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Gigantes tecnológicos toman medidas para reducir la adicción a los celulares

Gigantes tecnológicos toman medidas para reducir la adicción a los celulares

El Internet y, particularmente, el smartphone parecen obstaculizar nuestra capacidad para administrar y equilibrar nuestro tiempo, energía y atención, y pueden ser adictivos. La sobrecarga digital puede ser un problema. Durante todo el día, las personas reciben mensajes y notificaciones en las computadoras, tablets y smartphones.

Esta cultura de conexión constante tiene un costo tanto profesional como personal. Muchas veces perdemos el tiempo, atención y energía en información e interacciones relativamente sin importancia, manteniéndonos ocupados, pero produciendo poco valor. Como han demostrado Clifford Nass y sus colegas de la Universidad de Stanford, las personas que hacen varias cosas a la vez regularmente no prestan atención, no asimilan bien ni administran sus tareas, al menos no tanto como aquellos que se enfocan en una cosa a la vez.

El resultado es una reducción en la productividad y compromiso, tanto en la oficina como en el hogar.

Pero el Smartphone es lo más preocupante. Nunca antes un dispositivo ha combinado todos los elementos de los medios de comunicación modernos: telefonía, mensajes de texto, música, video, internet, redes sociales, videojuegos, e incluso inteligencia artificial activada por voz. Edison Research, en una encuesta del año pasado, de aproximadamente 2,000 estadounidenses mayores de 12 años, descubrió que tres cuartas partes tenían Smartphones, solo nueve años después de la presentación del primer iPhone. Según Pew, un equipo de investigación, casi la mitad de los adultos estadounidenses dicen que no podrían vivir sin sus Smartphone. En dos estudios recientes, se descubrió que los adultos jóvenes usan sus Smartphone más de 80 veces al día (ver tabla).

Las sociedades están tratando de abordar el problema. Ahora, como afirma el Financial Times, Silicon Valley ha tomado el primer paso: admitir que tienen un problema. Pero hay un problema (o contradicción): las compañías de Internet como Google, Facebook y Twitter necesitan atraer la atención de los consumidores hacia los ingresos publicitarios.

Por ejemplo, una extraña similitud entre las próximas actualizaciones del iOS 12 y el Android P es: Nuevas herramientas para frenar nuestra creciente dependencia de nuestros smartphones. Así es como las gigantes compañías de tecnología móvil intentarán que pasemos menos tiempo en nuestros móviles. Y no es solo Apple y Google. Facebook ha confirmado que está trabajando en una función que les mostrará a los usuarios cuánto tiempo está utilizando (o desperdiciando) en la aplicación e Instagram también tiene una herramienta similar en sus planes.

Las aplicaciones de terceros para administrar el tiempo que pasamos en nuestros smartphones han existido durante años, pero ahora parece haber una comprensión colectiva por parte de los propios creadores de tecnología que todo este tiempo mirando las pantallas podría no ser tan bueno para nosotros.

Parte del problema es que todavía no comprendemos del todo cómo los smartphones están cambiando nuestros hábitos y nuestra manera de pensar. El primer iPhone salió en 2007, y las aplicaciones y el acceso a la web han existido por poco tiempo, lo que dificulta la organización de cualquier estudio a largo plazo.

Ciertamente, hay cierta evidencia de que estamos siendo dependientes de las redes sociales, el acceso a Internet y los juegos móviles diseñados para que los usemos más (y tal vez gastemos un poco más en el camino). Las notificaciones pueden actuar como ‘recompensas’ en el cerebro, por lo que a menudo nos encontramos inconscientemente buscando el móvil.

El resultado final puede ser un menor número de interacciones cara a cara y períodos de atención más cortos, pero los intervalos de tiempo en los que estamos usando nuestros teléfonos están causando incluso más problemas. La luz azul emitida por los dispositivos modernos se enreda con nuestros ritmos circadianos, poniendo en peligro nuestros patrones de sueño y aumentando el riesgo de todos los problemas de salud asociados con no obtener suficiente tranquilidad.

Sin embargo, uno de los problemas es que las mismas empresas que están tomando acciones para resolver este problema dependen, en gran parte, del aumento de las interacciones en las plataformas digitales para recibir mayores ingresos. Entonces, como afirma el Financial Times, “Es probable que los inversionistas vean un conflicto de intereses. (…) Las empresas de Internet alentarán a sus millones de usuarios para que aparten la vista de sus aplicaciones solo hasta que los accionistas comiencen a preocuparse por el impacto en los ingresos.”

Las aplicaciones que buscan mantener la concentración y reducir las distracciones han existido por mucho tiempo, por supuesto. Sin embargo, es revelador que las empresas de tecnología más grandes del mundo, las que diseñan nuestro software para dispositivos móviles, ahora se tomen en serio la tarea de ayudar a los usuarios a mantener un equilibrio sano entre la vida y la conectividad. Lampadia




La tragedia Intelectual de los Anti-Mineros

La tragedia Intelectual de los Anti-Mineros

Nuestra biblioteca virtual: Recursos Naturales y Desarrollo sigue creciendo semana a semana con las contribuciones del Centro Wiñaq. Estas contribuciones al debate nacional, tal como esperábamos, están generando diversas reacciones en las redes sociales. Algunas, por supuesto, basadas en lecturas interesadas y, otras, en defensa de las ideologías que sustentan buena parte de la acción de los grupos anti-mineros. Ideología que pretendemos combatir con información y análisis que empodere a nuestros lectores con los mejores elementos posibles para que cada uno pueda desarrollar su propio criterio.

En esta ocasión, el siguiente artículo describe las diferencias conceptuales y de acciones entre el ambientalismo no-ideologizado y el ambientalismo ideologizado.  

La historia de una corriente que llegó tarde a la historia

Los anti-mineros peruanos se presentan a la sociedad como ambientalistas, pero sus motivaciones predominantes son políticas e ideológicas.

Como no pueden decir abiertamente sus ideas anti-sistema, ellos presentan los componentes ambientalistas de su pensamiento como su identidad ética. En la práctica, el ambientalismo de los anti-mineros les sirve como escudo moral para justificar su accionar conflictivo.

La tragedia intelectual de los anti-mineros es que ellos llegaron tarde al ambientalismo. Llegaron cuando el movimiento ya se había institucionalizado, cuando la mayoría de los temas ambientales ya se canalizaban vía instituciones y empresas, y se acercaron a los rezagados, a los más ideologizados dentro de las corrientes internacionales.

Lo que pasó es que después de la victoria moral del ambientalismo, ante la opinión pública en el primer mundo, en los 80 y 90, los reclamos principales del movimiento ambientalista original se institucionalizaron, quedando los grupos anti-sistema como los más visibles.

La afinidad de los anti-mineros es con las corrientes, que usan el ambientalismo como sustitución del marxismo. Si estuviéramos en 1970 ó 1980, ellos serían marxistas. Pero en 2016, ellos son anti-sistema con escudo moral ambientalista.

Los dos tipos de Ambientalismo

El ambientalismo es un movimiento que se origina a fines del siglo 19, en los países desarrollados, como una respuesta crítica a la revolución industrial, pero que llega a adquirir gran fuerza a partir de 1970.[1]

Entre los ambientalistas, ha habido siempre una gran diversidad de posturas filosóficas sobre la naturaleza y sobre la relación entre el hombre y su entorno. A pesar de la divergencia de filosofías, es posible clasificar a los ambientalistas en dos grandes tendencias, los no-ideologizados y los ideologizados.

Para los ambientalistas no-ideologizados el problema era la destrucción del ambiente. Ellos eran, principalmente, ambientalistas, y su foco estaba en modificar las leyes, prácticas humanas y prácticas empresariales para asegurar la protección del ambiente: prohibición del uso del DDT, paralizar la fabricación de CFC, procesamiento de desperdicios, reclamación de estudios de impacto ambiental en los proyectos económicos, etc. En el Perú, Antonio Brack Egg, ex Ministro del Ambiente, fue una muy respetable expresión de ese ambientalismo no-ideologizado.

Para los ambientalistas ideologizados, los problemas ambientales son manifestaciones de cuestiones políticas, sociales, filosóficas, económicas y culturales, y no pueden ser resueltos sin la realización de cambios radicales en la sociedad. Para ellos las actividades empresariales, el libre mercado, la familia patriarcal, el antropocentrismo, etc., son los verdaderos problemas, y su foco es el cambio del sistema socio-político. Uno de sus lemas en la reunión reciente del Banco Mundial en Lima (2015) fue: “No cambiemos el clima, ¡cambiemos el sistema!”. Cien años atrás el objetivo de las corrientes ideologizadas era muy similar, cambiar el sistema socio-político (capitalista), aunque la justificación era la injusticia en las relaciones laborales, y las simpatías ideológicas estaban con el marxismo.

La institucionalización del ambientalismo (El ambientalismo no-ideologizado)

En sus inicios (en los años 70 y 80), los ambientalistas no-ideologizados ganaron el liderazgo del movimiento, y sus ideas fueron gradualmente ganando influencia en la opinión pública e incidiendo en los hacedores de política.[2] En los 80s, la gran mayoría de las personas en los países desarrollados ya estaban a favor de la protección del ambiente, y los líderes del ambientalismo, como Rachel Carson, habían ganado un gran prestigio.[3]

El movimiento ambientalista no-ideologizado fue incidiendo en los organismos internacionales y, en 1987 una comisión de la ONU especializada en ambiente y desarrollo elaboró el informe “Nuestro Futuro Común[4] que incorporó las ideas centrales del ambientalismo, superando el conservacionismo puro,[5] y compatibilizaron las ideas de desarrollo y protección ambiental.[6] Ese informe de la ONU plasmó el concepto de “Desarrollo Sostenible” como un tipo de desarrollo que atiende las necesidades de la actual generación sin comprometer las posibilidades de las futuras generaciones de satisfacer sus necesidades. Ese informe no se opone a las actividades económicas: minería, agricultura, o pecuaria; ni a la explotación de los recursos naturales. El informe defiende la explotación de los recursos naturales, considerando las necesidades futuras, y sí se opone a la contaminación del ambiente y a la depredación de dichos recursos.

El informe afirma:

“En esencia, desarrollo sostenible es un proceso en el cual la exploración de los recursos, la dirección de las inversiones, la orientación del desarrollo tecnológico; y el cambio institucional están todos en armonía y expanden el potencial actual y el futuro [del ambiente y de las tecnologías] para atender las necesidades y aspiraciones humanas” (capítulo 2, párrafo 15).[7]

El concepto de desarrollo sostenible no se refiere a ideologías, ni a sistemas económicos o políticos. Se refiere sí a la relación entre las actividades humanas, los recursos naturales y las condiciones ambientales, y reclama que las actividades de hoy respeten las aspiraciones y necesidades de las generaciones del mañana. Al no estar ligada a ninguna ideología radical o revolucionaria, la idea de desarrollo sostenible se irradió globalmente, más allá de las diferencias socio-políticas de los países. Sin embargo, ese hecho ha sido considerado un gran defecto por parte de las corrientes ideologizadas.[8]

Una vez que las ideas centrales del ambientalismo (no-ideologizado) fueron aceptadas, sus principios fueron transformados en políticas públicas, leyes, prácticas empresariales, instituciones, y en currículos universitarios, y los antiguos activistas ambientalistas fueron incorporados como profesores, gerentes de empresas o ministros de Estado.

Como lo explica Coglianese (2001),[9] investigador de Harvard University, pasado el período transformacional de los 70s, el movimiento ambientalista (no-ideologizado) logró institucionalizarse, generándose los canales para resolver los problemas ambientales a través de instancias públicas, procesos políticos y medios de comunicación. Habiéndose institucionalizado, el movimiento ambientalista (no-ideologizado) incrementó su capacidad de lobby e incidencia política, y por ello su presencia en las calles se redujo notablemente.

Ya en los 90s, el ambientalismo había sido asimilado por la sociedad moderna, y se hizo parte de la cultura de nuestras sociedades. Ello constituyó una gran victoria de los ambientalistas (no-ideologizados), resultado de su coraje y rigor científico.

No es que todos los problemas ambientales se hubieran resuelto (calentamiento global, destrucción de bosques y selvas, contaminación de ríos, lagos y mares, especies en peligro de extinción, derrames de petróleo, pesca de ballenas, pruebas nucleares, etc.); es que hoy su abordaje se da, principalmente, vía instituciones dedicadas a ello, y su denuncia ocurre vía los medios. Hoy, por ejemplo, empresas que tenían prácticas contaminantes se han visto obligadas por la opinión pública mundial a corregir y a adoptar el estándar ambiental ISO 14,000. Además, existen abundantes organizaciones ambientalistas que están fiscalizando las prácticas de las empresas, cumpliendo una labor muy positiva como una especie de auditoría ambiental de la sociedad civil.

El ambientalismo ideologizado

La historia del ambientalismo ideologizado es distinta, y no es de logros científicos, ni éticos, ni institucionales. Su desarrollo se dio ligado al éxito del ambientalismo no-ideologizado, pero su motivación central no era el ambiente sino sus ideologías anti-sistema. Con el colapso del marxismo (1989-91), parte de los grupos disconformes con la sociedad moderna habían quedado huérfanos de una teoría integradora y optaron por organizar sus ideas alrededor de alguna variante del ambientalismo.

Actualmente existen muchas decenas de grupos ambientalistas ideologizados: Deep Ecology, Earthfirst!, Social Ecology, Anarcho-Primitivism, Animal Liberationists, Green anarchists, Ecofeminism, Anti-globalization, Anti-Capitalists, Green Politics, Evangelical Environmentalism, Ecodefense, Eco-socialism, Simple Living, Green Peace, Partido Verde Alemán,[10] y muchos más.

Para esos grupos lo más importante es el término que viene junto a la palabra “Ambiental” pues ahí se define su ideología. Ellos pueden ser anarquistas, socialistas, primitivistas, tribalistas, localistas, cooperativistas, marxistas, ex-marxistas, anti-patriarcales, anti-capitalistas, evangélicos, católicos, budistas, anti-corporaciones, anti-mercado o simplemente rebeldes en busca de una causa ‘social’. La diversidad de ideologías en esos ambientalismos es tan grande como es ideológicamente diversa la sociedad moderna. Igual que en la izquierda tradicional, en las corrientes ideologizadas todos creen ser dueños de la verdad, los únicos correctos, y todos son críticos severos de todos los demás.

En el ambientalismo ideologizado el ambientalismo es la justificación y la ideología es lo fundamental.

Este ambientalismo funciona como una especie de escudo moral para los grupos ideologizados. Y es el rostro con el que prefieren mostrarse frente a la opinión pública en general.

Siendo que la defensa del ambiente es socialmente valorada, el nombre Ambientalista sirve para justificar muchos actos.[11] Todo lo que hacen, la violencia que promueven, es en nombre de la protección del ambiente.

La tragedia intelectual de los anti-mineros peruanos

Los anti-mineros peruanos llegaron tarde a la historia. Llegaron cuando el movimiento ambiental ya se había institucionalizado (Coglianese, 2001), y había dejado de ser un movimiento social dinámico.

Los anti-mineros llegaron con impulsos anti-sistema cuando el sistema ya había asimilado e incorporado el ambientalismo. El sistema ya lo había hecho antes con las patentes, el libre comercio, la democracia, el voto femenino, el rechazo a la segregación racial, los derechos de los niños, etc., y va a seguir haciendo con otros derechos en el futuro.

Llegaron cuando las sociedades y las empresas ya habían creado instancias para tratar los problemas ambientales. Llegaron con motivación conflictiva cuando lo más efectivo, para un ambientalista, ya es mejorar el funcionamiento de las instituciones que supervisan el cumplimiento de las normas ambientales.

Llegaron cuando las ideologías ya predominaban en amplios sectores del movimiento ambientalista internacional y eran esas corrientes ideologizadas las que financiaban a las ONGs en los países en desarrollo. Llegaron para dejarse adoctrinar por corrientes radicales ideologizadas, corrientes que, en sus propios países, ya se estaban volviendo marginales.

Ellos se imaginan a sí mismos reproduciendo la fase heroica del ambientalismo de los 60s. Se imaginan siendo Rachel Carson. Pero entre lo que se imaginan y lo que son hay un gran abismo. Capturados por ideologías anti-sistema y motivados por ambiciones políticas personales, todo lo que logran hacer en la práctica es bloquear actividades productivas, dificultando el progreso de las poblaciones pobres del país, sin hacer nada efectivo para mejorar las instituciones ni las prácticas ambientales de las empresas.

En un análisis de las propuestas programáticas de los anti-mineros peruanos, Ferreira y Olcese (2015)[12] encontraron que el foco de sus propuestas no estaban en la protección ambiental ni en el desarrollo institucional para el cuidado ambiental, estaban sí en la creación de condiciones y incentivos para incrementar la conflictividad social. Además, su propuesta se basa en el supuesto de que la minería moderna, aún con regulaciones ambientales, alta tecnología y aplicando estándares ambientales internacionales, no tiene futuro.[13]

La conclusión de Ferreira y Olcese (2015) fue que: “la etiqueta de ‘anti-mineros’ que reciben estas organizaciones corresponde a la realidad puesto que sus propuestas llevarían en el corto plazo al incremento de la conflictividad y paralización de las inversiones, y en el largo plazo, a la desaparición del sector minero en el Perú” (p. 9).

Los anti-mineros peruanos fueron adoctrinados por las corrientes ideologizadas del ambientalismo (europeas y americanas) que fueron fortaleciéndose después que el ambientalismo se institucionalizó.

Los anti-mineros están sometidos a un sistema de incentivos negativo. Tienen que pensar como piensan quienes los financian, y tienen que hacer lo que a ellos les agrade.

La dependencia financiera e intelectual de los anti-mineros respecto a las corrientes ideologizadas los limita profundamente en su capacidad de hacer algo positivo para mejorar la sostenibilidad de las actividades productivas del país. Lampadia

 
 
 
[1] En los 60s se publicaron varios libros denunciando el daño de los insecticidas en el ambiente. El más famoso de ellos fue un libro de Rachel Carson “Primavera Silenciosa” (Silent Spring).

[3] En esa época, los ambientalistas se caracterizaban por realizar estudios de indiscutible calidad científica, que soportaban los embates críticos más severos. Esta tradición, lamentablemente, no se ha mantenido entre los ambientalistas ideologizados.

[4] Ese reporte también es conocido como Informe Brundtland, pues estuvo a cargo de la señora Gro Harlem Brundtland ex-primer ministro de Dinamarca.

[5] Los ambientalistas ideologizados retoman ideas de los conservacionistas puros del siglo 19, como la no exploración de los recursos naturales, ni la alteración de los paisajes naturales.

[6] La aprobación de ese informe por Naciones Unidas marca la victoria científica y política del ambientalismo (no-ideologizado) a nivel internacional. A partir de ese punto, el ambientalismo pasó a ser parte del sistema, fue asimilado. Para los ambientalistas ideologizados esa asimilación del ambientalismo por los organismos internacionales y gobiernos les quitó una importante bandera programática, y los obligó a poner énfasis en los aspectos puramente ideológicos. Por esta razón el concepto de desarrollo sostenible no les gustó.

[7] United Nations. (1987). Our common future

http://www.exteriores.gob.es/Portal/es/PoliticaExteriorCooperacion/Desarrollosostenible/Documents/Informe%20Brundtland%20(En%20ingl%C3%A9s).pdf

[8] McCloskey, M. (1999). The emperor has no clothes: The conundrum of sustainable development. Duke Environmental Law & Forum, 9(2), 153-59. Duke University School of Law.

[9] Coglianese, C. (2001). Social movements, law, and society: The institutionalization of the environmental movement. Harvard University. http://scholarship.law.upenn.edu/cgi/viewcontent.cgi?article=3250&context=penn_law_review

[10] Los Verdes Europeos financian a grupos y actividades anti-mineras en América Latina.

[11] En el Perú, la gran mayoría de los aventureros políticos, incluidos algunos ex-miembros de organizaciones terroristas, se presentan ante los medios de comunicación como ambientalistas.

[12] Ferreira, C. & Olcese, F. (2015). ¿Una nueva minería o no más minería? Lampadia:

http://www.lampadia.com/assets/uploads_documentos/c2379-no-mas-mineria-.pdf

[13] Por las ideologías en que fueron adoctrinados, ese supuesto sobre la minería es una verdad por sí misma, es como un acto de fe, y no necesita evidencias para descartar su falsedad.




La visión de Arvind Subramanian

La visión de Arvind Subramanian

Arvind Subramanian, asesor económico principal del gobierno de India y, por lo tanto asesor de una de las naciones más importantes del mundo, tiene una perspectiva visionaria. Anteriormente, en Lampadia ya hemos publicado sus opiniones.

Subramanian afirmó “que los países, a cualquier nivel de ingresos, son hoy menos dependientes de la manufactura, tanto en términos de producción como de empleo. Y que el nivel de ingreso por persona, basado en la manufactura, llega a su pico cada vez a niveles más bajos”. Él llama a esto la “prematura no-industrialización.” Ver en L: Apuntes para la creación de empleo al 2034 (I) y la segunda parte (II).

Es por esto que creemos en su importante y valiosa visión. Ahora compartimos un artículo suyo publicado en Project Syndicate el pasado 18 de abril de este año, siguiendo su línea de pensamiento sobre el desarrollo y manejo económico de un país.

Arvind Subramanian en una conferencia en China sobre la dominancia asiática y la G20         Fuente: Poptech

 

El problema del estancamiento persistente

Escrito por Arvind Subramanian.

Publicado por Project Syndicate el 18 de abril, 2015.

 

En un intercambio reciente entre el ex Presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos Ben Bernanke y el ex Secretario del Tesoro del mismo país Larry Summers sobre la posibilidad de un estancamiento persistente, un aspecto en el que convenían era el de la necesidad de una perspectiva mundial, pero desde dicha perspectiva la hipótesis de un estancamiento persistente en el período inmediatamente anterior a la crisis financiera mundial no cuadra con un dato fundamental: el crecimiento mundial ascendió, por término medio, a más del cuatro por ciento, la mayor tasa registrada.

El mismo problema rodea la hipótesis de Bernanke de que el crecimiento lento reflejaba una “saturación del ahorro mundial”. Desde una perspectiva keynesiana, un aumento del ahorro no puede explicar el incremento repentino de la actividad que el mundo presenció a comienzos del decenio de 2000.

Parece que los partidarios de la hipótesis del estancamiento persistente no han entendido en qué consiste el problema. Desde una perspectiva de verdad mundial y duradera, la dificultad estriba en explicar el auge anterior a la crisis. Más concretamente, radica en explicar la conjunción de tres importantes acontecimientos mundiales: un aumento repentino del crecimiento (no un estancamiento), un descenso de la inflación y una reducción de los tipos de interés reales (ajustados a la inflación). Cualquier explicación convincente de ellos debe dejar de insistir exclusivamente en un marco de demanda agregada y centrarse en el aumento de los mercados en ascenso, en particular China.

Esencialmente, el mundo presenció una gran sacudida positiva de la productividad procedente de los mercados en ascenso, que aceleró el crecimiento mundial, al tiempo que reforzaba el proceso desinflacionario que ya había puesto en marcha la llamada gran moderación en la inestabilidad del ciclo económico. Ese dato fundamental permite conciliar dos de los tres importantes acontecimientos mundiales: un mayor crecimiento y una inflación menor.

Entonces el problema estriba en cuadrar el aumento de la productividad mundial con la bajada de los tipos de interés reales. Bernanke puso de relieve correctamente que los tipos de interés reales a largo plazo van determinados por el crecimiento real. Así, pues, la sacudida positiva de la productividad debería haber aumentado el rendimiento del capital y, por tanto, el equilibrio real de los tipos de interés. Además, el hecho de que la sacudida de la productividad reflejara una reducción del coeficiente entre el capital y la mano de obra mundiales debida a la integración de los trabajadores chinos e indios en la economía mundial debería haber acentuado esa tendencia, pero no fue así: al contrario, los intereses reales mundiales bajaron. 

Para entender ese misterio resultan fundamentales dos rasgos distintivos de la sacudida de la productividad de los mercados en ascenso: su origen y consecuencias fueron el gran consumo de recursos y su carácter mercantilista. Esos dos rasgos aumentaron el ahorro mundial.

Para empezar, como los motores del crecimiento mundial fueron países relativamente pobres, pero grandes –la India y en particular China–, que estaban ávidos de recursos, los precios mundiales del petróleo se pusieron por las nubes, lo que redistribuyó los ingresos mundiales hacia países con mayor propensión a ahorrar: los exportadores de petróleo.

Más importantes aún fueron las políticas mercantilistas. China y otros países con mercados en ascenso aplicaron una estrategia económica que desafiaba los postulados habituales de la teoría del crecimiento y del desarrollo. El crecimiento mercantilista se basó –porque en parte así lo requería– en impulsar el capital hacia fuera, en lugar de atraerlo. Al limitar las entradas de capitales extranjeros y mantener bajos los tipos de interés internos, China pudo mantener una divisa relativamente débil, lo que sirvió para sostener el modelo de crecimiento impulsado por la exportación y, a su vez, contribuyó a unos enormes superávits por cuenta corriente (más del diez por ciento del PIB en determinado momento), que enviaron capital flotante al resto del mundo.

El reconocimiento de la importancia de esa estrategia revela una falacia común por la cual se atribuye la saturación del ahorro al deseo de los mercados en ascenso de asegurarse contra la agitación financiera comprando dólares de reserva. Eso puede haber sido cierto inmediatamente después de la crisis financiera asiática de finales del decenio de 1990, pero no tardó en prevalecer el imperativo del crecimiento. Dicho de otro modo, el motivo de la autoseguridad podría explicar el primer billón de dólares de China en títulos de reserva, pero nada tiene que ver con los tres billones posteriores.

El propio crecimiento contribuyó también a la saturación del ahorro. Al aumentar los ingresos, los ya prudentes asiáticos se volvieron aún más prudentes y las empresas rentables resultaron aún más rentables. Esa reacción endógena ante el rápido aumento de la productividad fue un factor decisivo que contribuyó a la saturación del ahorro. Hubo que revisar antiguas verdades sobre el desarrollo, en el sentido de que el ahorro es un motor del crecimiento, porque el crecimiento de los mercados en ascenso fue, hasta cierto punto, el motor del ahorro.

En eso estriba la explicación del problema de los tipos de interés. Al aumentar el ahorro (y, por tanto, la oferta mundial de fondos prestables), los tipos reales experimentaron una presión que los hizo bajar. Los tipos bajos, a su vez, brindaron la lubricación necesaria para financiar la burbuja de los activos en los Estados Unidos y en otros países. Según Summers, la magnitud del ahorro causó una debilitación del crecimiento; según la explicación substitutiva aquí ofrecida, fue primordialmente el crecimiento rápido –y sus rasgos distintivos– el motor de la magnitud del ahorro.

Actualmente, al desacelerarse el crecimiento mundial, una vez más parece posible el estancamiento persistente, pero éste es una dolencia de los países que se encuentran en la frontera económica. Para el resto del mundo en desarrollo, la verdadera preocupación no es una escasez de demanda, sino la necesidad de mantener unos niveles elevados de aumento de la productividad a fin de que puedan alcanzar a las economías avanzadas. Cuando los encargados de la formulación de políticas se reúnan en Washington esta semana para celebrar sus conversaciones rituales, no deberían perder de vista esa distinción fundamental.

 




¿Fin de los delirios?

¿Fin de los delirios?

Por Jorge Edwards. Escritor

(El Comercio, 28 de Diciembre de 2014)

Tuve las primeras noticias de la revolución cubana en la universidad de Princeton, en Estados Unidos del presidente Eisenhower y del vicepresidente Richard Nixon, cuando había terminado mis estudios en Chile y hacía un posgrado en asuntos internacionales. Había un profesor de origen cubano, casado con una norteamericana de fortuna, y por su mansión, alrededor de una piscina hollywoodiense, pasaban revolucionarios en ciernes, miembros del movimiento 26 de julio, exiliados diversos y opositores de todas las tendencias a la dictadura de Fulgencio Batista. Algunos de esos personajes, el juez Manuel Urrutia, presidente de la República en los años iniciales del castrismo; Felipe Pazos, joven economista que después desempeñó cargos importantes, salieron pronto al exilio. Pero las simpatías por la revolución eran universales; los primeros exiliados, bautizados por Fidel como gusanos, salían de la isla y no eran bien acogidos en ninguna parte, con la improbable excepción de la península de La Florida. Pasaban a ser exiliados apestados. ¡Qué fácil es ser exiliado chileno, me dijo un intelectual cubano en los tiempos del pinochetismo, y qué difícil, qué porvenir oscuro, tiene el exilio del Comandante Castro, el de la gusanera!

Viajé en enero de 1968 a La Habana, invitado por las instituciones culturales de la revolución. Era entonces diplomático chileno de carrera y mi país había roto relaciones con Cuba en 1964. Pero el ministro del Gobierno demócrata cristiano de esos días me autorizó con gusto. Había partidarios militantes de la revolución castrista, pero también abundaban por todos lados los simpatizantes discretos y más o menos secretos. El generalizado espíritu antiyanqui facilitaba las extravagancias ideológicas de todo orden: desde gaullistas y franquistas hasta liberales y centristas mexicanos y sudamericanos.

Cuando regresé a Cuba a finales de 1970, como diplomático encargado de abrir la Embajada chilena, la situación era radicalmente diferente. Una parte influyente del Gobierno recién instalado de Salvador Allende pensaba que la panacea política y económica era Cuba: la respuesta frente a la dependencia y el subdesarrollo de nuestras democracias mediocres. Me tocaron días difíciles, intensos, marcados por el fracaso monumental de la zafra de 10 millones de toneladas de azúcar que había prometido el Gobierno del Comandante Castro. No tardé mucho en entender que había un desfase completo entre la visión externa de Cuba y las realidades internas. En la noche de mi llegada conversé tres horas, entre las dos y las cinco de la madrugada, en las oficinas de la redacción del diario oficial, Granma, con Fidel Castro en persona, que mientras conversaba conmigo escogía las fotos suyas que debían publicarse en la primera plana del

día siguiente, y que de repente, al pasar, con un gesto rápido, me advertía de que eso no era “culto de la personalidad”.

Al final de la mañana siguiente, un sábado, me visitaban en el bar de mi hotel escritores cubanos que había encontrado en mis viajes o que me conocían como lectores. Después del segundo daiquiri, con medias palabras, haciendo gestos, apuntando a los posibles micrófonos, me contaron una historia diferente, de sospechas, delaciones, censuras. Me hablaron de las UMAP, las unidades militares de ayuda a la producción, y de colegas suyos, acusados de vagancia, de homosexualidad, de delitos comparables, que habían pasado temporadas en esos infiernos. Como venía de un país optimista e ingenuo, utopista y mal informado, donde algunos dirigentes pensaban que la alta inflación serviría para destruir el poder de la burguesía, decidí escribir mi testimonio. Ya sabía, a muy poco andar, que si un régimen parecido se instalaba en Chile, yo sería uno de los primeros en salir al exilio. Lo dije hace poco, en una conferencia pública, en Santiago de Chile, y un viejo amigo de izquierda se retiró de la sala, indignado. Es decir, el conflicto continúa, y después del restablecimiento de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos, seguirá vivo, pero con una posibilidad de apertura y de evolución interna que son nuevas, que saludo con el optimismo mitigado, reservado, que las circunstancias permiten.

Cuando salí de la isla al cabo de sólo tres meses y medio, y cuando publiqué en España mi memoria del caso, Persona no grata, me dijeron que mi obsesión por la vigilancia policial cubana era una forma de paranoia. Y recibí en esos días una larga carta de Guillermo Cabrera Infante, exiliado cubano en Londres, y que me decía textualmente: “No hay delirio de persecución ahí donde la persecución es un delirio”.

Como pueden apreciar ustedes, el uso correcto del lenguaje es una virtud esencial. Ahora se ha producido la conjunción de tres personas adaptadas a la circunstancia: Raúl Castro,  más racional, menos impulsivo que su hermano Fidel; Barack Obama, que desearía terminar con esta herencia postergada de la guerra fría; y el papa Francisco, que tiene una visión humanista latinoamericana. No es poco, pero no hay que esperar resultados rápidos. Pasaron los años del fidelismo, de la diplomacia impulsiva, de las carreras presidenciales para ir a rendirle pleitesía al Líder Máximo. Nada cambiará, nos asegura en la prensa la hija de Raúl, pero algo ya ha cambiado. La historia es lenta, pero no tiene regreso.