos derecho todos. Posteriormente, ha permitido exigir a jueces y tribunales el respeto a otros derechos constitucionales como la libertad, el honor, el trabajo, la propiedad o la herencia.

Solo para citar algunos ejemplos concretos de esta situación podemos mencionar algunas de las razones por las cuales sentencias del Poder Judicial y de las otras jurisdicciones han sido anuladas:

  • Falta de motivación o motivaciones aparentes, insuficientes o contradictorias.
  • Afectación al derecho a la prueba de las personas
  • Por haber juzgado en fueros militares delitos comunes.
  • Por haberse condenado a personas en base a indicios y no en base a pruebas.
  • La confiscación de bienes sin justiprecio o mediante trámites administrativos.
  • Por no haberse citado a una persona en un proceso judicial o una actuación administrativa.

Esta supremacía de la jurisdicción constitucional de varias décadas, lamentablemente parece estar llegando a su fin.

La victoria de la Constitución a través del Tribunal Constitucional se mantuvo en tanto y en cuanto este último mantuvo izado su estandarte, se mantuvo en guardia y defendió sus fueros y sus decisiones, por encima de los colores políticos de sus integrantes o de las partes involucradas. Cuando el Tribunal, bajo su actual conducción, por razones políticas que debieron aconsejar una abstención, pero no una señal de que la batalla ha concluido. Declaración de este tipo, rechaza de plano la posibilidad de que prospere un pedido de represión de actos homogéneos ante la nueva detención preventiva de la señora Keiko Fujimori, lo que hace es dar una muy mala señal: el Tribunal bajo el estandarte, clara señal de que la Dra. Ledesma no está dispuesta a seguir librando batallas a favor de su jurisdicción.

Lo peligroso y lo triste no es solamente que la señora Fujimori a quien no tengo el gusto de conocer, quede limitada en su posibilidad de plantear un pedido como el que mencionamos, sino el mensaje enviado: el Tribunal Constitucional no defenderá sus fueros, no defenderá sus sentencias, no seguirá librando batalla para que la Constitución este por delante. Eso es lo peligroso, ya que bajo ese mensaje, seguirán habiendo personas que pierdan sus bienes por confiscaciones administrativas o actos dictatoriales revestidos de la apariencia de decisiones judiciales, volverán a haber personas que sean despedidas sin haber tenido el derecho a probar, habrá militares a los que juzguen en fueros militares pese a que sus delitos son comunes, seguirán habiendo condenados por indicios y sin pruebas que no puedan ya acudir al Tribunal Constitucional porque este ha dejado de defenderlos.

¿Sera entonces que el Tribunal Constitucional está en retirada? Lampadia




Sin miedo a legislar

Sin miedo a legislar

Fausto Salinas Lovón
Desde Cusco
Exclusivo para Lampadia

La coyuntura política ha colocado al empresario Pedro Olaechea como líder del Congreso. En su primer acto pronunció un discurso que todo peruano de bien suscribe y que representa (como no se había visto desde el 2016 ni en los discursos de PPK o KF), el verdadero mandato electoral de ese año: respeto al modelo constitucional, crecimiento económico, inversión y desarrollo para superar la pobreza.  La respuesta que recibió al día siguiente fue un puntapié. El presidente Vizcarra, lejos de buscar el consenso y tomar esa flor para armar en conjunto una agenda por él Perú, siguió el mandato imperativo de la izquierda y anuncio planteó el adelanto de elecciones.

Esta semana, pese al puntapié presidencial, nuevamente Pedro Olaechea ha extendido la mano al Presidente Vizcarra y le ha vuelto a ofrecer una agenda conjunta de trabajo entre ambos poderes, es decir lo que el Perú necesita para que ese 1`365,000 de jóvenes “ninis” que ni estudian ni trabajan, encuentren empleo, oportunidades y futuro. El Presidente Vizcarra, ha aceptado reunirse, pero nada hace pensar que cambie su posición confrontacional luego de la reunión.

¿Cuál es el reto entonces del presidente del Congreso?

¿Debe devolver nuevamente los golpes del Poder Ejecutivo?  ¿Debe dar paso a los pedidos de vacancia de un presidente que negocia con los extorsionadores sociales del Sur y abdica de preservar el orden y la paz? ¿Debe dar cabida a la censura de los ministros ornamentales de este gobierno que sólo secundan y no gobiernan? ¿Debe impulsar las investigaciones a los negocios presidenciales en la Interoceánica de Odebrecht?  ¿Debe fiscalizar los millonarios gastos de publicidad del Poder Ejecutivo en los canales y diarios que silencian los escandalosos audios presidenciales con muertos, violaciones y escándalos de farándula?  ¿Debe fiscalizar los favores presupuestales a gobernadores regionales dispuestos a acompañar en la foto al presidente Vizcarra cada que lanza algún desafío por consejo de su asesor argentino?

Tal vez. Este puede ser un camino.

Sin embargo, a mi juicio no es el mejor camino o por lo menos no debe ser el más importante.

El camino que debería seguir es el de pasar a ser un verdadero líder y conducir al Congreso en una dirección distinta de aquella que siguieron sus tres predecesores. Debe olvidarse de la pequeñez de su bancada y apropiarse de la magnitud del mandato electoral del 2016 con la cual coincide su discurso, voluntad ciudadana a la cual por fin alguien representa y que supera el 70% de los peruanos. Debe asumir el reto de liderar entonces no sólo al Congreso, sino a esa voluntad popular a la que abandonaron primero Kuczynski y Keiko Fujimori en sus absurdas disputas y de la que reniega el presidente

Vizcarra para dejar traslucir el polo que rojo que llevaba adentro, que recién advierte la gobiernista revista Caretas.

En este camino, el presidente del Congreso tampoco debe tener temor a legislar. El Perú no puede darse el lujo de tener un presidente que tenga miedo a gobernar y un líder del Congreso que también tenga temor a legislar. Su reto, por lo tanto, es ese.

  • El Congreso debe hacer la gran reforma de la inversión privada que impulse a las pymes como motor de la formalización, la recaudación razonable y la generación de empleo mínimamente digno.
  • El Congreso puede impulsar los motores de nuestra economía mediante una legislación promotora de la inversión hidrocarburífera, de las inversiones en energías limpias, de la minería, del turismo y de la agro exportación.
  • El Congreso debe detener la asfixia estatal que consume en licencias, permisos, autorizaciones, certificaciones, tasas, inspecciones y estudios previos los escasos recursos de pequeños, medianos y grandes empresarios antes de que se haya producido un sol o se haya generado un solo puesto de trabajo.
  • El Congreso debe poner tope al crecimiento de la planilla estatal que se incrementa cada período de gobierno a nivel nacional, regional y local, impidiendo que los recursos vayan a obras y se consuman en gasto corriente.
  • El Congreso debe revisar una descentralización de enfoque preferentemente público que no ha atraído inversiones en las regiones y que sólo ha aportado gobernadores y autoridades en prisión.
  • El Congreso debe alentar la depuración de la Corte Suprema y la Fiscalía de la Nación ante la inoperancia de las improvisadas reformas impulsadas por el Presidente Vizcarra que han cambiado todo para que nada cambie, dando paso para ello a la tramitación de las acusaciones constitucionales que el artículo 99 de la Constitución permite y bajo cuyo trámite se puede hacer mucho más para enfrentar la corrupción a este nivel.
  • El Congreso debe elegir a los magistrados del Tribunal Constitucional, 6 de los cuales ya han cumplido su mandato.

El Congreso puede hacer mucho más, sin interferir en la labor del Poder Ejecutivo y aún a pesar de él. El reto de Pedro Olaechea es sin duda muy grande. Tendrá que ser un líder sin miedo a legislar. Lampadia




Los gobiernos de Alan García

Jaime de Althaus
Para Lampadia

Alan García fue el culpable de que yo derivara en el periodismo a la edad de 37 años. Su mensaje electoral en la campaña del 85 había puesto énfasis en la necesidad de reivindicar la producción andina abatida desde Velasco por las importaciones doblemente subsidiadas de alimentos y por el dólar barato. Pero la política económica que puso en marcha el flamante presidente fue traicionando crecientemente ese mensaje, primero congelando los precios de varios alimentos con el pretexto de controlar la inflación, y luego, otorgando el tristemente célebre dólar MUC mucho más rebajado para importar precisamente alimentos baratos ilusamente en favor de la alimentación popular. Lejos de devolverle el mercado nacional a los campesinos andinos, como había prometido, les clavaba el puntillazo final de importaciones masivas y artificialmente baratas de trigo y productos lácteos que dejaban cada vez menos espacio a la papa, la leche y otros productos andinos que no podían competir. Fue entonces que decidí escribir un artículo –algo que nunca había hecho-, y enviárselo a Manuel Ulloa, dueño del diario Expreso y con quien yo había trabajado en la PCM en el gobierno de Belaunde. Fue publicado un domingo de febrero o marzo de 1987 y Manuel D’Ornellas me pidió que siguiera escribiendo todos los domingos. Al cabo de unos meses, Ulloa me ofreció la jefatura de editorial del periódico, y acepté.

O sea que le debo a Alan García mi entrega al periodismo. Y también haber podido participar en los mejores años de debate ideológico que se hayan dado en el periodismo nacional, que fueron los que se desarrollaron entre 1987 y 1990 entre las posiciones liberales esgrimidas desde el diario Expreso y las socialistas defendidas desde el diario La República. Fue esa crítica liberal desde las editoriales y los artículos publicados por varios autores en el diario la que generó la base de opinión que permitió y acompañó la emergencia de Hernando de Soto y Mario Vargas Llosa como los adalides de la conciencia liberal en el país, luego del intento de estatización de la banca.

Como era previsible, el intervencionismo económico denunciado en esos artículos produjo finalmente la tremenda hiperinflación que ocasionó el colapso total del Estado.

Fujimori, que había ganado la elección con un mensaje anti shock económico, pudo sin embargo aplicarlo y llevar adelante las reformas liberales y privatizadoras, porque cualquier cosa era mejor que la desesperada angustia económica sin futuro que vivíamos los peruanos. Paradójicamente, el abismo al que nos llevó el primer gobierno de García creó las condiciones que permitieron un cambio de modelo económico que ha generado estabilidad y crecimiento sostenido en las siguientes casi tres décadas, aunque un intervencionismo de baja intensidad restaurado a partir del 2011 nos haya frenado el crecimiento económico.

Reelegido el 2006 pese a su desastroso primero gobierno solo porque la alternativa de Ollanta Humala amenazaba con políticas aún peores, García había aprendido la lección económica y aplicó políticas exactamente contrarias a las de su primer gobierno. Mantuvo la libertad de los mercados heredada desde los 90 y se propuso atraer gran inversión para desarrollar el país. Logró tasas de crecimiento muy altas, ayudado en parte por los buenos precios de los minerales. Pero, interesado solo en los grandes proyectos, desdeñó, pese a habérselos explicado, los programas –como Sierra Productiva- que hubieran podido aumentar la productividad de los campesinos andinos convirtiéndolos en empresarios para dar un salto histórico en el paisaje rural andino. Más bien cometió el grave error político –incomprensible en un hombre de su inteligencia- de desarrollar en varios artículos la tesis del “perro del hortelano”, que en buena cuenta adjudicaba tal condición precisamente a las comunidades que eventualmente se oponían a la inversión minera o petrolera.  

No obstante, Alan García siempre tuvo un alto sentido de su misión histórica y de llevar al Perú a un destino superior. Por eso también el énfasis en los grandes proyectos. Canalizó acertadamente la animadversión a los chilenos transformándola en una competencia económica, retando a crecer más para alcanzarlos. Tenía una visión geopolítica del país y por eso fue él quien ideó y planteó la Alianza del Pacífico, que hoy es el área de integración regional que más avances ha logrado.

No impulsó reformas institucionales salvo una: la creación de SERVIR como herramienta para avanzar hacia un Estado profesional y meritocrático, acaso para remediar en alguna medida la demagógica reducción de sueldos de los altos funcionarios que adoptara al inicio de su segundo gobierno y que debilitó al Estado.

También llevó a cabo una reforma clave que ni Fujimori, en su gobierno autocrático, se había atrevido a ejecutar: la evaluación de los maestros. Dio la ley de carrera magisterial con un contenido claramente meritocrático, algo que parecía muy difícil en un gobierno democrático. Pero su liderazgo y los exámenes que mostraban los bajísimos rendimientos de los escolares y de los propios maestros, convencieron a la opinión pública, y la ley pudo aprobarse e implantarse pese a la oposición organizada del Sutep. No tuvo la misma suerte el globo de ensayo que lanzó para aprobar una reforma laboral que permitiera la inclusión de las mayorías informales. A la primera manifestación de oposición, abandonó la causa.

En el balance, su segundo gobierno fue bueno, el mejor de los últimos 20 años. Sin duda se reivindicó ante la historia. Pero en los últimos tiempos las acusaciones lo cercaron y él prefirió matarse antes que sufrir el vejamen de la prisión. Decisión dramática fundada en la defensa de dignidad del más alto cargo que representa y personifica a la Nación. Que, pese a todo, lo redime y enaltece. Lampadia




Adalid de la paz con Ecuador

A puertas de cumplirse veinte años del Acta de Brasilia, firmada por Perú y Ecuador, conozca el testimonio de quien fue el promotor del histórico acuerdo.

Revista Embajador
25 de setiembre, 2018

Fernando De Trazegnies, ex canciller

La paz entre Perú y Ecuador fue necesaria. El hecho —que las nuevas generaciones han olvidado— ancló en el pasado los enfrentamientos armados de todos los fines de enero, con motivo de los aniversarios del Protocolo de Río de Janeiro. Próximamente se celebrará un aniversario más del Acta de Brasilia o Acuerdo Definitivo de la Paz, Amistad y Límites entre Perú y Ecuador (firmado el 26 de octubre de 1998).

Uno de los protagonistas —y que además refrendó el tratado— fue el entonces canciller peruano Fernando De Trazegnies Granda, destacado escritor, genealogista y abogado. De Trazegnies brindó su histórico testimonio a la revista diplomática EMBAJADOR, en el que detalla cómo nació la propuesta de darle solución al conflicto entre ambos países. Asimismo, cuenta su experiencia como emisario secreto en la reunión con el recién electo presidente ecuatoriano Jamil Mahuad.

Testigo presencial

El abogado cuenta que el jefe de Estado ecuatoriano también había enviado a Perú un mensajero secreto para reunirse con el presidente Alberto Fujimori. El visitante sustentaba que no había solución para el problema limítrofe y que se debía dejar como estaba. “La única manera de solucionar las cosas es que nos den un pedazo de tierra, pero ustedes no nos la van a dar nunca. Entonces, ¿para qué discutirlo?”, sostuvo.

Cuando viajó De Trazegnies a Quito fue recibido por el presidente y el canciller ecuatoriano, José Ayala, en el Palacio de Carondelet, donde se desarrolló la siguiente conversación:

— Mahuad: Me dijeron que usted es abogado.

— De Trazegnies: Sí.

— Mahuad: No es una persona de Relaciones Exteriores.

— De Trazegnies: Mi padre sí lo era, yo no. Pero el presidente me ha encargado hablar con usted sobre el acuerdo de paz, tema que conozco y me ha preocupado.

— Mahuad: Entonces yo no sé cómo se introduce usted en este tema que es muy complicado y muy difícil.

— De Trazegnies: Sí, presidente, es muy difícil; pero tengo esperanza. Además, guardo una relación con este país. He venido a este palacio y aquí vivió mi tataratatarabuelo Pedro Vásquez de Velasco. (Mi madre se apellidaba Granda Vásquez de Velasco).

Lazo familiar

Relata el abogado que el presidente ecuatoriano se quedó muy sorprendido con su confesión y le pidió que le explique.

— De Trazegnies: Él vino a América como presidente de la Real Audiencia de Quito, después vino al Perú y se casó.

— Mahuad: Ah, y usted es el descendiente de Vásquez de Velasco.

En ese momento intervino el canciller ecuatoriano.

— Ayala: Perdona, ¿cómo sabes que eres el descendiente?

— De Trazegnies: Por mi padre, él era historiador y genealogista. Además, un presidente ecuatoriano publicó un libro.

Ayala trajo el libro y dijo que no había encontrado al tataratatarabuelo del enviado peruano.

— De Trazegnies: Seguro has estado viendo solo las fotos de las pinturas que están en el Palacio. Ustedes fueron tan ingratos que él no tiene ninguna pintura. Fíjese en la página 16 línea ocho.

Tras constatar que su ancestro figuraba en el libro, la conversación se hizo más amigable.

Circunstancias que unen

El presidente Mahuad reiteró: “Entonces no es diplomático, tampoco político” y prosiguió el diálogo.

— De Trazegnies: No soy político ni quiero serlo. Estoy involucrado en este tema porque somos países hermanos que debemos estar juntos. Yo repito la estupenda frase del intelectual peruano José de la Riva Agüero: “Todos los latinoamericanos somos hermanos porque tenemos el mismo padre español”, pero —añadí— Perú con Ecuador somos hermanos también de madre, porque tuvimos la misma madre inca.

El mandatario se quedó maravillado y le pidió que hable de su relación con el Ministerio de Relaciones Exteriores, porque según Mahuad era de ahí donde venían los problemas. El emisario peruano prosiguió narrándole, en este caso, sobre el local del Ministerio de Reacciones Exteriores: “Es una muy linda casa virreinal cuyo dueño era José Bernardo de Tagle y Portocarrero, Marqués de Torre Tagle. Tenía tres hijas y una de ellas se casó con Manuel Ortiz de Zevallos ¡de Quito! Fíjese usted las vinculaciones que tenemos”.

— Mahuad: Eso me parece realmente importante.

— De Trazegnies: ¿Puedo contarle otra historia? Usted sin duda conoce la procesión del Señor de los Milagros.

— Mahuad: Sí, por supuesto. La he visto en fotos y a la procesión va una muy buena cantidad de personas. Es impresionante. Pero, ¿qué tiene que ver con todo esto?

— De Trazegnies: En la parte de atrás del Señor de los Milagros está la Virgen de la Nube, patrona de Quito.

— Mahuad: Usted ya me está engañando. (Risas)

— De Trazegnies: No. Le estoy diciendo lo que es. Somos muy unidos con Ecuador.

Esta conversación soltó por completo al mandatario, quien trató de “tú” al mensajero peruano.

Diálogo por la paz

— Mahuad: Tienes una forma interesante de ver las cosas. Ahora, ¿cómo arreglar el problema que tenemos entre nuestros países? Hay que ver una forma de salir de los impases.

— De Trazegnies: Por todas las conversaciones que he mantenido con tu gente, sé que quieren Tiwinza y si no, no hay arreglo. Eso me parece muy malo. En eso no podemos llegar a un acuerdo porque tú sabes que ese es territorio peruano.

— Mahuad: Eso nos daría una satisfacción.

— De Trazegnies: Aquí no hay satisfacciones que valgan. Eso no puede ser así.

Por ser medio día, el mandatario invitó a almorzar al enviado peruano y continuaron la conversación:

— De Trazegnies: Tiwinza hasta el borde. Me pides mucho. Nunca se podrá resolver.

— Mahuad: Estamos en eso. Fíjate cómo están las negociaciones, en una situación pésima.

— De Trazegnies: No encuentran un acuerdo, pero nosotros deberíamos hacerlo. ¿Puedo hablarte muy directamente?

— Mahuad: Sí, ya somos ahora amigos de toda la vida (risas).

El quid de la cuestión

— De Trazegnies: ¿Por qué se insiste tanto en Tiwinza, que es un lote de la selva y que en realidad es inhóspito y no les sirve a ambos países?

— Mahuad: Ahí, en la última guerra (Cenepa), hubo una situación muy importante. Era un puesto de guerra que no se rindió al Perú cuando entró. En realidad, Tiwinza se entregó a un contingente de las Naciones Unidas. Ahí murió mucha gente que la defendió y está enterrada. Nosotros tenemos que defender Tiwinza.

Ante el argumento del presidente Mahuad, De Trazegnies reflexionó y respondió:

— De Trazegnies: ¿Tu preocupación es porque hay muchos soldados muertos y enterrados en esa zona?

— Mahuad: Claro.

— De Trazegnies: Me parece perfectamente válida.

— Mahuad: Ah, ¿tú también estás de acuerdo?

— De Trazegnies: No, no. Piensa en Francia, Bélgica o Alemania. Hay mucha gente de otros países que han muerto en las guerras y hay cementerios de esas naciones. El cementerio es propiedad privada del otro país, pero el terreno no es parte de dicha zona; es como la Embajada de Lima. Entonces, ¿por qué no hacemos eso?

— Mahuad: De repente hemos llegado al punto, a la solución. Me gusta tu tesis.

— De Trazegnies: Sería sencillo. Nadie tendría que pelearse. Se quedan con Tiwinza, hasta le hacemos una carretera que vaya desde la frontera. Tiene un kilómetro cuadrado, pero solo como propiedad.

— Mahuad: Estamos encontrando una solución. Tomemos esto con prudencia. No lo divulguemos. Usted lo informa a su presidente.

FF.AA. a favor

Antes que De Trazegnies regresara a Lima, el mandatario ecuatoriano le puso a disposición un vehículo para que pasee por Quito. “La relación no era de enemigos, sino de amigos que tienen un problema y que están buscando cómo superarlo”, señaló.

Llamó al presidente Fujimori y le explicó. Le pareció muy interesante y dijo que con eso se arreglaba todo, porque era el mismo pensamiento de Mahuad. “Me ordenó que no le diga nada a nadie hasta que madure la idea y nos reunamos con los ecuatorianos. Ni al ministro (Eduardo Ferrero), cosa que objeté, pero Fujimori no quiso y me dijo que eso quedaba por su cuenta”, detalló el abogado.

Luego Fujimori habló con los militares para conocer su apreciación al respecto y ellos estuvieron a favor. Hubo una reunión en Palacio de Gobierno en la que estuvo, además del presidente, el canciller Ferrero, el primer ministro Alberto Pandolfi, los comandantes generales de las FF.AA., otros militares de alta graduación y De Trazegnies.

Posición en contra

Según indicó De Trazegnies, en la reunión “el ministro Ferrero señaló que no había solución, que no debía entregarse el terreno y que los ecuatorianos nos van a dar problemas siempre”. Por su parte el abogado argumentó que ese terreno era como darle un estatus de Embajada. Uno de los altos mandos militares preguntó a Ferrero: ¿qué es lo que piensa?, ¿qué hay que hacer con Ecuador? A lo cual respondió que, como ministro, pensaba en una paz armada.

Tras estas declaraciones, los asistentes se quedaron en silencio y un militar dijo: “perdone, señor presidente, pero a mí me llama mucho la atención y nos extraña que los militares hablemos de paz y el señor ministro esté hablando de guerra”, palabras que el escritor sostiene no olvidará nunca.

Cuando salieron de la reunión, Ferrero le dijo que lo que planteaba era una barbaridad, que no lo apoyaría y que renunciaría. De Trazegnies le pidió que no lo haga porque estaban a punto de conseguir la paz con Ecuador.

Concretando acuerdos

Luego el mandatario peruano viajó con De Trazegnies a Nueva York, entre otras cosas, para encontrarse con Mahuad. “Antes de partir fui a la Cancillería y pedí instrucciones a Ferrero. Él me manifestó que el arreglo no le gustaba. Le pedí que no haga cambios y que todo saldría muy bien”, sostuvo el abogado.

Una vez en el avión, les llegó la noticia de que el ministro había renunciado. Frente a ello, Fujimori dijo “bueno, ya lo esperábamos. Ya veremos qué hacemos y sigamos trabajando”. Posteriormente se habló con Mahuad y se concretó el acuerdo.

Pacto prodigioso

“Estando en Lima, días después, el presidente me llamó a la una de la mañana y me dijo que juraría como ministro horas después. Trabajamos coordinadamente, superamos problemas y todos estábamos de acuerdo en que Tiwinza se entregaba como propiedad privada. El único percance era que había que explicar bien el tema para que la gente lo entendiera. Además, finiquitarlo con Ecuador”, sostuvo De Trazegnies.

Según indicó, viajó junto con Fujimori a Brasil para tener una reunión con el presidente, y también estuvieron presentes Jorge Valdez y Mahuad. Tras presentar las propuestas en sesión reservada, las opiniones fueron positivas. En el caso de Lima se opuso el hermano del exministro, Carlos Ferrero. Ambos jefes de Estado conversaron con sus equipos y todo estuvo conforme. Solo se tenía que presentar bien las cosas en Brasilia.

¿Sintió alguna vez que el arreglo se le iba de las manos?

Varias veces, pero cosas pequeñas.

¿Cuál es su reflexión después de veinte años?

Me siento muy contento. Me molesta un poco que critiquen mi intervención. Todo lo que hice fue por amor al país. Yo quería, como dije antes, que el Perú y Ecuador fueran realmente dos hermanos de padre y madre. Hoy han mejorado las relaciones en todos los ámbitos: diplomáticos, turísticos, comerciales y de inversores. Podemos decir que hemos llegado a una situación, con Ecuador, de verdadera hermandad.

Lampadia




La revolución peruana y el capitalismo de los pobres

La revolución peruana y el capitalismo de los pobres

Interesante artículo de Mauricio Rojas, de origen chileno, sobre la evolución económica y social del Perú. Destaca la siembra política de Vargas Llosa en la campaña del 90, las reformas liberales de Fujimori y la naturaleza del sector informal peruano.

Sobre el sector informal, afirma que ha sido una suerte de colchón, ya que absorbía empleo cuando la economía se debilitaba y se reconvertía a la formalidad en épocas de crecimiento. Interesante análisis sobre este sector, al cual le asigna más virtudes que defectos.

Como hemos dicho en anteriores ocaciones en Lampadia, más que combatir la informalidad, debemos desregular la asfixiante formalidad. 

Ver artículo de Rojas:

 

La revolución peruana y el capitalismo de los pobres

Por Mauricio Rojas, historiador económico y escritor sueco de origen chileno. Es profesor adjunto en la Universidad de Lund en Suecia y miembro de la Junta Académica de la Fundación para el Progreso (Chile).

Publicado por elcato.org, CATO, el 21 de abril de 2015.

Del caos al progreso

Nadie hubiese podido imaginar a mediados de 1990 que en 25 años Perú sería uno de los países más exitosos de América Latina, triplicando su PIB y reduciendo drásticamente la pobreza a pesar de un notable incremento demográfico que ha elevado su población de 22 a 31 millones de habitantes.

En 1990 el país se encontraba en una situación caótica, producto de una dilatada crisis económica que había adquirido proporciones gigantescas hacia fines del gobierno de Alan García (1985-1990) y una escalada de violencia política sin precedentes. El ingreso per cápita de los peruanos había caído más de un 30% de 1987 a 1990 y se encontraba al mismo nivel que en 1960. Las finanzas públicas se mantenían gracias a una emisión descontrolada de dinero que desató una hiperinflación que acumuló la exorbitante cifra de 2.2 millones por ciento durante el período de García. Más de la mitad de los peruanos vivía en condiciones de pobreza y la gran mayoría de ellos habitaba en zonas rurales o en inmensas barriadas (“pueblos nuevos”) que existían al margen de las instituciones y leyes del país. Este era el caso de cerca de la mitad de los 6 millones de habitantes que por entonces vivían en la región metropolitana de Lima-Callao. Al mismo tiempo, gran parte de las zonas rurales del altiplano estaban bajo el control de la guerrilla maoista Sendero Luminoso que junto al Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA) sembraban el terror por doquier, en una guerra sin cuartel que terminaría costando cerca de 70 mil muertos y desaparecidos.

Para muchos, Perú estaba a las puertas de una revolución comunista, pero pasó justamente lo contrario: desde abajo y desde la marginalidad el pueblo peruano desencadenaría una revolución capitalista sin precedentes en la historia latinoamericana. Para ello fue necesario el genio de Mario Vargas Llosa, la ilimitada inescrupulosidad de Alberto Fujimori y el talento emprendedor de millones de peruanos.

La revolución liberal de Mario Vargas Llosa

El aporte de Vargas Llosa a la exitosa transformación del Perú fue de primer orden, indicando el camino por el que el país finalmente transitaría para salir de su crisis. Desde 1987 se había volcado de lleno a la actividad política y fue candidato a presidente en 1990 proponiendo algo tan insólito en Perú —y en América Latina en general— como una revolución liberal que abriera su economía y liberara el potencial emprendedor de su pueblo condenado a la marginalidad por un Estado y una legalidad al servicio de las elites tradicionales. Era la alternativa del “capitalismo de los pobres”, como él la llamo, en vez del capitalismo cerrado y oligárquico del pasado.

Como el mismo Vargas Llosa ha explicado en su relato autobiográfico El pez en el agua: “El programa para el que yo pedí un mandato y que el pueblo peruano rechazó, se proponía sanear las finanzas públicas, acabar con la inflación y abrir la economía peruana al mundo, como parte de un proyecto integral de desmantelamiento de la estructura discriminatoria de la sociedad, removiendo sus sistemas de privilegio, de manera que los millones de pobres y marginados pudieran por fin acceder a aquello que Hayek llama la trinidad inseparable de la civilización: la legalidad, la libertad y la propiedad”.

Además, todo esto había que hacerlo ya. La crisis peruana era de tal gravedad que no permitía medias tintas ni gradualismos. Ello implicaría un alto costo inicial y sobre ello Vargas Llosa fue absolutamente transparente. Quería ganar la elección como el hombre honesto que es, es decir, “con la aquiescencia y participación de los peruanos, no con nocturnidad y alevosía, y, por supuesto, perdió.

Las sorpresas de Fujimori

Alberto Fujimori derrotó ampliamente a Mario Vargas Llosa en la segunda vuelta de la elección presidencial de junio de 1990. De él poco se sabía y su mayor capital político era no pertenecer a las desprestigiadas elites sociales y políticas del país. No tenía ni siquiera un programa concreto de gobierno sino sólo declaraciones muy vagas y, sobre todo, la promesa de no someter al país a un cambio radical como el que proponía Vargas Llosa. Pero fue justamente lo que hizo a partir del célebre programa de estabilización económica anunciado el 8 de agosto de 1990, a los diez días de haber asumido el poder. Se lo conoce, adecuadamente, como el “Fujishock” o también como el “paquetazo”, y fue completado posteriormente por nuevas medidas que profundizaron su impacto.

Sus grandes líneas apuntaron a frenar la inflación mediante una rápida reducción del déficit fiscal, abrir la economía peruana, tanto interna como externamente, y reinsertar al Perú en el sistema financiero internacional. Entre otras cosas, en 1991 se redujeron los gastos corrientes del Estado con un 27.7% en relación al año anterior mediante una férrea disciplina fiscal, la reducción de salarios y subsidios así como el incremento drástico de los precios de los bienes y servicios públicos. Simultáneamente se eliminaron casi todas las trabas a la importación y los aranceles fueron reducidos considerablemente, se liberalizaron los mercados de bienes, servicios, capitales y trabajo, se eliminó una serie de instituciones estatales y, a partir de 1992, se llevó a cabo una amplia privatización de empresas públicas, fuera de impulsarse un reforma tributaria para aumentar la recaudación y fijarse algunos impuestos de emergencia.

El impacto inicial de estas medidas fue duro, profundizando la contracción de la economía iniciada en 1988. En 1992 el PIB per cápita era 11.6% inferior al de 1989 y 31% en relación al de 1987. El empleo público se redujo en una quinta parte entre de 1989 y 1992, y el salario medio cayó en 1990 un 28.4%, lo que vino a agudizar el descalabro de los salarios reales iniciada en 1988 que los redujo con un 69% de 1987 a 1990. Por su parte, la pobreza afectaba en 1991 en torno al 55% de la población peruana, lo que representaba un deterioro muy sustancial respecto del 43% registrado a mediados de los años 80. Sin embargo, es imposible precisar cuánto de ese deterioro se debe a las medidas adoptadas por Fujimori y cuánto a la debacle económica causada por el populismo de Alan García.

En todo caso, a partir de 1993 se inicia una fase de fuerte recuperación económica con un promedio anual de crecimiento del PIB per cápita en torno al 6% entre 1993 y 1997 (lo que dio un aumento acumulado del PIB per cápita del 27% para esos años). Ello, a su vez, permitió una reducción significativa de la pobreza: -20.3% entre 1991 y 1996, pasando del 55.3 al 44.1% de la población peruana. Estos progresos reflejaron algunos de los logros más significativos del gobierno de Fujimori, como ser el saneamiento de las cuentas fiscales, la derrota de la inflación y la reinserción de Perú en los mercados internacionales de capitales. El déficit público cayó de 7.9% del PIB en 1990 a 0.8% en 1997 y entre esos años la inflación se redujo de 7,650% a 6.5%. A su vez, los flujos internacionales de capitales dieron un vuelco espectacular, pasando de un saldo negativo en la cuenta financiera de 1,853 millones de dólares en 1989 a uno positivo de 3,882 millones en 1994, impulsado por las inversiones directas que ese año alcanzaron los 3,289 millones de dólares.

Junto a ello se deben destacar dos hechos decisivos al nivel político: el autogolpe del 5 de abril de 1992 y la derrota de los grupos terroristas a partir de la captura de Víctor Polay Campos, jefe del MRTA, en julio de 1992, y de Abimael Guzmán, líder máximo de Sendero Luminoso, en septiembre de 1992. Tanto el autogolpe como los métodos adoptados para combatir al terrorismo retratan de cuerpo entero a Alberto Fujimori como un hombre sin escrúpulos, dispuesto a instaurar la dictadura, el terrorismo de Estado y las prácticas más corruptas para alcanzar sus fines. La figura siniestra de Vladimiro Montesinos, jefe del Servicio de Inteligencia Nacional del Perú (SIN) y mano derecha de Fujimori, será la síntesis del lado más oscuro del régimen fujimorista.

El capitalismo de los pobres

El crecimiento acelerado y la reducción de la pobreza iniciados en 1993 fueron interrumpidos en 1998 por la así llamada crisis asiática, dando origen a cuatro años de recesión económica y recrudecimiento de la pobreza, que volvió a los niveles más críticos alcanzados a comienzos de los años 90, con un 54.7% en 2001. Al mismo tiempo, el régimen fujimorista cae en noviembre de 2000 en medio de enormes escándalos de corrupción y el Perú se abre al restablecimiento pleno de la democracia.

Es en esas condiciones que, a partir de 2002, se inicia un largo período de crecimiento espectacular que coincidirá con una extraordinaria reducción de la pobreza. El PIB se duplica de 2001 a 2013 y la pobreza se reduce a menos de la mitad, pasando de 54.7 a 23.9%. La pobreza extrema se reduce aún más rápidamente, pasando de 24.4% en 2001 a 4.7% en 2013. Actualmente, la pobreza extrema prácticamente ha desaparecido de las zonas urbanas quedando relegada a las zonas rurales, donde llegaba al 16% en 2013, lo que implica una reducción dramática desde 2001 cuando más de la mitad de la población rural vivía en condiciones de indigencia o pobreza extrema.

Este desarrollo muestra una notable similitud con aquel experimentado previamente por Chile, donde también tomó unos 12 años pasar de la fase de apertura económica y reacomodo estructural a la de crecimiento sostenido con reducción de la pobreza, iniciada en torno a 1985. En el caso peruano el crecimiento acelerado coincidió con una fuerte expansión de la demanda internacional de material primas y alimentos, pero ha mostrado una notable resiliencia frente a los trastornos relacionados con la crisis financiera de 2008-2009 y la caída relativa del crecimiento de China. De hecho, el crecimiento promedio del PIB peruano fue de 5.9% de 2010 a 2014, y la Cepal ha pronosticado un crecimiento del 5% para 2015, cifras que están muy por encima del promedio latinoamericano que exhibe un crecimiento anual del 3.4% en 2010-2014 y un pronóstico de 2.2% para 2015. Esta comparación puede ser reforzada mirando el crecimiento para todo el período 1990-2013 o limitándose a los años 2001-2013. En ambos casos, la tasa de crecimiento peruana duplica el promedio latinoamericano e incluso, para este último período, supera largamente a Chile que muestra un crecimiento acumulado de 64% mientras que Perú llega al 104%.

Estas comparaciones muestran la fuerza excepcional del desarrollo peruano, lo que nos obliga a volver la mirada hacia los factores internos que han promovido el crecimiento económico. Al hacerlo, nos encontramos con uno de los aspectos más distintivos de la economía peruana: la altísima tasa de informalidad. Se trata del capitalismo de los pobres de que hablaba Mario Vargas Llosa y cuyo potencial emprendedor fue destacado en El otro sendero, el célebre estudio que Hernando de Soto, en colaboración con Enrique Ghersi Mario Ghibellini, publicó el año 1986.

Esto no quiere decir que la informalidad por sí sola pueda conducir a un resultado como el de Perú en los últimos decenios. De ser así Perú se hubiese desarrollado mucho antes y otros países con altas tasas de informalidad también lo hubiesen hecho, pero nada parecido ha ocurrido. Es la combinación de la estabilidad macroeconómica y las reformas liberalizadoras con la derrota del terrorismo, la democratización y una coyuntura global favorable lo que le ha dado a la informalidad un contexto adecuado para poder desarrollar todo su potencial creativo. Esa fue la gran idea que Vargas Llosa propagó a fines de los años 80 y que hoy se ve refrendada por la realidad peruana. No fue realizada con la sinceridad, decencia y sensibilidad social que Vargas Llosa hubiese querido, pero al final, a trancas y barrancas, el Perú ha caminado por el sendero señalado por su célebre escritor liberal.

La informalidad: refugio y trampolín de los pobres

Tanto el sector informal como el empleo bajo condiciones de informalidad, es decir, total o parcialmente fuera de la ley, han sido una realidad constante de la economía peruana. Según un estudio del Instituto Nacional de Estadística e Información del Perú, Producción y empleo informal en el Perú (INEI, mayo de 2014), en el año 2012 el sector informal daba empleo al 57% de la fuerza laboral. A ello hay que agregar un 17% de la fuerza de trabajo empleada fuera del sector informal pero bajo condiciones de informalidad. Se llega así a un total equivalente al 74% de la fuerza laboral o unas 12 millones de personas con empleo informal. Estas cifras son sin duda impactantes, pero representan un descenso significativo de las tasas de informalidad registradas anteriormente, que se ubicaban sobre el 80% a comienzos del 2000 y, según el INEI, en el 79% en 2007.

El aporte productivo del sector informal ha sido estimado de manera muy diferente por diversos autores dependiendo de las definiciones y metodología usadas. Hernando de Soto lo estimó en un 55% del PIB para los años 1980-86, Norman Loayza en un 57.4% para 1990-93 y Jorge de la Roca y Manuel Hernández en un rango del 30 al 37% para el año 2000, pero Friedrich Schneider lo situaba en el 60.9% en 2002-2003. Roberto Machado hace, en La economía informal en Perú (2014), una estimación del 29.6% para 2011. Este autor hace también una interesante estimación conjunta del peso de lo que llama “economía subterránea”, que incluye tanto al sector informal como a la economía ilegal (contrabando y narcotráfico), llegando de esa manera a un equivalente al 66% del PIB en 2009.

Como se ve, más allá del método usado para calcular su importancia estamos frente a un fenómeno clave, especialmente desde el punto de vista del empleo lo que, a su vez, es decisivo para evaluar su impacto sobre las condiciones de vida de los sectores más pobres de la población. En Perú la disminución de la tasa de pobreza ha sido totalmente dependiente del dinamismo del empleo y el autoempleo informal ya que el empleo formal ha cubierto no más de una quinta o cuarta parte del empleo total.

La evolución del sector informal ha tenido una forma característicamente contracíclica, es decir, se ha expandido en momentos de retroceso económico y se ha contraído en la medida en que el país crece. Esto implica que la informalidad ha sido tanto el gran refugio como el trampolín fundamental del progreso de los pobres: los ha acogido en los tiempos difíciles y les ha brindado la base tanto para su progreso como para pasar al sector formal cuando las condiciones se han hecho favorables. Esto último se da mediante la formalización de una parte de las actividades informales al aumentar su volumen, complejidad y rango de operaciones y también gracias a una mayor demanda laboral del sector formal ya existente.

Así, de acuerdo a las series presentadas por Roberto Machado, se puede constatar que la economía informal se expande como respuesta a la crisis de comienzos de los 80 para luego contraerse algo durante la fase expansiva del gobierno de Alan García. A partir de la profunda crisis desatada en 1988 la informalidad crece fuertemente, hasta llegar a su punto máximo en 1990. Luego se reduce marcadamente hasta 2007 para incrementarse ligeramente durante la recesión iniciada en 2008. Finalmente, desde 2001 en adelante inicia una larga fase de contracción que coincide con el gran crecimiento del período.

Los efectos más notables del dinamismo del capitalismo informal se refieren tanto a la disminución de la pobreza como a la distribución del ingreso. Si Perú tuviese hoy el mismo porcentaje de pobres que en 2001 habrían 10 millones de pobres más de los que realmente hay, es decir, 17 en vez de 7 millones. A su vez, la distribución del ingreso ha evolucionado hacia mayores niveles de igualdad. Es decir, la porción del PIB que retienen los pobres ha aumentado consistentemente y, a su vez, la de los sectores más acomodados ha disminuido. Así, según los datos de la Cepal, el coeficiente de Gini ha disminuido de 0.54 a 0.44 entre 1999 y 2013, lo que hace del Perú una de las estados más igualitarios de América Latina. A su vez, la relación entre los ingresos del decil más acomodado y el 10% más pobre ha disminuido de 26 a 14 veces. En la práctica, la combinación del crecimiento con esta distribución más pareja del ingreso ha implicado que los ingresos del 10% por ciento más pobre de los peruanos se incrementaron un 144% entre 1999 y 2013. Este desarrollo hacia una distribución más pareja del ingreso nacional, que ha favorecido claramente a la mitad más pobre de los peruanos, es testimonio de que la vitalidad del sector informal ha sido superior a la del sector formal de la economía.

Por su parte, el Estado peruano no les ha dado mucho a sus pobres y su gran aporte, fuera de derrotar al terrorismo, ha sido dejar de perturbar sus vidas y obstaculizar su espíritu emprendedor. Esto no niega ciertos aportes positivos, como las transferencias condicionadas del programa Juntos o una legalidad que facilita la formalización de la economía, pero en lo sustancial la lucha contra la pobreza la han dado y ganado los pobres en el mercado, apoyados en sus propias redes sociales y al margen de las instituciones y la legalidad oficial. Esto es lo que deja en claro un estudio reciente del Banco Mundial (“What Is Behind the Decline in Poverty Since 2000? Evidence from Bangladesh, Peru and Thailand“, 2013), donde se constata que las transferencias y donaciones publicas sólo explican el 8,6% de la reducción de la pobreza en el Perú entre 2004 y 2010, proviniendo el resto fundamentalmente de los ingresos laborales (75%) así como de una variedad de otras fuentes (donaciones privadas, ingresos de capital, cambios en la composición del hogar, etcétera).

Palabras finales

En resumen, en vez de ser un problema, como tradicionalmente se planteaba en particular por el pensamiento estructuralista asociado a la Cepal, la informalidad o el capitalismo de los pobres ha sido la gran solución, primero para sobrevivir los momentos críticos y luego para potenciar las fases de crecimiento, transformando la acumulación de capital, experiencia y conocimiento del sector informal en más trabajo, mayores ingresos y dinamizando también la expansión del sector formal. No se trata, por cierto, de una panacea, pero sí de un camino que ha sido accesible y transitable para la gran mayoría de los peruanos. Esa es la gran revolución capitalista que está derrotando la pobreza y cambiándole el rostro y el alma al Perú.