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Greenpeace: Nació derecho y termina torcido

El jueves pasado, 109 premios Nobel han firmado una carta instando a Greenpeace (GP) a poner fin a su oposición a los organismos modificados genéticamente (OMG). Le exigen dejar de bloquear la introducción de una cepa genéticamente modificada de ‘arroz dorado’ que podría reducir las deficiencias de vitamina A, la cual es responsable de la ceguera y muerte de entre 250,000 y medio millón de niños cada año en el mundo en desarrollo.

Granos de arroz dorado comparados con arroz blanco  Fuente: www.allowgoldenricenow.org

¿Qué es el arroz dorado? A finales de los años 90, dos científicos, Ingo Potrykus y Peter Beyer, desarrollaron un tipo de arroz (alimento base en las comidas diarias en muchos países pobres) que incluía entre sus nutrientes el betacaroteno, un compuesto químico que nuestro cuerpo transforma en vitamina A. Lo llamaron ‘arroz dorado’ por su color. Aunque originalmente su creación contenía un porcentaje demasiado pequeño de provitamina, con el paso de los años se ha mejorado hasta conseguir que 144 gramos de este arroz basten para ingerir la dosis diaria necesaria en una dieta sana.

Sin embargo, Greenpeace promueve la abolición de este producto en el mercado solo por ser un transgénico. Sin más análisis al respecto. Sus palabras textuales son: “La realidad es que hoy por hoy los transgénicos sólo tienen dos propiedades, la insecticida o la tolerancia a herbicidas. Estos transgénicos han sido diseñados y se emplean para que las grandes compañías aseguren sus ventas de agroquímicos, controlen cada vez más la producción de alimentos y vendan sus semillas aunque con ello ataquen las miles de variedades que se emplean en muchos rincones del planeta.”

Detrás de la oposición de GP y de varios movimientos y países europeos a los transgénicos, está el combate al supuesto ‘monstruo’ del capitalismo estadounidense, Monsanto. Pero como el mundo global sigue dando vueltas, va a ser muy interesante ver los giros  y acomodos de los que en Europa critican a las grandes corporaciones americanas, cuando finalicen las negociaciones de Bayer, uno de los íconos empresariales de Alemania, para adquirir, nada menos que Monsanto, por la cual han ofrecido US$ 62,000 millones de dólares.

Activistas de Greenpeace en una de sus campañas en contra de los transgénicos

La firma de la carta fue organizada por Richard Roberts, director científico de New England Biolabs junto con Phillip Sharp, el ganador del Premio Nobel 1993 de Fisiología y Medicina por el descubrimiento de secuencias genéticas conocidas como intrones. La campaña tiene un sitio web, supportprecisionagriculture.org, que incluye una lista actualizada de los firmantes.

En esta carta se insta a GP a dejar esta visión retrograda y sin sentido de los transgénicos diciendo: “Instamos a Greenpeace y sus seguidores a volver a examinar la experiencia de los agricultores y los consumidores en todo el mundo con cultivos y alimentos mejorados mediante la biotecnología, a reconocer las conclusiones de los organismos científicos competentes y los organismos reguladores, y a abandonar su campaña contra los transgénicos en general y el arroz dorado en particular”.

Además afirman que los alimentos transgénicos son tan seguros “o incluso más que los que se obtienen mediante cualquier otro método de producción” e insisten en que “nunca ha habido un solo caso confirmado de una afección en seres humanos o animales debido a su consumo” y que “se ha demostrado en repetidas ocasiones que no son perjudiciales para el medio ambiente” y que suponen “una gran ayuda para la biodiversidad global”.

Los investigadores insisten en que la producción mundial de alimentos, piensos y fibra tendrá que duplicarse en el 2050 para satisfacer las demandas de la creciente población mundial y que los organismos mejorados genéticamente podrían ayudar en esta tarea. “Las organizaciones opuestas al fito-mejoramiento moderno, con Greenpeace a la cabeza, han negado en repetidas ocasiones estos hechos, rechazando las innovaciones biotecnológicas en la agricultura”. Esto también se indica en un reciente artículo de Lampadia: ¿Cómo alimentaremos a 10 mil millones de personas al 2050?.

Según los científicos, desde la organización ecologista se “han tergiversado los riesgos, beneficios e impactos” de los transgénicos y “han apoyado la destrucción criminal de campos de investigación”.

Un primera, sorprendente y aleccionadora presentación a favor de los transgénicos, fue la de un científico que había iniciado los movimientos contra Monsanto y liderado la oposición a los OMGs desde los años 90. Ver en Lampadia: Transgénicos: Mea culpa – Mark Lynas sobre demonización de una importante opción tecnológica:

“Quiero empezar con algunas disculpas. Para que conste, aquí y por adelantado, me disculpo por haber pasado varios años destrozando cultivos transgénicos. También lamento que ayudé a comenzar el movimiento anti-transgénicos a mediados de los años 1990, y que con ello ayudé a demonizar a una importante opción tecnológica que puede utilizarse en beneficio del medio ambiente”.

“Como ecologista, y alguien que cree que todos en este mundo tenemos derecho a una alimentación sana y nutritiva de su elección, no podría haber elegido un camino más contraproducente. Ahora me arrepiento totalmente”.

“Así que supongo se estarán preguntando – ¿qué pasó entre 1995 y ahora que me hizo no sólo cambiar de opinión, sino venir aquí y admitirlo? Bueno, la respuesta es bastante simple: he descubierto la ciencia, y en el proceso, espero, me convertí en un mejor ambientalista”.

“Cuando escuché por primera vez acerca de la soya transgénica de Monsanto supe exactamente lo que pensaba. Aquí había una gran corporación americana con un historial desagradable, poniendo algo nuevo y experimental en nuestros alimentos sin decirnos. Mezclar genes entre especies parecía ser tan antinatural como ustedes se puedan imaginar – aquí estaba la humanidad adquiriendo demasiado poder tecnológico; algo estaba destinado a ir muy mal. Estos genes se extenderían como una especie de contaminación viva. Era material de pesadillas…”.

Mark Lynas, Universidad de Oxford, 3 de enero, 2013.

En el Perú no nos sorprenden las acciones de Greenpeace. Recordemos cómo a fines del 2014, Greenpeace (en teoría una asociación ambientalista internacional), cometió un grave delito contra uno de los patrimonios de la humanidad: nuestras Líneas de Nazca. Invadieron la reserva cultural y arqueológica para perpetrar un show mediático que no está a la altura de una supuesta ejemplificadora institución internacional. Ver en Lampadia: Greenpeace: Patético crimen contra cultura peruana.

Un año más tarde, la renuncia de Patrick Moore, fundador de Greenpeace, conmovió a la opinión pública internacional. En su renuncia, explicó cómo hasta la más noble de las causas pudo ser corrompida por agendas políticas, manipulando información por medio del sensacionalismo y la desinformación. Ver en Lampadia: Greenpeace: sobre como destiñó sus banderas.

Sin embargo, Greenpeace no da marcha atrás. Parece que ni 109 premios nobel pueden convencerlos (y al parecer sus ‘científicos’ son más hábiles, ¿tal vez los nominamos para el siguiente premio Nobel?). Wilhelmina Pelegrina, responsable de agricultura de Greenpeace para el Sudeste de Asia, respondió la carta diciendo: “Las acusaciones de que alguien está bloqueando el desarrollo del arroz genéticamente modificado, son falsas. El ‘arroz dorado’ ha fallado como una solución y actualmente no está disponible para la venta, incluso después de más de 20 años de investigación. Las empresas están promoviendo el ‘arroz dorado’ para allanar el camino hacia la aprobación mundial de otros cultivos de ingeniería genética más rentables. Este costoso experimento no ha logrado producir resultados en los últimos 20 años además y ha desviado la atención de métodos que sí funcionan. En lugar de invertir en este ejercicio sobrevaluado de relaciones públicas, tenemos que hacer frente a la desnutrición a través de una dieta más diversa, el acceso equitativo a la alimentación y la agricultura ecológica”.

Claramente, los premios Nobel no lo pudieron haber dicho mejor en su carta: “Se debe frenar la oposición basada en emociones y dogmas que van en contra de los datos. ¿Cuántos pobres deben morir en el mundo antes de que consideremos esto un ‘crimen contra la humanidad’?”

El Perú estableció una moratoria del uso de transgénicos digitada con el mismo nivel de ignorancia que reconoció Mark Lynas hace tres años y el que ahora denuncian los 109 Premios Nobel. Su norma fue manejada en los medios y en el Congreso, como se vienen manejando tantos otros temas de interés de largo plazo para los peruanos (la descentralización, las pensiones, el lote 109, la ley universitaria, entre otros), sin análisis serios, sin debates técnicos y sin la participación de los ciudadanos, solo en búsqueda de los titulares vendedores y los votos que se consiguen exacerbando angustias de corto plazo. La moratoria de los transgénicos es otro tema que un gobierno responsable deberá revisar

Lampadia




Ética para la era de la Robótica y la Inteligencia Artificial

Ética para la era de la Robótica y la Inteligencia Artificial

Durante el último año, y especialmente durante las últimas semanas, hemos hablado mucho sobre la Cuarta Revolución Industrial, la robótica y la Inteligencia Artificial. Cuando hemos podido, hemos enfatizado los temas éticos que se deben enfrentar. Pero lastimosamente, en el debate sobre estos desarrollos, todavía se percibe una peligrosa lejanía con este aspecto tan importante.

En todos los aspectos de la vida de las sociedades podemos comprobar un pernicioso debilitamiento de la ‘gobernanza global’ y una distancia muy grande entre lo cotidiano y la evolución de los temas estructurales que determinarán la calidad de vida futura de todos los seres humanos.

Es indispensable tomar nota de la realidad que se despliega ante nuestros ojos. Anteriormente, hemos llamado mucho la atención sobre los impactos de esta revolución en el empleo del futuro (ver en Lampadia nuestro repositorio sobre la  ‘Revolución Tecnológica’, ahora queremos poner a su disposición un buen análisis sobre el aspecto ético de la misma, que no debemos pasar por alto. Recomendamos leer el siguiente artículo de John Thornhil, del Financial Times, para ubicarnos mejor en esta nueva realidad.     

La nueva era de la tecnología necesita una nueva ética

Escrito por John Thornhill

Financial Times

20 de enero 2016

Traducido y glosado por Lampadia

Pablo Picasso declaró alguna vez: “Las computadoras son inútiles. Solo dan respuestas”. 

La broma del artista español pudo haber sido cierta en el siglo XX, cuando las computadoras eran en su mayoría máquinas calculadoras que desempeñaban funciones claramente pre-establecidas. Pero la expansión de la potencia de cálculo a principios del siglo XXI ha hecho que las computadoras planteen algunas de las interrogantes más exigentes de nuestros tiempos. Y no está claro quién será el responsable de dar las respuestas.

Los avances tecnológicos en inteligencia artificial (IA), biotecnología, nanotecnología, robótica y neurociencia (por nombrar solo unos pocos), han dejado a los hacedores de política, a los hombres de negocios y a los consumidores intentando entender todas las implicancias sociales, económicas y éticas.

Considere sólo tres preguntas: primero, ¿es la inteligencia artificial, como cree Elon Musk, “potencialmente más peligrosa que las armas nucleares?”

La idea de que robots rebeldes vayan a intentar destruir a sus creadores ha sido un tema popular de la ciencia ficción durante décadas (Asimov et al). Pero ahora algunos científicos serios, como Stephen Hawking y emprendedores tecnológicos destacados (entre ellos Musk, que dirige Tesla Motors y SpaceX), expresan sus preocupaciones acerca de este tema.

¿Cómo podemos asegurar que la IA se utilice para propósitos benéficos en lugar de otros no éticos? La perspectiva de que la súper inteligencia sea capaz de amenazar la vida humana aún parece estar a décadas de distancia, si es que llega a ocurrir. (Ver en Lampadia: Entrevista sobre la transformación del empleo y las industrias).

Al final del año pasado, Musk, Peter Thiel y otros empresarios de Silicon Valley se comprometieron a financiar US$ 1,000 millones para una nueva empresa sin fines de lucro, llamada OpenAI, con el objetivo de asegurarse que la IA siga siendo “una extensión de las voluntades humanas individuales.”

“Es difícil imaginar cuánto podría beneficiar la IA a la sociedad humana, y es igualmente difícil imaginar lo mucho que podría dañar a la sociedad si se construye o se usa incorrectamente,” escribieron los fundadores de OpenAI en un blog.

Musk también ha donado US$ 10 millones para el futuro del Life Institute, una organización con sede en Cambridge, Massachusetts, EEUU, que estudia las dimensiones sociales y éticas de la AI.

La misión del instituto afirma que: “La tecnología le está dando a la vida el potencial para florecer como nunca antes… o para autodestruirse. Hagamos la diferencia”.

Una segunda cuestión difícil es cómo construir una “elasticidad ética” en los autos sin  pilotos. Para bien o para mal, los conductores humanos de automóviles son infinitamente flexibles para evaluar la ética de diferentes situaciones, superando  reglas como “no adelantar” para dar más espacio a los ciclistas, por ejemplo. Pero, ¿cómo deben programarse los autos sin conductor para reaccionar cuando se enfrenten a una crisis real? ¿Debería proporcionarse a los propietarios, configuraciones éticas ajustables?

El año pasado, en un discurso, Dieter Zetsche (presidente ejecutivo de la automotriz alemana Daimler) preguntó cuan autónomos deberían comportarse los coches “si un accidente es realmente inevitable y donde la opción es una colisión con un coche pequeño o un gran camión, conduciendo hacia una zanja o contra una pared, o correr el riesgo de golpear a una madre con un cochecito, o a una abuela de 80 años de edad.”

La Fundación Daimler y Benz han invertido más de €1.5 millones desde 2012 para apoyar a un equipo de 20 científicos a que examinen los efectos sociales de la conducción autónoma y algunos de los dilemas éticos que plantea.

Estas preguntas han sido previamente planteadas en el reino de los filósofos morales, como el profesor Michael Sandel de Harvard, cuando discuten si “¿podría ser justificado un asesinato?”. Pero ahora, directorios de empresas y propietarios de automóviles se encontrarán cada vez más debatiendo los méritos del ‘imperativo categórico’ de Immanuel Kant versus el utilitarismo de Jeremy Bentham.

Los avances en la salud también crean nuevos dilemas. Deberían ser prohibidos los medicamentos que mejoran la cognición para los usuarios ocasionales? En su libro “Bad Moves”, las neurólogas Barbara Sahakian y Jamie Nicole LaBuzetta destacan los desafíos éticos del uso de drogas inteligentes para mejorar el rendimiento académico.

Ellos pregunta: ¿Por qué tenemos una visión tan cerrada sobre el uso de esteroides por atletas que engañan en los Juegos Olímpicos, pero ignoramos a los estudiantes que usan drogas inteligentes para mejorar su performance cuando dan exámenes de ingreso a las universidades?.  

Los autos sin conductor plantean preguntas inquietantes sobre la vida y la muerte.
Los fabricantes de automóviles se están acercando con precaución a la carrera hacia los vehículos automatizados. 

Estudiantes de la Universidad de Duke en Carolina del Norte, EEUU, han presionado a las autoridades para modificar la política de honestidad académica de la institución para que se considere el “uso no autorizado de medicamentos con receta” como una forma de hacer trampa. Pero solo pocas universidades o empleadores parecen haber considerado este dilema.

“Estos medicamentos tienen el potencial de cambiar la sociedad en formas dramáticas e inesperadas”, dicen Sahakian y LaBuzetta en su libro: ‘Ahora es el momento de tener la discusión y el debate de la ética de estas ‘drogas inteligentes’ y el rol que deben desempeñar en la sociedad del futuro”, concluyen.

Por encima de todas estas complicadas cuestiones, surge una más grande: ¿quién es el responsable de asegurarse que los últimos avances tecnológicos no sean abusivos?

Los gobiernos nacionales y los parlamentos, preocupados por problemas mucho más urgentes, como la austeridad fiscal o el  flujo de refugiados, rara vez tienen el tiempo y la libertad política para considerar desafíos tan abstractos y menos aún para ayudar a establecer estándares o reglamentos internacionales.

Como en tantos otros ámbitos, parece inevitable que las regulaciones se arrastren detrás de la realidad. Además, ¿qué detendría a naciones rebeldes el ignorar las normas internacionales y que pongan en uso la edición de genes o el aprendizaje automático o tecnologías cibernéticas para usos destructivos?

¿Por qué es difícil enseñarles a los robots a elegir sabiamente?
Aún quedan preguntas sobre si las respuestas de las máquinas a los dilemas morales serán alguna vez  aceptables para los que pierden.

 

Los departamentos universitarios y centros de investigación ya desempeñan un rol útil en la difusión de los conocimientos y estimulando el debate. Pero normalmente  son dependientes de la financiación del sector privado y es poco probable que lleguen a soluciones radicales que restrinjan seriamente a sus patrocinadores.

Eso deja a gran parte de las empresas de alta tecnología a que se autorregulen. Algunos son, de lejos, las organizaciones mejor situadas para comprender los peligros potenciales de la tecnología y hacer algo para contrarrestarlos. Empresas como Google están formando consejos de ética para ayudar a supervisar sus propias actividades en áreas como la inteligencia artificial.

Pero, como vimos en el período previo a la crisis financiera de 2008, las instituciones del sector privado pueden a menudo esconderse detrás de una interpretación estrecha  de las leyes.

Algunos bancos también resultaron adeptos a explotar el arbitraje legal y normativo internacional.

Claramente, el llevar a la ley hasta el límite ha corroído los estándares éticos y ha dado lugar a una serie de abusos de todo el sector financiero. Al verano pasado (julio-agosto 2015), las instituciones financieras habían pagado más de US$ 235 mil millones en multas por incumplimientos de las normas, según datos compilados por Reuters.

Como dice un ex banquero: “No todo lo que es legal es ético.”

Este es un tema que las empresas de tecnología tendrán que enfrentar si no quieren que sus propias industrias sufran un latigazo regulatorio en el futuro. Lampadia