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ISIS, terrorismo y violencia, nos alejan de la paz

El régimen genocida de Bashar al-Assad en Siria y la emergencia de ISIS, el terrorismo asesino que se arroga la representación de un nuevo califato islámico de vocación imperial, han producido alteraciones profundas de la paz en el mundo y han creado procesos como la masiva migración hacia Europa de poblaciones desplazadas del propio Siria, Medio Oriente y el norte de África.

De alguna manera, este proceso se agrava ante el desencuentro estratégico de los líderes de EEUU y Rusia, Barak Obama y Vladimir Putin, ante el genocidio criminal de Assad en Siria. Recordemos que Obama amenazó con intervenir si se probaba el uso de gases en la matanza de sectores de la población siria, pero ante el paralé que le puso Putin defendiendo a  Assad, Obama terminó retrocediendo.

En algo más de 10 años, las víctimas mortales en Siria se estiman en 250,000 más unos 180,000 desaparecidos y la mitad de su población de 22 millones de personas se habría desplazado, generando una crisis humanitaria de proporciones trágicas.

Durante sus ocho años de gobierno, Obama ha ido replegando a los EEUU en varios eventos de crisis como la débil reacción contra Putin por la anexión de Crimea y la infiltración violenta en Ucrania, dejando que el autoritario y abusivo Putin, fuera tomando cada día más espacio en el liderazgo global.

En este contexto de debilidad política de EEUU, del nuevo imperialismo ruso y de la crisis financiera y existencial de Europa, ISIS, ha venido cobrando vigencia y enfrentando a todo el planeta.

ISIS, llamado indebidamente Estado Islámico por Estado Islámico de Irak y el Levante o EIIL, o EI, es un grupo terrorista vinculado a Al-Qaeda y Boko Haram en partes de África. Es un grupo fundamentalista y yihadista wahabita formado por fieles leales a Abu Bakr al-Baghdadi, que en el 2014 proclamó un nuevo califato y pidió a todos los musulmanes lealtad absoluta para una ‘nueva guerra santa contra los infieles’.

Además de la guerra civil que lidera en Siria contra Assad, el ISIS ha desatado una cadena de atentados terroristas que se han multiplicado en Europa, EEUU, Turquía, Afganistán, Irak y otros países de la región. En la mayoría de los casos, estos crímenes son cometidos por militantes directos y en otros por simpatizantes espontáneos que muchas veces son ciudadanos de occidente con ascendencia musulmana.

El terrorismo de ISIS, junto con se la imparable marea migratoria a Europa ha cambiado y alterado completamente las expectativas de vida y desarrollo del siglo XXI. Por ejemplo, en el caso de Europa, Arturo Pérez-Reverte nos dice, en su artículo: Los godos del emperador Valente: “A ver si nos enteramos de una vez: estas batallas, esta guerra, no se van a ganar. Europa o como queramos llamar a este cálido ámbito de derechos y libertades, de bienestar económico y social, está roído por dentro y amenazado por fuera. Los ‘godos’ seguirán llegando en oleadas, anegando fronteras, caminos y ciudades. Cuando esto ocurre hay pocas alternativas, también históricas: si son pocos, los recién llegados se integran en la cultura local y la enriquecen; si son muchos, la transforman o la destruyen. No en un día, por supuesto. Los imperios tardan siglos en desmoronarse. No hay forma de parar la Historia. Mucho quedará de lo viejo, mezclado con lo nuevo; pero la Europa que iluminó el mundo está sentenciada a muerte. Ni ustedes ni yo estaremos aquí para comprobarlo. Nosotros nos bajamos en la próxima estación”.

Hace pocos días hicimos en Lampadia un llamado a una gran conferencia global para coordinar los esfuerzos de la humanidad en la lucha contra este flagelo, ver: Acción global para enfrentar el terrorismo y el radicalismo nacionalista.

Lamentablemente, más allá del terrorismo que está destruyendo la paz global, la multiplicación de los actos de violencia están creando una nueva suerte de cultura de la violencia. Es como si la cotidianidad de la violencia estuviera haciendo viable que cualquier individuo, afectado en su naturaleza personal, e inspirado en temas políticos, religiosos, raciales, o étnicos, pueda desarrollar un acto de violencia contra ciudadanos inocentes sin que le importe su propia vida.

Ya hemos visto varios de estos casos. Lamentablemente, en 7,000 millones de habitantes en el mundo, tenemos varias personas con suficientes debilidades sicológicas como para desgraciarse en actos de lesa humanidad.

La convivencia con la violencia es muy perniciosa para la formación de nuestros jóvenes. No debemos permitir que esta forma de vida se empiece a ver como algo normal y cotidiano sin que mostremos indignación y rechazo. Este lamentable desarrollo global, coincide, en el caso del Perú, con un aumento notorio de la victimización criminal, con la multiplicación del sicariato y con actos que equiparan una vida con un celular. 

Esperamos que el tema de seguridad ciudadana sea tratado por el nuevo gobierno con la perspectiva y profundidad más amplia posibles, sin sensacionalismo y con muchísima seriedad. ‘Despacio, que estamos apurados’.

Por lo tanto, no solo es necesario desarrollar una urgente estrategia y campaña para eliminar el terrorismo de ISIS y de Boho Haram, también tenemos que contrarrestar la epidemia de violencia que empieza a hacerse posible en cualquier esquina de nuestro planeta. ¿Cómo podemos evitar que individuos enfermos a los que no les importa su propia vida, dejen de optar por actos meta-surrealistas? No lo sabemos, pero no podemos dejar que las cosas sigan empeorando. 

Lampadia




Malala, Premio Nobel de la Paz: Un regalo

Malala, Premio Nobel de la Paz: Un regalo

Objetivamente hablando, a diferencia de tantas otras épocas de la historia, el mundo carece de líderes que tengan un impacto global, especialmente entre las nuevas generaciones, que se refugian en sus propias capacidades individuales y vienen perdiendo la confianza en líderes, instituciones y el futuro. Ya no tenemos con nosotros a un Winston Churchill, Nelson Mandela, Lady Di o a Juan Pablo II, la Madre Teresa de Calcuta y Margaret Thatcher.

En los últimos años, líderes mundiales como Barak Obama, que despertó grandes ilusiones hace solo cinco años, han defeccionado más rápido de lo que ascendieron. La revista Time ha nombrado a Vladimir Putin como el Hombre del año 2014, formado en la KGB, un nacionalista extremo que pretende rehacer el imperio ruso. El dicho popular señala “que si no hay pan, buenas son tortas”, pero cuidado con los líderes del “lado oscuro de la fuerza”. (Ver en Lampadia: La caída de nuestros líderes es una tragedia).

Esta situación viene creando una creciente desconfianza en la política y sus representantes, y un rechazo a las entidades públicas y financieras. Por ejemplo, según el banco UBS, el 52% de los jóvenes norteamericanos de 21 a 36 años mantienen sus ahorros fuera del sistema financiero, a diferencia de los mayores que lo hacen en 23% (una desintermediación financiera inimaginable). (Ver en L: Generación Y: ¿Aliado o Enemigo?)

Sin embargo, están surgiendo unos rayos de esperanza: Malala Yousafzai, una joven luchadora por la educación de las niñas en Pakistán, que acaba de recibir el Premio Nobel de la Paz; María Corina Machado, la valiente opositora de la dictadura venezolana y defensora de la democracia latinoamericana y Aung San Suu Kyi, la activista birmana que en 1991 obtuvo el Premio Nobel de la Paz, pero la Junta Militar de su país no la dejó salir al exterior hasta el 2012 en que recién pudo recibirlo. También hay algunos nuevos líderes entre los hombres, como el Papa Francisco, Joshua Wong, de 18 años, que desafió a China en Hong Kong y, Jack Ma, fundador de Alibaba, el gigante retailer de internet chino. 

 “Yo soy Malala”, una semblanza

Malala Yousafzai nació el 12 de julio del 1997 en el valle de Swat, Pakistán. Se sumergió en el activismo desde muy joven influenciada por su padre, también un defensor del derecho a la educación. A sus 11 años se hizo conocida: mientras acompañaba a su padre en una conferencia de prensa en Peshawar, denunció a los talibanes por la destrucción de escuelas.

Bajo el régimen talibán, ella siguió este caminoutilizando el seudónimo de Gul Makai en un blog publicado por la BBC. Cuando su identidad se dio a conocer a los pocos meses, continuó su lucha a pesar de las amenazas de muerte que recibió. En diciembre de 2011, fue galardonada con el Premio Nacional de la Juventud de la Paz, otorgado por el Primer Ministro de Pakistán.

Lamentablemente el 9 de octubre del 2012, con solo 15 años, Malala fue víctima de un atentado  talibán. Camino a la escuela, unos enmascarados detuvieron el autobús escolar y le  dispararon un tiro en la cabeza. Milagrosamente, tras cuatro meses en el hospital, se  recuperó completamente. Desde entonces, ella y su familia tienen que vivir en Birmingham, Inglaterra.

La niña se convirtió en una heroína, en el ícono de la lucha por el derecho a la educación. Desde el 2011 ha recibido numerosas distinciones:el Premio Internacional de los Niños por la Paz, el Premio Simone de Beauvoir por la Libertad de las Mujeres, el Premio de Anna Politkovskaya por “Llegar a Todas las Mujeres en la Guerra”y el Premio Sajarov del Parlamento Europeo.

En diciembre del 2012, la Unesco y Pakistán crearon el Fondo Malala, para apoyar a la educación de las niñas, con un aporte de diez millones de dólares. En abril del mismo año, la revista Time la incluyó en su lista de las cien personas más influyentes del mundo.

En julio del 2013, en su cumpleaños número 16, dio un discurso para la ONU, un llamado de atención a la “educación para todos los niños.” “Nuestros libros y bolígrafos son nuestras armas más poderosas. Un maestro, un libro, una pluma pueden cambiar el mundo”, afirmó Malala.

El pasado 10 de octubre (2014), Malala y Kailash Satyarthi (activista indio por los derechos de los niños), recibieron el Premio Nobel de la Paz “por su lucha contra la opresión de los niños y jóvenes y para el derecho de todos los niños a la educación”. Malala ahora aspira a una carrera política para “cambiar el futuro” de Pakistán. “Yo voy a ser un político más adelante. Quiero cambiar el futuro de mi país y hacer obligatoria la educación”.

La importancia de Malala para el mundo

Malala ha demostrado que no se necesitan armas, ni poder político, ni fortaleza física, ni alzar la voz, para ejercer un liderazgo comprometido que altere las fuerzas gravitatorias que dañan el desarrollo armonioso e inclusivo de los seres humanos. Sin conocer el mundo llenó el vacío de liderazgo e inspiró la necesidad de una mejor gobernanza global.

Nos ha recordado que existen graves injusticias ocurriendo más allá de nuestras narices y que existe un mundo diferente en el que los derechos básicos son un lujo y en el que se vive bajo opresión. Ha iniciado un diálogo sobre la educación de los niños en todo el mundo. Actualmente hay 57 millones de niños que no tienen acceso a la educación. Vuk Jeremic, presidente de la Asamblea General de las Naciones Unidas, declaró en respuesta al conmovedor discurso de Malala: “Hoy estamos unidos con los jóvenes de casi un centenar de países para tratar de asegurar que ningún niño sea excluido de asistir a la escuela. Estamos convencidos de que factores como geografía, género, discapacidad, idioma, riqueza y origen étnico, no deben ser vistos como impedimentos para este logro”.

El mundo necesita más Malalas. Necesitamos nuevos líderes. Estemos muy atentos para descubrirlos y apoyarlos, pues en su mayoría, nacen de la adversidad y de las carencias. Lampadia




La caída de nuestros líderes es una tragedia

La caída de nuestros líderes es una tragedia

Ya es un lugar común considerar que los ciudadanos hemos perdido confianza en la política y sus representantes. También sabemos que este fenómeno va más allá del Perú, es un sentimiento global. Pero tal vez no hemos visto la profundidad a la que se ha llegado después de la última crisis financiera mundial. En nuestro reciente artículo: Generación Y: ¿Aliado o enemigo? – Una visión (disruptiva) del futuro hemos mostrado que, según el UBS, el 52% de los jóvenes norteamericanos de 21 a 36 años mantienen sus ahorros fuera del sistema financiero, a diferencia de los mayores que lo hacen en 23% (una desintermediación financiera inimaginable).

Estos jóvenes de la llamada generación Y o Millenials (nacidos después de 1980), tienen una nueva visión de las cosas, son tecnológicos, innovadores, globales. Tienen una noción diferente del mundo, no segmentada por límites territoriales o culturales, forman parte de un solo espacio, comparten los mismos problemas y preocupaciones. Su desencanto va más allá de la política, incluye a los bancos, los reguladores y las empresas privadas. Desconfían de las  entidades públicas y privadas.

Por otro lado están muy capacitados, son individualistas, confían en sí mismos, no le corren al riesgo ni al cambio. Su desilusión y crítica contra casi todos los líderes actuales, los convierte en una generación huérfana.

De alguna manera la humanidad, especialmente en occidente, desde sus juventudes, estaría perdiendo la esperanza y el respeto por los “viejos de la tribu”, por el establishment, que sienten que les han fallado e interrumpido sus expectativas de un mundo mejor.

Un triste ejemplo de la devaluación de los líderes globales es lo acontecido con el más importante líder aparecido en el siglo XXI, Barak Obama, que en solo 5 años ha pasado de la gloria al  desencanto.

Seguramente todos recordamos la noche del 4 de noviembre del 2008, en la cual todo el planeta, jóvenes y viejos, latinos y africanos, americanos, europeos y asiáticos, humedecimos nuestros ojos en una suerte de fiesta global, por el éxito de un hombre común, más común que los demás, un afroamericano de origen humilde había llegado al cargo de mayor poder en el mundo, demostrando con su lema “YES WE CAN”, que sí se podía. Haciéndonos soñar que el mundo estaba a nuestros pies si queríamos hacer el esfuerzo. Era como un nuevo amanecer.

Llegó a la Casa Blanca en olor de multitud, feliz y optimista, aplaudido y alabado por impresionantes multitudes, que prácticamente daban su vida por él.

En el 2008 fue elegido “Hombre el Año” por la revista Time y en el 2009 se le otorgó el Premio Nobel de la Paz.

Desde entonces, se ha dado de porrazos con la dura realidad y, tanto en Estados Unidos como en el resto del mundo, va perdiendo una batalla tras otra. Poco a poco ha debilitado su influencia como líder global y, hasta sus amenazas (Siria), perdieron contenido.

En noviembre del 2013, la prestigiosa (y nada amarilla revista británica) The Economist, lo sacó en su portada en una situación, bastante embarazosa:

Obama había perdido sus maravillosos poderes y ya no era la esperanza de cambio ni de liderazgo. Peor aún, el 2 de julio de este año 2014 The Washington Times, publicó una nota que lo califica como el peor presidente norteamericano desde la Segunda Guerra Mundial.

En resumen, una caída rapidísima hasta un lugar que da pena por Obama, una persona llena de buenas intenciones, pero como sabemos hace mucho tiempo, las buenas intenciones no son suficientes.

De esta triste experiencia debemos sacar algunas valiosas conclusiones: primero, tomar nota de la velocidad a la que todo  puede cambiar, ya sea por hechos objetivos o por imágenes y, segundo, el choque entre expectativas y realidades, la intolerancia y exigencia de la sociedad, que no está dispuesta a retroceder o a dejar de avanzar, según sea el caso del país en cuestión (por ejemplo: Estados Unidos o Brasil).

Necesitamos reconstruir la confianza de los jóvenes en las instituciones y en nuestros líderes. Felizmente hoy tenemos algunas esperanzas: Malala Yousafzai, una niña afgana de 16 años, que fue herida por los talibanes por defender el derecho a la educación de las niñas en su país, logró recuperarse y hoy es una lideresa que llegó hasta las Naciones Unidas. En Latinoamérica tenemos a María Corina Machado, la valiente venezolana que Lampadia pidió se le nombrara: “Diputada Honoraria de América Latina”.

Queridos lectores, esto no es algo trivial, nuestros jóvenes no pueden tener un vacío por delante, sin saber a quién seguir o en quién creer, y sin confiar en las instituciones que hoy (consideran) no están a la altura de sus expectativas.

Nos toca a los mayores, acercarnos a los jóvenes y aprovechar sus capacidades para recuperar los espacios de confianza, sin los que nuestras sociedades devienen en precarias. ¡Manos a la Obra! Lampadia