Felipe González Márquez, Ex presidente del gobierno español
El Comercio, 22 de enero de 2016
El gobierno de Nicolás Maduro ha llevado a Venezuela a una situación insoportable, tanto desde el punto de vista social y económico como en materia de seguridad ciudadana, de libertades democráticas o de corrupción generalizada.
Esto explica el hartazgo de los ciudadanos que votaron el 6 de diciembre dándole a la oposición dos tercios de la Asamblea. Pero Maduro mantiene el Poder Ejecutivo y maniobra toscamente para impedir que haya un Poder Legislativo que represente la voluntad soberana de los venezolanos.
Nada parece frenar el afán destructivo de la pareja Maduro-Cabello. En lugar de reconocer la voluntad soberana del pueblo, ponen por delante del bien común sus oscuros intereses. En vez de iniciar un diálogo con la mayoría indiscutible de la Asamblea, amenazan con profundizar en la vía de su fracasada revolución.
Las cifras de la economía son muy graves. A pesar de que el gobierno o el Banco Central niegan a los ciudadanos esas cifras, a lo que están obligados por sus propias leyes, las tienen que dar a la SEC [Comisión de Valores] de Estados Unidos, porque Venezuela tiene bonos cotizados en Wall Street.
El PBI caerá en el 2015 un 10% y la inflación en los últimos seis meses indica un ritmo anual superior al 250%. Cuando esto ha ocurrido históricamente en otros países de la región –Bolivia, Argentina o Brasil–, se precipitaron rápidamente hacia inflaciones de entre el 1.000% y el 10.000%.
En los casos de hiperinflación el producto bruto cayó en torno a un 20%.
El déficit público ronda el 20% del PBI. Pero incluso cuando el petróleo estaba a 100 dólares por barril, el déficit superaba los dos dígitos. Con los precios actuales en torno a 30 dólares, este déficit seguirá creciendo de manera exponencial y lo están financiando dándole a la maquinita de hacer bolívares (monetizándolo). Es un acelerador imparable de la inflación.
Las expectativas de inflación alimentan un tipo de cambio paralelo que ya supera los 900 bolívares por dólar. Más de 120 veces el cambio oficial de 6,30 bolívares por dólar. Maduro ha devaluado tanto la moneda como la figura del Libertador que le da su nombre.
A pesar de que las importaciones se han desplomado en torno a un 30% sobre lo habitual, el colapso de las exportaciones lleva a un déficit por cuenta corriente que supera los 2.000 millones de dólares. A esto hay que añadir el servicio de la deuda pública y privada –de unos 22.000 millones de dólares–, el saldo de los servicios y la salida de capitales que sortean el control de cambios. Esto supone un agujero externo superior a 25.000 millones de dólares.
Para evitar el default –o la reestructuración de la deuda de PDVSA [Petróleos de Venezuela S.A.]–, Venezuela tendría que reproducir en el 2016 las fuentes de financiación que ha utilizado en el 2015. Pero la operación se presenta cada vez más difícil.
Tendrían que tirar de reservas, que han pasado de 14.000 a 7.000 millones de dólares. Pero estas son muy poco líquidas, porque ya Hugo Chávez las colocó en oro, justo en el momento en que este metal empezó a caer.
También pueden intentar que los préstamos de China les sigan dando oxígeno. Este año han conseguido 4.000 millones netos de financiación. ¿Estarán dispuestos los chinos a reducir las compras de petróleo ligadas a los créditos para que Venezuela pueda vender más petróleo a Estados Unidos?
Así que con las reservas por los suelos y el tipo de cambio disparado, más el actual precio del petróleo, parece inevitable el default o la reestructuración voluntaria de la deuda en el 2016. Dicho en otros términos, o default o rescate chino. La oposición, que ha ganado ampliamente las elecciones legislativas, sabe que el Ejecutivo es el que tiene que hacer el ajuste y propone diálogo para enfrentar los desafíos. El gobierno cree que la victoria de la oposición es un error de los votantes y trata de responder radicalizando la ya fallida revolución.
Venezuela está ante una crisis humanitaria grave, que exigirá ayuda internacional rápida. Se han vivido momentos dramáticos como este durante el ‘caracazo’, pero el país producía más. Ahora el aparato productivo es tierra quemada y hay que reconstruirlo. No queda tiempo para enfrentar esta emergencia.
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