Moisés Naím, Economista
El Comercio, 11 de junio de 2016
El mundo no está interpretando correctamente los cambios que están ocurriendo en América Latina. En particular, se han popularizado tres ideas que, si bien tienen algún asidero en la realidad, no reflejan adecuadamente lo que está sucediendo en esa región.
América Latina repudió a la izquierda y giró a la derecha
No es así. Los votantes latinoamericanos no experimentaron una profunda mutación ideológica, sino una profunda desilusión económica. Los gobiernos de izquierda que gobernaron América Latina desde inicios del siglo XXI contaron con el dinero generado por los altos precios internacionales de las materias primas que exportan para estimular masivamente el consumo. Esto, obviamente, los hizo muy populares. Al caer el precio de las exportaciones y, por tanto, la capacidad del gobierno para seguir financiando el consumo, colapsó el apoyo popular. La familia Kirchner dejó de gobernar Argentina y su candidato perdió las elecciones. En Brasil, Dilma Rousseff está fuera y Lula da Silva desprestigiado. En Venezuela, el sucesor de Hugo Chávez, Nicolás Maduro, preside una inédita catástrofe económica y política. En el Perú, Pedro Pablo Kuczynski, un empresario, será el próximo presidente. En Bolivia, Evo Morales fue derrotado en su intento de cambiar la Constitución para optar por un nuevo período presidencial.
Pero estas élites políticas de ‘izquierda’, ahora desplazadas, no estarán fuera de juego para siempre. Las correcciones a la política económica que tendrán que hacer los nuevos gobiernos de América Latina serán impopulares y crearán oportunidades para quienes sepan capitalizar la nostalgia por los buenos tiempos de Chávez, Kirchner y Lula.
Se acabó el populismo
No. La propensión de los políticos a decir lo que los votantes quieren oír nunca se acaba. Esta es una práctica de la izquierda y de la derecha, de laicos y religiosos, de verdes e industrialistas. Ningún político se puede dar el lujo de desdeñarla y por eso el populismo existe en todas partes, de EE.UU. a Sudáfrica. El populismo se vuelve un problema cuando los políticos pierden todo reparo en proponer lo que saben que no podrán cumplir, en promover seductoras políticas que en la práctica son tóxicas o en lanzar iniciativas que dividen a la sociedad. Y un problema aun mayor que la deshonestidad de unos cuantos políticos populistas es la ingenuidad de los millones de seguidores que les creen sus atractivas mentiras.
La abundancia económica que vivió América Latina a comienzos de este siglo permitió que el “populismo de siempre” se transformara en “superpopulismo”, alcanzando niveles sin precedentes en la Venezuela de Chávez y la Argentina de los Kirchner. Ese populismo desbocado se acabó. No porque la gente ya no crea en las malas pero atractivas ideas que promueven los populistas, sino porque ya no hay dinero para financiarlas. Así, volverá el populismo “normal”.
América Latina por fin está luchando contra la corrupción
En parte sí. Pero…
No hay duda de que la defenestración política de la presidenta de Brasil tiene mucho que ver con el gigantesco escándalo de corrupción que ha ocurrido durante su gobierno y el de su predecesor Lula da Silva. El mandatario de Guatemala también fue destituido y está en la cárcel por corrupción. En México, el gobierno de Enrique Peña Nieto está muy debilitado por los escándalos que implican a varios de sus líderes. Michelle Bachelet, en Chile, también ha sido afectada por un escándalo que alcanzó a su hijo y a su nuera. En Argentina, la ex presidenta Cristina Fernández y personas de su entorno más cercano enfrentan graves acusaciones.
Las marchas multitudinarias de protesta contra la corrupción se han hecho comunes en muchos países de América Latina. El repudio popular a la corrupción ha servido de apoyo a nuevos protagonistas que están marcando una diferencia en esta lucha: valientes jueces, fiscales y magistrados que están enfrentando con éxito a los corruptos, aun a los que por su poder político o económico parecían intocables.
Esta nueva intolerancia a la corrupción es tan bienvenida como los éxitos de los jueces cazacorruptos. Pero hay que tener cuidado. La lucha anticorrupción no debe depender de la buena voluntad o la valentía de individuos, sino de la existencia de instituciones y reglas que desincentiven la corrupción, eliminen la impunidad y aumenten la transparencia. Poner los presupuestos públicos en Internet y permitir que todos sepan cómo se gastan los dineros públicos, reducir el número de decisiones discrecionales que pueden tomar los funcionarios o desarrollar un marco legal eficiente y confiable son ejemplos de maneras más serias de luchar contra la corrupción que apostar a la aparición de un presidente honesto o un juez valiente.
Lampadia