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La desigualdad en perspectiva

La desigualdad en perspectiva

El tema de la desigualdad está nuevamente tratándose en todos los medios. Sin embargo, cuando se sigue el debate en los medios internacionales, hay que tener cuidado en distinguir la realidad de los países desarrollados de aquella de los emergentes.

Recientemente Barack Obama declaró que la desigualdad es “el mayor desafío de nuestro tiempo”, y tiene razón para la realidad de su país. La distancia entre ricos y pobres ha venido aumentando en EEUU como resultado de: 1) un desempleo que se ha mantenido al borde del 10% durante varios años; y, 2) el efecto de las mismas fuerzas de mercado que han generado un importante ascenso en los países emergentes que compiten en el mercado global de empleo. El destacado economista Tyler Cowen, en su libro Average is Over (publicado el año pasado) explica que EEUU ha entrado en una etapa de “híper-meritocracia” en la que una nueva división del trabajo generada por la revolución tecnológica, la mecanización del trabajo y las posibilidades de la tercerización en mercados internacionales ha hecho que la fuerza laboral norteamericana tenga que competir con los salarios más bajos que se pagan en India o China, o incluso con un increíble avance tecnológico que está logrando mecanizar el trabajo humano. Pero ojo que estamos hablando de una realidad muy diferente a la nuestra. Como señala John Stossel de Fox Business Network en un potente artículo sobre la desigualdad en EEUU, el 90% de los americanos ubicados debajo de la línea de pobreza posee Smartphones, televisión por cable y automóviles. De hecho, el 70% posee hasta dos automóviles.

La realidad es otra para los países emergentes abiertos a la economía global. La globalización ha permitido un proceso acelerado de convergencia entre los países en desarrollo y los países avanzados de Europa y Norteamérica. Pero lo que vemos acá es un aprovechamiento de un sector de la izquierda local para extrapolar incorrectamente el contexto de la desigualdad del hemisferio norte con el objetivo de desacreditar el modelo de desarrollo peruano, incluso afirmando con mentiras, como lo hizo el jueves 23 de enero una columnista de La República, que: “En el contexto del crecimiento económico peruano la tendencia no es diferente, amenazando la gobernanza democrática y la inclusión social”. Esta es una mentira descarada que debemos denunciar. Como hemos reportado anteriormente en el artículo “Libre mercado reduce la desigualdad en el Perú”, numerosos estudios del tema muestran que la distribución del ingreso en el Perú ha mejorado en el contexto actual de alto crecimiento económico (Lopez-Calva y Lustig– 2010, Jaramillo y Saavedra – 2011), mientras que también se encuentra  evidencia de que la desigualdad se deterioró entre 1970 y 1993, es decir, en las décadas en las que primó el modelo estatista, con controles de precios, reforma agraria y barreras proteccionistas al comercio. Pero lo más destacable es que incluso se encuentra evidencia (Ver Yamada y Castro) que en el periodo 2006-2010, los programas de transferencias como JUNTOS solo explicaron un cuarto de la mejora en la distribución, mientras que las fuerzas del mercado y el crecimiento económico generaron el 75% de la reducción de la desigualdad en el ingreso y el consumo.

Como señala Augusto Townsend en un reciente artículo publicado en El Comercio sobre el tema, EEUU ha sido históricamente un país tolerante con la desigualdad por ser congruente con el ideal de libertad del “sueño americano” y la posibilidad de progresar con el esfuerzo individual. Sin embargo, con el extenso programa de rescate del Gobierno al sistema financiero luego de la crisis del 2008 empezó a primar una percepción negativa del origen de esta desigualdad. En cambio, en el caso peruano, lo que apreciamos son grandes prejuicios anti-empresariales y la agenda ideologizada de un sector que arguye que las reformas de mercado han incrementado la desigualdad, cuando las cifras oficiales del INEI y todos los estudios independientes evidencian lo contrario.

El Perú aún tiene mucho que avanzar para reducir la única desigualdad en la que debería concentrarse el Estado: la desigualdad de oportunidades. Para ello, aún queda pendiente el impulso a una verdadera agenda de reformas basada en el perfeccionamiento de las instituciones públicas, la reducción de la brecha de infraestructuras y una gesta nacional por la Educación. El crecimiento económico impulsado por la inversión privada, la apertura comercial y la competencia han logrado reducir la desigualdad en términos económicos y sociales, logrando la convergencia de grupos que históricamente han vivido excluidos y en pobreza, pero urge aplicar las políticas adecuadas que permitirían una inclusión más agresiva. (Ver Triángulos del Futuro, acción para el desarrollo).  Lampadia




Desigualdad: Dos realidades

Desigualdad: Dos realidades

¿Qué está pasando con la desigualdad en el mundo? En el siguiente artículo, John Gapper del Financial Times analiza las consecuencias que han tenido el capitalismo y la globalización en los últimos años sobre la desigualdad. El crecimiento sostenido de economías emergentes, cada vez más vinculadas a los mercados globales (como China e India) ha tenido éxito en reducir la pobreza a tasas aceleradas al tiempo que viene consolidando una creciente clase de media. Por otro lado, en los países avanzados de occidente -liderados por EEUU-, el bienestar no está siendo compartido por todos por igual, ya que están experimentando un estancamiento en los ingresos de las clases medias. El autor explica que las mismas fuerzas que vienen desacelerando los ingresos medios en Europa y Estados Unidos son las que están haciendo crecer de forma importante los ingresos de los pobres en los países emergentes, inclinando la balanza global hacia un mundo con mayor equidad. Expresando esta realidad, el Coeficiente de Gini disminuyó por primera vez en el mundo entre el 2002 y el 2008. 

Las reflexiones del autor de la nota son muy importantes para el debate sobre la reducción de la pobreza y la desigualdad en los países emergentes. Este fenómeno se manifiesta desde el Asia hasta América Latina, pasando por el África, y ha sido especialmente notorio en el Perú, según hemos reportado anteriormente en Lampadia. Cuando se sigue el debate sobre la desigualdad en los medios internacionales, hay que tener cuidado en distinguir la realidad de los países más desarrollados de la de los emergentes.

Este proceso es muy importante para países como el Perú. Debemos rescatar e interpretar las relaciones causa-efecto que lo explican, cómo son: la apertura de las economías, el aumento del comercio internacional y en general, la adopción de la economía de mercado. Lampadia

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Publicado por El Comercio, sábado 29 de diciembre del 2013.




Obama y Xi tienen que frenar el ascenso de una rivalidad riesgosa

Obama y Xi tienen que frenar el ascenso de una rivalidad riesgosa

El mundo estará observando el lenguaje corporal esta semana en la cumbre EE.UU. – China. Si Barack Obama y Xi Jinping logran establecer una relación amistosa, cuestionarán la noción fatalista de que China y EE.UU. están condenados a la confrontación. Esta visión pesimista se apoya en un giro económico que incomoda a los norteamericanos: para el 2016, el último año de la presidencia del Sr. Obama, la economía china probablemente será mayor que la de EE.UU.

Este vaticinio –hecho por el Fondo Monetario Internacional y la OCDE, el club de las naciones industrializadas – es tan sensible que solo el pronunciarlo genera aullidos de negación en EE.UU.

Pues sí es verdad que a estas proyecciones las ayuda el ajuste para el costo de la vida en ambos países. Pero si se usan tipos de cambio reales, la fecha en la que China pueda llegar a ser el  número uno retrocede solo un poco – hasta el 2018, según “The Economist” (esos dos años más son un alivio tan grande).

Es verdad que, aun después de que China llegue a ser la mayor economía del mundo, el norteamericano promedio será mucho más rico que el chino promedio. También es cierto que las Fuerzas Armadas estadounidenses gozan de una sofisticación que China todavía está lejos de igualar. El aire es más limpio en Washington que en Beijing, y las hamburguesas también son más sabrosas. Pero nada de esto puede disfrazar el hecho de que el ascenso de China significa que el reinado estadounidense como única superpotencia está llegando a su fin. La cuestión geopolítica central de nuestros días es cómo los dos países van a negociar este giro.

Ambas partes saben bien que si las cosas van terriblemente mal, esto podría conducir a una guerra. Graham Allison, profesor de Harvard, le llama “la trampa de Tucídides”: la tendencia, observada por primera vez por el historiador griego, de una potencia en ascenso de chocar con una potencia gobernante. Esta observación histórica comenzó a sentirse más verdadera y amenazante a principios de este año, cuando surgieron tensiones entre China y Japón sobre unas disputadas islas, lo cual potencialmente ha disparado la garantía de seguridad norteamericana con Japón.

Una actitud china más asertiva hacia las disputas territoriales ha reforzado la impresión de que la influencia militar en Beijing está en ascenso. Los ataques cibernéticos chinos también han avivado el miedo en Washington de que en última instancia Beijing tiene la intención de socavar el poder estadounidense.

Mientras tanto, ha crecido el miedo chino sobre las intenciones norteamericanas, al moverse EE.UU. a reforzar su red de alianzas asiáticas. Esta política hasta tiene un nombre pegajoso: “el pivote asiático.”

Si este pivote fuera simplemente la afirmación de que EE.UU. tiene la intención de seguir siendo una potencia central en la región Asia-Pacífico, sería difícil cuestionarla. El problema es que en Beijing ha sido interpretado como un nombre elegante para la contención de China. Los trozos más cacareados de este pivote han sido de naturaleza militar: en particular, la decisión de basar mayor parte de la Armada estadounidense en el Pacífico y rotar más tropas norteamericanas por Australia y las Filipinas. Hasta los aspectos no militares podrían parecer antichinos, como el empuje norteamericano por un acuerdo de libre comercio en el Pacífico que hasta ahora no incluye a China.

Si este crecimiento de mutua sospecha entre EE.UU. y China fuera solo un caso de malentendidos, sería menos preocupante. Sin embargo, bajo estas rivalidades hay una genuina diferencia de visión. La política estadounidense sigue siendo que China debe convertirse en un “participante responsable” en el actual sistema global. En otras palabras, el ascenso de China estará perfectamente bien siempre y cuando siga las reglas de juego establecidas. La respuesta china, sin embargo, es que estas reglas fueron establecidas durante un período de hegemonía estadounidense. Según Beijing, el sistema tiene que cambiar para reconocer el ascenso de China.

A los norteamericanos les preocupa poco darle a China una mayor voz en las instituciones internacionales, como el FMI. La verdadera dificultad es sobre el deseo chino de tallarse una “esfera de influencia” en su vecindario inmediato. Para los chinos, nada podía ser más natural. Después de todo, EE.UU. asume que siempre será la potencia dominante en el hemisferio occidental.

¿Por qué una China en ascenso no puede aspirar al mismo papel en el Asia del Este? Pero a punto de convertirse el Asia del Este en el núcleo de la economía mundial, EE.UU. se muestra reacio a conceder este dominante papel regional a China. Esta es la lucha que yace detrás del deseo estadounidense de establecer una comunicación mucho más eficaz entre los militares de los dos países, para evitar choques potenciales en las tensas aguas del Asia del Este. A los oídos norteamericanos, esta idea suena eminentemente sensata. Pero China ha contenido el refuerzo de estos procedimientos de manejo de crisis, por el riesgo que parezca una concesión tácita al derecho de la Armada estadounidense a patrullar cerca de la costa china.

En cuanto a lo que Beijing se refiere, la solución es que EE.UU. simplemente retroceda. Sin embargo, los norteamericanos creen que, si fueran a hacer eso, estarían enviando una desastrosa señal de debilidad a su red de aliados asiáticos, quienes ya se preguntan si EE.UU. tiene suficiente poder de permanencia para seguir siendo la potencia militar dominante en el Pacífico. Esta semana, los norteamericanos dejaron saber que la Armada china ha comenzado a hacer apariciones ocasionales en aguas territoriales estadounidenses, probablemente frente a la costa de Guam.

Los pesimistas argumentarían que más incidencias de este tipo de rivalidad son inevitables. Pero si el Sr. Obama y el Sr. Xi logran sorprender a los escépticos esta semana, llegando a un nuevo entendimiento sobre el ciberespacio o las patrullas navales, podrían cuestionar las profecías autocumplidas sobre una mayor rivalidad entre los dos países.

Publicado por El Comercio, 5 de junio del 2013