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La Caída de Brasil

La Caída de Brasil

The Economist

02 de enero 2016

Traducido y glosado por Lampadia

 

Comentario de Lampadia

El modelo del Presidente Humala de ‘incluir para crecer’, instaurado con soberbia por el Presidente Lula en Brasil se cae a pedazos. Ver en Lampadia: Luces y sombras de la visita de Lula al Perú.

Como bien se dice en economía: ‘No hay lonche gratis’. El modelo brasileño, tan admirado por el gobierno nacionalista y por una de sus creaciones indirectas, ‘Ciudadanos por el Cambio’, de Salomón Lerner (el ex Primer Ministro del gobierno de la inclusión), basado en un asistencialismo desenfrenado, crecimiento del Estado, proteccionismo interno, cooptación de rivales, medios y líderes de opinión, corrupción y mucha soberbia; se acerca a una crisis de proporciones brasileñas. Los amigos y padrinos del Alba y del ‘socialismo del siglo xxi, van hacia una profunda crisis política y económica.

Según Bloomberg, Brasil va a su peor recesión desde 1901 y tendrá dos años seguidos de recesión, algo que no ha tenido desde la del 1930 – 1931.

Las lecciones para el Perú debieran sernos claras para todos los estamentos de nuestra sociedad. Pero lamentablemente, todavía tenemos una serie de agrupaciones políticas que siguen cerrando los ojos a la evidencia, así como a la crisis humanitaria y política de Venezuela.

Hoy día, además de nuestra propia experiencia histórica, tenemos a mano tres descomunales fracasos entre nuestros vecinos: Venezuela, Brasil y Argentina. Ya no tenemos ninguna disculpa para no entender las relaciones causa-efecto de las malas políticas públicas. Una gran oportunidad para la necesaria introspección pre electoral que debemos hacer todos los peruanos.

La Caída de Brasil  

Al inicio de 2016 Brasil debería estar en un estado exuberante de ánimo. En agosto Río de Janeiro será la sede de primeros Juegos Olímpicos de América del Sur, dando a los brasileños la oportunidad de embarcarse en lo que mejor saben hacer: una fiesta realmente espectacular. En lugar de ello, Brasil se enfrenta a un desastre político y económico.

El 16 de diciembre, Fitch fue la segunda de las tres grandes agencias de calificación crediticia en rebajar la deuda brasileña a la categoría de basura. Días después Joaquim Levy, el ministro de Hacienda nombrado para estabilizar las finanzas públicas, renunció después de menos de un año en el puesto (ver en Lampadia: Brasil: Del Cielo al infierno en la vida del PT). Se prevé que la economía se contraerá un 2.5 a 3% en 2016, no mucho menos que en 2015. Incluso Rusia, rica en petróleo y sancionada apunta a hacerlo mejor. Al mismo tiempo, la coalición gobernante ha sido desacreditada por el colosal escándalo de soborno que rodea a Petrobras, la compañía petrolera estatal. Y Rousseff, acusada de ocultar la magnitud del déficit presupuestario, se enfrenta a un juicio político de destitución en el Congreso.

Como la B de los BRICS, Brasil debería estar a la vanguardia de las economías emergentes de rápido crecimiento. En cambio, se enfrenta a la disfunción política y tal vez al regreso a una inflación galopante. Sólo decisiones difíciles pueden poner a Brasil de nuevo en curso. Justo ahora, Rousseff parece no tener el estómago para ello.

El sufrimiento de Brasil, como el de otras economías emergentes, se debe en parte a la caída de los precios mundiales de las materias primas. Pero Rousseff y el Partido de los Trabajadores (PT), las izquierdas brasileñas, han hecho de una mala situación, algo mucho peor. Durante su primer mandato, del 2011-14, Rousseff gastó extravagante e imprudentemente en altas pensiones y deducciones fiscales improductivas para industrias privilegiadas. El déficit fiscal aumentó de 2% del PIB en 2010 al 10% en 2015.

Los administradores de esta crisis no se pueden dar el lujo de esperar tiempos mejores para comenzar las reformas. Con una deuda pública del 70% del PIB y en rápido aumento, la situación, para un país de ingresos medios, es muy preocupante. Debido a sus altas tasas de interés, el costo del servicio de deuda es un aplastante 7% del PIB. El Banco Central no puede utilizar la política monetaria para combatir la inflación, que llega al 10.5%. Por lo tanto, Brasil no tiene más remedio que subir los impuestos y recortar el gasto.

Levy hizo intentó el juego de renovar el edificio mientras apagaba el fuego. Recortó el gasto discrecional en un récord de 70,000 millones de reales (US$ 18 mil millones) el 2015 y se ajustó la elegibilidad para el seguro de desempleo. Pero no fue suficiente. La recesión desbarató los ingresos fiscales. Rousseff solo le dio un apoyo tibio a su ministro de Finanzas y el PT le fue hostil. La oposición, con la intención de derrocar al presidente, no estuvo de humor para cooperar.

A pesar de que era un funcionario de alto nivel de la tesorería durante el desastroso primer mandato de Rousseff, Nelson Barbosa, el nuevo ministro de Finanzas, puede ser capaz de lograr algo más. Él tiene apoyo político dentro del PT. También tiene cierto poder de negociación, ya que Rousseff no puede permitirse el lujo de perder a otro ministro de Finanzas. Una primera prueba será ver si Barbosa puede persuadir a un Congreso recalcitrante, restablecer el impopular impuesto a las transacciones financieras.

Un objetivo central debe ser el de las pensiones. La prestación mínima es igual al salario mínimo, que ha aumentado en casi un 90% en términos reales durante la última década. Típicamente, las mujeres pueden jubilarse a los 50 años, y los hombres dejan de trabajar a los 55, casi una década antes que la media de la OCDE (el club de los países mayormente ricos). El Gobierno de Brasil paga casi el 12% del PIB en  pensiones, una proporción mayor que la de Japón, un país más viejo y más rico.

Si Brasil desea cumplir su promesa, se necesita mucho más. Una típica empresa industrial gasta 2,600 horas al año para cumplir con código de impuestos; el promedio latinoamericano es de 356 días. Las leyes laborales inspiradas en las de Mussolini hacen muy costoso despedir, incluso, a empleados incompetentes. Brasil ha protegido a sus empresas de la competencia internacional. Esa es una razón por la cual, entre 41 países medidos por la OCDE, la productividad de su industria es la cuarta más baja.

Para reformar el régimen laboral y las pensiones, Rousseff debe hacer frente a  problemas que han estado décadas en la agenda. Alrededor del 90% del gasto público está protegido contra los recortes, en parte por la Constitución que en 1988 celebró el fin del régimen militar, consagrando beneficios y protecciones generosas del empleo. Debido a que es tan difícil de reformar, el sector público de Brasil compite con los Estados de Bienestar europeos en tamaño y los supera en ineficiencia. El largo agotamiento de su vitalidad económica, es ahora la causa principal de la crisis fiscal.

Los problemas económicos de Brasil en gráficos:

La superación de estas prácticas tan arraigadas será difícil para cualquier gobierno. En Brasil se hace todo más difícil por un sistema político tonto, que favorece la fragmentación partidaria y la compra de votos y atrae mercenarios políticos que tienen poco compromiso. El umbral de los partido políticos para entrar a la cámara baja del Congreso es bajo; hoy 28 tienen representación, añadiendo a la parálisis legislativa. Los congresistas representan a estados enteros, algunos tan poblados como los países vecinos de América Latina, lo que hace ruinosamente caras las campañas políticas -una de las razones por la cual los políticos han extraído enormes cantidades de dinero de Petrobras.

Por lo tanto, es difícil, a pesar de las ventajas del señor Barbosa, sentirse optimistas sobre las perspectivas de una reforma profunda. Los votantes consideran a los políticos en desacato. La oposición se empeña en el juicio político a Rousseff, una batalla equivocada que podría dominar la agenda política durante meses. El PT no tiene apetito por la austeridad. Para las reformas constitucionales se necesita lograr el apoyo de tres quintos en ambas cámaras del Congreso, una tarea muy difícil.

¿Y si Rousseff no logra el cambio? La mayoría de los préstamos de Brasil son en moneda local, lo que hace poco probable un ‘default’. En vez de ello, el país puede terminar inflando sus deudas. El logro de Brasil ha sido sacar a decenas de millones de personas de la pobreza. La recesión detendrá eso, o incluso comenzará a revertirlo. La esperanza es que Brasil, que ganó duramente estabilidad económica y democrática, no caiga una vez más en una mala administración crónica y la agitación política. Lampadia




Por qué Estados Unidos va a perder la guerra de precios del petróleo

Por qué Estados Unidos va a perder la guerra de precios del petróleo

Si los precios siguen bajos, las firmas estadounidenses más apalancadas podrían irse a pique.

Por Leonid Bershidsky

Bloomberg

(El Comercio – Portafolio, 14 de Enero de 2015)

La debacle financiera que sufrió Rusia cuando el precio del Brent cayó 50% en los últimos cuatro meses ha eclipsado la que podría aguardar a la industria estadounidense del esquisto en el 2015. Es hora de prestarle atención porque es improbable que Arabia Saudí y otros grandes productores de petróleo de Oriente Medio cedan y reduzcan la producción, y el precio ahora se está acercando a un nivel en el que la producción estadounidense empezará a reducirse con el cierre de pozos.

Los representantes de los principales miembros de la Organización de Países Exportadores de Petróleo dicen desde hace semanas que no producirán menos petróleo por bajo que caigan los precios. El ministro de Petróleo saudí, Ali al-Naimi, ha dicho que ni siquiera un barril a US$20 los hará cambiar de opinión.

Las primeras reacciones en los EE.UU. fueron de confianza: los productores estadounidenses de petróleo son suficientemente resistentes; seguirán produciendo incluso a precios de venta muy bajos porque el costo marginal de extraer de los pozos existentes es aún menor; la OPEP perderá porque las redes de seguridad social de sus miembros dependen del precio del petróleo; y, de todos modos, la OPEP está muerta.

Ese optimismo recuerda a la reacción displicente de los rusos al comenzar la caída de precios: en octubre el presidente de Rusia, Vladimir Putin, dijo que “ninguno de los actores serios” tenía interés en un precio del petróleo inferior a US$80. Esta complacencia ha llevado a Rusia al borde del precipicio: el viernes, Fitch rebajó su calificación crediticia un escalón por arriba de basura y esta probablemente siga bajando en tanto el rublo continúe devaluándose al ritmo de la caída del petróleo.

Guerra de precios

En general, es una mala idea hacerse el gallito en una guerra de precios. Por definición, todos se van a ver afectados, y cualquier victoria puede ser solo relativa. El ganador es aquel que puede soportar más sufrimiento. Mi apuesta tentativa hasta ahora es a los saudíes y, aunque parezca contrario a la lógica, a los rusos.

Por ahora, la única señal de que la producción estadounidense de petróleo crudo puede reducirse es el menor número de plataformas petroleras en actividad en los EE.UU. La semana pasada bajó a 1.750, 61% menos que la semana anterior y cuatro veces menos que hace un año. Sin embargo, la producción petrolera sigue estando en un nivel récord. En la semana que terminó el 2 de enero, cuando la cantidad de plataformas petroleras también se redujo, llegó a 9,13 millones de barriles diarios, más que nunca en la historia. Las empresas petroleras solo están interrumpiendo la producción en los peores pozos, los que producen pocos barriles por día: a los precios actuales, esos pozos no justifican el costo de alquilar los equipos.

Como nadie reduce la producción, el precio sigue cayendo; ayer el barril de Brent estaba a US$48,27 y las tendencias todavía se orientan hacia abajo.

Todo esto finalmente tendrá su impacto. Según un análisis reciente de Wood Mackenzie, “un precio del barril de Brent de US$40 o menos haría que los productores redujeran la producción a un nivel en el cual habría una contracción significativa de la oferta petrolera mundial. Con un Brent a US$40, 1,5 millones de barriles diarios representan un flujo de caja negativo, en tanto el mayor aporte proviene de varios proyectos de arenas bituminosas de Canadá, seguido por los EE.UU. y luego Colombia”.

Extraer a pérdida

Eso no significa que, una vez que el Brent llegue a US$40 –y ese es el nivel que ahora prevé Goldman luego de renunciar a su pronóstico de que la OPEP cedería–, la producción de esquisto automáticamente se reducirá 1,5 millones de barriles diarios. Muchas empresas estadounidenses de fracking seguirán extrayendo a pérdida porque tienen deudas que pagar: unos US$200.000 millones de deuda total, comparables con las necesidades financieras de las compañías energéticas estatales de Rusia.

El problema de las empresas de fracking de los EE.UU. es que es imposible refinanciar esas deudas si están perdiendo efectivo. En algún momento, si los precios siguen bajos, las compañías más apalancadas se irán a pique y las más exitosas no podrán hacerse cargo de ellas porque no tendrán ni el efectivo ni la confianza de los inversores que las ayudaría a conseguir financiamiento para sus deudas.

Las insolvencias y la falta de expansión finalmente llevarán a recortes de la producción. La Administración de Información de Energía de los EE.UU. aún pronostica que la producción estadounidense de crudo promediará 9,3 millones de barriles diarios, 700.000 barriles diarios más que en el 2014. Pero si el Brent llega a US$40, ese pronóstico vuela por la ventana. Probablemente sea excesivamente optimista ya hoy.

En cuanto a los saudíes y los Emiratos Árabes Unidos, ellos seguirán produciendo. Son países, no empresas, y no pueden simplemente cerrar sus puertas e irse a casa: siguen teniendo presupuestos que financiar y carecen de un reemplazo para el petróleo como fuente de reservas internacionales. Rusia, el tercer productor mundial de petróleo después de Estados Unidos y Arabia Saudí, es mucho menos estable que las monarquías petroleras de Oriente Medio, pero está en la misma situación: el petróleo es su savia.




Sin reformas nunca alcanzaremos la calificación de riesgo A

Sin reformas nunca alcanzaremos la calificación de riesgo A

Es indudable que la percepción de riesgo sobre la economía peruana ha venido cayendo a lo largo de los años. Instituciones internacionales de prestigio han destacado en múltiples ocasiones, incluso con más confianza que los propios peruanos, la solidez de nuestra deuda (ver: Midiendo la solidez de la deuda del Estado Peruano). En Lampadia, ya hemos reseñado en diversos artículos cómo el buen manejo macroeconómico, la acumulación de reservas, la favorable posición financiera externa y la salud de nuestro sistema financiero han reducido la vulnerabilidad de nuestra economía (ver: Deuda peruana es la menos vulnerable). Hasta ahora, lo que ha primado para avanzar en la calificación ha sido la seguridad sobre nuestra capacidad de servir la deuda.  Sin embargo, nuestra calificación se encuentra en el rango B, mientras que Chile y México tienen calificaciones en el rango A. ¿Qué necesita el Perú para dar ese importante salto en su apreciación de riesgo externo? 

En una reciente entrevista publicada en Gestión, Jaime Reusche, vicepresidente y analista senior de Moody’s Investor Service explica por qué Chile tiene una calificación Aa3, cinco escalones más altos que el Baa2 del Perú. El especialista señala que las diferencias son cualitativas y están asociadas a la calidad institucional, al nivel educativo de la población, al nivel de confianza en el Poder Judicial, un aceptable nivel de gobernabilidad y tener un consenso social básico sobre la estabilidad del modelo. Estos son aspectos en los que el Perú viene fallando sistemáticamente y en los que Chile ya ha avanzado.

Reusche señala además que no solo se trata de atender los temas relacionados a la competitividad. “Por ejemplo, está el hecho de que no hay tanta cohesión social. Siempre existen trabas a estas mejoras [reformas estructurales] en los distintos poderes del gobierno; o todavía no hay consenso en lo que se quiere hacer para incentivar a la inversión”. Esta batalla ya la ganaron México y Chile (los únicos países Latinoamericanos con calificación A). En el caso mexicano, el especialista remarca que hace un mes elevaron la calificación crediticia hasta el nivel A3, debido a las fuertes reformas estructurales que emprendió Peña Nieto, lo cual fue tomado por Moody’s como un cambio determinante del país frente a sus debilidades estructurales.

Debido a nuestra sólida posición fiscal, las perspectivas de crecimiento, y la buena trayectoria de los indicadores de deuda, en la próxima evaluación crediticia, el Perú debería mantener la actual calificación o mejorar un peldaño, pasando a Baa1. En cualquier caso, Reusche enfatiza que aún estaríamos lejos de llegar a la categoría A.

Nuestra Agenda Pendiente va más allá de los temas económicos. Comprende, fundamentalmente, la necesidad de mejorar la educación, nuestras instituciones (Sistema Judicial, Policía, Sistema de Partidos Políticos, etc.) y, cerrar las brechas en infraestructuras. Todo esto, sin descuidar el clima de inversión, que, cómo hemos visto viene deteriorándose continuamente (ver: Otra vez La Parada, esta vez en la inversión). Esta agenda no solo debe establecer los fundamentos para un desarrollo durable, sino que también debe atacar los obstáculos que Moody’s ha identificado para que el Perú alcance la categoría A. El gran reto es: i) impulsar esta agenda, promoviendo un sano equilibrio entre el Estado, la sociedad civil y el mercado; ii) acercarnos a un consenso social sobre el diseño y dirección del modelo de desarrollo; iii) lograr la cohesión de los distintos poderes del Estado y su articulación con los gobiernos sub nacionales.