Moisés Naím y Francisco Toro, Naím es Distinguished Fellow del Carnegie Endowment y Toro director del CaracasChronicles.com
El Comercio, 14 de mayo de 2016
Cuando se habla de un “Estado fallido” la imagen más común es la de un muy pobre país africano donde masacres, hambrunas y epidemias son la norma. No es lo que viene en mente cuando pensamos en Venezuela, con sus rascacielos, bancos, su amplio historial democrático, sus enormes reservas de petróleo.
Pero la realidad es que el Estado Venezolano ha dejado de cumplir muchas de las funciones básicas que caracterizan a un Estado: de la seguridad ciudadana al acceso a alimentos o medicinas, la prestación de servicios públicos básicos, un mínimo manejo de la economía o la defensa de las fronteras del país. La polarización política, la propaganda y la admiración romántica que aún queda por el carismático Hugo Chávez hacen que las discusiones y titulares sobre Venezuela oculten los extremos de fracaso gubernamental y tragedia humana que hoy se viven en ese país. Pero más útil que el debate teórico es ofrecer algunas viñetas de la vida cotidiana que ilustran la crisis.
¿Quién mató a Maikel?
A sus 14 años, Maikel Mancilla llevaba seis luchando contra la epilepsia. Su enfermedad estaba más o menos controlada gracias a la lamotrigina, un anticonvulsivo común. Pero conseguirlo se hizo cada vez más difícil. A medida que aumentaba el desfase entre el costo real del fármaco y el precio al cual el Gobierno autorizaba su venta, encontrarlo se volvió imposible.
El 11 de febrero, Yamaris, la madre de Maikel, le dio la última pastilla de lamotrigina que tenía. Yamaris recurrió a las redes sociales pero no tuvo suerte. Inevitablemente, Maikel sufrió una serie de ataques epilépticos. El 19 de febrero, a la 1:15 de la madrugada, murió a causa de una insuficiencia respiratoria.
El caso de Maikel no es único. Los pacientes psiquiátricos que sufren esquizofrenia tienen que arreglárselas sin antipsicóticos. Decenas de miles de pacientes con sida luchan a diario para encontrar los antirretrovirales que necesitan, y para los diabéticos conseguir insulina es igual de azaroso. Los enfermos de cáncer no disponen de quimioterapia. Incluso la malaria ha regresado con resultados mortíferos.
Los cirujanos reportan que concluyen las operaciones antes de tiempo, ya que no disponen de suficiente anestesia.
El héroe de la Fórmula 1
Mientras los venezolanos mueren por falta de medicamentos básicos, el gobierno de Hugo Chávez antes y de Nicolás Maduro ahora gastó decenas de millones de dólares cada año para garantizar que su compatriota Pastor Maldonado pudiese competir en el circuito mundial de Fórmula 1. Maldonado, amigo de las hijas del presidente Chávez, solo ganó una carrera en cinco años. No importaba. La petrolera estatal de Venezuela, PDVSA, gastaba más de 45 millones de dólares al año para que Maldonado siguiese corriendo y exhibiendo el logo de la petrolera en su bólido. Este año, Pastor Maldonado, cuya propensión a estrellarse hizo que sus colegas lo apodaran ‘El Chocón’, se vio obligado a abandonar el circuito de Fórmula 1 cuando a PDVSA, saqueada por la corrupción y debilitada por la crisis del petróleo, se le acabó el dinero.
El dinero petrolero lo han repartido por todo el planeta, desde los 18 millones de dólares pagados a Danny Glover en el 2007 para producir una película ideológicamente apropiada (que aún no se termina) hasta los millones de dólares venezolanos gastados para mantener a flote la economía cubana o financiar a partidos y movimientos de izquierdas por doquier, desde El Salvador hasta Argentina, pasando por España, y más allá. Mientras tanto, los venezolanos, sobre todo los más pobres, sufren las consecuencias de un país sin medicinas y alimentos.
Sin electricidad
Vivir sin agua y sin electricidad se ha vuelto una normal realidad cotidiana. Las empresas públicas tienen problemas para mantener suficiente agua en las reservas a fin de evitar un colapso total de la red eléctrica.
No tenía por qué ser así. Desde el 2009 se han destinado centenares de millones de dólares a construir nuevas plantas de energía que funcionan con diésel y gas natural. Sin embargo, buena parte de la capacidad nunca llegó al sistema y tampoco se rindieron cuentas sobre el dinero. Se lo robaron. En Estados Unidos dos personas han sido condenadas, pero en Venezuela nadie parece estar investigándolo.
Lampadia