Lo que le falta a este gobierno, entre otras cosas, es capacidad de embarcar a todos en las grandes tareas. Capacidad de entusiasmar. No es que carezca de proyectos e ideas. Por el contrario: ha lanzado varias reformas, algunas de ellas de gran calado, como la magisterial (reformulando la anterior), la del servicio civil (que es la base de la gran reforma del Estado) y la del sistema de salud (para la que ha pedido facultades legislativas). Y está trabajando un plan de industrialización.
Esas y otras importantes transformaciones necesitan apoyo político y trabajo conjunto con la sociedad civil y con el sector privado.
El Gobierno debería estar buscando una alianza público-privada en todos los sectores, para sumar esfuerzos. Además, el Perú está en una carrera y no puede parar ni dejar que la crisis internacional lo frene.
Pero ocurre lo contrario. El Gobierno ha decidido que su estrategia para reconquistar apoyo popular es polarizar, atacar a los partidos políticos clasificados como opositores y tomar distancia cada vez que puede del sector privado.
Esa es una táctica que funciona en los populismos autoritarios: dividir el país entre los buenos, que son los que apoyan al Gobierno, y los malos, que son o los partidos tradicionales y corruptos, o entre el ‘pueblo’ y los oligarcas o capitalistas. Sirve para deslegitimar a la oposición a fin de acumular poder. Es, entonces, antidemocrática.
Pero en una democracia esa estrategia no solo es inconsistente, sino que se vuelve contraproducente, porque el natural juego gobierno-oposición se exacerba y escala al punto de trabar las propias iniciativas gubernamentales.
En una democracia el gobierno no busca dividir, sino sumar. Incluso, si puede, a la oposición. Esta ejerce su papel opositor de manera responsable. Y el gobierno se puede defender.
Pero cuando decide atacarla sistemáticamente para desprestigiarla, la oposición se vuelve irresponsable, y se opone a todo por oponerse. Que es lo que ya está ocurriendo, poniendo en riesgo precisamente las reformas con las movilizaciones que vemos, que, salvo las que irrumpieron contra la repartija, no son ninguna primavera sino un otoño profundo.
Y si el país está en una carrera internacional de crecimiento para salir de la pobreza, el papel del líder es tratar de alinear los esfuerzos de todos en esa dirección, de modo que el juego gobierno-oposición se dé dentro de esos márgenes y no a costa de la velocidad en la carrera.
Además, es ridículo que un gobierno poco carismático juegue a polarizar.
Si quiere recuperar popularidad y generar confianza para mantener un alto crecimiento, debería más bien conseguir apoyo para las reformas y para producir golpes de impacto como la captura de alguno de los hermanos Quispe Palomino y la reanudación de Conga, por ejemplo. Pues los enemigos no son los partidos políticos o los empresarios. Son los narcoterroristas, los ilegales, los que se oponen a la inversión.
Publicado por El Comercio, 2 de agosto del 2013