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Experimentan con colegios ‘género-neutrales’

Experimentan con colegios ‘género-neutrales’

La crianza género neutral, significa para algunos permitir que los niños jueguen con muñecas y que las niñas jueguen con carritos. También promueve líneas de ropa de género neutral para apoyar ese enfoque educativo extremo. Pero ahora, en el propio Suecia, su más entusiasta promotor, los colegios preescolares genero-neutrales están siendo cuestionados.

Suecia está participando en un experimento deliberado de ingeniería social. En lugar de “niños” y “niñas”, se insta a los maestros a que llamen a todos como “amigos”. Muchos preescolares suecos han abandonado los pronombres de género a favor del término “hen”, género neutro recientemente inventado.

Como informa The New York Times (en un artículo que reproducimos líneas abajo), en este modelo, los profesores suecos instan a los niños a jugar en la cocina y las niñas a gritar “no”. Algunos niños aparecen en vestidos; a nadie le importa. El currículo nacional de Suecia exige que los centros preescolares “contrarresten los roles y patrones de género tradicionales” y alienten a los niños a explorar “fuera de las limitaciones de los roles de género estereotipados”. En un proyecto piloto, los niños y las niñas fueron separados y entrenados para comportarse en formas no-conformes a sus sexos.

¿Cuál ha sido el resultado de este experimento?

¿Acaso estos esfuerzos crearán un mundo más igualitario y con menos diferencias de género? En Lampadia somos muy críticos de la manipulación social de niños en edad pre-escolar. En este caso reportamos la crianza género neutral, que impone comportamientos anti-naturales en los niños. El tema de género se está llevando a niveles absurdos, y creemos que estos supuestos procesos de modernidad, se está saliendo de las manos. Muchos jóvenes ahora tienen la creencia romántica de que el medio ambiente y la cultura son totalmente responsables del comportamiento humano. Se plantea que, si se deja de estereotipar a los jóvenes como niñas o niños, dejarían de comportarse de manera estereotipada.

Esto no quiere decir que es inútil tratar de mejorar la socialización de los niños. Pero también tenemos que admitir que los seres humanos están profundamente moldeados por sus condicionantes genéticos. El género, la herencia genética, es mucho más influyente de lo que muchas personas, involucradas en diseños sociales, están dispuestas a reconocer. Los hombres y las mujeres muestran diferencias de comportamiento significativas no porque socializan de forma diferente, sino porque están conectados de manera diferente. Dale a una niña un carrito y ella jugará a la casita. Dale a un niño una olla y la golpeará como un tambor. La verdad es que más del 99% de las personas se identifican con su sexo de nacimiento.

Pretender cambiar eso a la fuerza, por concepciones ideológicas es una suerte de crimen social.

A la mayoría de los niños les gusta un poco de estructura en sus vidas, especialmente, en la cuestión existencial de si son niño o niña. ¿Es realmente justo hacer que un hijo sea el sujeto de un experimento social, sin importar las consecuencias? En Lampadia rechazamos estos dislates.

SUECIA DICE ADÍOS A ROLES DE GÉNERO

Desaprender el género desde el preescolar

Ellen Barry 
The New York Times
27 de marzo de 2018
Traducido y glosado por Lampadia

ESTOCOLMO — Algo andaba mal con los Pingüinos, los nuevos alumnos de alrededor de dos años en el preescolar Seafarer, ubicado en un suburbio de construcciones de madera al sur de Estocolmo.

Los niños eran muy ruidosos y físicamente inquietos. Gritaban y pegaban. Las niñas se cruzaban de brazos y lloriqueaban para que las cargaran. En otras palabras, el grupo se dividía según los lineamientos de género tradicionales. Y, en esta escuela, eso no está bien.

Sus maestros sacaron los cochecitos y las muñecas del aula, pusieron a los niños a cargo de la cocina de juguete y les dijeron a las niñas que practicaran el grito de “¡No!”. Luego decidieron abrir una investigación en forma, por lo que pusieron cámaras de video en el salón.

La ciencia puede debatir aún si las diferencias de género se originan en la biología o la cultura, pero muchos de los preescolares financiados por el gobierno de Suecia están realizando una desconstrucción de ellas. Los programas de estudio estatales animan a los maestros y los directores a que adopten su papel de ingenieros sociales y “contrarresten tanto los roles como los patrones de género tradicionales”.

En muchos preescolares suecos es normal que los maestros eviten referirse al género de sus alumnos: en lugar de “niños y niñas”, dicen “amigos” o llaman a los niños por su nombre. Los juegos se organizan para evitar que los niños se dividan entre ellos por género. En 2012 se introdujo un pronombre de género neutral, hen, y la cultura institucional sueca lo ha adoptado poco a poco, algo que según los lingüistas nunca ha sucedido en ningún otro país.

Aún no está claro exactamente qué efectos tiene este método de enseñanza en los niños.

Niños y niñas jugando en una cocina al aire libre en el preescolar
Crédito: Andrea Bruce para The New York Times

 

Elis Storesund, la experta en género del preescolar.
Cuando los niños de una clase se negaron a pintar,
la llamaron para que analizara el problema desde el punto de vista del género.

Crédito: Andrea Bruce para The New York Times

 

Dibujos de los estudiantes en el preescolar.
Cuando una maestra notó que las chicas solo dibujaban
pestañas en las niñas, les preguntó:
“¿Los niños no tienen pestañas?”.

Crédito: Andrea Bruce para The New York Times

Uno de los pocos artículos arbitrados que examinan los efectos del método, concluyó que algunos comportamientos desaparecen cuando los estudiantes asisten a lo que ese estudio llamó preescolares de “género neutral”.

Por ejemplo, los niños de esta escuela no muestran ninguna preferencia marcada por compañeros de juego del mismo género y es menos probable que supongan cosas con base en estereotipos. Aun así, los científicos no encontraron diferencias en la tendencia de los niños a notar el género, lo que sugiere que eso puede estar influido por la genética.

En el preescolar Seafarer, el esfuerzo a veces se percibe como una aventura arriesgada en territorio desconocido.

En un viernes reciente en Hammarbyhojden, al sur de Estocolmo, Elis Storesund, la experta en género de la escuela, se sentó para analizar una hoja de trabajo con dos maestros de los Gaviotas, los niños de 4 y 5 años, para revisar su progreso en cuanto a los objetivos de género.

“Cuando dibujamos”, dijo Melisa Esteka, una maestra de 31 años, “vemos que las niñas —ellas dibujan mucho— pintan niñas con mucho maquillaje y pestañas muy largas. Dejan muy claro que se trata de niñas. Les preguntamos: “¿Pero los niños no tienen pestañas?”, y nos responden: “Ya sabemos que no es como en la vida real”.

Storesund, de 54 años, asintió pensativamente. “Están tratando de entender qué significa ser niña”, dijo.

Esteka se veía frustrada. Se había puesto a sí misma un objetivo: hacer que los niños dejaran de identificar las cosas como “para niñas” o “para niños”. Sin embargo, últimamente sus alumnos están absorbiendo estereotipos de anuncios espectaculares y caricaturas, y a veces parecería que todo el lento y sistemático trabajo del preescolar Seafarer estuviera desapareciendo de un día a otro.

“Es mucho lo que traen consigo”, dijo. “Traen el mundo entero consigo. No podemos evitar que eso suceda”.

El experimento sueco con preescolares de género neutral comenzó en 1996 en Trodje, una pequeña ciudad cerca de los límites del mar Báltico. El hombre que lo inició, Ingemar Gens, no era educador, sino un periodista que incursionó en la antropología y la teoría de género, pues había estudiado a suecos que buscaban prometidas ordenadas por correo en Tailandia. Cuando lo nombraron “experto en equidad de oportunidades” distrital, Gens quiso romper con la norma sueca de masculinidad estoica y nada emotiva.

Le pareció que el preescolar era el lugar correcto para hacerlo. Los niños suecos pasan gran parte de sus primeros años en preescolares financiados por el gobierno, que ofrecen atención a un costo mínimo por hasta doce horas al día a partir del primer año de vida.

Dos escuelas introdujeron lo que se llamó una estrategia de compensación de género. Se separó a los niños de las niñas durante parte del día y se les instruyó en rasgos asociados con el otro género. Los niños se masajeaban los pies unos a los otros. A las niñas las hacían caminar descalzas sobre la nieve y se les decía que fueran abiertas y gritaran.

Niños jugando en la escuela. En muchos preescolares suecos es normal que los
docentes eviten referirse al género de sus alumnos; en vez de “niños y niñas”,
dicen “amigos” o llaman a los niños por su nombre.

Crédito: Andrea Bruce para The New York Times

 

Izabell Sandberg, una maestra de la escuela, dijo que los padres de una niña se quejaron de que se había vuelto desafiante en casa después de haberla animado a decir “¡No!”.
Crédito: Andrea Bruce para The New York Times

 

Elin Gerdin, de 26 años, asistió a uno de los primeros centros preescolares de Suecia enfocados
en la igualdad de género. Dice que se molesta cuando mira fotos de los bebés de sus amigos,
con niños vestidos de azul y niñas de rosa.

Crédito: Andrea Bruce para The New York Times

“Tratamos de hacerlo: educar a los niños respecto de lo que las niñas ya sabían y viceversa”, dijo Gens, ahora de 68 años. Le cayó encima una ola de críticas, lo que era de esperarse.

“Dijeron que estábamos adoctrinando a los niños”, dijo. “Yo digo que es algo que siempre hacemos. La crianza es adoctrinamiento”.

La estrategia de separar a niños de niñas luego se dejó de lado, a favor de un enfoque de “género neutral” que buscaba silenciar las diferencias. Aun así, el espíritu del experimento de Gens ya había permeado en el gobierno. En 1998, Suecia añadió una nueva forma de expresión a su programa de estudios nacional, que requería a todos los preescolares “contrarrestar tanto los roles como los patrones de género tradicionales” y que se alentara a los niños a explorar “por afuera de las limitaciones de los roles de género estereotipados”. La adopción de estas prácticas es muy variada, dependiendo del director de la escuela.

Los tradicionalistas han protestado de vez en cuando, quejándose de un lavado de cerebros liberal. El partido de extrema derecha Demócratas de Suecia, que ganó cerca del 13 por ciento de los votos en 2014, ha prometido suspender las enseñanzas que “buscan cambiar el comportamiento y la identidad de género de todos los niños y jóvenes”.

Sin embargo, en un ambiente político profundamente dividido por el asunto de la inmigración, las políticas de equidad de género cuentan con el respaldo de los principales partidos suecos, el Socialdemócrata de centroizquierda y el Moderado, de centroderecha.

Una columnista y matemática llamada Tanja Bergkvist, una de las pocas figuras que ataca regularmente lo que llama “la locura de género sueca”, dice que muchos de sus compatriotas se sienten incómodos con la práctica, pero temen criticarla públicamente.

“No quieren que se les considere opositores de la equidad”, dijo. “Nadie quiere estar en contra de la equidad”.

En Trodje, los miembros de la primera generación de preescolares que asistieron a escuelas de género neutral ahora tienen veintitantos.

Elin Gerdin, de 26 años, forma parte de esa primera generación y está estudiando para convertirse en maestra. En apariencia, es convencionalmente femenina, con su largo y oscuro cabello peinado en rulos. Esto es algo que ella señala: que en apariencia es convencionalmente femenina. Es la primera señal de que percibe el género como algo que puedes ponerte y quitarte, como un abrigo.

“Es una elección que tomé porque soy esta persona”, dijo sobre su apariencia. “Y soy esta persona porque soy producto de la sociedad”.

Hay momentos en que su educación temprana regresa en forma de destellos. Los amigos de Gerdin han comenzado a tener hijos y publican fotos de ellos en Facebook vestidos en azul o rosa, el primer acto clasificatorio social. A Gerdin le molesta ver que esto suceda. Le dan lástima esos niños. Busca a sus amigos y les dice, seria, que están equivocándose. Siente que es su responsabilidad hacerlo.

“Somos un grupo de niños que crecimos y tendremos hijos y les hablaremos de esto”, dijo. “No es fácil cambiar a toda una sociedad”.

 

El preescolar de Bonan en Gavle, Suecia. El plan de estudios estatal de Suecia insta a los
maestros a “contrarrestar los roles tradicionales de género y los patrones de género”.

Crédito: Andrea Bruce para The New York Times

 

La escuela de Bonan. El enfoque sobre el género en preescolar se ha convertido
en una pregunta común antes de la inscripción de los alumnos.

Crédito: Andrea Bruce para The New York Times

 

A un niño de tres años del preescolar Seafarers le gusta usar vestidos.
Su madre cuenta que nadie le ha dicho que los niños no se visten de esa manera.
Crédito: Andrea Bruce para The New York Times

Conservar un entorno de género neutral no es sencillo. Carina Sevebjork Saur, de 57 años, quien ha estado dando clases en Seafarer durante un año y medio, dice que con frecuencia se descubre diciendo cosas incorrectas, como un halago no muy pensado sobre la apariencia de un niño.

“Estás a punto de decir algo, como un reflejo, pero tienes que aguantarte”, dice. “Puedes hacer comentarios sobre la ropa de otras formas: ‘Oh, qué lindo, ¡cuántos puntitos!”.

El esfuerzo se compensa, dicen los maestros, con la impresión de que están develando misterios y, a medida que la primavera se acercaba, algunos cambios comenzaron a verse en los Pingüinos.

Una de las maestras del grupo, Izabell Sandberg, de 26 años, notó un cambio en una niña de 2 años cuyos padres la llevaban en mallones y vestidos rosa pálido. La niña se enfocaba en mantenerse siempre limpia. Si otro niño tomaba sus juguetes, ella lloriqueaba.

“Aceptaba todo”, dijo Sandberg. “A mí eso me pareció muy de niña. Era como si estuviera disculpándose por ocupar un espacio”.

Eso acabó en una mañana reciente, cuando se puso un sombrero y acomodó unas bolsas que la rodeaban, preparándose para lanzarse a una expedición imaginaria. Cuando un compañero trató de llevarse una de sus bolsas, la niña mostró la palma de la mano y gritó: “¡No!” a un volumen tan alto que Sandberg volteó a verla.

Era algo que habían practicado. En marzo, la niña ya hablaba tan fuerte que sobrepasaba a los niños de su salón, contó Sandberg. Cuando llegaba el fin del día ya no estaba tan limpia. Sus papás no estaban fascinados, dijo, e informaron que se había vuelto contestona y desafiante en casa.

Pero Sandberg tiene mucha experiencia explicándole su misión a los padres. “Eso es lo que hacemos aquí, y no vamos a detenernos”, dijo.