1

Las fuerzas que azotan a los países emergentes

Las fuerzas que azotan a los países emergentes

Países desde Turquía hasta Brasil y China acusan los golpes asestados por una combinación brutal de acontecimientos: la desaceleración de sus economías, la salida de capitales, un derrumbe en los precios de las materias primas y manifestaciones políticas. Todo esto sirve como recordatorio de que no siempre es fácil ganar dinero en los mercados emergentes.

El retiro de fondos de los mercados emergentes se ha acelerado en el último mes, en medio de las expectativas de algunos inversionistas de que los días del crédito fácil a nivel global están llegando a su fin conforme la economía de EE.UU. se recupera.

A su vez, una escasez de liquidez orquestada por el banco central chino se ha sumado a las preocupaciones de una mayor desaceleración de la segunda economía del mundo, lo que ha repercutido en otros países. Por si esto fuera poco, las débiles cifras de producción industrial difundidas el lunes acentuaron las dudas acerca del desempeño de China.

Los inversionistas han retirado US$12.000 millones de los US$100.000 millones en activos de fondos mutuos dedicados a los bonos de los mercados emergentes en las últimas cinco semanas, la mayor salida ininterrumpida de capitales desde 2009, según el proveedor de datos EPFR. “En abril, los mercados emergentes eran lo mejor que había ocurrido desde la invención de las rebanadas de pan. Hace dos semanas eran tóxicos”, dice Jan Dehn, director de estudios de Ashmore Investment Management, una firma de inversiones especializada en países emergentes que gestiona unos US$77.700 millones en activos.

El giro no podría ser más pronunciado para estos países, cuyo crecimiento ayudó a compensar la debilidad de Estados Unidos y Europa durante la crisis financiera. En su búsqueda por obtener retornos más altos, los inversionistas privilegiaron las economías emergentes en los últimos cuatro años.

Los ingresos de capitales privados a los mercados emergentes ascendieron a US$4,2 billones (millones de millones) entre 2009 a 2012, más que todo el dinero invertido en la Bolsa de Valores de Tokio, según el Instituto de Finanzas Internacionales, un grupo que representa a la banca.

Aunque las salidas de capital no han alcanzado los niveles vistos durante la crisis financiera de 2008, se prevé que continúen conforme el ánimo se deteriora.

“Todos los mercados, todo cayó”, señaló el sábado Aliko Dangote, el magnate nigeriano del cemento y el empresario más acaudalado de África, mientras esperaba un discurso de Barack Obama en Soweto, en las afueras de Johannesburgo. “En estos momentos, el dinero no tiene fronteras”.

La ola de ventas en los mercados emergentes ha evocado otros episodios de pánico en los mercados, cuando un alza en las tasas de interés estadounidenses tuvo serias repercusiones en otros países. La crisis mexicana de 1994 y la crisis asiática que se inició en 1997 son dos ejemplos.

En todo caso, pocos predicen que los actuales problemas se transformarán en una nueva crisis global. Los mercados emergentes están, con pocas excepciones, en mejor pie para soportar los embates económicos. Cuentan con amplias reservas a su disposición y tienen menos deuda denominada en moneda extranjera, un ingrediente clave que agravó la crisis asiática.

Aunque los niveles de endeudamiento han aumentado en los últimos años, especialmente en Asia, los bancos de los mercados emergentes están bien capitalizados y los gobiernos tienen deudas manejables, lo que les otorga la capacidad de aumentar el gasto fiscal para estimular sus economías en caso de ser necesario.

Las economías emergentes crecerán en torno a 4% en el segundo trimestre, su menor nivel desde 2009 y una cifra muy inferior a la expansión promedio de 7% de la última década, según la consultora londinense Capital Economics.

China, que había impulsado el crecimiento en muchas de estas economías, ahora se ha vuelto una carga.

El banco central emprendió una campaña para erradicar lo que considera como préstamos peligrosos en semanas recientes. La ofensiva elevó las tasas de interés a corto plazo, lo que apunta a una mayor desaceleración del crecimiento. La Bolsa de Valores de Shanghái alcanzó su nivel más bajo desde 2009.

Economistas como Hongbin Qu,de HSBC, que en su momento fueron optimistas, ahora estiman que China podría crecer apenas 7,4% este año y el próximo, un cambio significativo frente a la última década, cuando el país a menudo crecía 10% o más.

El enfriamiento de China ha tenido repercusiones globales, afectando tanto a compañías de equipos mineros como a proveedores de materias primas, como productores de cobre en Chile y mineros del carbón en Indonesia.

China, por ejemplo, es el mayor socio comercial de Brasil y las caídas en los precios del mineral de hierro y el petróleo han contribuido al crecimiento anémico de la mayor economía de América Latina. La bolsa de valores brasileña acumula un descenso de 22% este año, que se ha visto exacerbado por un declive de casi 10% en el valor del real. Los brasileños han salido a las calles en semanas recientes para protestar contra el alza de los costos en una economía débil.

Mientras tanto, la desaceleración de la economía de India coincide con el estancamiento de las reformas. Un brote inflacionario y un creciente déficit de cuenta corriente han obstaculizado el crecimiento. La moneda del país, la rupia, alcanzó en junio un mínimo histórico frente al dólar.

En Turquía, que se ha visto afectada por la debilidad de la economía europea, los mercados fueron duramente golpeados por los temores de que la FED pondrá fin pronto a sus programas de estímulo. A ello hay que añadir los disturbios políticos que se produjeron a raíz de un polémico plan para demoler un parque ubicado en el centro de Estambul. La Bolsa de Estambul descendió 11% en el primer trimestre, mientras que el dólar se fortaleció 9% contra la lira durante el mismo lapso.

En tanto, Sudáfrica está sufriendo las consecuencias de huelgas y la debilidad en los precios del oro. El rand ha perdido 20% de su valor frente al dólar este año, alimentando un problema de inflación y perjudicando la capacidad del banco central para recortar las tasas de interés.

—Mathew Cowley, en São Paulo, y Prabha Natarajan, en Nueva York, contribuyeron a este artículo.

Publicado por The Wall Street Journal Americas, El Comercio, 3 de julio de 2013




Una fórmula explosiva

Una fórmula explosiva

Las recientes manifestaciones en Brasil han dejado desconcertados a muchos espectadores en el ámbito internacional. No en vano en los últimos años el país ha experimentado uno de los crecimientos económicos más importantes de su historia. Solo en la última década –y gracias en gran parte a las reformas estructurales de liberalización de la economía que emprendiera el gobierno de Cardoso–, más de 40 millones de brasileños han salido de la pobreza para incorporarse a la clase media, que así ha visto su tamaño crecer en 50%.

 

No obstante este progreso, en las últimas semanas más de un millón de personas han salido a las calles a expresar su descontento en una de las protestas más multitudinarias de la historia brasileña. Y lo curioso es que detrás de estas protestas no hay movimientos políticos ni líderes visibles, sino jóvenes –en su mayoría– de clase media con educación superior. De hecho, 71% de los manifestantes encuestados por la Confederación Nacional de Transporte se ha declarado satisfecho con sus condiciones de vida.

¿Entonces, por qué reclaman estas personas y por qué sus protestas tienen el apoyo del 75% de la población del país? El detonante fue una subida en los precios del transporte público de tan solo 20 centavos, pero la marcha atrás en la subida no acabó –ni mucho menos– con la protestas. En las encuestas los manifestantes han declarado estar reaccionando ante la altísima corrupción en el estado brasileño, los elevados gastos para la Copa Mundial de Fútbol del 2014 y los Juegos Olímpicos del 2016 y, sobre todo, por la priorización de estos gastos frente a la pobre situación de los servicios que ofrece el Estado a sus ciudadanos.

Estas protestas, pues, no son las de un pueblo cercado por la pobreza ni por una dictadura abusiva que le niega cualquier tipo de libertad o garantías. Las exigencias de los brasileños tratan, por así decirlo, de necesidades de un segundo nivel: aquellas a las que uno puede dedicar tiempo y energía solo cuando tiene sus necesidades básicas satisfechas. Es decir, son protestas eminentemente clasemedieras y son también, por tanto, un efecto colateral del crecimiento económico. Lo mismo que, sin ir más lejos, ocurrió en Chile en el 2011, cuando después de años de un crecimiento económico asombroso, los estudiantes del país austral se movilizaron para exigirle al Estado una educación pública de mayor nivel.

Samuel Huntington, politólogo estadounidense, explica este fenómeno así: a medida que la calidad de vida de los ciudadanos aumenta en una sociedad, sus demandas por mejores servicios públicos aumentan con ella. En otras palabras: el crecimiento de la clase media es una buena noticia para la sociedad pero supone mayor presión para el Estado, en la medida en que sus servicios pasan a tener al frente a un “cliente” empoderado y dispuesto a exigir. Esto, en lugar de una serie de ciudadanos en situación desesperada, para los que dedicar días a protestar es un lujo normalmente incosteable y cuya resignación es algo que un Estado clientelista suele poder comprar fácilmente con tan solo regalar, por ejemplo, comida.

Pues bien, en lo que toca al aumento de la clase media, el Perú va por el camino de Brasil y, si cabe, más sólidamente, desde que nuestra reducción de la pobreza está más relacionada con las oportunidades generadas por el crecimiento. Desde el 2001, casi 10 millones de peruanos se han incorporado a una clase media, que según el BID, ahora representa al 70% de la población. Cierto esto que buena parte de esta clase media es aún frágil, pero también lo es que, si el país sigue por la senda del crecimiento, cada vez lo será menos.

El problema, entonces, es que también vamos por la senda de Brasil en lo que toca a los servicios públicos, que no han mejorado conforme la clase media ha ido creciendo. Es decir, que nuestro Estado sigue dando los mismos servicios desastrosos a unos ciudadanos que están cada vez en mejor situación para notarlo y reclamar por ello. Particularmente considerando que con la clase media está creciendo también el número de peruanos que pagan impuestos y que, por lo tanto, pueden sentirse directamente estafados por la calidad de los servicios estatales.

Lo de Brasil, consiguientemente, nos compete no solo en tanto que latinoamericanos. Nos compete también porque, si las cosas siguen como van, podría ocurrirnos a nosotros (especialmente si se bloquea la esencial reforma del Estado que contiene el proyecto de ley para la reforma del servicio civil). Salvo, claro, que nuestros gobernantes tomen la siempre inteligente decisión de escarmentar en el ejemplo ajeno e internalicen la lección brasileña: que los regímenes que presiden sobre etapas de crecimiento sin mejorar al mismo tiempo los servicios estatales están dejando juntarse dos fuerzas cuyo contacto, más temprano que tarde, causa una explosión.

Publicado por El Comercio, 29 de junio, 2013




Brasil tenía pies de barro

Brasil tenía pies de barro

El mundo observa hoy absorto el estallido social que remece Brasil y se pregunta ¿Qué sucede en el país que se había convertido en la sexta economía del mundo y que, supuestamente, le había ganado la guerra al hambre y la pobreza? La realidad sale hoy a la luz, desnuda y sin maquillajes: El modelo económico brasileño, basado en políticas proteccionistas y asistencialistas, se hunde en la ineficiencia y la corrupción.

 

Por ejemplo, John Paul Rathbone, editor del Financial Times para Latinoamérica, ha señalado que mucho antes de la caída de los mercados, los inversionistas ya habían comenzado a retirar sus fondos de Brasil al ver que se había desgastado el brillo del milagro proclamado por sus gobernantes.

Los indicadores económicos brasileños confirman la apreciación de Rathbone. Según el reporte Perspectivas Económicas de las Américas del FMI (Mayo 2013, ver página 26), la economía brasileña se estancó en el 2012 al registrar un crecimiento de apenas 0.9% del PBI, y para este año se proyecta que crecerá apenas 3%. El 2011 ya había registrado una caída brusca, al haber crecido solo 2.4% después de haber llegado a 7.5% en el 2010. Además la inflación ya supera niveles de más del 5%. Si se compara la evolución económica de Brasil con la del Perú, nuestro país tiene de lejos mucho mejores resultados como se puede ver en el siguiente cuadro y en nuestro artículo Luces y sombras de la visita de Lula al Perú.

El “milagro” brasileño es en realidad un proyecto trunco. Empezó en 1993, en el gobierno de Itamar Franco, cuando el entonces ministro de Hacienda Fernando Henrique Cardoso impulsó una política estabilización de la economía que frenó la inflación y fijó las bases para el crecimiento económico. Luego Cardoso fue elegido presidente en dos períodos (1994-2002).

Lo que siguió después fue una década de gobiernos socialistas de Lula Da Silva y Dilma Rousseff, en la que Brasil retrocedió en vez de avanzar, al aplicarse políticas asistencialistas y proteccionistas que, según los analistas, dilapidaron gran cantidad de recursos del Estado y fomentaron la corrupción, precipitando al país a la crisis actual. Un caso ilustrativo es el de los maestros: El gobierno de Lula les concedió la jubilación a los 50 años con pensión equivalente a su último sueldo completo.

Otro ejemplo es la enorme cantidad de dinero que han destinado Lula y Rousseff a financiar programas asistencialistas, como Bolsa Familia-versión brasileña de Juntos-, que alivian la pobreza pero no la superan, como sí lo hace el trabajo que se genera con el crecimiento económico. El asistencialismo no da dignidad, la gente aspirante quiere dignidad para los suyos y para los demás. Ahí podría estar una de las explicaciones de las protestas.

Un estudio realizado por la investigadora Milene Peixoto, de la Universidad Estadual de Santa Cruz (El programa Bolsa familia y la pobreza en Brasil: Mucho más que números a considerar), señala que en menos de diez años, Bolsa Familia se convirtió en el mayor programa de reparto condicionado de dinero en el mundo: En mayo de 2012 atendió a 13.4 millones de personas. El presupuesto destinado hasta abril de 2012 fue de más de US$ 3,000 millones.

Este dispendio es una de las causas por las que en el 2012 Brasil acumuló una enorme deuda pública, equivalente al 69% de su PBI (FMI).

Brasil recauda –según Rathbone- US$ 400 mil millones en impuestos al año, cifra equivalente al 35% de su PBI y similar al peso fiscal del Reino Unido. Sin embargo, los brasileños protestan porque los servicios de salud pública, educación,transporte público, y otros son de pésima calidad, muy lejos del estándar británico.

Otro aspecto muy importante de la decepción con el desarrollo brasileño es el referido a la inseguridad y la corrupción . Esta última se manifiesta desde los más altos niveles del gobierno y hay una sensación de impunidad generalizada.

El último paradigma de la izquierda latinoamericana, el “estado de bienestar brasileño”–alcahuete del socialismo bolivariano, proteccionista, repartidor de dinero y de prebendas, – se está desmoronando por su inviabilidad y la protesta popular. El “gigante” tenía los pies de barro.

Nota relacionada:

La lección de Brasil: El costo de no crecer (IPE, 27 de junio, 2013)