Entre el 2000 y el 2012, América Latina creció un 4,2% anual y si bien actualmente ha disminuido su ritmo, el Índice de Desarrollo Humano en términos generales ha mejorado sustantivamente. Fueron años favorables, en que la demanda china precipitó espectaculares valores de minerales y productos agrícolas. Bajaron las tasas de pobreza y creció la clase media, pero paradójicamente nos encontramos con un aumento de la delincuencia, que aparece como primera preocupación en casi todos los países.
Se estima que la clase media ha crecido de un 21% de la población en el 2000 a un 34% en el 2012. Son 82 millones de personas. En el otro extremo, la pobreza cayó de un 41,7% a un 25,4%, o sea, 56 millones menos. Sin embargo, entre esos extremos nos encontramos con una nueva situación que hoy se evalúa y que es lo que se ha llamado “población vulnerable”. Es aquella que ha rebasado estadísticamente el nivel de ingresos de pobreza (menos de 10 dólares diarios), pero que no posee capacidad para autosustentarse, normalmente recibe un subsidio del Estado y cualquier tropiezo de la vida personal le retrotrae a la situación anterior.
El desempleo ha bajado. La expectativa de vida de los 512 millones de habitantes de la región está en 74 años y sigue creciendo. ¿Cómo se explica entonces que la tasa de homicidios haya crecido el 11%, cuando en el resto del mundo está más o menos igual? ¿Cómo es posible que la seguridad ciudadana sea hoy el mayor reclamo de unas sociedades que vienen apuntando hacia otros escenarios superiores, pero que sufren estas fronteras de retroceso?
La pregunta nos lleva a que el desarrollo no se ha acompasado a la expansión material. Bien se sabe que crecimiento no es necesariamente desarrollo, aunque sea condición necesaria de él. Y esto es lo que se experimenta aun en los países con mayor expansión.
¿En qué debemos pensar para explicar esta paradójica contradicción, que hiere el concepto mismo de una democracia que, pese a sus altibajos, ha dejado atrás los tiempos de militarismo y golpes de Estado?
La familia, en primer lugar, se ha debilitado sustantivamente. Los hogares monoparentales se han duplicado en los últimos 30 años y los que tienen una mujer como cabeza son el 26% en Argentina, en Chile el 21% y en México el 20%. Los adolescentes que ni siquiera saben quién es el padre terminan siendo carne de cañón del vicio o el crimen organizado. El consumo de alcohol o drogas es otro fenómeno en expansión. Naturalmente, estas adicciones generan, además, el tráfico ilícito que corroe las estructuras urbanas.
Por cierto, no es despreciable la debilidad institucional que en muchos países es evidente, por insuficiencias policiales y judiciales. México, que ha evolucionado en tantos aspectos de su desarrollo, como la industria, ha exhibido episodios de criminalidad con una crueldad insuperable. Allí, en Guerrero, han quedado expuestas todas las lacras sociales, incluida la corrupción política.
En la más histórica herramienta de progreso social, la educación, se advierten claramente los rezagos que el crecimiento no ha podido superar. El hecho es que si bien los años de escolaridad han aumentado y la matrícula de la educación primaria cubre prácticamente el total de su generación, la enseñanza media no logra acomodarse a los tiempos. El 51% no la termina y el sistema de evaluación PISA desnuda sus carencias. Esas pruebas, que miden el nivel en matemática, la lengua propia y los conceptos básicos de ciencia, en los adolescentes de 15 años, nos dicen que de 67 países evaluados, los ocho latinoamericanos están entre el 53 (Chile) y el 67 (Perú). Los siete primeros son asiáticos, lo que una vez más nos dice que, detrás de los éxitos, no hay milagros sino esfuerzo inteligente.
Luego de años de bonanza en el comercio exterior, los tiempos que corren han cambiado la ecuación. La caída de los precios de las materias primas y la crisis del petróleo impactan de manera variada a los países. A algunos, dramáticamente, como la desvencijada Venezuela; a otros, menos, como los exportadores de alimentos, pero en todo caso se terminaron los precios rutilantes. No se avizora una crisis, pero sí tiempos en que se requerirán rigor y administración. Al tiempo que las contradicciones que apuntamos obligan a mirar en profundidad esas tendencias que no son coyuntura, sino el corazón de su estructura social.