Los fracasos del sistema difícilmente podrían ser peores. ¿Cómo se explica entonces que aún exista?
EL TIEMPO – BOGOTÁ
GUSTAVO ESTRADA
20 de marzo, 2016
Los fracasos del sistema comunista en la Unión Soviética, en los demás países detrás de la desaparecida cortina de hierro, y en las actuales Corea del Norte, Cuba y Venezuela han sido estruendosos y funestos; difícilmente podrían ser peores. ¿Cómo se explica entonces que aún existan tantos comunistas?
La explicación es sencilla. Las doctrinas políticas, en general, y la doctrina comunista, en particular, son creencias infundadas que, ante evidencias abrumadoras y al igual que las religiones, pueden taparnos los ojos y obnubilarnos la razón. Las creencias, por no exigir esfuerzo mental alguno, son fáciles de propagar y difíciles de suprimir. Con ellas los argumentos racionales no funcionan: Por métodos lógicos, es imposible sacar a alguien de un error al que llegó a través de procedimientos ilógicos.
Creer es dar por cierto algo de lo que no se tiene conocimiento directo, ni comprobación experimental ni demostración sensata. La igualdad social y la propiedad comunal que pregonaron los profetas del marxismo son ideales bellísimos, pero los caminos para alcanzarlos aún se desconocen.
El historiador Yuval Harari, en su ‘best seller’ ‘Sapiens: Una breve historia de la humanidad’, iguala el comunismo a una religión. Según este autor israelita, toda religión
(1) sostiene que hay leyes naturales, divinas o eternas;
(2) establece normas y valores que son obligatorios;
(3) se considera a sí misma universal, esto es, indiscutible y válida en todas partes; y
(4) se proclama misional y su verdad debe difundirse.
Específicamente, sobre el comunismo dice el doctor Harari: “Los comunistas creían que su ley natural había sido descubierta por Marx, Engels y Lenin. El comunismo tenía sus propias escrituras sagradas, así como libros proféticos que anunciaban la pronta victoria del proletariado”. (Me parece estar escuchando a mis amigos camaradas de juventud).
Agrega el historiador que la armada soviética disponía de capellanes (comisarios) para vigilar la devoción de sus soldados y oficiales, y resalta que el sistema tenía además mártires, guerras sagradas y, por supuesto, herejes, como Trotsky, que debían ser condenados. “El comunismo era en verdad fanático y misional, y los comunistas fervorosos, que no podían pertenecer a ninguna otra religión, tenían la obligación de esparcir los evangelios de Marx y Lenin, aun a costa de su propia vida”.
Los creyentes radicales están dispuestos a sacrificarse por su causa. Los mártires aprestigian las religiones y a la mayoría los canonizan. San Ernesto Guevara, inquisidor moderno, fue responsable directo de muchos fusilamientos arbitrarios en Cuba. “¡Al paredón!”, era la consigna que se coreaba en las manifestaciones revolucionarias de los años sesenta. Además de los aspectos doctrinarios, la mayor diferencia entre el Che Guevara y los terroristas yihadistas musulmanes es que estos televisan sus ejecuciones.
Todas las creencias, por carecer de fundamentos concretos y del respaldo de métodos experimentales, resultan flexibles y fáciles de ajustar para cualquier propósito. Aunque judíos, cristianos y musulmanes hablan por igual de un solo Dios, entre sus adeptos aparecen incontables denominaciones. En el cristianismo existen más de treinta mil sectas, inspiradas la mayoría más por el interés financiero de sus promotores que por diferencias dogmáticas.
Los chinos, por su parte, son ‘comunistas’ pragmáticos y su modelo económico ha aprovechado generosamente la flexibilidad propia de las creencias. Allí participan, dentro de un mercado capitalista, empresas estatales, mayoritarias en los segmentos claves, y empresas privadas, tanto chinas como extranjeras. Pero ¿quién manda en esta curiosa mezcla? El partido comunista. Marx debe estar retorciéndose en su tumba.
Las creencias, que pronto se vuelven culturas, se transmiten de manera espontánea –de padres a hijos, de maestros a alumnos, de ‘pastores’ a ‘rebaños’– y, contra todas las evidencias de su equivocación, perduran por siglos.
¿Va a cambiar esto? Muy lentamente. Las gigantescas e injustas diferencias sociales del capitalismo son abonos fertilísimos para todos los dogmas que ofrecen paraísos. Ni la religión comunista –más de ciento veinte países tienen partidos comunistas– ni las religiones metafísicas van a desaparecer pronto, por más pruebas que señalen sus errores.
Por eso todavía hay, y habrá por mucho tiempo, millones de creyentes en dogmas metafísicos. Y existirán, también por mucho rato, aunque en menor escala, millones de camaradas, declarados unos, disfrazados de socialistas otros, dispuestos a luchar por sus creencias radicales. Y a acabar con su propio país, cuando lleguen al poder. Lampadia