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El enojo (y no la felicidad) es brasileña

El enojo (y no la felicidad) es brasileña

El plan parecía perfecto. Una victoria fácil de Dilma Rousseff en las elecciones presidenciales programadas para unos meses después (5 de octubre) de la disputa de la Copa del Mundo en el país más futbolero del globo. Dada la pasión por el fútbol que tienen los brasileños, se esperaría que tras una exitosa organización del mundial en su propia tierra, la presidenta sería reelegida en olor a multitud. Pero lo increíble ha pasado: Los brasileños están desencantados y hasta furiosos por los gastos que ha irrogado llevar adelante este evento: 

“Una encuesta reciente arrojó que menos de la mitad de los brasileños afirman estar contentos de ser el anfitriones [del Mundial]. Es cierto que esto puede cambiar una vez que el torneo se ponga en marcha, sobre todo si los temores de que haya un caos en el transporte resultan infundados. Sin embargo, los datos de la encuesta revelan no sólo la ira pública por el costo inflado del torneo, sino también el mal humor general”, señala un artículo de The Economist (la traducción es nuestra).

De acuerdo al Wall Street Journal, “solo el 48% de los brasileños dicen ahora que fue una buena idea ser anfitrión, frente a 79% en 2008 (…). La explicación trasciende el deporte. Para muchos brasileños, el campeonato se ha convertido en un símbolo de la promesa incumplida de un auge económico que debía traducirse en un gran avance para el país. Pero el auge se ha desinflado”.

La desilusión ha sido personificada en Roussef debido a la incapacidad, ineptitud y corrupción de su gobierno, así como el despilfarro de los gastos monstruosamente altos.

“Alrededor del 70 % de los ciudadanos quieren un cambio, no la continuidad. El índice de aprobación del gobierno cayó de 65 % a 30 % después de las protestas de junio [del 2013]; después de recuperarse un poco, ahora volvieron a bajar a 35 %, según Datafolha”, citada por The Economist.

El descontento se ha instalado, en especial luego de las marchas del año pasado en la que un millón de personas salió a las calles durante la Copa Confederaciones. Los manifestantes pedían más obras y servicios públicos. Mejores escuelas, centros de salud e infraestructura de transporte. Por ello el lema de las marchas “queremos hospitales con estándares FIFA” (en alusión a las obras y estadios que deben construirse de acuerdo a las rigurosas reglas del ente rector del fútbol mundial).

Como ha señalado Moisés Naím, este tipo de protestas suelen ser consecuencias del éxito. “Brasil no solo ha sacado a millones de personas de la pobreza, sino que incluso ha logrado la hazaña de disminuir su desigualdad. Todos ellos tienen hoy una clase media más numerosa que nunca. ¿Y entonces? ¿Por qué tomar la calle para protestar en vez de celebrar? La respuesta está en un libro que el politólogo estadounidense Samuel Huntington publicó en 1968: El orden político en las sociedades en cambio. Su tesis es que en las sociedades que experimentan transformaciones rápidas, la demanda de servicios públicos crece a mayor velocidad que la capacidad de los Gobiernos para satisfacerla. Esta es la brecha que saca a la gente a la calle a protestar contra el Gobierno”.

Es cierto, algo de eso se ha producido, pero también tiene que ver con temas concretos. La ineficiencia y la corrupción del gobierno de Rousseff y del Partido de los Trabajadores.  Las obras del Mundial (US$ 11.500 millones) lo han evidenciado claramente.

Pero también la marcha de la economía es un factor. De ser un ejemplo, líder de los BRIC (Brasil, Rusia, India y China) en momentos de vacas gorda y altos precios de los comodities a números mediocres que se han evidenciado por su altísimo asistencialismo y escasa apertura económica.  “La inflación es obstinadamente alta, alrededor del 6%;  la confianza del consumidor y la empresarial están cayendo”, señala The Economist. Y no solo eso, el Finantial Times sostenía a comienzos de año que el país de la samba podría estar entrando en recesión.

La culpa de esta situación es en una política anti apertura del mercado. Brasil se ha negado sistemáticamente a abrir su mercado a la competencia, es un tenaz opositor en cuanto foro internacional a esta alternativa. Asimismo, es promotor de un asistencialismo desbocado que evidentemente está afectando las cuentas nacionales y elevando la inflación. Están a contracorriente de las políticas internacionales que han librado del hambre y de la pobreza a millones de personas en el mundo (ver: Luces y sombras de la visita de Lula al Perú). La receta brasileña, se ha demostrado innumerables veces, no es sostenible y hoy tendrán que pagar la cuenta del dispendio.

Aún así, la oposición no consigue aún ser una alternativa, pero si el mundial fracasa y es un caos, lo más probable es que la estrategia reeleccionista de Rousseff se desmorone como lo hicieron, en su etapa de construcción, algunos de los estadios del mundial.