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¿El fin de las democracias liberales?

¿El fin de las democracias liberales?

En Lampadia, hemos venido divulgando desde hace algún tiempo que las democracias liberales en los últimos años se han tornado frágiles en prácticamente todas las esferas del mundo, ante el avance de políticos populistas, que se tornan autoritarios al destituir las instituciones que son fundamentales para el equilibrio de poderes y la defensa de los derechos fundamentales de los individuos (ver Lampadia: El cinismo del populismo, Democracias están en peligro en América Latina).

Sin embargo, como explicamos en Lampadia: Democracia y capitalismo, ello de ninguna manera implica que deberían explorarse sistemas políticos alternativos, puesto que históricamente, las democracias liberales – con todas sus imperfecciones – han contribuido a sostener los pilares económicos que sustentan gran parte de los países de altos ingresos.

En ese sentido, hemos insistido en la generación de propuestas que permitan perfeccionar tales sistemas democráticos ante las crisis políticas suscitadas por los populismos, entre las que hemos destacado promover una concientización de la clase media sobre la importancia de las instituciones que defienden tales sistemas.

Pero nunca faltan las críticas, del otro lado del espectro, por parte de académicos que cuestionen la existencia misma de los sistemas democráticos liberales y que inclusive pongan en duda los beneficios económicos y sociales que han alentado sus mecanismos institucionales. Un reciente artículo escrito por el economista Dani Rodrik en la revista Project Syndicate, que compartimos líneas abajo, va justo en esa línea.

Aludiendo a una supuesta creciente desigualdad en EEUU con sesgo hacia las clases altas, Rodrik justifica la creación de más derechos en las democracias liberales, en particular, sobre ciertas minorías que estarían siendo excluidas de los beneficios del sistema. Como hemos escrito en anteriores oportunidades, la discusión sobre la pauperización de las clases medias en EEUU, es altamente engañosa ante la amplia evidencia que existe sobre el poco riguroso manejo de las cifras de pobreza y de ingresos que realizó la campaña del entonces candidato presidencial Donald Trump (ver Lampadia: Cuidado en el manejo de cifras de pobreza, Retomemos el libre comercio, Otra mirada al mito de la desigualdad). Así, realizando ciertos ajustes por los impuestos, las transferencias, entre otros factores, a los ingresos promedio de los hogares, se tiene que en realidad crecieron 51% entre 1979 y 2014.

Fuentes: Oficina del Censo; CBO; BLS; BEA; NBER; The Economist

Así, han sido los derechos de propiedad y el estado de derecho, que el mismo Rodrik cita como instituciones símbolo de EEUU, las que han permitido promover la consolidación de la clase media estadounidense. Este hecho rebate contundentemetne la tesis del mencionado economista.

En ese sentido, consideramos imperativo defenestrar las propuestas de Rodrik y reafirmar nuestro compromiso de defender las democracias liberales y de insistir en nuevas reformas políticas que permitan ahondar en ellas, de manera que las instituciones que las sostengan puedan lidiar con las crisis políticas venideras.

Rodrik se ampara en el nuevo libro de Daron Acemoglu y James Robinson, The Narrow Corridor: States, Societies, and the Fate of Liberty, que plantea un equilibrio entre el exceso de intervencionismo estatal y la debilidad extrema: Déle al Estado demasiada ventaja sobre la sociedad, y usted tiene despotismo. Si se debilita al Estado frente a la sociedad, se obtiene la anarquía. Lampadia

Democracia en el filo de la navaja

Dani Rodrik
Project Syndicate
9 de octubre, 2019
Traducido y glosado por Lampadia

En la novela Red Birds de Mohammed Hanif, un piloto de bombardero estadounidense estrella su avión en el desierto de Arabia y queda varado entre los lugareños en un campo de refugiados cercano. Se encuentra hablando de ladrones con un comerciante local. “Nuestro gobierno es el mayor ladrón”, explica. “Roba a los vivos, roba a los muertos”. El comerciante responde: “Gracias a Dios no tenemos ese problema. Simplemente nos robamos unos a otros “.

Esta pequeña viñeta casi resume el mensaje clave del nuevo libro de Daron Acemoglu y James Robinson, The Narrow Corridor: States, Societies, and the Fate of Liberty. La tesis de Acemoglu y Robinson es que las perspectivas de libertad y prosperidad se equilibran entre la opresión estatal y la anarquía y la violencia que la sociedad se inflige a menudo. Déle al estado demasiada ventaja sobre la sociedad, y usted tiene despotismo. Si se debilita al estado frente a la sociedad, se obtiene la anarquía.

Como lo indica el título del libro, solo hay un “corredor estrecho” entre estas dos distopías, un camino delgado que solo unos pocos países, principalmente en el Occidente industrializado, han logrado encontrar. Además, seguir el camino no garantiza permanecer en él. Acemoglu y Robinson enfatizan que a menos que la sociedad civil permanezca vigilante y pueda movilizarse contra los posibles autócratas, la regresión autoritaria siempre es una posibilidad.

El nuevo libro de Acemoglu y Robinson se basa en su éxito de taquilla anterior, Why Nations Fail. En ese libro y otros escritos, identificaron lo que llaman “instituciones inclusivas” como el principal impulsor del progreso económico y político. Estas instituciones, como los derechos de propiedad seguros y el estado de derecho, son accesibles para todos (o la mayoría) de los ciudadanos y no favorecen a un grupo reducido de élites sobre el resto de la sociedad.

Un país que siempre le ha dado problemas a la tesis de Acemoglu-Robinson es China. El monopolio del poder político del Partido Comunista de China, la corrupción desenfrenada del país y la facilidad con la que los competidores económicos y los opositores políticos del Partido pueden ser desposeídos apenas huelen a instituciones inclusivas. Sin embargo, es innegable que en las últimas cuatro décadas el régimen chino ha logrado tasas de crecimiento económico sin precedentes y la reducción más impresionante de la pobreza en la historia registrada.

En Why Nations Fail, Acemoglu y Robinson argumentaron que el crecimiento económico chino se agotará a menos que las instituciones políticas extractivas den paso a instituciones inclusivas. Duplican esta tesis en The Narrow Corridor. Caracterizan a China como un país donde un estado fuerte ha dominado a la sociedad durante casi dos milenios y medio. Argumentan que, tras haber pasado tanto tiempo fuera del corredor, es poco probable que China pueda volver a entrar sin problemas. No parece probable ni una reforma política ni un rápido crecimiento económico continuo.

El otro país grande que ahora parece estar incómodo con la tesis original de Acemoglu-Robinson es EEUU. En el momento en que se escribió Why Nations Fail, muchos todavía consideraban a EEUU como un excelente ejemplo de instituciones inclusivas: un país que se hizo rico y se hizo democrático a través del desarrollo de derechos de propiedad seguros y el estado de derecho. Hoy, la distribución del ingreso de los EEUU es tan sesgada como en cualquier plutocracia. Y las instituciones políticas representativas del país, bajo el ataque de un demagogo, parecen decididamente frágiles.

The Narrow Corridor parece estar escrito en parte para dar cuenta de la aparente fragilidad de las democracias liberales. Los autores acuñan el término “Red Queen Effect” para denotar la lucha continua para defender las instituciones políticas abiertas. Al igual que el personaje del libro de Lewis Carroll, la sociedad civil tiene que correr cada vez más rápido para mantenerse al día con los líderes autoritarios y contener sus tendencias despóticas.

La capacidad de la sociedad civil para enfrentarse al “Leviatán” puede a su vez depender de las divisiones sociales y su evolución. La democracia generalmente surge del surgimiento de grupos populares que pueden desafiar el poder de las élites o de las divisiones entre las élites. En los siglos XIX y XX, la industrialización, las guerras mundiales y la descolonización condujeron a la movilización de dichos grupos. Las élites gobernantes accedieron a las demandas de sus oponentes de que la franquicia se extendiera, sin requisitos de propiedad, (generalmente) a todos los hombres. A cambio, los grupos recién marginados aceptaron límites en su capacidad de expropiar a los propietarios. En resumen, los derechos de voto se intercambiaron por derechos de propiedad.

Pero, como discuto en un trabajo conjunto con Sharun Mukand, la democracia liberal requiere más: derechos que protejan a las minorías (lo que podríamos llamar derechos civiles). La característica definitoria del acuerdo político que genera la democracia es que excluye al principal beneficiario de los derechos civiles, las minorías, de la mesa de negociaciones. Estas minorías no tienen recursos (como la élite) ni números (como la mayoría) detrás de ellos. Por lo tanto, el acuerdo político favorece un tipo de democracia empobrecida, lo que se podría llamar democracia electoral, sobre la democracia liberal.

Esto ayuda a explicar por qué la democracia liberal es una bestia tan rara. La falta de protección de los derechos de las minorías es una consecuencia fácilmente entendida de la lógica política detrás del surgimiento de la democracia. Lo que requiere explicación no es la relativa rareza de la democracia liberal, sino su existencia. La sorpresa no es que pocas democracias sean liberales, sino que existan democracias liberales.

Esta no es una conclusión reconfortante en un momento en que la democracia liberal parece estar muy amenazada, incluso en aquellas partes del mundo donde parece haberse atrincherado permanentemente. Pero al apreciar la fragilidad de la democracia liberal, quizás podamos evitar la lasitud inducida por darla por sentado. Lampadia

Dani Rodrik, profesor de Economía Política Internacional en la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de la Universidad de Harvard, es el autor de Straight Talk on Trade: Ideas for a Sane World Economy.




Continúan los ataques a la globalización

Continúan los ataques a la globalización

Pareciera que los ataques hacia los progresos generados por la globalización y el libre comercio fueran imperecederos e intencionales, lo cual no hace más que confirmar la confabulación que tienen ciertos grupos políticos e intelectuales para detener el círculo virtuoso de crecimiento  y prosperidad (ver Lampadia: Trampa ideológica, política y académica) que han generado ambos fenómenos alrededor del mundo sin distinguir el grado de desarrollo entre países.

En esta ocasión, el golpe viene dado por el reconocido economista y profesor de la prestigiosa Escuela de Gobierno John F. Kennedy de la Universidad de Harvard, Dani Rodrik. En un reciente artículo publicado por la revista Project Syndicate – denominado “El Caso de una Economía Audaz” (ver artículo líneas abajo) – hace un llamado a los economistas académicos a no temer en introducir cambios institucionales radicales en los sistemas económicos, ante la presencia de:

  • Grandes segmentos de la fuerza laboral que parecen estar aislados del progreso económico.
  • Niveles récord de desigualdad y malas perspectivas de ganancias para los trabajadores más jóvenes y menos educados.
  • Un cambio climático que asola nuestra existencia.

Todos estos puntos, según Rodrik, justificarían la necesidad de reformar la globalización desde sus cimientos.

Analicemos y rebatamos punto por punto:

  • En relación al hecho de que existen grandes segmentos de la fuerza laboral estén aislados del progreso económico, esto no es verdad. Como hemos demostrado en Lampadia: Recuperando lo mejor del capitalismo, probablemente no existe ningún segmento de la población que no se haya beneficiado del enorme progreso del capitalismo, de la globalización y del libre comercio en los últimos 200 años. Más aún, en los últimos 50 años, período en el que Rodrik concentra su crítica, la reducción de la pobreza, el aumento de la esperanza de vida, la alfabetización y el aumento de ingresos de los ciudadanos, se aceleraron notoriamente.
  • En relación a los niveles récord de desigualdad y las malas perspectivas de ganancias hacia los trabajadores más jóvenes y menos educados, esto tampoco es verdad. Por el contrario, como hemos explicado en Lampadia: Retomemos el libre comercioOtra mirada al mito de la desigualdad, no solo la gran potencia económica mundial, EEUU, ha experimentado un incremento de los ingresos familiares –51% entre 1979 al 2014- con la conducente reducción de su desigualdad, sino que además, más de la mitad de la clase media en América Latina se ha duplicado en la última década, ambos progresos producto del crecimiento económico, sustentado por la globalización y el libre comercio. Este proceso de crecimiento por supuesto que también benefició a los trabajadores que recién se insertaban en los mercados laborales.
  • En relación al cambio climático, como hemos escrito en Lampadia: El socialismo de los Millenials, El futuro promisorio de las baterías, existen instrumentos de mercado que permiten palearlo, además de alternativas ecológicas que el mismo capitalismo ya se encuentra suministrando y que servirían también para tal fin. Ambas ideas no implican realizar ajustes significativos a los procesos de la globalización, como sugiere hacer el profesor Rodrik.

Pero el embate del mencionado economista no solo termina ahí, puesto que su llamado también pretende persuadir a la academia – en lo concerniente a la investigación económica- a utilizar un enfoque  basado en la evidencia, pero con un foco especial en la experimentación. Es decir, utilizar el criterio de la prueba y error para determinar la idoneidad de una política pública particular.

Esto no solo es sumamente peligroso porque implicaría dejar de lado toda la evidencia empírica en torno a las buenas prácticas de política pública en el pasado– como por ejemplo los impactos positivos que generan las reformas de mercado en la mejora de una serie de indicadores de bienestar en los países – sino que además, haría posible la implementación de ciertas políticas que, en el proceso de prueba y error, podrían perjudicar sobremanera a una población objetivo, sino cumplen con su cometido.

La ciencia económica a diferencia de las ciencias naturales no lidian con objetos carentes de razón sino con seres humanos y por ende, no podemos dejar a su suerte una iniciativa que tenga efecto en un colectivo determinado.

Por todas las razones anteriormente expuestas, seguiremos defendiendo el uso de la evidencia empírica para la recomendación de políticas públicas, enmarcando siempre el desarrollo hacia más globalización y más libre comercio, en los futuros embates que la prensa internacional nos ponga en frente. Lampadia

El Caso de una Economía Audaz

Dani Rodrik
Project Syndicate
11 de marzo, 2019
Traducido y glosado por Lampadia

Aunque los economistas están bien posicionados para imaginar nuevos arreglos institucionales, su hábito de pensar al margen y de mantenerse cerca de la evidencia disponible fomenta una aversión al cambio radical. Pero, cuando se les presentan nuevos desafíos, los economistas deben imaginar nuevas soluciones, como un nuevo grupo está decidido a hacer.

CAMBRIDGE – A fines de 1933, John Maynard Keynes envió una notable carta pública al presidente de los EEUU, Franklin Delano Roosevelt (en adelante, FDR). FDR había asumido el cargo a principios de ese año, en medio de una crisis económica que había empujado a una cuarta parte de la fuerza laboral al desempleo. Había lanzado sus ambiciosas políticas del New Deal, que incluían programas de obras públicas, subsidios agrícolas, regulación financiera y reformas laborales. También había retirado a EEUU del patrón oro para dar más libertad a la política monetaria interna.

Keynes aprobó la dirección general de estas políticas, pero también tuvo algunas críticas agudas. Le preocupaba que FDR complicara el esfuerzo de recuperación económica al ampliar innecesariamente su programa de políticas. FDR estaba haciendo muy poco para aumentar la demanda agregada y demasiado para cambiar las reglas de la economía. Keynes se centró especialmente en la Ley Nacional de Recuperación Industrial (en adelante, NIRA), que, entre otras cosas, amplió en gran medida los derechos laborales y fomentó los sindicatos independientes. Le preocupaba que la NIRA socavara la confianza empresarial y pesara en la burocracia federal, sin hacer una contribución directa a la recuperación. Se preguntó si algunos de los consejos que FDR estaba recibiendo “no eran tan ingenuos ni tan extraños”.

Keynes no pensaba mucho en la economía de FDR, pero al menos era un crítico comprensivo. Debido a que gran parte del New Deal se aplicó a la ortodoxia económica predominante, las políticas de FDR tuvieron poco apoyo de los principales economistas de la época. Por ejemplo, como explica Sebastián Edwards en su fascinante libro reciente American Default, la opinión predominante entre los economistas era que romper el vínculo del dólar con el oro crearía caos e incertidumbre. El único economista fidedigno en la “confianza mental” de FDR fue Rexford Tugwell, un profesor de Columbia de 41 años poco conocido que ni siquiera enseñaba a estudiantes de posgrado.

¿Los economistas demostrarán ser más útiles hoy, en un momento en que los desafíos que enfrentamos son casi tan apremiantes como los de la Gran Depresión? El desempleo puede no ser un problema grave en la mayoría de los países avanzados en la actualidad, pero grandes segmentos de la fuerza laboral parecen estar aislados del progreso económico. Los niveles récord de desigualdad y las malas perspectivas de ganancias para los trabajadores más jóvenes y menos educados están erosionando los cimientos de las democracias liberales. Las reglas que sustentan la globalización necesitan urgentemente una reforma. Y el cambio climático sigue planteando una amenaza existencial.

Estos problemas exigen respuestas audaces. Sin embargo, en su mayor parte, los economistas de la corriente principal parecen preocupados por arreglos marginales —una modificación del código fiscal aquí, un impuesto al carbono allí, tal vez una rociada de subsidios salariales— que deja intactas las estructuras de poder que respaldan las reglas del juego económico.

Los economistas pueden enfrentar el desafío adoptando una visión más amplia. El mes pasado, me uní a un grupo de destacados economistas para lanzar una iniciativa que hemos denominado “Economía para la Prosperidad Inclusiva” (EfIP). Desde los mercados laborales y las finanzas hasta las políticas de innovación y las reglas electorales, el objetivo es promover ideas políticas ambiciosas que presten mucha más atención a la desigualdad y la exclusión, y a los desequilibrios de poder que las producen.

Como Suresh Naidu, Gabriel Zucman y yo explicamos en nuestro “manifiesto”, ni la economía sólida ni la evidencia convincente respaldan muchas de las ideas políticas dominantes de las últimas décadas. Lo que se ha llamado “neoliberalismo” es, en muchos sentidos, una derogación de la economía dominante. Y la investigación económica contemporánea, desplegada apropiadamente, es de hecho completamente conducente a nuevas ideas para crear una sociedad más justa. La economía puede ser un aliado de la prosperidad inclusiva. Pero depende de nosotros los economistas convencer a nuestra audiencia de los méritos de estas afirmaciones.

Nuestra red está formada por economistas académicos que creen que se pueden desarrollar nuevas ideas sin abandonar el rigor científico. El eslogan de nuestros días es “política basada en evidencia”. Por consiguiente, nuestros resúmenes de política se basan en análisis empíricos, utilizando herramientas de la economía general. Pero, para nosotros, un enfoque “basado en la evidencia” no es uno que refuerce un sesgo conservador a favor de las políticas al margen de los acuerdos institucionales existentes; es uno que fomenta la experimentación. Después de todo, ¿cómo podemos desarrollar nuevas pruebas sin intentar algo nuevo?

Los mercados dependen de una amplia gama de instituciones para crearlos, regularlos y estabilizarlos. Estas instituciones no vienen con formas predeterminadas. La propiedad y los contratos, las instituciones más elementales requeridas para hacer que los mercados funcionen, son construcciones legales que pueden diseñarse de muchas maneras. A medida que lidiamos con las nuevas realidades creadas por la innovación tecnológica y el cambio climático, las preguntas sobre la asignación de derechos de propiedad entre los diferentes reclamantes se vuelven cruciales. La economía no proporciona respuestas definitivas aquí, pero proporciona las herramientas necesarias para identificar las compensaciones relevantes.

Un tema común en nuestro conjunto inicial de propuestas de políticas son las asimetrías de poder que dan forma al funcionamiento de la economía global contemporánea. Muchos economistas descartan el papel de tales asimetrías porque hay poco margen para el poder en condiciones de competencia perfecta e información perfecta. Pero en el mundo real que examinamos, abundan las asimetrías de poder.

¿Quién tiene la ventaja en la negociación de salarios y beneficios laborales? ¿Quién domina los mercados y quién debe someterse a las fuerzas del mercado? ¿Quién puede moverse a través de las fronteras y quién está atascado en casa? ¿Quién puede evadir impuestos y quién no? ¿Quién puede establecer la agenda de negociaciones comerciales y quién está excluido? ¿Quién puede votar y quién está efectivamente marginado? Argumentamos que abordar tales asimetrías tiene sentido no solo desde el punto de vista de la distribución, sino también para mejorar el desempeño económico general. Los economistas tienen un poderoso aparato teórico que les permite pensar en tales asuntos.

Si bien los economistas están bien posicionados para desarrollar arreglos institucionales que van más allá de lo que ya existe, su hábito de pensar en el margen y de mantenerse cerca de la evidencia disponible alienta una aversión al cambio radical. Pero, cuando se les presentan nuevos desafíos, los economistas deben imaginar nuevas soluciones. La imaginación es crucial. No todo lo que intentemos tendrá éxito; pero si no redescubrimos el valor del credo de FDR, “experimentación audaz y persistente”, ciertamente fracasaremos. Lampadia

Dani Rodrik es profesor de economía política internacional en la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de la Universidad de Harvard. Es el autor de La Paradoja de la Globalización: La Democracia y el Futuro de la Economía Mundial, Reglas Económicas: Los Derechos y los Males de la Ciencia Triste y, más recientemente, Charla Recta sobre el Comercio: Ideas para una Economía Mundial Sana.




Un economista de Harvard le pone colores políticos a la globalización

(El término “izquierda caviar” tiene su origen en la expresión francesa gauche caviar, que hace referencia a los políticos de izquierda que provienen de una clase social privilegiada. En el Perú se refiere a su estilo de vida de la burguesía).

En Lampadia pensamos que es muy importante que nuestros ciudadanos se nutran de la evolución del pensamiento sobre desarrollo y políticas públicas del mundo global. Pero, comprobamos una y otra vez, que la perspectiva que reflejan muchas publicaciones, incluso las de las luminarias de las mejores universidades de EEUU y Europa, requieren un análisis crítico para que podamos aprovecharlas debidamente.

Por ejemplo, en los últimos años, tanto en EEUU como en Europa, ha tomado mucho espacio el tema de la desigualdad que, efectivamente, ha crecido dentro de los países más ricos. Pero, a nivel global, la desigualdad entre ellos y los países emergentes, ha disminuido de manera importante.

En esta ocasión queremos analizar un último artículo de Dani Rodrik, titulado La abdicación de la izquierda, que publicó Project Syndicate (11 de julio, 2016). Rodrik es uno de los gurús de la Universidad de Harvard. En su articulo habla sobre el Brexit, la globalización y la política, el cual nos parece poco académico y más bien ‘jesuítico’.    

“Mientras el mundo no termina de recuperarse de la conmoción del Brexit, economistas y políticos comienzan a darse cuenta de que subestimaron seriamente la fragilidad política de la forma actual de la globalización. (…) reafirmación de identidades locales y nacionales, demanda de mayor control y rendición de cuentas democráticos, rechazo de los partidos políticos centristas y desconfianza hacia las élites y los expertos”.

“Algunos economistas (entre los que me incluyo) advirtieron sobre las consecuencias de llevar la globalización económica más allá de los límites de las instituciones que regulan, estabilizan y legitiman los mercados. La hiperglobalización comercial y financiera, dirigida a la plena integración de los mercados mundiales, desgarró las sociedades locales”.

En el plano económico, la globalización se expresa principalmente en el comercio y el financiamiento y las inversiones. Efectivamente, este proceso es en esencia un desarrollo de mercado. Sin embargo, en el plano institucional y político, seguimos con las instituciones de la pos guerra. Como hemos afirmado anteriormente, el mundo global necesita una mejor gobernanza global. Eso no hace negativa la integración comercial.

La integración comercial y financiera ha integrando efectivamente los mercados globales y ha producido inmensos beneficios para la humanidad en su conjunto, como una gran disminución de la pobreza global y de la desigualdad entre los países más ricos y los más pobres. En los últimos 40 años se ha duplicado la población mundial y se ha formado una clase media global de 3,000 millones de habitantes y, hoy los más pobres tienen mejores condiciones de vida que nunca antes, con mayor esperanza de vida, mejor alimentación y mejor salud. Se estima que en 20 años podamos superar del todo la pobreza.

Los problemas reales de los países más ricos no son por la globalización, son porque no han sabido medir y manejar sus capacidades. Han creado sociedades con fallas y déficits estructurales, crearon más derechos que deberes y, más pasivos que activos, son menos trabajadores, ahorrativos y creativos que antes y que otros, tienen más privilegios que nunca.

Sin embargo, ante los problemas actuales, incluso los académicos más afamados, prefieren echarle la culpa a la globalización.  

“Pero lo que sorprende más es el giro decididamente derechista que tomó la reacción política. En Europa, el proceso ha llevado al surgimiento de una serie de partidos mayormente populistas nativistas y nacionalistas, mientras que la izquierda solo ganó terreno en unos pocos lugares como Grecia y España”.

“Tal como a regañadientes concede el nuevo consenso que comienza a aparecer en el establishment, la globalización acentúa las divisiones de clase entre quienes cuentan con habilidades y recursos para aprovechar la existencia de mercados globales y quienes no”.

Otra vez, un análisis parroquial que ante la falta de respuestas más consistentes, recurre a un obsoleto marco de análisis ideológico.

“Tradicionalmente, las diferencias de ingresos y clase, siempre fortalecieron a la izquierda. ¿Por qué esta fue incapaz de presentar un cuestionamiento político significativo a la globalización?”

“Las democracias latinoamericanas son un contraste elocuente. Para estos países la globalización fue ante todo un shock del comercio internacional y la inversión extranjera, más que un shock de inmigración. Por eso la reacción populista en América latina (en Brasil, Bolivia, Ecuador y, más desastrosamente, Venezuela) fue hacia la izquierda”.

“(…) revela una debilidad mayor de la izquierda: la ausencia de un programa claro para remodelar el capitalismo y la globalización para el siglo XXI”.

“Gran parte de la culpa es de los economistas y tecnócratas de izquierda. (…) [quienes] lideraron el movimiento hiperglobalizador en momentos cruciales”.

“La entronización de la libre movilidad del capital como norma por parte de la Unión Europea, la OCDE, y el FMI fue probablemente la decisión más fatídica para la economía global que se haya tomado en las últimas décadas.

Muy curioso que se califique la movilidad de capital como el gran demonio del bienestar. Arbitrariamente, Rodrik suprime todos los demás factores que han moldeado la realidad del mundo global. No registra que esa movilidad de capitales ha permitido financiar buena parte del crecimiento de los países emergentes. Tampoco registra que, a diferencia de las décadas de menor integración (cuando los países, llamados entonces ‘en desarrollo’), estaban sobre endeudados y sin capacidad de mejorar las condiciones de vida de sus ciudadanos, ahora, los países más ricos son los que están sobre-endeudados y se ven forzados a ajustar el ritmo de vida de sus ciudadanos.

“La buena noticia es que el vacío intelectual de la izquierda se está llenando. Hay un corpus económico “respetable” cada vez mayor del que los políticos de izquierda deberían extraer inspiración (Anat Admati, Simon Johnson, Thomas Piketty, Tony Atkinson, Mariana Mazzucato, Ha-Joon Chang, Joseph Stiglitz, Jeffrey Sachs, [et al]). Aquí hay suficientes elementos para construir una respuesta económica programática desde la izquierda”.

“Una diferencia crucial entre la derecha y la izquierda es que la primera prospera profundizando divisiones en la sociedad (“nosotros” contra “ellos”), mientras que la izquierda, cuando es exitosa, las supera por medio de reformas que unen a las partes”.

Increíble afirmación en boca de un líder en análisis ‘económico’. Por definición las izquierdas son las contestatarias y por lo tanto, las que dividen. Pero además, hay que preguntarse ¿cuándo fueron exitosas las izquierdas?

  • ¿Con el laborismo británico antes de la Thatcher, en el ‘winter of discontentent’ de Callahan?
  • ¿Con el socialismo de Mitterrand en Francia, que sentó las bases de una economía sobre regulada, relativamente cerrada y poco competitiva, que ahora debe ser reformada por el nuevo socialismo de nuestros días?

Ese es pues nuestro mundo. Mucha información y poco análisis. Con más mitos y contrabando intelectual no arreglarán sus problemas los países más ricos, como no los arreglamos antes los países emergentes con la ‘teoría de la dependencia’.

Por nuestro lado, los peruanos debemos buscar las perspectivas adecuadas para acomodar nuestras políticas y no dejarnos llevar por lo que en la banca se denomina ‘name lending’ (te presto por tu nombre y no por lo que vales). No basta pues ser un profesor de Harvard para que tomemos sus opiniones ‘face value’. 

Lampadia




Los riesgos del consenso económico

Los riesgos del consenso económico

PRINCETON – La Iniciativa sobre Mercados Globales, con sede en la Universidad de Chicago, realiza una encuesta periódica sobre temas de actualidad a economistas académicos de primer nivel con diferentes ideas políticas. En la última edición, se les preguntó si creían que el plan de estímulo del presidente Barack Obama había ayudado a reducir el desempleo en Estados Unidos.

Alianza del Pacífico: imposible de imaginar sin la recuperación de la región

El plan, conocido oficialmente como Ley de Reinversión y Recuperación de Estados Unidos de 2009, implicó más de 800,000 millones de dólares de gasto público en infraestructura, educación, salud, energía, incentivos fiscales y diversos programas sociales. Fue una clásica respuesta keynesiana implementada en medio de una crisis económica.

La opinión de los economistas fue prácticamente unánime. Treinta y seis de los 37 importantes economistas que respondieron la encuesta dijeron que el plan había logrado su objetivo declarado de reducir el desempleo. Justin Wolfers, economista de la Universidad de Michigan, celebró el consenso en su blog en New York Times y lamentó que el virulento debate público sobre la efectividad del plan de estímulo fiscal haya perdido toda conexión con aquello que los expertos saben y en lo que están de acuerdo.

Es cierto que los economistas coinciden en muchas cosas, y algunas de ellas son políticamente controvertidas. En 2009, Greg Mankiw, economista de Harvard, elaboró una lista con diversas tesis apoyadas por al menos un 90% de los economistas, entre ellas: imponer aranceles y cuotas a las importaciones reduce el bienestar económico general; el control de alquileres reduce la oferta de vivienda; la flotación cambiaria permite un sistema monetario internacional eficaz; Estados Unidos no debe impedir que las empresas relocalicen puestos de trabajo a otros países; y la política fiscal estimula la economía cuando no hay pleno empleo.

Este consenso en torno de tantas cuestiones importantes parece contradecir la percepción general de que los economistas rara vez se ponen de acuerdo. Es famosa la ironía que les dedicó George Bernard Shaw: “Si todos los economistas se pusieran en fila, aun así no llegarían a ninguna conclusión”. Dicen que cierta vez, frustrado por los consejos contradictorios y llenos de reservas que le daban sus asesores, el presidente Dwight Eisenhower pidió que le trajeran un “economista que esté de un solo lado”.

Hay muchas cuestiones de política pública que sin duda son objeto de un encendido debate económico. ¿Cuál debe ser la máxima tasa impositiva? ¿Hay que elevar el salario mínimo? ¿Qué es mejor para reducir el déficit fiscal: aumentar los impuestos o recortar el gasto? ¿Las patentes alientan o impiden la innovación? En estas y muchas otras cuestiones, los economistas tienden a ser muy buenos para ver la cuestión desde los dos lados; sospecho que si se hiciera una encuesta sobre estos temas no habría mucho consenso.

El acuerdo entre economistas puede ser bueno o malo. A veces es bastante inocuo, como cuando nos advierten que hay que tener siempre en cuenta los incentivos. ¿Quién podría disentir? A veces, se limita a un caso particular y se basa en evidencia obtenida después del hecho: sí, el sistema económico soviético era enormemente ineficiente; claro, el plan de estímulo fiscal de Obama en 2009 redujo el desempleo.

Pero cuando se crea consenso en torno de la aplicabilidad universal de un modelo determinado, cuyos supuestos fundamentales probablemente no se cumplan en muchos contextos, tenemos un problema.

Veamos algunas de las áreas que mencioné antes, en las que hay acuerdo casi unánime. La tesis de que las barreras comerciales reducen el bienestar económico ciertamente no es válida en todos los casos, ya que no se cumple si se dan determinadas condiciones (por ejemplo, externalidades o rendimientos crecientes a escala). Además, requiere que los economistas hagan juicios de valor sobre los efectos distributivos, algo que es mejor dejárselo al electorado.

Asimismo, la tesis de que el control de alquileres reduce la oferta de vivienda no se cumple en condiciones de competencia imperfecta. Y la tesis de que la flotación cambiaria es un sistema eficaz depende de supuestos sobre el funcionamiento de los sistemas monetarios y financieros cuya validez está en duda; sospecho que si hoy se hiciera una encuesta sobre esto, habría mucho menos consenso.

Puede ser que los economistas tiendan a coincidir en que ciertos supuestos se aplican al mundo real la mayoría de las veces. O que piensen que un conjunto de modelos funciona mejor “en promedio” que otro. Aun así, cuando dan su apoyo a tal o cual tesis, ¿no deberían incluir las debidas salvedades, siendo científicos como son? ¿No deberían tener en cuenta que afirmaciones categóricas como las anteriores pueden ser erróneas en, al menos, algunos contextos?

El problema es que los economistas suelen confundir un modelo con el modelo. Y en esos casos, que haya consenso no es nada para celebrar.

De ese consenso pueden derivarse dos clases de perjuicios. En primer lugar, errores de omisión: cuando los puntos ciegos del consenso impiden a los economistas ver problemas que se presentarán más adelante. Un ejemplo reciente fue cuando no se dieron cuenta de la peligrosa confluencia de circunstancias que produjo la crisis financiera global. Esta omisión no se debió a que no hubiera modelos que hablaran de burbujas, información asimétrica, incentivos distorsionados o corridas bancarias, sino a que no se les prestó atención y se favoreció el uso de otros modelos que hacían hincapié en la eficiencia de los mercados.

Luego están los errores de comisión: cuando la fijación de los economistas con un modelo particular del mundo los hace cómplices de la implementación de políticas cuyo fracaso era previsible. A esta categoría pertenece la defensa de los economistas a las políticas neoliberales del “Consenso de Washington” y a la globalización financiera.

[Dani Rodrik y los que llenan de epítetos a los llamados neoliberales pueden decir lo que quieran del Consenso de Washington, pero más allá de que ninguna obra humana es perfecta, gracias a los postulados de dicho consenso, América Latina dejo sus problemas económicos, que como dice Liliana Rojas-Suarez, siempre se originan en el exceso de endeudamiento. No podemos dejar de reconocer que lo que se hizo en la región en términos de desregulación, privatización y manejo de deuda, permitió una recuperación espectacular de toda la región, que finalmente determinó que no fuéramos ni los protagonistas ni las principales víctimas de la última crisis financiera, que sigue causando profundos problemas.  El que después, los países más ideologizados, no hayan sabido aprovechar los buenos años del nuevo siglo y hayan destruido sus economías, como Venezuela, Argentina, y en buena medida Brasil, es otra cosa. Creo que Rodrik debe buscar un mejor ejemplo para ilustrar este punto. Más abajo publicamos el Consenso de Washington y la evolución del producto de la región, para que el lector pueda juzgar si encierra algunos monstruos.] 

En ambos casos, no tuvieron en cuenta serias complicaciones analizadas por la teoría del segundo óptimo (externalidades de aprendizaje, fallas institucionales) que restaron eficacia a las reformas y, en algunos casos, las tornaron contraproducentes.

El desacuerdo entre economistas es saludable. Refleja el hecho de que la disciplina económica abarca una colección de modelos muy variada, y que emparejar la realidad con el modelo es una ciencia imperfecta con amplio margen de error. Es mejor mostrarle a la opinión pública esta incertidumbre que transmitirle una falsa sensación de seguridad basada en una apariencia de contar con conocimiento infalible. [Claro que sí, siempre la verdad y humildad, pero además, no todo se trata de economía, como ya sabemos.]




Dani Rodrik: Ideas desde Davos

Dani Rodrik: Ideas desde Davos

Dani Rodrik es un destacado economista de Princeton y Harvard, y uno de los más influyentes a nivel internacional en temas relacionados a crecimiento y desarrollo económico y reformas de Estado. En una entrevista para Perú 21 desde la sede donde se lleva a cabo el Foro Económico Mundial, Rodrik habla sobre el nuevo escenario internacional que le espera a los países emergentes para continuar la senda de crecimiento que han mostrado en los años previos, las políticas económicas de los países de América Latina, y los retos en materia de reformas institucionales. Uno de los mensajes que deja el experto es que “no existe un libro de recetas para ejecutar reformas”, ya que mejorar la gobernanza, las instituciones regulatorias, y en general el ambiente de inversiones con mejor protección a los derechos de propiedad involucra cambios difíciles y largos cuyos diseños varían de un contexto a otro. Asimismo, Rodrik señala que uno de los desafíos prioritarios de la región es reducir la informalidad a través de políticas que se adecuen a las causas que la generan.   

Leer la entrevista completa publicada en Perú 21, jueves 23 de enero de 2014