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Por qué las preocupaciones sobre China tienen sentido

Por qué las preocupaciones sobre China tienen sentido

Comentario de Lampadia: 

Martin Wolf está de regreso con nosotros después de sus vacaciones y vuelve a ilustrarnos con su proverbial lucidez. El ajuste de la economía china está afectando, y lo seguirá haciendo, a la economía global. Sin embargo la fijación con su ritmo de crecimiento, desde el punto de vista peruano, es exagerada, ya que el eventual 7% de crecimiento de China equivale a 3.2 veces el PBI peruano y, por lo tanto, podemos tener ajustes de precio, pero difícilmente de demanda. Ver artículo de Wolf:

 

Por Martin Wolf, publicado en el Financial Times el 25 de agosto de 2015

Traducido por Lampadia

 

La interrogante es sobre como se cambia a una economía liderada por el consumo.

No soy ni lo suficientemente inteligente como para entender el comportamiento del “Sr. Mercado” (el maníaco-depresivo soñado por el gurú de la inversión, Benjamin Graham) ni tan increíblemente ingenuo como para creer que sí lo entiendo. Pero hay que admitir que, sin duda, él está pasando por una fase depresiva. Detrás de todo esto parecen estar las preocupaciones sobre China. ¿Tiene razón de estar nervioso el “Sr. Mercado”?. En corto, sí.

Hay que saber distinguir entre por qué vale la pena preocuparse y por qué no. La caída del mercado de valores de China se encuentra en la segunda categoría. De lo que sí vale la pena preocuparse es de la magnitud de la tarea que confrontan las autoridades chinas por su aparente incapacidad para lidiar adecuadamente con la ruptura de una simple burbuja bursátil.

Los mercados de valores de hecho se han estado corrigiendo, con el mercado de China a la cabeza. Entre su punto máximo en junio y el martes (25/8), el índice de Shanghái cayó un 43 por ciento. Sin embargo, el mercado de valores de China sigue estando un 50 por ciento más alto que a principios de 2014. La implosión de la segunda burbuja bursátil china en una década todavía parece inacabada. (Ver gráficos más abajo).

El mercado chino no es un mercado normal. Incluso más que en la mayoría de los mercados, se trata de un casino en el que cada jugador espera encontrar un “ingenuo mayor” en quién descargar las “fichas costosas” antes de que sea demasiado tarde. Un mercado como éste está destinado a ser extremadamente volátil. Pero sus caprichos debieran revelar poco acerca de la economía china en general.

Sin embargo, los acontecimientos en el mercado chino tienen un más amplio significado observable en dos maneras relacionadas. Una es que las autoridades chinas decidieron arriesgar sustanciales recursos e incluso su autoridad política en su esfuerzo (fracasado, como era de esperarse) para detener el colapso de la burbuja. La otra es que deben haber sido impulsados por la preocupación acerca de la economía. Si ellos están lo suficientemente preocupados como para apostar por tan leve esperanza, nosotros también debiéramos preocuparnos.

Tampoco se trata de la única manera en la que el comportamiento de las autoridades chinas es motivo de preocupación. La otra fue la decisión de devaluar el Renminbi el 11 de agosto. En sí, esto también es un evento sin importancia, representando una devaluación acumulada frente al dólar estadounidense de apenas 2.8 por ciento hasta el momento. Pero tiene implicancias significativas.

Las autoridades chinas quieren espacio para recortar las tasas de interés, como ocurrió el martes. Una vez más, este hecho subraya su preocupación acerca de la solidez de la economía. Otra posible consecuencia es que Beijing pudiera estar buscando una reactivación del crecimiento impulsado por exportaciones. Me parece difícil de creer, ya que las consecuencias globales serían devastadoras. Pero al menos es razonable preocuparse por esta desestabilizadora posibilidad. Una última implicancia posible es que las autoridades chinas se estén preparando para tolerar la fuga de capitales. Si es así, EEUU caería en su propia trampa. Washington ha tratado de lograr la liberalización de las cuentas de capital chinas. Tendría entonces que tolerar una desestabilizadora consecuencia a corto plazo: un debilitamiento del Renminbi. 

Los recientes acontecimientos deben considerarse dentro del contexto de una preocupación mayor. La cuestión es si las autoridades chinas pueden obtener y asegurar el desplazamiento de una economía liderada por la inversión [y las exportaciones] a una dirigida por el consumo, a la vez que mantienen la demanda agregada. Si pueden hacerlo, la economía también mantendrá un crecimiento de entre 6 y 7 por ciento. Si no, existe la amenaza de inestabilidad económica y política.

La economía de China ya se ha ralentizado. El hablar de una “nueva normalidad” reconoce esta realidad. Pero Consensus Economics ha obtenido pronósticos de crecimiento alternativos. La media de estos nuevos pronósticos muestra un crecimiento de sólo 5.3 por ciento durante el año hasta el cuarto trimestre de 2015.  (Ver gráfico líneas arriba).

Supongamos que algo como esto fuera cierto. Según las cifras oficiales, la inversión fija bruta fue del 44% del PBI en 2014.  Es probable que las cifras de inversión sean más correctas que las del PBI. Pero ¿tiene sentido económico que una economía invierta el 44% del PBI y solo crezca un 5%? No. Estos datos sugieren rendimientos marginales ultra bajos, si no negativos. Si éste es el caso, la inversión pudiera caer pronunciadamente. Eso puede no reducir el crecimiento potencial, siempre y cuando se elimine primero la inversión ineficiente. Pero pudiera ocasionar un colapso de la demanda. Todo lo que las autoridades chinas han hecho hasta ahora sugiere que están preocupados justamente por ello.

Esta intranquilidad acerca de una deficiente demanda agregada no es nueva; ha sido una gran preocupación desde que ocurrió la crisis financiera en occidente, la cual devastó la demanda de las exportaciones chinas. Ésta es la razón por la que China se embarcó en un auge propio de inversión impulsado por crédito. Sorprendentemente (y preocupantemente), la proporción de la inversión en el PBI aumentó a la misma vez que el crecimiento del producto potencial decayó. Ésa no era una combinación sostenible a largo plazo.

Esto deja a las autoridades chinas con tres enormes dolores de cabeza económicos. El primero es enmendar la herencia de excesos financieros pasados a la vez que evitan una crisis financiera. El segundo es transformar la economía, para que sea más dependiente del consumo privado y público y menos dependiente de los extraordinariamente altos niveles de inversión. El tercero es lograr todo esto, mientras se mantiene un crecimiento dinámico de la demanda agregada.

Los recientes acontecimientos son importantes porque sugieren que las autoridades chinas aún no han descifrado la manera de tener éxito en esta triple combinación. Peor aún, los recursos que han utilizado durante los últimos siete años han empeorado la situación. Tal vez el “señor  Mercado” ha comprendido cuán difícil va a ser y, por lo tanto, cuán desestabilizadoras son realmente algunas de las opciones que los chinos pudieran elegir. Éstas incluyen devaluación, tasas de interés ultra bajas e incluso la flexibilización cuantitativa. Si éste es el caso, la conmoción del mercado pudiera no ser una necedad. El exceso de ahorro global puede empeorar y eso afectaría a todo el  mundo. L




Una nueva estrategia macroeconómica

Una nueva estrategia macroeconómica

Por Jeffrey D. Sachs
Project Syndicate
23 de octubre, 2014

Comentario de Lampadia:

Líneas abajo, reproducimos el importante artículo de Jeffrey Sachs en que critica las escuelas económicas tradicionales basadas en la promoción de la demanda (keynesianas)  y en la promoción de la oferta (supply side). Sachs alude que ambas han fracasado en el control de la crisis internacional y que lo que se necesita es un shock de inversiones. La reacción de los inversionistas habría sido la de acumular capital y no la de invertir. Para ello propone la promoción de inversiones que se concentren en la reconversión de las infraestructuras, ciudades y empresas, en operaciones con menor incidencia en la huella de carbón, e incluso, para EEUU, la promoción de inversiones en el extranjero, por ejemplo en el África.

 

Efectivamente, coincidimos con Sachs que se necesita acelerar los procesos de inversión. Solo queremos agregar, como hemos comentado en varias ocasiones, que también debiera promoverse la inversión en limpiar la producción de hidrocarburos, de electricidad en base a carbón y en recuperar el CO2 de la atmósfera y depositarlo en el subsuelo. Esto resultaría en una estrategia más realista con lo que se puede esperar en los próximos largos años sobre el uso de estos materiales.

Aunque soy un macroeconomista, no concuerdo con ninguno de los dos campos principales en que está dividida la profesión en Estados Unidos: los neokeynesianos, con su énfasis en estimular la demanda agregada, y los ofertistas, con su énfasis en bajar impuestos. Los métodos de ambas escuelas para superar la persistente debilidad de las economías de altos ingresos en años recientes han fracasado. Es hora de aplicar una nueva estrategia basada en un crecimiento sostenible impulsado por la inversión.

El problema central de la macroeconomía es cómo asignar óptimamente los recursos de la sociedad, de modo que los trabajadores que quieran trabajar encuentren empleo, las fábricas usen su capital eficientemente y la porción de los ingresos que no se consume y se ahorra se invierta para mejorar el bienestar futuro.

En relación con el tercer desafío, tanto neokeynesianos como ofertistas fallaron. La mayoría de los países de altos ingresos (Estados Unidos, la mayor parte de Europa y Japón) no están invirtiendo en forma adecuada o prudente con vistas al mejor uso futuro de los recursos. Hay dos maneras de invertir (dentro o fuera del país), y en ambas, el mundo no invierte lo suficiente. 

La inversión interna puede darse de varias maneras, que incluyen la de las empresas en máquinas y edificios, la de las familias en inmuebles y la del Estado en personas (educación, capacitación), conocimiento (investigación y desarrollo) e infraestructuras (transporte, energía, redes hídricas y adaptación al cambio climático).

El enfoque neokeynesiano consiste en estimular la inversión interna, sin importar de qué tipo, ya que para ellos, todo gasto es gasto. Así que procuran estimular la inversión inmobiliaria mediante tipos de interés exiguos, la compra de autos por medio de préstamos titulizados para consumo y proyectos de infraestructura que generen demanda inmediata de mano de obra por medio de programas de estímulo a corto plazo. Y si las inversiones no aparecen, recomiendan convertir el “exceso” de ahorro en otro festín de consumo.

Los ofertistas, en cambio, quieren fomentar la inversión privada (¡jamás la pública!) por medio de más reducciones de impuestos y más desregulación. Ya lo intentaron varias veces en Estados Unidos (la más reciente fue durante la presidencia de George W. Bush). Por desgracia, el resultado de la desregulación no fue un auge sostenido de la inversión privada productiva, sino una efímera burbuja inmobiliaria.

Mientras los gobiernos oscilan entre el ofertismo y el neokeynesianismo con igual entusiasmo, la única realidad permanente es que estos últimos años la mayoría de los países de altos ingresos sufrieron una considerable caída de la inversión como cuota del producto nacional. Según datos del FMI, el gasto bruto en inversión en estos países cayó de un 24,9% del PIB en 1990 a sólo 20% en 2013.

En Estados Unidos, el gasto en inversión pasó de 23,6% del PIB en 1990 a 19,3% en 2013; la disminución neta (inversión bruta menos depreciación del capital) fue incluso mayor. En la Unión Europea, se pasó de 24% del PIB en 1990 a 18,1% en 2013.

Ninguna de las dos escuelas presta atención al verdadero remedio para esta caída permanente del gasto en inversión. Nuestras sociedades necesitan urgentemente más inversión, particularmente en la conversión de modos de producción sumamente contaminantes, energéticamente ineficientes y con alta huella de carbono en economías sostenibles basadas en el uso eficiente de los recursos naturales y la adopción de fuentes de energía con baja huella de carbono. Para ello se necesita la acción complementaria de los sectores público y privado.

Las inversiones necesarias incluyen la implementación a gran escala de la energía solar y eólica; más adopción de medios de transporte eléctricos, públicos (autobuses y trenes) o privados (autos); edificios energéticamente eficientes; y redes de distribución que transporten a grandes distancias la energía obtenida de fuentes renovables (por ejemplo, del mar del Norte y Noráfrica a Europa continental, y del desierto de Mojave en California a los centros urbanos estadounidenses).

Pero justo cuando nuestras sociedades necesitan hacer estas inversiones, tanto Estados Unidos como Europa están en una auténtica “huelga de inversiones” públicas. Los gobiernos recortan su inversión en nombre del equilibrio presupuestario, y los inversores privados no pueden invertir decididamente en energías alternativas, por falta de certezas sobre las redes de distribución reguladas, las reglas de responsabilidad, las fórmulas de fijación de precios y las políticas energéticas nacionales.

En Estados Unidos hubo un recorte drástico del gasto en inversión pública. Ni el gobierno federal ni los estados tienen mandatos políticos, estrategias de financiación o planes a largo plazo para catalizar inversiones hacia la próxima generación de tecnologías ecológicas inteligentes.

Neokeynesianos y ofertistas han comprendido mal la parálisis de las inversiones. Los neokeynesianos ven la inversión (pública o privada) sólo como una forma de demanda agregada, y descuidan las decisiones políticas en materia de infraestructuras y sistemas energéticos (o I+D especializada para la promoción de nuevas tecnologías) que se necesitan para liberar inversiones inteligentes y ecológicamente sostenibles de los sectores público y privado. Por eso, en vez de abogar por la definición de las políticas nacionales necesarias para una recuperación firme de la inversión, echan mano de trucos tales como paquetes de estímulo y tipos de interés nulos.

Los ofertistas, en tanto, se olvidan de que la inversión privada depende de inversiones públicas complementarias y de un marco regulatorio y político claro. Defienden el recorte del gasto público, en la ingenua creencia de que el sector privado vendrá mágicamente a llenar el vacío. Pero al recortar la inversión pública dificultan la inversión privada.

Por ejemplo, las generadoras de electricidad privadas no invertirán en la adopción a gran escala de fuentes de energía renovables si el gobierno no tiene políticas o planes a largo plazo en materia de clima y energía que alienten la construcción de líneas de transmisión para el transporte de la energía desde las nuevas fuentes ecológicas a centros urbanos alejados. Estas minucias políticas nunca preocupan demasiado a los economistas partidarios del libre mercado.

Otra opción es usar el ahorro interno para estimular la inversión en el extranjero. Por ejemplo, Estados Unidos podría prestar dinero a economías africanas de bajos ingresos para financiar la compra de plantas de generación de energía a empresas estadounidenses. Esta política convertiría el ahorro privado estadounidense en una importante herramienta en la lucha contra la pobreza mundial, y al mismo tiempo fortalecería la base industrial estadounidense.

Pero ninguna de las dos escuelas se esforzó por mejorar las instituciones de financiación del desarrollo. En vez de aconsejar a Japón y China que aumenten sus niveles de consumo, sería mejor que los macroeconomistas los alienten a usar sus cuantiosos ahorros para financiar inversiones, no sólo internas sino también en el extranjero.

Todo esto debería ser razonablemente claro para todo aquel a quien preocupe la necesidad urgente de armonizar el crecimiento económico y la sostenibilidad medioambiental. El desafío más acuciante que enfrenta nuestra generación es convertir las actuales infraestructuras y sistemas energéticos contaminantes y basados en el carbono en los sistemas ecológicos, inteligentes y eficientes del siglo XXI. Invertir en una economía sostenible mejoraría drásticamente nuestro bienestar y equivaldría a usar nuestro “exceso” de ahorro de la manera correcta.

Pero esto no se dará por sí solo. Necesitamos estrategias de inversión pública a largo plazo, planeamiento ambiental, hojas de ruta tecnológicas, alianzas público-privadas para la adopción de nuevas tecnologías sostenibles y una mayor cooperación global. Son las herramientas que crearán la nueva macroeconomía de la que hoy dependen nuestra salud y nuestra prosperidad.

Traducido por Esteban Flamini