Como en toda sociedad, los discursos extremos tienen menos adherentes — en tiempos regulares— que aquellos que se colocan al centro. Sin embargo, en una sociedad de carencias y pobrezas extremas es natural que la moderación del centro se incline ligeramente hacia el discurso asistencialista y estatista de la izquierda.
Eso puede explicar los triunfos electorales peruanos en el siglo XXI. Discursos que, por supuesto, la realidad viró ya desde el poder, a posiciones de derecha. Toledo, García y Humala comparten ese destino, así como Susana Villarán.
Ese discurso debería dejar entonces un espacio interesante para partidos de izquierda democrática, que estructuralmente lo representen. Sin embargo, en lo que va del siglo eso no ha sucedido. ¿Por qué?
Una, de varias explicaciones y que no agota la respuesta, es la falta de empatía que se observa en las agrupaciones tradicionales de izquierda con el sentir popular. Eso vale para un espectro amplio desde Patria Roja hasta Frente Amplio, pasando por el sindicalismo. Rostros serios, cansados, tristes, aburridos y amargados. ¿Qué juventud pueden atraer? ¿Qué esperanza ofrece un perpetuo “Don Pésimo”?
Dirán algunos, persistentes en la seriedad absoluta, que se sugiere la frivolización de los partidos, su sometimiento a los gurús del marketing y ¡horror de horrores! hacer liviana la tragedia de la desigualdad y de la injusticia nacional a través de jingles pegajosos y bailes de moda.
La fiesta electoral tiene pues de fiesta, no de velorio. Ojalá lo recordaran quienes tienen años tratando de llegar al poder con propuestas poco atractivas, explicadas en términos difíciles, personajes nada carismáticos y dentro de un discurso solemne y de lamento propio de la primera mitad del siglo XX. Eso solo garantiza una cosa: que la izquierda peruana no logre modernizarse como sus pares en América Latina.
Publicado en Diario Exitosa, 9 de febrero de 2014.