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El difícil laberinto de lo “Políticamente correcto”

El difícil laberinto de lo “Políticamente correcto”

Un abuso del lenguaje para impregnar todos los espacios de nuestras vidas con ideologías que pretenden aplanar el conocimiento, el pensamiento y la socialización del ser humano hombre.

Una absurda moda adoptada por los últimos tres gobiernos del Perú, Vizcarra, Sagasti y Castillo; que, en aras de nuestra libertad, rechazamos haciendo uso de nuestra ‘incorrección política’.

Líneas abajo compartimos el análisis de Axel Kaiser, de la Fundación para el Progreso (Chile), un soldado del liberalismo.

Fundación para el Progreso – Chile
Axel Kaiser
Publicado en El Mercurio, 01.08.2021

La transformación de Negrita en Chokita, la advertencia que Disney+ hace antes de ciertas películas —alertando sobre representaciones culturales en algunos de sus filmes clásicos— y el ‘todos, todas y todes’ de los convencionales tienen nexos que los unen. Se enmarcan en un mismo telón de fondo: un debate cultural en torno a conceptos como la identidad, la representación y el lenguaje, uno de los más encendidos de la actualidad.

Son apenas 30 gramos. Una pequeña galleta con crema de vainilla y cobertura de chocolate, cuyos fabricantes decidieron hace algunos días que era momento —’en línea con su cultura de respeto y no discriminación’, comunicaron— de un cambio. La Negrita renacerá como Chokita, para ‘todas y todos’. Pero, así como sostienen algunos que ‘no son 30 pesos, son 30 años’, en este caso podría decirse que no son 30 gramos.

La clásica golosina se convirtió, de un minuto a otro, en una suerte de símbolo de una suma de debates abiertos. La punta de un iceberg, si se quiere, de un campo en que se cruzan discusiones culturales, políticas y sociales. De ahí, por ejemplo, que cuando se comenzaba a hablar de la suerte que corrió la galleta, se terminase dedicando líneas a la Convención Constitucional.

El salto de una cosa a otra no es fácil de seguir y en la maraña conceptual que las conecta se cruzan desde filósofos del posestructuralismo francés, pasando por películas de Disney y los réditos políticos. Los porqués y los cómo, a continuación.

Del meme a la academia

En universidades y centros de estudios, la galleta se masticó más lento. Y dejó sabores distintos. ‘Diría que la cancelación de Negrita lo que refleja es un proceso de profunda descomposición cultural y que amenaza con convertirse casi en una crisis civilizatoria, cuando uno entiende los fundamentos que están detrás de esto’, sostiene el presidente de la Fundación para el Progreso (FPP), Axel Kaiser. ¿Qué corriente es esta? Aquella que han puesto en debate, explica, ‘la necesidad de reflexionar sobre el impacto que tienen ciertos usos lingüísticos, sobre todo en las representaciones de ciertos grupos sociales desaventajados y cómo, entonces, el lenguaje no sería neutro’.

El telón de fondo

Hay veredas distintas desde donde leer el panorama, pero algunos conceptos coinciden: identidades y representación, por ejemplo. Y a su alrededor, se dibujan otros más líquidos como qué es lo políticamente correcto en estos tiempos.

En el esfuerzo de rastrear el origen de esta madeja, varios análisis se remontan décadas atrás. Si se busca una especie de marco teórico, se repiten algunos referentes: el posmodernismo y el posestructuralismo francés de filósofos como Jacques Derrida o Michael Foucault, en que estructuras, palabras y jerarquías se analizan, deconstruyen y cuestionan, dando un lugar preferente a las subjetividades. Enfoques que cruzaron el charco, aterrizaron en los campus estadounidenses y entraron en la misma juguera con otros ingredientes, como los movimientos de protesta y de defensa de minorías. El cóctel resultante es para algunos el terreno en que luego emergerían con fuerza fenómenos como el identitarismo o la corrección política.

Una parte de ese trasfondo fue anticipada por Tocqueville en el siglo XIX: la cultura individualista de la democracia contemporánea, nota él, no lleva solo a una ampliación de las libertades, sino también al reinado de la opinión y eventualmente a un despotismo de la opinión dominante’, sintetiza Manfred Svensson, director del Instituto de Filosofía de la Universidad de los Andes e investigador sénior del IES.

Pero, un minuto. ¿Cuándo se importaron estos fenómenos a Chile? Svensson aventura que un factor clave en la irrupción de estas visiones es ‘la nueva izquierda’. ‘La política de identidad entra también por otras vías, desde luego, pero es de la mano de esta izquierda joven que ha adquirido la presencia pública que tiene’, precisa.

Y tanto en el extranjero como a nivel local, los ojos de muchos de quienes les siguen la pista a estos fenómenos se vuelcan en el mismo lugar: los campus universitarios. ‘La cultura de la cancelación se está tomando poco a poco las universidades, incluso con políticas de corte comisarial, disfrazadas de propósitos inclusivos. La obsesión por la inclusión identitaria termina provocando otras exclusiones y se puede hacer cómplice de prácticas tan violentas como las funas’, advierte el escritor Cristián Warnken.

Con pragmatismo

Por otro lado, dice, ‘los grupos que sostienen políticas de identidad tienen un punto al dar cuenta de que esos grupos normalmente han sufrido de una discriminación que si no es considerada en las prácticas políticas, entonces luego solo se eterniza’, agrega.

LOS MÁRGENES DE LA CORRECCIÓN

¿Aceptado o cancelado?

‘Neoinquisición’. Ese es el concepto que ha trabajado Axel Kaiser —de hecho, le dedicó un libro— en torno a lo que, a su juicio, es la derivación más dura de la llamada corrección política. ‘Estamos entrando en una era de irracionalidad completa, porque la tesis central de esta filosofía, que creo firmemente que es el posmodernismo, es que no hay una verdad. Todo es un discurso, narrativas’, dice. ‘Esta es la gran ironía. Pretendiendo negar que existe una verdad, que se puede conocer a través de la razón, mediante la lógica y la evidencia, planteas al mismo tiempo una verdad que es absoluta. Primero, que no existe esa verdad y segundo, que todo es opresión’, agrega.

Lo vincula —como recoge el ‘Decálogo de la neoinquisición’, que creó la Fundación para el Progreso— con la llamada ‘cultura de la cancelación’, en que aquello que escape a los parámetros trazados por estas miradas o que resulte ofensivo, se vuelve un blanco. Para muchos, un eco de la ficción que planteaba ‘La mancha humana’, de Phillip Roth. ¿Algunos ejemplos? Libros, películas y otras creaciones que miradas bajo ópticas de estos días, no pasan la prueba. Como ‘Lo que el viento se llevó’, cuestionada por su tratamiento de la esclavitud y plantear estereotipos racistas.

Para Kaiser, esto es ‘completamente incompatible con la democracia liberal. Las ideologías identitarias que son colectivistas son incompatibles con la idea de un ciudadano que tiene idénticos derechos a los otros (…). Eso es una sociedad opresiva, ahora sí de verdad, porque estás utilizando la ley y el poder político para crear grupos que tengan jerarquías o estatus distintos’.

En primera persona

¿Cómo define lo políticamente correcto? Para el escritor, es ‘una expresión de la peligrosa tendencia a la unanimidad que comienza a extenderse en el ámbito universitario, político e intelectual. Nada más asfixiante y empobrecedor del debate de ideas que la unanimidad’.

‘Eso va a formar generaciones que nunca se verán enfrentadas a pensamientos distintos, con baja tolerancia a la discrepancia’, advierte.

Y sostiene: ‘Me resisto a callarme por miedo a ser funado o linchado en las redes sociales y siento que esto está ocurriendo con muchos intelectuales y profesores universitarios que practican una vergonzante y humillante autocensura’.

ESCAÑOS RESERVADOS, CUOTAS Y OTROS MECANISMOS

Una era marcada por las identidades

Una pieza clave en este debate cultural es la llamada política de la identidad. La define Peña en su libro como un término acuñado para ‘describir la presencia en la esfera pública de cuestiones en apariencia diversas como el multiculturalismo, el movimiento feminista, el movimiento gay, etcétera, esas diversas pertenencias culturales en torno a las cuales las personas erigen su identidad’.

‘La idea subyacente es que los seres humanos en realidad no comparten una misma naturaleza, sino que se forjan al amparo de distintas culturas a las que la cultura dominante habría subvaluado como una forma de someter y dominar a sus miembros’, complementa. Se configura así, escribe el rector de la U. Diego Portales, ‘un extraño fenómeno consistente en que la identidad queda atada a alguna forma de daño que convierte al sujeto en víctima y a la condición de víctima en la fuente de reclamos contra el discurso ajeno. La etnia, el género, la preferencia sexual son, por supuesto, factores sobre los que suele erigirse alguna forma de dominación; pero una cosa es identificarlos de esa manera y otra erigirlos en fuentes de la propia identidad y reclamar para que se los proteja contra el discurso ajeno’.

Mientras que algunas interpretaciones valoran que la paridad sea ‘un piso y no un techo’, como plantearon varios convencionales, otros ven en este tipo de medidas un dejo de ‘victimismo’.

Manfred Svensson, investigador del IES, profundiza en este último concepto. Para él, no es claro que este enfoque permita avanzar de forma efectiva en los objetivos que se propone. ‘Obviamente hay un sentido positivo de la preocupación por la inclusión y la tolerancia. Pero no creo que esas prácticas vengan de la mano de la política de identidad, sino que más bien responden a una mentalidad opuesta: las culturas victimistas son por definición culturas de baja tolerancia. Por lo demás, es interesante que por mucho que se hable de ‘visibilizar’ a los postergados, esta mentalidad en los hechos vuelve invisibles a quienes no se ajustan a sus estrechas categorías’, sostiene.

La tensión también la han mirado intelectuales en el extranjero. Douglas Murray, pensador británico, advirtió en estas mismas páginas que ‘en el momento en que se llega a la igualdad, cuando por fin se la alcanza, no pueden vivir en ella. Los movimientos de minoría no son capaces de vivir en ambientes de igualdad’. En una veta política distinta, Camille Paglia, quien se describe como trans, también ha sido crítica de estas miradas.

Una cancha distinta

Otro debate reciente en la Convención también muestra la tensión en torno a quiénes deben estar representados en cargos de poder. Aunque finalmente se aprobó la propuesta de la mesa, que por la vía de patrocinios permitía llegar a la vicepresidencia a distintos sectores, hubo críticas de convencionales sobre la posibilidad de que la derecha llegara a estar representada.

Sobre la paridad, destaca que ‘más que si es piso o techo, me acomoda que haya un marco de discusión nuevo, donde se tiene que ir ajustando el funcionamiento, pero la cancha es distinta y eso lo celebro’.

LA DISCUSIÓN ABIERTA EN TORNO AL LENGUAJE INCLUSIVO

Del todos y todas, a ‘les compañeres’

Corría el segundo período de gobierno de la Presidenta Michelle Bachelet cuando el tema se instaló con fuerza.

El mundo se movió rápidamente y apenas un par de años después, en 2018 —el mismo en que la ola feminista desbordó las universidades— tanto Bachelet como el Presidente Piñera dieron un paso más allá.

Tres años más y Chile ve conformarse a su Convención Constitucional un domingo 4 de julio. Su vicepresidente, el abogado Jaime Bassa, hace uso de la palabra y cuando acude a la primera persona plural, instala la expresión que mantiene hasta estos días: nosotras.

¿Doblado, con ‘e’ o con ‘x’?

En Chile —en España también, en todo caso— está lejos de generar consenso, pese a lo extendidas que varias de estas expresiones están en algunos segmentos, como los grupos más jóvenes o los movimientos de izquierda.

Todavía genera ruido en algunos sectores.

La cientista política y directora ejecutiva del think tank Espacio Público, Pía Mundaca, pone el foco en que ‘no hay que tenerle miedo a discutir lo que está sobre la mesa’.

Sobre el lenguaje, en particular, añade: ‘Creo que nada de lo que está pasando está establecido (…) vamos a ir construyendo’.

‘Sería un engendro’

El escritor Cristián Warnken argumenta que desde el punto de vista lingüístico no hay ‘ningún fundamento para imponer en instancias tan importantes como la Convención un lenguaje ‘otro’ que no sea el español que conocemos. Ese uso arbitrario no solo es molesto, sino incorrecto. ¿Por qué tendríamos que aceptarlo?’.

Los cambios morfosintácticos del idioma, continúa, ‘demoran siglos en producirse; no es una élite —cualquiera esta sea— que puede arrogarse el derecho a destruir y maltratar las bases morfosintácticas de un idioma que es de todos, de una comunidad y de un país’.

‘Una Constitución redactada con ese lenguaje sería un engendro que solo generaría rechazo y escarnio en gran parte de la población que no se sentiría representada por él. Lampadia




¿Las cuarentenas son más buenas que malas?

¿Las cuarentenas son más buenas que malas?

Interesante debate producido en El Mercurio de Chile a raíz de una publicación de Axel Kaiser sobre la inconveniencia de las cuarentenas.

Kaiser y muchos estudios internacionales abogan más bien por promover políticas de protección focalizadas.

Algo que hemos reclamado en el Perú, donde se hace más importante, dado el volumen de gente que vive de su trabajo diario y no tiene condiciones mínimas para mantener un encierro.

Hay que hacer pruebas moleculares masivas, decenas de miles por día, cercar al virus y ayudar a los afectados directamente. Por supuesto con el apoyo de la sociedad civil, de los empresarios y de las iglesias.

En todo caso, lo más urgente ahora, es comprar todas las vacunas que se pueda. Como dice Antonio Pratto, miembro del ‘Comando Vacuna’, hay que convocar expertos en negociaciones internacionales del sector privado y visitar a todos los laboratorios que producen vacunas de calidad, para comprar todo lo que se pueda, aunque sea en lotes pequeños.

Basta de encierros inútiles con los cuales el gobierno deja de hacer lo importante y urgente.

Debate de cartas: Axel Kaiser vs cuarentenas

Fundación para el Progreso – Chile
15.03.2021

El pasado jueves 11 de marzo, Axel Kaiser, Presidente del Directorio FPP, publicó una carta en El Mercurio llamada “Irracionalidad: la otra pandemia” respondiendo a un lector llamado Kurt Reichard su carta llamada “Burocracia: la otra pandemia”. Luego de eso, una seguidilla de respuestas a Kaiser, generaron debate sobre qué tanta evidencia existe en torno a que las cuarentenas tengan un beneficio mayor en la salud de las personas del mal que provocan.

¿Las cuarentenas son más buenas que malas? Lee aquí el interesante debate de cartas al Director del Diario El Mercurio:

Kurt Reichard B: “Burocracia: la otra pandemia”

Publicada en El mercurio, 10.03.2021

El marzo del año pasado (2020), mi señora fue internada por coronavirus. Mientras permanecía en la clínica, la Seremi fue a controlarla en nuestro domicilio, donde obviamente no estaba.

Procedió entonces a cursas una infracción por no encontrarse cumpliendo la cuarentena en su domicilio. Por supuesto, oportunamente respondí la citación, informando que ella estaba internada en una clínica; ergo, junto con luchar por su vida, cumplía la cuarentena. Esto lo expliqué también a la PDI.

Pues bien, la semana pasada, 11 meses después de los hechos, me llega una sentencia del sumario sanitario, firmada por doña Daniela Zavando, Seremi Minsal de la RM, condenando a mi señora a pagar 50 UTM (algo más de 2,5 millones) por no respetar la cuarentena. En dicha resolución rechazan los descargos, porque dicen que no acredité representación de mi señora, quien, postrada en cama, no tuvo la diligencia de defenderse ella ni de concurrir a una notaría a darme poder.

En un último y delicado detalle, dan cinco días para apelar, los que vencieron hace 11 meses, ¡plop!

tengo 70 años y estaba agradecido del Gobierno por haberme vacunado. Me duró 5 días el agradecimiento.

Axel Kaiser: “Irracionalidad: la otra pandemia”

Publicada el El Mercurio, 11.03.2021

Señor Director:

La carta del lector Kurt Reichard, el día de ayer, viene a confirmar lo que ha sido el común denominador de buena parte de la política para combatir la pandemia: la irracionalidad. Hasta hoy no contamos con evidencia concluyente que demuestre que las cuarentenas cumplieron su propósito de disminuir el total de muertes y contagios, ni de que las barreras sanitarias regionales hayan conseguido su propósito. No contamos con evidencia de que el costo en términos de salud pública creado por la histeria mediática y estas políticas sea menor que el beneficio. Es más, la evidencia indica que será mayor y el mejor ejemplo es el daño gigantesco que se ha hecho a los niños con el cierre de escuelas, en circunstancias de que hace tiempo sabemos que estas no son focos de contagio. A ello se suma la destrucción de nuestras libertades, al punto de que ancianos y familias completas fueron puestos en calabozos por caminar al aire libre sin riesgo alguno de contagio cuando había cuarentena.

Otro ejemplo es la cuarentena obligatoria para quienes ingresan a Chile a pesar de contar con PCR negativo. Esto no solo es cuestionable porque en Chile todos los días entran cientos de personas ilegales sin control sanitario alguno, sino porque estudios señalan que la probabilidad de contagiarse en un avión es de uno en 4.300 o uno en 7.700 si no hay nadie en el asiento contiguo. Así las cosas, el problema no es solo la burocracia, sino la irracionalidad con que se ha enfrentado esta crisis, virus que por cierto ha infectado también el tratamiento de diversos temas de la vida colectiva y contra el que parece no haber vacuna posible.

.Pedro Gazmuri Schleyer: “Bien común”

Publicada en El Mercurio, 12.03.2021

Señor Director:

En su edición de ayer, se publica una carta del señor Axel Kaiser en que afirma que no existe evidencia concluyente que demuestre que las cuarentenas cumplieron su propósito de disminuir el total de muertes y contagios, ni de que las barreras sanitarias regionales hayan conseguido su propósito. Ambas afirmaciones son falsas; existe ya abundante información que demuestra que ambas medidas tuvieron un efecto positivo en disminuir los contagios y las muertes.

En esa carta del señor Kaiser, como en otras de su autoría, prima al parecer el sesgo ideológico de establecer la libertad como un bien absoluto; hay un bien superior, que es el bien común, en particular la salud y la vida de los chilenos, especialmente de los más desposeídos, que han sido las víctimas prioritarias de esta pandemia.

Axel Kaiser: “Efecto de cuarentenas”

Publicada en El Mercurio, 13.03.2021

Señor Director:

En carta de ayer, un lector refuta mi afirmación de que no contamos con evidencia concluyente sobre que las cuarentenas y barreras sanitarias han reducido significativamente muertes y contagios en el país.

Lamentablemente, el lector, que de paso descalifica la libertad personal como ‘pura ideología’, no cita los estudios que avalan su postura, limitándose a expresiones que nos informan más sobre su estado de ánimo -seguramente afectado por las cuarentenas- que sobre la realidad. Pero estamos aquí para ayudarle. En diciembre de 2020 el American Institute for Economic Research compiló una lista de 24 estudios realizados por diversos expertos en distintos países concluyendo que las cuarentenas no servían al propósito que se planteaban. Puede consultarlos en la web de la institución. Este mes, la revista Nature y la OMS han publicado un nuevo estudio, realizado en 87 regiones del mundo, en el que señalan: ‘En conclusión, usando esta metodología y los datos actuales, en 98% de las comparaciones usando 87 regiones diferentes del mundo no encontramos evidencia de que el número de muertes / millón se reduzca al quedarse en casa’.

Otros estudios obtienen resultados similares, aunque hay una discusión en esta materia. En todo caso, la evidencia más relevante a la que me referí en mi primera carta y que es la decisiva a la hora de evaluar las medidas adoptadas es aquella que indique que, ponderando diversos factores, el costo total de todas las políticas de cuarentena fue menor que el beneficio. En el ambiente de irracionalidad imperante hoy -de la que la carta del lector es fiel reflejo- no sorprendería que demandar esa evidencia se considere una expectativa ‘puramente ideológica’.

Ivan Marinovic V: “Efecto de cuarentenas I”

Publicada en El Mercurio, 14.03.2021

Señor Director:

Pedro Gazmuri dice poseer evidencia que justifica las medidas tomadas por el gobierno chileno para evitar los contagios y reducir el número de muertes. Su evidencia sería tan incontrovertible que incluso le daría derecho a calificar las opiniones de Axel Kaiser como ‘pura ideología’ (menos mal no lo llamó fascista).

Vivo en California y acá nunca nos han prohibido salir a tomar aire libre, hacer deporte, o pasear con nuestros niños. ¿Podría Gazmuri revelar la evidencia que indique que esto fue un error de política?

Me parece triste la falta de aprecio por la libertad que parece dominar a muchos chilenos.

Pedro Gazmuri Schleyer: “Efecto de cuarentenas II”

Publicada en El Mercurio, 14.03.2021

Señor Director:

Axel Kaiser contesta una carta mía en la que refuto su afirmación de que las cuarentenas y cordones sanitarios no han tenido ningún efecto sobre la pandemia de covid-19 en Chile. Cita dos estudios: uno del American Institute for Economic Research y otro publicado en la revista Nature. El mencionado instituto es una reconocida organización empresarial dedicada al lobby para favorecer los intereses del comercio norteamericano; si uno revisa sus documentos, hay un propósito evidente de detener cualquier medida que afecte la actividad económica.

El artículo de la revista Nature aparece con una nota explícita de los editores, indicando que hay científicos renombrados que están refutando la información contenida en dicho artículo. Además, hay otros artículos de Nature, que no están siendo cuestionados por nadie, que contienen abundante información a favor de las cuarentenas.

Puedo agregar además información, a nivel internacional y nacional, que argumenta en sentido contrario de lo mencionado por Axel Kaiser:

– Un estudio internacional de Barbara Nussbaumer et al (2020) contiene el análisis de 29 estudios, en el que sí se demuestra el efecto de reducción de los contagios de las cuarentenas.

– Un estudio de los investigadores Dandekar y Barbastathis, de MIT, que llega a la misma conclusión.

– A nivel nacional, el Centro de Modelamiento Matemático de la Universidad de Chile ha desarrollado abundantes estudios cuantitativos que demuestran que las cuarentenas tienen el efecto deseado.

– El profesor Jorge Marshall, experto en estadística aplicada de la PUC, ha publicado un artículo en que hace un análisis empírico de la evolución de la pandemia en 10 comunas diversas de la Región Metropolitana, en que también demuestra lo mismo.

Sería bueno que el señor Kaiser se acercara a dialogar con los expertos del Centro de Modelamiento Matemático de la U. de Chile, o de Espacio Público, liderado por el profesor Eduardo Engel, o de la Escuela de Salud Pública de la U. de Chile, o del Colegio Médico, o de la Sociedad Nacional de Epidemiología; todos grupos de expertos que han ofrecido argumentos de sobra para recomendar la cuarentena.

En cualquier caso, nuestra discusión se zanjará en pocas semanas, al ver los resultados de estas cuarentenas sobre el número de contagiados.

Axel Kaiser: “Efecto de cuarentenas”

Publicada en El Mercurio, 15.03.2021

Señor Director:

Aunque es un avance que el lector Pedro Gazmuri cite estudios, ninguno de ellos permite afirmar lo que él cree, a saber, que el beneficio de las cuarentenas en términos de salud pública —muertos y patologías— es mayor que el costo. Mucho menos que son preferibles considerando además el daño económico y social que producen. Ni siquiera permiten concluir que las cuarentenas han sido más efectivas en reducir muertes por covid que lo que habría sido una alternativa de protección focalizada sin cuarentena.

Pero, además, el lector no leyó bien mi carta anterior. Si lo hubiera hecho, sabría que no cité dos estudios que refutan las cuarentenas, como afirmó, sino 25. Ninguno de ellos fue realizado por el American Institute for Economic Research, como sostuvo descalificando de paso a la institución de manera falaz. Lo que hizo el AIER fue compilar 24 estudios elaborados en diversos países del mundo por expertos independientes. En cuanto al estudio de Nature, la nota del editor solo señala que hay una discusión sobre sus conclusiones, algo esperable, que no lo invalida y que yo mismo mencioné en mi carta anterior.

El lector puede consultar además los trabajos de Jay Bhattacharya (Stanford), John Ioannidis (Stanford), del premio Nobel y biofísico Michael Levitt, las publicaciones de Martin Kulldorff (Harvard), Sunepta Gupta (Oxford) y la Great Barrington Declaration, firmada por 13.732 académicos y científicos del rubro médico de todo el mundo, además de 41.637 profesionales de la salud, todos rechazando las cuarentenas y promoviendo políticas de protección focalizada. También puede revisar un estudio de Galetovic y Núñez publicado por el CEP en noviembre del año pasado, que concluye que ‘no hay evidencia de que sea necesario cerrar la economía’ para controlar la enfermedad agregando que, en cambio, ‘hay evidencia abrumadora de que se debe proteger a las personas mayores de 65 años y aquellos que padecen de ciertas enfermedades’. El mismo estudio concluye que ‘mantener medidas estrictas de confinamiento no parece sostenible ni necesario’.

Por último, la discusión no se zanjará viendo la evolución de la pandemia en las semanas que vienen. Dado que el virus no tiene crecimiento exponencial ininterrumpido, sino ciclos, haya o no cuarentena, la tasa de contagios tenderá a caer luego de alcanzar su máximo. El lector podrá creer que eso avala las cuarentenas, pero, una vez más, estará equivocado.




La perniciosa influencia de los intelectuales de izquierda

La perniciosa influencia de los intelectuales de izquierda

Pablo Bustamante Pardo
Director de Lampadia

A finales de los años 90, Robert Nozick esbozó una tesis sociológica acerca de la razón por la cual los intelectuales tienden hacia la izquierda política y cuestionan el capitalismo. El filósofo de Harvard propuso que el sistema escolar los acostumbra a recibir las mayores recompensas y les enseña que son los individuos más valiosos. Ello, los lleva a desarrollar un resentimiento hacia la sociedad, que distribuye las recompensas y valora a los sujetos de acuerdo con las preferencias del mercado [más que con sus capacidades intelectuales].

Robert Nozick fue Professor de Filosofía en la Universidad de Harvard. Ver artículo: Porqué los intelectuales son de izquierda

El artículo fue originalmente publicado por Cato y luego traducido por Enrique Pasquel, actual Gerente de Asuntos Corporativos del BCP y de Creidicorp.

Lo que nos dice Nozick es que en el mundo moderno, en las economías de mercado, se reconoce y recompensa de mayor manera a los Bill Gates y Steve Jobs, a los innovadores y creadores de empresas, y se relega a un segundo escalón a los intelectuales, que más bien destacan en sociedades cerradas, donde sus ideas, ante la ausencia de la dinámica de los mercados, se acercan a las formulaciones del poder político.

Por su lado, Axel Kaiser de la Fundación para el Progreso (Chile), nos dice que “pocas cosas le han hecho más daño al país que la cantidad de personas en su élite que han realizado estudios de postgrado en humanidades, derecho y ciencias sociales, en universidades extranjeras.

Como sabemos, las universidades occidentales se encuentran capturadas por activistas de izquierda radical que refuerzan en sus estudiantes la cultura del victimismo y la ideología que ha llevado a cacerías de brujas sin límites y, en casos como Estados Unidos, a movimientos mediáticos y sociales en contra de las policías”.

En el Perú por supuesto, no hace falta hablar de los estudiantes de sociales en el exterior, puesto que esa orientación académica se sembró hace varias décadas en la PUCP con los llamados Wisconsin Boys. Hoy los académicos de izquierda han seguido capturando el pensamiento de otras universidades como recientemente la Universidad del Pacífico y la Universidad de Lima, entre otras.

En todo caso el mensaje es que un país pobre necesita crecer y para ello necesita invertir. Por ello necesitamos líderes que estén más conectados con las tuberías de la producción y del crecimiento, que con abstracciones ideológicas, que pueden ser muy buenas para países que ya superaron la pobreza y las limitaciones básicas de la humanidad.

Desde esta perspectiva es sorprendente la simetría de la situación política de Chile y del Perú. Veamos las reflexiones de Axel Kaiser:      

Caos

Fundación para el Progreso – Chile
Axel Kaiser
Publicado en El Diario Financiero
18.02.2021

Pocas cosas le han hecho más daño al país que la cantidad de personas en su élite que han realizado estudios de postgrado en humanidades, derecho y ciencias sociales, en universidades extranjeras.

Como sabemos, las universidades occidentales se encuentran capturadas por activistas de izquierda radical que refuerzan en sus estudiantes la cultura del victimismo y la ideología que ha llevado a cacerías de brujas sin límites y, en casos como Estados Unidos, a movimientos mediáticos y sociales en contra de las policías.

En Estados Unidos, sin embargo, hay un gran sector de la clase política, medios de comunicación, empresarios e intelectuales que defienden los valores del Estado de derecho y que apoyan a sus policías y fuerzas armadas.

En Chile casi nada de eso existe. Diversos empresarios financian canales de televisión y medios expertos en promover la ideología subversiva y, con pocas excepciones, no se atreven a hablar claro porque en su mayoría carece de claridad intelectual y de coraje. Es cierto que culturalmente Chile es un país en que el diálogo suele ser deshonesto y ladino, y es mal vista la gente que dice lo que piensa porque ‘molesta’, pero cuando se está en posición de liderazgo frente a un país que se cae a pedazos, lo menos que se puede esperar es que se saque la voz y se digan algunas verdades, sin las cuales es imposible sostener el orden social.

La más elemental de esas verdades es que Chile requiere un liderazgo de mano firme, es decir, dispuesto a usar la fuerza legítima del Estado con decisión, aunque implique costos desagradables. ¡Fascista!, van a exclamar muchos, pues sabemos que en Chile defender el Estado de derecho es ‘fascismo’, pero matar, destruir, quemar, traficar drogas y perseguir a las fuerzas policiales es ‘democracia’ y ‘manifestación’.

Y así, debido a la subversión de valores que ha permitido la centroderecha y ha abrazado la centroizquierda, ambas motivadas por ese freudiano impulso de ser amadas por la izquierda dura, vemos cómo el país se hunde en un caos cada vez más extendido.

Es que nuestros líderes políticos y muchos de los intelectuales que los asesoran -cuya mente bonsai ha sido podada cuidadosamente en las cafeterías de los campus de Boston, Chicago, Cambridge y otros para cumplir a la perfección su rol ornamental- creen encontrarse en una convención del Partido Demócrata, donde todos compiten por señalar qué tan virtuosos son y donde gritar ‘defund the police’ es experimentado como el máximo orgasmo de bondad, uno al cual la mayoría moralmente frígida no puede aspirar.

En Chile no hay mejor ejemplo de lo anterior que el tema constitucional, donde algunos expertos en el área se concibieron a si mismos como los James Madison locales –sin tener ni el crudo realismo ni las ideas libertarias de Madison-, abrazando el delirio refundacional bajo la idea de que este era la respuesta al problema de la violencia. Fueron engañados como niños por la izquierda radical, porque en realidad muchos actúan como niños que prefieren vivir la fantasía de que las cosas se pueden arreglar sin pagar un costo.

Y así estamos, meses después del referéndum con el caos desatado, dando cuenta de la total incompetencia de nuestra élite y con la democracia en riesgo vital.




LA TIRANIA DE LA IGUALDAD en las redes sociales

LA TIRANIA DE LA IGUALDAD en las redes sociales

“Es bueno que todos se expresen, pero no es bueno que no sepamos diferenciar entre la opinión experta de la opinión común.”

Fausto Salinas Lovón
Desde Cusco
Para Lampadia

Tomamos prestado de la obra de Axel Kaiser el título de esta columna, para referirnos a una nueva tiranía de la cual han sido víctima la razón, la inteligencia y el sentido común.

Las redes sociales han igualado a las personas. Eso no es malo. Puede y debiera ser bueno. Que no importe donde vivo, en qué móvil accedo, que edad tengo, como pienso, en qué trabajo, qué conozco o qué estudie, es algo bueno porque permite a todos ejercer sus libertades de expresión y opinión de manera amplia, sin restricciones y sin condiciones.

El sentido de la igualdad en el ejercicio de estas libertades ha alcanzado dimensiones impensables hace apenas una o dos décadas. Un tweet, una imagen de Instagram, un video de tik tok, un post de Facebook o un mensaje por WhatsApp pueden ser enviados por cualquier ciudadano al margen del percentil económico al que pertenezca, por encima de la formación o deformación que tenga. Valen igual. Pueden ser compartidos, apreciados o denostados sin distinciones, clasificaciones o segmentos.

La pregunta es. ¿Es esto bueno en todos los casos?

Creo que no. Veamos.

  • La medicina es una disciplina que la ejercen quienes han estudiado entre 6 y 10 años, más que otros profesionales. Quienes destacan dejaron de vivir varios años para profesionalizarse y perdieron otros más en especializaciones, posgrados, prácticas y en miles de casos atendidos. Ni qué decir si ejercen la docencia o la investigación.  ¿La opinión de un experto en medicina acerca de un tratamiento médico puede ser igual que la de cualquier hijo de vecino que tienen la posibilidad de llenar también 140 caracteres en un tweet?
  • La criminología es una especialidad. Investigar el crimen, perseguir el delito y lograr que se procesen a delincuentes no es una disciplina que pueda ejercer cualquier policía, fiscal o abogado. Es una tarea especializada que requiere de estudios, práctica, experiencia, acreditaciones y otras habilidades adicionales. ¿La opinión de un fiscal experimentado, un abogado reputado en el tema o un policía experto puede ser igual que la fobia de cualquier facebookero que lanza un post y condena a una persona por su animadversión política o social hacia ella o porque sigue una consigna mediática?
  • La economía es una ciencia social. Quienes la dominan no solamente han estudiado a Adam Smith, el más celebre economista de la historia, sino que entienden los efectos de las políticas públicas sobre los precios, el consumo, las inversiones, la inflación o el tipo de cambio, entre otros temas. ¿Puede la opinión de un experto en esta materia, con muchas millas de recorrido sobre el tema valer igual que la de cualquier alcalde, regidor, congresista o político iletrado en la materia que formula alguna iniciativa económica sin medir sus consecuencias, viendo únicamente sus efímeros beneficios electorales?
  • La política también es una disciplina social. Tiene a quienes la estudian y a quienes la practican. Los primeros analizan como se comporta, mientras que los otros son los que se comportan y saben cómo hacerlo, en una y otra dirección, para la izquierda o para la derecha. Ambos conocen la disciplina y saben, al igual que los obispos franceses aterrados mientras guillotinaban a Luis XVI, que es, “un oficio de demonios”. Siendo así, ¿puede ser igual la opinión de un politólogo experto o la de una vieja política con 30 años en la vida pública que la de un pulpín que está buscando chamba en alguna municipalidad, lista parlamentaria o candidatura presidencial gracias a sus piruetas retóricas en YouTube?
  • El derecho constitucional es una rama del derecho, distinta del derecho penal, civil o laboral. Quienes la conocen saben que tiene principios, reglas de interpretación especiales, criterios, características y elementos diferentes, que se conocen en la especialización en la materia, ni siquiera en la formación jurídica común. ¿Puede ser igual entonces la opinión de los juristas que tienen asiento en los grandes debates iberoamericanos de la disciplina que la de cualquier “tik toker” o agitador que sólo la invoca porque es “trendy” decir que “hay que cambiar de Constitución”?

En todos estos casos y en cualquier caso en que se enfrenten opiniones comunes con opiniones expertas, especializadas y con experiencia, igualar opiniones es malo. Considerar que ambas opiniones son iguales es una tiranía. Todos pueden opinar, pero las opiniones no pueden valer lo mismo.

La pandemia, la persecución del crimen en la administración pública, los problemas en la economía, los enfrentamientos políticos y las crisis constitucionales, entre otros temas que no hemos mencionado en esta columna, han puesto en evidencia esta tiranía.

No ha importando nada que el señor X sea un experto en epidemiología a nivel mundial, o que el señor Y sea un economista considerado a nivel mundial, que la señora Z sea una política con 30 años de ejercicio de esta labor y formación para el efecto o que el señor W sea un constitucionalista reconocido a nivel Iberoamericano. Sus opiniones han sido puestas en el mismo lugar que las de cualquiera que sólo puede decir que pertenece a la “generación del Bicentenario” o de quienes creen que “se metieron con la generación equivocada”, para citar los ejemplos más comunes de las últimas semanas.

Es bueno que todos se expresen, pero no es bueno que no sepamos diferenciar entre la opinión experta de la opinión común.

Si no cree usted que esta reflexión es válida y cree que toda opinión es igual, lo invito a que pruebe las consecuencias de la igualdad mal entendida. Hágase operar con cualquier médico (no busque al más experimentado), busque un curandero para enfrentar el Covid (no vaya a la farmacia ni al centro de salud), encomiéndele sus ahorros a cualquier financiera o cooperativa (no pregunte por la solvencia del Banco), confíele su caso a cualquier picapleitos (los hay en las puertas de los Juzgados) o entréguele el gobierno de su distrito, su región o del país a cualquiera, si es neófita mejor. Después me cuenta, pero no se queje. Lampadia




Vienen por todo

Vienen por todo

Desde Chile, donde ha fracasado la convivencia entre derechas e izquierdas que permitió décadas de avances sociales y económicos muy importantes, Axel Kaiser, de la Fundación para el Progreso, nos advierte sobre las dificultades estructurales de las izquierdas ideologizadas para negociar espacios políticos de concertación, que reconozcan la validez de los indicadores sociales y económicos como base de los diagnósticos y desarrollo de políticas públicas (leer líneas abajo).

Kaiser nos dice que la derecha, “una y otra vez sueña con que se trata de personas con las que es posible llegar a acuerdos y consensos en torno a ideas sensatas. El socialista puro, sin embargo, no tiene interés ni en la verdad, ni en el bienestar de los grupos marginados que reclama representar —si lo tuviera abrazaría instituciones de mercado”.

Efectivamente, sorprende una y otra vez, que las izquierdas no reconozcan los avances de la humanidad, que no propongan mejoras y que siempre planteen ideas refundacionales.

No avanzar en los procesos sociales y económicos, no querer mejorar las cosas y plantear empezar de cero cambiando los procesos naturales de progreso, es una demostración clara que las advertencias de Kaiser no son producto de una visión sesgada.

Veamos nomas lo acontecido en el Perú en los últimos años. La izquierda mantiene sus mismas agendas revisionistas como la del cambio de Constitución, la creación de empresas públicas, la estabilidad laboral absoluta, el pos-extractivismo, y tantas otras ideas anti modernas y empobrecedoras. No interesan las evidencias en contrario. Pero lo que es peor, ojalá creyeran en lo que plantean, más bien las mantienen como plataformas políticas populistas para acercarse al poder.

Luego de la reciente crisis política, el presidente Sagasti ofreció un gabinete plural, pero al día siguiente formó uno más bien monocorde, nutrido desde las ONGs y las universidades de militancia izquierdista, como la PUCP y la Universidad del Pacífico. Un gabinete que, con algunas excepciones, en lo político transmite un espíritu excluyente. Es importante que esta vez, los medios de comunicación mantengan un espíritu crítico e independiente que ayude a perfilar un mejor gobierno.

Al mismo tiempo, el gobierno, después de darse 60 días para sentar las bases de la modernización de la Policía Nacional, ha apurado una cuestionada purga policial. Sin embargo, hay que rescatar que se introduzcan gerentes profesionales de Servir en la gestión administrativa de la policía.

Por otro lado, la calle, en sus vertientes más extremas, ha adoptado los ataques personales contra quienes discrepan del pensamiento guía de las facciones políticas dominantes.

Cuidado con ser tontos útiles de estas agendas. Estamos advertidos, no cometamos los mismos errores de los chilenos. Lampadia

Axel Kaiser
Fundación para el Progreso – Chile
Publicado en El Mercurio, 08.09.2020

Una de las características más distintivas de la derecha chilena es su dificultad para entender al adversario que enfrenta y la forma en que este consigue, aun sin mayorías, imponer su agenda. Se trata de una ingenuidad derivada de un idealismo infantil que confunde lo que el mundo es con lo que se desearía que este fuera. Salvo excepciones, la derecha, incluidos sus intelectuales, no entiende el alma socialista. Una y otra vez sueña con que se trata de personas con las que es posible llegar a acuerdos y consensos en torno a ideas sensatas.

Asumen, seguramente porque jamás han leído a Orwell, que realmente tienen un compromiso con la verdad y el bienestar de la sociedad y se sienten tan culpables frente a su discurso que los validan en todos los foros posibles e incluso los financian. El socialista puro, sin embargo, no tiene interés ni en la verdad, ni en el bienestar de los grupos marginados que reclama representar —si lo tuviera abrazaría instituciones de mercado—. Su único objetivo es el poder y todo lo que dice y hace apunta a concentrarlo lo más posible en sus manos. Y es que, sin el poder, no pueden transformar el mundo de acuerdo a los dogmas que exige su ideología. Marx ya se quejaba amargamente de que los filósofos se limitaban a explicar el mundo cuando lo que había que hacer, según él, era transformarlo.

Y en ese juego todo vale: fingir moderación, distorsionar los hechos, parecer sensato cuando corresponda, retroceder si la situación lo amerita, etc. Así́ convencieron a los empresarios y a la derecha de que ya habían aprendido la lección, que ahora, salvo unos pocos, si eran razonables y que no querían tumbar el sistema. En su ingenuidad y culpa la derecha empresarial y política los abrazó, mientras estos, a veces invisiblemente, seguían realizando su trabajo de demolición, al principio haciéndolo parecer como algo meramente socialdemócrata y, luego, desatando por completo su intención refundacional. Por supuesto quienes advertimos que esto iba a pasar fuimos tratados de extremistas, apocalípticos y exagerados por la misma derecha que hoy mira aterrada como el país se desmorona frente a sus propias narices.

Pero es peor, porque incluso hoy muchos siguen creyendo que una nueva Constitución puede resolver en algo la crisis actual, ingenuidad que a estas alturas raya en la estupidez. Una vez más quienes creen esto estarán equivocados por no entender que la izquierda no cambia, que, si bien hay algunos más sensatos entre ellos, al final también estos, con pocas excepciones, terminan cediendo ante los duros capaces de controlar la narrativa y llevar los principios que abrazan los moderados a sus consecuencias lógicas. La izquierda avanza sin transar, poniendo en jaque a un país completo dirigido por una elite temerosa y ciega que le ha entregado la soga con la que esta va a ejecutar el suicido de Chile, desenlace inevitable a menos que un real despertar ponga freno al tercermundismo de la nueva Constitución y dé un golpe a la mesa, acabando de una vez con la violencia. Lampadia




La Caída de Chile

Datos demasiado grandes para el formato del archivo




Una nueva epidemia se cierne sobre occidente

Una nueva epidemia se cierne sobre occidente

Como comentamos la semana pasada a raíz del retiro de la película ‘Lo que el viento se llevó’ de la cartelera de HBO, el lado occidental del mundo está sufriendo la imposición de una nueva suerte de inquisición que pretende regimentar lo ‘políticamente correcto’, incluso mediante la violencia.

Así como la Unión Soviética reescribió la historia de la Rusia, hoy los nuevos fanatismos pretenden reescribir la historia de occidente.

Tenemos que reaccionar ante esta nueva enfermedad que solo lleva a la supresión de la libertad, la mayor desgracia social imaginable.

La nueva revolución cultural

Fundación para el Progreso – Chile
Axel Kaiser
Publicado en Diario Financiero
18.06.2020

Harald Uhlig, destacado profesor de la Universidad de Chicago y editor del Journal of Political Economy, ha sido expulsado de su puesto en la revista en medio de un escándalo que llegó hasta la presidencia de la American Economic Association. ¿La razón? Uhlig cuestionó la idea de “Black Lives Matter” de abolir las policías en Estados Unidos.

Poco antes, la película “Lo que el viento se llevó” había sido eliminada temporalmente de la cartelera de HBO Max por su supuesto contenido racista. Hace unos días, la cerveza Colonial en Australia era retirada de distribución porque su nombre podía ser interpretado como ofensivo por grupos descendientes de nativos.

“Diversos grupos tienen incentivos para jamás asumir responsabilidad por su propia existencia y culpar a otros de que los agravian; si dejan de declararse víctimas, su estatus se derrumba”

Paralelamente, se tumbaban decenas de estatuas en diversos países, entre ellas, de Cristóbal Colón por ser el origen de todos los males de América, de Mahatma Gandhi por comentarios ofensivos hacia los africanos, de soldados confederados, de filántropos, etc. También se atacaba la estatua de Winston Churchill, bajo acusaciones de racismo y se amenazaba a la autora de Harry Potter J.K Rowling de que no se seguirán produciendo películas de sus libros, por afirmar que el sexo biológico existe.

Estos son tan solo unos pocos ejemplos de la ola de fanatismo religioso que sacude a occidente, sumergiéndolo con rapidez en lo que el filósofo Roger Scruton denominó “una nueva era de oscuridad”. Se trata de una neoinquisición, como la he llamado en un libro reciente analizando en profundidad el fenómeno, que no acepta el diálogo racional como la fórmula para aproximarse a la verdad, porque abraza dogmas de fe cuyo cuestionamiento está prohibido.

El origen intelectual de este impulso purgatorio se encuentra en académicos y pensadores de izquierda cuya visión es que occidente sería una civilización opresiva creada en beneficio del hombre blanco heterosexual para marginar a todos los demás grupos. Estas ideas, repetidas por décadas desde las facultades de humanidades, han logrado alcanzar un punto de inflexión en que han transformado nuestra cultura, desde una basada en la dignidad del individuo, a una fundada en el victimismo tribal.

Si en las culturas del honor el heroísmo era la fuente de reconocimiento social, en las culturas del victimismo, explican los sociólogos Bradley Campbell y Jason Manning, ese estatus lo confiere la condición de víctima. Como consecuencia, alegar que se es oprimido por el orden social del hombre blanco se convierte en una fuente de credibilidad moral, de reconocimiento colectivo y de justificación para demandar todo tipo de ventajas y reparaciones de modo de corregir la supuesta opresión. Por ello, los diversos grupos, añaden los sociólogos, tienen todos los incentivos para jamás asumir responsabilidad por su propia existencia y culpar siempre a otros de que los agravian, pues en el minuto en que dejan de declararse víctimas, su estatus se derrumba.

Es esta ideología, según la cual occidente es una construcción opresiva y donde los diversos discursos y estructuras sociales servirían a los dominadores, la que se encuentra detrás de la purga y censura que lleva adelante la neoinquisición. Se trata, en definitiva, de un colapso de la esfera pública como espacio de diálogo racional y del triunfo del irracionalismo que Karl Popper denunció como consustancial a los movimientos totalitarios del siglo XX. Lo peor es que casi todos se han contagiado de sus premisas, derrumbando así los diques que contenían esta nueva revolución cultural.




Llorarán el “neoliberalismo”

Llorarán el “neoliberalismo”

El caso chileno es un ejemplo clásico de lo perniciosos que pueden ser las narrativas manipuladas políticamente, una técnica marxista que distorsiona la realidad e inculca en la opinión pública mensajes falsos. Veamos el análisis de Axel Kaiser:

Fundación para el Progreso
Publicado en El Mercurio, 11.02.2020
Axel Kaiser

El dictador venezolano Nicolás Maduro admitió implícitamente hace poco que PDVSA, la empresa de petróleos venezolana, ha sido completamente destruida por el control que de ella ha hecho el socialismo chavista. No es para menos si se considera que —en sus tiempos ‘neoliberales’— esta llegó a producir 3,5 millones de barriles diarios, para desplomarse a apenas 700 mil hoy, a pesar de contar con las mayores reservas de petróleo del mundo. Los estragos del socialismo venezolano no se detienen ahí, por supuesto. Más de un 80% de la población viviendo en la pobreza, una contracción del PIB de un 70%, una de las tasas de homicidios más altas del mundo y la migración de más de 4 millones de personas son algunos de sus ‘logros’. Ahora, tras años de retórica en contra de la propiedad privada y a favor de que el Estado controle ‘los recursos del pueblo’, Maduro llama a los privados para que rescaten a la empresa más importante del país, saqueada por las huestes de izquierda que la administraron.

Y es que, cuando los socialistas afirman que algo será del Estado o del ‘pueblo’, en realidad lo que quieren decir es que será de ellos. Ya sabía Orwell que un verdadero socialista no puede serlo sin vivir con privilegios y lujos, hoy por hoy mansiones, primera clase, autos con choferes y vacaciones en el extranjero, pues todos esos son medios necesarios para llevar a cabo la revolución y defenderla de sus eternos enemigos.

“El denostado ‘neoliberalismo’ benefició a los más pobres más del doble que a los de mayores ingresos”.

De ahí que no exista prácticamente ningún solo caso en la historia de un líder socialista que no haya vivido en la opulencia. Ya sean Mao, Castro, Chávez, Allende, Stalin, Lenin u otro, todos ellos compartieron una afición por el lujo. En cambio, el malvado ‘neoliberalismo’ es realmente la fuerza que democratiza la riqueza. Cuando hace cinco décadas Venezuela se encontraba entre los países con mayor libertad económica de la región, era uno de los más prósperos. Chile, que con Allende siguió el camino chavista, pasó de ser uno de los países más miserables de la región, con casi un 60% de pobreza, al más avanzado. Solo entre 1990 y 2015 el ingreso del 25% más pobre creció un 439% versus un 208% para el 25% más rico. En otras palabras, el denostado ‘neoliberalismo’ benefició a los más pobres más del doble que a los de mayores ingresos.

La clase media, que en 1990 era de un 23% de la población, alcanzó un 57,8% en 2013, mientras los sectores vulnerables y pobres se redujeron de un 34,5% a un 25,8% y de un 38,6% a un 7,8%, respectivamente. El famoso índice Gini cayó fuertemente, de 0,57 a 0,46, situando a Chile cerca del promedio de América Latina en términos de desigualdad y mejor que países como Brasil, México, Costa Rica y Paraguay, entre otros mucho menos ‘neoliberales’, pero bastante más pobres y desiguales. Eso es sin considerar la desigualdad intergeneracional, que se ha reducido de manera tan dramática que, en términos de acceso a educación superior, alcanzamos ya niveles de países desarrollados.

“Un informe de la OCDE  de 2017 sitúa a Chile como el país con mayor movilidad social de toda la OCDE”.

Por si todo lo anterior fuera poco, un informe de la OCDE de 2017 sitúa a Chile como el país con mayor movilidad social de toda la OCDE. Esto significa que para un chileno del 25% más pobre es más fácil llegar al 25% más rico que para un alemán, un sueco, un estadounidense, un francés y así sucesivamente. El sistema de pensiones chileno, en tanto, se encuentra entre los diez mejores del mundo, según el prestigioso ranking de Melbourne Mercer, y se acusa de injusto a pesar de que el 70% de todo lo acumulado para los pensionados es rentabilidad de las AFP y no contribución de ellos. Y si de gasto social se trata, en los últimos treinta años este ha crecido 5,4% real per cápita anual, contra un 3,4% de crecimiento del ingreso. Es decir, el Estado ha avanzado a un ritmo más acelerado que el sector privado, no precisamente la receta ‘neoliberal.’ En moneda de hoy, el gasto por persona del Estado chileno ha pasado de 530.000 pesos anuales en 1990 a 2.500.000 pesos en 2019 y la gente se muestra más insatisfecha que nunca.

Y es que ese es parte del problema: un Estado capturado por grupos de interés y corrupción cada vez más galopante que parasita a quienes crean valor real para la sociedad. Por supuesto, nadie dice eso y tampoco que la productividad por hora promedio en Chile es la más baja de la OCDE —a excepción de México—, alcanzando 26,9 dólares, contra 50,50 dólares promedio en la organización. Países con los que nos gusta compararnos, como Noruega, tienen 82,7 dólares, Dinamarca 69,73 dólares, Francia 67,17 dólares, Suecia 60,54 dólares y así sucesivamente. Pero nada de esto importa, porque nuestros profetas del resentimiento nos han convencido de que si tenemos problemas no es porque nos falta muchísimo por avanzar o porque nuestro Estado está capturado —en parte por ellos mismos—, sino por el abuso y la desigualdad de los privados.

Por lo tanto —nos dicen—, debemos cambiar el modelo ‘neoliberal’ con una nueva Constitución, porque —claro— una nueva Constitución de seguro nos dará mejores pensiones, educación, mayores ingresos, empleo, salud, etc., todo ello sin importar el nivel de nuestra productividad, eficiencia estatal y desarrollo económico. Y así, guiados por una tropa de charlatanes, demagogos y algunos ingenuos, nos encaminamos a arruinar definitivamente, al más clásico estilo latinoamericano, lo que hemos construido hasta ahora y la única base que nos permitiría dar un nuevo salto de progreso. ¿Será que tendremos que hacerlo para terminar, como Maduro, pidiendo que vuelvan los ‘neoliberales’ a resolver la catástrofe estatista? Es de esperar que no, pero, así como vamos, no sería raro que en una década quienes lo denostaron, tanto a la izquierda como a la derecha, estén llorando el ‘neoliberalismo’. Lampadia




El Oasis de Latinoamérica desciende al caos

El Oasis de Latinoamérica desciende al caos

El sorprendente caos en el que se vio envuelto Chile desde octubre pasado ha desestabilizado una nación sólida, más allá de que se le llame un oasis, como lo hizo el presidente Piñera, tan solo semanas antes del estallido social. Lo cierto es que el país ha sufrido un cambio de proporciones, una angustiante metamorfosis.

Como dice Axel Kaiser, autor del artículo que compartimos líneas abajo, en Chile, durante los últimos 20 años, ha percolado una narrativa anti sistema, que explica en gran medida lo que está detrás del caos y hace difícil una salida ordenada de la crisis.

Lo más llamativo es que la narrativa anti sistema desdibuja la realidad, pues las cifras objetivas de bienestar, de avances en la reducción de la pobreza, e incluso en la reducción de la desigualdad, ya no significan nada, lo que prevalece es la sensación de frustración y de venganza.

Veamos la explicación de Axel Kaiser, hecha para el público de EEUU, pues permite una perspectiva interesante. 

Fundación para el Progreso – Chile
Axel Kaiser
Publicado en The Wall Street Journal, 1.01.2020
Traducido y glosado por Lampadia

Chile, la nación más libre, estable y rica de América Latina, está en caída libre. El orden público se derrumbó, la violencia es rampante y el populismo es el nuevo credo de la clase política. Hay una recesión, caracterizada por la fuga de capitales y el aumento del desempleo. La desigualdad de ingresos podría aumentar a niveles no vistos desde la década de 1990, según una declaración reciente del Banco Central de Chile.

Tomó solo 40 días para que el “oasis” latinoamericano —como el presidente Sebastián Piñera llamó a Chile no hace mucho— desapareciera. Cómo un Chile estable y próspero cayó tan dramáticamente en un período tan corto es una lección para toda democracia occidental.

La causa inmediata de la crisis fue el pequeño aumento en el precio de los boletos de transporte público en Santiago. La subida de precios del 4 de octubre fue claramente impopular, pero inicialmente el gobierno no mostró voluntad de reconsiderar lo que correctamente llamó una medida “técnica”. Como resultado, cientos de estudiantes comenzaron a evadir el pago del metro. El 18 de octubre, dos semanas después del anuncio del aumento de precios, el país explotó. Grupos de protesta coordinados destruyeron casi 80 estaciones del metro, deteniendo el transporte público de Santiago. Los manifestantes atacaron la propiedad pública y privada.

Al final del día, la situación era tan desesperada que Piñera se vio obligado a declarar un estado de emergencia y poner a los militares en control. Siguieron manifestaciones masivas, y la violencia volvió tan pronto como se levantó el estado de emergencia. Unas semanas después, las consecuencias están en todas partes: más de $ 2 mil millones en pérdidas y daños, más de 1,200 tiendas minoristas saqueadas, aproximadamente 300,000 nuevos desempleados, 25 muertos, más de 2,000 policías heridos y una crisis política y económica sin final a la vista.

Una pequeña subida en el precio de los billetes de metro no es suficiente para causar tanta devastación. El dolor económico comenzó con las reformas anti-mercado del gobierno anterior bajo la presidenta socialista Michelle Bachelet, de 2014-18. Bachelet aumentó los impuestos corporativos en un 30%; firmó una ley que prohíbe el reemplazo de trabajadores en huelga, lo que aumenta drásticamente los costos de la mano de obra; aumento del gasto público a tres veces la tasa de crecimiento económico; y desató ejércitos de burócratas reguladores en el sector privado.

La inversión de capital cayó en cada año de su mandato. Una reducción tan consistente en la inversión no ha ocurrido desde la primera recopilación de datos, en la década de 1960. El crecimiento económico se derrumbó de un promedio anual de 5.3% bajo el gobierno anterior de Piñera (2010-14) al 1.7% bajo Bachelet. El crecimiento de los salarios reales recibió un golpe del 50%. (En su campaña para presidente en 2017, Piñera prometió traer mejores tiempos. Hasta ahora no ha podido cumplir).

Pero las políticas regresivas de Bachelet no son la causa última del problema. Las políticas son el resultado de una narrativa profundamente falsa que las élites chilenas se cuentan sobre el país. En los últimos 20 años, intelectuales, personalidades de los medios, líderes empresariales, políticos y celebridades en esta nación latinoamericana han comercializado el mito de que Chile es un caso extremo de injusticia y abuso. Comenzó en las universidades, donde los ideólogos progresistas difundieron la idea de que no había nada de lo que sentirse orgulloso cuando se trataba del historial social y económico de Chile. Según esta narrativa agresivamente igualitaria, el “neoliberalismo” había creado una sociedad de ganadores y perdedores en la que ninguno de los grupos merecía la posición en la que se encontraba.

El segundo mandato de Bachelet y su agenda impulsada por la justicia social fueron el resultado inevitable. Incluso Piñera, multimillonario, aceptó las premisas básicas de la narrativa de las élites progresistas. En su primer mandato, aumentó los impuestos para abordar lo que llamó uno de los principales problemas de Chile: la desigualdad.

Ahora está tratando de restablecer el orden comprando grupos de interés con más intervenciones económicas: un aumento sustancial en el gasto gubernamental para apoyar a los jubilados, mayores impuestos a la renta personal, esquemas de seguro de salud más generosos y un ingreso mínimo garantizado para todos los trabajadores chilenos.

Tampoco el daño causado por las narrativas progresivas se limita a la economía. Las élites chilenas están librando una guerra sostenida contra la policía. Muchos agentes de policía no se atreven a actuar por miedo a la cobertura sensacionalista de los medios y a los castigos de los tribunales bajo el dominio de las élites progresistas. Lo mismo es cierto para los militares. La tolerancia a la violencia, el desorden público y la delincuencia era la norma en Chile mucho antes de la reciente crisis. La celebración del fracaso de las élites impregna casi todas las partes de la vida pública chilena.

El libre mercado no le falló a Chile, digan lo que digan sus políticos, y el Estado no carece de los medios para restaurar el Estado de derecho. El problema central es que una gran proporción de las élites que dirigen instituciones clave, especialmente los medios de comunicación, el Congreso Nacional y el poder judicial, ya no creen en los principios que hicieron que el país fuera exitoso. El resultado es una crisis económica y política en toda regla. Otras naciones deberían tomar nota: esto es lo que el odio de élite puede hacer por usted.

Axel Kaiser es académico en la Universidad Adolfo Ibáñez en Santiago.




La constitución del subdesarrollo

La constitución del subdesarrollo

Fundación para el Progreso
Axel Kaiser
Publicado en El Mercurio, 5.11.2019

En sus ‘Reflexiones sobre la revolución francesa’ publicadas en 1790, el intelectual y político irlandés Edmund Burke, advirtió que el afán refundacional de los jacobinos terminaría en una tragedia colosal que no solo fracasaría en conseguir la añorada igualdad que proclamaban, sino que daría pie al caos, el terror y la tiranía.

‘Es con infinita precaución que cualquier hombre debería aventurarse a derribar un edificio que ha respondido en cualquier grado tolerable a los propósitos comunes de la sociedad’, afirmó Burke, cuyas predicciones en poco tiempo se cumplieron consagrándolo como uno de los observadores más agudos y visionarios de su época. Desde sus orígenes, la filosofía liberal ha sido escéptica de las grandes narrativas refundacionales y de sus profetas, prefiriendo un tedioso, predecible y aburrido gradualismo cuando se trata de modificar aquellas instituciones que han permitido el florecimiento de la libertad y del progreso económico y social. Las sociedades maduras y avanzadas usualmente prefieren la precaución liberal recomendada por Burke antes que el entusiasmo rousseauniano que embriagó a los revolucionarios franceses y que, sin duda, ha constituido un aspecto central del subdesarrollo latinoamericano por más de un siglo.

Basta un breve repaso comparativo de historia constitucional para advertirlo. Así, por ejemplo, Estados Unidos ha tenido una sola Constitución en toda su historia a pesar de haber atravesado por una horrible guerra civil, dos guerras mundiales y la guerra fría, entre muchos eventos traumáticos. Dinamarca, Holanda, Noruega, Singapur, Bélgica y Australia también cuentan con una sola Constitución en su historia. Suiza ha tenido tres Constituciones desde 1291, Canadá dos desde 1867, al igual que Finlandia y Austria, ambas con dos Cartas fundamentales desde principios del siglo 20. Alemania, Italia, Japón y Francia han mantenido la misma Constitución en los últimos 60-70 años y países como Reino Unido, Israel, Nueva Zelandia y Hong Kong jamás han tenido siquiera una sola Constitución escrita. En América Latina, en cambio, la historia es muy diferente. Argentina ha tenido seis Constituciones; Brasil, Uruguay y México, siete. El Salvador, Honduras y Nicaragua han tenido 14 Constituciones cada uno, Colombia 10, Perú 12, Bolivia 16, Ecuador 20, Haití 24, Venezuela 26, y República Dominicana 32. Ninguna región del mundo, incluyendo África, ha tenido más Constituciones que América Latina. (Cordeiro, 2008).

Existe en nuestra cultura el curioso hábito de hacer de las Constituciones un chivo expiatorio sobre el que proyectamos todos nuestros defectos —mediocridad económica, corrupción, miseria social, deshonestidad, abusos, etc.—, para luego sacrificarlo en un acto de liberación colectiva que nos permite desentendernos de nuestra propia responsabilidad por los males que sufrimos. Ello, sumado al utopismo irresponsable tan propio de nuestros intelectuales, que no dudan un segundo cuando se trata de encontrar en la teoría la solución definitiva para nuestros padecimientos, pero que al mismo tiempo suelen ser ignorantes en casi todas las cuestiones prácticas de la vida social, es lo que impide la creación de instituciones estables en el tiempo, haciendo imposible el progreso acumulativo que se observa en los países desarrollados.

El hecho de que nuestras Constituciones desechables, a diferencia de las de naciones avanzadas, sirvan más bien para incrementar que para controlar el poder del Estado, horada aún más las bases liberales necesarias para la prosperidad. En ese contexto, los esfuerzos que apuntan a desbancar la Constitución actualmente vigente en Chile, bajo la cual se ha producido el período de mayor éxito en la historia nacional, son una manifestación clásica de la inmadurez política, intoxicación ideológica y evasión de la propia responsabilidad que históricamente ha sumido a América Latina en el subdesarrollo. Si Chile opta por seguir el camino refundacional desechando su Constitución, demostrará definitivamente que, a fin de cuentas, carece del mínimo necesario para pertenecer a la liga de los países serios. Lampadia




Chile: es un sinsentido culpar a un modelo exitoso

FPP Chile
Publicado en Diario La Nación,
24.10.2019
Axel Kaiser
Glosado por
Lampadia

Pocos se habrían imaginado hace días que Chile podría reventar al punto de parecer, a ratos, una zona en guerra. Parte de la prensa y diversos analistas han interpretado lo ocurrido como un rechazo al exitoso sistema de economía social de mercado que ha conducido al país a tener:

  • Los menores niveles de pobreza
  • El mayor ingreso per cápita
  • La mayor movilidad social
  • El mejor índice de desarrollo humano
  • La mejor educación de toda la región
  • La disminución sustancial de la desigualdad

En esta visión, el mismo país que le dio hace tan solo dos años un triunfo aplastante al candidato de centroderecha Sebastián Piñera frente al socialista Alejandro Guiller de pronto “despertó”, como si hubiera estado hipnotizado por décadas, para darse cuenta de que el modelo socialista o peronista de sociedad era el que realmente anhelaba. Esta idea, por supuesto, es un sinsentido. Muchos de quienes protestaron pacíficamente fueron votantes de Piñera que se sienten defraudados, pues este prometió “tiempos mejores” y, sin embargo, hasta ahora fracasó en la tarea.

Bachelet, con sus reformas tributaria, laboral y educacional, dio un golpe demoledor a las bases del desarrollo del país, por lo que Piñera, incapaz de revertirlas, no pudo cumplir la promesa de mayor bienestar.

En Chile, salarios relativamente estancados, delincuencia creciente, crisis migratoria, servicios públicos deficientes, impuestos abusivos y escándalos de corrupción que han involucrado a la clase política y empresarial se combinaron en una mezcla indeterminable de emociones y de hastío de los segmentos medios de la población que salieron a las calles, los que en todo caso llegaron a una cifra moderada de 130.000 personas en todo el país. A estas frustraciones se sumó el desborde de los estudiantes, que se han acostumbrado desde pequeños a vivir en una sociedad en que el principio de autoridad no se ejerce y se denuesta, y que los idolatra como si fueran portadores de una inocencia y un virtuosismo que los hacen puros y sabios.

La anomia desató la impune evasión del metro de Santiago, cuyo pasaje el gobierno, debido a una ley, debía incrementar. Luego, grupos organizados antisistémicos contando, con la justificación del Partido Comunista, del Frente Amplio y otros sectores de la izquierda chilena, de manera coordinada destruyeron e incendiaron 80 de las 136 estaciones de la red, llevando a una completa parálisis del sistema nervioso central de Santiago evidentemente buscada para desatar el caos.

Si Piñera hubiera renunciado, como exigía el Partido Comunista mientras ardía Santiago, el presidente del Senado, un socialista de línea dura, habría asumido el poder hasta nuevas elecciones. Y de ahí cualquier cosa habría sido posible. Piñera, sin embargo, ha resistido y decretado el estado de emergencia para que los militares restablezcan el orden atendiendo al clamor, especialmente de los sectores más vulnerables de la población, que eran atacados por delincuentes sin control.

Finalmente, en una hábil jugada para desarticular a la izquierda y contener presiones ciudadanas, el mismo gobierno ha anunciado medidas de gasto excesivo, efectivas en lo inmediato, pero que en el mediano plazo podrían ser insostenibles. Si no las acompaña con una agenda de crecimiento económico y modernización del Estado, Chile tendrá probablemente otros estallidos sociales en el futuro por su incapacidad de generar la prosperidad anhelada por la población y de financiar el gasto público comprometido. Así, tal como la destrucción promovida por la izquierda terminó por dañar severamente a los más pobres, las políticas que resulten de este episodio podrían hacerles más difícil salir a adelante por sus medios, dejándolos a merced de la asistencia del Estado. Lampadia




Chile: las dos visiones

Jaime de Althaus
Para Lampadia

Sostener que las impresionantes protestas chilenas demuestran el fracaso del modelo económico mal apodado “neoliberal”, solo llevará, si se actúa en consecuencia y se cambia el modelo, a problemas económicos y sociales mucho más graves que los que ahora enfrenta la sociedad chilena. De lo que se trata es de identificar con precisión qué está fallando, y resolverlo.

Evidentemente no es el modelo económico como tal lo que ha fallado.

  • Este fue una máquina potente de crecimiento y reducción de la pobreza, que ahora no pasa del 10%.
  • En los últimos 15 años un 30% de la población salió de la indigencia para engrosar la clase media.[1] Y, según cifras de la CEPAL[2], eso vino acompañado no de un aumento de la desigualdad como se ha querido falsear, sino de su reducción.
  • Y tampoco ha generado un sistema insolidario: por el contrario, ha producido el gasto social público más alto de América Latina como parte del PBI (16.1%).[3]   

¿Qué falló entonces? Aquí hay dos visiones. Una es la que sostienen los defensores de la economía de libre mercado como Axel Kaiser, el Instituto Libertad y Desarrollo y otros. Lo que dice en esencia es que el malestar social se debe a un estancamiento de los salarios como consecuencia de la ralentización de la economía ocasionada en parte por las reformas del gobierno de Bachelet, en un contexto –agregaría yo- de mayor endeudamiento y angustia de las familias de las clases medias emergentes.  

El portal Libre Mercado la resume así: “La libertad económica en Chile ha comenzado su descenso. El gasto público se expandió en 60%, desde 17% del PIB hace diez años a 27% del PIB en la actualidad. La tasa de impuestos a las empresas aumentó en otro 60%, de 17% a 27%. La reforma tributaria también eliminó de golpe el gran incentivo a la reinversión de las utilidades introducido por ex Ministro Hernán Büchi. Todo ello, junto a la expectativa de una mala reforma laboral, frenaron abruptamente la inversión y el crecimiento”.

Y agrega: “La erosión del modelo comenzó, entonces, cuando se cambió el foco moral de las políticas públicas y se priorizó disminuir la desigualdad en los ingresos, en perjuicio de reducir la pobreza. Está comprobado que intentar disminuir la desigualdad de rentas con altos impuestos y excesivas regulaciones estatales, destruye lo que Keynes llamaba los “animal spirits” de los emprendedores y deteriora la inversión, lo cual, inevitablemente, reduce el crecimiento y, por tanto, la posibilidad de derrotar la pobreza”.

El Instituto Libertad y Desarrollo[4], por su parte, señala lo siguiente: “El alza de $ 30 en el pasaje del Metro… fue un detonante, pero casi todos están de acuerdo en que no puede explicar la magnitud del descontento. De hecho, el alza no superó el 4% en hora punta y desde el inicio del Transantiago en el 2007, el salario mínimo ha subido más que el pasaje del Metro. Adicionalmente, aunque pocos lo saben, el Estado ya financia un 50% del costo que verdaderamente tiene el transporte público a través de un subsidio. Se mencionan también como causantes del malestar las alzas de las tarifas eléctricas y del agua, pero de nuevo, éstas no han experimentado reajustes mayores al del salario mínimo… Todo ello lleva a pensar que la generalizada sensación de agobio económico estaría relacionada con el hecho que los salarios no han aumentado a la par de las expectativas de la gran mayoría de la población. Esto es una consecuencia directa del insuficiente crecimiento de la economía en los últimos años”.

“Otro factor muy mencionado en las encuestas es el nivel de las pensiones, también el precio de los remedios y la deficiente atención en el sistema de salud… Lo paradojal de esta situación es que muchas de las propuestas que se escuchan como parte de un nuevo pacto social -congelación de tarifas, fijaciones de precios- pueden hacer un enorme daño a la capacidad de crecer de la economía chilena, que es nuestro principal problema hoy y repercute directamente en quienes tienen más necesidades… Recordemos las experiencias de Ecuador y Argentina con la congelación de tarifas y precios y la reacción de la población cuando por necesidades financieras, de caja y de solvencia, esos países tuvieron que aplicar tarifazos con alzas significativas. No va por ahí el camino”.

“Parece evidente, en cambio, que el Gobierno debiera insistir y concordar una reforma a las pensiones, que le permitiría hacerse cargo de una parte importante del problema que afecta a las familias chilenas… Debiera también, con la ayuda de la oposición, sacar adelante su ambiciosa agenda para disminuir el precio de los remedios y mejorar la atención de los sistemas de salud. Por último, en relación a este tema, los dolores que se manifiestan en la protesta no apuntan sólo a cuestiones materiales. Se trata de personas que piden igual dignidad en el trato, que se rebelan contra privilegios de la elite, incluyendo a los políticos en ese grupo. También hay que buscar fórmulas para responder a ese clamor”.[5]

La otra visión

La otra visión es una que ataca las bases mismas del modelo en el sentido que sostiene que las élites se las han arreglado para enriquecerse y pagar menos impuestos, afectando la base moral misma del sistema. Un artículo de Juan Andrés Guzmán en el portal CIPER[6] refiere varios trabajos de investigación en este sentido. Uno de ellos es el de la politóloga del London School of Economics Tasha Fairfield titulada “Riqueza privada e ingresos públicos en América Latina. El poder empresarial y la política tributaria (2015, Cambridge University Press).

Según sus datos, el 1% de los chilenos de mayores ingresos recibe entre el 19% y el 22 % de los ingresos del país y paga tasas efectivas de entre 9% y 16%. “La teoría le indicaba que en democracia los políticos debían competir por los votos, es decir, tratar de ganar mayorías y, por lo tanto, resultaba ilógico que favorecieran a unos pocos y que acrecentaran la desigualdad”.

Ello no ocurrió en Chile. Fairfield estima que se debe principalmente a tres motivos: la firme unión de la élite chilena en torno al principal gremio empresarial, la Confederación de la Producción y el Comercio (CPC); contar con partidos políticos, particularmente la UDI, que representan sus intereses en el Congreso; y el miedo que tuvo la Concertación a entrar en conflicto con la elite y que llevó a sus gobiernos a abstenerse de legislar en el tema tributario o a ofrecer importantes compensaciones cuando aumentó los impuestos”.

Una investigación en 2011 del BID, de los economistas Carlos Scartascini y Martín Ardanaz titulada:  ¿Por qué no gravamos a los ricos?, apunta en el mismo sentido: las naciones con peor distribución de riqueza y donde menos impuestos pagan los más ricos tienen una élite sobre representada en sus parlamentos. Chile es uno de esos casos. Señalan que la dictadura diseñó un sistema electoral “para garantizar la sobre representación de los partidos conservadores”. Eso explicaría, en parte, por qué los más ricos chilenos pagan tasas efectivas más bajas que en el resto de Latinoamérica y en los países desarrollados”.

La politóloga Fairfield considera que en el FUT, “esa exención tributaria que permite a los dueños de las empresas posponer el pago de impuestos cuando reinvierten parte de sus utilidades, ‘los dueños del capital encontraron muchas maneras de consumir las utilidades sin retirar formalmente las ganancias, es decir sin pagar el correspondiente impuesto’”. El FUT, por lo demás, tiene una muy débil correlación con la inversión, y “los datos disponibles hoy indican que ese dinero no está en inversión productiva, sino especulativa”. En un estudio que hizo con Michael Jorratt “menciona que el sistema también ofrece fuertes incentivos para la evasión y que probablemente eso aumenta la desigualdad. Dice que en 2005, solo el 35% de los beneficios distribuidos por las empresas fue declarado al Servicio de Impuestos Internos (SII)”.

Hasta aquí la revisión de esa segunda visión. Lo que cabe señalar es que el esquema colusorio descrito, de ser cierto, no afectó las tasas de crecimiento ni la reducción de la pobreza e incluso de la desigualdad. Ni sería la causa del estancamiento de los últimos años.

De ser cierto, podríamos decir que el tipo de capitalismo de los ricos que prevalecería en Chile estaría llegando a su fin, pues es lo que en parte se está denunciando. El propio Andróniko Luksic ha sugerido que los ricos podrían pagar más impuestos. Pero si las reformas que se introducen se limitan a establecer un sistema tributario progresivo y no uno que desaliente la inversión, y se mejoran y modernizan los servicios sociales y de salud y el sistema de pensiones entre otras medidas, entonces el cambio habrá contribuido a perfeccionar y renovar un modelo de desarrollo que le permitió a Chile durante décadas un crecimiento acelerado con reducción dramática de la pobreza e incluso de la desigualdad.

Pero si el cambio consiste en introducir crecientes regulaciones económicas y subsidios sin sustento económico, afectando la capacidad misma de crecimiento de la economía, entonces más temprano que tarde Chile sucumbirá en la crisis económica y en la catástrofe social. Lampadia

[1] La pobreza se redujo dramáticamente de 40% el 2003 a 10,7% el 2017 (Cepal, Panorama Social de América Latina, 2018, p. 107).

[2] La desigualdad se redujo: el índice de Gini, que la mide, bajó de 0.51 el 2003 a 0.45 el 2017. El total de activos en manos del decil más alto bajó de 69,1% el 2007 a 60,9% el 2017. La desigualdad en Chile tampoco es la más alta en América Latina: por el contrario, está por debajo del promedio (0.47), en el tercio del países menos desiguales (Cepal, Panorama Social de América Latina, 2018. P. 73).

[3] Op.Cit, p. 144

[5] Libertad y Desarrollo: https://lyd.org/wp-content/uploads/2019/10/tp-1422-la-revuelta-de-chile.pdf