Luego de casi una década de inédito optimismo y tasas de crecimiento de 7% anual, el superciclo de mercados emergentes parece haber moderado su intensidad, lo que ha suscitado el debate sobre la sostenibilidad del crecimiento de la economía peruana, para muchos, excesivamente dependiente de los recursos naturales.
Según cifras del BCRP, los sectores extractivos (minería, petróleo y pesca) representan el 15% del PBI, mientras que el sector otros servicios constituye la actividad más importante, ocupando el 36% de la actividad total. Le siguen la manufactura con 16% y el comercio con 10% del PBI, siendo el tamaño de la manufactura alto en comparación con otros países de la región. Es en este contexto que uno se pregunta si el importante tema de la diversificación productiva debería plantearse menos como un tema de presencia sectorial y más como un problema de estructura empresarial.
Y es que según estudios realizados, del total de empresas que operan en la economía peruana: (i) la gran mayoría registra un solo trabajador, (ii) menos del 1% de las empresas tiene más de 50 trabajadores, (iii) la informalidad es vasta ya que únicamente el 60% está registrado ante la autoridad tributaria, del cual el 50% se registró como individuo y no como firma con el fin de reducir la carga tributaria.
Así, aunque muchas de las empresas informales registran por lo menos parte de sus operaciones, un alto componente del sector empresarial se mantiene informal. La rigidez laboral es un poderoso limitante para optar por ingresar a la formalidad, ya que trabajar bajo las reglas de la formalidad no es solo costoso, sino sobre todo elimina todo incentivo a crecer.
La evolución del empleo por tamaño de empresa en Lima entre los censos económicos de 1994 y el 2008 muestra que aquellas que registran más de 100 trabajadores crecieron mucho más rápido que el empleo en las empresas de menor escala. Evidencia que se confirma en el reciente periodo de desaceleración económica, en el que el empleo en las pequeñas y microempresas viene cayendo frente al crecimiento en las empresas de mayor tamaño. Esta performance se explica claramente por el hecho de que la productividad se incrementa con el tamaño de la empresa. Y con ello, la formalidad también. Y es que la mayor productividad y la presencia de economías de escala permiten absorber una mayor supervisión y mayores cargas laborales y tributarias. Así, únicamente las empresas con alta productividad (coincidentemente las más grandes) son las que están en capacidad de operar bajo las reglas de la formalidad, mientras que la gran mayoría de pequeñas empresas, con baja productividad están condenadas a mantenerse en la informalidad o desaparecer.
En este contexto, la reducción de impuestos y costos laborales únicamente a las empresas más pequeñas es el equivalente a la imposición de un impuesto al crecimiento empresarial y a la formalización.
Así, uno se pregunta si no valdría la pena iniciar un debate alrededor de iniciativas que ayuden al crecimiento empresarial (aplicadas en otros países) y no a desincentivarlo. Existen en el mundo propuestas para reducir los costos laborales y tributarios para aquellas empresas que muestren incrementos significativos en planillas.
Es cuestión de mirarlas y generar ideas creativas para adaptarlas al Perú, con responsabilidad.