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La divergencia de Trump con China

El mundo que se fue haciendo posible desde fines del siglo pasado estaría quedando a medio construir con los recientes sucesos políticos en el Reino Unido y EEUU. Ese mundo de la globalización, el comercio internacional y los procesos de integración, que produjeron la mayor reducción histórica de la pobreza global y de la desigualdad entre los países más ricos y los emergentes y que generó una inmensa clase media global, estaba a medio hacerse.

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Los procesos de integración estaban por consolidarse, los ajustes de las instituciones multilaterales que permitieran una mejor gobernanza global, eran incipientes y, la convergencia entre las dos mayores potencias mundiales, EEUU y China, algo escencial para la armonía y el mayor bienestar global, no pasaba de los libros y artículos de visionarios como Henry Kissinger de EEUU y Kishore Mahbubani de Singapur. 

En efecto, en su último libro, ‘Orden Mundial’, Kissinger nos advirtió que un estudio de Harvard mostraba que historicamente, de 15 casos de interacción entre una potencia emergente y una establecida, 10 terminaron en guerra. Y agregaba que no era sorprendente que hoy pensadores estratégicos significativos, a ambos lados, consideraran que el patrón histórico hacía inevitable el conflicto.

Por su lado Mahbubani, nos decía que estábamos construyendo una nueva y mejor civilización, que nadie habría pensado hace unos años que Singapur podría ser tan próspero como Londres. Pero aún había una gran resistencia a hablar de una gobernanza global que permitiera y cuidara la consolidación de la armonía entre occidente y oriente.

Pues, el Brexit y el acceso al poder del Trumpismo, van exactamente en dirección opuesta a estos pensamientos. Más vale darse cuenta a tiempo de la dirección e intensidad de los nuevos vientos, que en nuestra opinión alterarán profundamente el mundo que se estaba construyendo: uno que era favorable al espacio de desarrollo que necesitan países como el Perú.

No vamos a entrar en detalle de los avances negativos de la formación del gobierno de Trump, ahora solo queremos compartir un excelente artículo sobre las discontinuidades políticas de Gran Bretaña y EEUU, desde la perspectiva de dos intelectuales de Singapur: Mahbubani y Quah. Lampadia

La geopolítica del populismo

DANNY QUAH,  is Li Ka Shing Professor of Economics at the Lee Kuan Yew School of Public Policy at the National University of Singapore. He is the author of The Global Economy’s Shifting Centre of Gravity.

KISHORE MAHBUBANI, Dean of the Lee Kuan Yew School of Public Policy at the National University of Singapore, is the author of The Great Convergence: Asia, the West, and the Logic of One World. He was selected as one of Prospect magazine’s top 50 world thinkers in 2014.

Project Syndicate 
9 de diciembre, 2016
Traducción de Esteban Flamini
Glosado por
Lampadia

SINGAPUR – La gran pregunta a la que se enfrentan ahora mismo los países asiáticos es qué enseñanza extraer de la victoria de Donald Trump en la elección presidencial estadounidense y del referendo por el Brexit (en el que los votantes británicos eligieron abandonar la Unión Europea). Por desgracia, la respuesta no se está buscando en el lugar correcto: el cambio geopolítico.

En vez de eso, han prevalecido las explicaciones económicas. Una dice que la globalización, a pesar de mejorar el bienestar general, también desplaza trabajadores e industrias y aumenta la disparidad de ingresos, lo que crea electorados inquietos como los que apoyaron el Brexit y a Trump. Otra asegura que han sido los avances tecnológicos, más que la globalización, los que agravaron las desigualdades económicas y generaron las condiciones de la conmoción política en los países desarrollados.

Los países emergentes han identificado la desigualdad como un problema fundamental, y coinciden en buscar iniciativas para mejorar la movilidad social y evitar que la globalización y las nuevas tecnologías desplacen a sus clases medias y trabajadoras, y abran el camino a versiones propias de Trump y el Brexit. Para los países asiáticos, la receta política es clara: cuidar a las poblaciones desfavorecidas y ofrecer capacitación y nuevas oportunidades de empleo a los trabajadores desplazados.

Es evidente que todas las sociedades deben velar por sus miembros más pobres y maximizar la movilidad social, sin dejar de recompensar el emprendedorismo y alentar a las personas para que se esfuercen en mejorar su suerte. Pero concentrarse en esas políticas no resolverá el distanciamiento entre la gente y los gobiernos que subyace al ascenso de los populistas, porque su causa raíz no es la desigualdad, sino la sensación de pérdida de control.

Incluso si los países eliminaran las diferencias internas de ingresos y riqueza, y aseguraran la movilidad social para todos sus ciudadanos, las fuerzas que hoy impulsan el descontento popular en todo el mundo subsistirían.

Los votantes de Trump no encajan en el estereotipo en torno al cual gira la explicación económica del resultado electoral. Los pobres fueron más favorables a Clinton, y los ricos a Trump. Contra la explicación popular, Trump no debe su victoria a los que tienen más miedo de caerse del sistema económico.

Se dio algo similar en el referendo británico por el Brexit, en el que los partidarios de abandonar la UE culparon a sus normas supuestamente gravosas y a sus exorbitantes cuotas societarias de frenar la economía británica. Esto tiene muy poco que ver con combatir la desigualdad económica y la exclusión; y es revelador el dato de que las mayores donaciones a la campaña por el Brexit salieron de empresarios ricos.

Además, el sentimiento popular que contribuyó a la victoria del Brexit no se origina en la desigualdad de ingresos o el rechazo al “1%” más rico, sino en la rabia de votantes pobres marginados contra otros pobres marginados (en particular, los inmigrantes), no contra los ricos.

Lo que une a los simpatizantes de Trump y del Brexit no es la rabia por ser excluidos de los beneficios de la globalización, sino una incómoda sensación generalizada de que ya no controlan sus destinos. El aumento de la desigualdad de ingresos puede contribuir a este malestar, pero también hay otros factores.

Paradójicamente, es posible que los simpatizantes del Brexit y de Trump perciban los efectos de la globalización porque la desigualdad general en realidad disminuyó. El efecto más grande de la globalización fue sacar a cientos de millones de personas de la pobreza en los países emergentes. En los años noventa, el PIB combinado de estos países (a tipos de cambio de mercado) apenas llegaba a la tercera parte del PIB combinado de los países del G7. En 2016, esa divergencia había casi desaparecido.

Aumento

La presión inédita sobre el orden mundial no se debe al aumento de la desigualdad de ingresos dentro de cada país sino a la baja desigualdad de ingresos en el nivel internacional. Hay cada vez más diferencia entre lo que los países de Occidente pueden proveer y lo que las economías emergentes demandan. El poder del eje transatlántico que antes gobernaba el mundo se está yendo, y en los países otrora dominantes, tanto las élites políticas como los ciudadanos de a pie sienten esa pérdida de control.

Trump y el Brexit atrajeron a los votantes con la promesa de que las potencias transatlánticas pueden reafirmar su control en el contexto de un orden mundial que cambia a pasos agigantados. Pero el ascenso geopolítico de las economías emergentes, especialmente en Asia, obliga a encontrar un nuevo equilibrio para ese orden, ya que de lo contrario la inestabilidad global se mantendrá. Eliminar la divergencia de ingresos puede ayudar a los pobres, pero en los países desarrollados, no calmará sus temores.

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