Durante gran parte de mi vida profesional he criticado los acuerdos de integración en América Latina porque constituían tratados de comercio cerrados al resto del mundo. Un caso extremo de esos equivocados esfuerzos fue el llamado Grupo Andino, con sus pilares de un alto arancel común frente a terceros países, la planificación industrial a cargo de burócratas andinos, el rechazo a la inversión extranjera (Decisión 24) y las industrias “estratégicas” en manos del Estado. El Grupo Andino, hoy llamado Comunidad Andina de Naciones, es un ente irrelevante.
Aun el Mercosur, liderado por Brasil y Argentina, con mercados internos más grandes, parece estar destinado a un similar fracaso por pretender cerrarse al mundo y mantener políticas macroeconómicas disímiles.
Hoy veo con satisfacción que el Perú es la economía más abierta de América y todos –incluidos los anteriormente enemigos de la apertura económica– reconocen que buena parte de su progreso se debe a su integración al mundo. Pero el camino ha sido duro: desde el fracasado intento de liberalización de 1980-1983 que me tocó liderar y la reducción unilateral de aranceles de la década de 1990 hasta la culminación de varios tratados de libre comercio, el Perú ha ido forjando una integración sin precedentes a los grandes mercados mundiales. La firma de tratados de libre comercio entre Estados Unidos y varios países de América Latina cambió el panorama radicalmente al abrir las economías a la competencia del país más avanzado de la región. Habían abandonado el proteccionismo y buscaban integrarse activamente al mundo. Para el 2006, casi todos los países latinoamericanos del Pacífico tenían o estaban apunto de firmar sus tratados con Estados Unidos. Irónicamente, subsistía en los países que firmaron con Estados Unidos el proteccionismo entre ellos. Es el caso del Perú y México, cuyas negociaciones comerciales se atascaron durante años ante la incapacidad para liberalizar el comercio de algunos productos.
Me parecía absurdo que países que habían abierto su comercio a países desarrollados tuviesen dificultades para abrirse entre sí. Por ello, hace seis años propusimos a través de este Diario y en diversos foros la necesidad de promover un Área de Libre Comercio del Pacífico Latinoamericano que abriese totalmente el comercio entre todos los países ya abiertos al comercio con Estados Unidos.
El entonces canciller José Antonio García Belaunde valoró esta idea y la expuso al presidente García, quien inmediatamente vio en ella la oportunidad de fortalecer la integración comercial con Colombia y Chile, y además profundizarla relación de un bloque frente al Asia-Pacífico. Fue García entonces quien lanzó la idea de lo que llamó una “integración profunda” entre los tres países, invitando a sus presidentes a discutir la propuesta peruana. Luego México, preocupado por descuidar su relación con Sudamérica frente a un Brasil cada vez más asertivo en la región, pidió unirse al grupo.
La Alianza del Pacífico avanzará más rápido y con mayoreséxitos que cualquier otro bloque por tratarse de un proceso de integraciónentre países abiertos al mundo, que conducen políticas económicassimilares y profesan los mismos valores democráticos. Se habrá logradola total integración: libertad de movimiento de productos,capitales y personasde los países miembros de este enorme espacio económico.