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El avance de Bolsonaro

En contra de todos los pronósticos Jair Bolsonaro parece estar cerca de lograr los acuerdos necesarios con el Congreso para reformar el muy oneroso sistema de pensiones brasileño.

Se estima que esta reforma es el punto de partida para el reacomodo de la estructura económica de Brasil.

Hasta el momento, Bolsonaro sigue teniendo una muy mala prensa internacional, producto de sus expresiones políticamente incorrectas, algo que ha venido enturbiando el análisis de su gobierno.

Después del tema de pensiones hay un largo camino que recorrer. Esperamos que el resto del camino tenga mejores informes.

Caos y progreso
A pesar de las turbulencias, Brasil está empezando a arreglar su sistema de pensiones

El Congreso se ha hecho cargo de la reforma económica más importante

The Economist
22 de junio de 2019

A Jair Bolsonaro, presidente de Brasil, le gustan las metáforas románticas. “Nuestro matrimonio es más fuerte que nunca”, dijo en mayo, después de que la prensa especulara que estaba en desacuerdo con el ministro de economía, Paulo Guedes. “El matrimonio terminó sin resentimientos”, dijo este mes después de despedir a Carlos Alberto dos Santos Cruz, un ministro que había dicho que otros en el gobierno deberían ser más cuidadosos en las redes sociales, suelen molestando a los fans de Bolsonaro que tuitean sobre las virtudes del gobierno de las fuerzas armadas y los horrores de la homosexualidad.

Cuando Bolsonaro asumió el cargo en enero, los inversores pensaron que podría permitir que Guedes, de orientación de libre mercado, reformara el inasequible sistema de pensiones, liberalizara la economía y restaurara un crecimiento robusto. Escándalos, y las relaciones rocosas del presidente con el Congreso y sus propios ayudantes, han estropeado ese estado de ánimo. A mediados de mayo, Bolsonaro remitió un artículo de opinión a sus contactos de WhatsApp diciendo que el Congreso estaba haciendo que Brasil fuera “ingobernable”. Por primera vez más brasileños desaprobaron a su gobierno que lo apoyaron. La moneda, el real, alcanzó un mínimo de ocho meses. Rumores de inminente Impeachment se multiplicaron. Junio trajo la dimisión del respetado director del banco estatal de desarrollo, Joaquim Levy, y filtraciones que avergonzaron al ministro de justicia, Sérgio Moro. “El gobierno es una fábrica de crisis”, dijo Rodrigo Maia, presidente de la cámara baja del Congreso.

La incertidumbre está frenando la economía. El PBI se contrajo un 0.2% en el primer trimestre, la primera vez que se ha reducido desde que terminó una severa recesión en 2016. Un desastre minero en enero y una recesión en la vecina Argentina fueron en parte culpables. Es probable que los economistas revisen a la baja su sombría predicción de que el crecimiento será inferior al 1% este año. Capital Economics, una consultora, llama a la década de 2010 una “década perdida” para Brasil.

A pesar del caos que rodea a la administración de Bolsonaro, han mejorado las opciones de que el Congreso reforme el sistema de pensiones, condición previa para resucitar la confianza de los inversores y, por lo tanto, el crecimiento. Las pensiones engullen el 44% del gasto federal, o el 8.5% del PBI. Los programas de pensiones de Brasil son sorprendentemente indulgentes. Permiten que los trabajadores se jubilen a mediados de los años cincuenta y permiten que las viudas y viudos reciban todos los beneficios de sus cónyuges, lo que alienta a los matrimonios de mayo a septiembre. Brasil dedica siete veces más a sus ciudadanos mayores que a programas para los más jóvenes, como la educación. El promedio regional es de cuatro.

Esto está perjudicando el crecimiento futuro de Brasil. Sin reforma, el gasto en pensiones se duplicará como proporción del PBI para 2060. La deuda pública ha pasado del 52% del PBI en 2013 al 78% ahora, y pronto superaría el 90%. La difícil situación de los gobiernos estatales y municipales es especialmente mala. Siete de los 27 estados dicen que no pueden pagar salarios.

El 23 de mayo, Bolsonaro propuso un “pacto de entendimiento” con los dirigentes de ambas Cámaras del Congreso y el presidente del Tribunal Supremo para cooperar en la reforma de las pensiones y otras medidas a favor del crecimiento. De hecho, ha cedido el control a la legislatura. El congresista a cargo del comité de la cámara baja que se ocupa de las pensiones recomendó cambios en el proyecto del gobierno el 13 de junio. Se espera que el comité vote su plan a finales de mes. Luego irá a la casa llena. Dado que la reforma requiere enmiendas a la constitución, tanto la cámara como el Senado deben aprobarla dos veces con mayorías de tres quintas partes.

La propuesta del Congreso ahorraría al gobierno federal unos 900,000 millones de reales ($230 mil millones) durante diez años elevando la edad de jubilación para la mayoría de los trabajadores, a 65 para los hombres y 62 para las mujeres, aumentando las contribuciones y cerrando lagunas. Es menos ambicioso que el plan de Guedes, que pretende salvar 1.2trn reales. Es más generoso con los pensionistas más pobres y antiguos y con los trabajadores rurales. Recorta la idea de cambiar gradualmente de un sistema de pago por uso a uno basado en cuentas de ahorro individuales. No incluye a los trabajadores gubernamentales de los estados y municipios. Guedes se quejó de que la comisión había “abortado” su reforma. Su plan exagera el dinero que ahorraría, dice.

Su veredicto puede ser excesivamente duro. La mayoría de los analistas piensan que el plan del Congreso ahorraría lo suficiente para tranquilizar a los inversionistas. “El día después de que pase la reforma de las pensiones será el comienzo de un nuevo Brasil”, dice Luiz Franco, de la Asociación Brasileña de Desarrolladores Inmobiliarios. “Todos tenemos un proyecto de 400 m o 500 m de reales sentado en un cajón esperando a que la economía repunte”, dice Carlos Jereissati, CEO de Iguatemi, una cadena de centros comerciales de lujo.

Por sí sola, la reforma de las pensiones puede no restaurar la salud de la economía. Aunque fomentar la inversión, también podría perjudicar el gasto de los consumidores, ya que los trabajadores tendrán que ahorrar más para la jubilación, dice Antonio Spilimbergo, del FMI. La economía italiana recibió un gran impacto porque promulgó una reforma de las pensiones sólo después de una larga espera y durante una recesión. Los recortes en otros gastos, necesarios para cumplir con una congelación de 20 años promulgada por el gobierno anterior de Brasil, están pesando sobre el crecimiento este año. Jereissati mantiene sus millones en el cajón hasta que ve un año de crecimiento del 2% o más.

Otra preocupación es que la disfunción en Brasilia impedirá otras reformas. Para privatizar las empresas estatales y reducir los aranceles de importación, el gobierno tendrá que luchar contra intereses especiales. Bolsonaro necesitará la cooperación del Congreso para renovar el sistema tributario y reducir la ley salarial del sector público. Una reforma de las pensiones “podría hacer que el partido comience”, dice Tony Volpon, economista de UBS, un banco. “Pero estamos a una tormenta de Twitter de todo esto que se va al infierno”. Lampadia




Brasil en una Encrucijada

Sebastiao Mendonca Ferreira
Centro Wiñaq
Para Lampadia

El 7 de octubre próximo se realizarán las elecciones presidenciales en Brasil, en poco más de 40 días el país escogerá el próximo presidente para el período 2019-22. Si nadie logra más de 50% en la primera vuelta, el 28 de octubre, tres semanas después, se realizará la segunda vuelta con los dos más votados. Este será un proceso electoral muy breve para tomar una decisión con grandes implicancias para el futuro.

Con una economía semi paralizada y una situación fiscal insostenible, Brasil va necesitar de reformas políticas y económicas difíciles pero indispensables para viabilizar una nueva fase de crecimiento económico. La población respalda a Lava Jato y está clara sobre la necesidad de luchar contra la corrupción, pero tiene poca claridad sobre las condiciones necesarias para que sus aspiraciones comiencen a volverse una realidad. En esas condiciones, la población es una presa fácil para los discursos populistas, y los populistas abundan en Brasil.

Son 13 los candidatos a la presidencia, pero solo 5 tienen alguna posibilidad de llegar a la segunda vuelta, hasta ahora.

En la última encuesta de Data Folha (agosto)[i] el ex-presidente Lula da Silva lidera las intenciones de votos con 39%, seguido del diputado ultra-conservador Jair Bolsonaro con 19%. Sin embargo, Lula está condenado en segunda instancia y ratificado en tercera instancia, y según la ley, él no puede postular a ningún cargo público.

La única opción para que Lula pueda participar en las elecciones es que el Supremo Tribunal Federal (STF) anule su condena, o emita una resolución haciendo una excepción legal con nombre propio para viabilizar su candidatura. Considerando el gran poder económico y político de Lula, la probabilidad de que el STF, a estas alturas, tome tal decisión no es nula. Pero considerando también que tal decisión provocaría una crisis en el poder judicial del país (romper la ley para que un condenado en segunda instancia sea candidato) dicha probabilidad es muy baja.

Por lo tanto, el segundo escenario es el más probable. En ese escenario es el ex-alcalde de Sao Paulo, Fernando Haddad, quien será el candidato del PT a la presidencia.

Si se explora el escenario en que Lula no está presente, Bolsonaro salta a 22%, seguido por la ambientalista y populista Marina Silva con 16%, el populista tradicional Ciro Gomes con 10%, el socialdemócrata Geraldo Alckimin, ligado a Fernando Henrique Cardoso, con 9%, y el representante de Lula, Fernando Haddad, con 4%.

En ese segundo caso, sin la participación de Lula, habría que ver cuánto del electorado del PT efectivamente votaría por Haddad. Data Folha dice que el 31% de los encuestados se inclinarían a votar por un candidato indicado por Lula y un adicional de 8% podría hacerlo. Ello significa que Fernando Haddad tiene un gran potencial de crecimiento. Sin embargo, los otros candidatos populistas, Marina Silva y Ciro Gomes, ya están posicionados y van disputar férreamente el voto de los electores de Lula. Las encuestas del escenario 2 evidencian cómo ellos crecen más que Haddad con la ausencia de Lula. Además, el tiempo de campaña es muy breve y el electorado brasileño dedica por espacio mental a los temas electorales.

Afectado por su condena a 12 años y por su encarcelamiento, Lula orientó su partido a mantenerlo como su candidato hasta el final. El 15 de agosto, el PT ha inscrito a Lula como candidato a la presidencia y a Haddad como su vice-presidente. Con esta estrategia maximalista, el PT ha debilitado la imagen del candidato sustituto de Lula. Sin proponérselo, el PT ha estado enviando el mensaje de que Lula es insustituible y que nadie más en su partido tiene la estatura para ser un buen candidato presidencial. Durante todo este tiempo, los otros candidatos populistas (Marina y Ciro) han podido presentarse como dignos sustitutos de Lula y han fortalecido sus posiciones.

La persistencia de Lula en ser el candidato del PT ha contribuido a la polarización política favoreciendo al candidato ultra conservador, Jair Bolsonaro, opuesto a Lula. No es gratuito que, faltando seis semanas para la elección, Bolsonaro tenga 22% de intención de voto y Haddad, el candidato sustituto de Lula, tenga solo 4%. El PT va tener que hacer una campaña excepcional de demolición de las imágenes de Bolsonaro, Marina Silva y Ciro Gomes para poder llegar a la segunda vuelta. El PT sabe destruir las reputaciones de sus críticos y rivales. Esta es, en realidad, una de sus mayores habilidades, pero no es fácil destruir a varios candidatos en pocas semanas sin que el suyo no resulte afectado en ese combate. Además, según la encuesta de Data Folha, en una segunda vuelta, Bolsonaro derrotaría a Haddad. Entonces, si Haddad llega a la segunda vuelta, la victoria del PT no estará asegurada.

En el caso de que el PT no llegue a la segunda vuelta, y la disputa sea entre Bolsonaro y Marina Silva o entre Bolsonaro y Ciro Gomes, el PT tendrá la opción de apoyar al rival de Bolsonaro, llevando a que un populista, no muy distinto del PT, gane el gobierno federal. Ello permitiría al PT arribar a acuerdos políticos con esos candidatos y tener buenos aliados en Brasilia, mientras busca reconstituir sus fuerzas.

Hay un candidato liberal, Joao Amoêdo, que merece una atención especial. Amoêdo es un empresario que ha creado un partido político llamado “Novo”, es decir, nuevo. Amoêdo es contrario al financiamiento público de los partidos políticos, ha rechazado dicho financiamiento público para su campaña en la TV y ha apostado en hacer campaña electoral solo con donaciones privadas, operando en las calles y en las redes sociales. Un casi desconocido, Amoêdo ha comenzado a crecer en las últimas tres semanas y ya tiene 2% de intención de voto. Amoêdo apoya a Lava Jato, a la economía de libre mercado, y tiene el plan de gobierno y el discurso electoral más coherente con los desafíos del país. Sin embargo, es poco probable que en cuatro semanas logre crecer lo suficiente para llegar a una segunda vuelta. Lo atractivo de Amoêdo para los sectores más educados de la clase media, es que él se presenta como una nueva forma de hacer política en Brasil, y la gente está harta con la forma corrupta de hacer política en Brasil.

Gane quien gane las elecciones, van a presentarse dos opciones: O se hacen las reformas fiscales y legales, o el Brasil sigue en el estancamiento o va hacia una segunda crisis económica en el corto plazo.

  • Si gana un conservador (Bolsonaro) o un liberal (Amoêdo) las probabilidades de reforma son mayores, pero la oposición estará asegurada.
  • Si gana Haddad, es decir Lula, el escenario más probable es una crisis institucional, económica y política en el corto plazo, con la destrucción de Lava Jato y el desencadenamiento de un conflicto político abierto.
  • Si gana otro populista (Marina o Ciro), su dilema va ser difícil pues, para salir del estancamiento y evitar la crisis, va tener que hacer una serie de reformas que son opuestas a su discurso electoral, y si no hace las reformas las perspectivas no serán positivas para nadie.

El dilema de los populistas puede representarse en una frase conocida en Brasil:

  • Si corres el bicho te alcanza, si te quedas quieto, el bicho te come
    (Se correr o bicho pega, se ficar o bicho come).

En cualquiera de los casos, el ambiente social, político y de negocios en Brasil no será tranquilo ni agradable en los próximos años. Sin embargo, desde el 2013 el país ha ingresado a un período de profundos cambios políticos: se desencadenó la mayor operación anti-corrupción (Lava Jato) y las mayores movilizaciones de la historia brasileña, surgieron nuevos movimientos políticos, y se cerró la Era PT. Es muy probable que ese proceso continúe y que se desarrollen corrientes de pensamiento liberales y conservadoras que en el futuro puedan constituirse en alternativas de gobierno al populismo que ha dominado la política brasileña por muchas décadas. Lampadia 

 

[i] Data Folha es vista por muchos analistas como una encuestadora amiga del PT, pues sus resultados son casi siempre más favorables al PT que los resultados de las demás encuestadoras.




La mediocre economía brasileña

La mediocre economía brasileña

Hace casi 20 años, en mayo de 1993, Fernando Henrique Cardoso fue nombrado ministro de Finanzas de Brasil. En trece años, era el decimotercero en ocupar el cargo, pues era una cartera que parecía inútil en un país atrapado en la hiperinflación, la deuda y una anacrónica economía estatista. El Plan Real implementado por Cardoso detuvo rápidamente el alza de precios y lo llevó hasta la Presidencia, bajo la cual estableció los fundamentos para un nuevo Brasil: una reforma económica liberal y estabilidad macroeconómica.

El secreto de la política económica de Cardoso era simple: un banco central independiente cuya política monetaria controlaba la inflación, transparencia en las cuenta públicas, una rigurosa meta fiscal que redujo la deuda pública y una actitud mucho más abierta al comercio exterior y la inversión privada.

Este éxito fue reforzado por su sucesor, Luiz Inácio Lula da Silva, un antiguo líder sindical de izquierda cuyo gobierno vio a 30 millones de brasileños salir de la pobreza. Sin embargo, durante el segundo gobierno de Lula (2007-10) y especialmente bajo el mandato de su sucesora, Dilma Rousseff, la fórmula detrás del modelo brasileño ha sido lentamente abandonada.

La recesión global de 2008-09 hizo que Lula y Rousseff se desentendiesen de la decadente economía liberal e imitasen el capitalismo de Estado de China. El Ministerio de Finanzas emitió enormes cantidades de cheques para impulsar el crédito que otorgan los bancos estatales, el Gobierno renunció a la reforma del mercado y comenzó a gastar sin remordimiento. Cuando el recalentamiento se convirtió en estagnación (el PBI brasileño apenas creció 0.9% el año pasado), Rousseff presionó públicamente al Banco Central para que recorte las tasas de interés.

Y cuando la inflación se acercó al tope del rango meta (6.5%), dijo que su mayor preocupación era el crecimiento económico. Así que lanzó una desconcertante y cambiante oleada de beneficios tributarios (junto con aumentos en los aranceles) para favorecer a ciertas industrias, pero no equilibró estas medidas con reducciones en el gasto. Asimismo, en lugar de fijar una clara meta fiscal, existen señales preocupantes que remiten a la forma en que Argentina registra sus cuentas públicas.

En consecuencia, los inversionistas se hallan confundidos acerca de las políticas económicas de Brasil. Esta incertidumbre ha contribuido con generar un desempeño mediocre: desde el 2011, el crecimiento ha sido inferior y la inflación superior que en la mayor parte de América Latina.

Afortunadamente, Brasil todavía mantiene algunas fortalezas significativas, incluyendo sus sectores agrícola y energético, más ciencia e innovación de lo que podría pensarse y un mercado doméstico inmenso, aunque no tan efervescente.

Y aunque Rousseff haya cometido muchos errores, estos son pequeños comparados con, digamos, la presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner. Pero en cualquier caso, la situación en Brasil está tornándose más difícil: el boom del consumo y el crédito ha perdido impulso, la balanza comercial ahora es deficitaria, pues la demanda china por el hierro brasileño se está reduciendo y el inminente final del dinero barato en el Primer Mundo está provocando un resbalón en el real. Aunque esto último ayudará a la manufactura brasileña, empujará la inflación hacia arriba.

Quédese, Sr. Mantega, quédese

Es por ello que son bienvenidos los incipientes signos de un retorno a una política económica más clara, que han sido emitidos en las últimas semanas. Para controlar la inflación, el gobernador del Banco Central, Alexandre Tombini, ha elevado la tasa de interés de referencia (aunque se necesitarán más incrementos para restaurar la credibilidad perdida). Guido Mantega, el ministro de Finanzas, ha señalado que ya no utilizará la política fiscal para estimular la economía y el pasado 4 de junio retiró un impuesto que gravaba los influjos de capitales.

Peso si Brasil busca retornar al camino trazado por el Plan Real, se requieren más cambios. En especial, el equipo económico de Rousseff necesita frenar el gasto y sacar al Estado del negocio del “micromanejo” de las decisiones de inversión.

En diciembre último, cuando The Economist urgió al Gobierno brasileño a dejar de interferir en la economía, pedimos a la presidenta Rousseff que despida a Mantega. Y fue ampliamente difundido en Brasil que dicha impertinencia tuvo el efecto de hacer del ministro de Finanzas “no despedible”. Vamos a intentar un nuevo enfoque: urgimos a la presidenta a aferrarse a Mantega a cualquier costo porque es todo un ganador.

Traducido para Gestión por Antonio Yonz Martínez

Publicado por Gestión, 11 de junio del 2013