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La otra agricultura

Fernando Cillóniz B.
CILLONIZ.PE
Ica, 12 de julio de 2019
Para Lampadia

Simplificando en extremo las cosas, se podría decir que nuestro país tiene dos agriculturas. Una es la agricultura tecnificada de la Costa. Aquella que está focalizada principalmente en la producción y exportación de frutas y hortalizas. Aquella que empezó con el espárrago, pero que continuó con las uvas, paltas, mandarinas, y otras frutas. El arándano constituye un éxito muy reciente. El hecho es que en pocos años nos hemos convertido en una potencia mundial en este rubro.

Pero nuestro país tiene otra agricultura. La de siempre. La que – dicho sea de paso – ocupa la mayor extensión e involucra a la mayor cantidad de peruanos. Me refiero a la agricultura tradicional. La de la Costa donde predominan el arroz, caña de azúcar, maíz, algodón, y una variada gama de cultivos de panllevar. La agricultura de la Sierra donde predominan las pasturas – es decir, la ganadería – y cultivos como la papa, cereales, y hortalizas. Y la de la Selva con el café a la cabeza. Pero donde también destacan el cacao, arroz, maíz, y una gran variedad de frutas tropicales. La Selva – por cierto – también tiene vocación ganadera y forestal.

A lo que quiero llegar es que – en términos generales – la agricultura frutícola y hortícola de la Costa está bien, y la otra está mal. Las empresas agroexportadoras generan rentas, tributos, exportaciones, empleo formal y bienestar social. Mientras que la otra genera pérdidas, pobreza, informalidad, migraciones, y todo lo demás. La pregunta es ¿por qué la otra agricultura está mal?

En mi opinión la crisis de la otra agricultura se debe a 3 factores. Escasez de agua en los estiajes. Competencia desleal con productos subsidiados del exterior. Y baja productividad. Es decir, 3 factores que bien pudieron haber sido corregidos por el Estado… pero no. El Estado ha hecho muy poco a ese respecto.

La escasez de agua en los estiajes se resolvería con un programa masivo de Siembra y Cosecha de Agua. El Ministerio de Agricultura tiene el programa Sierra Azul. ¡Lindo nombre! Pero el programa ha sido un fracaso. Cientos de millones gastados en burocracia y consultorías innecesarias. Y nada en reservorios, plantaciones forestales, o cercos de pastizales. Además – valgan verdades – a muchos Gobernadores Regionales el tema les importa un bledo.

La libre importación de productos agrícolas subsidiados constituye una gran torpeza política. ¡Claro que queremos libre comercio! Pero con la cancha pareja. ¿Por qué no fuimos capaces de establecer aranceles compensatorios para contrarrestar los millonarios subsidios que se aplican en EEUU, Europa y otros países a productos como el algodón, azúcar, trigo, soya, leche, arroz, maíz, etc.? La verdad, no se entiende. Sobre todo porque los más perjudicados son los campesinos más pobres del país. ¡Qué injusticia!

Por último, tenemos el factor de la baja productividad. A ese respecto, el Instituto Nacional de Innovación Agraria (INIA) es otro fracaso más. Nada que ver con el extraordinario Servicio de Investigación y Promoción Agraria (SIPA) de los años 60. El INIA es un monstruo burocrático – como muchos otros en el Estado – que cuesta un montón de plata, pero no sirve.

Agua en los estiajes. Aranceles compensatorios para contrarrestar los subsidios del exterior. Y asistencia técnica. Eso es lo que más necesita – y merece – la otra agricultura. Lampadia




Agroexportación de alimentos frescos de nivel mundial

Durante miles de años, la quinua apenas salió de su origen en los Andes. Hace unos años, sin embargo, el grano andino ha sido  reconocido como un “súper alimento” con renombre internacional y, el 2013, a instancias de la FAO,  fue declarado por la ONU: Año Internacional de la Quinua, gracias a sus enormes beneficios para la salud y nutrición (ver en Lampadia: La Quinua lleva a la sierra a los mercados globales y al desarrollo). En realidad, durante los últimos años, el Perú se ha convertido en una de los diez primeros países proveedores de alimentos en el mundo. 

Nuestra agricultura moderna creció a una tasa anual de 6.6% entre el 1990 y 2015 y la tradicional creció en 2.2% en el mismo periodo. En promedio, entre el 2000 y el 2015, la agricultura creció en 5%. Este sector se ha convertido en una de las principales actividades económicas que impulsan el desarrollo del Perú, acompañando a la minería en la generación de empleo formal rural y divisas para nuestro país.

Un campo de Quinua en la sierra peruana
Fuente: finedininglovers

Todo esto se debe a la globalización. En una reciente publicación de The Economist (compartida y traducida líneas abajo), se celebran los beneficios de la globalización, ya que gracias a ella ha habido una “creciente prosperidad y expansión de la elección. La difusión de mejores técnicas agrícolas ha aumentado los rendimientos, ayudando a la humanidad a alimentarse a pesar de la creciente población.” Específicamente, la globalización ha contribuido a “una reducción impresionante del hambre en el mundo”.

Entonces no nos dejemos convencer por estas tendencias anti-globalización que vienen contagiando el mundo. No nos dejemos engañar por las poses políticas ni por el manejo mediático de nuestros izquierdistas de las ‘ideas muertas’, quienes son enemigos del desarrollo; pues en nombre de los pobres, plantean su empobrecimiento eterno. Ver en Lampadia: Pos-Extractivismo: Autarquía y empobrecimiento y Agroexportación: Una industria de clase mundial:

Lo que el pos-extractivismo no quiere ver es que el sector agrícola solo puede crecer sostenidamente y generar riqueza para los campesinos, llegando a muchos  estómagos. Como un agricultor peruano decía hace algunos años: una persona solo puede comer un kilo por día. ¿Cómo puede entonces mejorar sus ingresos un agricultor peruano, si los 3 millones de agricultores tuvieran que abastecer solo a 27 millones de peruanos? Sus ingresos estarían limitados a un promedio de 9 consumidores o 9 kilos por agricultor. Pero si operamos en el mundo global y exportamos a mercados de unos 2,700 millones de personas o más, en teoría, cada agricultor podría abastecer más de 900 consumidores, 100 veces más. Ese es el potencial de este sector, y la única manera de enriquecer a nuestros campesinos.

Por lo tanto, podemos afirmar con toda la fuerza del mundo, que al pretender limitar la producción agrícola, la izquierda tradicional quiere condenar a nuestros campesinos a la pobreza eterna.

Según The Economist, un estudio realizado por Marc Bellemare de la Universidad de Minnesota encontró que “los hogares peruanos mejoraron por el auge de la quinua, incluso para quienes no lo cultivaron, ya que los nuevos y prósperos agricultores de quinua compraron más bienes y servicios de sus vecinos”. Esto termina de probar de los grandes beneficios de la globalización en todos los sectores de la economía, en este caso en la agricultura.

Quinua en un supermercado en Filipinas
Fuente: mommylace

Algo muy importante de esta industria para un país pequeño como el Perú es que las agro exportaciones conectan al sector rural peruano (cuya población tiene mayores niveles de pobreza que el sector urbano) con los consumidores más ricos de los países más ricos (que son, en gran mayoría, los clientes finales de nuestras exportaciones). En otras palabras, crea un encadenamiento que va de los consumidores más ricos del mundo hasta los más pobres del sector rural.

Por ello que debemos defender la globalización y desarrollar el gran potencial del Perú en agroexportaciones, para el beneficio de nuestros pobres y de todo nuestro país. Lampadia

Reflexionando sobre la comida

Alabando a la quinua

La difusión de los granos exóticos es una prueba de que la globalización funciona
 
Fuente: zululandobserver
 
The Economist
9 de marzo de 2017
Traducido y glosado por Lampadia

La quinua, este grano sudamericano recibe una publicidad particularmente mala. Para sus fans, es un súper alimento. Para sus detractores, es como los murales eróticos de ciencia ficción encontrados en los palacios de Saddam Hussein, pretenciosos e insípidos. Un anuncio para Big Macs una vez se burlaba de este prejuicio. “Los gastrónomos y los gastronautas amablemente apartan sus ojos. No se puede obtener jugos como este de la soja o la quinua”, dijo, agregando que “mientras que [un Big Mac] es masivo, su ego no lo es”. Incluso los amantes de la quinua a veces se preocupan de que puede no ser ético. ¿Qué sucede si la creciente demanda hace subir el precio, obligando a los andinos a comer menos de su amado grano? ¿O qué pasa si el precio cae, haciendo más pobres a los campesinos andinos? Un titular de Mother Jones, una revista de izquierda, capturó perfectamente la confusión de los bien intencionados gourmets occidentales: “Quinoa: ¿bueno, malo o simplemente muy complicado?”

Esta revista no tiene ninguna opinión sobre si la quinua sabe bien. Pero su propagación es un síntoma de una tendencia feliz. Más y más personas están comiendo granos desconocidos. Los occidentales ricos están comiendo menos trigo y más de los cereales que cultivan las personas en los países tradicionalmente pobres, como el mijo, el sorgo, el teff y sí, la quinua. Los asiáticos de clase media comen más trigo, en forma de fideos o pan, en lugar de arroz. Los africanos del oeste están comiendo 25% más arroz por cabeza que en 2006; el consumo de mijo ha disminuido en la misma proporción.

Todo esto debe ser celebrado, porque es un síntoma de la creciente prosperidad y la expansión de la elección. La difusión de mejores técnicas agrícolas ha aumentado los rendimientos, ayudando a la humanidad a alimentarse a pesar de la creciente población. La rápida urbanización significa que menos personas crecen su propio grano, y más tienen el dinero para probar nuevas variedades. La globalización ha permitido que las técnicas alimentarias y agrícolas atraviesen las fronteras, lo que significa que las personas de todos los continentes pueden experimentar nuevos sabores y texturas. La migración y el turismo han ampliado los horizontes culinarios de la gente: los visitantes chinos que visitan Francia regresan a casa anhelando baguettes; los estadounidenses que viven cerca de inmigrantes etíopes aprenden a amar el injera (un pan plano suave que se sirve como un plato comestible).

Pensando en comida

La globalización y la modernización de la agricultura han contribuido a una reducción impresionante del hambre en el mundo. Entre 1990 y 2015, la proporción de niños menores de cinco años que estaban desnutridos disminuyó de 25% al ​​14%. Las personas que todavía están subalimentadas lo son con menor severidad: su déficit promedio de calorías cayó de 170 por día a 88 en 2016. Y entre 1990 y 2012 la proporción de los ingresos de los pobres del mundo que tuvieron que gastar en alimentos se redujo de 79% a 54 %. En cuanto a los agricultores de quinua, no te preocupes. Un estudio realizado por Marc Bellemare de la Universidad de Minnesota encontró que los hogares peruanos mejoraron por el auge de la quinua, incluso para quienes no lo cultivaron, ya que los nuevos y prósperos agricultores de quinua compraron más bienes y servicios de sus vecinos.

Por supuesto, el aumento de la prosperidad ha permitido que un número creciente de personas aumenten de peso, que es poco saludable. Pero la solución a esto no es hacerlos más pobres, que es lo que haría la reacción anti-globalización si tiene éxito. En lugar de criticar el gusto de Donald Trump por los filetes bien cocidos con ketchup, los liberales deberían preocuparse por los planes del gobierno de levantar barreras comerciales y posiblemente iniciar una guerra comercial. Eso haría que el mundo sea más pobre y más hambriento.Lampadia