Erradicar el trabajo informal, qué gobierno del tercer mundo no lo quisiera. Aquí en el Perú se ha teorizado tanto sobre el tema, que un país sin informales ya suena utópico. Si nos atenemos a las cifras, parece más fácil eliminar la pobreza que cancelar la informalidad, dos cosas que por momentos se semejan, pero que no son lo mismo.
En una nota de www.valor.com.br el economista Joao Pamplona analiza cómo se viene moviendo esta variable laboral en América Latina, sobre todo en Brasil, que es donde más se viene reduciendo desde el 2004. Toma cifras de la Cepal. Caída del trabajo urbano informal en la región 2002-2010: de 47.3% a 45.6%. En Brasil 2002-2011: de 44.4% a 39%.
Los argumentos de Pamplona para estas disminuciones: mejora cualitativa y cuantitativa del mercado de trabajo, la naturaleza redistributiva del crecimiento económico, mayor valor de compra del salario mínimo. Viene implícito que en el caso brasileño es la intención y fuerza social del modelo la que viene formalizando al trabajo a mayor velocidad.
En el caso peruano se reconoce que hay disminución de la informalidad, y que allí podría estar una de las claves para la continuidad de las buenas cifras macroeconómicas. Pero a pesar de la importancia atribuida al tema, las cifras sobre él son divergentes, erráticas, y por momentos rayan en lo inverosímil. Como si no se hubiera pasado aún de lo político a lo económico.
Las cifras sobre mercado laboral informal peruano pueden aumentar o reducirse casi diez por ciento según la fuente consultada. Según el ministerio de Trabajo en el 2013 se pasó de 61% de informalidad laboral a 68%, por ejemplo. Pero se puede encontrar mediciones que dan mucho más bajo, hasta 55% o incluso menos, y suben hasta casi 80%.
A partir de cifras erráticas tenemos también una narrativa errática sobre el tema. Por ejemplo, para el Banco Mundial la informalidad en el Perú retrocedió 8% en 2000-2010, más de tres veces el retroceso de la región según Cepal, casi el doble que Brasil. Esto, pace Pamplona, sin programas ni políticas sociales comparables con las de Brasil, y más crecimiento.
Pero a pesar de la celeridad en la disminución de la informalidad, el fenómeno no es visto como algo que ya está de salida, como sería la pobreza, sino como algo que debemos conjurar para evitar serios problemas. En una inolvidable metáfora mixta, de indudable actualidad, Piero Ghezzi ha dicho que “la informalidad es el gran elefante en el closet que no hemos tocado como país”.
¿Dónde estamos en el tema? Hace unos decenios la informalidad era vista como un semillero de potenciales nuevos capitalistas. Hoy es vista como un síntoma del atraso, cuando no como la antesala del crimen organizado. Necesitamos una mirada más nivelada, y cifras más confiables sobre el asunto.