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A más recaudación… más burocracia improductiva

A más recaudación… más burocracia improductiva

Fernando Cillóniz B.
CILLONIZ.PE
Ica, 10 de enero de 2020
Para Lampadia

Eso de “burocracia improductiva” es un decir. Mejor sería llamar las cosas por su nombre. “Burocracia inoperante, indolente, maltratadora y corrupta”. Esa sería la expresión correcta. A esa burocracia me refiero. A esa costra burocrática que – desde el 2006 – viene creciendo y creciendo desmedidamente, indebidamente, irresponsablemente, e injustificadamente.

No obstante, hay que reconocer que el Ministerio de Economía y Finanzas (MEF) y el Banco Central de Reserva (BCR) tienen excelentes sistemas de información. Y no exagero. Antes de terminar la primera semana del nuevo año, los portales web de ambas instituciones ya tenían muchas estadísticas macroeconómicas del 2019… completas. Es decir, incluidas las cifras de diciembre 2019. Un ejemplo para las demás instituciones públicas del país, muchas de las cuales publican sus indicadores de gestión… tarde, mal y nunca.

La pregunta es porqué – teniendo tan buena información, y sobre todo tan actualizada – el Estado no haga buen uso de ella. ¿Acaso alguien está controlando el crecimiento desbocado de la burocracia improductiva en el Estado? Nada que ver.

Ojo. No me refiero a maestros, médicos, policías, y jueces. Tampoco me refiero a ingenieros y técnicos que construyen obras de infraestructura. Al contrario. Bueno fuera que crezcan más los presupuestos públicos para dichos servicios. Claro que queremos más – y mejor – educación, salud, seguridad, y justicia. Claro que queremos más – y mejores – redes de agua, carreteras, puertos, escuelas, hospitales… Pero no. No me refiero a estos profesionales del sector público.

Me refiero a la burocracia que no enseña, no cura, no protege, y no juzga. Me refiero – también – a la burocracia que no construye nada. Me refiero a la burocracia chupa tinta. A los que nos hacen perder tiempo injustificadamente. A los que nos piden requisitos absurdos para atender nuestros derechos. A los que nos maltratan cruelmente. En buena cuenta, me refiero a los burócratas que no nos brindan ningún servicio.

Ahora bien. ¿Qué dicen las estadísticas del MEF y BCR, respecto al 2019? Pues que la economía creció 2.3%. Y que la recaudación tributaria creció 4.9%.

Ahí nomás tenemos 2 récords. Uno. ¡Nunca – antes – habíamos producido tantos bienes y servicios como en el 2019! Y dos. ¡Nunca la SUNAT había recaudado tantos tributos como el año pasado! Sí pues. A pesar de la crisis política. A pesar del cierre del Congreso. A pesar de los escándalos de corrupción… léanse Lava Jato, Cuellos Blancos, y varios etcéteras más. A pesar de todo ello, en el 2019 las empresas y ciudadanos peruanos pagamos más Impuesto a la Renta (IR) y más Impuesto General a las Ventas (IGV) que nunca antes en el pasado.

CONCLUSIÓN: El problema no está por el lado de la economía. Aunque – ciertamente – debería crecer mucho más. El problema está por el lado del excesivo y creciente gasto en burocracia improductiva, la cual creció ¡6.7%! en el 2019. O sea, más que la recaudación tributaria.

La burocracia improductiva del Estado se ha convertido en una enorme carga para todos los peruanos. La economía crece y la recaudación también. Pero los servicios de educación, salud, seguridad y justicia no mejoran. ¿Porqué? Pues ya sabemos. La burocracia improductiva se chupa todo el crecimiento de la recaudación tributaria… y más.

¡Ahí están los grandes aguafiestas! Lampadia




¿Ciudadanía o burocracia… para quién trabaja el Estado?

Fernando Cillóniz B.
Gobernador Regional de Ica
Lima, 30 de noviembre de 2018
Para Correo Ica y Lampadia

La burocracia estatal está atiborrada de “servidores públicos” indolentes e ineptos. El entrecomillado es adrede porque muchos “servidores” – ni remotamente – son serviciales de cara a la ciudadanía. Ciertamente hay burócratas honestos y eficientes… pero ellos no son el problema. El problema son los burócratas que todo lo traban. Aquellos que maltratan a la ciudadanía a más no poder. Aquellos corruptos que le brindan pleitesía al dios soborno. Aquellos que – en vez de servir a la ciudadanía – más se sirven a sí mismos.

Por ellos – por los malos burócratas – los servicios públicos como salud, educación, seguridad ciudadana, justicia, etc. están muy venidos a menos. Por ellos, las inversiones – públicas y privadas – avanzan a paso de tortuga. Y para colmo de males… por ese cardumen burocrático, las cuentas fiscales están en déficit. Muchos peruanos no están conscientes de que gran parte del presupuesto público se destina al pago de remuneraciones de esa burocracia parasitaria… que crece día a día. Y que – como consecuencia de ello – queda muy poco presupuesto para mejorar los servicios públicos que merecemos los peruanos.

El problema se ha agravado por la proliferación de instituciones públicas. Básicamente… ministerios y municipios distritales.

  • Tenemos 19 ministerios y
  • 1,874 municipios distritales en el país.

Pero eso no es todo:

  • Hay en proceso de creación ¡120 nuevos distritos a nivel nacional!

¿Qué sentido tiene que tengamos – por un lado – un Ministerio de la Producción, y – al mismo tiempo – un Ministerio de Energía y Minas, un Ministerio de Agricultura y Riego, ¿y un Ministerio de Comercio Exterior y Turismo? ¿Acaso no todo es “Producción”? En vez de cuatro, podríamos tener un solo ministerio que agrupe a todos.

¿Para qué tenemos Ministerio de la Mujer? ¿Y qué decir del Ministerio de Desarrollo e Inclusión Social? Un solo ministerio debería cubrir – con mayor eficiencia – todos los programas sociales. La verdad que tenemos ministerios por las puras. Y como se sabe, a más ministerios… más burocracia. Y a más burocracia… más corrupción. Así es la nuez.

Algo parecido pasa con los distritos. Colombia tiene 50 millones de habitantes y 1,000 distritos en todo el país. Nosotros somos 33 millones de peruanos, pero tenemos más distritos que Colombia. ¡Casi el doble!

Bogotá – y Lima – tienen alrededor de 10 millones de habitantes… cada una. Son ciudades enormes. Sin embargo, Bogotá tiene un Alcalde y un Consejo Municipal para todo el territorio metropolitano. Mientras que Lima cuenta con un Alcalde Provincial Metropolitano y su Consejo Municipal… más 43 Alcaldes Distritales con sus respectivos Concejos Distritales. ¡Y lo mismo se repite en TODAS las provincias del interior del país! O sea… burocracias por las puras.

¿Se imaginan cuánto dinero habría para pagar mejor a maestros, médicos, policías y jueces; y para invertir más en carreteras, escuelas, ¿y hospitales… si elimináramos toda esa burocracia?

¡Disolver! ¡Eliminar! ¡Reducir! ¡Desaparecer! ¡Fusionar! Llamémosle como queramos. Pero para salir del caos burocrático – y presupuestal – en el que nos encontramos, tenemos que reducir el número de ministerios y distritos. ¡No a la proliferación de instituciones públicas – inoperantes y costosas – a lo largo y ancho del país!

¿Para quién debe trabajar el Estado? ¿Para la burocracia parasitaria o para la ciudadanía? Obviamente… para la ciudadanía. Lampadia




De la anarquía y caos institucional… al orden y bienestar de la población

Fernando Cillóniz B.
Gobernador Regional de Ica
Ica, 21 de setiembre de 2018
Para Correo Ica y Lampadia

En términos generales, el Estado peruano es anárquico y caótico. Está atiborrado de burócratas que entraron “por la puerta falsa” … y que creen ser dueños – a perpetuidad – de sus puestos de trabajo. Funcionarios que – en su momento – ingresaron por recomendación de algún padrino clientelista. O que entraron con certificados de estudios y / o de trabajo falsos, sin ningún mérito para ejercer la noble tarea de servir a la ciudadanía… desde el Estado.

Por eso – salvo honrosas excepciones – los servicios públicos son tan deficientes. Por eso mismo, las obras públicas tardan tanto en ejecutarse. Por eso – aparte de tardías y costosas – las compras y contrataciones del Estado resultan tan mal hechas… por la burocracia corrupta e inoperante.

Los clanes familiares son una figura muy recurrente en el Estado. Muchas veces, cuando un funcionario público se jubila, su hijo – o hija – ocupa su lugar. Según ellos… es su derecho. Los concursos para puestos de trabajo – generalmente – los “ganan” familiares de los funcionarios de turno. Padres, hermanos, hijos, cuñados, etc. se han apoderado de muchas instituciones. Hasta parejas sentimentales están en la colada.

Sin embargo – en el caso del Gobierno Regional de Ica – la situación está cambiado… y para bien. Tras un duro batallar – poco a poco – hemos corregido el desmadre heredado. Muchos servidores públicos – mal acostumbrados – creían que podían cometer todo tipo de faltas, y no ser sancionados por ello. Pues… craso error. La estabilidad laboral no genera impunidad.

Las faltas funcionales están – claramente – tipificadas en la legislación laboral correspondiente. El problema es que en muchas instituciones públicas – dicha legislación – resulta letra muerta. Miedo, confabulación, corrupción… eso y mucho más hay detrás de la anarquía y caos institucional que predomina en el Estado peruano. Todo lo cual repercute – directa y negativamente – en el sufrido ciudadano de a pie. Por eso hay que sancionar a los malos funcionarios públicos… para que dejen de maltratar a la ciudadanía.

Dicho esto… debo reiterar – por enésima vez – que en el Estado hay muchos excelentes funcionarios públicos… también. Como que el mal convive con el bien. Gracias a ellos, hemos mejorado mucho la atención en todos nuestros hospitales. La educación, el deporte y la cultura han progresado notablemente – en Ica – gracias a nuestros buenos maestros. Nuestros valientes funcionarios de Transportes han descabezado a las mafias de los brevetes. Y lo mismo va para nuestros funcionarios de Trabajo, Agricultura, Producción, Energía y Minas, Vivienda, Turismo, y demás direcciones regionales.

En lo que va de nuestra gestión:

  • hemos destituido y / o suspendido – sin goce de haberes – a más de 160 malos funcionarios. Todos ratificados por el Tribunal del Servicio Civil y / o consentidos por los propios trabajadores.
  • Unos 150 más están en proceso de investigación por faltas funcionales.
  • Eso sin contar a los más de 50 contratados – corruptos y / o indolentes – que fueron destituidos en el preciso momento que tomamos conocimiento de sus faltas.
  • A lo cual, habría que sumar la guerra que enfrentamos contra congresistas, consejeros regionales, Colegio Médico de Ica, y periodistas… todos de la misma calaña.

Esos son los números gruesos de nuestra guerra – a muerte – contra la corrupción. Una guerra bravísima que – por los resultados obtenidos – ¡vaya que valió la pena enfrentar!

¡No a la anarquía y caos en el Estado! ¡Sí a la sanción a los funcionarios que maltraten a la ciudadanía! ¡Sí al orden y probidad para el bienestar de la población! Lampadia




La maldición de la Costra del 5° Nivel

Fernando Cillóniz B.
Gobernador Regional de Ica
Ica, 4 de mayo de 2018
Para Correo Ica y Lampadia

El 1° Nivel – digamos… el Presidente de la República – quiere mejorar el bienestar de los peruanos. Yo le creo. El presidente Vizcarra está mortificado por la corrupción y la lentitud en las instituciones públicas. Ha pasado más de un año y la reconstrucción de la infraestructura dañada por El Niño Costero avanza a paso de tortuga. En Ica, todos los puentes dañados siguen tal cual quedaron después del desastre.

El 2° Nivel – el Consejo de Ministros – piensa igual. Ellos acogen – y comparten – la política del presidente. Todos los ministros pretenden ser más expeditivos en sus respectivos sectores. Pero no. Nada camina como debiera… no solo la reconstrucción. Nada fluye con normalidad. Ni las obras, ni los servicios públicos.

Los Vice Ministros – el 3° Nivel – reciben mucha presión de sus ministros. Incluso, del propio presidente. Pero tampoco son capaces de desatar el nudo. Ordenan, exigen, invocan, y – hasta – amenazan a sus Directores Generales… pero nada. Las colas y los maltratos están a la orden del día. La reconstrucción no avanza. Incluso, muchas obras ni siquiera han empezado.

Los Directores Generales – el 4° Nivel – se sienten impotentes. Ellos ocupan cargos de alto rango – cargos de confianza como los Ministros y Vice Ministros – pero en la práctica no logran que los servidores del 5° Nivel – y menos los que le siguen – respondan a las expectativas de la ciudadanía.

¡He ahí el problema! A partir del 5° Nivel todo se traba. Ahí hay muchos servidores públicos – millones – que llevan años vegetando en el Estado. Muchos entraron a trabajar – tiempo atrás – por recomendación de algún padrino político… congresista, ministro, gobernador, alcalde, etc. Peor aún. Muchos “compraron” sus puestos coimeando a funcionarios encargados de la contratación de personal. Y otros tantos “ganaron” concursos de trabajo engañando al Estado con certificados de estudios y/o de experiencia laboral… falsos. ¡Todo bamba! Esa gente no tiene – ni nunca tuvo – mérito alguno para estar donde están. No obstante… ahí están.

Ahí – en la Costra del 5° Nivel – está la corrupción generalizada que sangra – de sol en sol – a los ciudadanos de a pie. Ahí está la resistencia boicoteadora, cuya máxima aspiración es el fracaso del Estado. Ahí están los funcionarios que – sin piedad – maltratan a los peruanos. Ahí están los indolentes que no se inmutan ante el dolor de la gente pobre. Ahí están los ineptos cuyo único mérito es ser allegado de algún padrino político. Ahí están los que por miedo – o sabe Dios porqué – no firman nada, y por ende lo traban todo. Por último, ahí están los ociosos que se la pasan leyendo periódicos faranduleros o chismeando a través de las redes sociales. Así es la Costra del 5° Nivel.

OTROSÍ: Hamlet – el personaje máximo del genial William Shakespeare – dijo “ser o no ser, ésa es la cuestión” mientras libraba una lucha entre la vida y la muerte, dentro de sí. Pues bien, yo creo que el Estado peruano – nuestro Estado – está frente a una disyuntiva igual de dramática que el dilema hamletiano.

“Ser buen servidor público o no ser servidor público, ésa es la cuestión”. Muchos servidores públicos de nuestro país – yo diría… la mitad – NO merecen estar donde están. Es patético… por ese cardumen burocrático nuestro Estado se debate entre la vida y la muerte.

Claro que tenemos buenos servidores públicos. Repito. La mitad de nuestra burocracia estatal es excelente. Inteligentes, serviciales, puro punche, y honestos. Con ellos basta y sobra para gestionar bien el Estado. El problema es la otra mitad.

¡Disolver! El problema de la Costra del 5° Nivel se resuelve disolviéndola. Los peruanos NO merecemos esa lacra burocrática. Nos están matando poco a poco. Tienen que salir de donde están. La ley nos ampara. “Ser buen servidor público o no ser servidor público, ésa es la cuestión”. Lampadia




Los fundamentos de una democracia efectiva

Los fundamentos de una democracia efectiva

“En 1988, The Economist invitó al filósofo Karl Popper a escribir un artículo sobre la democracia. Este se publicó el 23 de abril de ese año y abogó por un sistema bipartidista.”

El Profesor Sir Karl Popper publicó su libro: “La sociedad abierta y sus enemigos” en 1945. Sin embargo, en el artículo que acaba de republicar The Economist y que compartimos líneas abajo, Popper se pregunta si su teoría central sobre la democracia (a la que no caracteriza como “el gobierno del pueblo”) había sido entendida.

El artículo de Popper pone en la mesa de debate, ideas muy sabias sobre algunos elementos fundamentales para tener mejores posibilidades de lograr esa esquiva democracia efectiva, en la que puedan confiar e identificarse todos los ciudadanos.

Las ideas fuerza más importantes que Karl Popper comparte es dicho artículo son:

  • La pregunta fundacional de la democracia: ¿Quién debe gobernar? Cuya respuesta milenaria fue: “El Pueblo”, debe ser cambiada por: “¿Cómo debe estar constituido el Estado para que sea posible deshacerse de los malos gobernantes sin violencia y sin derramamiento de sangre?”.
  • A pesar de las bonitas palabras que adornan las democracias, en ninguna parte gobierna efectivamente el pueblo.
  • Popper postula el Estado de Derecho que establece la destitución pacífica de un gobierno por los votos de la mayoría.
  • Gobiernan los gobernantes y desafortunadamente los burócratas, nuestros servidores civiles o nuestros ‘amos inciviles’, como los llamaba Winston Churchill, a quienes es difícil, si no imposible, hacer responsables de sus actos.
  • La representación proporcional abre una brecha entre los intereses de los ciudadanos y los de los parlamentarios que responden a los partidos que representan antes que a la gente.
  • Cada distrito electoral debe tener su representante directo y ser responsable de sus actos ante su base electoral.
  • La representación proporcional lleva a la multiplicación del número de partidos y, así, los gobiernos de coaliciones se hacen inevitables.
  • Un gobierno de coalición implica que los partidos pequeños ejerzan una influencia  desproporcionadamente grande y con frecuencia decisiva, tanto en la formación como en la disolución de un gobierno. Significa la dilución de las responsabilidades.
  • Por lo tanto, se pierde la fuerza redentora del “día de elecciones como el Día del Juicio [político]”.
  • Popper defiende el bipartidismo como un sistema que impulsa, de mejor manera, un proceso continuo de autocrítica. Dice que hay que luchar por el bipartidismo. “En la práctica, el bipartidismo promueve partidos más sensitivos, constantemente alertas y flexibles que el multipartidismo”.  
  • Al poner al representante de la gente por encima de los lazos partidarios, aboga por la libertad del congresista de cambiar de partido.

Este aporte al pensamiento político nos llega en un muy buen momento, pues al estar en medio de un proceso electoral, nuestras percepciones sobre la calidad del parlamento están a flor de piel y, al inicio del próximo gobierno deberemos terminar el debate sobre la reforma política del Estado. Por lo tanto, recomendamos encarecidamente leer y debatir las ideas de Karl Popper, que The Economist ha visto conveniente volver a publicar en estos días. (Ver también su versión original en inglés: Karl Popper on democracy).

Karl Popper sobre la democracia

Del archivo de The Economist: una nueva visita a la sociedad abierta y sus enemigos

The Economist

31 de enero de 2016

Traducido y glosado por Lampadia

Mi teoría de la democracia es muy sencilla y muy fácil de comprender para cualquiera. Pero su problema fundamental es que es tan diferente de la teoría original de democracia que todos dan por entendida, que pareciera que esta diferencia no ha sido comprendida.

Este artículo se divide en tres partes. La primera establece lo que se puede llamar la teoría clásica de la democracia: la teoría del gobierno del pueblo. La segunda es un resumen de mi más realista teoría. La tercera reúne algunas aplicaciones prácticas de mi teoría, como la respuesta a la pregunta: “¿Qué diferencia práctica trae la nueva teoría?”.

La teoría clásica

La teoría clásica dice que la democracia es el gobierno del pueblo y que el pueblo tiene derecho a gobernar. Para fundamentar esto, se han dado varias razones; pero no las voy a revisar acá, más bien examinaré algunos antecedentes históricos de la misma.

Platón fue el primer teórico que hizo distinciones entre las distintas formas de la Ciudad-Nación. Él distinguía entre: 1) monarquía, el gobierno de un hombre bueno y la tiranía, una  forma distorsionada de la monarquía; 2) aristocracia, el gobierno de unos cuantos hombres buenos y la oligarquía, una forma de distorsión de la monarquía; 3) democracia, el gobierno de los muchos, de todo el pueblo. La democracia no tenía dos formas, pues los muchos siempre formaban el populacho, de modo que la democracia era una distorsión en sí misma.

Desde Platón a Karl Marx y más allá, el problema fundamental era y sigue siendo el siguiente: ¿quién debe gobernar un Estado? (Y uno de los principales puntos en que hago hincapié es que el problema así planteado, debe ser sustituido por otro totalmente diferente.) La respuesta de Platón era simple e ingenua: deben gobernar “los mejores”. Si es posible, solo los mejores de todos. La siguiente opción sería: los pocos mejores, los aristócratas. Pero ciertamente no los muchos, el populacho, el demos (pueblo).

Antes de Platón la práctica era la contraria: el que debía gobernar era el pueblo o demos. Todas las decisiones políticas importantes eran tomadas por la asamblea plenaria de los ciudadanos. Esto se llama hoy “democracia directa”.

Por lo tanto sabían que la votación popular podía conducir al error, aun en los asuntos más importantes. Los atenienses estaban en lo cierto: las decisiones tomadas democráticamente, y aun los poderes otorgados a un gobierno por sufragio popular, pueden ser erradas.

El principio de la legitimidad (en mi opinión, vicioso) desempeña un papel fundamental en gran parte de la historia europea. Mientras las legiones romanas eran poderosas, los Césares fundaban su poder en el siguiente principio: los ejércitos legitiman (por aclamación) al gobernante. Pero con la decadencia del Imperio, el problema de legitimación se volvió urgente y se amparó en los ‘Dioses-Césares’.

Para la siguiente generación, el monoteísmo cristiano constituiría la solución al problema. En adelante, el gobernante lo haría por la gracia de Dios, un Dios único y universal.

Así, en la Edad Media la respuesta a la pregunta “¿quién debe gobernar?” devino en el  principio: Dios es quien gobierna, y El gobierna a través de sus legítimos representantes humanos. Tal principio acabaría por enfrentarse, primero por la Reforma, y luego por la revolución inglesa de 1648-49 que proclamó el derecho divino del pueblo a gobernar, lo que devino en la dictadura de Oliver Cromwell.

A la muerte del dictador se regresó a la antigua forma de legitimidad y fue su violación por James II, lo que condujo a la “Gloriosa Revolución” de 1688 y al desarrollo de la democracia británica a través de un gradual fortalecimiento del poder parlamentario. La legitimidad de la monarquía no era ya un principio confiable y tampoco era el gobierno del pueblo.

Karl Marx seguía obsesionado con la pregunta de Platón, que él formulaba así: “¿quién debe gobernar?, ¿los buenos o los malos –los trabajadores o los capitalistas?” Y aun aquellos que rechazaban la existencia del propio Estado en nombre de la libertad, no podían sacudirse el peso de aquel viejo problema mal planteado, ya que se autodenominaban anarquistas, es decir, contrarios a toda forma de gobierno. Su fracasado intento por olvidar el “¿quién debe gobernar?” puede incluso despertar nuestra simpatía.

Una teoría más realista

En “The open society and its Enemies”, sugerí reconocer un problema totalmente nuevo como el fundamental de una teoría política racional: el nuevo problema ya no se formularía preguntando “¿quién debe gobernar?”, sino mediante una pregunta muy diferente: “¿Cómo debe estar constituido el Estado para que sea posible deshacerse de los malos gobernantes sin violencia y sin derramamiento de sangre?”

En contraste con el problema anterior, éste es uno más práctico –más aún; casi técnico. Y las llamadas democracias modernas son todos excelentes ejemplos de soluciones prácticas al nuevo problema, aun cuando no hayan sido diseñadas conscientemente así. En efecto, todas ellas adoptan lo que podríamos ver como la solución más sencilla: El principio de que el gobierno puede ser destituido por el voto de la mayoría.

En teoría esas democracias modernas siguen basadas en el viejo problema y en la completamente impráctica ideología de que el pueblo, la totalidad de la población adulta, es el que gobierna o debe gobernar por derecho propio como último y único legítimo gobernante. Pero en ninguna parte puede decirse que sea el pueblo el que verdaderamente gobierna. Los que gobiernan son los miembros de un gobierno, lo cual, desafortunadamente, incluye a los burócratas, nuestros servidores civiles o nuestros ‘amos inciviles’, como los llamaba Winston Churchill, a quienes es difícil, si no imposible, hacer responsables de sus actos.

¿Cuáles son las consecuencias de esta sencilla y práctica teoría de gobierno? Mi forma de plantear el problema y mi solución simple al mismo se centra en torno al Estado de Derecho que postula la destitución pacífica de un gobierno por los votos de la mayoría.

La mayor parte de las Constituciones requieren más que una votación mayoritaria cuando se intenta enmendar o cambiar por otra, alguna de sus propias provisiones; y, del mismo modo, exigen también, una mayoría “calificada” de dos tercios, y hasta de tres cuartos, para eventuales votos contra la democracia.

Todas esas dificultades teóricas pueden ser evitadas si dejamos de preguntarnos “¿quién debe gobernar?” y lo reemplazamos por el nuevo problema más práctico: ¿cómo evitar las situaciones en que un mal gobernante cause mucho daño? Cuando decimos que la mejor solución conocida es la de una Constitución que permite a una mayoría destituir a un gobierno, no estamos afirmando que la mayoría estará siempre acertada. Ni siquiera decimos que usualmente estará acertada. Solo decimos que este muy imperfecto proceso es lo mejor que se ha inventado hasta ahora. Winston Churchill decía bromeando, que la democracia es la peor forma de gobierno, con excepción de todas las demás conocidas.

Este es el meollo del asunto: cualquiera que haya vivido alguna vez bajo otra forma de gobierno –es decir, bajo una dictadura que no puede ser derrocada sin derramamiento de sangre-, sabrá que una democracia, imperfecta como es, merece que se luche por ella y –creo yo- hasta morir por ella.

Podemos basar toda nuestra teoría en que sólo hay dos alternativas conocidas: la dictadura o alguna forma de democracia. No basamos nuestra decisión en la bondad de la democracia, que puede ponerse en duda, sino únicamente en la maldad de una dictadura. Todo dictador, por benévolo que pueda ser, le robará a todos los demás sus responsabilidades.

La representación proporcional

La vieja teoría y la creencia de que el gobierno por el pueblo y para el pueblo constituye un derecho natural, o un derecho divino, son las bases de los argumentos que se esgrimen a favor de la representación proporcional. Porque si el pueblo gobierna a través de sus representantes, y lo hace por mayoría de votos, es de suponer que la distribución numérica de la opinión entre esos representantes sea el más fiel reflejo posible de la que prevalece entre aquellos que son la fuente misma del poder legitimado por sus votos: el pueblo.

Este argumento se viene abajo cuando uno descarta la vieja teoría y puede así advertir en forma desapasionada, y sin demasiados prejuicios, cuáles son las inevitables (y seguramente no buscadas) consecuencias de la representación proporcional. Y éstas son devastadoras.

En primer lugar, la representación proporcional confiere a los partidos políticos, así sea tan sólo indirectamente, una categoría política que de otro modo no habrían podido alcanzar. Porque yo no puedo ya escoger a una persona en la que confío para que me represente: únicamente puedo escoger a un partido. Del mismo modo, aquellos que pueden representar a un partido son escogidos sólo por su partido. Y así como las personas y sus opiniones merecen siempre el mayor respeto, las opiniones adoptadas por los partidos (esos instrumentos típicos de promoción personal y búsqueda de poder, con todas las intrigas que ello implica) no pueden identificarse con las del común de los humanos: ellas son ideologías.

Cuando una constitución no estipula la representación proporcional, los partidos no necesitan ni ser mencionados. Ni necesitan tampoco que se les dé una categoría oficial. El electorado de cada distrito electoral hace llegar a la cámara a su representante particular. Que éste haya postulado por sí solo o que se una con otros para formar un partido, es asunto suyo, que en todo caso, deberá explicar y justificar ante su electorado.

Su deber es representar los intereses de toda la gente que representa, con lo mejor de sus habilidades. Esos intereses son, casi invariablemente, los del resto de los ciudadanos de su distrito y de la nación. Esos son los intereses que debe perseguir con todo su conocimiento. El es personalmente responsable ante las personas.

Este es el único deber y la única responsabilidad del representante y debe ser reconocida por la Constitución. Si el representante considera que además tiene algún deber con un partido político, esto debe obedecer únicamente a la creencia de que su conexión con tal partido le permite cumplir, mejor que sin ella, con su deber primordial. En consecuencia, también es su deber abandonar el partido, o establecer contacto con otro, cuando advierte que su deber primordial puede verse favorecido por cualquiera de esas dos medidas.

Todo esto desaparece cuando la Constitución de un Estado establece la representación proporcional. Pues en el sistema de representación proporcional el candidato busca su elección únicamente como representante de un partido. Si resulta elegido, será mayormente, si no únicamente, por pertenecer y representar a un partido. Su mayor lealtad debe ser ante su partido y su ideología; no a la gente (con excepción, tal vez, de los líderes del partido).

Por lo tanto, su deber nunca será votar contra su partido. Al contrario, se ve comprometido moralmente con el. Pero si se da el caso de que su conciencia no se acomode a la situación, debe renunciar, no sólo a su partido sino también al parlamento.

De hecho, el sistema dentro del cual resultó electo lo despoja de toda responsabilidad personal; lo transforma: de una persona que siente y piensa, a una máquina de votar –lo cual es para mí una razón suficiente para estar en contra de la representación proporcional, porque lo que necesitamos en política son individuos capaces de juzgar por sí mismos y que estén preparados para asumir responsabilidades personales.

Tales individuos son difíciles de encontrar dentro de un sistema de partidos, aun cuando las elecciones no impliquen representación proporcional. Aun no hemos encontrado como vivir sin partidos, aunque sería mejor que no tenerlos.

Una consecuencia inmediata de la representación proporcional es que tiende a aumentar el número de partidos existentes. A primera vista, tal cosa parecería deseable: más oportunidades, menos rigidez, más crítica y, por lo tanto, una mejor distribución de la influencia y del poder.

Sin embargo, esta primera impresión resulta totalmente equivocada. La existencia de varios partidos conduce, esencialmente, a hacer inevitable los gobiernos de coaliciones, lo que dificulta la formación de cualquier gobierno nuevo y la posibilidad de mantenerlo unido durante un tiempo razonable.

El gobierno de la minoría

Mientras que la representación proporcional se basa en la idea de que la influencia de un partido debe ser proporcional a su poder electoral, un gobierno de coalición permite, muy a menudo, que los partidos pequeños ejerzan una influencia desproporcionadamente grande y con frecuencia decisiva, tanto en la formación como en la disolución de un gobierno y por lo tanto, en todas sus decisiones. Y significa la dilución de las responsabilidades, ya que en un gobierno de coalición la responsabilidad de todos y de cada uno se ve reducida.

La representación proporcional, y la multiplicación de partidos que resulta de ella, puede tener un efecto negativo cuando se trata de decidir algo tan importante como la manera de proceder para deshacerse de un gobierno mediante la votación parlamentaria. Los electores tienden a esperar que ninguno de los partidos obtenga una mayoría absoluta. Con esa idea en mente, es difícil que voten contra cualquiera de ellos. Como resultado, el día de la votación, ningún partido se ve rechazado, ninguno inculpado. Por lo tanto, nadie ve el día de las elecciones como el Día del Juicio, como un día en que un gobierno responsable debe rendir cuentas de lo realizado y de lo omitido, de sus éxitos y de sus fracasos, como un día en que una oposición responsable tiene que dar a ese gobierno una respuesta crítica y tiene que señalarle los pasos que debería haber dado y por qué.

En tales circunstancias, la pérdida de 5% o 10% de los votos por uno u otro partido, no se ve como un veredicto acusador. La miran como una fluctuación temporal de su popularidad. Con el tiempo, la gente se va haciendo a la idea de que ninguno de los partidos políticos o sus líderes pueden considerarse responsables de decisiones que tal vez se vieron forzados a tomar por formar parte de un gobierno de coalición.

Desde el punto de vista de mi nueva teoría, el día de las elecciones debería ser el Día del Juicio. Como lo dijo Pericles hacia el año 430 A.C: “aunque sólo unos pocos puedan crear una política, todos estamos autorizados para enjuiciarla”. Por supuesto, nuestro juicio puede resultar erróneo, y a menudo lo es. Pero si hemos vivido un tiempo bajo el poder de un partido y hemos resentido sus consecuencias, estamos calificados –por lo menos en alguna medida- para enjuiciarlo.

Esto presume que el partido en el poder y sus líderes sean totalmente responsables de lo que hacen, lo cual, a su vez, presupone, necesariamente un gobierno de mayoría.

El sistema bipartidista

Para que un gobierno de mayoría sea posible, necesitamos algo que se aproxime a un sistema bipartidista como el de la Gran Bretaña o el de los Estados Unidos. Y como la representación proporcional hace difícil alcanzar aquella posibilidad, sugiero, en nombre de nuestro interés de establecer responsabilidades en el parlamento, que resistamos a la tentadora idea de que la democracia exige una representación proporcional. Deberíamos luchar entonces por un sistema bipartidista, o por algo que se le acerque, ya que dicho sistema alienta a ambos  partidos a vivir un continuo proceso de autocrítica.

Este punto de vista provoca con frecuencia, objeciones dignas de atención sobre el sistema. Por ejemplo: que “un sistema bipartidista limita la formación de otros partidos”. Correcto. Pero en el seno de los dos grandes partidos británicos y estadounidenses los cambios que se han dado han sido considerables. Esa limitación no implica, pues, falta de flexibilidad.

Lo que importa es que en el sistema bipartidista, el partido derrotado tiende a tomar en serio su fracaso electoral. Esto puede llevarlo a una reforma interna o a la revisión de sus metas, es decir, a una reforma ideológica. Si el partido sufre dos derrotas consecutivas, o acaso tres, la búsqueda de ideas nuevas puede alcanzar proporciones frenéticas –proceso sin duda saludable, y que suele darse aun cuando la pérdida de votos no sea muy grande.

En cambio, es muy poco probable que suceda lo mismo bajo un sistema de múltiples partidos y coaliciones. Tanto los líderes de los diferentes partidos como el electorado, sobre todo cuando la pérdida de votos no es considerable, tienden a tomar el cambio con bastante calma. Lo ven como parte del juego –ya que ninguno de los partidos ha asumido responsabilidades claras. Una democracia necesita partidos más responsivos; que estén, si es posible, constantemente en estado de alerta. De hecho, la tendencia a la autocrítica tras una derrota electoral es mucho más fuerte en los países con un sistema bipartidista que en aquellos donde hay múltiples partidos. Y, contrariamente a lo que a primera vista se piensa, los sistemas de dos partidos suelen ser más flexibles que los pluripartidistas.

Suele afirmarse: “la representación proporcional propicia la aparición de un nuevo partido. Y la mera existencia de un tercer partido puede contribuir notablemente a que mejore la actuación de dos partidos grandes”. Puede ser, ¿pero qué sucede si emergen cinco o seis partidos? Como hemos visto, un partido pequeño puede alcanzar un poder totalmente desproporcionado si está en condiciones de decidir con cuál de los dos grandes puede aliarse para formar un gobierno de coalición.

Y se afirma también: “Un sistema bipartidista es incompatible con la idea de una sociedad abierta –con la apertura de nuevas ideas y con la idea de pluralismo”. Respuesta: tanto la Gran Bretaña como los EEUU están abiertos a nuevas ideas. Una apertura total sería autodestructiva, tal como sería una libertad total. La apertura cultural y política son dos cosas distintas.

Por último, mucho más importante que abrir cada día más el debate político, puede ser la adopción de una actitud adecuada hacia el Día del Juicio [político]. Lampadia