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Cristina en el país de las maravillas

Cristina en el país de las maravillas

La señora Kirchner parece haberse propuesto convertir a Argentina en un país donde difícilmente uno quisiera vivir. Para empezar, la prensa libre está cada vez más acorralada. La presidenta no tiene problemas en declarar abiertamente que “a veces pienso si no sería también importante nacionalizar […] los medios de comunicación”, a la vez que usa todos los recursos a su disposición para perseguir a la prensa opositora y favorecer a los medios afines. Paralelamente, el gobierno cada día logra un mayor quiebre de la separación de poderes, y en los últimos meses ha presentado varios proyectos de ley que, de aprobarse, le permitirían deshacerse de los jueces que han venido parando sus abusos. Y a todo esto se suman las múltiples denuncias de corrupción gubernamental.

La señora Kirchner, por supuesto, no solo representa una amenaza para la libertad de expresión, el Estado de derecho y la integridad del gobierno. Además, encarna un enorme riesgo para las economías de los hogares argentinos, pues sus medidas estatistas vienen reduciendo progresivamente la calidad de vida de sus ciudadanos.

Para muestra de esto último, veamos dos ejemplos. El primero es que hace unos días y como una suerte de escarmiento a los empresarios que osaran contradecir lo que la autoridad manda, el gobierno de Cristina Kirchner –representado por su secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno– decidió clausurar cuatro supermercados, tres de la provincia de Buenos Aires y uno de capital federal, por algunas horas. La razón: los establecimientos no habrían cumplido con el abastecimiento de algunos de los 500 productos con precios congelados por decreto.

El gobierno dice que esta es una sanción a empresarios que desconocen las necesidades del pueblo. Pero ¿cuál es realmente la razón del desabastecimiento de los almacenes? Resulta que como el Gobierno Argentino no puede luchar contra la inflación que él mismo ha creado (y que según consultoras privadas sería de 24% anual), ha decidido recurrir a controlar los precios por decreto. Así, elaboró una lista de 500 productos con precios congelados hasta octubre, firmada por el propio Moreno y siete cadenas de supermercados. Sabiendo esto, el desabastecimiento no tendría por qué sorprender a nadie: un precio por debajo de aquel que surge naturalmente en el mercado lleva a que a muchos productores (o quizá a todos) no les sea rentable seguir produciendo y que, en consecuencia, se genere escasez.

Por supuesto, en la fantasía de la señora Cristina, parece que basta que ella diga “que se llenen las góndolas de los supermercados” para que esto suceda como por arte de magia. Y por eso no tiene problemas en aplicar la Ley de Abastecimiento (norma de 1974 que fuera suspendida de hecho hace 15 años) que faculta a decomisar mercadería, imponer multas e incluso a enviar a prisión a aquellos empresarios que se nieguen a abastecer el mercado interno.

El segundo ejemplo de cómo las políticas kirchneristas están arruinando la economía familiar es lo que ha sucedido con el pan, alimento que se ha vuelto un lujo, pues desde el 2006 se ha encarecido en más de 700%. Además, en los últimos seis meses se triplicó el precio de la bolsa de harina, lo que llevó a las panaderías a aumentar sus precios un 50%.

¿Cómo así sucedió esto? Pues resulta que en el 2006 el gobierno de Néstor Kirchner decidió restringir las exportaciones de trigo. El cierre parcial del mercado externo (que consumía casi dos tercios de la producción argentina de este cereal) volvió menos atractivo este negocio, pues el mercado local no estaba dispuesto a pagar los mismos precios, lo que motivó a muchos empresarios a migrar sus inversiones hacia la producción de bienes más rentables. Esto llevó a que la producción de trigo pase de 15 millones a 9 millones de toneladas en siete años, un fenómeno que se ha repetido con la carne y la leche.

Por supuesto, la señora Kirchner prefiere negar la realidad. Para ella, es más fácil seguir echando la culpa de los problemas económicos a los empresarios, seguir arruinando a Argentina con sus leyes populistas y vender la ilusión de que ella puede construir el país de las maravillas.

Publicado en  El Comercio, 23 de julio del 2013