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La caída de nuestros líderes es una tragedia

La caída de nuestros líderes es una tragedia

Ya es un lugar común considerar que los ciudadanos hemos perdido confianza en la política y sus representantes. También sabemos que este fenómeno va más allá del Perú, es un sentimiento global. Pero tal vez no hemos visto la profundidad a la que se ha llegado después de la última crisis financiera mundial. En nuestro reciente artículo: Generación Y: ¿Aliado o enemigo? – Una visión (disruptiva) del futuro hemos mostrado que, según el UBS, el 52% de los jóvenes norteamericanos de 21 a 36 años mantienen sus ahorros fuera del sistema financiero, a diferencia de los mayores que lo hacen en 23% (una desintermediación financiera inimaginable).

Estos jóvenes de la llamada generación Y o Millenials (nacidos después de 1980), tienen una nueva visión de las cosas, son tecnológicos, innovadores, globales. Tienen una noción diferente del mundo, no segmentada por límites territoriales o culturales, forman parte de un solo espacio, comparten los mismos problemas y preocupaciones. Su desencanto va más allá de la política, incluye a los bancos, los reguladores y las empresas privadas. Desconfían de las  entidades públicas y privadas.

Por otro lado están muy capacitados, son individualistas, confían en sí mismos, no le corren al riesgo ni al cambio. Su desilusión y crítica contra casi todos los líderes actuales, los convierte en una generación huérfana.

De alguna manera la humanidad, especialmente en occidente, desde sus juventudes, estaría perdiendo la esperanza y el respeto por los “viejos de la tribu”, por el establishment, que sienten que les han fallado e interrumpido sus expectativas de un mundo mejor.

Un triste ejemplo de la devaluación de los líderes globales es lo acontecido con el más importante líder aparecido en el siglo XXI, Barak Obama, que en solo 5 años ha pasado de la gloria al  desencanto.

Seguramente todos recordamos la noche del 4 de noviembre del 2008, en la cual todo el planeta, jóvenes y viejos, latinos y africanos, americanos, europeos y asiáticos, humedecimos nuestros ojos en una suerte de fiesta global, por el éxito de un hombre común, más común que los demás, un afroamericano de origen humilde había llegado al cargo de mayor poder en el mundo, demostrando con su lema “YES WE CAN”, que sí se podía. Haciéndonos soñar que el mundo estaba a nuestros pies si queríamos hacer el esfuerzo. Era como un nuevo amanecer.

Llegó a la Casa Blanca en olor de multitud, feliz y optimista, aplaudido y alabado por impresionantes multitudes, que prácticamente daban su vida por él.

En el 2008 fue elegido “Hombre el Año” por la revista Time y en el 2009 se le otorgó el Premio Nobel de la Paz.

Desde entonces, se ha dado de porrazos con la dura realidad y, tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo, va perdiendo una batalla tras otra. Poco a poco ha debilitado su influencia como líder global y, hasta sus amenazas (Siria), perdieron contenido.

En noviembre del 2013, la prestigiosa (y nada amarilla revista británica) The Economist, lo sacó en su portada en una situación, bastante embarazosa:

Obama había perdido sus maravillosos poderes y ya no era la esperanza de cambio ni de liderazgo. Peor aún, el 2 de julio de este año 2014 The Washington Times, publicó una nota que lo califica como el peor presidente norteamericano desde la Segunda Guerra Mundial.

En resumen, una caída rapidísima hasta un lugar que da pena por Obama, una persona llena de buenas intenciones, pero como sabemos hace mucho tiempo, las buenas intenciones no son suficientes.

De esta triste experiencia debemos sacar algunas valiosas conclusiones: primero, tomar nota de la velocidad a la que todo  puede cambiar, ya sea por hechos objetivos o por imágenes y, segundo, el choque entre expectativas y realidades, la intolerancia y exigencia de la sociedad, que no está dispuesta a retroceder o a dejar de avanzar, según sea el caso del país en cuestión (por ejemplo: Estados Unidos o Brasil).

Necesitamos reconstruir la confianza de los jóvenes en las instituciones y en nuestros líderes. Felizmente hoy tenemos algunas esperanzas: Malala Yousafzai, una niña afgana de 16 años, que fue herida por los talibanes por defender el derecho a la educación de las niñas en su país, logró recuperarse y hoy es una lideresa que llegó hasta las Naciones Unidas. En Latinoamérica tenemos a María Corina Machado, la valiente venezolana que Lampadia pidió se le nombrara: “Diputada Honoraria de América Latina”.

Queridos lectores, esto no es algo trivial, nuestros jóvenes no pueden tener un vacío por delante, sin saber a quién seguir o en quién creer, y sin confiar en las instituciones que hoy (consideran) no están a la altura de sus expectativas.

Nos toca a los mayores, acercarnos a los jóvenes y aprovechar sus capacidades para recuperar los espacios de confianza, sin los que nuestras sociedades devienen en precarias. ¡Manos a la Obra! Lampadia