Jaime de Althaus, Antropólogo y periodista
El Comercio, 04 de marzo de 2016
La atosigante proliferación de paneles publicitarios de los candidatos al Congreso, que contamina el paisaje urbano, es la manifestación más ostensible del aberrante sistema del voto preferencial. Y todo para que solo un porcentaje reducido de los electores ejerza la ilusión de estar escogiendo a una o dos personas que serían sus representantes, que en realidad no lo son. Ese representante, si es elegido, no sabe realmente quiénes son sus electores en una urbe de 10 millones de habitantes, ni los relativamente pocos que ejercemos el voto preferencial nos acordamos al cabo de unos meses por quiénes votamos ni si salieron elegidos. La gran mayoría no tiene realmente un representante con el que pueda establecer una relación, y por eso la democracia en el Perú carece de significado, de contenido real.
Si queremos votar por alguien que sea nuestro representante en Lima, la única forma es el distrito electoral uni (o bi) nominal, en el que se elige no a 36 candidatos sino a uno o dos. Lima se dividiría en 36 o 18 distritos electorales. Todos votaríamos por una o dos personas de una lista corta. No tendríamos a ¡648! candidatos llenando las calles de pancartas, sino solo a un máximo, en este caso, de 18 en cada distrito electoral, si todos los partidos que se han inscrito presentan candidatos. Pero a la larga habrá muchos menos candidatos por circunscripción porque el propio sistema de distritos uninominales lleva a reducir el número de partidos. Digamos que en unas dos o tres elecciones generales tendríamos que escoger entre 4 o 6 candidatos en cada distrito. Al ser pocos, el elector podrá informarse mucho mejor acerca de quiénes son y qué proponen. Así podrá elegir bien y luego, quien resulte elegido, será realmente su representante y lo será en mayor medida aun gracias a las posibilidades que brinda el Internet, pues podrá comunicarse con él por e-mail, Facebook, Twitter o lo que fuere.
El Internet obliga a rediseñar nuestra democracia. De hecho, socava la función del partido político como intermediario, como deliberador y formador de la opinión. Ahora todos pueden participar, opinar y proponer directamente. Es más natural votar por una persona al Congreso que por un partido. La política se ha repersonalizado.
En el mundo del Internet, el Perú como tal puede teóricamente ser una asamblea. Es, en cierto sentido, el retorno a la democracia directa. Hemos pasado de la democracia de partidos a la democracia de audiencias, como diría Bernard Manin. Pero seguimos necesitando partidos, porque la democracia directa no es operativa. Pero otros partidos, a los que la ley les exija ya no locales físicos sino virtuales, ya no asambleas sino una determinada cantidad de interacciones en las redes, ya no jerarquías sino redes precisamente. Y si ahora se ha retornado a la adhesión a la persona, al líder más que a la idea totalizadora, la ley debería facilitar la inscripción de nuevos partidos (liderazgos) eliminando el requisito de un elevado número de firmas y más bien exigir indicadores de vitalidad en Internet y un mínimo de candidatos en las elecciones municipales y regionales. Barreras altas a la permanencia, no al ingreso. Lampadia