Es un tópico actualmente decir que la política represiva del consumo de drogas ha sido un fracaso y que ha llegado la hora de su legalización.
Lo que claramente decepciona es que siendo una prioritaria cuestión de salud, no se estén realizando las campañas preventivas que informen sobre los males que hoy sabemos que producen las adicciones, aun la célebre marihuana, que durante años fue tomada como inocua y hoy nadie duda, en la comunidad científica, de sus perniciosos efectos.
En Uruguay, desde hace muchos años está despenaliza-do el consumo personal y la tenencia de una dosis acorde con esa finalidad. Ahora, en medio de una formidable improvisación, se ha dictado una ley en la que el Estado asume el control universal de la plantación, comercialización, importación e industrialización del cannabis. Particularmente detallista, autoriza a las farmacias a vender-le 40 gramos de marihuana por mes a quienes se registren oficialmente. Al mismo tiempo, se habilita el auto cultivo de hasta seis plantas, con una cosecha máxima de 440 gramos y el cultivo en clubes de 15 a 45 socios, con un máximo de 99 plantas, que podrán producir la cantidad proporcional al número de sus integrantes. Se añade, ilusoriamente, que las variedades a plantar serán proporcionadas por el Estado y ninguna rebasará el principio de 0,5 de THC.
La propuesta nació bajo la proclama de evitar que se di-funda el consumo de drogas peores y de reducirle al narco-tráfico su espacio de actuación Lo primero se ha demostrado sin fundamento por todas las cátedras y entidades de expertos en toxicología: nadie deja la heroína para fumar marihuana, mientras que alguien que pasa esta barrera psicológica queda en posición de mayor riesgo para caer en la adicción a otros psicotrópicos más destructivos. En cuanto al narco tráfico, resulta ingenuo pensar que se le reducirá el mercado cuando seguirá comercializando todas las demás drogas y podrá estar detrás de ese jolgorio de plantaciones individuales y colectivas que cuesta pensar que el Estado podrá controlar.
No ignoramos que en el mundo la tendencia que crece es la desregulación. Pero más por resignación que por la convicción de que la libertad nos lleve a la moderación. Proclamar la incapacidad de la sociedad para evitar la difusión de drogas y darles a los jóvenes la señal de que es algo permitido no nos conducirá a buen puerto. Que se estructuren políticas de reducción de daños y que internacionalmente procuremos mejores mecanismos de prevención parece impuesto por las circunstancias. Pero que individualmente un país se lance a la ventura no abre un camino de esperanza.
¿Cómo se explica que hayamos hecho tanto esfuerzo, y exitoso, para reducir el consumo del tabaco y ahora nos re-signemos a que la marihuana circule como una bebida refrescante? ¿Quién ha demostrado que es “progresista” combatir el tabaco y “conservador” oponerse a la legalización de la marihuana? La cuestión es demasiado seria y compleja para reducirla a mágicas medidas de ingeniería social.
– Glosado- (c) Diario “El País”, España. Exclusivo para el diario El Comercio en el Perú.