Comparto algunas opiniones sobre temas del momento.
En cuanto a la desigualdad económica, no sabemos si estamos mejor o peor que hace una década. La estadística deja un margen de error grande. Ciertamente, hay indicios sugerentes.
Según las encuestas nacionales de hogares (Enaho), del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), la mejora en el nivel de vida ha sido mayor para las familias más pobres que para los de nivel medio o alto e –inusualmente– ha favorecido más al poblador rural que al urbano. Sin embargo, es probable que los entrevistados –tanto los ricos como los pobres– escondan parte de sus ingresos, más aun en un país altamente informal.
Además, las encuestas no captan adecuadamente los ingresos empresariales y rentistas, ni de ricos ni de pobres. En los barrios más pudientes de Lima, las familias se niegan en una alta proporción a siquiera abrir sus puertas a los entrevistadores. También es iluso creer en la honestidad total del campesino, quien siempre ha vivido indefenso ante explotadores de toda índole, y expuesto a la envidia de sus vecinos. Un indicio de esa subestimación es que el 40% de los “pobres extremos” admite tener un teléfono celular.
Sugiero mandar al tacho dos conceptos que han saltado a la fama recientemente: “clase media” y “pobreza no monetaria”. En ambos casos, los términos se han aplicado más como instrumentos retóricos que de análisis técnico.
“Clase media” es un concepto de larga data que no solo denota un cierto nivel de ingreso monetario sino incluye además un conjunto de connotaciones culturales y políticas referidas a los valores, nivel de educación, estilo de vida y menor vulnerabilidad económica. Por algo se usa la palabra ‘clase’. Usar el término como sinónimo de un rango monetario es cambiar el sentido usual de la frase, y confundir al oyente.
De igual manera, hablar de “pobreza no monetaria”, para así llamar la atención a los déficits sociales de nutrición, educación, agua potable y otras necesidades, confunde la precisión y la utilidad del término ‘pobreza’, concepto que ha sido importante para lograr la focalización del esfuerzo social.
La primera necesidad humana es no morir de hambre, y para eso debe alimentarse diariamente. El concepto de pobreza extrema se refiere a esa necesidad mínima y primordial.
Cabe recordar que su uso es reciente. Hace veinte años no existía estadística sobre pobreza, ni aparecía el tema diariamente en los medios como sucede hoy. La introducción y medición del concepto contribuyó sustancialmente a mejorar el reparto de los servicios sociales, y para justificar la expansión de programas como Juntos y Pensión 65, pero limitándolos a la población de extrema pobreza monetaria.
Finalmente, recomiendo una actitud más cauta en relación con el éxito económico del país. Hace poco, la directora gerenta del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, alabó el modelo peruano: “El Perú es una historia de éxito que, además, podría establecer estándares para la nueva ola de economías emergentes”.
Cabría recordar que la mismísima felicitación recibimos en 1979, cuando, en su discurso anual, el entonces director gerente del Fondo Monetario destacó el programa económico del Perú, poniéndolo como un modelo para otros países.